Brujas y humo sobre el río
Por José María Garat
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En cada casa conviven sus moradores con historias de alguna manera relacionadas con el humo y las brujas.
En un lugar lleno de leyendas, a orillas del río Santa Lucía, vivieron, desde los años cuarenta, varias familias, todas ellas muy especiales. Se sucedieron los moradores en dos casas de la ribera. Sus historias se intentan recrear en este relato. A través de ellos se va desgranando la evolución del Uruguay en los últimos setenta años.
Todo transcurre en un paraje que su propio nombre lo define: Las Brujas. Esto no es casual, pues desde hace varios siglos las historias de brujerías impregnan el lugar de manera directa o indirecta. El humo sobre el río, presente en múltiples pasajes, contribuye a crear una atmósfera de permanente misterio e incertidumbre para el lector.
José María Garat
José María Garat nació en Rosario (Uruguay) hace muchos años. Vive en Castelldefels (Barcelona) desde los últimos 45 años. Sus ancestros provienen del País Vasco francés, de Asturias y de Cataluña. Cuando salió de Uruguay en 1974, hacía casi un año que su país vivía bajo una dictadura militar. Por méritos profesionales consiguió una beca en Barcelona para ampliar su formación en Urología, especialidad médica que ejercía en la Universidad de la República, en Montevideo. Antes de finalizar su beca fue contratado en un prestigioso centro de la especialidad para crear y dirigir la Unidad de Urología Pediátrica. Completó su formación en dos stages de varios meses cada uno, en París y Filadelfia. Durante su ejercicio profesional fue autor del único, hasta la actualidad, Tratado de Urología Pediátrica en castellano (Salvat, 1978). Publicó más de doscientos artículos científicos y otros dos libros relacionados con su especialidad. Toda su vida hasido un ávido lector y ha escrito varios cuentos que nunca llegó a publicar. Su primera novela es Brujas y humo sobre el río, en la que recrea en ficción la historia uruguaya de los últimos setenta años.
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Brujas y humo sobre el río - José María Garat
Brujas y humo sobre el río
José María Garat
Brujas y humo sobre el río
Primera edición: 2020
ISBN: 9788418238444
ISBN eBook: 9788418369117
© del texto:
José María Garat
© de esta edición:
CALIGRAMA, 2020
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España – Printed in Spain
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Dedicado a Leo, mis cuatro hijos y mis seis nietos
Agradecimientos
A mi nieta Sonia, gran colaboradora
A mi amiga Nuri, por su inestimable ayuda.
A mi yerno Ignasi, por su colaboración informática.
Prólogo
Este es un relato de ficción. Los escasos hechos reales fueron distorsionados deliberadamente. Sin embargo, visto desde lejos, trata de dar una idea de lo que fue el Uruguay en la segunda mitad del siglo pasado y el comienzo de este. La abundante ficción quizás emborrone esta intención.
Los vaivenes cronológicos frecuentes son deliberados. Es un relato basado en personajes y en la historia particular de cada uno, lo que motiva los frecuentes «saltos» en el tiempo. También desde una visión lejana quise reflejar los cambios acaecidos en el país sin abandonar los personajes que se entrecruzan.
El lector será quien definitivamente decida si este experimento conserva la unidad necesaria para hacerlo comprensible. Se agradece el esfuerzo.
Capítulo 1.
Orígenes-leyendas
Nadie sabe a ciencia cierta el origen del nombre del paraje Las Brujas.
Entre los viejos del lugar circulan numerosas hipótesis o leyendas sin confirmar. A casi nadie parece importarle mucho ese tema, a pesar de que la mayoría no duda de la existencia de brujas en esa zona desde tiempos lejanos. No se sabe tampoco hasta cuándo.
Algunos se remontan a finales del siglo XVIII, cuando la Estancia Santa Rosa ocupaba todo el territorio al noreste del río Santa Lucía. Según consta en algunas escrituras que se conservan, pero que pocos vieron, el virrey Ceballos la habría concedido como premio a su valentía a un soldado español de alto rango. Era una gran extensión de tierra fértil con un gran valor también por su situación geográfica. En esa época, España y Portugal se disputaban el territorio del actual Uruguay.
