Caminando entre las almas
Por Carlos Marín
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Roma, la ciudad eterna es testigo de las idas y venidas de los fantasmas del pasado. Mientras
luces y sombras sacuden los cimientos de la ciudad; donde poderes ocultos volverán a resurgir
entre lugares de culto y pozos misteriosos.
La antigua marca de la cruz seguirá tras sus pasos; en dónde cada luz esconde una historia y cada sombra un misterio. ¿conseguirá la iglesia mantener su poder oculto? ¿logrará la nueva orden de la rosa acabar con ese poder?
Sucesos enigmáticos bajo el símbolo de la rosa harán temblar hasta el mismísimo vaticano. Los
seres de luz amenazan con volver a dominar la humanidad; donde amigos y enemigos se
entremezclan entre sí dando giros inesperados.
El nacimiento de Marco dará un aire nuevo a la orden, y que con el tiempo se convertirá en un
intrépido muchacho, siendo un firme heredero del trono de sus antepasados; que vive mil
historias mientras camina entre las almas.
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Caminando entre las almas - Carlos Marín
Para Eva Sevilla
Y Eric Marín
Título: Caminando entre las almas
© Carlos Marín Camañes, 2021
Todos los derechos reservados.
Caminando
entre las
almas
––––––––
Carlos Marín Camañes
Cada luz esconde una historia y cada sombra un misterio.
Es otoño en Roma y la vía Espoleta está desierta, la noche está cayendo; la oscuridad y el silencio se adueñan de ella.
La ciudad parece estar ardiendo en llamas bajo un cielo rojizo que, por momentos, cubre de un manto espeso los tejados de la ciudad mientras el cielo se oscurece.
Las calles se iluminan de luces amarillentas, formando largas filas sin ningún destino. Algunas se pierden a lo lejos, como cayendo por un acantilado, desapareciendo al final de la vista; otras se alzan ante fachadas imponentes, dejando ver lo que un día fue la ciudad.
Roma siempre tiene vida, sus luces dejan entrever lo que en ella se esconde: un Coliseo cuyas paredes marcan el paso de los años y dejan volar la imaginación sobre lo que un día fue y su relevancia.
Las luces dibujan a lo largo de la vía Corso un estrecho paseo donde dejarse llevar por la imaginación y trasladarse a una antigua Roma, llena de carruajes y caballeros armados con lanzas y espadas, en la que puedes oír el traqueteo de las herraduras de los caballos por las calles empedradas; un tremendo Foro Romano te da la bienvenida entre sombras y luces tenues que hacen imaginar batallas de una época lejana, donde la magia de la ciudad hace que casi puedas olerla y palparla al mismo tiempo.
La vía del Foro Imperial hace que te sientas todo un caballero en pleno paseo a la batalla, donde el Circo Máximo hace que te veas cabalgando entre gritos y sollozos que te permiten revivir lo que un día lejano fue aquel lugar.
A lo lejos, el Castillo Sant’Angelo se ilumina, dejando entrever unas sombras angelicales volando entre las nubes y humos de la ciudad.
Siendo el castillo su refugio, las luces, campan a sus anchas por las curvas y estrechas vías empedradas del centro histórico de la majestuosa ciudad del amor.
Las luces te marcan el camino que un día los emperadores recorrieron, y que ahora, unos grandes arcos conmemorativos hacen que vislumbres la grandeza de aquel lugar.
El Panteón se abre paso entre grandes y desgastadas columnas que dejan largas sombras a su paso, y estatuas desgastadas por el paso de los años donde, ante tal magnitud, te sientes insignificante.
Recorrer la ciudad e imaginarse un gran emperador siempre fue la pasión de Marco, más cuando caía la noche. La oscuridad del lugar hacía que su mente divagara y caminara sin rumbo.
Las luces y sombras le hacían volar la imaginación; miraba a lo lejos con la vista perdida imaginando las almas errantes que seguían vagando por aquellos lares, pensar en los miles de lugares y recovecos que existen en la Ciudad del Vaticano donde la iglesia había ocultado tantas cosas, le hacía sentirse vivo.
Su mente soñadora hace que se invente mil y una historias, que mueva la ciudad a su antojo como una marioneta, donde él, es el encargado de mover los hilos.
Pero primero, empezaremos por...
I.
La vía Espoleta es empedrada, ya desgastada por el paso del tiempo y sus transeúntes, en ocasiones resbaladiza. Más de una caída han visto esas piedras, más de un tropezón, cosa que hace gracia a los pequeños bambini del lugar. Más aún en los largos meses de invierno cuando la lluvia moja sus piedras haciendo más que imposible transitar por ella.
