Cuatro Mujeres
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Cuatro Mujeres - Miguel Angel Formentin
Agradecimientos
Un especial gracias a la Licenciada en Psicología
Andrea Verónica Abud
por su incondicional apoyo.
A Nelly, por ser el motor de este sueño cumplido.
(Foto izquierda).
A Sol, por su colaboración a último momento.
(Foto centro)
A Agustina por aportar su belleza y algo más.
(Foto derecha).
Y a todas las mujeres que hacen que la vida de un hombre no sea aburrida.
Gracias.
Una tarde más de primavera, de esas en las que Guillermo disfrutaba de la soledad de su departamento, un sofá de dos cuerpos, una puerta balcón, frente a ese cómodo sofá un gran televisor conectado a un sistema de sonido y un brilloso piso revestido en madera completaban su lugar favorito, donde podía disfrutar de una de sus pasiones, que era el cine.
Esa soledad y paz de la que tanto disfrutaba las había logrado encontrar a los 50 años recién cumplidos... sin darse cuenta del tiempo, como perdido en un mundo de posibilidades imaginadas y preguntas sin respuestas, dejaban sin valor los años que tenía.
—¡¡¡Auxiliooo, por favor que alguien me ayude!!!
Un grito casi desesperado que provenía desde las escaleras, antes de llegar al primer piso, Guille (como lo llamaban sus amigos) se asomó desde la puerta y vio a una bella jovencita tratando de subir una pesada maleta.
—Dejame que te ayude…
—Sí, por favor…
—Es una maleta muy pesada, no deberías cargar tanto peso.
—Es verdad, me llamo Agustina,
—Hola, soy Guille. Bueno, Guillermo. Vivo ahí.
—Ahh, sí, 1 A.
—Sí.
—Vamos a ser vecinos, me estoy mudando ahí, al 1 B.
—Qué bien, bueno, un gusto conocerte, me tengo que ir.
—Bueno, gracias, Guille…
Rápida y tímidamente Guille se fue, casi como escapando de la mirada pícara de esa joven, sintiéndose como acosado, entendió que quizá solo era cosa de su imaginación, no era la primera vez que sentía algo así, su timidez a su edad lo avergonzaba ante las chicas muy jóvenes.
En un momento pensó que quizás su conclusión era apresurada, tal vez solo fue una mirada simpática y de agradecimiento
Ya en la acera, vio llegar a su amigo Marcelo, un amigo de toda la vida y aunque con personalidad muy diferente a la de él, lo apreciaba bastante.
—Guille, ¿cómo estás?
—Bien, bien…
—¿Qué te pasa? Parece que viste un fantasma.
—No, es que recién… Nada, nada.
—Te traje el auto, ¿vas a buscar a la minita?
—Ya te dije que no es una minita, es una mujer, casada, con un hijo y se llama María Elena.
—¿María Elena? Nunca me dijiste su nombre, seguro que no es una minita, tiene nombre de vieja.
—Claro, lo decís como si nosotros fuéramos jóvenes.
—Vos parece que sí, te dan bola todas las pendejas, ¿cómo hacés?
—No hago nada y no es así, solo sienten curiosidad, no lo sé y no quiero averiguarlo.
Marcelo, recién divorciado, admiraba la suerte
que tenía su amigo con las mujeres jóvenes, algo que a Guillermo ya le era molesto.
Subió a su auto y emprendió el camino en busca de María Elena, una contadora a la que todos los días llevaba de su oficina hasta su casa, era un viaje de 40 minutos, todos los días de lunes a viernes.
Guillermo y Marcelo tenían una pequeña empresa que se dedicaba al transporte de personas en forma privada. Compartían el mismo vehículo en dos turnos, este último prefirió en turno de la mañana.
Cada día Guillermo adquiría más confianza con María Elena, de a poco cada uno sabía más del otro, la relación se tornó cada vez más amena, a pesar de la diferencia de edad, tenían muchas cosas en común, sobre todo en lo cotidiano referente a la pareja de cada uno, si bien Guillermo no convivía, o lo había hecho en un pasado lejano y conservaba muy fresco el recuerdo de esa experiencia. Muchos se asombraban por la relación que tenía con Andrea, esa novia
de toda la vida, ya que no era muy común, pero tanto él como ella se sentían cómodos sin preocuparse mucho por el futuro, habían acordado no tener hijos y así fue, algo que también no era fácil de entender para muchos.
Él se sentía más cómodo con hablar de cosas que no fueran personales, prefería contar su inclinación por la música y el teatro.
Una tarde, Guillermo