Su primer propietario era un hombre fuerte, de mucho carácter y un tanto arrogante. Se casó con una joven y bella española nacida en Buenos Aires de nombre Elsa.
En su primer aniversario de boda obsequió a su esposa una esclava mestiza llamada Oma. Esta era una mujer grande y fuerte, de edad indefinida, con una belleza salvaje. En poco tiempo se constituyó en la doncella y protectora de la señora de la Estancia. Se encargaba de cuidarla, alimentarla y acicalarla.
Poco a poco fue adquiriendo mucho poder en el entorno de la familia y empleados de la finca. La señora Elsa, muy frágil, recurría a ella para todo. Su marido pasaba casi todo el tiempo fuera, ocupándose de dirigir a sus peones que vigilaban la ganadería casi salvaje que pastaba libremente en la Estancia. Además, debía proteger los imprecisos límites de sus extensas tierras. Poco se ocupaba de su joven esposa. Del matrimonio no nació ningún hijo. Elsa pasaba mucho tiempo recluida en su alcoba, siempre acompañada de la mulata Oma. Pasados unos meses, la señora cayó enferma. Oma no se apartó de ella ni un instante. Era su esclava. Le preparaba pócimas secretas que decía que eran mágicas y que sanarían a su dueña.
Pese a ello, una mañana del mes de abril, Elsa apareció muerta en su cama. Oma la había preparado para que admiraran su belleza. Parecía dormida plácidamente.
Se dispararon muchos rumores sobre la causa de esta muerte un tanto repentina. Comenzó a cobrar fuerza la versión de que la esclava era una bruja y que había envenenado a su dueña.
El patrón, que estaba lejos, no se mostró muy afligido y tardó dos días en llegar a la casa después de recibir la noticia.
Pasó poco tiempo para que Oma se transformara en la «jefa» de aquella Estancia. El dueño volvía más frecuentemente para pasar las noches en compañía de la esclava, que había cambiado de estatus. Meses después, se comentó que estaba embarazada.
Tuvo tres hijas. Una de ellas falleció a los pocos meses de nacer. Oma siguió siendo la que daba las órdenes, que todo el mundo acataba por miedo más que por respeto. Ella, con actitudes y comentarios, se ocupaba de no desmentir su condición de bruja. Nadie comentó en voz alta nada de su posible participación en la muerte de la señora.
Los peones y sus familias, pobres e ignorantes, aceptaban la posibilidad de que la mulata poseyera poderes sobrenaturales. Le consultaban para todo y ella repartía a su antojo pócimas, bendiciones o maldiciones.
Sus dos hijas, criadas en ese ambiente, fueron aprendiendo por imitación el «oficio» de su madre. Se multiplicaban las brujas.
Eran una mezcla de sanadoras buenas con hechiceras que ayudaban a proyectar desgracias a quienes pagaran para conseguirlo.
Nadie supo ni oyó más de la continuación de esta historia, aunque algunos se empeñaran en agregarle ingredientes.
A finales del siglo XIX, contaba un viejo del lugar, se vio llegar en un carro por el camino de tropas a unas mujeres de aspecto muy raro: desaliñadas, con vestimenta extraña y cabellera larga. Envuelto en gran polvareda, el carro se detuvo en el margen izquierdo del río. Poco después, las mujeres allí construyeron una choza diferente a las escasas viviendas que había en la zona. Al tiempo se empezó a hablar de que eran descendientes de la mulata Oma y que, como ella y sus hijas, eran brujas.
Pasaron los meses y los escasos vecinos no pudieron resistir a la curiosidad y comenzaron a acercarse a la choza, que estaba rodeada de una espesa vegetación. Cuentan también que las dos mujeres que la habitaban ofrecían curaciones y hechizos. En esa época comenzaron a suceder cosas extrañas, sobrenaturales: aparición de animales carnívoros raros y enormes que se alimentaban del ganado vacuno, campos fértiles sembrados que de la noche a la mañana aparecían arrasados y el sobrevolar de aves muy grandes nunca vistas en esos parajes. Poco tardaron en culpar a las mujeres de la choza. Se fue alimentando un rechazo hacia las forasteras.
