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La mujer juzgada por una mujer
La mujer juzgada por una mujer
La mujer juzgada por una mujer
Libro electrónico208 páginas2 horas

La mujer juzgada por una mujer

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La mujer juzgada por una mujer es un ensayo de corte feminista de la escritora Concepción Gimeno de Flaquer. En él, la propia autora hace uso de la voz narrativa y se dedica a analizar cada uno de los aspectos que para ella son relevantes en la denuncia del lugar en el que el patriarcado ha relegado a la mujer en su época, desde la sumisión hasta la coquetería.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento19 nov 2021
ISBN9788726509199
La mujer juzgada por una mujer

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    La mujer juzgada por una mujer - Concepción Gimeno de Flaquer

    La mujer juzgada por una mujer

    Copyright © 1882, 2021 SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788726509199

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    PRIMERA PARTE.

    DOS PALABRAS.

    Vuestros son mis pensamientos.

    Para vosotras escribo.

    No trazo una línea que no os la dedique.

    Mis páginas os pertenecen.

    Os las ofrezco.

    Aceptadlas.

    En mis novelas la figura más noble, el tipo más simpático, es siempre una mujer.

    Entre mis artículos no encontrareis uno solo que no se relacione con vosotras.

    He tomado la pluma para combatir atrevidamente á nuestros impugnadores, en el libro La Mujer Española, y en los periódicos fundados por mí, en Madrid, bajo el título de La Ilustracion de la Mujer, y en México, con el título de El Album de la Mujer.

    Me he deleitado recorriendo la historia de todos los países, para buscar en ella nombres de mujeres célebres, y recordarles á los hombres de hoy, que en todas épocas han brillado mujeres eminentes; que no hay inferioridad intelectual en la mujer con relacion al hombre.

    He intentado demostrar la aptitud de la mujer para las artes y las letras, citando obras de mujeres que fueron el asombro del mundo artístico y literario.

    He descrito diferentes heroismos de la mujer.

    Al leer el índice de este libro, encontrareis dos capítulos titulados: La mujer vanidosa y La mujer coqueta; pero no os alarmeis.

    Tened confianza en mí.

    Os afirmo que siempre os seré fiel.

    Jamás me pasaré al campo enemigo.

    Si sólo canto vuestros méritos y virtudes; si callo nuestros defectos, mi voz no será escuchada.

    Para definiros debo ser imparcial: si no lo fuera, mis opiniones no tendrían fuerza.

    Creo que una mujer observadora es más apta para juzgar á la mujer, que un hombre de gran talento.

    Nunca nos juzgan los hombres con serenidad.

    Si se ven correspondidos en su amor, nos apellidan ángeles; si se ven desdeñados, nos denominan crueles.

    Sus juicios son hijos de sus sentimientos, y el sentimiento nunca es frio cual la razon: el sentimiento no analiza.

    Los hombres sociables encuentran seductor el trato de la mujer; los misántropos no lo pueden soportar.

    Observemos los contradictorios juicios de los hombres respecto á la mujer.

    Ningún animal puede faltar á su instinto: el de la mujer es engañar. Beaumarchais.

    La mujer es la obra maestra del Universo. Lessing.

    No hay mujer que merezca nuestra atencion. Plauto.

    Las mujeres son lo mejor del mundo. Rousseau.

    La mujer es el jefe del pecado. Orígenes.

    La felicidad del género humano depende de la mujer. Retif de la Bretonne.

    Los primeros impulsos de la mujer son mejores que los nuestros. Beauchêne.

    Nosotros no creemos en absoluto este aserto de Beauchêne, y la imparcialidad de nuestro juicio nos autoriza para calificar de injusta la opinión de Orígenes.

    Los impulsos del hombre pueden ser tan buenos como los de la mujer. ¿Por qué exagerar las cosas?

