Los alaridos de mi alma
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Aquí empiezan mis alaridos del alma.
Poemas de una soñadora.
Sueños de una poeta.
Alaridos de una vida rompiendo normas.
Ana María Mestres
Ana María Mestres Sánchez nació en Monzón, un pueblo de la provincia de Huesca, un 7 de agosto de 1930. Desde muy pequeña supo lo que mejor sabría hacer: escribir. Ese es su DON.
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Los alaridos de mi alma - Ana María Mestres
Aquí empiezan mis alaridos del alma
Ahora vieja y dolorida, sobrecargada por los inclementes años vividos, cual he dejado constancia en mis Cartas al Cielo. Me he tomado unos días de descanso, para rehacer mi tremendo descorazonamiento, como si tras este preliminar habitual al comienzo de estas misivas no me quedasen fuerzas para reanudar mis comportamientos diarios, fuera y dentro de mi propia casa. Y, como siempre, entregada a los demás, ya explicado, y aun por agotador y costoso no reparé en la entrega de mis escritos, adquiridos la mayoría de las veces a costa de mi salud y otras no me quedaba más recurso que una inercia doliente, como si hubiese llegado a un punto final, e inhibirme de cuanto mis sentidos me superasen con añadidos desengaños de quienes menos lo esperaba por considerarlos sangre de mi propia sangre, demostrada en cuantas ocasiones y momentos cruciales me fue posible ayudar al prójimo… sin tomar en cuenta: horas, medios, situación e inclusive mi reputación, puesta en duda en más de una de una ocasión expuesta, para salvaguardar a mis semejantes de la impiedad de quienes predicaban quererme por encima de todo… hasta caer en sus propias mentiras y valerse de estas, sin pensar que tarde o temprano se darían a conocer… Y, aunque no vengan al caso, añadiré: ¡que el que paga y miente, su bolsa lo siente! Aun sin esta excusa venida a mano…, es peor el dolor de conciencia, impuesto con supercherías deplorables, cual al comienzo de mis Cartas al cielo exageré los preámbulo que mi prima, Alegría de nombre y tristeza de sentimientos, me hizo una advertencia factible, como emanada en todos mis retrospectivos escritos con desmedido dolor e incertidumbre, hasta dejar entrever un enfermizo malestar, propulsor de una inequívoca preocupación, que dolorosamente viene conturbado mi espíritu durante largo tiempo… Por lo cual, me he tomado la molestia de releer concienzudamente cuanto hube dejado escrito… o mal expuesto, al referirme sobre mi desvarío mental, más incoherente que realmente expuesto… que, bien mirado, todo gira en torno a mi demencial forma de acabar con mi despreciada existencia… sobre la cual, mi enloquecida forma de pensar tenía un punto de enconada maldad repetitiva y cansina forma, en cómo acabar con una vida sin más fundamento que sufrir y admitir, unas vejaciones nostálgicamente deplorables… e incapacitada de rehacer viejos tiempos, cuando mi despertar de niña se apoyó en mi atrayente y primera ensoñación. Así, empecé a vagar por un mundo lleno de sorprendentes ensueños, hasta perderme en disparatadas perturbaciones sin aclarar incoherentemente hechos llenaban mi tiempo con incomprensibles anhelos… y así, porque sí, en estos solo imperaba un desequilibrado raciocinio, hasta sumirme en lejanos recuerdos, perturbadores de una mente insegura, como demostraba mi inestabilidad moral… Ante esta, hoy llevada por una sensación deprimente, me he parado a pensar en mis incoherentes preámbulos, mayormente vergonzosos de un final inapropiado, ante lo cual ahora, humildemente, pido perdón por mi incongruente forma de exponer una introducción tan cansina a la vez que insegura…, porque no por mucho querer explicar… Creo que he llegado a exponer tan exagerados razonamientos, con excesivas explicaciones, y ahora querer salir de un atolladero que, bien mirado, incluso me avergüenzo de cuantos rodeos inserto al intentar salir de semejantes divagaciones… que ni yo misma sé qué hacer para acabar… y cuanto más vueltas les doy, peor lo paso…
Hoy daré un giro para dirigirme a quienes se tomen la molestia de juzgar mis escritos: ¡Ojalá!, para que así se diesen cuenta, de que nunca es tarde para aprender… Al igual que amar al prójimo es una demostración humana en seres que catalogamos ser unos «¡bien nacidos!». Dignificados, según los padres educan a sus descendientes como quieren se desarrollen con verdadero amor fraternal, extensible con cuantos conviven normalmente obligados..., según los momentos y circunstancias lo requieren; porque no hay un ser más mal nacido «que un soberbio desagradecido», fácil de reconocer porque usualmente saben comportarse muy por encima de la educación recibida… y según con quienes caen en sus manos, especialmente, si se sienten precisados. Abusan de sus muy versados conocimientos, llevados a la práctica con tal ensalzamiento de sí mismos hasta resultar ser imprescindibles porque realmente son una compañía ingrata aunque eficiente..., mucho más, si nos detuviésemos a pensar en la labor que conlleva su cometido, digno de alabanzas… Si estos lograsen desprenderse de un servilismo mal interpretado… Muy diferente si llegasen a admitir que todos, ¡todos!, servimos al prójimo de una manera u otra… Si estos lograsen desprenderse de ese alarde de superioridad que denota una presunción desmedida y solo cuenta lo que estos hacen sin atenerse a lo que reciben…, porque cegados de soberbia, si algo bueno tienen…, ellos mismos se desmerecen llevados por su desmedida presunción…, aunque no ignoro lo difícil que es este cometido, en según qué casos…, ya que existen infinidad de normas para querer enseñar al ignorante, sin promover el orgullo que todos conllevamos… y delicadamente extender la educación que cada cual merecemos y debemos obrar, aun en medio de nuestras obligaciones, fueran cual fueren… Con solo dedicarnos unos segundos al día, para interesarnos por cómo siguen quienes están a nuestro cuidado…, solo con este interés, nos congraciamos ante Dios, ya que con esta demostración no perdemos la dignidad ante nadie y posiblemente enseñamos… a la vez que ante nosotros mismos nos superamos con tan solo demostrar. ¡Amar al prójimo como a nosotros mismos!… Más si nos detenemos en pensar cómo son una vez salen de nuestras vidas… Nos congratulamos porque esta ha sido la mayor virtud que he expuesto en cualquier situación a mi alcance; aunque solo haya ganado una íntima satisfacción, suficiente para creer que «¡¡obras son amores y no buenas razones!!», tal como de ustedes aprendí esta gran virtud, de la cual me congratulo… y me enorgullece aun siendo menospreciada por cuantos voy viendo que solo se mueven según logran alcanzar unas pretensiones muy lejos de merecer… Y a la primera de cambio, se muestran tal cual realmente son. Se escudan tras un nocivo orgullo, que la impotencia crea y, según el pastor que las conduce, se vanaglorian… Resultan ser personas tan prepotentes y