Las puertas
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Vicente Ibarra Plá
Catador de las buenas cosas de la vida, aunque también de muy amargas he llegado a probar. Nacido en el interior del Mediterráneo un 29 de junio de 1975, en Adzaneta de Albaida (Valencia). Cantante, músico y compositor, he formado parte en varios grupos de rock, «pero esto solo por afición».
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Las puertas - Vicente Ibarra Plá
Las puertas
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©Vicente Ibarra Plá, 2021
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
www.universodeletras.com
Primera edición: 2021
ISBN: 9788418674273
ISBN eBook: 9788418676178
Capítulo 1
Cada mañana se podía oír a Carlos Herrera en la Cope, Onda Cero en más de uno, la Ser, Radio Nacional de España, en resumen, las emisoras más destacables y escuchadas de toda España, desde las seis de la mañana y mientras se duchaba y preparaba antes de dirigirse hacia su trabajo. La información era imprescindible en su vida, pues parte de sus decisiones se basaban en estas.
Os presentaré a Cristian, el protagonista de toda esta historia, también solía leer los diarios en la cafetería en la cual acostumbraba a tomar su capuchino diario, acaparando a todos estos como si de tesoros se trataran, la gente solía mirarlo con rareza y antipatía, pues era egoístamente desconsiderado en este sentido, siempre a lo suyo y como si no existiera el resto del mundo, a las siete y cincuenta y cinco puntual como si de un reloj suizo se tratase, salía lanzado de aquel lugar para dirigirse sin demora alguna hacia la torre Picasso, situada en el Paseo de la Castellana cerca del Santiago Bernabéu, el emblemático y mítico estadio del equipo de fútbol del R. Madrid, una de las zonas más importantes de por aquel entonces de la capital del país. En este colosal edificio y en la duodécima planta se encontraban las oficinas centrales del viejo continente de una de las mayores empresas bursátiles en cuanto se refiere a movimientos en bolsa, fondos de inversiones, planes de pensiones etc., etc.; y su nombre era y es Invers Global Group. Su sede principal estaba situada en Nueva york, pero la situada aquí en Madrid extendía sus tentáculos hasta los mismos Emiratos Árabes, pues bien, Cristian era ni más ni menos que el director principal y máximo responsable de estas, trabajo que se le daba muy bien, por cierto. Como podéis imaginar, el ritmo de trabajo en estas oficinas era frenético, desde que Madrid habría la bolsa hasta que cerraba Pekín pasando por Nueva York. Su vida se basaba prácticamente en una misma rutina cuadriculada de trabajo siempre igual, este y tan solo este era su mundo. El trato hacia la gente, sobre todo hacia sus empleados, era exigente, no permitía relajación alguna en ellos, pues él argumentaba que tampoco la tenía, de hecho, recientemente despidió a toda una sección de planta, nada más ni menos que a dieciséis empleados tan solo porque no estaba del todo seguro de su eficacia en la empresa, sin comprobar ni pedir informe alguno, ni consejo o detalles para esto, sobrecargando al resto de personal casi hasta el límite de sus posibilidades. La gente allí como podréis comprender no es que le tuviera mucha simpatía, a pesar de todo esto y con mano dura conseguía tener cubierta y satisfecha toda la cartera de clientes tanto grandes como pequeños y medianos inversores, y, por supuesto, alta rentabilidad económica, la verdad es que era un gran dotado en todo lo que se refiere a las finanzas, y un don de gente que, claro está…, este siempre tan solo utilizaba ante clientes de la empresa.
Hasta aquí todo puede parecer normal, incluso es posible que alguien como él os pueda resultar familiar, por desgracia, hay algunos de estos por ahí, pero ahora empieza la verdadera y peculiar razón por la cual os cuento todo esto. El día comenzó como siempre, del mismo modo que cada día en la vida de Cristian, aquella mañana y tras salir del café Cristian se dirigió hacia las oficinas de la torre Picasso, accedió al ascensor que le elevaría hasta la planta donde se situaban las oficinas, al subir en este se encontró con algunas de las chicas que trabajaban allí, ellas saludaron al verle: «Buenos días, señor Cristian». Lo mismo respondió este no con mucho afán, al llegar a estas tanto él como ellas se adentraron cada cuales a su habitual sitio de trabajo. La verdad y que todo se diga, aquel lugar era algo impresionante, un sin fin de parcelas divididas perfectamente cada cual numerada y provista de todo tipo de comunicación ordenadores, pantallas que mostraban a tiempo real el estado de las bolsas más importantes, el ritmo de trabajo allí era frenético, a veces al ver este tipo de lugares uno se pregunta… ¿en qué nos estamos convirtiendo? Cristian se dirigió hacia su oficina y tras él inmediatamente le siguió Carolina, esta era su secretaria, y le tenía preparados todo tipo de documentos, informes, citas etc., etc., todo lo normal en el trabajo. Los tenía perfectamente clasificados y por orden de prioridades, sabía bien cómo Cristian quería las cosas, pues llevaba tiempo trabajando con y para él. Cristian se sentó en su mesa y miró el reloj, y como siempre y cada día marcaba las ocho en punto de la mañana, Carolina se dirigió hacia él y le dijo:
—Señor Cristian, aquí tiene los informes que ayer me pidió, los contratos ya firmados de Fénix, Eria textiles y el borrador del contrato de Ericsson.
