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El conocimiento antropológico e histórico sobre Guerrero: A principios del siglo XXI. Volumen I
El conocimiento antropológico e histórico sobre Guerrero: A principios del siglo XXI. Volumen I
El conocimiento antropológico e histórico sobre Guerrero: A principios del siglo XXI. Volumen I
Libro electrónico1141 páginas14 horas

El conocimiento antropológico e histórico sobre Guerrero: A principios del siglo XXI. Volumen I

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Con el propósito de incentivar los estudios sobre el estado de Guerrero, a partir del 2004 se celebraron de manera bianual mesas redondas guerrerenses, todas con resultados espléndidos. Este primer volumen ofrece 42 de los trabajos que se presentaron en la primera reunión, las áreas que se abordaron fueron arqueología, lin
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 sept 2022
ISBN9786075396521
El conocimiento antropológico e histórico sobre Guerrero: A principios del siglo XXI. Volumen I

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    El conocimiento antropológico e histórico sobre Guerrero - Rubén Manzanilla López

    Prólogo

    Hasta finales del siglo xx la investigación antropológica e histórica sobre Guerrero carecía de un plan de trabajo integral y aglutinador. No faltaban proyectos ni labores con resultados excelentes, como consta en las obras de Leonhard Schultze-Jena, Pedro R. Hendrichs, Robert Barlow, Miguel Covarrubias, Pedro Armillas, Roberto Weitlaner, Gonzalo Aguirre Beltrán, Jaime Litvak King y algunos más; sin embargo, esos afanes no le quitaban su carácter aleatorio y circunstancial, en la medida en que se quedaban como esfuerzos individuales y particulares, alejados por lo general de los espacios de discusión académica.

    Para revertir tan desalentadora situación, a principios de la centuria xxi se creó el Programa Multidisciplinario e Interinstitucional Antropología e Historia de Guerrero, haciendo hincapié en que era primordial incentivar diversos modelos y múltiples áreas de discusión y divulgación sobre la arqueología, la antropología y la historia surianas, con el propósito de conformar un campo de investigación sistemático, continuo e integral. En ese tenor, a partir de 2014 ampliamos nuestras perspectivas al incluir también el análisis de las regiones vecinas, en lo que tuvieran de relación con el ámbito fundamental que nos ocupa.

    Este programa fue concebido en el año 2001 por un grupo de destacados investigadores, quienes a partir de entonces se denominaron Grupo Multidisciplinario de Estudios sobre Guerrero, a la cabeza del cual quedó la Coordinación Nacional de Antropología del Instituto Nacional de Antropología e Historia (cna-inah). Así, mediante el establecimiento de estrategias que impulsaran el diálogo entre los estudiosos del ámbito guerrerense, se intentó motivar la discusión académica constante, nacional y extranjera, sobre un territorio de suma importancia para el conocimiento de la historia antigua de México, ya que, sin duda, ha jugado un papel trascendental en el proceso de conformación de la nación mexicana. El programa planteó y creó una red de investigación multidisciplinaria para el estudio sistemático de la rica diversidad cultural del estado, con el fin de crear nuevos proyectos de investigación colectiva que desde una perspectiva integral abordaran el estudio de las poblaciones pretéritas y presentes, recuperando con ello la esencia de los trabajos que caracterizaron en el pasado a la antropología mexicana; a través del diálogo y el intercambio cultural constante en foros de discusión y análisis, esta red ha logrado romper la atomización del quehacer científico que prevalecía en sus distintos rubros y regiones.

    De este modo, en 2002 se llevó a cabo el foro La investigación antropológica e histórica en Guerrero, en el que se hizo un balance sobre la materia con el objeto de orientar futuras investigaciones.¹ Un año después, en 2003, se puso en marcha el Seminario Permanente de Estudios sobre Guerrero, que ha sesionado mensualmente de manera ininterrumpida en la Coordinación Nacional de Antropología, con la participación regular de entre 30 y 60 investigadores y estudiantes. En 12 años de trabajo el seminario ha contado con la presencia de más de 130 conferencistas que han expuesto y sometido a discusión sus resultados o sus avances de trabajo.

    Luego, en 2004, la cna, la Coordinación Nacional de Centros inah, el Centro inah Guerrero y distintas dependencias del gobierno del estado de Guerrero unieron sus esfuerzos para la organización de la primera mesa redonda El conocimiento antropológico e histórico sobre Guerrero a principios del siglo xxi, en la que 97 autores presentaron 87 ponencias en los campos de la antropología social, la etnología, la arqueología, la historia y la etnohistoria, así como la lingüística y la antropología física. El éxito de esta experiencia permitió que el inah instituyera estos encuentros, para celebrarse cada dos años. Así, en 2006 la segunda mesa se dedicó a Las regiones histórico-culturales: sus problemas e interacciones, con la participación de 130 autores que dieron a conocer 109 trabajos en las distintas áreas de la antropología y la historia. En 2008 el tema central de la tercera mesa giró en torno a las Reflexiones sobre la investigación multidisciplinaria e integral y su impacto social, reuniéndose al efecto 156 autores con 122 textos.

    A su vez, la cuarta mesa, realizada en 2010, versó acerca de los Movimientos sociales: causas y consecuencias; en ella, 92 ponentes dictaron un total de 76 textos. La quinta mesa se celebró en 2012, con el título Patrimonio cultural: reconsideraciones, novedades y riesgos, y contó con la asistencia de 47 investigadores que leyeron 41 escritos. La sexta mesa se llevó a cabo en 2014 alrededor del tema Avances en su investigación y su relación con las regiones vecinas, con 83 testimonios de un total de 104 conferencistas. Finalmente, la séptima mesa, celebrada ya no en Taxco como las anteriores, sino en Chilpancingo, contó con la participación de 64 exponentes, que presentaron 54 ponencias en tiempo y forma de las 63 propuestas originales; se realizó en agosto de 2016 y llevó el título de La investigación antropológica en el contexto del estado de Guerrero en la actualidad.

    Hasta el momento (2019) son las mesas que se han llevado a cabo; esperemos contar con muchas más.

    Por otro lado, en materia de divulgación ha destacado la cátedra Ignacio Manuel Altamirano en Antropología e Historia de Guerrero, instalada en 2006. Concebida desde su creación como un espacio de extensión académica para un amplio público, entre sus actividades mantiene un programa de conferencias mensuales, así como exposiciones, talleres y cursos que se realizan por lo general en el Museo Regional de Guerrero, sito en Chilpancingo, aunque también se utilizan otras sedes en la Ciudad de México. Además, desde 2008 la cátedra dedica una sesión específica al Coloquio de Música de Guerrero, acto que combina la presentación de expositores especializados con la exhibición de ejecutantes de música y bailes de diversos géneros locales.

    En aras de su proyección, los productos del foro, el seminario, la cátedra y las mesas redondas se han sistematizado en siete discos compactos, aparte de su edición en formato electrónico (epub) y, algunas, en papel. Por ejemplo, el material de las primeras tres actividades se ha publicado en seis números especiales del boletín Diario de Campo, cuyos subtítulos son, respectivamente: Seminario de estudios sobre Guerrero: ensayos y apuntes I y II, núms. 28 y 33; Por los caminos del Sur, núm. 38; William Niven. Un explorador y aventurero, núm. 49; Santa Prisca y San Sebastián, núm. 53, y De ires y venires. Procesos migratorios en Guerrero, núm. 6 de la serie Rutas de Campo. En lo que respecta a las mesas, las ponencias se han organizado en los seis volúmenes que prologa este texto.

