Contracorriente
Por Ángeles Piquero
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Ana, separada y con un hijo, se enfrenta a serias dificultades a la hora de validar legalmente su separación; y Gloria, recién casada, observa cómo su marido va perdiendo completamente el interés en ella mientras se pudre sola en su casa, sin objetivos que cumplir.
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Contracorriente - Ángeles Piquero
Contracorriente pretende ser un testimonio de las vidas de todas las mujeres nacidas en plena dictadura franquista. Tomando como ejemplo dos de ellas: Ana y Gloria, protagonistas de la novela, recobraremos una época en la que las mujeres pasaban, sin solución de continuidad, de la tutela de los padres a la de los maridos, y ni tenían libertad para tomar sus propias decisiones ni eran consideradas en iguales condiciones a la hora de incorporarse a la vida laboral.
Ana, separada y con un hijo, se enfrenta a serias dificultades a la hora de validar legalmente su separación; y Gloria, recién casada, observa cómo su marido va perdiendo completamente el interés en ella mientras se pudre sola en su casa, sin objetivos que cumplir.
Contracorriente
Ángeles Piquero Martín
www.edicionesoblicuas.com
Contracorriente
© 2021, Ángeles Piquero Martín
© 2021, Ediciones Oblicuas
EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª
08870 Sitges (Barcelona)
info@edicionesoblicuas.com
ISBN edición ebook: 978-84-18397-60-8
ISBN edición papel: 978-84-18397-59-2
Primera edición: junio de 2021
Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales
Ilustración de cubierta: Héctor Gomila
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
www.edicionesoblicuas.com
Contenido
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
Epílogo
La autora
A mi hijo,
que es el mejor regalo que me ha dado la vida.
I
—¿Vas a salir?
—Sí. Estoy esperando que llame Julio.
—¿Y quién es ese Julio?
—¿Quieres hablar más alto? No hay manera de oírte.
—Si es que llevas una hora en la ducha.
—¿Qué dices?
—¡Que llevas una hora metida en la ducha!
Ana había gritado justo en el momento en que Gloria salía del baño.
—Chica, ¡qué carácter tienes! No hace falta gritar tanto.
—Claro. Si es que llevas toda la mañana ahí dentro.
—¡Exagerada!
—Sí, sí, exagerada… Anda, ven a tomar una taza de café, acabo de prepararlo.
Gloria, envuelta en una toalla y con el pelo chorreando, se sentó a la mesa de la cocina.
—¡Hum! ¡Delicioso! Hay que reconocer que preparas los mejores cafés del mundo.
—¡Qué aduladora eres! No me extraña tu éxito con el otro bando.
—¿Qué bando?
—¿Cuál va a ser?, los hombres.
Gloria comenzó a reír a carcajadas.
—A veces pienso, Ana, que en vez de vivir con una amiga, lo hago con mi madre. Te pasas la vida refunfuñando.
—Lo que sucede es que tengo más experiencia que tú y veo venir las cosas.
—¡Huy! No sé qué te pasa hoy.
—Anda, tómate unas galletas.
—Sí, mama…
—No te burles de mí, Gloria.
—Si no me burlo… Es solo que pienso que no tienes mucho sentido del humor.
—Eres una niña.
Ana se puso a lavar los platos. Gloria la observó: era una mujer hermosa. A veces, Gloria discutía con ella por su forma de ser, aquella manera de vivir de Ana le parecía que no tenía nada de divertido. Al fin y al cabo, lo que le sucedía estaba ocurriéndole a miles de personas y no se lo tomaban de aquella manera.
Ana se dio cuenta de que Gloria la observaba. ¡La conocía tan bien!
—¿Qué piensas, Gloria?
—Nada.
—Vamos, dime en qué pensabas.
—Te molestarías.
—No, te aseguro que no lo haré.
Ana se sentó frente a su amiga.
—Pues verás, pienso que llevas vida de monja de clausura.
—Bueno, pues dime qué clase de vida te parece que debería llevar para no parecer una monja de clausura, como tú dices.
—¡Mujer! Deberías salir, distraerte, conocer personas nuevas… No sé, pasarlo bien.
—¡Pasarlo bien! Pero es que yo no lo paso bien haciendo el indio en una discoteca. Y no quiero decir que tú seas una india…
—Pues búscate amistades que tengan gustos afines a los tuyos. Podrías intercambiar impresiones, pasear, visitar salas de arte… Pero ¡haz algo!
