Es el 29 de septiembre de 1586, en Roma. La plaza rebosa. Hace dos semanas que el monolito de piedra está en vertical, y atrae todas las miradas. Los romanos en masa admiran el viejo obelisco que el arquitecto del papa alzó mediante una espectacular estructura y el esfuerzo de cientos de hombres y bestias. Ni punto de comparación con la sencilla grúa que hoy han puesto para rematar la faena.
Este viernes, además, se ha erigido un altar frente al obelisco, y el obispo Ferratini ha dicho misa. Al acabar, ha bendecido una cruz enorme destinada a coronar la aguja. Aguja, guglia en italiano. Ya se la conocía así cuando estaba en su lugar original, al costado de la basílica de San Pedro. Solo que ese tampoco era su lugar original.
Por fin, seguido de un nutrido séquito, el papa se acerca al altar. 65 años tiene el pontífice. Frondosa barba, larga nariz, mirada autoritaria bajo cejas espesas. A nadie le sorprende que Sixto V haya promovido el traslado de la guglia, porque lleva empeñado en empresas similares desde que se sentó en el trono vaticano. Todos guardan silencio mientras Sixto recita el De exorcizandis obsessis a Daemonio. Al llegar a una de las partes más conocidas, la vista del santo padre se desvía la base de la guglia, en su cara oriental, donde pronto se inscribirán en latín estas palabras: «¡He aquí la cruz de Cristo! ¡Huid, poderes hostiles! ¡El león de la tribu de Judá y la raíz de David vencen!».
El exorcismo concluye. El papa hace un gesto y comienza el cántico del Vexilla regis en honor de la Santa Cruz. Parte del público lo conoce bien, y por eso lo tararea en voz baja. Salve, oh, cruz, única esperanza nuestra.
Ya está. La guglia está purificada de las miasmas paganas que aún flotaban sobre ella. Restos de antiguas religiones, polvo del desierto egipcio, sombras de falsos dioses romanos, sangre de los mártires. Los demonios, exorcizados, huyen del obelisco.
Aún no se ha disipado el eco del himno cuando los operarios suben la Santa Cruz a lo alto de la . Sixto V retoma la palabra y concede indulgencia plenaria a todo aquel que desde cualquier rincón del mundo venga