    Conviene mencionar que también se ha dado difusión a los materiales aludidos con el montaje de 16 exposiciones fotográficas con distintos temas en el Museo Regional de Guerrero, en Chilpancingo, el Museo de Sitio de Palma Sola y el Museo del Fuerte de San Diego, en Acapulco, además del Museo Guillermo Spratling, en Taxco, y el Museo Nacional de Culturas Populares de la Ciudad de México, entre otros.

    El programa multidisciplinario e interinstitucional Antropología e Historia de Guerrero constituye una experiencia inédita que ha consolidado una red de investigación en la que participan, a la fecha, 289 interesados procedentes tanto del inah como de otros centros académicos nacionales y extranjeros. Asimismo, ha probado, con resultados notables, la importancia del diseño de una política de fomento a la investigación colectiva que se apoya en el trabajo interinstitucional, al que se han incorporado 31 instancias científicas y educativas de México y otros países.

    Del afán precedente deriva el Proyecto Integral en Antropología e Historia de la Región Nahua-Chontal en el Norte de Guerrero, concebido en 2008, que pretende contribuir a la intensa labor de estudio que desarrollan en esa área distintos investigadores que desde hace varios años colaboran en el programa multidisciplinario. Este proyecto basa sus acciones, tanto en la sólida estructura organizativa que se diseñó para la planeación y el desarrollo de sus actividades, como en los cuadros profesionales que participan en él. Con esta medida se aprovecha y se potencia la experiencia acumulada, la infraestructura técnica y administrativa, el bagaje conceptual y metodológico previamente conformado, además del detallado conocimiento que cada equipo ha acumulado en torno a sus materias de interés.

    Queda manifiesto que el estado de Guerrero representa, para la antropología mexicana, un fértil campo de estudio abierto todavía a muchos temas de exploración, más aún si se le compara con otros sitios de México, como el altiplano central y la zona maya, por mencionar algunos. No en vano desde la década de 1940 destacados investigadores han señalado la importancia de ese estado para el conocimiento no sólo de la historia mesoamericana antigua, sino para la comprensión de la diversidad cultural y lingüística de los pueblos y las comunidades originarias que habitan nuestro territorio.²

    Por ejemplo, las investigaciones arqueológicas realizadas en la entidad, la mayoría de las cuales tratan de rescates y salvamentos de sitios afectados por la construcción de grandes obras públicas y hallazgos fortuitos, han permitido observar el desarrollo de asentamientos humanos de carácter urbano con arquitectura pública planificada de gran envergadura. En este sentido, se ha documentado en la entidad la presencia olmeca y la nahua, entre otras, sin olvidar tampoco aquella que está determinada con base en la producción material regional, a la que hemos denominado Mezcala. Conviene precisar que los registros arqueológicos del inah en 2004 señalaban que en Guerrero se habían identificado 952 sitios, cifra que en ese momento representó 6.19% del total conocido de todo el país.³ Para 2015 es significativo que ya se cuente con un listado de cerca de 3 000 sitios.

    A su vez, los estudios etnohistóricos y lingüísticos refieren que en Guerrero se establecieron varios grupos humanos, cada uno con su propia lengua. En estos momentos la entidad tiene 367 110 hablantes de algún idioma indígena, los que representan 6.07% respecto del total nacional.⁴ Predominan allí el náhuatl, el tlapaneco, el mixteco y el amuzgo, localizándose su mayor concentración en las zonas de La Montaña, el Alto Balsas, el Centro y la Costa-Montaña. Sin embargo, esta concentración etnolingüística no implica la extinción de matrices identitarias en las otras regiones, donde los pueblos y las comunidades de hoy han reconfigurado sus prerrogativas étnico-locales a partir de su memoria histórica y la tradición oral. Incluso en aquellos sitios que han perdido su lengua original, los estudios etnológicos han demostrado la existencia de prácticas culturales (rituales, fiestas, mitos, organización social y cosmovisión) que evidencian los rasgos de filiación de sus pobladores, trátese de la comunidad que sea. Entre los idiomas que han desaparecido podemos anotar los siguientes: el tepuztécatl, el tlacotepehua, el xilotzinca y cuyuteca, el cuitlateco, el yuca, el pínotl y el chontal.

    Por su parte, las propuestas sobre la historia de las comunidades y los individuos surianos, del siglo xvi al presente, han abordado diversos temas. Debido a que su población fue principalmente indígena aún hasta principios de los años 1900, el Sur ha sido un terreno propicio para los que se dedican a escudriñar la manera en que los pueblos autóctonos enfrentaron y se reorganizaron ante la dominación española, por señalar un caso, o para aquellos estudiosos de los códices, quienes han hecho avances significativos en su lectura y comprensión. Ni qué decir sobre la atracción que ha generado la veta de la llamada negritud, varias de cuyas características sobreviven en los guerrerenses actuales; recordemos al respecto que, aunque con un enfoque antropológico, un pueblo de la Costa Chica se convirtió en objeto de una investigación pionera realizada en los años cincuenta por Gonzalo Aguirre Beltrán.⁵ En las últimas décadas los historiadores han retomado el tema y realizan estudios desde la perspectiva de su disciplina, con resultados en ciernes pero al parecer halagadores.

    Cabe referir también que varios hechos trascendentes en el devenir de México tuvieron su escenario en lo que hoy en día es el territorio guerrerense, como la Guerra de Independencia de 1810-1821, la Revolución de Ayutla de mediados del xix y la Revolución mexicana de 1910. De la misma manera, sujetos oriundos de dicha geografía, como Nicolás Bravo, Vicente Guerrero y Juan Álvarez, participaron e influyeron no sólo en sus regiones, sino en la vida política nacional. Algunos de esos hechos y personajes se han abordado en las mesas, aportando fundamentos y enfoques que enriquecen nuestro conocimiento histórico. Tampoco han quedado fuera los nuevos temas de interés, como la historia ambiental o ecológica, la fotohistoria y los diferentes aspectos de la historia inmediata, rubros todos ellos que nos muestran que todavía falta mucho por indagar en lo referente al acontecer de los guerrerenses.

    En suma, la rica diversidad cultural de Guerrero, expresada en su patrimonio arqueológico, lingüístico, étnico e histórico, constituye una atractiva vertiente de conocimiento que debe seguir siendo objeto de exploración, en el entendido de que la investigación sistemática resulta una tarea primordial para lograr el cuidado y la protección de esa pluralidad y complejidad que representa la entidad, como lo establecen, además de la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos, los convenios internacionales firmados por el gobierno mexicano en esta materia, como la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural (2001) y la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Intangible, adoptada esta última por la unesco el 17 de octubre de 2003. Como se sabe, el Estado mexicano encomendó al Instituto Nacional de Antropología e Historia definir y operar las políticas pertinentes, encaminadas a indagar, conservar, proteger y difundir el patrimonio cultural de los mexicanos.

    Con la publicación de estos trabajos, el inah y sus autores comparten con los interesados —que esperemos sean muchos— algo de la riqueza cultural que caracteriza y define al estado de Guerrero.

