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La maldición del Foehn
La maldición del Foehn
La maldición del Foehn
Libro electrónico297 páginas3 horas

La maldición del Foehn

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La maldición de Foehn es una novela romántica, pero no como cualquier otra. En esta se cruzan varios destinos que generan efectos que no se podrán contrarrestar.

En esta novela, el lector se encontrará tanto con pasiones como con odios, dos caras de una misma moneda que irán jugando los personajes a lo largo de su historia. Detrás de esa trama, el lector descubrirá las dificultades de emigrar, de estar en un lugar nuevo, de hacerse un lugar en la vida. En palabras de la autora, «Los protagonistas gravitan en un mundo surrealista, donde es necesario elegir entre la opción de quedarse donde nacieron o partir a tierras lejanas». A partir de la historia de Ana, Günther y Cristo, el lector recorrerá países y culturas mientras descubre que el amor tiene más de un matiz.

Isela Mulet nació en la ciudad de Holguín, en la isla de Cuba. Estudió Pedagogía en la Universidad de la Habana, impartiendo clases en la escuela Pedagógica Salvador Allende, en la ciudad de la Habana en sus primeros años de graduada. Su amor hacia la Literatura y al arte de escribir comenzaron desde muy niña, dando pininos en lo que es hoy por hoy una colección de varios libros de cuentos y poesías, escritos desde los años más tempranos de su juventud.
Emigró a Austria, esperando allí el paso a los Estados Unidos, donde “rompió el cascarón”. Cuando empezó a ver otros mundos, a tener nuevas experiencias, radicarse en Miami la ayudó a no perder sus raíces cubanas, pero trabajar en una aerolínea en el Aeropuerto de Miami le abrió la sombrilla mágica que aglutinaba personas de todo el mundo, las cuales le iban dejando a su paso sus historias de amor y desamor y su cultura, en ese encuentro fugaz de comunicación humana que se llama empatía.

La maldición del Foehn es su primera novela, la cual se empezó a cocinar en Austria y que el enclaustramiento que supuso la pandemia hizo realidad.

IdiomaEspañol
EditorialIsela Mulet
Fecha de lanzamiento20 abr 2022
ISBN9781005386474
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    La maldición del Foehn - Isela Mulet

    Primera edición: septiembre de 2022

    Copyright © 2022 Isela Mulet

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.

    Índice

    Prólogo

    Isela Mulet, cubana con raíces catalanas

    Sinopsis

    Capítulo uno

    En busca de un sueño

    Capítulo dos

    Cuando el oráculo predice tu destino

    Capítulo tres

    El absurdo les juega una mala pasada

    Capítulo cuatro

    Cristo Armagedón. De Miami a Innsbruck

    Capítulo cinco

    Reaparece un camaleón que anduvo bien escondido

    Capítulo seis

    El desengaño

    Capítulo siete

    El secreto se encuentra dentro de un tacón

    Epílogo

    El diablo continúa suelto

    A mi madre Isolina, que me hizo mecerme en un cachumbambé de ilusiones, pero a su semejanza, fuerte como una roca; la reina de su propio castillo, el cual llenó de látigos y de amor, de unión y desunión, de flores y d

    e ortigas.

    Dedico esta novela a mi hija, Katherine Clark, quien viajó conmigo emigrando a Europa con sus sueños y una valija de recuerdos, la cual es mi inspiración diaria para perderme en el mundo de lo onírico. Decirles a mis musas que me acompañen, no me dejen perdida en la niebla, con tantos miedos que nos hicieron fuertes, que nos enseñaron que el que no arriesga pierde el sol, las estrellas, la capacidad de nacer cada mañana. Cuando partimos, escribí este poema que resume cómo se siente alguien q

    ue emigra.

    Farewell (C

    uba, 1991)

    Se va en la cola de

    un lucero

    para empezar a nacer olfatean

    do caminos

    deja las costras que cubren la

    s romanzas

    oportunas fiestas se bañan en leche

    de cabra.

    Qué bien comenzar con un nu

    evo anillo

    a anudar crepú

    sculos

    junt

    o al fuego

    se va de luz, tarde, per

    o oportuna

    como el que sabe que andar les suma a las

    estrellas

    tardías explosiones borr

    an rastros

    cancelan

    vivencias

    enjaulan sus espíritus que

    se quedan.

