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Dejando Huellas a Su Paso
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Libro electrónico93 páginas1 hora

Dejando Huellas a Su Paso

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Información de este libro electrónico

La fe es un poder inigualable que produce efectos
increbles. La fe trabaja ms en enfermedades
incurables, ya cuando los mdicos le dicen te quedan
seis meses de vida, hay que pelear con la enfermedad
con una fe potencialmente poderosa.
Cuando Jesucristo pona la mano en los enfermos,
ellos le decan: gracias maestro porque me has
curado, y l contestaba: Yo no. Tu fe te ha curado.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento13 dic 2013
ISBN9781463367114
Dejando Huellas a Su Paso
Autor

Miguel Gómez

Miguel Gómez is Lecturer in History at the University of Dayton, and is finishing a manuscript on the crusade of Las Navas de Tolosa. His articles have appeared in the Anuario de la Historia de la Iglesia, and in 2012 he edited a special volume of the Journal of Medieval Iberian Studies about the campaign of Las Navas de Tolosa.

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    Dejando Huellas a Su Paso - Miguel Gómez

    Copyright © 2013 por Miguel Gómez.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2013917858

    ISBN:   Tapa Dura            978-1-4633-6713-8

                Tapa Blanda         978-1-4633-6712-1

                Libro Electrónico   978-1-4633-6711-4

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 10/12/2013

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    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    489421

    Dedicado a mí amada esposa Hortencia con quien he compartido 60 años de mi vida, a mis cuatro hijos: Emilia, Miguel, Hortencia y Gomer y mis diez nietos, pero muy especialmente a mi nieta Ana Lucía Rivera (soprano, pintora y compositora) quien se dio a la tarea de recopilar todas mis historias he hizo posible la publicación de este libro.

    ÍNDICE

    I   El nadador

    II   El torero

    III   El aprendiz

    IV   El trocilero

    V   El trampeador de trenes

    VI   El viajero

    VII   La tepiqueña

    VIII   La luna

    IX   El matador

    X   El boxeador

    XI   El mariguano

    XII   La caja de cartón

    XIII   EL DIBLO

    XIV   El fantasma

    XV   Hortencia

    XVI   La troca Durango

    XVII   La boda

    XVIII   "El Círculo¨

    XIX   El curandero

    XX   El Terreno

    XXI   El Anciano

    XXII   La mancha

    XXIII   El Sobador

    XXIV   El miedo

    XXV   ¨La música¨

    XXVI   ¨La Isla¨

    XXVII   La Familia

    XXVIII   La arteria

    XXIX   La fe

    XXX   La casa

    XXXI   Otro milagro

    Afirmaciones

    Insomnio

    Para dejar de fumar

    Superando el miedo

    Tu fe te ha curado

    Tú puedes curarte

    I

    El nadador

    Un día me subí a un sauce grande que estaba ladeado hacia el agua. Desde ahí contemplaba triste y pensativo el remolino donde se acababa de ahogar un muchacho. En ese momento vi que una rama cayó en el remolino y luego salió. Entonces yo, impresionado, me baje del árbol y busqué un palo. Caminé como 15 metros y tiré el pedazo al agua. Como a los 10 segundos fue tragado por el remolino, después de 15 segundos salió disparado.

    Ese río se llamaba Presidio. En tiempo de lluvia crecía y corría a una velocidad de más de 100 kilómetros por hora. Cuando yo atravesaba ese río desde Villa Unión, salía a otro pueblito llamado El Pozole.

    Era 1940. Yo tenía apenas 10 años de edad y era un nadador incansable. Recuerdo que cruzaba ese río 3 veces al día. Así es que mi mamá me daba 3 reateras diarias., Pero al día siguiente, yo volvía a cruzar el río, y mi mamá me volvía a pegar.

    ya se por que se ahogó el muchacho. Pensé.

    Ese joven, al caer al remolino, trató de salir desesperadamente., Al palo, como no tiene movimiento, el remolino lo soltó inmediatamente. Yo me voy a tirar al agua para caer en el remolino. Lo que tengo que hacer, es tomar una respiración profunda y hacerme el muertito., Que mi cuerpo no tenga movimiento, y el remolino me soltará. Me dije.

    Me tiré al remolino y Salí como de rayo. Les platiqué a mis amigos, pero nadie me creyó pero nos reunimos 15 muchachos y nos fuimos al río. Me tiré 5 veces al remolino. Les expliqué como le hacia, y nadie quería meterse, hasta que uno de ellos se animó. Después todos hicieron lo mismo y se divertían tirándose al remolino y decían: vamos a hacernos el muertito.

    ¡Pobre de mi mamá, cómo sufrió conmigo! Mi papá nunca me pegó, pero si me daba consejos. El tenía una pequeña tienda de abarrotes, y cuando se le perdía dinero, mi mamá me pegaba. A mi hermana Catalina y a mi hermano Raúl no les pegaba porque ellos eran unos niños muy obedientes.

    Cuando ya crecimos, mi hermana riéndose platicaba que ella era la que robaba, y que a mi me pegaban. Yo le pregunté: ¿cómo nunca descubrieron que tú eras la que robaba? Y me contestó. Mira, cuando yo me metía a la tienda por jabón para que mi mamá me lavara la ropa, como el jabón era blandito, yo agarraba monedas de plata de 50 centavos, y las metía en el jabón.

    A mi me hubiera gustado ser nadador profesional. Poco tiempo después, conocí a un muchacho que le llamaban Trine el diablo de 23 años y yo estaba seguro que era mejor nadador que yo, aunque nunca se animó a cruzar el río. Se decía que una vez, se andaban ahogando dos personas en el mar y que Trine el diablo las había salvado.

    Un domingo, me dijo: vamos a pescar al pozo del caimán. Yo tengo tarraya. Yo acepté la invitación y nos fuimos a pescar al pozo del caimán. Así le decían al a ese lugar, porque en ese tiempo había caimanes.

    Recuerdo que eran como las 12 de la noche. Yo remaba y él echaba la atarraya y era divertido. El agua era mansa y cristalina y los peces se miraban con una luz fluorescente. Yo le decía: mira ahí van varios. Él echaba la atarraya y los atrapaba. En una de esas, se le atoró y me dijo: ¿te tiras a desatorarla, o me tiro?. Le contesté: yo me tiro.

    Yo verdaderamente tenía miedo.

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