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Noteshine artists y la guardiana de la puerta 16
Noteshine artists y la guardiana de la puerta 16
Noteshine artists y la guardiana de la puerta 16
Libro electrónico305 páginas4 horas

Noteshine artists y la guardiana de la puerta 16

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Información de este libro electrónico

Nacer en el Planeta Tierra iba a ser una experiencia totalmente novedosa para Nir, adaptarse a una nueva sociedad y entender que suponía vivir como un ser humano. ¿En un planeta sin luz?
Cuando nacemos, olvidamos posiblemente quién éramos antes, de dónde venimos. ¿Qué pasaría si empezáramos a recordar todo lo anterior? Otras vidas, épocas, universos, con la capacidad de conectarnos de nuevo y de volver a cumplir otra de nuestras misiones.
¿Cómo puedes recordar todas tus vidas excepto esta? Es de locos, ¿verdad?
Supongo que Nir no tenía ni idea sobre su misión en la tierra, hasta que halló una luz que hacía especial a los seres humanos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 jun 2020
ISBN9788418344701
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    Noteshine artists y la guardiana de la puerta 16 - Nadia Vera Puig

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Nadia Vera Puig

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    ISBN: 978-84-18344-70-1

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    AGRADECIMIENTOS

    Agradezco a todos los que habéis creído en mí, me habéis dado el apoyo y amor en mi vida. A toda esa familia, y amigos que estáis en lo bueno y en lo malo. Y a todos esos seres que habéis aparecido a lo largo de mi vida y me habéis aportado ese empujón que necesitaba. Gracias a todos aquellos que formáis parte de mi vida y me seguís aportando esa luz tan bonita. Y a todas esas personas que me habéis ayudado y acompañado durante este proyecto, para ver publicado este libro. Os quiero.

    CAPÍTULO 1

    NADA ES LO QUE PARECE

    Corría por las calles sin control, era una noche fría y perturbadora, las sirenas sonaban en busca de una fugitiva. Las pisadas fuertes y rápidas chocaban contra los charcos del asfalto, todo había cambiado, nada era lo que fue. «¿Quién pudo cambiar el transcurso del tiempo tan rápido?», se preguntaba ella en cada momento, que avanzaba por esas silenciosas calles, desorientada sin saber a dónde iba. Sin recordar, llegó a una pequeña cabina transparente, donde se sentó en un banquito que había en el establecimiento, como una pequeña cápsula, ¿Pero invisible a la sociedad? La verdad es que se hallaban pocos de estos artilugios. Nir creía que se habían destruidos casi todos. Con sus manos temblorosas se quitó los guantes que tenía en sus manos, un espejo reflejaba su nota musical en el rostro al lado del ojo izquierdo, iluminando con una tonalidad turquesa, vio su mirada de color incontrolable. Introdujo su código de tres dígitos que tenía en la pulsera identificadora, la máquina empezó a procesar los datos... Informó acto seguido de las siguientes palabras: «Recopilando datos, vamos a acceder a la información perdida». Una luz iluminó en sus ojos leyendo todo lo sucedido para recuperar la memoria. «Comenzando el audio biográfico, en tres, dos, uno...», comentó la máquina.

    Bienvenidos a una civilización donde no es común los coches, los móviles, nada que os podáis imaginar, en estos momentos solo os diré que, en su esencia, ese lugar es único y hermoso. Pero creo que me he precipitado, os la presento: es una chica con sus estudios y, bueno, digamos que ahora su objetivo era encontrar trabajo, hasta que empezó en una oficina de correos de la ciudad. Tiene un hijo de tres años y se sitúa en un lugar que por ahora conocéis… Se llama el Planeta Tierra. Ella vive en una ciudad muy grande, en un piso algo pequeño pero con bastante luz a pesar de sus condiciones. Se llama Juliana, su familia le llama Julie, pero nunca se conforma, su madre Margaret la viene a visitar de vez en cuando, para ayudar en casa con su hijo.

    —Mamá, te dije que no hacía falta que vinieras hoy.

    —Ya lo sé, Julie, pero tus hermanas y yo estábamos algo preocupadas desde el accidente.

    —Prefiero no recordarlo. —Mientras ordenaba la ropa del pequeño Mathew.

    Margaret le estaba dando el desayuno a su nieto, mientras Julie no paraba de ordenar, cogió sus llaves, preparada para salir de casa, y le dice a su madre:

    —Recuerda que para Mathew es muy importante que le dé el sol unas tres horas diarias, y no le pongas el sombrero de costumbre.

    —¡¿Qué quieres que le dé, una insolación?!

