Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Presente: Las tres llaves
Presente: Las tres llaves
Presente: Las tres llaves
Libro electrónico877 páginas14 horas

Presente: Las tres llaves

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

"No somos esa clase de héroes…"
Oscar es un joven que llevaba una vida normal como cualquier chico de su edad o al menos eso pensaba hasta que fue invitado a ingresar en una exclusiva escuela. En dicha escuela, es director un amigo de su padre que hasta el momento era un total desconocido para él, así como la mayoría de las cosas relacionadas a su padre, ya que el falleció cuando Oscar era apenas un bebé. Con ayuda de sus nuevos amigos: Leo y Daniel, Oscar descubre los secretos en torno a su padre así como un grupo de trece misteriosas personas que se hacen llamar "Kanan". Ellos cuentan con habilidades extraordinarias, algunos pensarían que son súperpoderes o magia, pero ellos lo llaman: "Presentes". Los Kanan buscan desesperadamente algo en esa escuela, y para sorpresa de Oscar, él se da cuenta de que ellos son capaces de hacer cualquier cosa para cumplir con su objetivo… cualquier cosa.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 oct 2022
ISBN9788411443425
Presente: Las tres llaves

Relacionado con Presente

Libros electrónicos relacionados

Thrillers para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Presente

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Presente - Bernardo de la Mora Barajas

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Bernardo de la Mora Barajas

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-342-5

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Para Maty…

    Inolvidable

    Aeropuerto Internacional de Guadalajara (1992)

    —Despierta, ya llegamos. —Él le sacudió el hombro, y ella, quien se sobresaltó, volteó desconcertada a todas direcciones y dio un largo bostezo. Se tranquilizó al ver que el resto de los pasajeros no le prestaban atención ya que estaban demasiado ocupados en dormir o en leer alguna guía turística.

    —Me siento horrible —suspiró ella y se apretó la cabeza. Después abrió los ojos con dificultad mientras se llevaba unos dedos a los labios.

    —¿Sigues mareada? —preguntó el hombre sin quitar la vista de un libro que llevaba en sus piernas.

    —Sí, y también tengo náuseas —se quejó y se tapó la cara de las luces que estaban sobre ella—. Además, la cabeza me está matando.

    —Tal vez solo sea el mareo provocado por el vuelo —dijo él intentando calmarla mientras cambiaba la página de su libro—. O quizá no debimos comer marisco antes de subir.

    —Tal vez… —suspiró ella y comenzó a desesperarse. Inhaló y exhaló pausadamente.

    —Cuando bajemos y tomes un poco de aire fresco te sentirás mejor. —El hombre cerró su libro, se quitó sus anteojos y se volteó a verla con una mirada reconfortante—. Te lo aseguro.

    —Gracias… —Ella sonrió y acarició un poco la mejilla del hombre. Después dirigió su vista hacia una de las ventanillas del avión. La ciudad de Guadalajara estaba bajo ellos. El atardecer era remplazado por nubes oscuras que se juntaban rápidamente y que hicieron aparecer los primeros relámpagos. Ella suspiró con impaciencia—. Perfecto, lo que faltaba.

    —¿Qué sucede? —Él se acercó a la ventanilla y vio qué era lo que angustiaba a la mujer. Bajó la cortina y sonrió un poco—. No te preocupes.

    —¿Que no me preocupe? — se impacientó—. Ángel, va a llover, o peor aún, va a ser una tormenta. Y por si no te has dado cuanta, hoy es Nochebuena. Será la primera Navidad de nuestro hijo y no quiero que sea así. Además, esto está muy raro, ¿dime de alguna Navidad en la que haya llovido?

    —Que yo recuerde… —Ángel miró hacia el techo iluminado y cerró los ojos—. Ninguna. Pero no es tan malo, Elena, piénsalo de esta forma: la primera Navidad de nuestro hijo será la primera en la que llovió, ¿qué te parece? Quién sabe, a lo mejor hoy es un día inolvidable.

    —Siempre tan optimista— sonrió Elena y se acomodó en su asiento—. No sé por qué, pero tengo un mal presentimiento.

    Ángel ya no dijo nada, simplemente apretó fuertemente la mano de Elena y la miró con esos ojos trasquiladores que solo él podía hacer efecto en ella.

    Lejos de ahí

    Era una habitación pequeña y oscura, la única luz provenía del televisor donde transmitían un programa navideño. Un hombre estaba de pie frente a la ventana, solo se veía su silueta, pero claramente se podía percibir que era alto y delgado. El hombre observaba las densas nubes juntándose unas con otras, en pocos minutos todo el cielo estuvo obscuro.

    —Keh es un verdadero dolor de cabeza —dijo en voz baja mientras esforzaba una sonrisa—. Pero hay que admirar su talento.

    Se escuchó que tocaron la puerta un par de veces.

    —Adelante— dijo el hombre sin cambiar de posición.

    Entraron dos personas. El que abrió la puerta era de estatura mediana y le cedió el paso a alguien de estatura baja. Los dos llevaban una especie de túnica color rojo escarlata, con botones y extrañas insignias grabadas como si fueran tatuajes. También llevaban capuchas que cubrían su rostro, solo se podía ver su boca y una parte de su nariz.

    —Estamos listos, Tzootz —dijo confiadamente la persona de estatura baja. Era la voz de una mujer joven y reflejaba un carácter fuerte y seguro. Los dos esperaron en la entrada.

    —Muy bien, Kutz —Tzootz se retiró de la ventana, se dio la vuelta e hizo una seña con dos dedos para que entraran. Su rostro quedó en penumbra a excepción de sus ojos—. ¿Ya sabes lo que tienen que hacer?

    —Sí, Kan me explicó todo —Kutz respondió y se acercó, el otro tipo se quedó de pie con los brazos cruzados junto a la puerta—. Recalco que es de suma importancia.

    —Es correcto, por eso te envió a ti Kutz. Eres una de mis mejores asesinas —Tzootz afirmó y Kutz sonrió con aire triunfante al escuchar eso. Tzootz se acercó al televisor para apagarlo. La habitación quedó completamente en tinieblas a excepción de la escasa luz que entraba por la ventana. Tzootz se dirigió hacia el tipo que seguía de brazos cruzados—. Dime, Kibray, ¿cómo te sientes? ¿Estás listo para tu primera misión?

    —Más que listo, señor —respondió Kibray. También tenía una voz joven y confiada. Kibray dio un paso hacia atrás e hizo una exagerada reverencia.

    —No hay necesidad de tanta formalidad, y por favor, llámame Tzootz —sonrió. Kibray asintió con la cabeza y regresó a su postura de brazos cruzados—. Muy bien, Kibray, ¿recuerdas cuál es nuestra regla más importante?

    —Por supuesto —Kibray continuó, estaba ansioso—: Jamás asesinéis a alguien inocente. Si nuestra vida está en juego, podemos hacer una excepción.

    —Excelente, Kibray. Aunque permíteme decirte que nunca hemos hecho la excepción, ya que nunca fallamos en nuestro trabajo. Pero efectivamente, si tu vida corre peligro, puedes romper la regla. —Tzootz sonrió, y aun en la oscuridad se podían ver sus relucientes dientes blancos—. Sin duda estás listo, Kibray, te deseo buena suerte en tu primera misión.

    —Gracias señ… Tzootz —respondió Kibray y guardó sus manos en los bolsillos de la túnica.

    —Kutz, confío en que todo salga bien —continuó Tzootz y colocó su mano derecha sobre el hombro izquierdo de Kutz—. Pero sabes que no me gusta correr riesgos, por lo que le he pedido a Keh que esté cerca, por si acaso.

    —Entiendo —respondió Kutz con aire molesto. Tzootz bajó su mano, —pero no creo que necesite su ayuda.

    —Sin duda, la confianza en ti siempre ha sido tu fuerte; sin embargo, la confianza suele traicionar —Tzootz alzó la cabeza y Kutz asintió mientras desviaba la mirada hacia la ventana—. Le pedí a Keh que hiciera una distracción, pero creo que está exagerando un poco. ¿No crees?