—Mira, no necesito esos amigos de los que tú me hablas. No siento el menor deseo… Además… con mi trabajo y mi hijo, me basta.
—¿Qué te basta? ¡A nadie le es suficiente con eso! Yo no puedo saber lo que llena un hijo, pero, francamente, no creo que lo sea todo, y además, Enrique se hará mayor. Y ¿qué piensas? ¿que se quedará a tu lado para ver cómo envejeces llena de amargura?
—¡Calla, no sigas!
Ana había elevado el tono de voz y se había levantado de la silla como por medio de un resorte. Gloria había tocado un tema del que Ana no deseaba hablar… Salió de la cocina y fue a su habitación, comenzó nerviosamente a ordenar la mesilla. Gloria la siguió.
—Escúchame, Ana.
—No deseo seguir escuchándote.
—¿Te das cuenta? Haces como los avestruces. Te empeñas en no darte cuenta de que se trata de tu vida. ¿Comprendes? TU VIDA. Algo que, mientras no me demuestren lo contrario, solo tenemos una vez.Después… nada. ¡NADA!
Ana se sentó en la cama y suspiró profundamente.
—Lo que te quiero decir, Ana, es que debes llenar tu vida con algo más que tu hijo y tu trabajo.
—¿Un hombre es ese algo más?
—Escúchame, un fracaso lo tiene cualquiera, y no por eso debemos encerrarnos en nosotros mismos, eso podría conducirnos a la locura.
—¿Pero se puede saber por qué te empeñas en que me busque un hombre? No lo necesito para nada, ¿me entiendes? ¡Para nada!
—Gloria se arrodilló frente a su amiga y le cogió las manos.
—Escúchame, Ana. No te encierres y trata de entender lo que digo.
—Mira, Gloria, sé que tus intenciones son maravillosas, pero te ruego que no hablemos más de este tema.
Ana pensó que había sido demasiado brusca con su amiga, le acarició el cabello; Gloria continuaba arrodillada frente a ella.
—Mira, Gloria —dijo Ana dulcemente—, sé que me dices esas cosas porque piensas que serían buenas para mí, pero es que yo no creo que el hecho de salir a emborracharme y fornicar haga a las personas más felices.
Gloria se levantó y fue hacia la puerta; cuando iba a salir dio la vuelta.
—¿Sabes lo que te digo?, que te preocupa mucho el qué dirán, sí, eso es, la sociedad te importa demasiado, y mientras no te decidas a mandarla a paseo…
—¡Qué fácil es decir eso cuando no se tienen problemas!
—Pues claro que es fácil decirlo, y hacerlo, también.
—Gloria, ¿cómo quieres que te explique que es todo mucho más complicado de como tú lo ves? En el trabajo, por ejemplo, la vida privada importa y mucho. ¿Y qué crees que haría mi exmarido si yo me tirara la manta a la cabeza y llevara ese tipo de vida que a ti te parece tan divertida?, pues me acusarían de no dar buen ejemplo al niño y me lo quitarían rápidamente.
—Deseo que jamás te veas en mi situación —dijo mientras observaba el rostro de su amiga.
—Descuida, no me verás.
—¿Es que no piensas casarte?
—No, por favor. Sería imbécil, después de lo que estoy viendo no iba yo a cometer el mismo error.
—¿No crees que puedas llegar a enamorarte?
—Desde luego que sí, y además, tú ya sabes que yo soy muy enamoradiza, lo único que pasa es que igual de deprisa que me enamoro, me desenamoro.
Ana sonrió. Verdaderamente, Gloria era encantadora.
—¡Cuándo cambiarás!
—¿Te das cuenta? Tú quieres que yo cambie y yo quiero que tú cambies. A lo mejor es verdad aquello de que vemos la paja en el ojo ajeno, y en el nuestro…
—Anda, ve a arreglarte. Son ya cerca de las once. ¡Y maquíllate bien esos ojos!, que tienes unas ojeras de la juerga de ayer noche que no veas…
A los pocos minutos, Gloria apareció por la habitación de Ana contoneándose como una modelo.
—¿Te gusta mi nueva blusa?, ¿verdad que estoy irresistible?
—Sí, estás muy guapa.
—Bueno, me marcho, por cierto, ¿qué fantástica diversión tienes reservada para esta tarde?
—Es sábado, por tanto iré a buscar a Enrique al internado; después, no sé, tal vez le lleve al cine.
