La geografía y las ciencias naturales en algunas ciudades y regiones mexicanas, siglos XIX-XX
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La geografía y las ciencias naturales en algunas ciudades y regiones mexicanas, siglos XIX-XX - Luz Fernanda Azuela
Índice de contenido
Introducción
Luz Fernanda Azuela
Rodrigo Vega y Ortega
Capítulo 1. Los practicantes de la geología a través del Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 1850-1863
Rodrigo Vega y Ortega
Capítulo 2. El Observatorio Meteorológico del Colegio Católico del Sagrado Corazón de Jesús en Puebla, 1877-1899
Ana María Dolores Huerta
Flora Elba Alarcón Pérez
Capítulo 3. Territorio y recursos naturales en la cuenca del río Mezcala-Balsas, México, siglo XIX
José Alfredo Uribe Salas
Capítulo 4. Industria y recursos naturales: los sistemas energéticos de agua y de vapor en Jalisco, siglo XIX
Federico de la Torre de la Torre
Capítulo 5. Naturaleza indómita en Jalisco en el siglo XIX: ambiente, cultura, sociedad. Primeros pasos
Rebeca Vanesa García Corzo
Capítulo 6. La ciencia en la prensa femenina: El caso de las Violetas del Anáhuac, 1887-1889
Lorena Ortiz Merino
Capítulo 7. Las relaciones entre la Ciudad de México y la vida científica de Porfirio Parra
Luz Fernanda Azuela
José Daniel Serrano
Capítulo 8. Algunos estudios naturalistas en el Instituto de Higiene 1922-1940
Consuelo Cuevas-Cardona
Steve Missael Cerón-Sánchez
Fuentes consultadas
Aviso legal
Introducción
La geografía y las ciencias naturales en algunas ciudades y regiones mexicanas, siglos XIX-XX se propone contribuir a la reflexión sobre la gama de investigaciones geográficas y naturalistas llevadas a cabo por mexicanos y extranjeros entre 1821 y 1930, provenientes de distintos orígenes sociales, cuyo denominador común fue la valoración de la geografía y la historia natural como ejes del desarrollo de México, a pesar de las crisis bélicas, políticas y económicas. En cada región mexicana se consolidó una élite proclive a la generación de conocimiento científico que fundó instituciones y gestionó, desde el espacio público, el apoyo gubernamental en los rubros económicos que se requerían. Varias de las prácticas geográficas y naturalistas se desarrollaron en torno al inventario de la flora, fauna y minerales, al igual que respecto al reconocimiento de las características físicas del territorio y la diversidad demográfica. Además, con el paso del tiempo se configuraron otras prácticas científicas a tono con las acciones de las comunidades europeas y americanas.
En cuanto a las prácticas, en este libro también se reconoce las aportaciones interpretativas de novedosas metodologías, como el giro espacial en las ciencias y las humanidades,¹ que toma como punto de partida la naturaleza situada y espacializada de la práctica científica. Lo anterior como un elemento indispensable para la comprensión de los diferentes significados que adquiere la ciencia para sus diversos actores, agentes, artefactos y públicos. En el caso particular de la historia de las ciencias, la introducción de los conceptos geográficos ha permitido estudiar la forma diferenciada en que operan las prácticas científicas y sus procedimientos en lugares diversos. En la historia de la ciencia también se han estudiado los diferentes emplazamientos de las instituciones científicas y las interacciones que establecen con el entorno social y cultural. Y del mismo modo, en la historiografía se han analizado las interacciones entre las teorías científicas y las condiciones políticas, económicas, religiosas y sociales, así como la huella que han imprimido sobre las ciencias naturales los diversos ambientes en los que se han construido. El efecto acumulativo de estas investigaciones revela la importancia de las consideraciones espaciales para el análisis histórico de la ciencia.
Los participantes del proyecto PAPIIT núm. IN 301113-RN 301113: La Geografía y las ciencias naturales en algunas ciudades y regiones mexicanas, 1787-1940
nos hemos planteado realizar nuevas interpretaciones históricas acerca del devenir de la ciencia mexicana en los siglos XVIII al XX. Hasta ahora, se ha abordado la geografía y la historia natural como las ciencias de mayor empuje en varias regiones del país y como ejes intelectuales para poner en marcha varios proyectos políticos, económicos y sociales.