    Sabes que el desarraigo te acompaña, que naciste allí donde lo abstracto se dibuja, los olores son intensos, el sudor te baña. Anhelaste volar aun sin alas, para descubrir qué había allende los mares, anclando tu barca en un arrecife, pero sorteando los escollos s

    upist

    e salir a flote no sin que te costara recoger las cenizas de tu propio incendio. Hablo de aquellos que no tienen patria, que al marcharse no quisieron mirar hacia atrás, que dejaron el sol a cambio de las tinieblas o la nieve en trueque por el calor intenso de la selva. Su objetivo era partir, abandonar, borrar con pólvora el rastro de lo vivido a cambio de la manzana de Eva en el paraíso o de una flor sin pétalos, lo importante estaba allí en el misterio, en el secreto dilema de los cuerdos de atar, en el imán sin precedentes que supone la riqueza o el poder de los que decidieron un destino de mentiras a cambio de la recompensa de seguir viviendo en el olvido. Son almas torturadas que buscan la paz, a pesar de sus desencuentros, en esa manipulación del amor que lastra, marca con hierro caliente el becerro de sus sueños. La soga de los muertos o ayahuasca es el sueño de los vivos, de los que intentan conocerse, descubrir sus miedos, seguir adelante sin mirar atrás, aunque las brasas les quemen las v

    estiduras.

    Así es la vida; algunos fracasos presos en un pomo de

    aceitunas.

    De

    la autora.

    Prólogo

    Isela Mulet, cubana con raíces catalanas

    Mulet es un apellido o mote impuesto por la iglesia a conversos chuetas en Mallorca. Nací en Holguín, Cuba, en un pueblito de campo llamado Ceuta, lo que evidencia a gritos que las raíces españolas se encontraban en la tierra blanca, arenosa de las elevaciones de aquel lugar perdido en una isla, donde todo quedaba al cantío de un gallo, lo que es lo mismo a leguas de

    distancia.

    No es una leyenda, pero cuenta mi abuela que, en medio del campo, en aquel parto gemelar donde dos seres venían al mundo, yo me demoraba en salir, me sacaron del vientre de mi madre sin llorar, apenas respirando, por lo que utilizaron un método casero que podría ser considerado surrealista, pero que funcionó; al nacer me pusieron el pico de un pollo en la boquita para que me diera su oxígeno porque no había tiempo de llevarme al hospital, que quedaba a mil leguas de aquel lugar desierto escondido en un monte. Con la magia del conocimiento sencillo de los de a pie, sobreviví a la falta de aire y comencé a gritar con todos mis pulmones en una especie de protesta que me ha acompañado desde entonces para no ab

    andonarme.

    El haber estudiado pedagogía en la Universidad de la Habana me ayudó a canalizar mis ideas, así como a fortalecer mi espíritu ávido de respuestas, enamorándome de la literatura, de esa sabiduría que imperó en mi época marcada por los mejores escritores de todos lo

    s tiempos.

    Hace muchos años, exactamente el 18 de octubre de 1991, emigré a Austria con la intención de cruzar a los Estados Unidos. Mi estancia en ese país europeo marcó un hito en mi vida. Comencé a absorber una cultura que distaba mucho de la mía en Cuba, un país caribeño lleno de luz y sol, con un cielo azul brillante en contraste con la nieve del Tirol y un frío que calaba l

    os huesos.

    Austria es el país de las artes, de los músicos, de los filósofos, de los economistas, de los pintores; hay demasiados austríacos célebres, algo que no es muy común. En cambio, Cuba es una isla perdida en el Caribe, llena de magia, de pintores, de escritores muy talentosos, donde el arte está escondido en cada rincón. Allí comencé a escribir esta novela que me inspiró personajes que la magia transformó en seres ficticios que gravitan en ese mundo de la fantasía, del absurdo en la

    narrativa.

    Llegué a Viena en un avión de Cubana de Aviación, en medio de una neblina espesa producida por los fumadores compulsivos, atascados mis pulmones de asmática empedernida, con una maleta llena de recuerdos, mi hija de catorce años, sin un chelín en el bolsillo, la moneda de curso en aquella época, ya que en Cuba estaba prohibido la posesión de monedas extranjeras. Está claro que, sin la ayuda de los buenos samari

    tanos

    que me estaban dando apoyo, hubiera estado en serios problemas. Hoy me siento vulnerable y se me erizan los pelos nada más de

    pensarlo.