    Tzootz y Kutz dirigieron su vista hacia las nubes donde aparecieron los primeros relámpagos que iluminaron la habitación. En pocos segundos, la lluvia se hizo presente.

    —Sí, siempre le gusta presumir a mi hermano —sonrió Kutz y negó con la cabeza—. Solo espero que no arruine la Nochebuena.

    —Eso no es de importancia, no hay más que hablar —dijo Tzootz y se dirigió de nuevo hacia la ventana. Otro relámpago iluminó la habitación, pero él ya estaba de espaldas—. El avión está por aterrizar, será mejor que se vayan. Y recuerda, Kutz, solo necesitamos al niño, no hay necesidad de asesinatos esta vez.

    Kutz asintió con la cabeza y los dos se retiraron cerrando la puerta con delicadeza.

    —El tiempo se acaba —dijo Tzootz, y cerró las cortinas dejando la habitación en completa oscuridad—. Y esto recién comienza…

    Aeropuerto Internacional de Guadalajara

    Ángel y Elena bajaron del avión y la lluvia ya caía a cántaros. Caminaron rápido hacia la sala principal para recoger su equipaje, pero algo desanimó aún más a Elena: había demasiadas personas haciendo filas y más filas. Elena solo suspiró y se colocó junto a su esposo al final de la línea para recoger su equipaje. Observaban gente apurada que entraba y salía del aeropuerto, todos se cubrían la cabeza con una maleta, con algún periódico o lo que fuera. Nadie esperaba que lloviera. Todo fue repentino.

    —Ángel, tengo que ir al baño... —dijo Elena al momento de exhalar lentamente mientras ponía sus dedos en sus labios. También sus mejillas estaban infladas mientras sus ojos lagrimaban. Elena caminó rápido hacia los baños que estaban más cerca y casi derriba a una señora al entrar. Ángel solo observaba a su esposa alejarse mientras daba un pequeño paso hacia delante en la fila. También él suspiró. La paciencia nunca había sido algo que tuviera.

    Elena entró apresuradamente en el baño de mujeres y se alegró de que no hubiera nadie. Encontró un espacio vacío y entro rápidamente. Después de deponer un poco, se sintió mejor, aunque más débil que antes. Se dirigió al lavabo, se enjuagó un poco la boca y se refrescó el rostro. Eso la hizo sentir un poco mejor, pero el mareo seguía presente. «Qué espantosa me veo», se dijo para ella misma al ver su reflejo en el amplio espejo del baño: estatura mediana y apariencia joven de no más de veinticinco años. Piel joven y morena. Tenía el cabello negro y lacio que llegaba hasta su espalda, aunque en esos momentos su cabello era lo que más la espantaba. Elena se acomodó su despeinado pelo cuando volvió a suceder, corrió hacia el mismo inodoro y continuo deponiendo.

    —Aquí tiene, señor, ¡que pase una feliz Navidad! —exclamó un amable hombre al entregar varias maletas a Ángel—. ¡El que sigue!

    —Gracias, feliz Navidad —Ángel sonrió tímidamente y suspiró al ver las siete maletas que tenía ante él, de las cuales cinco eran de Elena y una contenía material importante de su trabajo. La última era la de su ropa. Ángel volteó a todos lados en busca de su esposa, pero recordó que no se sentía bien, así que ideó una forma de tomar las siete maletas con sus dos manos.

    —¿Necesita un carrito? —ofreció amablemente una mujer que también entregaba el equipaje.

    —Eh… Sí, por favor, muy amable —respondió Ángel mientras al mismo tiempo tomaba un pequeño carro donde acomodó con cuidado las maletas unas sobre otras en perfecto orden—. Muchas gracias.

    —Por nada, feliz… —la amable señora dejó de sonreír mientras veía el exterior donde la lluvia caía a cántaros—. Feliz navidad.

    Ángel devolvió el gesto y se alejó mientras empujaba suavemente el carrito. Dirigió su vista hacia el baño donde había entrado Elena, pero ella aún no salía. Se detuvo a esperarla junto a una máquina expendedora, buscó en el bolsillo de su pantalón y sacó un par de monedas, pero antes de introducirlas vio su reflejo en el vidrio de la máquina. Ángel era alto, delgado y, a pesar de su joven edad, la calvicie comenzó a atacarlo hace varios de años, lo que lo deprimía un poco. Llevaba puesto unos jeans y una camisa a cuadros color azul. Sobre ella tenía puesta una chamarra color café. Tenía una expresión tranquila y sus oscuros ojos estaban detrás de sus anteojos. Ángel se los acomodó y observó todo lo que tenía para elegir. Introdujo las monedas y seleccionó unas galletas de coco, pero un ruido lo distrajo al igual que la mayoría de personas que había a su alrededor. Un fuerte trueno seguido de relámpagos inundaron el oscuro cielo, segundos después, la lluvia comenzó a descender con más fuerza.

    —«Una Navidad inolvidable» —suspiró Ángel al recordar sus palabras. Abrió el paquete y saboreó una de sus galletas. Le gustaba sentir su crujir. Sintió a alguien detrás de él y no tuvo que voltear a ver para darse cuenta de quién era. —¿Te sientes mejor?

    —Un poco, pero todavía me siento mareada —respondió Elena y se deprimió más al ver el cielo y la gente que corría en todas direcciones. Ya no les importaba cubrirse la cabeza, solo querían refugiarse de la tormenta en cualquier lado.

    —Cómete una, te sentirás mejor —Ángel le ofreció una galleta su esposa.

    —No, gracias. En estos momentos lo último que quiero es comida —respondió Elena e hizo una mueca al ver las galletas—. Además, no me gusta el coco.

    —¿Desde cuándo? —Ángel frunció el ceño.

    —Desde siempre —se impacientó Elena.

    —¿En serio? —Ángel saboreó otra galleta y sonrió—. Solo bromeaba, por supuesto que lo sé.

    —Claro —Elena se cruzó de brazos y se adelantó.

    —Muy bien, entonces vámonos —Ángel empujó el carrito y siguió a su esposa. Antes de salir, vio un par de taxis que esperaban afuera del lugar.

    Salieron de la sala principal y Ángel hizo una seña a uno de los taxis para que se acercara, pero de todas formas se mojaron cuando se dirigieron hacia él. Elena corrió y Ángel abrió la puerta del asiento trasero para que entrara rápidamente. Elena se refugió en el asiento de atrás con el cuerpo completamente empapado. El chofer se bajó rápidamente para abrir la cajuela. Ángel corrió de regreso por el carrito con el equipaje y se dirigió hacia la cajuela del taxi, por querer esquivar un charco, chocó accidentalmente contra un hombre que caminaba por la banqueta, el hombre perdió el equilibrio y cayó sobre el mismo charco, una de las llantas del carrito se atoró con una grieta y casi todas sus maletas cayeron a la banqueta.

    —¡Mierda! —se molestó Ángel, pero la lluvia hizo inaudible su enojo. Se agachó a recoger las maletas, pero la mayoría ya no estaban. Dirigió su mirada hacia arriba y el mismo hombre con el que chocó cargaba la mayoría de su equipaje.

    —Disculpe, señor, no lo vi —se disculpó el hombre quien, al igual que Ángel, se encontraba todo empapado. Estaba cubierto con una chamarra deportiva y una gorra que impedía ver sus ojos, solo se veía una sonrisa radiante—. Permítame ayudarle. Vaya sorpresa, quién iba a imaginar que llovería.

    —Ya lo creo, qué desagradable sorpresa —Ángel intentó ser amable con él, pero la paciencia no era su fuerte—. Se lo agradezco, señor.

    Ángel extendió sus manos para recibir su equipaje.

    —De ninguna manera, señor —vio que dos personas los observaban desde el taxi que estaba frente a ellos. El tipo se encaminó a la cajuela y acomodó el equipaje de Ángel. Ya que todo estuvo en orden, se despidió—. Me vuelvo a disculpar, señor, y que tenga una feliz Navidad.