En cada uno de los capítulos de este libro se pone de manifiesto que el devenir de la ciencia mexicana contemporánea, en particular las ciencias geográficas y naturales, tiene como origen el desarrollo científico del periodo 1821-1930, pues fue durante esta temporalidad cuando se conformaron grupos regionales interesados en el conocimiento y las prácticas científicas tendientes a estudiar el territorio y los recursos naturales de México, con propósitos económicos, políticos, sociales y militares. Esta consideración básica ha guiado las investigaciones reunidas en este libro. En ellas se ha partido de un cúmulo de fuentes históricas que dan testimonio de los actores, las instituciones y el espacio público en que se cultivaron las ciencias naturales y geográficas.
Este nuevo volumen se vincula con las investigaciones presentadas en La geografía y las ciencias naturales en el siglo XIX mexicano (2011), Naturaleza y territorio en la ciencia mexicana del siglo XIX (2012), Espacios y prácticas de la Geografía y la Historia Natural de México (1821-1840) (2014) y Actores y espacios de la Geografía y la Historia Natural, siglos XVIII-XX (2015). Los cuatro libros han caracterizado las prácticas científicas llevadas a cabo por disímiles actores que ocuparon varios espacios proclives a la generación de conocimiento científico.
En los capítulos de La geografía y las ciencias naturales en algunas ciudades y regiones mexicanas, siglos XIX-XX resalta la figura heterogénea del científico
entre 1786 y 1950. Este científico al inicio era un actor cultural difuso, que muchas veces era sinónimo de letrado. En esta categoría se inscribían literatos, políticos, médicos, inventores, empresarios, viajeros o historiadores, quienes dedicaban parte de sus inquietudes intelectuales a la indagación de la naturaleza y el territorio nacionales. Sin embargo, a partir del último tercio del siglo XIX, el científico fue delimitando sus competencias y adscripciones hasta diferenciarse de otro tipo de profesionales. Esto se reforzó en la primera mitad del siglo XX con la creación de nuevos estudios superiores y de posgrado en las universidades regionales.
Varios capítulos de este texto toman en cuenta la óptica de las geografías del conocimiento al hacer patente que los actores de la ciencia establecieron varios vínculos con el entorno urbano durante sus actividades cotidianas, dejando claro que la ciudad no fue un mero escenario de la ciencia sino un factor activo en el desenvolvimiento material de las diversas prácticas científicas en los siglos XIX y XX. Esto se aprecia en los estudios de caso sobre Puebla y la Ciudad de México.
En las investigaciones aquí presentadas se muestra la heterogeneidad de estudios regionales que tuvieron por objeto la exploración y la descripción territorial; el fomento de las empresas económicas de tipo agrícola, minero y de explotación de materias primas; la difusión y divulgación de las ciencias, a través de las cátedras impartidas en las escuelas superiores y de los contenidos publicados en revistas y periódicos; la reunión de los científicos en las asociaciones y los proyectos desarrollados en las instituciones. Además, en varios capítulos se relaciona al conocimiento científico con la apertura económica que inició con la vida independiente de México. Esta nueva etapa requirió la mejora de caminos; la determinación de la distancia entre centros de producción, consumo y exportación; la defensa de las fronteras y la búsqueda de materias primas para el despegue de la industria nacional, así como el estímulo del comercio con el extranjero. Para ello, el Estado y la sociedad requirieron de los conocimientos y prácticas de geógrafos y naturalistas con los cuales se apuntalaría el progreso
del país.
Este libro también recupera el objetivo de articular una visión histórica más amplia que la ciencia originada en la Ciudad de México. Esto ha caracterizado la historiografía de la ciencia hasta hace una década, al pasar inadvertido el cúmulo de conocimientos y prácticas de la geografía y la historia natural de las regiones del interior del país, como la michoacana, poblana y jalisciense, las cuales se abordan en este volumen.
Rodrigo Vega y Ortega presenta "Los practicantes de la geología a través del Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 1850-1863". En esta investigación el autor caracteriza a los profesionales y amateurs interesados en el conocimiento geológico de algunas zonas mexicanas a partir del conocimiento vulcanológico, estratigráfico y del magnetismo terrestre que se expresaron en las sesiones de la agrupación científica más importante de mediados del siglo XIX. Además, se expone la necesidad de revisar la historiografía referente a la geología mexicana practicada desde la década de 1870.