    Debemos decir sinceramente que ni somos malas ni somos perfectas. ¡Perfectas! ¿Qué derecho les asiste á los hombres para exigir que seamos perfectas, si tan imperfectos son ellos?

    Los hombres son responsables de sus defectos, y muchas veces de los nuestros.

    El hombre le dice á la mujer: nada eres sin mí. Yo te doy la posición social, yo te colocaré en altos puestos; mas para conquistarme necesitas ser bella. Sé bella por cualquier medio.

    La mujer que oye estas palabras, si no tiene formado el criterio, se figura que su única misión es agradar realzando su belleza exterior, y no se cuida de adquirir bellezas morales.

    La mayor parte de los hombres se entusiasman con las mujeres frívolas, ligeras y superficiales, encontrando graciosas sus coqueterías; y como de esas coqueterías al coquetismo no hay más que un paso, es muy fácil hacerlas incurrir en la culpa que ellos mismos condenan.

    Seamos sérias: ajustemos nuestros actos á la más sana razon, y no retrocedamos en la senda que nos marque el deber.

    Oigamos con indiferencia los ataques de nuestros detractores y las adulaciones de los que se fingen amigos nuestros para vencernos.

    Es más fácil defenderse de los adversarios que nos increpan, que de los enemigos que nos adulan.

    Defendámonos de éstos y seremos invencibles.

    Seamos fuertes y triunfaremos siempre, ya que las pasiones y las debilidades de los hombres los hacen nuestros esclavos.

    ––––––––––

    I

    LA NIÑA

    Una niña es un sér sagrado: representa la familia futura, un mundo de ilusiones y esperanzas acariciadoras, la misteriosa página del libro del porvenir.

    La vida de una niña debe sernos muy querida, porque al troncharse, se marchitan quizás las semillas de grandes ideas; tal vez el germen de más perfectas generaciones.

    Las niñas son la alegría del hogar, las inseparables compañeras de la madre, la fiesta de la vida.

    La madre debe conservar cuidadosamente la inocencia de la niña, porque destruir esa inocencia es agostar la infancia, es arrebatarle la felicidad.

    La infancia de una niña es la alborada de un dia de Mayo, el crepúsculo matinal de un cielo sin nubes, la fresca brisa impregnada de perfumes y armonías; la mañana de la vida, pura, radiante y serena.

    Las niñas que por descuido de sus padres han perdido la inocencia, ofrecen un triste espectáculo: hállanse en el otoño de la vida, sin haber gustado las delicias de la primavera; son flores frescas rodeadas de amarillentas y secas hojas.

    ¡Cuánta lástima inspira la vejez moral, al retratarse en la sombría frente de una niña que siempre debía verse risueña!

    La niña á quien se ha rasgado el cendal del candor es una enferma del alma. Al perder el candor, pierde una niña la encantadora espontaneidad infantil que tanto seduce, la fascinadora gracia que tan adorable la hace.

    Las niñas despojadas de su inocencia, se convierten en mujeres en miniatura, y como fenómenos de la naturaleza, son siempre antipáticas y ridículas.

    ¡Madres! A vosotras está fiada la misión de velar por la inocencia de esos ángeles terrestres llamados niñas. No deshojeis las flores de la inocencia antes que lo haga la mano del tiempo.

    Las niñas que presumen de mujeres, son cual los frutos de estufa, se corrompen sin haber estado en sazón; tienen una vida ficticia, artificial.

    ¡Madres! No ofrezcais galas á las niñas; ofrecedles muñecas.

    Una niña sin muñeca no tiene la alegría de aquellas niñas que revolotean cual alegre bandada de mariposas, convirtiendo el hogar en jardín de la existencia.

    Una niña sin muñeca, es una desheredada de la fortuna, debe considerarse sola en el mundo, porque le falta su confidente, su primera amiga, la depositaria de sus expansiones.

    Cuando veais una joven taciturna, de tez marchita y de alma envejecida, compadecedla; es una joven que no ha tenido infancia, porque no tuvo muñecas.