    Viví en Innsbruck, cerca de las montañas del Tirol, uno de los mejores lugares para esquiar en el mundo. Habitaba en el ático de una casa típica del lugar, donde los vientos Foehn son célebres entre los montañeros de los Alpes, especialmente aquellos que ascienden la cara norte del Eiger, los cuales añaden más dificultad al ascenso de un pico que ya de por sí es difícil; también se relacionan con la rápida difusión de los incendios forestales, haciendo de algunas regiones particularmente propensos a estos. Se asocian a menudo con enfermedades que van desde las migrañas hasta las

    psicosis.

    Pueden imaginarse cómo soplaban en el ático, con un ulular macabro que invocaba a todas las entidades de muertos que habitaban la casa durante años. Sentía a veces sus efectos en somatizaciones inesperadas, dolores de cabeza, mareos o excesivo calor en el cuerpo. Mirando por la ventana veía una anciana pasar en una bicicleta, con su sombrero tirolés con larga pluma, semejando una de esas brujas silenciosas, que se movían de un lugar a otro en la ciud

    ad nevada.

    La maldición del Foehn (Aust

    ria, 1991)

    Vagas po

    r el Tirol

    enciendes chimeneas apa

    gas el sol

    haces girar las aspas de molino

    s incautos

    rocías lava llevándote e

    l invierno

    desanudas los zapatos de transeúnte

    s perdidos

    recitas el poema a los cuervos de

    Allan Poe

    eres el viento infernal de est

    os parajes

    haces perder el rumbo de

    las brujas

    que montadas en escobas giran por

    milenios.

    La pieza estaba compuesta por un dormitorio, un baño, un closet y un salón de estar, donde podía oír la radio que trasmitía noticias en alemán, idioma que aún no conocía, tratando de asimilar lo que decían, haciendo que las palabras se quedaran en mi mente para descifrar su significado. Era un ejercicio mental que parecía una enajenación, pero también un proceso de aprendizaje, una adaptación a mi nueva vida y al país donde me e

    ncontraba.

    Dormitando en un sillón giratorio, escuchaba la música, las voces que en algún momento se harían familiares a mis oídos, se convertirían en frases reales, tangibles que podría entender y hablar con un poquito de esfuerzo, pero lamentablemente nunca llegué a hablar la lengua germana. Cada vez que debía acudir a la embajada o a la terminal de trenes me comunicaba en inglés, lo que hizo que se retrasara el aprendizaje y que, por ende, abandonara el esfuerzo. El alemán es uno de los idiomas más difíciles de aprender, me dije a mí misma, para justificar m

    i fracaso.

    Viajé muchas veces a Viena en tren, considerado el más puntual de Europa. Las entrevistas con el embajador ameri

    cano

    fueron muy curiosas ya que él estaba muy intrigado al vernos a mi hija y a mí, cubanas en Austria, por lo que no era extraño que comenzara la entrevista como un interrogatorio para espionaje, hablándome con tono suspicaz de la Revolución Cubana, de Fidel Castro y de la excelencia de los ha

    banos

    . Me sentía en su presencia como la famosa agente secreta, Mata Hari. Cuando comprendió que se trataba de una reunificación familiar, se relajó y aprobó nuestra entrada a los Estad

    os Unidos.

    Me casé en segundas nupcias con el padre de mi hija en el Techo Dorado, uno de los atractivos turísticos principales de la ciudad de Innsbruck, en Tirol, tan popular en especial por ser una combinación entre los estilos barrocos y góticos, además de sobresalir en medio del centro histórico que se caracteriza por construcciones en otros estilos y colores, por lo que siempre llama la atención por su diferencia con todo lo que

    le rodea.

    Allí escribí sobre mis sentimientos los primeros meses de exilio: "Como un acto surrealista de malabares fue mi viaje a Austria, un país le

    jano

    de Europa, emigrante cubana, venida del Caribe. En un mes se decidió mi suerte, frotando la lámpara de Aladino y pidiendo un deseo, cancelé todo mi pasado y enfilé la brújula a lo desconocido sin mirar hacia atrás; no podía explicarme cómo se torció mi destino. Me sentía vulnerable, cada vez que pensaba en el paso que había dado, propio de un cuento de hadas, pero sin vueltas, sin retorno, salida definitiva del país, sello en mi apartamento del Vedado de techos altos, columnas, historia, ahora confiscado. El sello es un papel oficial que se estampa en la puerta principal de la casa, indicando que a partir de ese momento la vivienda pertenece al

    gobierno".

