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Emociones que curan
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Libro electrónico176 páginas1 hora

Emociones que curan

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El Dr. Arturo Eduardo Agüero, autor del revelador y exitoso Emociones que enferman, acerca ahora a sus lectores estas Emociones que curan, una colección sanadora de entusiasmos, intereses, energías y sentimientos.
 
Los efectos terapéuticos del asombro, el valor de la esperanza, la fuerza transformadora de la alegría, el poder de la fe, la energía del erotismo, la capacidad de amar y el impulso de la belleza son algunas de las propuestas de este libro.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 jul 2022
ISBN9789876095730
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    Emociones que curan - Arturo Eduardo Aguero

    portada

    Emociones que curan

    Dr. Arturo Eduardo Agüero

    Índice de contenido

    Portadilla)

    Legales)

    Prólogo)

    Dedicatoria)

    Agradecimientos)

    Palabras iniciales)

    Capítulo 1. Primera aproximación a la vida emocional (un recuerdo de infancia))

    Capítulo 2. Introducción a las emociones (fundamentos neurobiológicos))

    Capítulo 3. El asombro)

    Capítulo 4. La esperanza)

    Capítulo 5. La alegría)

    Capítulo 6. La fe (o la creencia))

    Capítulo 7. El erotismo)

    Capítulo 8. El amor)

    Capítulo 9. El goce estético (la belleza))

    Bibliografía)

    © Arturo Agüero, 2015

    © Editorial Del Nuevo Extremo S.A., 2015

    A. J. Carranza 1852 (C1414 COV) Buenos Aires Argentina

    Tel / Fax (54 11) 4773-3228

    e-mail: editorial@delnuevoextremo.com

    www.delnuevoextremo.com

    Imagen editorial: Marta Cánovas

    Diseño de imágenes y figuras: Lucrecia Landín

    Ilustraciones internas: Marina Spano

    Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

    Digitalización: Proyecto451

    Inscripción ley 11.723 en trámite

    ISBN edición digital (ePub): 978-987-609-573-0

    Prólogo

    Me llamo Carolina

    Me llamo Carolina y estoy casi dada de alta… casi. Casi porque tengo controles más largos. Dicen que estoy curada porque tuve un nódulo en la mama izquierda; me lo sacaron. Ustedes, los médicos, me piden que escriba porque estoy curada, pero no fueron todas flores. Algunos de ustedes, al principio, me hicieron sufrir; me decían que yo estaba muy enojada y enferma. Después se portaron mejor, pero lloré mucho. Yo sé que estoy curada. Lo sé porque ahora se despiden de mí y me dicen que estoy fuera de peligro… salvada. No tengo más dolor.

    Me dijeron que lo tomara como una despedida y que me acordara de todo lo que me pasó. De todo, no sé.

    Lo que me pasó fue… En verdad, fueron muchos años, no quiero contarlos, dos, tres, cuatro años que sufrí como una condenada. También tuve momentos de alegría. Al principio, había juntado mucha bronca… rabia. Sí, rabia que fui perdiendo junto con mi pelo.

    No puedo escribirles a ustedes, aunque al final me hayan ayudado a salir de este pozo. Les pido disculpas, pero no me sale. Le escribo mejor a mi madre. A ella, sí puedo. Es para ella, para María Marta, mi madre. A ella, sí puedo.

    Ma: cuando me acuerdo de todo lo que me pasó con vos, una de las cosas que sentía era que me veía sola. Antes, ma, ahora no. Tenía el desierto en mi vida porque vivía en una oscuridad de dolor y de rabia donde no tuve piedad para vos. Sí, ma, estaba llena de rabia, de rencor y de maldad. Entonces te culpé de todo y te odiaba, porque en el tiempo que no te veía ardía de dolor y de… Ellos dicen que aquí empezó mi enfermedad; puede ser por lo que estuve viviendo, porque la bronca que sentía hacia vos era muy grande y me dolían los pechos. ¿Y querés que te diga una cosa? Estaba buscando una venganza…

    –¿Y vos, Carolina, eras vengativa? –me preguntaban los psicólogos.

