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Mujeres a la orilla del Ebro
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Libro electrónico150 páginas2 horas

Mujeres a la orilla del Ebro

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Información de este libro electrónico

Diez formas de entender la tierra y el agua que la atraviesa; diez aproximaciones a la figura femenina y su relación con su entorno en un ambiente muy concreto: la tierra de Aragón y el río Ebro. Diez relatos en los que caben la fantasía, la memoria, el amor, la infancia y la vejez alrededor de diez autoras rompedoras.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento19 oct 2021
ISBN9788726983517
Mujeres a la orilla del Ebro

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    Mujeres a la orilla del Ebro - Lucía Arca

    Mujeres a la orilla del Ebro

    Copyright © 2019, 2021 Julia Duce, Lucía Arca, Laura Bordonaba Plou, Irene Cisneros, Esther García, Sylvia Marx, Teresa Palomo, Pepa Pardo, Eva Pardos, Rosa Vidal and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788726983517

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    «Surco infinito.

    Camino de venas

    que entre alamedas

    vas seguro y opaco.

    No te preocupa el tiempo,

    como el tiempo

    siempre eres distinto

    y de tan igual eterno.»

    Poema al río Ebro Miguel Hernández

    MUJERES A LA ORILLA DEL EBROJULIA DUCE

    Estamos aquí para quedarnos, para que nuestra presencia no pueda ya taparse. A lo largo del tiempo hemos permanecido ocultas. Las creaciones de las mujeres artistas han sido despreciadas o se las han apropiado compañeros, padres o mentores. Hemos tenido que disfrazarnos con seudónimos masculinos para que fuéramos valoradas. Las obras que se nos reconocían tenían la blandura que se adjudicaba a lo femenino o eran juzgadas como una vanidad pretenciosa y casi infantil, el capricho de las niñas raras, de las locas de la casa.

    Desde siempre la idea de que la literatura escrita por mujeres tenía un tono o un matiz diferente se asentó con firmeza entre lectores y críticos y, de una forma subconsciente, aún es una rémora que hay que trascender. Sin embargo, la visión de dotarla de una personalidad que contrasta con las obras escritas por hombres, hace mucho que ha dejado de tener sentido, si es que alguna vez tuvo algo de cierta. Se han roto barreras y el papel que conquistamos en la sociedad ya no tiene nada que ver con el perpetuado a lo largo de la historia. Está superado y no deja de ser una imagen ridícula, por mucho que algunos se resistan a aceptarlo. Si las mujeres escriben sobre mujeres y sus conflictos, ¿no escriben los hombres sobre hombres y sus obsesiones? Ese menosprecio, que aún se manifiesta en algunos sectores, nos empuja a ser combatientes y reivindicativas.

    La cultura ha sido, sin matices, un mundo de hombres en el que las mujeres permanecíamos en un segundo plano. Se nos ha olvidado que con voluntad superamos, en nuestros diferentes presentes, todos los obstáculos y que logramos imponer criterios y voluntades ocultas detrás de bambalinas, con algunas excepciones que no pudieron amordazar. La huella de lo femenino siempre estuvo ahí. Es ya el momento de aparecer, de levantar con nuestro trabajo, ahora si ya visible, un futuro sin barreras en el que se valoren los objetivos conseguidos con criterios de calidad.

    Somos más lectoras que ellos, pero a veces hemos sido también nosotras quienes, de forma inconsciente, relegamos la literatura de mujeres a un segundo plano, asociándola a un tipo de contenido sin mirar más allá de la evidencia. Y de repente, un día, nos damos cuenta que nuestras bibliotecas se llenan de lecturas escritas por ELLAS, y que nada tiene sentido en esos prejuicios que nos condicionaban. Da igual el género: terror, misterio, historia, fantasía. Da igual la calidad, desde los bestsellers más potentes a las obras más refinadas de literatura sublime, sin darnos cuenta página a página, vamos conquistando librerías y bibliotecas.