    "Asomada por la ventana veía cómo la nieve cubría los techos de las casas, las montañas blancas a lo lejos, nadie en las calles. No me sentía ni triste ni feliz, tampoco desdichada, era una sensación neutra carente de sentimientos apropiados; vacía. Pensaba en mi familia, en mis amigos, como una postal difusa de eventos y vivencias. Todavía no me habituaba a la calefacción porque aún funcionando tenía mucho frío, sobre todo a la hora del baño de i

    nmersión".

    "En mi ropero colgaban gruesas ropas de abrigo necesarias si caminas por las calles donde había que taparse bien la nariz, las orejas, enfriándose las

    manos

    cubiertas por guantes. Soñaba entonces con el Parque Central, con el calor sofocante de las doce del día en La Habana, con las eternas caminatas como parte de mi rutina diaria y la ambivalencia del deseo que un cubo de nieve me bañara el cuerpo en pleno calor de agosto. En los ómnibus de la ciudad, todos viajábamos apiñados en una madeja humana donde a veces te sujetabas a los tubos, sosteniéndote en un solo pie, con un calor de mil demonios sueltos y el olor, siempre ese olor a gasolina

    quemada".

    Sinopsis

    El propósito de la novela La maldición del Foehn es la de narrar las circunstancias que han llevado a muchas personas a dejar sus países, arribar a tierras totalmente opuestas a sus culturas, donde han tenido que quitarse la piel, mutar como una mariposa, volar sin romperse las alas, en esa metamorfosis que a veces lastra, pero que con el tiempo puede curar, si se produce esa adaptación sin precedentes del ser hu

    mano

    , trepados en el carrusel de sus sueños, moviéndose a una velocidad vertiginosa que solamente se detiene cuando llega

    la muerte.

    Los protagonistas gravitan en un mundo surrealista, en el que es necesario elegir entre la opción de quedarse donde nacieron o partir a tierras lejanas, sin poder discernir si sus decisiones son buena

    s o malas.

    Cristo Armagedón representa a los seres diferentes, que tratan de ser parte del entorno, a pesar de que su estereotipo se lo impide. Su fácil adaptación a un mundo nuevo para él es el resultado de tener un alma sencilla capaz de elevarse y de entender lo que se encuentra escondido en lo más profundo del s

    er hu

    mano

    .

    Por esos mundos errantes se pierden los que no tienen identidad, los que dejaron atrás quiénes eran, para vivir una vida prestada, ocultándose de su propia sombra. Ejemplo de ello es Günther, un gran manipulador, que maneja los hilos de sus conquistas como un malabarista hasta los últimos días de su vida, dispuesto a jugarse su suerte en los naipes o en la ruleta rusa, en su afán de acumular

    riquezas.

    La pasión tiene los matices que acompañan los desencuentros, sentimientos contrariados que son como una semilla terca que condena a las almas a sentirse unidas por un imán de fuego, aunque no estén predestinadas a estar juntas, representada por Ana, a la que la consume la pasión por Günther, sus dudas, el tedio de una vida sin propósitos, una infelicidad que se traduce en el desarraigo de todo lo que dejó, sin voltearse a mirar ha

    cia atrás.

    Capítulo uno

    En busca de un sueño

    Cristo Armagedón abandonó su país, Cuba, con dos pasaportes, uno austríaco y el otro cu

    bano

    , que se había vencido. En el aeropuerto mostró a las autoridades de emigración el austríaco y, con todo en regla, tomó el avión que lo llevaría a México, donde habría de establecerse para comenzar una n

    ueva vida.

    A su llegada a la capital mexicana, volvió a identificarse con el mismo pasaporte para eliminar trámites burocráticos o una posible deportación. Pasó todos los filtros aduanales y, a la salida, en el primer cesto de basura que encontró, tiró el pasaporte cu

    bano

    con una sonrisa de satisfacción: Muerto el perro, se acabó la rabia, pensó para sí, luego de esperar alguna señal que le indicara que lo iban a recoger para llevarlo a su nue

    va morada.