—Gracias, Carolina, puede retirarse, y por favor, llame a Richard que deje lo que esté haciendo y venga de inmediato.
—Sí, señor Cristian.
Nada más salir Carolina de la oficina Cristian advirtió la falta de unos informes en uno de los formularios. Con voz potente llamó a Carolina y esta se apresuró rápidamente de nuevo hacia su despacho, y este dijo:
—¿Dónde está todo lo que falta aquí?, el informe de Lozano está incompleto y falto de toda la información de…, ¡por el amor de Dios!
—Es todo cuanto me ha entregado Alberto esta mañana, señor Cristian —contestó.
—Llame inmediatamente a Alberto, dígale que lo quiero ver aquí ya.
—Sí, señor.
Y así lo hizo, Alberto se personó rápidamente en el despacho de Cristian y ante él, con el rostro algo desencajado, pues de sobra sabía cuál era la causa y el motivo por el cual era requerida su presencia, pintaban bastos y esto él bien lo sabía…, y Cristian dijo:
—Alberto, ¿qué se supone que es esto? Juraría que hoy tenía que estar a primera hora perfectamente detallado, capital social, informe de venta y últimas inversiones en expansión…, también falta publicidad, marketing…, ¡joder, Alberto, no tengo una puta mierda de todo esto! ¿Qué es lo que sucede? En media hora debo reunirme con su directiva y no tengo nada.
Este le dijo:
—Lo tengo en impresión, señor Cristian, el detalle de los informes no era del dominio público, ni siquiera accesible para otras empresas, tardé en conseguirlo…
—Tienes exactamente cinco minutos para traerlos, ¿y sabes? Tu empleo aquí depende en estos momentos de ello.
—Los tendrá, señor.
Alberto sabía de sobra que estas palabras no caían en saco vacío, y eran tan ciertas como sonaban, por suerte, pudo presentar requerida documentación a tiempo, y por esta vez pudo capear el temporal el muchacho. La mañana se presentaba tempestuosa y al tiempo que Alberto salía, Richard, el subdirector, entraba por la puerta, «también notablemente preocupado».
—Vamos a ver, Richard, en qué diablos estabas pensando ayer…, ¿por qué diablos tuviste que intervenir en la conversación cuando ya estaba todo claro?
Cristian se alteraba gradualmente al tiempo que le recriminaba a Richard su intromisión en la reunión que tuvieron el día anterior con los ejecutivos de Baviera, una empresa captada por Cristian y de gran expansión, Cristian empezó a aplaudir de modo irónico, al tiempo que decía:
—Bravo, Richard, bravo, estuviste a esto de echarlo todo por la borda… —Y le gritó diciendo—: Pero ¿cómo diablos se te ocurre mencionar los informes de Nasifer?, ¿en qué estabas pensando? Nasifer estuvo en concurso de acreedores hacía menos de un año, ¡por el amor de Dios!
—Sí, Cristian, pero me pareció oportuno que vieran su evolución desde entonces, las cifras son increíbles, eso da confianza, mejor informar, si ocultamos pueden pensar qué más podemos esconder, lo creí conveniente.
Cristian lo miró y fijamente y muy claro le contestó:
—¡Maldito idiota! Tú no estás aquí para hacer eso, ni siquiera quiero que pienses —a grito vivo de modo que en toda la planta se pudo oír, pues todo el mundo enmudeció cuando Cristian dijo—: Tú solo estás aquí para hacer, decir y cumplir lo que yo y tan solo yo te diga…, eres un asesor legal… mi asesor legal aquí dentro, fuera solo me sigues, escuchas y luego me informas, ¿o es que acaso me estás dando lecciones de cómo llevar este negocio? Si esto funciona, créeme, Richard, es gracias a mí.
Cristian le mandó volver a su trabajo no sin antes recordarle ciertos asuntos legales que debería tener sin demora antes de mediodía. Como podéis ir comprendiendo, el día a día en este lugar no dejaba sitio a la indiferencia. En verdad, Cristian no es que se esforzara mucho por crear simpatía entre quienes allí le rodeaban, realmente era algo que simplemente no le importaba. La mañana transcurría como se pueda decir con peculiar normalidad, eran normales este tipo de circunstancias, pero como vengo diciendo, ese día algo distinto se avecinaba, algo que iba a cambiar mucho el trayecto de su vida, e incluso la de muchas otras. Era ya casi la hora de la comida, cerca de la una y media, y como siempre la gente que allí trabajaba se apresuraba en su quehacer para poder salir puntualmente, ya que tenían apenas cuarenta y cinco minutos para poder comer, tomar café o lo que sea que quisieran hacer.
Ese día, Cristian, algo alterado por las circunstancias del trabajo, decidió salir unos minutos antes y comer algo para regresar cuanto antes al trabajo. Al salir uno de los empleados le llamó:
—Señor Cristian, disculpe.
—Sí, diga —contestó.
—Esto es un proyecto que he realizado, como usted nos animó hacer, ya le di un