    Rosa María Reyna Robles

    Juan José Atilano Flores

    María Teresa Pavía Miller

    Erasto Antúnez Reyes

    Samuel Villela Flores

    Jesús Guzmán Urióstegui

    ¹ Los resultados de este foro fueron publicados por Gloria Artís, Miguel Ángel Rubio y Mette Wacher (coords.) en Guerrero: una mirada antropológica e histórica, México, inah, 2007 (Regiones de México).

    ² El Occidente de México, IV Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, México, sma, 1948.

    ³ Rosa Ma. Reyna Robles, Arqueología, conservación y destrucción del patrimonio arqueológico en Guerrero, suplemento Seminario de Estudios sobre Guerrero: ensayos y apuntes I, núm. 28, Coordinación Nacional de Antropología-inah, México, junio de 2004, p. 36 (Diario de Campo).

    ⁴ Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Cuadro 11. Lenguas indígenas por entidad federativa, en Indicadores sociodemográficos de los pueblos indígenas de México, 2000, cdi, México, 2003.

    ⁵ Gonzalo Aguirre Beltrán, Cuijla, esbozo etnográfico de un pueblo negro, México, Fondo de Cultura Económica, 1958.

    ⁶ Véase al respecto el artículo 2º de la Ley Orgánica del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

    Presentación

    Con base en el Programa Multidisciplinario e Interinstitucional Antropología e Historia de Guerrero, en junio del año 2004 se celebró la Primera Mesa Redonda sobre dichos temas, teniendo por sede el hotel Posada Misión de la platera ciudad de Taxco.

    Coordinada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y con el apoyo del Centro inah Guerrero, la Universidad Autónoma de Guerrero y el Gobierno del Estado de Guerrero, entre otros convocantes, durante los días 23, 24 y 25 del mes referido se dieron a conocer en esa reunión integral 88 trabajos, los que, si bien es cierto que no se abocaron propiamente a la discusión y el análisis a que invitaba el título general de la Mesa: El conocimiento antropológico e histórico sobre Guerrero a principios del siglo xxi, dieron un panorama general sobre las líneas de estudio que se estaban atendiendo en ese momento, lo que con el tiempo ha permitido identificar carencias y definir nuevos proyectos de investigación, quizá no tanto los particulares pero sí los que obedecen a alguna instancia académica.

    Organizadas en 17 sesiones temáticas, del total de ponencias, 75 fueron publicadas en la memoria electrónica que se repartió durante el evento, toda vez que sus autores las habían entregado en tiempo y forma. Éstas son las que se mandaron a riguroso dictamen para determinar su inclusión en el presente volumen; al efecto se pidió a los revisores que tomaran en cuenta el aporte de los textos a la investigación, así como su pertinencia y calidad en el análisis y en la redacción. Dos correspondían a antropología física; 33 a antropología social y etnología; 16 a arqueología; 22 a historia y etnohistoria; y dos a lingüística. Quedaron finalmente 42, de las que se hace la relatoría respectiva de acuerdo con la disciplina a la que pertenecen.

    Arqueología

    Los 10 artículos que integran este apartado dan constancia de que los arqueólogos mantienen un trabajo continuo en el estado de Guerrero desde hace varios años, aunque todavía no se logran cubrir de manera fehaciente todas las regiones que lo integran.

    Raúl Barrera y Rubén Manzanilla muestran el avance que tenían en sus investigaciones sobre el arte rupestre del estado, el primero en la región Norte y el segundo en el puerto de Acapulco. ¿Qué características tiene dicha mani­festación? ¿Qué significado se puede atribuir a los petrograbados de cada uno de los sitios señalados? Éstas son preguntas básicas a las que los autores procuran dar respuestas concretas pero abiertas siempre a la crítica. Por su parte, Elizabeth Jiménez también hace aportes significativos a la especialidad que nos ocupa cuando, al tratar la restauración de edificios en la zona arqueológica de Indeco, en Chilpancingo, hace hincapié en la necesidad de proteger el patrimonio inmueble.

    Reflexiones trascendentes sobre temas académicos novedosos son sin duda la propuesta de cronología de Rosa María Reyna Robles, para la producción de diversos tipos de esculturas del estilo Mezcala; las precisiones que hacen Car­los Álvarez del Castillo, Javier Hernández del Olmo, José Luis Castrejón Caballero y Alberto Villa Kamel sobre la variabilidad de especies de maíz carbonizado encontrado en el sitio de Xochipala; y los comentarios de Louise Paradis refe­rentes a las esferas de intercambio en que estuvieron involucrados el alto río Balsas, el centro de México y la costa del Pacífico guerrerense durante los periodos del Formativo Medio al Posclásico Tardío.

    Finalmente, y no por ello menos interesantes o menos relevantes para la solución o el replanteamiento de los menesteres arqueológicos de la tierra suriana, se incluye la descripción que hace Cuauhtémoc Reyes de un altar pétreo mexica localizado en Huitzuco, el reporte de Rubén Cabrera con respecto a la identificación de diversas estructuras funerarias en el bajo río Balsas, y los trabajos de Claudia Alejandra Porras Ibarra y de Lucía Adriana Felipe Valencia y Ricardo Arredondo sobre la fortaleza militar de Oztuma.

    Lingüística

    En este segundo apartado, Erasto Antúnez hace un recuento de los estudios científicos sobre el español de Guerrero, a los que divide en dos rubros. En uno están los trabajos que tienen por objetivo la lengua hispánica que se habla en la República Mexicana, los que por lo mismo aportan únicamente datos generales de lo que acontece al respecto en la geografía suriana. Cita para el caso los nombres de Pedro Henríquez Ureña, Francisco J. Santamaría, José G. Moreno de Alba y Juan M. Lope Blanch, quienes identifican tres áreas dialectales para este territorio: la norte que sigue al altiplano mexicano, la occidente que se vincula con Michoacán, y la de Costa Chica y La Montaña que mira al altiplano oaxaqueño.

    En el otro están los que se han ocupado de manera particular de una región o de la entidad en sí, investigando lo concerniente a fonética, fonología, morfología, sintaxis y léxico, por referir varios temas. Para el estado tenemos lo que han hecho Héctor F. López y Salomón García Jiménez; en Tierra Caliente lo que levantó Pedro Rodolfo Hendrichs; sobre Costa Chica destacan los afanes de Carmen Heredia, Francisca Aparicio Prudente y Cristina Díaz Pérez; mientras que para La Montaña, Lucía Politi y Rainer Godau.

    Reconoce Erasto Antúnez Reyes que aunque los esfuerzos a que alude son trascendentes, todavía hace falta incentivar muchos más para poder conocer a fondo el español que se habla en el ámbito guerrerense. Al respecto, algo se hace ya en la Dirección de Lingüística del inah, donde el propio Antúnez coordina, desde el año 2000, el Proyecto de Dialectología de Guerrero.

    Antropología física

    Está representada en esta Mesa por un escrito sobre osteología cultural, realizado por Juan Martín Rojas Chávez y Jorge Arturo Talavera González a partir del análisis de los entierros humanos recuperados entre 1991 y 1993 en el sitio de Cuetlajuchitlán, municipio de Huitzuco, como parte de los trabajos del Proyecto de Salvamento Arqueológico de la Autopista Cuernavaca-Acapulco.