    Una señora dotada de corazón ternísimo, regaló una muñeca á una pobrecita que mendigaba. Esta limosna nada vulgar, que muchos séres no comprendían, fué una limosna de amor. La muñeca era para la menesterosa la realización de un hermoso sueño, era una alegría real, una felicidad tangible que podía estrechar entre sus brazos.

    Indudablemente aquella señora era madre y comprendía las necesidades morales de una niña.

    Las jóvenes de carácter sombrío y concentrado, son aquellas á las cuales han faltado las alegrías de la infancia.

    Prolongad la infancia de las niñas y prolongareis su ventura.

    Todo sonríe en esa edad bendita. La primavera es el espejo de la niñez, de esa edad preciosa en que se gozan bajo el materno regazo venturas inefables; de esa bendita edad, en la cual no hay pesar que dure un momento, ni desdicha que pase de un segundo, ni amargura que no se dulcifique en el instante.

    Gocemos todo el tiempo posible de los placeres de la edad temprana, inseguros siempre en la edad provecta.

    ¡Amemos á las niñas! Ellas son muchas veces el eslabón que une la cadena conyugal cuando se halla rota por el desamor.

    Las niñas embellecen la existencia; ellas saben hacernos sonreir cuando el dolor nos abruma, ellas saben desarrugar el más adusto ceño.

    ¡Educad bien á las niñas! La discreta tolerancia con los defectos de las niñas, es una culpa que más tarde os reprocharíais.

    ¡Qué desconsolador, qué humillante debe ser para una madre oir la siguiente frase! Hago á vd. responsable de mis defectos; ¿por qué no me educó vd. mejor?

    ¡Qué inmensa pena debe sentir la madre que ha merecido tal acusación!

    La madre debe ser la educadora de las niñas; el Eterno le ha confiado tan augusta misión.

    Nadie conoce á la niña cual su madre: hay entre ambas una corriente simpática, un hilo misterioso que las atrae.

    La madre posee una secreta magia que le permite comprender á la niña balbuciente: sólo la madre conoce la clave de los enigmas del corazón de la mujer.

    Las niñas son la alegría, la dicha, la paz del hogar: una casa sin niñas es un verjel sin flores.

    ¡Benditas sean las niñas!

    ––––––––––

    II

    NIÑAS Y FLORES.

    Las flores son la primavera del año; las niñas la primavera de la vida. Las niñas, como las flores, tienen alborada y crepúsculo, brillante existencia, vida fugaz. Fraternizan, se aman, porque se asimilan y se comprenden: un capullo de rosa y una niña son dos capullos.

    La mañana del dia, al espirar entre perfumes y frescura, convierte el capullo en flor; la mañana de la vida, al desaparecer con sus armonías seductoras, trasforma la niña en mujer.

    Las flores, como las niñas, son séres sensibles que tienen vida propia; las flores respiran, crecen, palpitan, se entusiasman, se exaltan, sufren, viven, gimen, lloran, mueren. ¡Cuántas veces al tronchar una azucena os habreis detenido sin saber por qué! ¡Ah! era que oíais un gemido vagamente, el gemido de la azucena, y lo que destilaba en vuestros dedos su tallo, ese líquido que llaman savia los naturalistas, era el llanto de la flor.

    Las flores, séres delicados que se agitan momentáneamente con perceptibles estremecimientos, duermen también y se despiertan solas: hay flores fluviales que al asomar la aurora alzan sus cabezas en las orillas de los lagos, permanecen erguidas durante el dia, y al declinar la tarde contraen sus pétalos y se sepultan en las profundidades de sus lechos acuáticos.

    Así como las niñas tienen sus dias de recreo, las flores tienen sus horas festivas: las de sol espléndido, de brisas y fresco rocío, son para ellas grandes solemnidades, en las cuales ostentan su inocente alegría revelada en vivos matices.