    —Igualmente —Ángel subió al asiento de atrás junto a su esposa y dirigió su mirada al tipo que se quedó viendo el automóvil. Ángel dirigió su atención al chofer. —Por favor, arranque, tenemos prisa.

    —Yo también —respondió el taxista. Tenía una voz peculiar… un poco fingida.

    El taxista dirigió una última mirada al señor con el que chocó Ángel. Él los observaba desde afuera sin moverse a pesar de la tormenta. Ángel no pudo dejar de ver al taxista a través del retrovisor. Joven y de piel blanca, cabello castaño casi rubio que caía por su espalda en una bien elaborada cola de caballo… demasiado elaborada. Pero lo que más confundía a Ángel eran los rasgos del taxista. Sus ojos pequeños combinaban a la perfección con su cabello, que por cierto, se veía muy bien cuidado. Sus cejas eran delgadas y bien definidas, sin duda no era la típica apariencia de un taxista. Pero todo parecía normal en cuanto a su bigote, que cubría gran parte de su pequeña boca. Al último, Ángel no le dio mucha importancia y volteó la vista hacia atrás. Algo lo desconcertó. Entre la lluvia, justo donde estaba el tipo que lo ayudó con su equipaje, había un extraño humo color rojo que se disipó al instante. Ángel quedó confundido y dio una última mirada al taxista a través del espejo retrovisor, el taxista también lo estaba viendo, pero ambos desviaron sus miradas al momento de hacer contacto visual. Había algo en el taxista que Ángel hizo que sintiera desconfianza. Seguro que eran ideas suyas.

    El camino fue lento y Ángel agradeció que el chofer no fuera como esos taxistas que hacen plática de cualquier cosa. Ángel dirigió su mirada hacia su esposa, quien respiraba lentamente a causa de su constante mareo. Ella bajó un poco la ventana para respirar aire fresco, pero la subió rápidamente a causa de la lluvia que rápidamente se filtraba hacia dentro. Heladas y delgadas gotas salpicaron a Ángel.

    —¿Te sientes mejor? —Ángel tomó la mano de su esposa.

    —Un poco. —Elena inhalaba y exhalaba lentamente, de repente, estornudó un par de veces—. Sumemos resfriado a la lista. Tenias razón, una navidad inolvidable.

    —Pronto llegaremos y te sentirás mejor. —Ángel besó la mano de su esposa—. Veremos a nuestro bebé y a mi hermano. Celebraremos Navidad como una familia.

    —Es lo único que deseo —Elena respondió y se recargó en el hombro de su esposo—. La primera Navidad de nuestro pequeño, es realmente emocionante.

    —Y las que faltan —sonrío Ángel, y perdió su vista en la ventana que estaba completamente empañada—. Somos muy afortunados.

    Elena iba a decir algo pero el ruido de la radio del taxista los distrajo.

    —Sí, me dirijo hacia la Estancia. Ajá, sí, nos vemos en un rato—. El taxista hablo rápido a través de un pequeño radio transmisor que tenía. Ángel no dejaba de pensar en lo extraña que era la voz del taxista y dirigió su mirada al frente. Le pareció ver que el taxista torcía un poco sus labios como si disimulara una sonrisa, pero de seguro estaba imaginando. Solo quería llegar a casa de una buena vez.

    Después de largos semáforos en alto, grandes olas provocadas por los camiones y embotellamientos en los cruces, al fin llegaron a casa. Un edificio de departamentos con cuatro pisos ubicado en una esquina. Ángel pidió al taxista que se detuviera en la cochera correspondiente a su departamento para estar más cerca de la entrada, ya que al parecer, en este lado de la ciudad la lluvia era más estruendosa. Ángel pagó al taxista y corrió hacia la entrada, buscó en su bolsillo y sacó sus llaves. Abrió rápidamente el cancel y con el pie acomodó una roca que estaba cercana para que el cancel no se cerrara. Ángel regresó corriendo al taxi y ayudó a su esposa. Después de tres vueltas del taxi a la puerta, bajó todas las maletas y agradeció al taxista, quien arranco y dio la vuelta en la esquina.

    —No te esfuerces, tú sube y yo me encargo de las maletas— le dijo Ángel a Elena, quien todavía respiraba lentamente para sentirse mejor. Elena asintió con la cabeza para después dar otro estornudo. Se habían vuelto a mojar. Elena caminó pausadamente y subió por las techadas escaleras. Subía lentamente apoyándose de los pasamanos, saludando a los únicos vecinos en el segundo piso y deseándoles una feliz Navidad. Doce departamentos conformaban ese edifico de cuatro pisos, pero solamente cinco estaban ocupados en esos momentos, de los cuales tres estaban deshabitados debido a las fiestas, por lo que el departamento once y el cuatro eran los únicos habitados por el momento. Elena seguía subiendo con dificultad y unos cuantos escalones abajo la seguía su esposo cargando con mucho aunque no todo el equipaje, pero más que nada, quería ver que su esposa estuviera bien. Al fin llegaron al cuarto piso y al departamento número once. Junto a la puerta de madera, que estaba adornada con un par de macetas a los lados y un foco iluminando la entrada, se encontraba una ventana con una cortina blanca que impedía la visibilidad. Frente a la ventana había una vista de cuatro pisos directamente hacia el estacionamiento. Ángel bajó las maletas, recuperó el aliento, tocó la puerta y gritó:

    —¡Carlos, hermano, somos nosotros! Ábrenos, que nos estamos mojando. —Rápidamente una silueta se vio a través de las cortinas y se escucharon unos pasos seguidos de los seguros de la puerta. Alguien abrió la puerta. Era un hombre alto y pasado de peso que les sonreía de oreja a oreja. Usaba una chamarra deportiva que no le cerraba, dejando ver una playera negra por donde resaltaba su redonda panza. Tenía el cabello del mismo color que el de Ángel, aunque a Carlos todavía le quedaba todo su cabello, que estaba peinado hacia atrás. Tenía las mismas facciones que Ángel, pero una cara mas redonda.

    —¡Hermano, qué gusto! —Carlos sonreía y se hizo a un lado para que pasara Elena. Ayudó a su hermano a meter las maletas en la sala. Terminando de meter las maletas, abrazó a su hermano—. ¿Cómo estuvo el viaje de regreso?

    —Largo y tedioso, además, Elena no se siente muy bien —Ángel vio a su esposa, quien tomó asiento en el sofá individual—. Voy a bajar por las demás maletas, no tardo.

    —¿Quieres una mano? —Carlos ofreció y se acercó a la puerta.

    —No te preocupes, ya son pocas —respondió Ángel y se encaminó escaleras abajo.

    Carlos emparejó la puerta para que no entrara la lluvia y dio un vistazo al departamento. Entrando se encontraba la pequeña sala, tres sofás tapizados con un diseño floral rodeaban una pequeña mesa de centro adornada con un florero, que estaba acompañado por un cenicero con un cigarro a punto de extinguirse. Detrás de uno de los sofás, había una ventana que casi abarcaba toda la pared y estaba entreabierta, dejando ver la estruendosa lluvia que parecía no tener fin. En un pequeño espacio en una esquina de la sala, entre dos sofás había una pequeña mesita donde descansaba un teléfono y, temporalmente, un muy bien adornado y luminoso árbol de Navidad. Junto a la puerta había un librero ocupado por un gran televisor y una nueva videocasetera VHS. A pocos pasos de la sala se encontraba un pequeño comedor de madera con espacio para cuatro personas, y sobre este una lámpara con ventilador.

    Carlos se encaminó hacia la cocina y tomó un vaso de vidrio. Lo llenó con agua y regresó hacia Elena.

    —Toma un poco de agua —le ofreció Carlos—. Te sentirás mejor.