Ana María Dolores Huerta y Flora Elba Alarcón contribuyen con "El Observatorio Meteorológico del Colegio Católico del Sagrado Corazón de Jesús en Puebla, 1877-1899". Las autoras se propusieron reconocer el papel de dicha institución del clero católico en el desarrollo de la práctica científica a favor de la diócesis y de la sociedad poblana. El observatorio poblano convivió con las instituciones meteorológicas laicas de la entidad y con la red científica católica del país que se desarrolló en la segunda mitad del siglo XIX.
José Alfredo Uribe Salas analiza algunos estudios sobre el territorio y los recursos naturales de la cuenca del río Mezcala-Balsas entre 1840 y 1883. Ambos fueron objeto del interés científico y económico de profesionales y amateurs de la ciencia, entre quienes se encontraban funcionarios públicos, políticos y empresarios que buscaban desarrollar proyectos que posibilitaran la comunicación interoceánica y el comercio internacional. Por esta razón, se desarrolló el conocimiento local en torno a la geología, la historia natural y la geografía.
Federico de la Torre examina la actividad científico-técnica de los ingenieros de Jalisco entre 1840 y 1900 en cuanto a la industrialización mecanizada a partir de nuevos sistemas energéticos y su repercusión en varios giros industriales. Las fuentes utilizadas para este trabajo van desde libros y tesis profesionales, así como informes oficiales, notas y colaboraciones hemerográficas, descripciones de viajeros, recomendaciones técnicas de ingenieros, informes de las empresas ante las instancias de gobierno, además de documentos notariales y/o legales diversos de la época.
El capítulo de Rebeca García Corzo tiene como objetivo caracterizar la percepción de los fenómenos naturales en Jalisco a lo largo del siglo XIX, así como la actuación de los seres humanos frente a la variedad de desastres naturales. En este periodo se aprecia una transformación de la visión de la naturaleza omnipotente e indómita hacia la búsqueda del control y prevención de tales eventos. Lo anterior incluyó a las acciones del gobierno, los científicos y la sociedad en general, en ocasiones organizada espontáneamente en forma solidaria. La voz de la ciencia decimonónica guió varias de las soluciones propuestas para hacer frente a los desastres naturales acaecidos en Jalisco.
La investigación de Lorena Ortiz Merino busca exponer el papel que desempeñó la ciencia en la prensa femenina del siglo XIX en México, centrándose en el análisis de los contenidos de la revista Violetas del Anáhuac, publicación que fue dirigida por y destinada a las mujeres entre 1887 y 1889. Con este objetivo, la autora lleva a cabo un análisis de la ampliación de las empresas editoriales y del público femenino del período, haciendo explícitos los campos del conocimiento que se abordaron en aquellas revistas, especialmente la historia natural, la geografía, la meteorología y otros saberes útiles para el entonces llamado bello sexo
.
El estudio de Luz Fernanda Azuela y José Daniel Serrano parte de la concepción de las geografías del conocimiento para analizar los vínculos entre el entorno urbano de la Ciudad de México y el quehacer científico y filosófico del médico Porfirio Parra. El capítulo describe los equipamientos científicos de la capital así como las posibilidades de intercambio intelectual que ahí se producían, mostrando que la ciudad fue un factor activo e indispensable en el desarrollo de la biografía intelectual de uno de los personajes más destacados del período.
Por último, Consuelo Cuevas Cardona y Steve Missael Cerón-Sánchez presentan Algunos estudios naturalistas en el Instituto de Higiene (1922-1940)
, texto en el que analizan las investigaciones encaminadas al combate de ciertas enfermedades, a través de estudios de microbiología, geografía e historia natural. En esta dependencia científica laboraron Carlos Christian Hoffmann, Jesús González Urueña, Francisco Paz, Fernando Zárraga, José Joaquín Izquierdo, Juan Roca, Isaac Ochoterena y Helia Bravo Hollis. El capítulo establece las relaciones del Instituto de Higiene con la Sociedad Mexicana de Biología, una asociación que trató temas más relacionados con la medicina que con las ciencias biológicas.
Como puede advertirse, el grupo de investigación ha procurado relacionar las historias regionales de la ciencia mexicana para mostrar un panorama incluyente, en el que se hagan patentes las relaciones entre el contexto geográfico y los procesos de producción del conocimiento.
