Huallparrimachi
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Huallparrimachi - Lindaura Anzoátegui Campero
Huallparrimachi
Copyright © 1894, 2022 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726983173
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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I
Juana Asurdui de Padilla.
Estamos á mediados del mes de mayo de 1817, época del año en que la bella estacion de las flores y de las mieses, parece que vacila en entregar su dorado cetro, al soplo devastador del invierno. El dia ostenta toda la galanura de las últimas sonrisas del otoño. La brisa, tibia como una caricia, mece suavemente el espeso follaje del corpulento ceiba, bajo cuya sombra detienen sus pasos un apuesto mancebo de tostado rostro, de negros é intelijentes ojos y de esbeltas formas, y una arrogante mujer, cuyo severo perfil romano y mirada profunda y avasalladora, imponen la admiración y el respeto. El vestido negro que la cubre, realza la majestad de su tez, dorada por nuestro esplendoroso sol tropical.
La hermosa mujer decía al mancebo.
—Ya ves que la comision de
que te encargo, valia la pena de que hubiese venido personalmente en busca tuya.
—Te lo repito, Juana: yo habria acudido al Villar en el acto de recibir tu aviso.
—¿Podia contar con tu exactitud conociendo la sensibilidad de tu corazon y los encantos de la preciosa hija de Ronsardes?
La frente del jóven se tiño de un vivo encarnado; pero su interlocutora, suavizando el sonoroso timbre de su voz, prosiguió, sin darle tiempo para replicar.
—No te lo reprocho, Juan; pero, no olvides que Blanca es hija del mejor amigo, del más cruel y activo cómplice de Aguilera.
—¡Oh!, dijo vivamente el jóven, si lo fue en hora menguada para él, la severa leccion que ha recibido de los nuestros, lo volverá á la buena causa á que perteneció ántes.
Juana sacudió con aire de duda, su noble y altiva frente.
—Por otra parte, repuso el mancebo, la gratitud que te debe será la valla que lo contenga. Podrá olvidar que gracia á tu oportuna intervencion, salvaron sus propiedades del furor de nuestras tropas
—¡Niño!, replicó Juana tristemente; ¡cuán errado vas en juzgar por tu excelente corazón el de los otros hombres!
—No me explico tus prevenciones contra Ronsardes, ante la generosidad de tus actos en su favor.
—¿Olvidas que, en algun tiempo, se llamó amigo de mi esposo? Yo lo recordé en el momento en que pude serle útil… Mi intervencion, por lo demás, me redujo á impedir el incendio de su casa tú acababas de salvar su vida y la de su hija.
—Pero, bajo tu poderosa proteccion, pudo ganar este seguro tranquilo refugio, hermana mía.
—Lo eligió don Remigio, mientras calmare la animosidad que ha concitado contra él entre sus vecinos de Tarbita; y yo te encomendé que lo condujeses é instalasen para coronar con ese nuevo servicio el muy importante que acababas de prestarle.
—¿Quieres ver á tus protejidos? La casa que ocupan no está muy léjos.
—¡Ya me guardaría de hacerlo! La perspicacia de Ronsardes sospecharia de mi repentina llegada. Tengo presente la reserva y prudencia que necesitamos, por de pronto alomenos, para le éxito de nuestra empresa. El Capitan Cueto me espera con los caballos ensillados, para volver al Villar: allí aguardaré las noticias que puedas enviarme.
—Y yo no esperaré el amanecer para ponerme en marcha; la luz de la luna me servirá de guía. Iré á pié para mayor comodidad: sabes que soy un andador infatigable; y si son ciertos los avisos que tienes, me prometo encontrar á La Madrid ántes de su llegada Chuquisaca.
—Aunque estuviese ya en los suburbios de la ciudad, es indispensable que desista de su insensato proyecto de tomar esa plaza. Tu inteligencia, tu entusiasmo por la santa causa que defendemos, tu belleza, en fin que subyuga á cuantos te rodean, ha decidido mi eleccion en tu favor: La Madrid no podrá resistirle, hijo mio; y por tu parte, recuerda la porfiada lucha que he tenido que sostener con Fernandez, Cueto y Ravelo par que acepten y se sometan á mi proyecto, eso aumentará tu entusiasmo y doblará tu elocuencia.
—¿Dudas que haré todo lo que sea dado hacer para decidir á La Madrid?…
—No, no lo dudo, le interrumpió Juana Y por lo que toca á La Madrid ¿será tan insensato que rechazase las fuerzas, los recursos y la gloria que le ofrecemos? El compromiso que le llevas firmado por mí y por los otros Jefes, le probará la buena fe denuestras proposiciones y el sincero deseo de colocarlo á la cabeza de nuestras divididas tropas. Su presencia hará cesar las rivalidades que existen, por desgracia, entre nuestros caudillos, y levantará el decaido espíritu de los patriotas; así unidos, terminaremos de una vez con las salvajes depredaciones de Aguilera, y dueños de estas espléndidas regiones, con fuerzas y recursos suficientes, podremos pensar, con la seguridad del triunfo, en adueñarnos de las importantes plazas de Potosí y Chuquisaca.
—Y vengar dignamente á tu esposo, á mi querido protector, al ilustre Padilla, exclamó con generoso ardimiento el jóven.
—¿Vengarlo?, contestó la heroica viuda del mártir. ¡No!: la venganza es una pasion ruin y baja; que el móvil de nuestras acciones sea solo el amor á este hermoso suelo, para poderlo ofrecer algun dia libre y feliz á nuestros hijos. ¡Dichosos los que, siguiendo el noble ejemplo de mi esposo, riegan con su sangre generosa este suelo bendito, en demanda de libertad y gloria.
Y los azules y avasalladores ojos de la heroína, se humedecieron á impulsos de su santo entusiasmo.
—Ten admiro y te venero, hermana mía, murmuró el mancebo profundamente conmovido.
Despues de un breve instante de silencio, repuso Juana con el acento irresistible con que señalaba el camino de la victoria ó el de la muerte, á miles de hombres que la seguían electrizados.
—Marcha, pues, á cumplir con resolucion y entera fe, la importante mision de que te encargo, y procura que el éxito corresponde á mi confianza.
—Te juro no volver sin La Madrid, dijo el jóven.
—Gracias, hijo mío. Me dice el corazón que cumplirás tu juramento.
Y extendiéndole los brazos, añadió con maternal ternura.
—Abrázame, Juan y