    —Gracias, Carlos. —Elena bebió un poco y acomodó el vaso junto al cenicero. Hizo una mueca al ver el cigarro, pero no dijo nada al respecto—. Por cierto, muchas gracias por ayudarnos tanto. En la casa y cuidando al bebé. En verdad, muchas gracias.

    —Eh, sí, sí claro… no hay problema. —Carlos se rascó la nuca y no sabía qué decir. Parecía nervioso.

    Se escucharon pasos provenientes de afuera y Carlos aprovechó para abrir la puerta. Ángel regresó con el resto del equipaje. Sonrió al ver que su esposa se sentía mejor. Dejó las maletas junto a las otras y miró detenidamente a su hermano.

    —¿Estás bien? Te ves nervioso —comentó Ángel.

    —Es la emoción de la Navidad. Me siento como niño —rio Carlos mientras se llevaba las manos a la barriga—. Ya quiero ver el regalo que me compraste.

    Los tres rieron. Carlos y Ángel tomaron asiento.

    —Le decía a Carlos lo agradecida que estoy por cuidar a nuestro bebé —dijo Elena y bebió más agua.

    —Es cierto, hermano, siempre estaré en deuda contigo. —Ángel tomó el hombro de su hermano y Carlos no sabía qué decir.

    —Ah, no es nada —se volvió a rascar la nuca—. No se pongan sentimentales que me harán llorar.

    —Por cierto, ¿cómo se ha portado? —Ángel cambió de tema y se puso de pie en dirección a las habitaciones. Carlos también se puso de pie frente a él para impedirle el paso. Se veía más nervioso y Ángel lo notó—. ¿Qué pasa?

    —Nada… es solo que… no sé cómo decirlo. —Ángel abrió los ojos al igual que Elena, quien se puso de pie. Los dos se alarmaron. En ese momento, se escuchó un trueno que hizo vibrar las ventanas—. Cálmense, por favor.

    —¿Carlos, qué está pasando? —Ángel preguntó, intentando ser paciente. Carlos no respondía y Ángel se estaba molestando—. Déjame pasar.

    Ángel movió a Carlos de en medio, pero algo lo detuvo. Alguien abrió la puerta de la casa y dejó entrar la lluvia.

    —Disculpe, señor, olvidó esta maleta en el taxi. —Era el taxista, quien se había tomado la molestia de llevarles su equipaje. También estaba completamente empapado.

    —Ah… gracias, seguro que con la prisa la olvidé. —Ángel estaba desesperado—. Ya puede irse.

    —¿Irme? Si la fiesta está por comenzar. —El taxista cerró la puerta de un azote y se arrancó su bigote, el cual Ángel sospechaba que era falso, y así lo fue. También se quitó la desgastada gorra, arrojándola al suelo. Se quitó la liga que formaba su cola de caballo, una larga y hermosa cabellera caía como una cascada sobre su espalda. Se acomodó el cabello húmedo y sonrió. Era un chica de aproximadamente veinte años con estatura un poco baja, delgada y piel blanca. Tenía facciones pequeñas y hermosos ojos que hacían juego con su cabello. Además, tenía una mirada desafiante.

    —¡Excelente entrada, Kutz, te felicito! —exclamó Carlos aplaudiendo. Ángel y Elena estaban confundidos—. Solo que hay un problema, no te vayas a enojar… El mocoso no está aquí.

    —¿Qué? No digas estupideces —Kutz caminó hacia ellos con aire molesto.

    —¿De qué mocoso hablan? ¡¿Nuestro bebe?! ¡¿Carlos, qué está pasando?! ¿Dónde está nuestro hijo? —Ángel bombardeaba con muchas preguntas y perdía la paciencia. Tomó a su hermano por el cuello de la chamarra mientras veía a Kutz.

    —¡Cállense! —Kutz movió su mano izquierda horizontalmente y creó una ráfaga de aire tan fuerte que hizo que Ángel y Elena cayeran en los sillones. Kutz se dirigió hacia Carlos—: Explícate.

    —Ya te dije que aquí no está el niño —Carlos se molestaba, pero no dejaba de sonreír—. Cuando llegué, solo estaba el hermano gordo de este viejo histérico, y el muy canalla se resiste a hablar.

    —Ah, qué bien —respondió Kutz, y sonrió mientras veía a Ángel—. Tráelo, que yo lo haré hablar. Tengo mis métodos.

    —Buena idea. —Carlos se dirigió a la habitación que estaba más lejos y regresó con alguien idéntico a él, pero estaba amordazado y atado con las muñecas detrás de su espalda. El Carlos que los recibió arrojó al otro Carlos hacia el sillón.

    —¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ángel al ver a los dos Carlos. Pensó que estaba enloqueciendo—. ¿Quiénes son ustedes?

    —Aquí vamos, una vez más… —suspiró Kutz y volteó a ver al Carlos que estaba de pie—. Verás, Kibray, esto es algo de todos los días. Cuando vamos a una misión, siempre hacen las mismas estúpidas preguntas. «¿Quiénes son?», «¿qué quieren?». Bla, bla, bla… Dejaré que les respondas, ya que es tu primera misión y yo ya estoy harta.

    —Perfecto, ve esto, Kutz —dijo el Carlos que estaba de pie, y sonrió emocionado. Se quitó la chamarra y la arrojó al suelo. Su cuerpo lentamente fue cambiando de forma, tamaño y volumen hasta quedar en un joven moreno con cabello color negro y corto. Aún seguía con la ropa que traía, la cual le quedaba muy grande. Ángel, Elena y Carlos observaban boquiabiertos. Lentamente, Ángel desataba la cuerda que sostenía las manos de su hermano—. Soy Kibray, miembro más reciente de la organización Kanan, y mi poder es demasiado bueno, tanto que los engañé.

    —Suficiente —Kutz se impacientó y dio un paso adelante. Movió su mano derecha creando otra ráfaga de aire haciendo volar la mesita del centro, que se estrello contra la pared. La mesa quedó destruida, el florero se hizo mil pedazos y las flores quedaron desechas. Se acercó al verdadero Carlos y quitó su mordaza de un jalón—. Escucha, gordo, mientras más rápido cooperes, más rápido nos vamos. ¿Dónde está el niño?

    —No se preocupen, el niño está a salvo —Carlos contestó, pero la respuesta estaba dirigida hacia Ángel y Elena.

    —No me estás ayudando. —Kutz se acercó a Carlos y lo miró de frente—. Necesitamos al niño, ¡ahora!

    —No les diré dónde está. —Carlos temblaba, pero se atrevió a enfrentarlo—. Así que ya pueden irse.

    —Oh, el gordo sabe jugar —rio Kibray. Se acercó hacia la televisión y le subió todo el volumen en un canal donde transmitían a artistas famosos cantando villancicos—. No queremos que los vecinos escuchen, esta fiesta será algo ruidosa.

    —Recuerda la regla —Kutz fulminó con la mirada a Kibray.

    —Solo lo haremos hablar. —Kibray continuó hacia Carlos, pero tomó a Ángel por el cuello de la camisa y lo levantó. A pesar de que Kibray era más pequeño que Ángel, no tuvo dificultad alguna para alzarlo. Con una fuerza fuera de lo normal, Kibray arrojó a Ángel hacia el comedor de vidrio, que se rompió en mil pedazos, pero el ruido de la televisión y el de la lluvia ahogó su estruendo.

    —¡¿Dónde está el niño?! —Kutz gritaba para hacerse escuchar. Carlos temblaba al ver a su hermano tendido sobre los cristales rotos, y Elena temblaba de pies a cabeza, pero era incapaz de moverse. Kutz no obtuvo respuesta y suspiró desesperada— Continúa, Kibray.

    Kibray se acercó y volvió a levantar a Ángel, pero esta vez lo colocó con el rostro hacia abajo y lo arrojó a los cristales rotos. Ángel se movió lentamente en el suelo con varios cristales incrustados en él. Su rostro sangraba poco a poco mientras los pequeñas cristales se le desprendían de la piel.