—Que te sea leve… ¡Adiós!
Ana consultó el reloj, aún quedaba mucho tiempo para ir a buscar a su hijo. Cogió un libro y comenzó a leer, pero era de aquellas veces en que no podía concentrarse en la lectura. Encendió un cigarrillo. Recordó las palabras de Gloria. Quizás tenía razón. Comenzó a dar vueltas alrededor de la mesa de centro. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se dijo que quizás estaba empezando a volverse loca. Durante cuatro años había tratado de conservar toda la entereza posible para hacer frente a las difíciles situaciones que se le habían presentado, pero ahora se daba cuenta de que empezaba a flaquear. Había noches que no podía conciliar el sueño, y a la mañana siguiente tenía que hacer verdaderos esfuerzos para levantarse.
II
Cuando Gloria le dijo a Ana que se había enamorado, esta no le hizo el menor caso. Pensó que se trataría de uno más en la larga lista de «amores» que Gloria parecía dedicarse a coleccionar.
—Escucha, esta vez va en serio. Estoy segura.
Ana iba ordenando la casa mientras Gloria la iba siguiendo.
—Por favor, ¿quieres estarte quieta de una vez?
Ana la miró de reojo, pensó que lo mejor sería prestar un poco de atención a Gloria o de lo contrario tendría que escuchar durante días los reproches de su amiga. Tomó asiento en el sofá del pequeño saloncito y encendió un cigarrillo.
—Está bien, te escucho, soy toda oídos.
—Pues eso, que me he enamorado.
—Mira, Gloria, es raro el mes que no te enamoras…
—Pero es que esta vez va en serio.
—Para ti siempre va en serio; luego no tardas mucho en encontrarles defectos tales como: egoísmo, celos, etc.
—Te aseguro, Ana, que esta vez es verdad; además, para demostrarte que hablo en serio, te comunico que le he invitado a cenar esta noche.
Ana se levantó.
—¿Aquí? ¿Le has invitado a cenar aquí?
—Pues sí —contestó Gloria con altanería.
—¡Ah, no! ¡Eso sí que no! Hemos hecho un trato y tú lo recuerdas perfectamente, nada de hombres en esta casa. Y te parezca bien o no pienso seguir manteniéndolo.
—Pero escucha, Ana, te he dicho que esta vez va en serio… y… bueno, es que yo…
—Acaba —casi chilló Ana—, me estás poniendo nerviosísima.
—Bueno, allá voy, Ricardo y yo pensamos casarnos.
La última palabra fue dicha tan bajito que Ana no la entendió bien.
—¿Cómo has dicho? —preguntó temiendo oír lo que a duras penas había escuchado.
—Pues eso, Ana, que pienso casarme.
Ana cambió de color. ¡Casarse! Esto sí que no se lo esperaba. En su rostro se esbozó una mueca de nerviosismo. No podía ser. Imposible. ¡Pero si nunca le había hablado de él! Por tanto, hacía poco que se conocían, ya que Gloria siempre le contaba todas sus cosas; no podía ser, ¡todo aquello era un disparate!
Gloria interrumpió las elucubraciones de su amiga.
—Bueno…, no será rápidamente. Ricardo está al corriente de todo.
—Al corriente ¿de qué?
Ana había contestado chillando mientras que no paraba de recorrer el salón de un lado para otro como si de un león enjaulado se tratase.
—Escúchame, por favor —musitó Gloria en tono suplicante.
Ana tomó asiento, parecía estar ausente, aunque Gloria sabía que la escuchaba sin problemas.
—Hemos pensado casarnos en cuanto tengas a alguien con quien compartir el apartamento, no creas que voy a dejarte plantada.
—Escúchame, Gloria —contestó Ana, que ahora respiraba profundamente, como queriendo hacer acopio de energía—, si se trata de una broma, te aseguro que no me está haciendo ninguna gracia.
—Gloria miró fijamente a los ojos de Ana.
—Lo siento, pero no se trata de ninguna broma.
Ana reclinó su cabeza sobre el respaldo del sofá y miró distraídamente el techo.
—Así que no se trata de una broma…
—Exacto.
—Escucha, Gloria, según mis últimas noticias, eras un «corazón solitario», «libre como los taxis», son tus propias palabras. De modo que no debe hacer mucho tiempo que conoces al «joven» en cuestión.
—No, mucho tiempo no, cerca de tres meses; claro que no hemos salido siempre juntos, es decir, que cada uno ha hecho su vida, hasta que hemos decidido…
—Sí, ya sé, hasta que habéis tenido la feliz idea de casaros.
