Ella es una española que convirtió a Italia en su país de adopción hace tres décadas. Yo soy una italiana que ha realizado el viaje vital inverso, también hace casi 30 años. Así que no es de extrañar que entre nosotras, durante la entrevista, se instaure en seguida una profunda confianza y se cree una especie de lengua mestiza que abraza medio Mediterráneo, mezclando los dos idiomas de manera constante. Aún más, si cabe, porque Patricia Urquiola (Oviedo, 1961) nos recibe en la Villa Reale di Marlia, un palacio con más de 500 años de historia, cerca de Lucca –la ciudad toscana donde yo pasaba los veranos de mi niñez, otro punto de contacto entre ambas– para hablar de su última colaboración con la maison Cartier. Con todo esto, es inevitable que en la charla se cuelen, aquí y allá, términos en italiano y francés. Y hasta alguna que otra palabra en latín, quizá porque nos posee el alma centenaria del lugar.
Aquí, entre estas paredes que han visto pasar a Paganini, a Jean Cocteau, a Alberto Moravia o a Salvador Dalí (amén de condes, Bonapartes y Borbones),de una exposición efímera tituladaque muestra más de 350 piezas de la nueva colección de Alta Joyería de la firma parisina en 80 escaparates repartidos por seis salas. Pero la labor de esta arquitecta, que en los últimos años se ha consagrado como un auténtico referente mundial del diseño y el interiorismo, va mucho más allá de un mero decorado. Sus bellísimos podios y plintos, de materiales innovadores y sostenibles, logran que los salones y los pasillos dialoguen estéticamente con las joyas, creando una atmósfera única que ella denomina «una pequeña Acrópolis».