    Sí, era así; ahora sé que esa rabia me paró la vida. En esos años, no entendía lo que vos querías para mí, me veía abandonada y seguí enojándome mucho porque no te veía. No escuchaba nada de lo que me decían y traían de vos; porque si tu padre no quería que vos cantaras, ¿por qué y para qué cantabas? Nadie te mandó a trabajar de cantora. Entonces, ¿por qué no estabas conmigo, jugando como cuando tenía seis años, abrazándome y riéndote cuando llenábamos los baldes en el patio? Y cuando me decían: Tu madre mandó esto para vos… en una semana viene a verte, y no venías, yo estaba harta de escuchar tus mentiras. Todos me mentían, me mentían. ¡De cantora! ¡Qué risa! Los tíos me decían que todos te aplaudían y yo lo que quería era que te quedaras sin voz. Era una maldad, pero lo quería. Sola de vos y de todos, no sentía más que rabia para darte; rabia que según ellos me trajo este nódulo que me operé. Por eso, les dije que viví siempre peleando con vos, que no me cuidaste ni atendiste como cualquier madre hace con una hija. Tantas veces te llamé, tantas…

    Una vez, les pregunté a los médicos que me dijeran que hacía con este nódulo, porque ellos me decían que yo tenía que hablar con vos, aunque vos ya no estabas en este mundo. x

    –Tenés que hablar con ella, como si estuviera viva, eso te hará bien –me aconsejaban los doctores.

    ¿Y sabés qué les decía, ma? Que si este nódulo está lleno de fuego y de odio, ¿me lo operaba o te lo tiraba a vos? Perdoname, ma, pero esto pasó, porque ahora sé que igual te quiero. Y esa noche de año nuevo, cuando entraste llorando a abrazarme, no salía de mi asombro, porque algo en mi interior me decía que yo estaba equivocada, que tenía que borrar esa historia que yo misma había armado con esos pedazos de mi dolor y de mi rabia hacia vos. No sabía que estabas enferma, ma. No sabía.

    Estoy sacando de mi vida ese odio y dolor que se me fue metiendo como en una cárcel. Creo que se me fue, ma. Ahora te cuento cómo están Eva y Rodrigo. Eva es una señorita, y el otro día me preguntó si seguía enojada con vos.

    –No quiero que te enojes con la abuela –me dijo. Rodrigo está igual que cuando lo viste, con esos ojos de gato y con sus autitos y el trompo de colores que le regalaste. Ayer me dijo que iba a escribirte como yo. Siempre les hablo de vos y de tus canciones. Pensar que, en ese tiempo, me hacían mal. ¡Qué cosa!

    Por eso, no puedo escribir lo que sentía antes. El odio me tapó, pero hoy no puedo porque cambié, y ahora vivo con la esperanza de poder encontrarte, aunque sepa que no volverás de tu viaje. Quiero verte, abrazarte y verte sonreír en ese patio nuestro, junto a mí, porque siempre te quise, siempre.

    Ma: soy tu hija Carolina que te pide perdón y que te seguirá buscando, porque esa esperanza de acariciarte no la voy a perder nunca. Te quiero, ma. Siempre. (1)

    Carolina

    1 Se ha respetado el texto en su totalidad. Las intervenciones que se realizaron fueron solo para aclarar la ortografía y para ajustar el hilo narrativo de la carta (nota del autor).

    A Fernán, Ramiro, María José (Majo), Lisandro, Cristina (Titi), María del Pilar y María Victoria (Vicky) por el apoyo, tan concreto y entrañable como invalorable, al ayudarme a sostener este proyecto

    A Polo, mi hermano del alma, in memoriam, por ser el que me incentivó para dar a conocer aquellos conocimientos que pueden ayudar a la salud de muchas personas

    Agradecimientos

    El enorme salón donde reuní a mis invitados en un reconocimiento íntimo, en aquella presentación de mi primer libro Emociones que enferman, ya no está más. Se ha cerrado para este libro de hoy. Los invitados no son tantos ahora, por lo que el salón actual es más pequeño. No son tantos, pero sí muy especiales y valiosos.

