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Victorina o heroísmo del corazón Tomo I
Victorina o heroísmo del corazón Tomo I
Victorina o heroísmo del corazón Tomo I
Libro electrónico198 páginas2 horas

Victorina o heroísmo del corazón Tomo I

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Primer volumen de la obra Victorina o heroísmo del corazón, de Concepción Gimeno de Flaquer. La novela, publicada originalmente en forma de folletín, supone una dura crítica contra las tradiciones machistas y opresoras de la época de la autora bajo el disfraz de una historia de amor frustrada.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento19 oct 2021
ISBN9788726509106
Victorina o heroísmo del corazón Tomo I

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    Victorina o heroísmo del corazón Tomo I - Concepción Gimeno de Flaquer

    Victorina o heroísmo del corazón Tomo I

    Copyright © 1873, 2021 SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788726509106

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    PRÓLOGO.

    Dos mujeres, sublime la una por sus delicados sentimientos y sus virtudes, y grande la otra por la fortaleza de su espíritu y por la elevacion de su inteligencia. Tipos raros de abnegacion; más aún pudiera decirse, negacion absoluta del egoismo: son ambas, de esas criaturas cuyo goce único es el goce de los demás.

    Un hombre que sostiene lucha sin tregua entre el sentimiento de su amor y el de su deber; lucha mortal entre su corazon y su conciencia.

    Extraño conjunto de grandeza y pequeñez, con las poderosísimas alas de su inteligencia elévase sobre las miserias del mundo, y en las mundanales miserias lo abisman sus debilidades. Desea para todos la dicha, y no sabe hacer la de nadie; vacila porque el goce del uno ha de ser el tormento del otro, porque no puede dar la vida sin producir la muerte, y sus vacilaciones, engendradas por su generoso anhelo, son la garra implacable que destroza el corazon de todos.

    Para luchar le sobran fuerzas; para decidir le falta valor.

    Ingeniosa trama, escenas conmovedoras, bellísimos cuadros y fin moral. Ahí teneis el libro titulado Victorina, ó heroismo del corazon.

    La jóven autora de esta preciosa obra empieza brillantemente su carrera literaria, y esto le augura muchos lauros y gran gloria para el porvenir.

    No es Victorina una novela de mero recreo, sino más bien de enseñanza moral.

    De su lectura, siempre interesante, y con frecuencia conmovedora, queda algo muy provechoso, y en esto consiste su mérito principal; es de esas novelas que pueden olvidarse, en cuanto los detalles de su artificio, pero en cuanto al fondo jamás.

    El estilo es elevado y poético, y en las descripciones se distingue especialmente la autora, tanto por la verdad del colorido, cuanto por la novedad de las ideas.

    Una advertencia: cuando leí esta obra, que es un tesoro de sentimiento, no me honraba con la amistad de la autora; las alabanzas no son, pues, ni pasion, ni cariñoso homenaje rendido á la amiga, sino justicia. Y advierte, lector, que lo dice quien nunca para ajena obra escribió prólogos, lo cual te hará comprender que por algo ha merecido ésta lo que á muchos ha sido negado.

    Y nada más, porque mi opinion en esta materia tiene ó no tiene valor: si lo primero, basta lo dicho; y si lo segundo todo lo dicho sobra.

    Ramon Ortega y Frias.

    VICTORINA ó HEROISMO DEL CORAZON.

    CAPÍTULO PRIMERO.

    Andalucía es el jardin de España, Granada el gigantesco ramillete de ese inmarcesible jardin.

    Nada más encantador que la ciudad morisca: en medio de montañas de flores, bajo espesas bóvedas de mirtos y laureles, se encuentran galerías de naranjos y limoneros entrelazados, que embalsaman el ambiente de una manera prodigiosa. En Granada, en la oriental Granada, es donde tiene la naturaleza su más rico teatro: allí crecen umbrosas florestas mecidas por céfiros juguetones; allí brotan multitud de fuentes, se despeñan infinidad de cascadas, ruedan abundosos torrentes y aparecen estanques y arroyos que con su grata frescura conservan rosas que Alejandría trocara por las suyas. Nada más pintoresco que la ciudad de las mil torres, con sus arcos moriscos, sus altos minaretes, sus árabes puertas y ojivales ventanas. Es, segun la opinion de un poeta, una brillante epopeya con mármoles escrita.

    La Damasco de Occidente, como la llamaron los musulmanes, es un recinto mágico que fascina la mirada del observador: en todas direcciones aparecen cuadros sorprendentes que alegran el corazon. Por do quier se hallan alfombras de violetas y yerbas odoríferas, vergeles preciosos cual los de las Hespérides, deliciosas glorietas formadas por musgo y ciprés entretejidas de gayombas y enredaderas en cuyo centro se gozan todos los placeres soñados por la más fantástica imaginacion.