    Las flores tienen fisonomías distintas y hasta tipos: las hay rosadas y pálidas, raquíticas y esbeltas. En el mundo vegetal tienen también, cual las niñas, su jerarquía y heráldica: hay flores aristocráticas y plebeyas, flores que ocupan humildes puestos, flores de cuna de oro y de cuna de barro, flores distinguidas ó vulgares.

    La rosa es la más ilustre, es la Venus de los jardines, la más aristocrática del verjel, la reina de las flores: cautiva la atención general, su imperio es glorioso, numerosa la pléyade de sus admiradores.

    La Grecia se postró ante la rosa; las ciencias y las artes le han consagrado su culto por bella y útil. La rosa ha representado siempre un gran papel.

    Homero, Herodoto, Virgilio y Horacio le han dirigido grandes elogios en sus libros. San Basilio dijo que antes del pecado de nuestros primeros padres las rosas no tenían espinas; Santa Rosa, nacida en Lima, se llamaba en realidad Isabel, pero su madre la llamó Rosa por el dulce brillo de su semblante.

    Hubo en Roma durante la Cuaresma un domingo de la Rosa, dominica in rosa, en el cual el Sumo Pontífice bendecía una rosa, y la enviaba á algún príncipe ó princesa de Europa como testimonio de simpatía; esta rosa era de oro.

    La rosa blanca y la rosa encarnada fueron famosas en Inglaterra, como símbolos de la casa de York y Lancaster. La rosa ha sido siempre el premio del héroe y del poeta.

    Hay rosas en todos los países; la naturaleza, siempre pródiga, ha colocado la rosa bajo todos los climas, regalándola como tipo de belleza y esplendor.

    Las flores son la gala de la creación, el rico manto de la naturaleza, el lujo de los pobres; la modesta frente de una pastora puede ostentar una guirnalda, del mismo modo que puede ostentar la altiva frente de la opulenta señora. La tosca maceta de la sencilla aldeana no tiene menos poesía que el soberbio búcaro de la dama de salón.

    En todas las edades amamos las flores, y quien no las ama denota tener una alma fria y seca: la niña juega con ellas, la joven realza con ellas sus encantos, y el anciano se extasía con sus perfumes. ¡Qué espectáculo tan bello ofrece á la vista la blanca y respetable cabeza de un anciano inclinada sobre una maceta de flores que cultiva esmeradamente, sin desdeñar esta ocupación, que apellidaran frívola los corazones duros y prosaicos! ¡Cuántas veces una flor parietaria ha sido la dulce amiga del prisionero!

    Las niñas y las flores son la sonrisa del triste, el consuelo del afligido, las cariñosas compañeras del desterrado.

    Madame Roland, en su prisión, no se creía completamente desventurada, porque tenía flores y un rayo de sol.

    Lo más hermoso del mundo son las flores: el profeta no encuentra para la Madre de Diós nada más sublime que ellas. Por eso en su místico lenguaje apellida á la Virgen rosa de Sión, lirio de la Siria, clavel de los Alpes, rosa de Jericó. El mes de Mayo, mes de las flores, ha sido consagrado á María. Las flores tienen su epopeya, sus páginas de gloria, su celebridad, su historia.

    El mundo cristiano adorna con ellas sus altares; en la fiesta de Pentecostés ha sido costumbre echar flores desde la bóveda de los templos sobre los fieles reunidos en la nave, para simbolizar los dones del Espíritu Santo.

    El niño inocente que va á regenerarse del pecado original en las aguas bautismales, lleva su pura vestidura orlada de jazmines; la fervorosa niña que llena de amor divino se acerca á la mesa celestial para gustar en éxtasis arrobador el pan de los ángeles, ostenta su aureola de blancas rosas; la casta doncella, que tímida y pudorosa se dirige al altar con el elegido de su corazón para recibir la bendición nupcial, adorna de blancos azahares el poético traje, níveo cual fiel trasunto de su virginidad; y la triste huérfana, saturada

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