    —No, mamá, pero que digan los médicos que va mal, para él no, ya sabes lo especial que es… Un beso, cariño, mamá se va a trabajar. —Dirigiéndose al pequeño Mathew—: Y no olvides ponerle…

    —La aloe vera en la roncha de la mano —dijeron ambas a la vez.

    —Ya lo sé, cariño, no te preocupes y vete a trabajar antes de que llegues tarde.

    —Está bien, mamá, un beso… Adiós, Mathew.

    —Di adiós a mamá.

    —Adiós —dijo el pequeño Mathew con la mano.

    Juliana, hacía tres tramos de escalones diario, recorría cinco calles dirección al metro, y se bajaba a la cuarta parada, allí había un violinista de costumbre, tocando una canción de Vivaldi, llegaba hasta un pequeño callejón donde se hallaba su lugar de trabajo, una oficina algo pequeña. Ella se ponía en recepción, su oficio por ahora era atender a los clientes de posibles cartas o paquetes no recibidos, tanto como enviar, entre otras cosas, que se hace en una oficina de correos.

    Todas las mañanas llegaba un chico esbelto con una cazadora negra, tenía que enviar unas cartas, siempre se aseguraba de que fuese a la misma hora. Le repetía dos veces la dirección a Julie para que no se equivocase, sabiendo ella que era el mismo lugar de siempre, entraba dentro a hacer su entrega al cartero, su compañero Thomas.

    —¿Nunca te entra la curiosidad de qué puede haber en estos sobres? —Mientras cogía las cartas y los metía en la bolsa.

    —No, Thomas, y no es de mi incumbencia. Además, ¿¡qué nos importa a nosotros!?

    —¡Es que siempre son cinco sobres!, con la misma dirección a la misma hora.

    —Venga, Thomas, no te centres en qué puede ser y vete ya, antes de que des la entrega tarde.

    —Vale, está bien, pero lleva tres años haciendo lo mismo. ¡Cada día!

    —Bueno, Thomas, puede ser un trabajo que tenga que entregar, deja de pensar y vete.

    —Vale, vale, pero no me digas que no te entra nada de curiosidad.

    —Si te digo que sí, ¿te irás?

    —Sí. —Mientras esperaba una mísera respuesta por parte de Julie.

    —Vale, Thomas, reconozco que me da algo de curiosidad. ¿Satisfecho?

    —Sí, me voy —le dijo sonriente, cogió su bicicleta y se fue pedaleando.

    Julie regresó al mostrador, tuvo una mañana tranquila después de todo, al volver Thomas, llegó algo silencioso.

    —¿Qué tal fue la entrega?

    —Como siempre.

    —¿Estás bien? Te veo algo callado, más de lo habitual para ser tú, Thomas.

    —Sí, estupendamente.

    —No habrás abierto ningún sobre, ¿no?

    —No... Solo que… cuando di la entrega… —Se sentó en el banquillo que tenían en el interior de la oficina.

    —¿Qué le pasa a Thomas hoy? —dijo Viviana, la jefa del lugar.

    —No sé, ha ido a hacer esa entrega de siempre pero no dice qué ha pasado —aclaró Julie.

    —Te voy a traer un té, Thomas, ¿te parece?

    —Sí, gracias, Viviana. —Mientras continuaba con la mirada perdida.

    Julie se sentó al lado suyo, le cogió la mano:

    —Thomas, mírame, ¿qué ha pasado?

    —Juliana, no pienso volver allí, paso… No veas… Uff.

    —Thomas, me encantaría entenderte pero, si no dices nada, ¿cómo quieres que te ayude?

    —Está bien, llegue allí en la casita blanca que hace esquina y le entregó los sobres a una mujer que hay de costumbre, no solo que no estaba esa mujer hoy, que hoy había un hombre, y me dice el tercer sobre no es el correcto, y yo le digo: «¿Y cómo lo sabe si ni siquiera lo ha abierto?», y me responde: «Lo sé, y tú solo eres el cartero». Me lo ha devuelto y quiere que le digamos al chaval que te entrega esto… —Confuso, temblando de manos.

    —¿Kallen? —sugirió Julie al ver que su compañero no podía decir palabra.

    —Sí, Kallen, quiere que le digamos que tiene que entregar el sobre correcto o si no…

    —O si no, ¿qué?

    —Sufrirá las consecuencias.

    —A ver, Thomas, no te preocupes, seguro que se trata de un malentendido, llamaré a Kallen y verás que no se trata de nada grave.

    Thomas le entregó el sobre a Juliana, ella lo cogió con firmeza y se dirigió al teléfono que había colgado en la pared. Viviana regresó con el té.