    Allí brilla espléndida y fúlgida la aureola del astro rey, tiñendo con preciosos esmaltes las bellas corolas de las flores, y como dice Zorrilla:

    Allí anidan al par todas las aves

    Y se abren á la par todas las flores;

    Con la rápida alondra águilas graves,

    Con la murta el clavel do cien colores.

    Se respiran allí cuantos las naves

    De Oriente traen balsámicos olores,

    Y allí da el suelo deliciosas frutas

    Y encieran minas las silvestres grutas.

    En ese encantado Eden, en ese paraíso de la tierra, forman los ruiseñores un concierto eterno. Son allí tan canoros los jilgueros y demás pájaros, que hicieron exclamar á Dumas: «Los cantos de estas aves son capaces de hacer creer á un ateo.»

    Granada ha sido denominada por los árabes con los adjetivos más bellos: estrella del Mediodía, corona de rosas, salpicada de rocío, granada de rubíes y gacela de los valles, son los ménos hermosos que la han dirigido.

    No creais exagerada esta descripcion: en las brillantes concepciones del más inspirado vate, hay siempre ménos poesía que en la naturaleza.

    La poesía del poeta es la nota del hombre, la poesía de la creacion es la nota de Dios.

    La ciudad de los Abencerrajes y Zegríes es la soberana mansion del genio, la cuna de hombres ilustres y la Atenas española. Allí han brillado en el arte de Apeles, Alonso Cano, Pedro Moya, discípulo de Van-Dick. Atanasio Bocanegra, Mesa, Gomez y Cieza; en el arte de Fidias, Francisco y Jerónimo García, hermanos gemelos, José Risueño, Rodrigo y José Mora; en las bellas letras, Fr. Luis de Granada, Hurtado de Mendoza, Rodriguez de Guevara, Nuñez y Mendez, y en la arquitectura, Juan de Herrera, Rafael Contreras, y otros muchos que podriamos citar si nos propusiéramos hacer una revista de granadinos célebres.

    …………………………………………

    …………………………………………

    ………………………………………….

    El mes de Setiembre tocaba á su fin en el año 186...; las brisas de Sierra Nevada refrescaban la atmósfera, el susurro del viento callaba en los bosques, el murmullo de las fuentes apenas se percibia, la tarde espiraba y todo era majestuoso en la naturaleza. El crepúsculo, con su luz vacilante é indecisa, quitaba las formas á los objetos, tomando éstos un tinte aéreo, fantástico y misterioso.

    ¡Oh, las horas crepusculares en Granada son muy bellas! Tienen una dulzura, un encanto indefinible que penetra suavemente en el alma, una solemnidad que aleja el espíritu de la tierra en alas de la meditacion, una melancolía deliciosa que hace unir al suspiro de la brisa el suspiro del corazon.

    …………………………………………..

    Estamos en el barrio del Albaicin, lector querido, opulento en tiempo de los árabes, hoy triste monton de ruinas. No hay en este barrio edificio, calle ni sitio que no haya sido ilustrado por las creaciones de la ardiente imaginacion de nuestros novelistas granadinos.

    En una de las tortuosas y angostas calles del Albaicin se alzaba una casa de piedra, de arquitectura árabe, medio derruida y de aspecto pobre y triste. ¡Parecia abandonada á la inclemencia del tiempo!

    Una parra muerta y deshojada extendia el esqueleto de sus brazos por la fachada, formando notable contraste con un toldo de frescas trepadoras á las cuales estaba enlazada.

    En una de las rejas del piso bajo, cerrada con un espeso calado de hierro, se veia el busto de una mujer cuyos contornos eran de una belleza maravillosa. Su espléndida cabellera, color de oro, se deslizaba por su espalda en dos gruesas trenzas despeinadas: sus grandes y rasgados ojos tenian el azul záfiro del cielo de su patria; su tez nevada y trasparente dibujaba el fino tejido de sus venas, y sus purpúreos labios parecian dos hojas de clavel.

    A pesar de tanta belleza en detalle, el conjunto era poco expresivo; parecia una de esas estátuas que nos ha legado el paganismo: obras de irreprochable belleza, pero impotentes para conmover el alma.

    Sin embargo, se adivinaba que la jóven padecia: el desórden de su traje, el descuido de su peinado y, más que todo, su fria inmovilidad indicaban bien claramente su abatimiento.

    ¡Cuando una granadina no ostenta flores en los cabellos, lleva luto en el alma! Estas hermosas mujeres se prenden las guirnaldas con gracia inimitable, con encantadora naturalidad.

    Las siete acababan de dar en San Luis, iglesia donde se venera la imágen del Cristo de la Luz, desde época muy remota.

    Un hombre atravesaba precipitadamente las lóbregas calles del Albaicin sonriendo al ver asomar un blanco pañuelo entre las celosías de la reja.

    —¿Cándida, he tardado?—preguntó el jóven súbitamente aproximándose á los férreos barrotes.