Se hizo un gran silencio. Las dos mujeres se miraban. El desconcierto de Ana era total. Nunca se lo hubiera imaginado, así, de pronto, con un desconocido.
—Sé lo que estás pensando. —Gloria había roto aquel insoportable silencio.
—¿Y qué pienso? —musitó Ana.
—Pues que crees que estoy loca.
—Algo así…
—Tú también te casaste…
—Sí, pero yo le conocía de hacía años.
—Y eso qué tiene que ver… Perdona, pero el final no fue muy brillante, de modo que no creo que tenga la menor importancia el conocerse de tiempo o no, supongo más bien que es una cuestión de suerte.
Gloria le había echado un jarro de agua fría. Era cierto lo que decía. Sin embargo, le parecía una locura que su amiga se casara con un desconocido.
—Ana, perdona si te he molestado con lo que acabo de decirte, mi única intención era tranquilizarte, no sé, que vieras que las posibilidades de éxito o de fracaso no se miden por el tiempo. Es más, tu misma me has dicho muchas veces que una cosa es el noviazgo y otra muy diferente la convivencia, y nosotros…
Ana no la dejó terminar, estaba a punto de un ataque de histeria.
—¡Claro que te he dicho muchas veces que nada tiene que ver el noviazgo con la convivencia, pero es que tú me estás hablando de casarte con un hombre al que apenas conoces!
Gloria conocía lo suficiente a su amiga como para saber que cuando se irritaba de aquel modo lo mejor era cambiar de tema, o hacer broma, para que se le pasara el malhumor.
—¡Querida Ana, es tan maravilloso mi Ricardo, que he estado dudando en presentártelo por si te enamorabas de él!
Esta vez la broma no había tenido resultados, Ana la miró fijamente, en su rostro había una seriedad que imponía respeto.
—Todos somos maravillosos de visita, esto también te lo había dicho antes, aunque pareces haberlo olvidado.
De nuevo, silencio. La habitación se había quedado en penumbra. Eran cerca de las siete y en esa época del año comenzaba a oscurecer temprano. Gloria interrumpió el pesado silencio para ir a encender una lámpara que había junto a uno de los sillones, era este el rincón favorito de Ana, donde tantas veces la había encontrado dormida con un libro en las manos cuando volvía por las noches.
Miró a Ana de soslayo, sabía que le había hecho daño, habían compartido sus vidas durante casi cuatro años, se querían mucho. Observó el rostro de su amiga en la penumbra. Llevaba el cabello recogido en una cola de caballo. Era muy hermosa, pero en sus facciones comenzaban a notarse los signos inequívocos de quienes sufren; la mirada triste, ausente, y aquel gesto en los labios que delataba preocupación, amargura…
Casi se le saltaron las lágrimas al pensar en el daño que esta separación iba a hacerle.
No pudo reprimir el impulso de abrazar a su querida amiga, sollozó entre sus brazos como tantas veces antes había hecho. Ana le dio un pañuelo para que se secara las lágrimas; ella, por su parte, hubo de hacer un gran esfuerzo para contener las suyas.
—¿Te acuerdas, Ana, cuando nos conocimos?
Ana asintió con la cabeza, una sonrisa se dibujó en sus labios, Gloria se sonó fuertemente, se sentó junto a Ana y apoyó la cabeza en su hombro.
Prosiguió hablando, como si lo hiciera para ella misma:
—Recuerdo que tú estabas en la clase que había frente al patio. ¡Te veía tan mayor!, siempre he visto en ti una especie de hermana, como una protectora. Recuerdo cuando me encontraste llorando en las escaleras del colegio. ¡Qué mal me sentía aquel día! Me habían echado de clase y obligado a pasearme por las aulas de las mayores con unas orejas de burro. Era aberrante… Cuando ya llevaba recorridas dos clases, me negué y tiré las orejas al suelo. ¿Recuerdas la que se formó? Se enteró todo el colegio. Me abrieron expediente.
»Y llegaste tú, yo estaba allí, en las escaleras, esperando que mis padres salieran del despacho de Sor María. Era el peor momento de mi corta existencia. Me impresionaba que mis padres hubieran sido citados por la Madre Superiora, suponía que me iban a expulsar del colegio… Era terrible, sufría mucho… Primero estuviste unos instantes observándome y luego me preguntaste: ¿Eres tú la rebelde?