En un bonito atardecer del mes de marzo la choza se incendió y las mujeres salieron huyendo. Saltaban sobre piedras para cruzar el río. La negra humareda se elevaba opacando una intensa puesta de sol sobre el agua. De la choza no quedaron ni restos. Tampoco se encontraron las piedras que utilizaron para vadear el río.
Desde entonces han proliferado las versiones y fabulaciones. Ese maravilloso rincón entre el arroyo y el río quedó envuelto en una gran nebulosa.
Actualmente solo queda en pie, intacta, la vieja casona blanca de la Estancia Santa Rosa, rodeada de pequeñas chacras. Cada poco tiempo, entre los vecinos, surgen comentarios de que nuevas brujas acuden al lugar y algunas se instalan misteriosamente. Se habla muy poco de ellas, como queriendo ignorarlas.
Los tamarindos, molles, algarrobos y sauces de la ribera quizás sepan más que los hombres de las historias de brujas de este bello y misterioso lugar.
Capítulo 2.
Las familias
Sentado bajo el alero sur de su nueva casa de Las Brujas, Eric Muller contemplaba a lo lejos el Santa Lucía. El río se veía ancho, caudaloso y casi se divisaba su desembocadura en el Plata. Los robles que había plantado crecían bien, pero eran aún pequeños y permitían divisar un amplio horizonte.
Las noticias de la guerra de los últimos días lo mantenían atento y lleno de incertidumbres. En septiembre de 1944, Alemania sufría un revés tras otro y se comenzaba a pensar por primera vez en una derrota irremediable. Esto lo llenaba de ambiguas sensaciones. Su corazón estaba triste, pero su cerebro inteligente le decía que quizás pronto podría abandonar su estatus de rico «seudodesertor/apátrida». Ya circulaba en Uruguay una lista negra en la que aparecían los simpatizantes del Eje. Muchos comenzaban a renegar de sus ideas y a intentar cambiar de bando. Familias alemanas se fingían suizas y abrazaban con fervor los triunfos aliados.
No era el caso de Eric. Él había permanecido en un más que discreto anonimato, observando atentamente el desenlace que pudiera ocurrir. Tenía suficiente dinero y recursos para enfrentar cualquier circunstancia.
Su pipa echaba humo de buen tabaco americano. El cerebro no paraba de hacer conjeturas. Su incertidumbre nunca fue ansiedad.
En la casa vecina, separada por una calle sin fin, todo era jolgorio, algarabía burguesa, y se disfrutaba de la vida sin mucho pensar.
Las dos casas habían sido construidas en 1941, en plena guerra europea y en un país próspero alejado del conflicto.
El alemán edificó con conceptos europeos: amplio salón no excesivo, sino proporcionado, dormitorios grandes con amplias ventanas, buenos baños. Empleó bloques macizos de cemento que no se usaban en el país, lo que le dio gran consistencia a la casa. Él mismo los diseñó. Esto haría pensar en un búnker, pero nada más alejado de la realidad que este concepto: amplios ventanales al frente y fondo norte, aparte de grandes ventanas en cocina, baños y las ya comentadas dos por habitación. Los suelos de granito sin pulir le daban rusticidad a la vez que elegancia. Madera en anchas tablas suspendida con cámara de aire inferior en los dormitorios. Las aberturas de cedro con un sistema de encaje desconocido en el país. Los herrajes y cerraduras eran de procedencia alemana. El techo a tres aguas de teja francesa, proveniente de Marsella, sin cielorraso en el salón, le confería una personalidad arquitectónica distinta de cualquier otra.
La casa del vecino, un comerciante muy próspero de la capital, era de ladrillo visto y techo vegetal. Habían construido a un centenar de metros una gran piscina. El salón era exageradamente grande, enorme, y los varios dormitorios y otras dependencias, pequeñísimos. Ambas casas estaban adaptadas a la idiosincrasia de sus dueños y al uso que cada uno planificó.
Las dos estaban situadas en una parte alta del terreno, desde donde se podía divisar un espléndido y amplio panorama. Estarían a unos cincuenta metros de altura en relación con el río. Tenían unas cuantas hectáreas de tierra a su alrededor que bien se podrían calificar como futuro parque. Además de varios eucaliptos de más de cincuenta años ya existentes, los dos plantaron árboles no autóctonos con una concepción paisajística notable.
El alemán plantó robles como en Baviera y otras especies exóticas que,