    —Uff, no veas chaval, había una cola hoy… —dijo Viviana con moderadas carcajadas.

    —Será por el mal tiempo que hace —añadió Juliana.

    —Toma, Thomas, a ver si te ayuda a encontrarte mejor.

    —Gracias, Viviana. —Mientras le sonreía con una plácida sonrisa.

    Viviana se dirigió hacia Juliana, mientras ella iba marcando los números en el teléfono que había colgado en la pared.

    —Viviana, hazme un favor, ve atendiendo a los clientes que vengan, que yo tengo que hacer una llamada.

    —Está bien, cariño, pero... ¿todo va bien?

    —Sí, tan solo ha habido un malentendido.

    —Está bien. —Cuando le tocó el brazo, Viaviana se fue al mostrador.

    Juliana, un tanto nerviosa, llamó a Kallen.

    —¿Hola?

    —¿Sí? —respondió Kallen.

    —Soy la chica de correos y quería comentarte que nos han rechazado un sobre.

    —¿Qué numero es?

    —El tres.

    —¿Y quién os ha recibido?

    —Un señor.

    —¡¿Un señor?!

    —Sí —dijo Juliana un poco inquieta.

    —¿Y la mujer?

    —Mi compañero no ha visto ninguna mujer hoy.

    —Vale, ¿tiene el sobre aún?

    —Sí, claro.

    —¿Puede hacerme un favor?

    —Por supuesto. ¿Dime?

    —Pero solo tú, Juliana, nadie más.

    —Vale... —le dijo sin entender mucho la situación.

    —¿Puedes abrir el sobre?

    —Claro. —Juliana abrió el sobre y en su interior había una carta con una llave.

    —¿Ve una llave?

    —Sí... —La cogió con la mano y la miró detenidamente.

    —¿Puede decirme qué nombre pone en ella?

    —Claro… Espere… Pone… —Ella no podía creer lo que leía, o tan solo se trataba de una coincidencia.

    —¡¿Dime?!

    —Pone «Juliana», señor Kallen.

    —Gracias.

    —¿Y qué quieres que haga?

    —Es para ti.

    —¿Cómo?, no te entiendo. ¿Es una broma o es una forma nueva que tiene de ligar…? —Saltó el contestador—. ¿Oiga? ¿Perdone? Será imbec…

    Juliana metió la llave en el sobre y se fue al interior de la oficina. Viviana, al verla desconcertada, le pidió a Thomas que se encargase de recepción.

    Viviana se dirigió hacia las taquillas, cuando Juliana se encontraba contra ellas apoyada en la puerta, respirando con intensidad, mirando hacia el interior, Viviana se acercó a ella despacio.

    —¿Juliana? ¿Estás bien?

    —Sí, perfectamente.

    —¿Qué ha pasado?

    —Nada, una broma de mal gusto. —Se da la vuelta cara a Viviana y empieza a romper la carta que tenía en la mano.

    —Quieta, Juliana, ¿qué haces rompiendo el sobre?

    —Correo defectuoso, eso es lo que pasa. —Juliana le dio la llave a Viviana—. Toma, deshazte de esto. ¿Puedo irme a casa a descansar?

    —Claro —le dijo desconcertada—, sé que ahora no me lo quieres contar, cariño, pero necesito saberlo para proteger a mis trabajadores, ¿lo entiendes, Juliana?

    —Sí, nos vemos mañana.

    —Hasta mañana, Juliana.

    Viviana, dueña de esa pequeña oficina de correos, contrató a Juliana hace unos tres años, para ella era como una hija que acogió en un momento crítico, ya que acababa de tener a su hijo y el padre estaba en lugar desamparado.

    Viviana se detuvo a mirar la llave que le dio Juliana, y la llave ponía «Juliana Mathew», la guardó en el bolsillo izquierdo de la chaqueta, y le dio el día libre a Thomas, cerró la oficina de correos y se dirigió hacia casa. Viviana llegó a casa un tanto cabreada por todo lo sucedido. Ella vivía en una casita blanca que hacía esquinera, dejó la llave encima de la encimera delante de un chico esbelto con una cazadora negra.

    —¿Qué es esto? Kallen, te he dicho que esta forma no es la correcta. ¡Además, la puedes asustar!

    —¡Lo siento, mamá!, pero desde el accidente de hace tres años no se qué hacer.

    —Ya, pero cariño, tenemos que cuidar de ella.

    —Lo sé, mamá, pero estoy cansado de repetir siempre la misma rutina y, gracias a la negativa de Morgan, siento que era el momento adecuado para…

    —Lo sé. —Le dio un abrazo—. Sé que no es fácil, pero Kallen, mírame a los ojos, ¿qué le has puesto en esa carta?

