Y mi casco como almohada
Por Jake Taylor
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Este relato autobiográfico describe momentos cómicos y algunos divertidísimos, pero también contiene memorias sumamente conmovedoras y tristes. Incluyen el momento cuando un soldado raso se desmayó tres veces seguidas: antes, durante y después de su primera vacuna; la clase sobre granadas de mano que sirve para despertar zombis; la historia del cuchillo vagabundo; las acciones de dos de los tres objetores de conciencia en mi unidad; el soldado que confundió dos automóviles Chevrolet Corvette y se llevó el que le pertenecía al comandante de la compañía; el soldado raso que aplastó botes de 20 litros de agua en lugar de los botes grandes y vacíos para café que se suponía iba a machacar. También incluye los desafortunados momentos de miedo, de escuchar tres disparos volar por encima de mi cabeza; y la horrible ocasión cuando un camarada y yo tuvimos que recoger dos cuerpos de soldados americanos muertos en acción durante la Ofensiva del Tet. El relato también incluye el extraño evento que ocurrió a través de la ceremonia conmemorativa que realizamos para los cuarenta y un compañeros caídos. Durante el curso de la ceremonia, un remolino de polvo se formó y recorrió el campo de fútbol alrededor del cual estábamos formados. Esto lo interpretamos como un mensaje de despedida de parte de nuestros amigos caídos. Esto me sucedió cuando estuve en el Ejército de los Estados Unidos e incluye lo que me sucedió en la Guerra de Vietnam y en la Ofensiva del Tet, participé con la Novena División de Infantería. Fue una época en la que vi a la Muerte trabajar horas extra. Todo comenzó en la estación de tren de Harvey, Illinois, el 30 de mayo de 1967 y terminó en el Fuerte Gordon, Georgia, el 29 de mayo de 1969. Es real y es cierto.
Jake Taylor
My name is Jake Taylor; I'm an American who grew up in Mexico City until the age of 19. I'm also a veteran of the Vietnam War and, at present, I reside in the beautiful state of Florida where I have written all my books.About fifteen years ago, I found my new home. When I walked into this condo for the first time, I sensed that I had found my own writing studio. A few days later, the story line for the entire series of seven volumes of space adventures came to me. This changed my life completely and quite unexpectedly. At present, 2022, the seven volumes are finished, including their translations into Spanish and their illustrations.That particular series is full of adventures and intended for children eight years of age or older, adolescents, young adults and those who dare to dream about space travel with the purpose of creating a new civilization.I need to request a favor of you: “Please, help the animals.” Do whatever you can for them, thank you.
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Y mi casco como almohada - Jake Taylor
Capítulo 1
Harvey, Illinois, EE.UU.
Fue un largo viaje por autobús desde la ciudad de México hasta la ciudad de Chicago y después a Calumet City. Llegué a la casa de la señora Siegfried, hermana mayor de mi padrastro, un día de febrero de 1967. Poco después, obtuve un trabajo en la misma compañía en la que trabajé anteriormente: Inland Steel Company en la ciudad de East Chicago, Indiana. Toda la familia sabía que en poco tiempo me reclutarían en el ejército de los Estados Unidos. Pero, en vía de mientras, tenía que contribuir a mi alojamiento y comidas.
Además de la señora Siegfried, los miembros de la familia eran cuatro hijos y una hija. Sólo recuerdo los nombres de los siguientes: Robert, quien era el tercer hijo y a quien apodaban Toy, no recuerdo el nombre del cuarto hijo, pero le decían Jumbo debido a su altura. La menor era Gloria. Ella vivía en el piso de arriba con su esposo e hijo. La familia tenía un perrito que hacía algo muy curioso todas las tardes alrededor de las cinco y media. El perro corría a un sofá colocado junto a la ventana que daba hacia la calle. El perro se subía al sofá y miraba la calle unos minutos. Después, el perrito se bajaba del sofá y regresaba a su rutina diaria. Toy se dio cuenta de mi expresión intrigada por la conducta del perro y me dijo: «Jake, el perro se acerca a la ventana todas las tardes alrededor de esta hora porque está esperando a mi papá quien solía llegar a casa más o menos a esa hora».
«¿Qué le pasó a tu papá?» Le pregunté. «Murió en un accidente industrial hace unos años y desde entonces el perrito mira la calle a través de la ventana con la esperanza de verlo. Poco después, desiste y continúa con su rutina diaria», me contestó.
Recuerdo que Toy me contaba historias agradables. La mayoría tenían que ver con su juventud. La que más recuerdo es cuando él y sus amigos, boy scouts de unos diez años de edad, hallaron un árbol caído y decidieron hacer una canoa con su tronco. Su herramienta principal para esta tarea fueron sus hachas, las cuales formaban parte de su equipo de boy scouts.