    En el texto se explicitan diversos elementos importantes para entender ciertas características de la vida prehispánica del lugar, entre los que se encuentra la abundancia de objetos de carácter ritual y doméstico trabajados en huesos de humanos y de animales, aunque lo más relevante es la presencia de distintas huellas de enfermedades en los esqueletos de aquéllos, lo que revela una degradación continua tanto del medio ambiente como de la salud de los individuos ahí representados.

    De acuerdo con los autores, esta degradación podría ser la causa de la extinción de la cultura de los cilindros del norte del estado.

    Antropología social y etnología

    Los ensayos de estas disciplinas se distinguen por ser los más numerosos en el volumen que aquí se trata, con 18 ponencias. Ello demuestra el gran interés que existe entre los investigadores por conocer más a fondo los procesos socioculturales que existen en el estado de Guerrero.

    Varios de los autores ofrecen revisiones de trabajos suyos ya difundidos, pero la mayoría parte de estudios etnográficos originales de comunidades y regiones particulares. Algunos se concentran en la descripción de procesos y estilos de vida, mientras que otros van más allá y enuncian propuestas teóricas. Los temas giran en torno a las expresiones simbólicas y rituales, migración, procesos políticos, relaciones de género, desarrollo sustentable, regionalización e identidad.

    Así, mientras Francoise Neff resalta la relación entre los tigres y las mujeres en el imaginario indígena de La Montaña, Fernando Orozco Gómez y Samuel Villela se ocupan de analizar otros dos aspectos rituales que se manifiestan de manera significativa en esa misma zona: las peticiones de lluvia y las ofrendas de manojos contados, respectivamente. Por su parte, Catharine Good Eshelman presenta un estudio referente a las prácticas relacionadas con el parentesco y el matrimonio en el alto Balsas, y Lilián González Chévez otro sobre la etnotaxonomía de las plantas medicinales de los nahuas de la región Norte; ambos trabajos vinculan las expresiones simbólicas actuales con pautas mesoamericanas muy antiguas.

    El trabajo de Isabel Margarita Nemecio Nemesio y María de Lourdes Domínguez Lozano, así como los de Constantino Medina Lima y Adriana Saldaña Ramírez hacen referencia a la problemática de la migración regional, nacional e internacional. Saldaña revisa las características de ésta entre los habitantes de Tula del Río, donde funciona como una estrategia de supervivencia económica; Medina se aboca a la de los nahuas de Acatlán que se establecen en el Valle de México, caracterizando su impacto en la cohesión social y la identidad étnica del grupo; con base asimismo en los nahuas de San Pedro Acatlán, Nemecio Nemesio y Domínguez Lozano consideran en cambio las consecuencias de dicho fenómeno en las estructuras familiares del lugar.

    Tres ponencias se enfocan en puntos específicos de la antropología eco­nómica, contribuyendo con diversos datos etnográficos sobre producción ar­tesanal. La de Eliseo F. Padilla Gutiérrez describe la elaboración de la cerámica en Atzacoaloya; la de Zula Elena León Velasco, Hernández del Olmo, Villa Kamel y Álvarez del Castillo se centra en los objetos de madera producidos en San Francisco Ozomatlán; en tanto que Rosalba Díaz Vázquez nos habla de la producción de velas en la región Centro-Montaña de Guerrero, dentro del marco de un mundo globalizado.

    Dos estudios más priorizan la relación entre la producción económica y el uso de los recursos naturales: Paul Hersch Martínez, Ignacio García Madrid y Raymundo Rufino Morales comentan el manejo del árbol de linaloe en La Montaña, de acuerdo con una perspectiva de desarrollo sustentable; a su vez, Alberto Villa Kamel y Javier Hernández del Olmo describen los huertos familiares de los nahuas del alto Balsas, confirmando que son un elemento importante del sistema agrícola tradicional de toda esta región.

    La participación de las poblaciones indígenas del estado en los procesos políticos y jurídicos es una preocupación que se hace notar en cuatro de los trabajos que aquí se publican. José Joaquín Flores Félix y Beatriz Canabal Cristiani analizan la reinvención de la identidad indígena como una estrategia política subalterna en la región de La Montaña. Maribel Nicasio González estudia las formas alternativas de procuración de justicia en esta misma región, y Mercedes Villacorta retoma el tema en relación con la cuestión territorial de la región Norte. Además, en otro de sus textos Beatriz Canabal y José Joaquín Flores reflexionan sobre los espacios de acción social de las mujeres indígenas guerrerenses.

    Para completar todas las líneas de exposición señaladas, hay que añadir a ellas la que presenta Mario Octavio Martínez Rescalvo, quien propone una reconceptualización de la región de La Montaña, tomando en cuenta prin­cipalmente las características étnico-culturales ahí localizadas.

    Cabe aclarar que más de la mitad de estas ponencias son el resultado de estudios sobre poblaciones indígenas de La Montaña, lo cual no es sorprendente, ya que, dada su diversidad cultural, las investigaciones antropológicas en Guerrero se han realizado casi siempre en dicha zona. Las demás se dividen entre el alto Balsas, la región Norte y la región Centro.

    Historia y etnohistoria

    Si bien es cierto que los textos a que se hace referencia aquí permiten cubrir en términos cronológicos los tres periodos en que se define de manera tradicional el estudio del pasado guerrerense, ello no implica que tengan uniformidad ni en cuanto al número ni en lo referente al tema.

    Así, sólo hay un trabajo que corresponde al periodo prehispánico. En éste, Rafael Rubí Alarcón se centra en las características que tenía la provincia de Yopitzinco hacia 1521, haciendo hincapié en la relación que mantenía esta misma con el llamado Imperio azteca; asegura que no se trataba de un señorío independiente, sino de un territorio en el que, mediante la concertación y la intermediación política, prevalecía la integración al sistema ideológico y administrativo de la llamada Triple Alianza.

    Son siete los trabajos que tratan sobre el periodo del Virreinato. El de Brígida von Mentz se dedica a explicar las complejas transformaciones que ocurrieron en la zona norte del estado durante el siglo xvi, debido a la presencia española y su política de control. La intensa explotación minera y la congregación de pueblos son dos de los ejes sobre los que construye su análisis con respecto a las particularidades económicas y sociales de los pobladores de la región, entre los que figuraban los chontales, cohuixcas, matlatzincas, tarascos y mexicas, entre otros.

    Por su parte, Alfredo Ramírez Celestino nos ofrece el estudio y la presentación de un códice de la zona de La Montaña: el de Huamuxtitlán, elaborado en la década de 1580 y al que considera de tipo jurídico, pues refiere la queja que los pobladores del lugar levantaron ante la Real Audiencia, por los malos tratos que recibían y la tributación excesiva a que estaban obligados por sus autoridades civiles y eclesiásticas inmediatas.

    Eustaquio Celestino Solís también escribe sobre una queja por abusos y vejaciones diversas, en este caso la que siguieron a principios del siglo xvii los habitantes de varios pueblos de la zona del alto Balsas, entre ellos Oapan, contra su cura beneficiado Francisco Gudiño. Después de un largo proceso las autoridades eclesiásticas que conocieron el asunto terminaron por absolver al acusado, con el argumento de que la Iglesia no tenía injerencia en cuestiones de acción jurídica. Tuvieron la precaución, eso sí, de cambiar a éste de juris­dicción, mandándolo a la provincia de Tlaxcala.