    —¿Dónde está el niño? —Kutz perdía la paciencia, pero Carlos no decía ni una palabra. Kibray comenzó a patear el estómago de Ángel. Kutz observó a Carlos, pero no decía nada. Solo comenzó a llorar en silencio. Junto a él, Elena estaba paralizada—. Ya déjalo, Kibray, lo vas a matar. Ahora lo haremos a mi manera.

    Kibray dio unos pasos hacia atrás entre jadeos con una gran sonrisa mientras veía a Ángel tendido sobre los cristales.

    —Última oportunidad, panzón, mejor dinos lo que queremos saber —dijo Kibray a Carlos, pero seguía sin abrir la boca—. ¿No? Bien, pon atención, que esto va a estar bueno.

    Kutz se hizo para atrás y, lentamente, alzó su mano derecha creando una ráfaga de aire en la palma de su mano, rápidamente esta se hizo más grande hasta volverse visible. Era como ver un pequeño tornado sobre la mano de Kutz. Ella arrojó el pequeño huracán hacia Elena, quien se alzó entre gritos. El huracán se hizo más grande hasta estar del tamaño de Elena, donde ella quedó atrapada dentro de este.

    —¿Dónde está el niño? —Kutz preguntó a Carlos, quien veía aterrado cómo Elena luchaba por zafarse mientras flotaba en la sala, pero sin resultados. Carlos seguía sin decir nada y Kutz suspiró con impaciencia—. Qué mal, espero que puedas vivir con tu conciencia.

    Kutz movió su mano hacia arriba de una manera brusca, y al hacerlo, el huracán se elevó con Elena aún dentro, haciendo que ella se elevara hasta chocar fuertemente contra el techo. Kutz movió su mano hacia abajo y pasó lo mismo pero en esa dirección. Elena cayó de pie y se estrelló en el suelo, pero se le doblaron los tobillos, seguido todo de un fuerte crujido. Ella gritó de dolor mientras Kutz seguía haciendo lo mismo con expresión aburrida. Carlos se había puesto pálido, pero no podía hablar. No quería hablar. Kutz hizo los mismos movimientos repetidamente hasta que Elena quedó inconsciente. Kutz la sostuvo frente a ella y observó a Carlos, quien veía horrorizado la escena, pero no dijo nada. Kutz negó con la cabeza e hizo un movimiento horizontal más brusco que los anteriores, haciendo que Elena saliera disparada hacia la puerta de la cocina, derribándola y cayendo de bruces al suelo. Carlos tuvo suficiente.

    —¡Si tanto te interesa el niño, ve y pregúntale a tu amigo! —Carlos estalló y se puso de pie para hacerles frente. Cerró los puños pero se quedó quieto donde estaba.

    —¿De qué estás hablando? —Kutz y Kibray se postraron con intimidación frente a él. Carlos era mucho más grande que ellos, pero él era el intimidado—. ¡¿Cuál amigo?!

    —¡En la tarde vino alguien disfrazado con una ridícula túnica color roja llena de extraños tatuajes y me advirtió que se llevarían al niño! ¡Me dijo que ustedes son sus amigos, sus compañeros… no recuerdo! —Carlos estaba temblando—. ¡Me dijo que pasara lo que pasara no les tenía que decir dónde estaba el niño! ¡Y tenía razón! ¡Escondí al niño de ustedes!

    Kibray se enfureció y propinó un golpe en la mejilla de Carlos, dejándolo inconsciente.

    —¡¿Por qué hiciste eso?! —Kutz se enfureció y empujó a Kibray—. ¡Qué estúpido eres!

    —Me desespera este idiota. —Kibray se excusó y volteó a ver a Kutz con ojos confusos—. ¿Significa que alguien nos traicionó?

    —Sí, alguien nos traicionó. Pero eso no importa ahora. —Kutz dio vueltas en la destruida sala mientras pensaba. Se llevó las manos a la cabeza y arrojó otra ráfaga de viento al televisor, que quedó destruido al contacto. Le desesperaba el ruido fuerte. Al final no tuvo ninguna idea—. Tenemos que encontrar al niño.

    —¿Y dónde buscamos? —preguntó Kibray mientras se sentaba en el sofá junto a Carlos, quien seguía inconsciente.

    —¡No sé! —Kutz se cruzo de brazos y apretó los ojos—. Iré a buscar en los otros departamentos, o no sé, la verdad, es el único lugar que se me ocurre por ahora, y tú te quedarás a vigilarlos. Y haz que el gordo despierte.

    —¿Y si aún no quiere hablar? —Kibray se volvió a poner de pie—. Y tampoco podemos matarlo. Es el único que sabe dónde está el niño, y además también es inocente…

    —¡Al diablo las reglas! —estalló Kutz y apretó los puños—. Tienes razón, si no quiere hablar, lo llevaremos con Moan, ella puede leer la mente. De preferencia haz que hable. Nunca he decepcionado a Tzootz y no quiero empezar con eso.

    —Entendido. —Kibray obedeció y lentamente se transformo en Ángel, aunque con la misma gigantesca ropa deportiva. Se escuchó una explosión seguida de humo color rojo. Kutz había desaparecido. Kibray se había transformado en Ángel, tomó al verdadero, que estaba tendido sobre los cientos de cristales rotos, lo llevó a la cocina y lo recostó junto a Elena, quien también estaba inconsciente. Kibray regresó y se arrodilló junto a Carlos. Dio unos golpecitos en su mejilla—. Carlos, despierta, hermano.

    Después de intentarlo unos segundos, Carlos despertó y se sobresaltó al ver a su hermano con su gigantesca ropa.

    —¡Ángel, por Dios, menos mal que estás bien! —Carlos miraba directamente a los ojos de su hermano—. ¿Ya se fueron?

    —Ya, todo está bien. —Kibray sonrió y eso reconfortó a Carlos. Era todo un actor—. No se pudieron llevar a nuestro hijo.

    —Maravilloso, él no está aquí cerca, lo dejé con Ad… —Carlos cambió su expresión al ver la gigantesca ropa de él en el cuerpo de su hermano. Se hizo para atrás y se colocó en guardia—. ¡¿Crees que puedes engañarme?!

    —No creo, lo volví a hacer. —Ángel rio mientras su cuerpo se volvía a transformar en el de Kibray—. Esto en verdad es divertido, pero ya fue suficiente. Danos lo que queremos.

    —Jamás —Carlos dio otro paso hacia atrás y chocó con la pared.

    —Vamos, Carlos. Dime dónde está el niño y nos iremos, te lo prometo —pidió Kibray con tono amable—. Verás, es mi primer día de trabajo y me estás haciendo quedar mal. Tengo que dar una buena impresión a mi jefe o se va a enojar y todo eso, tú sabes.

    —No te lo diré, así que puedes ir buscando otro empleo. —Carlos se seguía resistiendo—. Supe que están buscando cajeros en el supermercado que esta aquí a tres cuadras.

    —¡¿Te parece gracioso?! —Kibray se enfureci, tomó a Carlos por la mandíbula y apretó fuertemente—. Admiro tu fuerza de voluntad, Carlos, pero todos tenemos un límite… ¡TODOS!

    Kibray apretó aún más la mandíbula de Carlos y estrelló con fuerza su cabeza contra la pared. Él solamente se sobresaltó, pero no se quejó, se frotó la cabeza y se asustó un poco al ver su mano cubierta de sangre. Kibray se dirigió hacia a la cocina y, para sorpresa de él, Ángel estaba sentado en el suelo intentando que Elena reaccionara.

    —Préstame a tu esposa un minuto. —Kibray fue más rápido y la jaló de un brazo, arrebatándola de Ángel. Kibray examinó lentamente a Elena, sus ojos se detuvieron en su joven cuerpo—. Qué mujer tan hermosa tienes. Perdón, tenías.

    Kibray lentamente besó una mejilla de Elena y le guiñó un ojo a Ángel para después reír. Se dio media vuelta en dirección hacia Carlos. Dio un par de pasos cuando algo lo distrajo. Detrás de él irradiaba una intensa luz color verde, Kibray se giró para ver de dónde provenía la cegadora luz.