Luz Fernanda Azuela
Rodrigo Vega y Ortega
Ciudad Universitaria, a 10 de diciembre de 2015
1 Sobre el tema véanse los trabajos de Lindón, Aguilar y Hiernaux (2006) y Lindón, Berdoulay y Hiernaux (2012).
Agradecimientos
Las investigaciones aquí presentadas forman parte de los estudios realizados en el proyecto La Geografía y las ciencias naturales en algunas ciudades y regiones mexicanas, 1787-1940
(PAPIIT IN 301113-RN 301113, 2013-2015).
Durante el desarrollo de este libro participaron como becarios los siguientes alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México: Daniel Serrano, Judith Juárez, Ariadne Ramírez, Andrés Moreno, Roberto Daniel Tecpa Galván, José Bernardo Martínez Ortega, Juan Escobar Puente, Violeta García Tinajero, David Santos Morín, Alberto Isaí Suárez Pérez y Atzayácatl Nájera Flores.
Agradecemos el apoyo del Instituto de Geografía y del director Dr. José Omar Moncada Maya para la realización de las investigaciones. Expresamos también nuestra gratitud a las sucesivas coordinadoras de la Biblioteca Antonio García Cubas
del Instituto de Geografía y a la M. en B. Antonia Santos Rosas, por su valioso apoyo en la localización de la bibliografía. Igualmente fue imprescindible el auxilio brindado por las Dras. Guadalupe Curiel, Belem Clark de Lara y Lilia Vieyra, así como por la Mtra. Rosario Páez Flores y la Lic. Lorena Gutiérrez Schott en la localización de las fuentes resguardadas en los Fondos Reservados de la Biblioteca y la Hemeroteca Nacionales de México.
Capítulo 1. Los practicantes de la geología a través del Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 1850-1863
²
Rodrigo Vega y Ortega
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad Nacional Autónoma de México
Introducción
La presente investigación tiene por objetivo comprender el interés geológico de algunos socios de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (SMGE) a través del análisis de una muestra representativa compuesta de 15 de escritos de un total de 26 publicados en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (BSMGE) entre 1850 y 1863.³ Estos trabajos reflejan los detalles de la práctica científica
en torno a la determinación de fenómenos naturales" (Latour, 2001:175). El análisis dará pie a precisar el tipo de practicante de geología en el México decimonónico, así como a revelar la constancia de esta ciencia como tema en la publicación por más de una década.
El capítulo también se propone contribuir a la discusión historiográfica sobre el desarrollo de la geología mexicana, pues hasta ahora han prevalecido estudios biográficos sobre geólogos mexicanos y extranjeros, explicaciones de los procesos de profesionalización e institucionalización, así como la importancia del Instituto Geológico, la participación de los geólogos en la exploración y explotación del petróleo, y la circulación de teorías y prácticas extranjeras en México. Tales temas se han concentrado en el final del periodo novohispano, o bien entre 1870 y 1940, sin que se contemple la práctica geológica de cuño nacional realizada entre 1821 y 1870, salvo por algunas excepciones en torno a la exploración del istmo de Tehuantepec y el Valle de México.
La producción historiográfica ha mantenido vigente la serie de afirmaciones expresadas por el ingeniero José Guadalupe Aguilera Serrano (1857-1941) en la Reseña del desarrollo de la Geología en México
(1904) en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geología, sin que se hayan presentado evidencias para apoyar tal interpretación. También se ha pasado por alto la investigación geológica fomentada en las regiones mexicanas, ya que gran parte de los historiadores ha analizado el conocimiento producido en los espacios científicos capitalinos.
Las afirmaciones del ingeniero Aguilera abonaron a una de las primeras valoraciones del devenir de la práctica geológica mexicana, cuyo origen se encontraba en
el contingente de trabajadores y sabios extranjeros que [habían] explorado diferentes partes del país; más a partir de 1872, la actividad de los exploradores y sabios mexicanos se [despertó] de improviso, y tanto por el esfuerzo de particulares, como por el de comisiones nacionales y de algunos de los estados de la República, la Geología [alcanzó] en adelante un notable perfeccionamiento (Aguilera, 1904:90).