    —Mm… Prefiero no decírtelo, es confidencial.

    —Kallen, ya sabes que no tengo por qué saberlo, pero hay informaciones que mejor no nos precipitemos, y sabes lo especial que es Mathew, esa criatura tiene mucho que demostrar al mundo.

    —¿Pero ella estará preparada?

    —¡Claro! Para eso fue el destino, me guardaré la llave. ¿O prefieres tenerla tú?

    —Mejor yo, mamá, que yo me encargo de esto.

    —Muy bien, pues me voy a descansar.

    Juliana volvía a casa un poco desconcertada por lo que pudo leer o no leer en esa carta, respiró profundamente, y cambió de cara a una más alegre, abrió la puerta de casa con una gran sonrisa.

    —¡¡Quién ha llegado a casa!!

    —Mamá. —Mathew corrió hacia ella a abrazarla.

    —Hola, cariño, ¿qué tal el día con la nonna?

    —Hemos estado muy bien. ¿Qué tal el día, Julie? ¿Has salido hoy más pronto?

    —Sí. —Mientras dejaba a Mathew en el parque con sus juguetes, se fueron a la cocina mientras Juliana preparaba una taza de té pero sin perder de vista a Mathew—. ¿Quieres una taza de té?

    —No, gracias, estás esquivando mi pregunta y por no decir que te veo algo preocupada.

    —Estoy bien, tan solo ha sido un mal día, y nos ha dejado salir antes porque… Ay, mama, en serio, no tengo ganas de hablar, estoy cansada.

    —Está bien, cariño, me voy que tengo que ir a buscar a tu hermana mayor al aeropuerto, ¿te acuerdas? Megan llegaba hoy de Suecia.

    —Es verdad. —Cuando se sentaba en el sofá con su taza de té.

    —Y quiere verte sin falta este fin de semana, así que comida familiar... Yo me voy antes de que se haga tarde, por cierto, Mathew ya está cenado. —Se iba poniendo su chaqueta roja, y le dio un beso en la frente—. Descansa, cariño, y cuídate, nos vemos mañana.

    —¿Mañana?

    —Claro, mañana ya es sábado.

    Juliana dejando la taza de té en la mesita.

    —A veces ya no sé ni en qué día de la semana vivo, adiós, mamá.

    Ciao, bella.

    Juliana acostó a Mathew en su camita, se puso a mirar una película, no paraba de darle vueltas a la cabeza sobre el contenido de la carta, qué quería decir esa mísera y única frase que había escrita, ¿se trataba de un acertijo o estaba jugando con ella? Sin darse cuenta, acabó durmiéndose en el sofá. Sonó el teléfono de fondo, ella se despertó sobresaltada y con la espalda adolorida. Cogió el teléfono, y Mathew empezó a llorar.

    —Mathew, cariño, no llores ahora, mamá te dará de desayunar. —Iba preparando su bol de frutas mientras contestaba al teléfono—. Toma, Mathew, tu Winnie. —Su peluche de música lo calmó—. ¿Sí? ¡¿Hola?!

    —Juliana, ¿dónde estás? ¡¿Has visto la hora que es?!

    —¡Madre mía! Si son las nueve, lo siento, Viviana, no sé cómo, y no entiendo… Ahora voy.

    —Tranquila, te espero que quiero comunicaros algo a ti y a Thomas. —Colgó el teléfono.

    Juliana vistió rápido a Mathew, mientras le daba de desayunar, cuando ella se acababa de vestir. Cogió a Mathew en brazos y empezó a bajar las escaleras, sacó su teléfono móvil.

    —¡Mamá! ¡Mamá! ¿Dónde estás?

    —Lo siento, cariño, se me olvidó avisarte que hoy no podía venir.

    —¡¿Qué?! ¿Y cómo que no me lo dijiste?

    —¿Tienes a alguien con quien dejar a Mathew?

    —Mamá, ya sabes que no, pero no te preocupes que ya me las apaño. —Cuando dejó a Mathew en el suelo.

    —Recuerda que hoy es la comida.

    —Sí, sí… Vamos, Mathew, no sueltes la mano a mama. —Colgó el teléfono y se topó con un chico esbelto con cazadora negra—. ¿Kallen?

    —Hola, ¿quieres que te ayude?

    —No, gracias, aparte de acosarme o intentar ligar —dijo en voz baja—, es una forma de…

    —¿De qué?

    Juliana sentó a Mathew en un banco a abrocharle el zapato, lo cogió en brazos y continuó andando con paso ligero.

    —¿De juego?