    Acapulco está presente con la ponencia de Edgar Ariel Rosales de la Rosa. Trata sobre el comercio que se hacía por la llamada Nao de China, especificando el papel que desempeñó la porcelana en dicha actividad no sólo como un objeto suntuario, sino como un transmisor de estilos, niveles tecnológicos, además de modelos de vida.

    A su vez, Edgar Pavía Guzmán tiene por motivo de investigación la provincia de Igualapa durante la primera mitad del siglo xviii; busca establecer las relaciones interétnicas, la división del trabajo, la movilidad social y el proceso de integración que tuvieron sus habitantes, en especial los negros, de acuerdo con los datos del informe que dirigió Pedro de Montes a José Antonio Villaseñor y Sánchez en el año de 1743.

    Los dos trabajos restantes concernientes al periodo en cuestión se centran en la insurgencia. Teresa Pavía Miller resalta el hecho de que, en su opinión, fueron los milicianos los que conformaron el grupo más importante de la lucha independentista en el Sur, y no los arrieros. Como se sabe, las milicias provincia­les se integraron con civiles, conformando cuerpos de defensa y vigi­lancia en apoyo de la labor del ejército regular. En cambio, Eduardo Miranda Arrieta pone su atención en la actividad militar y en el pensamiento político de un personaje concreto durante el año de 1821: Nicolás Bravo, cuyo accionar le pa­rece revelador para el estudio de las contradicciones ideológicas que se presentaron entre los individuos que culminaron el proceso de independencia, mismas que influirían también de manera notable en la construcción de la na­ción mexicana.

    Finalmente, el periodo del Guerrero independiente se ilustra con cuatro escritos. Dos tienen por base el último tercio del siglo xix. Jesús Guzmán Urióstegui se refiere a las características y condiciones en las que se gestó el proceso electoral de 1880 para la gubernatura del estado, del que resultó candidato oficial Diego Álvarez, no tanto porque hubiera sido el preferido del general Porfirio Díaz, sino por las negociaciones y acuerdos de estos dos con el también general Manuel González, el sucesor de Díaz a finales de dicho año.

    También sobre el Porfiriato es la investigación de Jaime García Leyva, quien analiza las diversas revueltas indígenas que se dieron en la zona de La Montaña durante los años de 1880 a 1910, destacando como motivos principales de rebelión el elevado y excesivo cobro de los impuestos, la usurpación de tierras, la imposición de autoridades y los abusos y la corrupción imperantes de los grupos en el poder.

    Los dos escritos restantes corresponden a la problemática del siglo xx. Francisco Herrera Sipriano se enfoca en la reconstrucción histórica de la revolución maderista en La Montaña; afirma que la mayoría de la población de ésta se incorporó o, por lo menos, simpatizó con el ideal de Francisco I. Madero debido a la situación de explotación, arbitrariedad, miseria, marginación política y social que vivía y a la que era sometida por el grupo acomodado. Culmina este apartado Jaime Salazar Adame, quien reflexiona en torno al caso de Aguas Blancas, acontecimiento violento ocurrido en junio de 1995, y que es, sin duda, una prueba más de la represión con que ese ente político que es el Estado pretende negar muchos movimientos de demanda social. ¿Cuál es la realidad guerrerense que se manifestó con dicha tragedia? ¿Qué perspectivas de participación se pusieron en juego o se tergiversaron? ¿Qué rumbo tomaron los debates que se generaron al respecto? He aquí algunas de las interrogantes a las que el autor pretende dar respuesta.

    Se cierra así la relación de textos que corresponden al presente volumen, primero de la serie de siete que —se piensa— saldrán a la luz sobre las Mesas Redondas que se han efectuado de 2004 a 2016 en torno al conocimiento antropológico e histórico de Guerrero. Tenemos la certeza de que este libro será una fuente de consulta importante para los interesados en la dinámica suriana, y que marcará pautas trascendentes para la investigación que se hace y que se hará en dicha entidad.

    Quede pues en manos y ojos ávidos y que tenga un rumbo placentero.

    Rubén Manzanilla López por Arqueología

    Georganne Weller Ford por Lingüística

    Patricia Hernández Espinoza por Antropología Física

    Anne Warren Johnson por Antropología Social y Etnología

    Jesús Guzmán Urióstegui por Historia y Etnohistoria

    Coordinadores

    Primera parte

    Arqueología

    Escultura antropomorfa de Guerrero en el Museo del Templo Mayor

    Rosa María Reyna Robles*

    Desde hace más de 100 años, gracias a las excavaciones de William Niven, se empezaron a conocer las esculturas de piedra de Guerrero y a atesorarse en museos y colecciones privadas (figura 1), pero a partir de los treinta y cuarenta, es cuando cobran gran popularidad entre los coleccionistas, que admiraban su enorme fuerza plástica y la limpieza en el trazo.

    El reciente montaje de una exposición arqueológica me permitió conocer parte de la extensa colección de escultura antropomorfa de piedra excavada en el Templo Mayor, presuntamente procedente de Guerrero. Estas piezas, aunque garantizaban su origen prehispánico, carecían de una ubicación cronológica precisa. En este trabajo daré a conocer los avances de una investigación que intenta situar de manera cronológica algunas de estas piezas.

    Figura 1. Figurillas de piedra verde localizadas por Niven en Guerrero. Fuente: Wicks y Harrison, 1999:13. La clasificación morfológica corresponde al estilo Mezcala.

    En efecto, el estudio de la escultura portátil de piedra, sobre todo de piezas antropomorfas del enigmático estilo Mezcala, ha pasado de la descripción y clasificación morfológica a la clasificación por métodos computarizados. Al tratarse de piezas no excavadas arqueológicamente, o aun excavadas en contextos de reutilización, ni en uno ni en otro caso se pudo determinar su edad.

    El primer investigador que se ocupó de la clasificación morfológica de piezas antropomorfas fue Miguel Covarrubias, y aunque hubo distintos intentos de modificarla (Alcina, 1961; Rubín, 1964; Gay, 1967; Angulo, 1983), considero que todavía no ha sido completada. Desde 1946 Covarrubias delimitó la pro­vincia arqueológica del río Mezcala (mapa 1) dentro de la cual determinó la presencia de cinco estilos diferentes: uno identificado claramente como Olmeca, tres relacionados con los estilos Olmeca y Teotihuacano, a los que llamó estilos transicionales, y una quinta categoría de objetos de estilos puramente locales, conformada por un grupo numeroso y heterogéneo de piezas caracterizadas por su extremado abstraccionismo, que no se parecía a ningún otro de Mesoamérica (Covarrubias, 1948). Posteriormente, a esta quinta categoría la llamó estilo Mezcala (Covarrubias, 1956) (cuadro 1). Dentro de los estilos puramente locales, decía Covarrubias que En las representaciones humanas pueden distinguirse muchos tipos que sería largo enumerar (Covarrubias, 1948: 88). Entre éstos escribe con mayor detalle e ilustra sólo tres de los tipos más frecuentes² (figura 2), los cuales, a partir de la exposición de la colección de Luis Hoyos en 1965, en el Sullivan County Museum de Nueva York, fueron tomados ya no como tipos dentro del estilo Mezcala, sino como estilos lapidarios independientes, a los que se les llamó Chontal, Sultepec y Mezcala (Gay, 1987: 27).

    Mapa 1. La provincia arqueológica del río Mezcala. Fuente: Covarrubias, 1956.