Las ochenta y dos páginas del estudio de Aguilera dejaron una impronta en las subsiguientes interpretaciones históricas de la geología mexicana como se entiende hasta el día de hoy.⁴ Desde entonces, ha sido común resaltar la práctica geológica de los extranjeros entre 1770 y 1872, dejando de lado las actividades impulsadas por varios hombres de ciencia mexicanos, profesionales⁵ y amateurs,⁶ en el mismo periodo. Los estudios históricos han reiterado que se despertó de improviso
el interés geológico entre los mexicanos, gracias al apoyo recibido por parte de los gobiernos liberales que valoraron dicha ciencia como una de las bases de la modernización del país. Aguilera, como el grueso de los historiadores de la Geología mexicana, pasó por alto las continuas labores realizadas por algunos miembros de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (SMGE), dadas a conocer en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (BSMGE) desde 1850. Estas labores incluyeron observaciones, mediciones y experimentaciones geológicas que, en ocasiones, motivaron algunas explicaciones sobre los fenómenos registrados en el territorio mexicano.
En la historiografía mexicana también se afirma que el devenir de la geología durante los dos primeros tercios del siglo XIX estuvo ligado a la explotación minera y el reconocimiento de los accidentes del territorio (Azuela, 1994), sin advertir que también se llevó a cabo una serie de investigaciones sobre el magnetismo terrestre y la actividad volcánica y su relación con los sismos. Además, se realizó la excavación de pozos artesianos en las ciudades, lo que aportó varios elementos para la discusión sobre la naturaleza estratigráfica del subsuelo. Tales tópicos se desarrollaron a la par de los temas mineros y geográficos. Como otras revistas científicas de la época en Europa y América, el BSMGE se conformó por una crónica de hechos, observaciones, experimentos y deducciones a partir
de experimentos que eran resultado de la prácticas científicas de los socios (Hacking, 2001:177). Esto se basó en la demostración de algún nuevo aparato o fenómeno experimental
, ya fuera en las reuniones periódicas en el local de la agrupación o, en el caso de los miembros foráneos y extranjeros, mediante la lectura pública de la reseña de sus actividades individuales (Hacking, 2001:177).
Los historiadores de la geología también señalan en repetidas ocasiones, siguiendo a Aguilera, que en la década de 1870 los hombres de ciencia del país fueron apoyados por el gobierno liberal. Gracias a ello se diversificaron los espacios de producción científica y, a partir de la fundación, en 1888, de la "Comisión Geológica⁷ encargada de formar una carta geológica y otra minera de la República, se inició la
verdadera" investigación en esta disciplina (Aguilera, 1904:43). En esta afirmación Aguilera omitió la serie de estudios dados a conocer en la SMGE entre 1850 y 1863, aunque sí resalta la actividad científica extranjera, tanto la desarrollada en México como fuera de sus fronteras, tal vez por el estrecho contacto que el autor mantuvo con esta, razón que pudo orientar su recuento histórico. No obstante, la revisión de los primeros años del BSMGE permite matizar tales aseveraciones.
La muestra hemerográfica abarca los estudios referentes al vulcanismo, al magnetismo terrestre y a la estratigrafía a partir de la perforación de pozos y desagües.⁸ Esto con el propósito de ampliar la caracterización de la geología mexicana dentro la historiografía tradicional, que la ha supuesto atada a la exploración mineralógica y geográfica
antes de la década de 1870 (Azuela, 2011:63).
Dicha muestra permite vislumbrar que, entre 1850 y 1863, en el BSMGE los practicantes de la geología se propusieron responder a dos tipos de preguntas: la de carácter histórico acerca de si la Geología [debía] describir el desarrollo de la Tierra desde su inicio remoto hasta el presente
y la de tipo físico sobre si la Geología [debía] entender las causas que [operaron] en la forma de la Tierra y que [producían] diversos objetos
(Laudan, 1987:2).
Los autores de la muestra hemerográfica pueden dividirse en tres grupos. En primer lugar se encuentran los mexicanos,⁹ en segundo lugar están los extranjeros,¹⁰ y en tercer lugar los escritos anónimos. Esto nos habla de la diversidad de actores que desarrollaron una serie de investigaciones geológicas con dos finalidades: por un lado, contribuir al conocimiento científico de la República y, por otro, desarrollar observaciones, mediciones y exploraciones vinculadas a objetivos planteados en los espacios de la ciencia europea.
Las señaladas respuestas provinieron de prácticas científicas como observar, experimentar y medir. Con ello, los autores se plantearon revelar las entrañas de los fenómenos geológicos de tipo volcánico, sísmico, magnético e histórico. Algunos socios de la SMGE se propusieron explicar de forma rigurosa las causas de dichos fenómenos con los datos recabados, la elaboración de instrumentos y la reflexión de las propuestas teóricas de la época.