    —¿Qué demonios…? —Kibray se desconcertó al ver a Ángel, a quien lo rodeaba un halo de luz verde por todo su cuerpo. Sus ojos eran del mismo tono verde jade—. Qué se supone que es esto…

    Ángel se movió con una velocidad impresionante. De un movimiento tomó a Elena en su brazo izquierdo y con la derecha propinó un golpe en el rostro de Kibray, haciendo que saliera disparado hacia la sala. Kibray se estrelló en la pared junto a Carlos, pero rápidamente se puso de pie.

    —¡Venga, al fin algo de emoción! —Kibray se frotó la mandíbula donde lo golpeó y escupió sangre. Sus ojos eran una mezcla de ira y emoción. Se quitó la gigantesca camisa y tenía una camisa de resaque color negro. Estiró sus brazos para pelear—. ¡En guardia, viejo!

    Ángel recostó lentamente a Elena en el suelo de la cocina. Aún tenía ese extraño brillo color verde jade. Se puso de pie y caminó hacia Kibray, mientras que Carlos se alejaba lentamente observando confuso a su hermano. Kibray también se acercó y se movía de un lado a otro haciendo fintas, pero Ángel fue más rápido y se paró delante de él. Ágilmente Kibray dio un salto hacia atrás y dio un impresionante salto hacia el techo. Colocó las palmas de sus manos y la suela de sus zapatos sobre el techo, pegándose como si fuera un lagarto.

    Rápidamente se desplazó por el techo hacia el otro lado de la sala y volvió a bajar al suelo. Nuevamente Kibray intentó acercarse haciendo movimientos alrededor de Ángel, como si él fuera su presa. Cuando se colocó tras él, atacó con la derecha, pero Ángel tomó su mano y Kibray quedó atrapado. Ángel lo arrojó fuertemente al suelo haciendo que se cuarteara el piso. Kibray intentó escapar ayudándose con sus dedos que rascaban el suelo como si fueran garras, pero fue inútil. Ángel golpeaba sin piedad a Kibray en el rostro con una fuerza sobrehumana. Cada golpe que daba hacia que se hundiera en el piso. Después de unos segundos, Ángel se puso de pie y levantó a Kibray por el cuello. La sangre brotaba de su rostro, en especial del ojo izquierdo, que no era más que un hoyo negro. Ángel lo observó unos momentos y Kibray lentamente cambió su apariencia. Una mujer ocupó su lugar, joven y bella, cabello largo de color negro y piel morena, pero con el rostro igual de golpeado, lo que le quitaba casi toda su belleza.

    —Cariño… ¿por qué me pegas? —Elena preguntó a Ángel con tono suplicante, tenía la respiración entrecortada y el rostro cubierto de sangre—. ¿Ya no me amas?

    Ángel enfureció y emitió un gruñido escalofriante que no sonaba nada proveniente de un humano. Cerró su puño derecho y dio un golpe fuertemente que dio directo en la parte derecha del rostro de Kibray. El impacto del golpe hizo que saliera disparado hacia la pared, estrellándose y cayendo de bruces. Kibray no se movió. Ángel se acercó lentamente hacia la cocina cuando algo lo distrajo. El ruido de una explosión seguida de humo color rojo se esparció por toda la sala.

    —No tuve suerte, Kibray, ¿lograste que el gordo hablara? —Kutz apareció con su cabello empapado y la ropa tan mojada que se le pegaba al cuerpo. Vio a Ángel y su expresión se llenó de miedo—. No puede ser…

    Ángel se olvidó por un momento de su esposa y dirigió su atención hacia Kutz, quien movía sus manos ágilmente alrededor de ella creando una especie de esfera de aire que la rodeaba. Todos los objetos de la sala fueron atraídos como si hubiera una aspiradora gigante, y estos giraban alrededor de la esfera con Kutz dentro, quien permanecía a salvo.

    —Vaya vaya, ahora veo por qué Tzootz me confió esta misión. Nunca imaginé que volvería a ver a un descendiente de Miguel. Creí que su linaje se había perdido hace siglos —dijo Kutz y entrecerró los ojos—. La pregunta es: ¿serás tan fuerte como lo fue él?

    Ángel no hablaba, solo observaba. Estaba en una especie de posesión, donde no escuchaba ni reaccionaba. Dio un paso hacia adelante y rápidamente se deslizó hacia donde estaba Kutz. Intentó tomarla por el cuello, pero al hacer contacto con la esfera de aire, sufrió una herida profunda en la mano provocando que chorros de sangre brotaran; sin embargo, no se quejó, y solo observaba buscando una forma de atacarla. La herida de su mano se cerró al instante.

    —Mi esfera de aire me defiende de cualquier ataque exterior —explicó Kutz—. El viento a una muy alta velocidad es capaz de cortar y aplastar, y sobre todo, proteger. Mi esfera es el escudo perfecto.

    Kutz no se movía de su lugar, la esfera seguía protegiéndola y Ángel la rodeaba del mismo modo que Kibray lo hizo con él, examinando y buscando un punto débil. Kutz solo estaba ganando tiempo, pero olvidó que no eran los únicos en la sala.

    Intentando ayudar a su hermano, Carlos observó a su alrededor para ver qué podía usar, y la respuesta estaba sobre Kutz. Había un hoyo en el techo donde estaba la lámpara con el ventilador que Kutz desprendió al momento de hacer la esfera de aire. Unos cables destruidos se desprendían entrelazados creando chispas y unas pocas descargas eléctricas. Carlos sonrió y se puso en movimiento. Se arrastró lentamente para no ser detectado, esquivando los cristales rotos y las cosas que flotaban en la habitación. Lento pero seguro, llegó a la cocina. Tragó saliva al ver a su cuñada tendida en el suelo, apretó los ojos y se concentró en lo que tenía que hacer. Removió entre los escombros y encontró lo que buscaba, un recipiente lo suficientemente grande para guardar alimentos. Se puso de pie y rezó por que las tuberías no estuvieran rotas. Abrió la llave y sonrió aliviado al ver que el agua fluía normalmente. Llenó el molde hasta el tope y regresó lentamente a la sala, ahora con más dificultad, porque no quería derramar ni una gota. Se colocó lo más cerca que pudo de Kutz sin ser detectado y esperó el momento adecuado.

    Mientras tanto, Ángel seguía dando vueltas alrededor de Kutz, buscando una forma de entrar en la esfera. Kutz giró su cabeza y sonreía burlonamente a Ángel. Entonces fue cuando Carlos atacó.

    —¡Toma esto! —Carlos arrojó el agua sobre ella, pero Kutz reaccionó a tiempo. Rápidamente, eliminó su escudo al ver que el agua se dirigía hacia los cables con chispas, pero al hacerlo, Ángel fue más rápido y la tomó por el cuello, la levantó y la acercó a su cara. Kutz respiraba con dificultad y forcejeaba para soltarse, pero sin resultado. Carlos se puso de pie de un salto y vio cómo el agua reaccionaba con las chispas, creando una pequeña descarga eléctrica, pero algo salió mal. Lentamente, el brillo de Ángel bajó de intensidad hasta apagarse. Ángel soltó a Kutz y él se desplomó en el suelo con dificultad para respirar mientras se apretaba la cabeza con las dos manos.

    —¿Qué… qué me pasó? —Ángel habló con dificultad—. Me siento muy débil.

    —Tan asombroso poder, e ignoras su potencial… —Kutz se frotaba el cuello y tosió un par de veces para recuperar el aliento—. Acabas de sufrir un ataque de adrenalina. Tu cuerpo experimentó un incremento de fuerza física, velocidad, sanación, inteligencia y otras cosas más. Lamentablemente para ti, y afortunadamente para mí, el ataque de adrenalina cuenta con tiempo limitado.

    Ángel intentó ponerse de pie, pero esta vez Kutz lo tomó por el cuello de la camisa.