    No sobra decir que el uso del mismo término Mezcala para hablar de dos cosas diferentes ha creado una gran confusión. Entre los varios estudiosos del arte que hicieron modificaciones y nuevos intentos de clasificación morfológica, Carlo Gay dedicó buena parte de su vida a investigar uno de los tipos descritos por Covarrubias, el renombrado Mezcala, subdividiéndolo en una veintena de tipos más (Gay, 1967). Lo grave del asunto es que Gay no se concretó a describir e ilustrar las piezas con la prudencia que lo hizo al inicio de sus trabajos, sino que llegó a conclusiones e interpretaciones fantasiosas, como aseverar que estas esculturas se podrían fechar hacia 3000 a.C. (Gay, 1987: 240), y que no fueron contemporáneas con objetos cerámicos ni con arquitectura, es decir, que habían sido producidas en un periodo Neolítico (Gay, 1993: 189).

    Regresando a los años sesenta, Rubín de la Borbolla comentaba lo poco que se sabía sobre la arqueología de Guerrero, territorio cubierto por restos arqueológicos, de donde se conocían diversos materiales, entre éstos una sorprendente variedad de esculturitas y adornos de piedra de diversos colores, que es la característica más notable de la arqueología guerrerense (Rubín, 1964: 6), insistiendo en que:

    Figura 2. Esculturas de estilos Mezcala y transicional. Fuente: Covarrubias, 1948.

    Hay zonas donde la cultura mesoamericana se caracteriza por los rasgos locales de su cerámica, o de su arquitectura, pintura y escritura. Guerrero, en cambio, se destaca desde el Preclásico por su arte lapidaria. La marcada presencia de esculturitas de piedra de los tipos olmeca y teotihuacano, no debe sorprendernos, si consideramos que fue tierra de hábiles lapidarios, capaces de producir todos los tipos de escultura pétrea usada por los pueblos mesoamericanos (Rubín, 1964: 9).

    En efecto, los estilos mesoamericanos se distinguen por la manera particular de hacerlos o representarlos en una época, como los estilos Teotihuacano o Zapoteco diferenciados por Rubín de la Borbolla (cuadro 2), al interior de los cuales existen varias o muchas clases o tipos de figurillas, vasijas o de arquitectura, de la misma manera que opera el estilo Mezcala.

    En cuanto al aspecto cronológico, para entonces todavía muy tentativo, escribe que, gracias a varias investigaciones,

    […] se deduce la existencia del preclásico medio y superior [....]; en algunos sitios aparece superpuesto el horizonte teotihuacano muy abundante, y, a su vez, el mazapa, para dar paso a las etapas guerrerenses e históricas, mientras que, en otros, una capa estéril separa el preclásico de las épocas locales e históricas, como si hubiera ocurrido una desocupación total o un abandono temporal inexplicable (Rubín, 1964: 6).

    Sin comentar el resto de su interesante trabajo, quiero destacar varias cuestiones que desde entonces se vislumbraban: la abundancia de esculturas trabajadas no sólo en piedra verde, sino de diferentes tonalidades; la suposición de que en Guerrero se producían diversos estilos mesoamericanos, en especial el Olmeca y el Teotihuacano; la ubicación de las etapas guerrerenses posteriores al Mazapa en algunos lugares, y la ausencia de ocupación entre el Preclásico y las épocas locales en otros. Si las etapas guerrerenses y las épocas locales se refirieran a la presencia de objetos de estilos locales, se podría desprender que Rubín de la Borbolla los situaría en tiempos posteriores a Teotihuacan, pues incluso más adelante afirma que para la época tolteca desaparecieron o disminuyeron las representaciones antropomorfas y el trabajo lapidario se enfocó hacia la producción de objetos para el adorno personal (Rubín, 1964: 16).

    La clasificación por medio de la taxonomía numérica

    La clasificación de figuras antropomorfas por métodos matemáticos fue iniciada por Mari Carmen Serra con un grupo de 58 objetos de las colecciones del mna, procedentes del altiplano central y las regiones oaxaqueña y —­presuntamente— guerrerense. Utilizando el método de taxonomía numérica describió los rasgos que dan lugar a las de estilo Mezcala (Serra, 1975: 338). Sin embargo, no se conformó con una clasificación objetiva, sino que sugirió, en términos teóricos, que los conceptos de tradición, influencia y estilo también podrían ser medidos matemáticamente, lo cual permitiría ubicar de manera cronológica los materiales. Al combinar los tres grupos determinados con dos técnicas de elaboración distintas, consideró que el más antiguo era aquel material influido plenamente por Teotihuacan (200-500 d.C.), a partir del cual se derivó un grupo plano y otro de bulto, de una base realista hacia una abstracción mecanizada, concluyendo que el estilo Mezcala no tenía raíces propias (Serra, 1975: 342) (figura 3), conclusiones que rectificó más tarde al señalar que algunas piezas se podrían situar al inicio del horizonte Clásico (Serra y De la Torre, 1993: 81).

    Figura 3. Comparación cronológica de esculturas del altiplano central, Guerrero y región oaxaqueña. Fuente: Serra Puche y De la Torre, 1993.

    Por su parte, Carlos González y Bertina Olmedo realizan una clasificación minuciosa de la colección más amplia de esculturas antropomorfas recuperadas en 14 ofrendas excavadas en el Templo Mayor. Su estudio comprendió no sólo a las de estilos puramente locales o Mezcala, sino a las transicionales, especialmente al Teotihuacan-Guerrero o Teotihuacanoide, y al plenamente Teotihuacano, incluso de manufactura mexica (González y Olmedo, 1986 y 1990).

    Al aplicar también el método de taxonomía numérica en 382 ejemplares antropomorfos (220 figuras completas y 162 cabezas y máscaras), establecieron 36 grupos diferentes para los primeros y 39 para los segundos, señalando que el conjunto comprendía gran diversidad de tradiciones (cuadros 3 y 4). En su primer trabajo se inclinan a ubicarlas entre el Clásico Tardío y el Posclásico (González y Olmedo, 1986: 251). Más tarde, con cautela, dicen que a pesar de tratarse de piezas con asociación contextual, sólo se podía garantizar su origen prehispánico, pero no precisar con exactitud su posición cronológica ni su lugar de procedencia, pues las piezas habían sido reutilizadas por los mexicas (González y Olmedo, 1990: 87).

    Con objeto de intentar ubicar su lugar de procedencia, se realizó el análisis microscópico sobre 93 esculturas (38 máscaras y 55 figuras) con el que establecen 16 grupos petrográficos. Por desgracia, igual que sucedió con el análisis de la cerámica Blanco Granular (Reyna y Schmidt, en prensa), se encontró que la distribución de las rocas metamórficas con las que están elaboradas la mayoría de las esculturas es muy amplia en el litoral del Pacífico, incluyendo a Guerrero, mientras que las serpentinitas se localizan en los límites de Puebla y Oaxaca (González y Olmedo, 1986: 241-242). Ya que, dicen los autores citados, en la zona del río Mezcala no hay afloramientos accesibles de estas rocas metamórficas, es posible plantear que se utilizaron cantos rodados como preformas para el trabajo lapidario (González y Olmedo, 1986: 250).