    Transcurrió un tiempo que le pareció un siglo, sin señal alguna de la familia a donde iba a hospedarse, hasta que por fin decidió encaminarse a pasos agigantados a una dirección que tenía

    anot

    ada en un sobre de cartas que pertenecía a una magnífica amiga de sus hermanas, quien a su arribo le ofrecería casa, comida, así como todo su apoyo para que pudiera encaminarse. La oferta incluía conseguirle un trabajo con todo lo de la ley, algo muy importante para el q

    ue emigra.

    Todo lo que había hecho simbólicamente con su pasaporte constituía un acto de rebeldía ante la idea de sentirse discriminado por ese supuesto estigma de ser caribeño, que siempre iba a cerrarle puertas en vez de abrirlas. Cristo sentía que el hecho de haber nacido en su país era como si le hubieran puesto una marca que le colgaba de la solapa, la cual pregonaba a los cuatro vientos el hecho de que su subdesarrollo se le notaba en la forma en que caminaba, en la manera en que hablaba, en esa confusión de ideas de un eterno embotamiento de años de enclaustramiento. Por aquella época, la información del mundo exterior no llegaba, nadie conocía lo que acontecía fuera de la isla, salvo lo que publicaban las coloridas revistas chinas, con un olor fuerte a tinta de imprenta e historias que rayaban en lo cursi, demasiado simples para no herir la sensibilidad de un lector culturalmente no identificado con el contenido y las publicaciones soviéticas con el mismo corte. A esto se le llamó cortina de hierro, porque el país estaba prácticamente cerrado al mundo exterior y se conocían apenas los avances de la época. Dentro de esa burbuja, Cristo se acordó de sus ancestros y de su abuelo austríaco, y decidió emprender un viaje tal vez sin retorno en busca de una vida mejor, pero sin la menor idea de lo que se iba a encontrar en su

    travesía.

    Con apenas un pequeño maletín de

    mano

    como equipaje, tomó el ómnibus que lo llevaría hasta una vieja casona en las afueras de la ciudad, propiedad de la familia mexicana que lo iba a recibir con los brazos

    abiertos.

    Al abrir el portón que conducía al jardín, los goznes crujieron y se escuchó en el interior con insistencia el ladrido de un perro. Las azaleas y las amapolas olían a algo dulzón, casi dispuestas a ser libadas por cualquier pájaro cantor. Un musgo verde se esparcía por doquier y las enredaderas que colgaban de grandes pérgolas de maderas preciosas le daban al entorno un ambiente bucólico. La hiedra, planta trepadora de hojas perennes pecioladas, flores y frutos en bayas negras, adherida a las paredes como un colchón, adornaba el entorno que rezumaba tranquilidad

    y sosiego.

    Le vino a la mente en retrospectiva la casa de su familia, que en otros tiempos mostraba su esplendor, y no pudo menos que establecer un contraste entre ambas, al recordar cómo los hurones invadían el ático, montañas de objetos en los rincones más inconcebibles se acumulaban por todos lados, producto de la indolencia de sus tías, que eran acumuladoras compulsivas. La cocina despedía un olor acre difícil de descifrar, mezcla de grasas, churre y frutas podridas, montañas de utensilios sin lavar, basura sin recoger. Las ratas y todo tipo de insectos pululaban en una completa complicidad con los habitantes de la casa. Cuando se planificaba hacer una limpieza seria, una de sus tías, Leonor, pegaba el grito en el cielo, ya que los bultos de cosas apiladas en su cuarto eran un refugio secreto para esconderlo todo: dinero, joyas y toda suerte de elementos, así como productos que escaseaban en el mercado, tales como jabones, toallas, sábanas que con el tiempo se caían a pedazos por el efecto del calor intenso de la isla que, unido con la humedad, eran una receta para la destrucción de todo. Las tuberías de agua, de tan viejas, estaban ya contaminadas con parásitos, amebas y demás, y eran la causa de la colitis perenne de Leonor, que convivía con el problema de salud como quien lleva una condena. Otra tía, Brígida, padecía de culebrilla en el rostro y en los períodos en los que se exacerbaba la pobre sufría mucho, y eso que era un pan de Dios, casi una santa de religiosa y buena. En el ático se encontraban incontables tesoros, tales como monedas de oro y plata y joyas que pertenecían a familiares que habían abandonado el país en estampida cuando se había tornado comunista, y dejado atrás sus riquezas a buen recaudo para cuando

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