    En un comienzo, los largos años de vida y trabajo en el Neuropsiquiátrico dejaron huellas y senderos que hoy trato de volcar en este nuevo libro. Esos intensos años de trabajo tanto en el laboratorio de neuropatología como luego en las salas y en los consultorios externos dieron una amplia base a mi formación, lo que me ha permitido afirmarme teóricamente y ver con cierta claridad el rumbo de lo emocional hacia el cuerpo: el camino de lo psicosomático. Los nombres de aquellos ayudantes, docentes, enfermeros y compañeros de estudios están conmigo. Cómo no recordar entre tantos al viejo comandante, al que esperábamos despiertos con mi amigo el cura, cuando se levantaba de madrugada para ir al laboratorio y hacer los preparados de nitrato de plata, ya que era la hora en que la plata se precipitaba mejor en el tejido nervioso. Las preparaciones del comandante de todo el tejido nervioso eran una verdadera obra de arte. Así, aprendimos de él, espiándolo. Una sonrisa acompaña estos recuerdos y estas palabras son pocas para expresar mi reconocimiento.

    Luego de este tiempo, y a mi regreso de una frustrante y dolorosa experiencia como director de un hospital nacional, los nombres de aquellos colegas que me abrieron sus puertas ya los he volcado en esas anteriores páginas. Así, a las personas de todos ellos las guardo muy cerca de mí. Solo porque este tema ha costado vidas tan valiosas como puras, me eximo de todo otro comentario de esta dura y difícil experiencia.

    Más tarde, la figura de la doctora en Filosofía Esther Cohen, mi inolvidable guía, primero, en el camino de la metodología de la investigación, y luego, en el de la filosofía, sigue acompañándome. Fueron tantos los años en los que me formé bajo su tutela conceptual y su claridad intelectual, que su voz todavía sigue instándome a ver y ver más claro y a comprender y pensar lo que voy recibiendo y lo que leo en este campo de lo emocional. El agradecimiento hacia su persona lo sigo sintiendo aún vivo.

    Luego de Esther, muchos nombres de enorme valor intelectual y de aprendizaje se han sucedido en mí. En esos primeros años de la carrera de Filosofía, los docentes hicieron también mucho a mi formación, sus conocimientos lograron complementar mis estudios. Asistir a las clases de la profesora Blanca Parfait, de su cátedra de Fundamentos, ha sido algo tan admirable como presenciar la clase magistral del profesor Adolfo Carpio sobre Heidegger. Son todos momentos de vida conceptuales que no he de olvidar nunca. Y si una Filosofía Antigua es enseñada por un ser colosal como el profesor Conrado Eggers Lan, no puede haber reparos ni excusas para su aprendizaje excelso. Por esto, es que no me fue posible eludir el recuerdo de su voz en algunos pasajes de este libro. El apartado sobre el amor tiene su impronta e inolvidable recuerdo, aun cuando deba pedir disculpas por estar tan lejos de su genio. Hacia ellos y a otros en este campo tan valioso como especial y único de la enseñanza de la filosofía, mi más puro agradecimiento.

    Volviendo al campo de la psiquiatría, mi reconocimiento hacia docentes y maestros, luego de mi regreso, ya lo he expuesto en Emociones que enferman. Ahora, mi recuerdo me lleva al grupo de compañeros del cronológico de Freud, dictado por Aldo Melillo, y también, al de Técnica Psicoanalítica, de Gilberto Simoes. Dos excelentes profesionales y grandes formadores, ellos nos han mostrado y guiado en el camino de la investigación y estudio psicológicos.

    En esa galería que el tiempo no disipó, me veo junto a muchos pacientes que han construido su historia con tanta claridad que solo he tenido que volcar en papeles y sacarlas a la luz mientras escribía algunos de los capítulos de este libro. Así fue de sencillo. Ellos han entregado muchas de sus emociones, y al lograr procesarlas, entiendo que suelto desde estas páginas el mensaje para todos los que buscan el camino que los aparte de la enfermedad: aquel camino que lleva al manantial dorado de la

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