    De su investigación merece comentarse que el mayor número de grupos (67 de 75: 89%), tanto en figuras de cuerpo completo como en máscaras y representaciones de la cabeza (cuadros 6 y 7), son los que se determinaron con el menor número de piezas (de 2 a 5) y aun en éstos hay diferencias notables según se aprecia en sus ilustraciones (González y Olmedo, 1986). Los grupos los dividen en bien y poco definidos, pero en algunos de los poco definidos hay una similitud morfológica extraordinaria entre ellos mismos o con algunos de los bien definidos. Entre éstos localicé varias piezas que trataré adelante.

    Edad de las esculturas antropomorfas en el Museo del Templo Mayor

    Aunque en Guerrero hubo algunos trabajos arqueológicos en los que se excavaron piezas de estilo Mezcala o transicional, fue hasta hace poco más de diez años cuando se descubrió un conjunto de siete figurillas de estilo Mezcala en Ahuinahuac (figura 4), que por primera vez se fecharon con C14 en 500 a.C. (Paradis, 1991). Posteriormente en La Organera-Xochipala, zona también fechada por radiocarbono en el Epiclásico (circa 650-900 d.C.), se excavaron tres figurillas de cuerpo completo y cuatro cabezas del mismo estilo (figura 5), todas ellas morfológicamente diferentes (Reyna, 1997; Reyna y Barrera, 2003; Reyna et al., 2003), y en San Miguel Ixtapan, Estado de México, sitio también situado en el Epiclásico, se recuperó un extenso conjunto de piezas de estilo Mezcala y transicional (Limón, 1996) (figura 6).

    Figura 4. Figurillas de estilo Mezcala de Ahuinahuac, Guerrero. Fuente: Girard, 1999.

    Figura 5. Figurillas de estilo Mezcala de La Organera-Xochipala, Guerrero.

    Figura 6. Figurillas de estilo Mezcala y transicional de San Miguel Ixtapan, Estado de México.

    Con base en la amplia investigación que realicé sobre las piezas localizadas arqueológicamente en Guerrero, o más bien en el amplio territorio que llamé región Mezcala,² y con objeto de exhibir algunas de las esculturas más sobresalientes de la colección del Templo Mayor, se montó una exposición dividida en dos partes: la primera mostró el entorno, origen y desarrollo de la cultura arqueológica relacionada con las esculturas de estilos Mezcala y transicional, esto es, sobre la cultura Mezcala, y la segunda se dedicó a las ofrendas del Templo Mayor y su significado (Reyna, 2003).

    Al examinar algunas de las esculturas antropomorfas en las bodegas del Museo del Templo Mayor, y al revisar en forma reciente el trabajo de González y Olmedo, encontré información que podría ubicarlas cronológicamente, pues varias son similares a las excavadas y fechadas en la región Mezcala, y otras acusan un extraordinario parecido con ciertos tipos de figurillas de barro del Preclásico o Formativo que estudié muchos años atrás (Reyna, 1971) (cuadro 7).

    Así, he podido establecer que varias de estas piezas podrían ser anteriores al surgimiento del estilo Mezcala pues, aun considerando las limitaciones del trabajo de piedra contra la arcilla, parece como si se hubieran copiado tipos de figuras de barro del Preclásico. De este modo, percibo que el tipo D2, situado preponderantemente en el Preclásico Medio y caracterizado entre otras cosas por tener cejas y nariz unidas en forma de T, podría haber dado origen a uno de los tipos de Covarrubias con esa misma particularidad (figura 7). Entre las muchas piezas de este tipo, he localizado cuatro que se asemejan al D2 no sólo en su forma sino en los tocados, y otras cuatro que reproducen de igual manera a las figuras huecas del Tipo D3 (figura 8).

    Figura 7. Máscaras de piedra de estilo Mezcala y cabezas de figurillas del tipo D2.

    Figura 8. Cabeza de piedra del Templo Mayor y cabeza de barro del tipo D3.

    Figura 9. Figurilla de piedra del Templo Mayor y figurilla de barro del tipo I Temprano.

    Ya para el Preclásico Tardío, seguramente conviviendo con las de estilo Mezcala, encontré cuatro esculturas de piedra semejantes al tipo I Temprano (figura 9), última reminiscencia del estilo Olmeca; dos más que se asemejan al tipo I Tardío (figura 10), el cual prefigura al estilo teotihuacano, y otras dos con un enorme parecido a las pequeñas figurillas sólidas del tipo E2 (figura 11). Un ejemplar más es similar a las figurillas michoacanas que tienen su antecedente en las del tipo H4, por lo que se podría ubicar en el Protoclásico.

    Figura 10. Cabeza de piedra del Templo Mayor y cabeza de barro del tipo I Tardío.

    Figura 11. Figurilla de piedra del Templo Mayor y figurilla de barro del tipo E2.

    Figura 12. Cabezas de piedra de Ahuinahuac, Guerrero, y Templo Mayor.

    También localicé otras ya de estilo Mezcala (cuadro 8): tres semejantes a las excavadas por Luisa Paradis en Ahuinahuac, Guerrero (figura 12), las cuales, como se dijo, se fecharon alrededor de 500 a.C.; seis figuritas que son muy parecidas a las excavadas en La Organera-Xochipala, Guerrero (figura 13), y dos a las recobradas en San Miguel Ixtapan, Estado de México, sitios fechados sin duda en el Epiclásico. De estilo Teotihuacanoide, el cual probablemente se produjo también en el Epiclásico, encontré al menos cuatro similares al fragmento recolectado por Paul Schmidt en el valle de Chilapa (figura 14).

    Figura 13. Figurillas de piedra del Templo Mayor y de La Organera-Xochipala, Guerrero.

    Figura 14. Figurillas del Epiclásico y Teotihuacanoide del Templo Mayor, y Teotihuacanoide de Covarrubias.

    Era evidente entonces que en las ofrendas del Templo Mayor se habían colocado materiales de estilo Mezcala y de estilos transicionales de diferentes edades, aunque como tributo a los mexica únicamente se registran para la provincia de Yoaltepec (Niederberger, 2002: 207).

    Pero por otro lado, en Guerrero quedaba información de piezas de estilo Mezcala asociadas a materiales del Posclásico tardío en Cocula (Cabrera, 1984) y en el Balsas medio (Rodríguez, 1984), lo cual podría indicar su permanencia o elaboración hasta estos tiempos.

    Con respecto al porqué de su abundante presencia en el Templo Mayor, Eduardo Matos publicó en 2003 una interesante hipótesis relacionada tanto con las necesidades de subsistencia como con la ideología de los mexicas, mientras que en la mía se expone que […] los ya para entonces empobrecidos pobladores de la región Mezcala, sometidos y obligados a tributar, se vieron en la necesidad de profanar sus tumbas y antiguos edificios, aunque con Bertina Olmedo (1993), no se descarta la idea de que fueron saqueadas por las huestes mexica en territorio guerrerense, llevándolas como botín de guerra; por lo tanto, continúo:

    Esto esclarecería varias cosas. Al ser producto del pillaje no tenían por qué registrarlas de manera puntual como parte del tributo impuesto a los pueblos sometidos; también aclararía por qué se atribuyen a diferentes periodos, unas al Preclásico y otras al Epiclásico. Igualmente explicaría el por qué se excavaron al menos en dos sitios de Guerrero en asociación a materiales del Posclásico Tardío y concretamente junto a tiestos aztecas [Reyna, 2003: 28].