    —No puedo contestarte, querido Mario; en tu ausencia me aturden tanto los dolorosos gritos del corazon que me impiden contar las horas que trascurren.

    —¡Cuánto te amo, Cándida mia!

    —¡Oh! dímelo cien veces, Mario; esa frase ejerce tal influjo sobre mí, que me hace olvidar todos los más amargos pesares.

    Al pronunciar estas palabras, una lágrima rodaba por las pálidas mejillas de la afligida jóven.

    —No me hables de infortunios, niña mia; es cierto que tu cambio de posicion debe apenarte, pero á mí me es más doloroso el saber tienes que dejar abrasadas tus pupilas bajo la luz para ganar el sustento. Mas no te aflijas, este amargo recuerdo será el incentivo que me hará abandonar mi natural indolencia y crear una brillante posicion para tí.

    —¡Oh, no des mala interpretacion á mi dolor! No me aqueja la pérdida de mi fortuna; el trabajo es honroso, las privaciones me son indiferentes y hasta bendigo mis vigilias porque el producto de ellas me proporciona el placer de atender á la delicada salud de mi madre, sin deberlo á la inconstante deidad. Tu partida me desgarra el alma, me hace trizas el corazon y tiende un velo de negra tristeza en mis rosados pensamientos de ayer. ¡Oh, tu olvido no lo podria soportar!

    —¿Seria yo capaz de abandonar mi florido suelo si no fuera por tí? Bien lo sabes: voy á la córte para ganar un porvenir y ofrecértelo, mi débil vista me obliga á tirar la paleta y los pinceles. Afortunadamente mi poema ha obtenido un éxito brillante, y me llaman á Madrid personas influyentes con cuya proteccion puedo contar.

    —¡Oh, Mario mio, tengo celos de tus triunfos, de tus laureles y de tu gloria! Cuando la elegante multitud de ese país, que me han pintado tan bello, te alfombre de flores las sendas que atravieses, ¿pensarás en la triste desterrada, en la olvidada sensitiva que muere sin un rayo de sol?

    —Tu desconfianza me ofende, amada mia: ¿puedo yo posponerte á la gloria? ¡La gloria: fuego fátuo, lampo fugaz, sol artificial que no fecunda, brillante meteoro que desaparece con vertiginosa rapidez sumiéndonos en la oscuridad! Tu amor, querida mia, tu puro amor es superior á los triunfos más halagadores. Tu amor es mi existencia, niña amada, tu amor es mi sol, mi cielo, mi Dios.

    —¡Oh, no me olvides nunca, Mario! Si esto sucediera, perderia la razon: un golpe tan rudo me robaria la fe, la esperanza y la ventura, acabando con la bondad de mi corazon. Serias muy criminal, querido Mario, porque tú eres el primer hombre que he amado y el único que amaré.

    —No seas tan dura conmigo, Cándida; ten presente que despues de ocho años de constancia no es fácil olvidar.

    ¿Olvidarte, amada mia? Oh, no, no digas esto; tú no puedes creerlo, y me martirizas á mí. Te amo cual el ruiseñor á la enamorada filomena, cual las flores á la brisa, cual el lirio á la azucena y el céfiro á la áuras.

    Podremos estar separados, mas no ausentes; mi espíritu traspasará todos los límites; para mi amor no habrá distancias. Tu imágen vivirá conmigo eternamente. Te veré diáfana y bella entre los pliegues del sonrosado manto de la aurora; te contemplaré extasiado en el lecho de ópalo y grana que las doradas nubecillas ofrecen al sol cuando camina hácia su ocaso, y serás el númen de mi fantasía, la musa que me inspirará los mejores cantos.

    —Perdona mi severidad, Mario mio: esta exaltacion, estas dudas que me atormentan son hijas de un sentimiento que ni tu helada indiferencia podria agotar.

    —Cándida, te ruego no me quites el gran valor que para dejarte necesito. En medio del indecible júbilo que al estar á tu lado experimento, una gota de ajenjo se mezcla á tanta dulzura; esta amarga gota es el recuerdo de mi deber, que me ordena marchar.

    Debemos separarnos: mi protector, el señor duque, me espera, y quiere que le dedique la velada de hoy. Si tú me lo permites saludaré á tu madre; deseo repetirla que siempre te amaré; quiero estrechar tu mano, acariciar con mis ojos tu frente, aspirar el ambiente de la morada que habitas tú.

    —Oh, sí; llama en la puerta mientras anuncio á mamá tu visita, que Marta te abrirá.

    Cinco minutos despues de este diálogo, Marta, la buena anciana que no quiso abandonar á la familia caida en la indigencia, la generosa criada que no admitia retribucion alguna por sus servicios, salió á la puerta, con una vela en la mano, para conducir al cuarto de sus amas á su señorito, pues así llamaba á Mario.

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