«Fue a inicios del verano», comenzó a contarme Toy. «Uno de los ‘cuates’ halló un árbol caído y nos avisó. Entonces, decidimos hacer una canoa con el tronco usando nuestras hachas. Ya te imaginarás el tiempo que se llevaría este proyecto. Después de unos dos meses, estábamos por lograrlo, aunque muy presionados porque teníamos que regresar a clases en tres semanas. Nos apresuramos a terminar la canoa, pero se nos presentó un nuevo problema: teníamos que cruzarla al otro lado del camino para poder botarla al agua».
«Con mucho trabajo, comenzamos a empujar la canoa para cruzar el camino cuando nos vio un joven que iba manejando una pickup. Se detuvo y nos preguntó si necesitábamos ayuda. Le dijimos que sí, y que sólo tenía que ayudarnos a cruzar la canoa al otro lado del camino. El joven se salió de la camioneta y, asiendo una cuerda, ató la canoa. Entonces, se metió en su camioneta y lentamente comenzó a jalar la canoa mientras nosotros le ayudábamos a empujarla al otro lado. Funcionó, y, unos minutos más tarde, nuestra canoa estaba mucho más cerca del lago. El joven recogió su cuerda, la puso en su lugar y continuó su camino. Nosotros apuntamos la canoa hacia el lago y comenzamos a empujarla. Pero, tan pronto como la mayor parte de la canoa entró en el agua, se hundió derechito hasta el fondo como si fuera de plomo». En ese momento, Toy y yo estábamos carcajeándonos. «Sólo haces esas locuras cuando eres niño, Jake», me dijo.
Gloria, la hermana de Toy, estaba casada y ella y su marido acababan de comprar un automóvil Cadillac DeVille. El carro, de color amarillo-crema, era, obviamente, muy elegante. Lo que recuerdo de eso es que, al regresar de dar una vuelta, el esposo de Gloria dijo: «Este es el mejor carro que el dinero puede comprar». Esa fue la primera vez en mi vida que escuché la expresión: «Lo mejor que el dinero puede comprar». Bueno, muchos años después vi un documental acerca de Will Rogers, el famoso vaquero, actor y comediante americano, quien al dar un discurso frente a un gran número de representantes (diputados) y senadores cerca del Capitolio dijo: «América (EE.UU.) tiene los mejores políticos que el dinero puede comprar».
Poco después, comencé a trabajar de nuevo en la fábrica de acero. Allí entablé amistad con un muchacho joven que me dijo que a él también le solicitaron que se hiciera el examen físico para entrar en el ejército. Él sabía que yo estaba en esa misma situación, es decir, esperando órdenes para ser enlistado en el ejército. Entonces me contó que no había pasado su examen médico. «¿Por qué?» le pregunté. Me contestó: «El doctor me dijo que yo estaba demasiado flaco». «¿Y qué hiciste?» le volví a preguntar. «Me puse a dieta y bajé dos libras más. Desde luego, el ejército me rechazó y heme aquí».
Pasaron unos dos meses y medio durante los cuales aprendí algunas cosas. Una de ellas se debe a que el operador de una grúa casi me mata. En lugar de detener la carga de acero en el centro del carro de ferrocarril abierto, dejó que la carga se moviera hacia donde yo estaba. Me agaché, desde luego. Me enfurecí y subí las escaleras de la grúa y le grité al operador. Me pidió disculpas con sinceridad y, unos días después, volvimos a ser amigos. Para parchar las cosas, me invitó unas copas en un bar de la localidad. Pasó por mí y nos fuimos a un lugar donde no se ven bares por ningún lado. Sólo se ven casas normales. Estacionó su coche y entonces, caminando junto a él por la banqueta, se detuvo y abrió la puerta de una casa común y corriente. Bien, en esa parte del país hay bares que no se anuncian. Uno tiene que saber dónde están, o no saber. Eso fue lo que aprendí ese día. Además, me puse una borrachera de las buenas.
El hermano mayor de la familia me enseñó una linda lección que me gustaría pasárselas. Él nunca supo que yo estaba aprendiendo algo de lo que él hacía. Verán, desde la muerte de su papá, él visitaba a su mamá todos los días al regresar del trabajo. Antes de ir con su esposa e hijos, se detenía un poquito para cerciorarse de que su mamá estaba bien. Las visitas duraban de cinco a diez minutos máximo. Hasta la fecha, pienso que este es un lindo gesto que los hijos y las hijas, dondequiera que vivan, deben tener para con sus padres. «Sólo acuérdense de visitarlos y saludarlos; o de llamarlos para asegurarse de que ellos se encuentran bien».
Otra lección que aprendí, la cual me hace reír, fue la siguiente: Verán, yo me crie en la ciudad de México donde todos comen comida mexicana a