    —Ahora sí, gordo. Última oportunidad. —Kutz fulminó con la mirada a Carlos mientras apretaba a Ángel—. ¡¿Dónde diablos está ese niño?!

    —No te lo diré. —Carlos vio a su hermano muriéndose frente a él. Vio a su cuñada tendida en la cocina, pero aun así no cedía.

    —Qué lastima. —Kutz levantó su mano izquierda y Ángel se elevó como lo había hecho Elena—. Vivirás sabiendo que tu hermano y su esposa murieron por tu culpa.

    —Y tú serás la que vivirá con miedo… maldito monstruo. —Ángel habló despacio y con dificultad, pero reía, y al hacerlo escupió sangre.

    —¿Perdón? —se burló Kutz y lo bajó a tal medida que estuvieron cara a cara—. ¿Miedo de qué? ¡¿A quién debo temer?!

    —Cuando llegue el momento, seremos vengados. —Ángel seguía riendo y a Kutz lentamente le comenzó a hervir la sangre.

    —Eres patético. —Kutz estaba siendo invadida por la ira- ¿Y quién te vengara? ¿Tu hermano el gordo llorón?

    —Mis dos hijos son… —Fue lo último que Ángel dijo. Se desprendió de los dedos de Kutz y salió disparado hacia atrás en dirección a la destruida pared donde estaba la ventana… Ángel cayó de espaldas.

    —¡NO! —Carlos y Kutz gritaron y corrieron a la ventana. Vieron aterrados cómo Ángel había caído sobre el techo del taxi en el que habían llegado. El techo quedo abollado y los cristales reventaron. Ángel yacía con los brazos y las piernas extendidas y una mirada perdida, pero tenía una extraña sonrisa de satisfacción.

    Carlos se desplomó en el suelo y comenzó a llorar con las manos en la cara. Kutz estaba demasiado nerviosa y daba vueltas por toda la sala. En ese instante, se escuchó una explosión seguida de humo rojo. Apareció un joven vistiendo una extraña túnica color rojo escarlata. Tenía el rostro al descubierto y las mangas subidas hasta los codos. La túnica tenía extraños símbolos color negro

    —Hey, Kutz. Ya llevo casi una hora esperándote. —El recién llegado era alto y tenía el cabello color castaño y también estaba todo empapado. Era de piel blanca y tenía una mirada desafiante. La misma mirada que Kutz—. ¿Puedes o necesitas ayuda…?

    El joven observó la habitación y se quedó desconcertado. Vio a Elena tendida en la cocina y abrió la boca en expresión de sorpresa, seguida de una sonrisa burlona.

    —Estás en problemas, Kutz —comentó el chico.

    —¿En serio? No me había dado cuenta, Keh. —Kutz giró los ojos, y dijo sarcásticamente y aún más nerviosa—: Asómate por la ventana y dime si en verdad estoy en problemas, querido hermanito.

    Keh se acercó a la ventana y dirigió su vista hacia abajo, donde estaba Ángel tendido sobre el taxi, dando sus últimos respiros. Keh sonrió emocionado y silbó:

    —¡Auch! ¿Qué paso? —preguntó Keh, y se recargó en la destruida pared. La lluvia había cesado tan fácil y de repente como si alguien hubiera cerrado la llave del agua—. Déjame adivinar, hermana, ¿otra vez te hicieron enojar y lo arrojaste por la ventana?

    —¡Cállate, Keh! Estoy pensando en qué decirle a Tzootz. —Kutz temblaba y seguía dando vueltas de un lado a otro.

    —Nada de lo que digas te ayudará, lo sabes —dijo Keh, y Kutz la observó aterrada—. Por cierto, tenemos que irnos ya. Trae al niño y vámonos.

    —El niño no está aquí —contestó Kutz molesta y señaló a Carlos—. Sabían que vendríamos y lo escondieron.

    —¡¿Qué?! —Keh se molestó y también vio a Carlos, quien seguía llorando con el rostro tapado. Al parecer, él no se había percatado de la presencia del recién llegado… hasta ahora. Keh caminó hacia Carlos y lo pateó un par de veces, pero él seguía llorando—. ¡El niño! ¡¿Dónde está el niño!?

    Keh se impacientó de patearlo sin obtener respuesta y extendió su mano, pero algo extraño pasó. Una enorme cantidad de agua entró por el muro destruido y formó un gran chorro que giraba alrededor de Keh. El chorro tomó la forma de una larga lanza y la sostuvo justo encima de la cabeza de Carlos…

    —Keh, no lo hagas. —Kutz tomó la mano de su enfurecido hermano y este se calmó un poco. El agua cayó al suelo inundando toda la sala—. Ni aunque lo llevemos con Moan sabremos dónde está el niño. Él ni siquiera sabe dónde está. Alguien le advirtió sobre nosotros y lo escondió. Alguien nos traicionó.

    Keh miró a su hermana como si no comprendiera lo que decía. No quería creerla, pero era cierto.

    —Entonces no hay nada que hacer, vámonos ya —dijo Keh, no sin antes propinar otra patada a Carlos, quien seguía ahí sentado llorando—. ¿Dónde está Kibray?

    —Ahí. —Kutz señaló a Kibray, quien seguía retorciéndose en el suelo quejándose de dolor.

    —¡Demonios! —Keh corrió hacia él y vio a Kibray cubierto de sangre en todo el rostro—. No sé qué pasó, Kutz, pero estás en serios problemas.

    A Kutz le temblaban los labios y sus ojos comenzaron a brillar a causa del miedo. Desapreció dejando humo rojo tras ella. Keh se agachó para tomar a Kibray y lo cargó entre sus brazos.

    —¿Qué tal tu primer día, compañero? —sonrió Keh, y después hizo una mueca al ver el ojo derecho de Kibray completamente negro.

    Kibray no dijo nada, solo alzó el pulgar de su mano derecha y Keh comenzó a reír.

    —Sin duda una noche inolvidable —sonrió Keh y desapareció con Kibray entre sus brazos. Solo quedó el humo color rojo.

    Traición

    La casa era de gran tamaño y de aspecto siniestro, casi parecía una mansión embrujada. La entrada tenía un camino de piedra con escalones muy desgastados, a los lados había follaje ya envejecido que conducía hacia una gran puerta de roble de aspecto viejo pero resistente. Los muros de ladrillo estaban cubiertos de musgo y entre ellos había varias ventanas con aspecto desgastado; la casa estaba rodeada de hectáreas de áreas verdes y era la única en toda la zona. La lluvia y los constantes truenos ayudaban en la tétrica escena.

    Varios cuervos que graznaban ansiosos desde una rama descendieron en picada hacia la entrada de la casa y se peleaban por un bocadillo nocturno, una pequeña ardilla que olfateaba cerca de la puerta, pero algo los espantó. Dos explosiones seguidas de humo rojo. Los cuervos volaron asustados en todas direcciones y la ardilla se perdió entre el espeso matorral. Los cuervos graznaban enfurecidos mientras prestaban atención desde las ramas de los árboles cercanos: dos personas aparecieron, usaban túnicas escarlata y con extrañas insignias grabadas que parecían tatuajes. Sus rostros estaban cubiertos por capuchas que hacían juego con sus túnicas. Los dos caminaron con paso decidido hacia la entrada, el más alto abrió la puerta y esta rechinó, ambos entraron. Estaban en una especie de recibidor iluminado solo por un gran candelabro con velas que colgaba del techo, en el medio había una pequeña fuente con tres ángeles, el de en medio blandía una espada hacia el cielo. Del lado izquierdo del recibidor había unas escaleras de caracol y al fondo otra puerta de igual tamaño que el de la entrada.

    —Eso fue rápido y aburrido —se quejó el de menor estatura y se quitó su capucha. Era un joven de aproximadamente veinte años, tenía el cabello color negro, corto y empapado. Tenía una sonrisa burlona y ojos que hacían juego con su cabello—. ¿O qué opinas, Dzec?