    Esta antología supera un segundo reto, el rechazo que inspiran aquellos escenarios que nos resultan cercanos y familiares. Las historias que leemos parecen más creíbles cuando se ambientan en horizontes lejanos, en ciudades admiradas. Tal vez, porque ese desconocimiento nos provoca unos sentimientos menos críticos, una sensación de que en espacios exóticos o sofisticados todo puede pasar y en nuestra cotidianidad tenemos la impresión de que nunca pasa nada. La seguridad que nos envuelve no da para historias oscuras, o para leyendas de talla mítica, ni para misterios perversos. Así, seguimos sintiéndonos seguros y nos acomodamos en la pausada y tranquila mediocridad gris o luminosa, depende de cada uno, pero no hay sospechas que alteren o incomoden la percepción de nuestras vidas.

    La literatura es una aventura que hace cambiar esos esquemas, romper la monotonía y que consigamos movernos de nuestro espacio de confort. Es lo que nos hace crecer, nos da otras vidas para vivir en comunión con experiencias que harán mirar la realidad y descubrir nuevos perfiles, un impulso que aleja senderos ya trillados y hace sentir y ver lo que nos rodea con ojos diferentes. Nuestros caminos y nuestras calles van a ser recorridos con otros pasos, estrenando unos zapatos que se dirigirán a otros callejones, a otras plazas bajo la sombra de otros jardines y la imaginación, en alquimia con la memoria, construirá otra ciudad, a la orilla de un rio que fertiliza las tramas de estos cuentos, dibujando una geografía paralela que oculta historias y emociones desconocidas.

    Estas mujeres fantásticas y talentosas, las escritoras y sus protagonistas, nos harán recorrer unos escenarios familiares con la mirada y la pasión de unas creadoras valientes, imaginativas y cultas, inquietas y peleonas.

    Estoy segura que este viaje va ser una experiencia que una a quienes participamos directamente y a quienes lean este libro que verán como cambia un poquito la percepción de aquello que les rodea.

    ¡Muchas gracias a estas magas de la imaginación!

    DESPERTAR EN EL RÍO LUCÍA ARCA

    El sonido del agua me despierta. Miro a mi alrededor. Estoy tumbada a la orilla del río. ¿Podría amanecer de una forma más patética? No contestes. Apoyo ambas manos en el terreno irregular y me incorporo como buenamente puedo. Siento el cuerpo agarrotado y mi cabeza parece a punto de estallar. Por suerte la ropa permanece seca. Sin embargo, el frío me cala hasta los huesos. Debería haber traído una chaqueta y no dejar que el consejo de mi madre cayese en saco roto, pero adoro lucirme. Atuso mi falda vaquera, está en su sitio, aunque efectivamente, y como deduje nada más pasar la tarjeta de crédito en el establecimiento en el que la adquirí, me queda demasiado corta y ajustada, «tanto que roza lo vulgar» como diría el machista de mi ex. He de admitir que no resulta cómoda, pero sí sexy, y ¡qué demonios!, elijo lo segundo por una vez. Mi camiseta negra con marcado escote en pico también parece de una pieza. No recuerdo absolutamente nada a partir de las tres y media de la madrugada. De hecho, esa nada es lo único que llena los espacios que deberían completar mis recuerdos. Viene a mi memoria, como ya he dicho, el monísimo dependiente de la tienda, realizaba el cobro mientras mi amiga Susana usaba el sujetador de relleno y sus encantos para guardar un par de braguitas de la sección de lencería. Las prendas y accesorios de menor tamaño suelen ser las de mayor precio, aunque también los objetos menos protegidos, porque, ¿dónde colocas una alarma en un tanga? A no ser que venga con el culo incorporado.

    Recuerdo también cómo nos reunimos con Yolanda en el portal de su casa, ya que la tía nunca se mueve de ahí si no es escoltada por nosotras o alguno de sus ligues; manías de niña pija acostumbrada a vivir en una de las urbanizaciones más acomodadas de Zaragoza. De pronto cambia eso por el céntrico, aunque «peligroso» (según ella), Casco Viejo. Se comporta de una forma un tanto esnob y «rematadamente atolondrada». Es el adjetivo usado por su hermana mayor. Y la define a la perfección.