    Síntesis y conclusiones

    Con base en mis propias investigaciones he determinado que la cultura Mezcala surge con gran vigor en tiempos postolmecas (entre 500 a.C. y 200 d.C.), y que este impulso, como percibieron Lister (1947), Greengo (1967) y Henderson (1979), se ve inhibido durante el Clásico (entre 200 y 600-650 d.C.) con un abandono temporal inexplicable, como dijo Rubín de la Borbolla. La interpretación que he dado a tal inhibición es la hegemonía que probablemente ejerció Teotihuacan sobre la cultura Mezcala, la cual resurgió en el Epiclásico para alcanzar su apogeo, y al final del cual desapareció. Es decir, las esculturas de estilo Mezcala, uno de los conjuntos que conforman la cultura Mezcala, anteceden y perviven a la época Teotihuacana.

    En los inicios de esta investigación, que pretende ubicar cronológicamente algunas de las esculturas de la colección del Templo Mayor, debo resaltar que en 1956 Miguel Covarrubias ya había señalado que ciertas figurillas de piedra se parecían a las de barro. Al hablar del transicional estilo Olmeca-Guerrero, decía que podría situarse hacia 500 a.C. debido a su extraordinaria similitud con ciertos tipos de figurillas de barro del periodo Preclásico Tardío (Ticomán). Tal es el caso del tipo I Temprano que se deriva de las figurillas con cara de niño, al que ahora agrego otro que ya no acusa rasgos de estilo olmeca: el tipo E2.

    La idea citada continúa: Esto podría convenientemente llenar el vacío entre los dos horizontes y podría proveer un estilo transicional que precediera a las máscaras y figurillas del Clásico de Teotihuacan (Covarrubias, 1956: 20). Esta idea es reforzada por el mismo Covarrubias en 1961 cuando habla del oscuro periodo de transición entre el preclásico y el clásico. Covarrubias anotó al respecto: Los tipos de transición tan interesantes, en una zona estratégica como la que nos ocupa, podrían explicar el origen de las figurillas y máscaras de piedra teotihuacana […] (Covarrubias, 1961: 123). Esto se puede observar en las piezas de piedra semejantes al tipo I Tardío, ubicado precisamente en el Preclásico Tardío.

    Covarrubias también intuyó que algunas piezas pertenecían al Epiclásico. Como escriben González y Olmedo, fue muy reservado al situar de forma cronológica las piezas de estilos puramente locales, sin embargo la secuencia en que presenta sus conclusiones parece tener un carácter cronológico y el lugar en que ubica al estilo Mezcala podría corresponder a la transición entre los periodos Clásico y Posclásico, y agrega que encontramos algunos pasajes que parecen implicar el hecho de que se inclinaba a considerar este estilo como posterior a Teotihuacan (González y Olmedo, 1990: 37). Y efectivamente, varias de las figurillas excavadas arqueológicamente en la región Mezcala son posteriores a la época teotihuacana.

    En cuanto al estilo Teotihuacanoide, percibí que se podría haber desarrollado a la caída de Teotihuacan, durante el Epiclásico, por lo que escribí: la escultura portátil (de estilo Mezcala) persiste como un estilo regional vigoroso junto con otros ‘estilos transicionales’ como el Teotihuacan-Guerrero (Reyna, 2003: 23).

    El fragmento de figurilla teotihuacanoide recientemente localizado por Paul Schmidt en el valle de Chilapa (Schmidt, 2004) podría confirmar esta percepción, a la vez que revalida la extensión de la provincia arqueológica del Río Mezcala de Covarrubias, porción que yo excluí de la más amplia región Mezcala en 1997 por carecer de datos arqueológicos.

    En el trabajo inicial que aquí presento sólo me concreté a reconocer semejanzas morfológicas entre las piezas de piedra y las de barro, aunque también tomé en cuenta el diseño de los tocados y el tamaño de las piezas; de igual modo comparé las del Templo Mayor con las excavadas en la región Mezcala. La muestra de esculturas antropomorfas recobradas arqueológicamente en dicha región todavía es muy escasa, e incluso algunas se han perdido; dentro de ella existe una variedad extraordinaria, por lo que clasificarlas sería poco promisorio. Todavía no he utilizado ningún método, pero debo decir que en mi opinión el de la taxonomía numérica, aunque ha dado buenos resultados en algunas agrupaciones, en otras acusa grandes diferencias morfológicas y cronológicas, por lo que considero que en su análisis se deberían tomar íntegramente, como lo hizo Covarrubias con los tres tipos que estableció con mayor detalle, o retomar experiencias anteriores.

    Ya en 1976, Christine Niederberger discutió con amplitud los pros y contras del método de taxonomía numérica, que desmenuza los objetos rasgo por rasgo para dejar después que la computadora los agrupe. Ante la abrumadora cantidad de rasgos a analizar, Niederberger optó por utilizar categorías descriptivas sintéticas que asocian características cuya recurrencia es evidente y perceptible. Los componentes de tales categorías, dice, son valores particulares que están presentes en la totalidad de los materiales (Niederberger, 1976: 110). González y Olmedo ya apuntaban hacia esa dirección al escribir que Sería interesante desarrollar una clasificación sintetizando más los atributos para observar si de esta manera se siguen marcando bien las diferencias entre los grupos resultantes (González y Olmedo, 1986: 244). En fin, la taxonomía numérica es sólo un método que puede ser utilizado por el arqueólogo, siempre más preocupado por la significación cultural que por simples semejanzas morfológicas no definibles en forma explícita (Niederberger, 1976).

    Además, como he señalado antes (Reyna, 1997 y 2003), estaríamos clasificando piezas a las que les faltaría su acabado final, es decir, la clasificación sería de los soportes sobre los que se representaron personajes o deidades, como se ha podido observar en algunas de las esculturas cuidadosamente recobradas en el Templo Mayor. Si aún así se va a hacer una tipología general del estilo Mezcala, […] sólo podrá realizarse con una muestra representativa de materiales obtenidos a través de trabajos arqueológicos llevados a cabo con un enfoque regional (González y Olmedo, 1990: 88), y desde luego fechados, pues, como advierten los investigadores citados, es peligroso establecer una secuencia cronológica con base en objetos sin asociación contextual, ya que tales secuencias pueden ir en un sentido u otro, según el punto de vista del clasificador (González y Olmedo, 1990).

    Por el momento he podido constatar que las esculturas de estilos puramente locales, o estilo Mezcala, de carácter puramente local e inequívoco (Covarrubias, 1948) y las de estilos transicionales forman parte de la cultura Mezcala; que éstos se ubican, hasta ahora, únicamente en el Preclásico o Formativo Tardío y en el Epiclásico, y que no se replican en un periodo y otro.

    Bibliografía

    Alcina Franch, José, 1961, Pequeñas esculturas antropomorfas de Guerrero (México), Revista de Indias, núm. 84, Madrid, pp. 295-350.

    Angulo, Jorge, 1983, Guerrero stone axes, The Picker Art Gallery Annual Report Bulletin, Nueva York, vol. 1, núm. 2, Colgate University, pp. 5-11.

    Cabrera Castro, Rubén, 1984, El proyecto Cocula, Guerrero, y las Formas de Asentamiento Prehispánico en la Región, en Investigaciones Recientes en el Área Maya, XVII Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, sma, México, pp. 81-92.

    Covarrubias, Miguel, 1948, "Tipología de la industria de piedra tallada y pulida de la cuenca del río Mezcala, en El Occidente de México, IV Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana

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