—¡¡Es la cuesta del diablo!! —dicen entre dientes los lugareños.
Nunca una expresión fue más apropiada, como descubrirían sus vecinos unos años después.
Aunque en realidad es una vía bonita, con grandes fachadas coloridas y balcones adornados con verdes plantas y rosas rojas que hacen que caminar por ella te haga sentirte en libertad, como cuando eras pequeño y corrías por el campo y nada te importaba, solo el saltar y reír entre árboles y flores de colores.
Pues esa era la sensación de lugareños y turistas al bajar la cuesta Espoleta. En el número ocho viven Gabriella y Enzo, una pareja dispar y pintoresca donde las haya. Gabriella es una mujer hermosa que desprende dulzura; sus cabellos son rubios y ondulados, su figura fina y esbelta, llena de curvas. En cambio, Enzo es ya un señor rudo, desgastado por el tiempo a la intemperie; su trabajo de arqueólogo le hace pasar largas jornadas bajo el sol abrasador o el frío más extremo. Aunque su forma física siempre fue envidiable. Su esposa decidió estudiar la carrera de Derecho y era la mejor abogada de la ciudad.
La gente decía que su hermosura cautivaba a los jueces y que por eso ganaba siempre, pero la verdad es que era la mejor por su inteligencia y dedicación; siempre le decían eso y: «Qué bien vives en tu despacho, sin pasar frío ni calor».
Enzo vestía ropas sucias llenas de polvo, su pelo canoso y una barba de tres días le daban una imagen desaliñada, aunque debajo de esa fachada se adivinaba que era un hombre fuerte.
El numero 8 está justo al principio de la cuesta. Su fachada es beige con arcos rojos, un portón doble de roble —roble centenario que pulió Enzo con la ayuda de su padre cuando él era solo un crío— y empuñaduras negras de acero especial, encontradas en una de las ruinas romanas donde el padre de Enzo trabajó; hay dos balcones grandes donde las hojas forman una espiral que te envuelve al mirarla, destacando dos rosales rojos que brotan desde el suelo y desaparecen en el cielo; unas ventanas ovaladas adornan cada una de sus tres plantas, con rejas forjadas con el símbolo de la rosa de los vientos, símbolo con el cual Leonardo, el padre de Gabriella, estaba fascinado. Esa fascinación pasó a su hija; se pasaba horas contándole la historia y vida del autor.
—Se atribuye al mallorquín Ramón Llull... —le decía, mientras Gabriella asentía interesada.
En cambio, ahora era diferente, Enzo no parecía muy interesado; también asentía, pero cansado ya de oír siempre la misma historia. Aun así, le construyó la mejor rosa de los vientos que había visto jamás.
Enzo no llegó a conocer nunca a Leonardo, él murió de una terrible enfermedad cuando Gabriella era tan solo una adolescente.
Lo místico siempre envolvió la vida de Enzo; la silueta de un templario se avista en el tejado, arrodillado ante la estrecha y larga chimenea, con una veleta girando y buscando la mejor ráfaga de aire.
Esa noche iba a ser diferente, un 2 de noviembre de 1987 que marcaría por siempre el destino de la humanidad.
Mientras la ciudad duerme, las luces se adueñan de ella; sombras y destellos recorren sus calles, haciendo que siga viva.
Un llanto hace que la paz cese en vía Espoleta, un llanto que envuelve la ciudad y la sumerge en gritos sordos que rebotan en paredes empedradas y van vía abajo, como buscando una salida. Algo parece recorrer la vía Nazionale y la vía Spagna, vías que cruzan a su paso al final de la vía Espoleta. Un llanto que parece tener vida rebota por las paredes. De repente, un ruido ensordecedor sume a la ciudad en un gran temblor; los cristales se tambalean y las luces empiezan a parpadear. La oscuridad se hace dueña de la noche y pequeños remolinos de viento silban en cada esquina; miles de sombras parecen recorrerla, hasta que las farolas vuelven a brillar, amarillentas, y devuelven la normalidad a la ciudad.
Dentro, continúan los llantos. Ahora son varios los lloros que retumban en las paredes de la casa, una casa llena de espejos, de colores vivos y recuerdos del pasado, escaleras de caracol que hacen que viajes en el tiempo cada vez que subes, pues los retratos de una joven y bella Gabriella inundan las paredes de sonrisas y miradas, miradas penetrantes e inquietantes; de sonrisas contagiosas y cuerpos sensuales e insinuantes, donde se puede apreciar la belleza de su cuerpo; su melena rubia ondeando al viento en cada paso hace que te