    Mi mente se ve asaltada de repente por una nítida imagen de la atestada puerta del bareto al que acudimos a beber antes de irnos de marcha. Posamos nuestros delicados traseros en esos bancos de madera porque resulta más barato. Está cerca de la zona de pubs y, para qué negarlo, el camarero con melena heavy, cazadora roquera y rostro estilo Hugo Boss nos pone de cero a cien en décimas de segundo. Me esfuerzo un poco más en recordar. La tienda, la casa de Yolanda, el sexy barman y, más tarde..., fogonazos. Una discoteca, un par de piropos a Susana, tres a Yolanda y unos cuantos más a mí. Una copa como premio. De ahí a otro bar, muchos piropos para todas, alguna mirada desdeñosa y un par de cubatas por la cara. Ya sobre las tres, una discoteca nueva, piropos, tíos buenos apoyados en la barra, saludos, dos besos, bailecito arrimado; Gin Tonic rosa, proposición indecente, corte, coqueteo, otro cóctel, este ya de nombre impronunciable, un «en tu casa o en la mía» que me hace declinar la propuesta porque no se puede ser menos original. «Eres una calienta...», ¡qué poca inventiva tienen algunos tíos para insultar! ¿Estará en sus genes el ser tan capullos? Creo que basaré mi tesis en esto, si es que continúo los estudios, para lo cual primero debería aprobar este curso infernal. Dejo a un lado esa reflexión y vuelvo al tema de la última noche. ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Veamos: tienda, casa, Yolanda, bareto, discotecas, mucho alcohol y después codificado; mis recuerdos se convierten en un borrón. Masajeo mis sienes como me enseñó Susana, que no solo es una de mis mejores amigas, sino también estudiante en una academia de Estética integral. En el arte de la manicura es una negada total, para qué decir lo contrario, pero en lo que a masajes se refiere, tiene un don, ¡lo juro! Me pongo en marcha. La orilla de un río no es lugar para una chica como yo. Un rayo de sol hace brillar un objeto en el suelo entre la tierra y unas plantas de procedencia desconocida. Al acercarme veo que lo que llama mi atención es un precioso colgante de plata con una piedra de luna engarzada en el centro. Sostengo el collar por el cierre abierto y lo observo con detenimiento. Es precioso, siempre quise uno así y ahora lo tengo. Lo coloco alrededor de mi cuello dolorido y muevo mis dedos hasta que escucho un clic. Emprendo el camino a casa. A estas horas son muchos los que duermen, pero más los que deambulan por la calle como zombis de mirada perdida, aunque yo no soy uno de ellos, no. Yo, en todo caso, sería una hermosa vampiresa de ilimitados recursos. Ayer casi no tuve que pagarme el vicio. Los chicos, y alguna chica, me proporcionaron bebida y comida. ¡Generosos y algo estúpidos! No me acuesto con alguien por una cerveza y un trozo de pizza, al menos que incluya el postre. Es broma. Taconeo sobre la acera con cada paso, pero apenas puedo escuchar el sonido de mis zapatos contra los adoquines, otro efecto de la descomunal resaca que hace que me palpite la cabeza de dolor. Daría mi alma por un analgésico. Busco mi teléfono y caigo en la cuenta de que ni siquiera llevo el bolso al hombro. ¡Perfecto! Tendré que volver a hacer todo el papeleo para el documento de identidad y suplicar para que mis padres me compren un móvil nuevo. Doy la vuelta a la esquina. El azul y el rojo lo bañan todo. Me siento como si continuase metida en una discoteca. Dos coches de policía están apostados delante del portal de mi casa. Mala señal. Las últimas horas se han borrado completamente de mi memoria, como si no existieran. «Soy egocéntrica, pero no tanto como para pensar que me buscan a mí». Si antes lo pienso, antes se confirma. Veo a mi padre con su batín verde, permanece de espaldas y habla con un hombre uniformado, mientras su compañera responde a una llamada de radio. Giro en redondo con lentitud e intento no llamar la atención. Unos cuantos curiosos se han congregado alrededor: la anciana del tercero, que porta dos barras de pan recién hechas en el horno de la esquina; una madre y su hijo del edificio de enfrente pasean a Nelo, su pequeño Terrier color arena;

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