El periodo de la investigación está acotado por la transformación de la Comisión de Estadística Militar (1839-1849) en SMGE, que reinició la publicación del BSMGE en 1850 y la coyuntura política originada por la Intervención francesa (1862-1863) y extendida por el Segundo Imperio (1864-1867). Esto último reorientó las actividades científicas de la agrupación hacia la legitimación del régimen de Maximiliano de Habsburgo (Azuela y Vega y Ortega, 2012: 353).
De acuerdo con su formación científica, los autores pueden clasificarse en profesionales (ingenieros geógrafos, militares y de minas); amateurs-profesionales (abogados, canónigos doctorales, médicos y farmacéuticos); y amateurs en general (curas, empresarios, políticos, literatos, hacendados y funcionarios). Esta diversidad hace explícito el amplio contacto entre profesionales y aficionados de la Geología que se vivió en la primera mitad de la centuria, lo cual se diferencia de la práctica posterior a la década de 1870 que fue monopolizada por los ingenieros y que para Aguilera representa la verdadera
actividad geológica.
Establecer, configurar, juntar� tal gama de individuos fue posible porque la SMGE permitió crear una comunidad reconocible de profesionales y aficionados a las ciencias que inició el establecimiento de cánones y normas para regular sus actividades
desde la Ciudad de México, pero con impacto en todo el país (Azuela, 2003: 155. Los gobiernos y las empresas se dirigieron en varias ocasiones a la Sociedad para entrar en contacto con los hombres de ciencia que podían asesorarlos en la solución de problemas específicos
(Azuela, 2003: 156), mientras éstos buscaban sumar esfuerzos en la búsqueda de recursos para desarrollar investigaciones científicas, obtener empleos bien remunerados y gozar de prestigio social. El BSMGE, por su parte, fue el órgano impreso que dio a conocer las actividades de los socios, aquellas de tinte geológico, por ejemplo. Varias de ellas encaminadas a resolver algunos problemas del Estado y otras destinadas a dialogar con agrupaciones científicas del mundo para solucionar sus interrogantes científicas. Esto se debió a que los socios compartían la ilusión de que el país podía explicarse mediante cifras alineadas en tablas
(Azuela, 2007a: 86) junto con representaciones cartográficas, cuyo objetivo sería el reconocimiento de los recursos del territorio, por ejemplo, del subsuelo.
Estudios sobre volcanes
Desde tiempos coloniales la actividad volcánica del actual territorio mexicano estuvo sujeta a diversas explicaciones, tanto religiosas y sobrenaturales como científicas. Sin embargo, a partir de la enseñanza de la Geología en el Real Seminario de Minería se dieron los primeros pasos hacia un esclarecimiento racional del vulcanismo bajo los postulados de Abraham G. Werner (1749-1817) y desde la década de 1840 como parte de la teoría geológica de Charles Lyell (1797-1875). Las tesis de este último consumaron la demarcación de la geología como disciplina autónoma mediante la ‘validación universal’ y la puesta en marcha de un proyecto de geología histórica de dimensiones internacionales
que abarcó a América Latina, así como el establecimiento de métodos estandarizados para el trabajo en campo de la geología física (Azuela, 2011: 63). Ambas vertientes de la disciplina se reforzaron mediante el aumento paulatino del número de cátedras en Europa y América, así como su difusión mediante la prensa. Tal refuerzo se aprecia en la Ciudad de México a partir del plan de estudios del Colegio de Minería y los escritos del BSMGE.
Desde la década de 1840, la práctica geológica en el mundo presupuso la observación detallada de los procesos geológicos actuales y su explicación en términos de las teorías científicas aceptadas (física y química)
(Azuela, 2007b:97). Las observaciones se debían desarrollar en la mayor cantidad de localidades para luego plasmarlas como datos que permitieran interpretar los fenómenos naturales. En un breve lapso se construyeron cartas y perfiles a manera de representaciones visuales y las colecciones minerales proporcionaron evidencias de la constitución rocosa del subsuelo. La empresa exigió la formación de organismos de exploración geológica en diversas regiones del mundo y el establecimiento de métodos canónicos para el trabajo de campo
que, de