    —Sí, Fex, eso fue rápido. —Dzec también se quitó su capucha. Su rostro también era joven, pero poseía una gran madurez. Tenía el cabello lacio color castaño y un poco largo acomodado en una bien elaborada cola de caballo, también estaba algo húmedo. Sus ojos color negro era serenos y sus facciones bien definidas. Pero lo más inquietante, era su pálido tono de piel. Dzec parecía tranquilo, demasiado calmado.

    —Sí, es lo que dije. —Fex giró los ojos y suspiró con impaciencia—. Iré a la sala, ¿quieres venir?

    —Aprecio tu invitación, pero iré a mi habitación. —Dzec respondió y subió las escaleras de caracol, no hacía el menor ruido al pisar cada escalón.

    —Como siempre es genial hablar contigo —terminó Fex y se dirigió hacia la puerta de madera al otro extremo del recibidor, a diferencia de Dzec, él hacía demasiado ruido al caminar. Abrió la puerta y entró a la sala-comedor. El ambiente ahí era más cálido, aunque tenía el mismo tono sombrío que el resto de la sala: había un amplio comedor con capacidad para doce personas, las sillas eran de madera al igual que la mesa y en el centro había un bello florero con flores marchitas. Al fondo del comedor se encontraba la cocina que en estos momentos estaba deshabitada. Pero más que nada, todo el lugar carecía de color, todos los muebles eran de color oscuro y el cielo nublado solo hacía que el lugar se viera más deprimente.

    Fex se encaminó hacia la izquierda y saltó un pequeño muro que dividía el comedor de la sala, llegó a un sofá desgastado y tomó asiento junto a otras dos personas. Había otro joven: estatura mediana y cabello rubio, ojos verdes y mirada desafiante y de pocos amigos. Llevaba ropa normal, unos jeans y una chamarra con una imagen de una estrella de rock. Veía el televisor donde transmitían un programa navideño con villancicos y cantos con famosos. Junto a él había una chica de cabello castaño y corto, también usaba la túnica escarlata, sus ojos eran pequeños y hacían juego con su cabello que escurría agua, al parecer ella también se empapó en la lluvia. La chica no dejaba de morderse las uñas y tampoco paraba de mover sus piernas haciendo chocar sus rodillas una y otra vez, claramente estaba nerviosa. Fex enfocó su atención al televisor y arqueó una ceja mientras hacía una mueca.

    —¿Qué demonios estás viendo, Balam? —preguntó Fex y miró al chico rubio—. ¿No me digas que te entró el espíritu navideño?

    —No, estaba viendo una película con Keh y ya terminó —contestó Balam de mala gana sin despegar su vista del televisor, también su tono de voz era desafiante e impaciente—. Solo estoy cambiándole a ver si encuentro algo bueno, pero esto es lo mejor que hay.

    —Ah, qué bien —Fex giró los ojos y se recargó en el desgastado sofá, Fex se hundió en él, ya era bastante viejo—. ¿Y dónde está Keh?

    —Aún no ha vuelta de la misión con Kibray y Kutz —respondió Balam con el mismo tono de enfadado.

    — ¡¿Qué?! —exclamó Fex y se volvió a levantar, esta vez volteó a ver a Balam—. Pero si ya tienen demasiado tiempo que se fueron, además no es tan difícil lo que tienen que hacer en comparación con lo que hicimos Dzec y yo, hubieran visto. Eran como doce idiotas, ni siquiera supieran lo que les pasó.

    —Ya cállate Fex, en serio me enfadas. —Balam vio a Fex directamente a los ojos. Los ojos de Balam se abrieron de golpe y estaban llenos de odio e ira, incluso hizo un extraño rugido nada proveniente de una persona normal.

    —Como quieras… —Fex se quejó y tomó un periódico que estaba junto a él, lo desprendió y comenzó a leer. Balam apagó la televisión y se recargó en el sofá con los brazos cruzados y expresión aburrida. El único ruido provenía de las rodillas de la chica nerviosa, no dejaban de chocar una con otra. Balam no le prestó atención, pero Fex sí.

    —¿Y a ti qué te pasa, Batz Kimil? —preguntó Fex a la chica y dejó el periódico donde estaba—. ¿Dónde está Tzub?

    —Está arriba. —Su voz era agradable: tono bajo y amable, aunque en estos momentos su voz se quebraba por culpa de los nervios.

    —¿Y por qué estás tan nerviosa? —volvió a preguntar Fex y se inclinó hacia delante. Fex tenía talento para hacer perder la paciencia a cualquiera, y disfrutaba el hacerlo—. Me pregunto qué habrás hecho, quizá algo indebido, algo que te ponga en problemas y que no quieres que se sepa.

    —¡Ya cállate! —explotó la chica y sus pupilas color café se tornaron de un color rojo intenso, más intenso que el color de su túnica.

    —Ah, di en el punto exacto. —Fex sonrió y no apartó la vista de los enfurecidos ojos de la chica—. Habrá que averiguar qué es tan importante que te tiene así…

    —¡Que te calles! —La chica se puso de pie y extendió su mano derecha hacia Fex, una bola de fuego se generó en su mano y salió disparada directo hacia el rostro de Fex, pero él fue más rápido e interpuso el periódico entre su rostro y la bola de fuego. Movió el periódico a una velocidad impresionante y el periódico quedó hecho cenizas las cuales quedaron regadas por todo el lugar. Era una velocidad que ningún humano sería capaz de realizar.

    —Tan dulce como siempre —Fex continuó y arrojó el único pedazo de periódico que sobrevivió. La chica seguía enfadada y caminó con paso decidido hacia la cocina. De pronto alguien abrió las dos puertas de golpe, chocaron contra la pared y volvieron a cerrarse. Entró un joven alto con el cabello corto y castaño, todo empapado y con una sonrisa de oreja a oreja. Usaba la misma túnica color escarlata. Llegó al sofá y se sentó en donde estaba la chica.

    —¡Hey Balam! ¿Por qué diablos le apagas? —El chico exclamó molesto y tomó el control remoto—. Te dije que no tardaba.

    —Ya se acabó la película, Keh —respondió Balam secamente—. Tardaste demasiado.

    —¿En serio? —Keh suspiró decepcionado y dejó el control remoto sobre el sofá—. Ni hablar. No importa ya que esta noche habrá show en vivo, no creerán lo que pasó.

    —¿Qué cosa? —Fex se inclinó hacia delante y Balam prestó atención. Keh se puso serio, algo muy extraño en él. Eso hizo que Fex y Balam prestaran más atención. Keh estaba a punto de hablar cuando se escucharon gritos provenientes del recibidor.

    —Mejor que Tzootz les cuente. —Keh sonrió un poco—. Esto se va a poner bueno.

    Balam y Fex veían a Keh desconcertados. Los gritos en el recibidor se hicieron más estruendosos y las puertas se abrieron de golpe seguidas de una intensa ráfaga de viento que hizo que el florero de la mesa cayera y se hiciera mil pedazos.

    Kutz entró y caminó rápidamente hacia la cocina, se sirvió un vaso con agua, bebió todo de un trago sin respirar y se volvió a servir otro pero esta vez bebió más lentamente. Kutz tenía los ojos rojos y temblaba, tal vez de ira, tal vez de miedo, tal vez por otra cosa. La chica del cabello castaño que arrojó la bola de fuego se limitó a verla desde un rincón de la cocina con los brazos cruzados. Los gritos se aproximaban hasta que estuvieron adentro de la sala. Entraron dos figuras altas y cubiertas con la misma túnica color rojo tapándoles de pies a cabeza, el que iba adelante alzó la voz:

    —¡Reúnanse todos! —gritó el hombre y jaló con brusquedad la silla de un extremo de la mesa y tomó asiento, descansó su barbilla sobre sus manos. Su acompañante se quedó de pie junto a él con los brazos cruzados.

    Balam ya se había puesto de pie y se encaminó hacia el comedor, tomó asiento en una de las sillas de en medio, lo siguieron Keh quien seguía sonreía de

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1