    —Mamá, ¿quién es? —dijo Mathew, mientras lo miraba con determinación y un poco asustado.

    —Un conocido, solo ha venido a saludarnos.

    —¿Un conocido? Que yo sepa llevamos conociéndonos unos... ¿Hace tres años? —dijo Kallen descontento ante su respuesta.

    —Sí, y lo único que sé es que llevas solo cinco sobres a correos a las nueve de la mañana.

    —Mamá, ¿ya hemos llegado?

    —Sí, cariño. —Kallen se quedó fuera mientras entraban, él acabo marchándose.

    Entró en la oficina de correos y dejo a Mathew en el suelo.

    —¡¡Viviana!! —dijo Mathew corriendo hacia ella.

    —Hola, cariño, ¿y la abuela? —Cuando lo cogió en brazos.

    —La abuela no pudo venir hoy —Mientras dejaba las cosas en la taquilla—. Lo siento mucho, Viviana, siento la tardanza de hoy y encima Kallen entrometiéndose donde no debe.

    —¿Kallen? ¿Estaba contigo? —dijo Viviana cuando sentó a Mathew en la silla.

    —Sí, me empezó a seguir, no se qué quiere, no sé por qué, pero desde que lo conocí, su cara me es algo…

    —¿Familiar?

    —Sí, pero eso no me tranquiliza lo que me escribió en esa carta.

    — ¿Y qué te escribió?

    —¡¡¿Que qué me escribió?!! Ponía: «Tú no eres quien crees que eres, solo aparentas saber que conoces lo que realmente no conoces…». No se qué quiere insinuar con eso. ¿Y la llave? ¿Qué tiene que ver?

    —Menos mal… —dijo en voz baja.

    —¿Qué has dicho? —Mientras ordenaba unas cartas.

    —Qué menos mal, que no creo que sea gran cosa, seguro que es una tontería o ese chico no sabe cómo tirarte los trastos.

    —Será eso. —Intentando entender la respuesta de Viviana.

    —O le falta un tornillo —añadió Thomas.

    Juliana ese día pasó la comida en casa de sus padres, su hermana Megan la llevaba en coche de vuelta a casa, Mathew se encontraba dormido en el asiento trasero.

    —Os he visto algo callados hoy en la cena, ¿hay algo que yo no sepa? —dijo Juliana a su hermana.

    —¿Por qué lo dices, Julie? Todo está bien.

    —Sí, supongo que estoy algo cansada de la semana —acabó diciendo.

    Era una mañana bastante fría para ser primavera, su hermana Megan se localizaba en la cocina preparando el desayuno.

    —Me volví a quedar dormida, ¿verdad? —dijo Julie preocupada, ya que llevaba unos días sin energía.

    —Sí, no veas, no tardaste ni un segundo.

    —Lo siento. —Mientras colocaba sus manos en su rostro intentando aclararse las ideas.

    —Oye, es normal. ¿Tanto trabajo con un niño a cargo? —dijo su hermana para aliviar la situación en la que se encontraba su hermana últimamente.

    ***

    Dos años más tarde, Juliana vivía junto a su hermana Megan en una casa al lado de la de su madre, Mathew con cinco años que cumplía no entendía por qué su padre no estaba, su madre le contaba siempre que era un superhéroe que se tuvo que ir a cuidar a otros que lo necesitaban. Ni ella se acordaba lo que pasó exactamente, por eso siempre recurría a esa historia del superhéroe.

    Juliana se mostraba entusiasmada preparando el cumpleaños de su hijo, su padre estuvo atento a cada detalle de la fiesta, se celebraba en la casa de los padres. Iba bastante bien, Mathew deseó ese día que su padre regresara al soplar las velas del pastel. Él no era un niño cualquiera, él era especial, tenía unos dotes aún desconocidos, pero desde muy pequeño tenía que tomar tres horas de sol diarias. Sus ojos tan azules como el cielo y una sonrisa radiante, siempre iba haciendo bromas. Esa misma tarde, Juliana iba recogiendo los papeles de los regalos, cuando, Jim, su padre le entregaba un sobre.

    —Toma, Juliana, esto es para ti.

    —Me lo puedes dejar al lado de las flores, ahora lo miro.

    Juliana salió a tirar las basuras, entró y se sentó a tomar un poco de limonada, cogió el sobre y miró que había un 3, dentro había una carta y una llave, en ella ponía: «Juliana Mathew», y la carta decía: «Tú no eres quien crees que eres, solo aparentas saber que conoces lo que realmente no conoces. K».

    A Juliana se le cambió la cara, no suponía que Kallen localizara su nueva dirección y menos que ya no trabajaba con Viviana después de dos

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