Aquí a veces llueve todo el tiempo
Por Alejandro Campos
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Aquí a veces llueve todo el tiempo - Alejandro Campos
Primera edición, agosto de 2014
© 2014, Luis Alejandro Campos Correa
© De esta edición:
2014, Mo Ediciones SAS
Carrera 14B # 118-05, Of. 303, Bogotá D. C.
Teléfono: (57-1) 625-5629
http://moediciones.com
ISBN eBook: 978-958-58493-3-4
Editora: Mónica Montes Ferrando
Coordinación editorial: Manuela Fajardo González
Cubierta: Realizada a partir de una ilustración de Manuela Fajardo
Diseño de interiores: Mo Ediciones SAS
Producción eBook: Mo Ediciones SAS
Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra sin permiso expreso de Mo Ediciones SAS.
Hecho en Colombia - Made in Colombia
Catalogación en la publicación
Biblioteca Nacional de Colombia
Campos Correa, Luis Alejandro,
Aquí a veces llueve todo el tiempo [recurso electrónico] / Luis Alejandro Campos Correa. –
1a ed. -- Bogotá: Mo Ediciones, 2014
Recurso en línea. – (Contraviento. Narrativa)
ISBN 978-958-58493-3-4 (epub)
1. Novela Colombiana - Siglo XXI I. Título II. Serie
CDD: Co863.5 ed. 23
CO-BoBN– a939561
Aquí a veces llueve todo el tiempo
Alejandro Campos
Había soñado que sus muertos venían a visitarlo, eran lánguidos, desvalidos, nostálgicos y andaban descalzos. A la mañana siguiente se despertó con la certeza ineludible que cuando los muertos regresan, caminan sin zapatos
.
La eternidad del instante
Mauricio Linares
1
¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre para llegar al correcto, teniendo en cuenta que el correcto no es el que a los ojos de muchos está bien o mal? El camino correcto es el que nos marca la vida, el que acaba con nosotros o nos lleva al paraíso, el que realmente nos forma, y graba en los demás nuestra imagen. Y en el caso de Javier después de ser mensajero, repartidor de refrescos, ayudante de lavandería, auxiliar de ventas en una perfumería, barman, vendedor de libros, estudiante de ingeniería industrial, revolucionario de medio pelo, disc jockey, portero del estadio de fútbol cuando había conciertos, asistente técnico de un malísimo grupo de reggae, mesero y actor de poca monta, terminó siendo exterminador del lumpen social. En otras palabras, matón en un grupo de limpieza. Pero ese es un término que le da un toque vulgar a un trabajo digno y con sentido social.
2
¿Qué se siente cuando se aprende algo nuevo? Solo Javier podía saberlo en ese momento, solo él pudo sentir el vértigo que causa la revelación de conocimientos antes ocultos, o tal vez evidentes, pero que no se toman en cuenta porque son demasiado obvios. Es así como funciona el efecto subliminal visual. La mejor manera de esconder algo es ponerlo a la vista. Lo evidente es lo que no se toma en cuenta. Javier sintió que lo recién aprendido era demasiado evidente para no saberlo desde el principio. De haber sido así, las cosas serían distintas y todo este tiempo pasado lo habría vivido otra persona y no él, otro tonto embelesado por una verdad que a fin de cuentas le era ajena. Y nada más triste que vivir cegado por la verdad de otro. Pobre Javier. Pobre hombrecito peón de ajedrez. Lo que vendría ahora sería simplemente el resultado de una proposición matemática que empezó hace años cuando conoció a quien en un principio, y siempre, llamó don Pedro.
3
Tal vez la casualidad es una quimera y nuestro destino está escrito en el libro oculto de la verdad y la vida. ¿Quién sabe? Quién puede saber por qué Javier estaba ese día en el banco retirando algo de sus fondos justo en el momento en que aquel indigente de olor a ácido úrico, basura, pecueca, vómito, bazuco y alcohol penetró en el lugar y golpeó al celador en la parte trasera del cráneo con un tubo metálico de setenta centímetros de largo y diez o doce de diámetro. Pobre. Quedó tendido en el piso que empezaba a mancharse de rojo. Si no hubiera muerto, habría quedado inválido o demente, en el mejor de los casos. El indigente estaba loco. Amenazaba a todos. Como cosa normal nadie estaba armado. La mujer que estaba al lado de Javier se orinó y casi se caga. El hombre cerró la puerta del banco y empezó a rapar bolsos y carteras, pero cuando llegó a una mujer quizás de sesenta y cinco años se detuvo, la miró y luego la escupió en el rostro. Ella privada de terror entró en shock y cayó como una tabla. Esto enfureció más al indigente y cuando la iba a golpear con el tubo sintió una impresionante sensación de liviandad. Estaba suspendido en el aire, desplazándose hacia el muro de granito que separa a los clientes de las cajeras y demás empleados del banco. Javier en un instante de extraña lucidez e indignado por lo que hacía aquel hombre, se abalanzó sobre él y le propinó a la altura del plexo una patada recuerdo de sus años de karate. Increíble,