. Recuerdo que estaba tan emocionada que no pude contestarte, solo asentí con la cabeza mientras enjuagaba mis lágrimas. Me pusiste un pañuelo en la mano y te sentaste en las escaleras, a mi lado. No llores
, me dijiste, ya verás como todo se arregla, vamos, sécate esas lágrimas o acabarás por inundar el colegio
.
»Desde entonces me has tendido muchos pañuelos, y me has consolado muchas veces…
Ana sonrió. En el fondo no había cambiado desde aquel día que la vio allí sentada, con toda la cara mojada; parecía un pollito asustado.
Gloria continuó:
—¿Te acuerdas de que me dijiste que tú también habías sido humillada de aquel modo, y que al igual que yo también te habías rebelado?
Ana encendió un cigarrillo, Gloria había desenterrado recuerdos lejanos que voluntariamente había olvidado, pero al haber hablado de ellos se sorprendió así misma recordando con claridad escenas de aquel oscuro pasado.
—Sí, sí que me acuerdo; es más, puedo ver muy claramente lo que sucedió para merecerme tal castigo… Era lunes, lo sé porque la hermana Teresa nos pidió que le contáramos qué habíamos hecho aquel fin de semana, cuando me tocó el turno a mí, le expliqué que había estado en el cine, lo que ya no puedo recordar con exactitud son las artimañas que utilizó para que yo contara todo lo que había hecho, ¡santa inocencia!, recuerdo su cara encolerizada cuando le dije que había estado en el cine con un amigo, no puedo comprender cómo, a pesar de la furia reflejada en su rostro, pude decirle que además había hecho «manitas» con él. No sé, fue como una venganza, le expliqué todo tipo de detalles… ¡Cómo se puso!, parecía que hubiera visto al mismo diablo en persona. «¡Desvergonzada!, lávate inmediatamente las manos con agua bendita, ¡pecadora!».
»Recuerdo como si fuera ahora mismo las caras de mis compañeras. La mayoría estaban asustadas, otras sonreían maliciosamente. El asunto es que yo tenía que ir a la capilla a purificar mis manos. Era invierno y estaba todo muy oscuro, los templos, cuando no hay nadie, siempre me han dado miedo, no podría explicarlo, pero es como si me sintiera observada. Yo en aquel entonces era muy joven, y el terror se iba apoderando de mí, metí las manos en el agua y de pronto me sentí como la más vil y pecadora de todas las mujeres… y aquel Cristo… parecía estar mirándome. Temblaba y lloraba. Aunque la monja me había gritado cuando salía de la clase que me quedara en la capilla hasta que ella fuera, solo sé que salí corriendo, bajé las escaleras de cuatro en cuatro y me presenté en mi casa como si fuera la autora del peor de los crímenes cometidos en la historia de la humanidad…
»Pero… una vez delante de la puerta no me atrevía a llamar, ¿qué les diría?, seguro que ya sabían toda la historia… Así estuve un buen rato hasta que por fin me decidí. Cuando entré en el salón mi madre hablaba por teléfono, y no me equivoqué al pensar que estaba hablando con la Superiora. Su mirada fue fulminadora. Cuando colgó me dijo: «Hablaremos cuando venga tu padre».
»No te puedes imaginar con qué ganas deseé que mi padre se quedara a cenar fuera de casa ese día, pero no fue así; en aquel momento experimenté el miedo. Nadie me dirigió la palabra en toda la cena. Después mi padre, muy ceremoniosamente, me pidió que le acompañara a su despacho. Recuerdo que las piernas me temblaban de tal manera que, por el pasillo, iba tropezando con todo lo que encontraba a mi paso; parecía que el corazón se iba a salir de su sitio.
»Para mí, entrar en aquel despacho significaba siempre que iba a recibir una seria reprimenda, así que te puedes suponer cuál era mi estado de ánimos. Recuerdo que odié a mi padre por haber venido a cenar aquella noche, y a mi madre por habérselo contado. O sea, que además de sentirme la más infame de las mujeres, odiaba a todos los míos… ¡Era desalentador!
»Naturalmente, recibí toda serie de reprimendas, castigos… No perdonaban una falta…
Gloria abrazó a su amiga.
—Ana, prométeme que serás amable con Ricardo.
—Te lo prometo, Gloria, te lo prometo.
III
Gloria se pasó el resto de la tarde preparando las cosas para que todo estuviera a punto.