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60 Años Que Pasaron Volando
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Libro electrónico680 páginas10 horas

60 Años Que Pasaron Volando

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Esta historia inicia en Tlalpujahua Michoacn donde nac y tuve la ilusin de ser piloto aviador cuando vea la trayectoria de un avin que a diario pasaba encima de mi casa en la mina de Dos estrellas.
La Cuidad de Mxico fue mi formacin como mecnico de aviacin y piloto aviador comercial, la zona de sotavento, la costa chica de Oaxaca, vieron mis retos como joven llenos de ancdotas; La Mixteca fue la mejor ilusin en mi vida personal y logros dentro de mi carrera, Tapachula Chiapas los desafo en la fumigacin, la sierra negra de Oaxaca, momentos de peligro que me forjaron, Puebla mi esperanza y experiencia, Laredo Texas una nueva aventura, Vallarta y Los cabos el oasis para encontrarme con el ocaso de mis vuelos.
Al navegar entre los captulos de este libro encontraran las aventuras y ancdotas que se presentaron durante sesenta aos que pasaron volando, solo llevo los grandes recuerdos de lugares, personas que a lo largo de este tiempo disfrute.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento23 nov 2015
ISBN9781506509211
60 Años Que Pasaron Volando
Autor

Cap. Luis Rangel Patiño

Luis Rangel Patiño. Nació el 27 de Junio de 1934 en la población de Tlalpujahua, Michoacán México. Estudió la primaria en la escuela de Dos Estrellas, bachillerato y profesional en la Ciudad de México D.F. en el instituto politécnico nacional, con fecha 22 de septiembre de 1950 obtuvo el diploma que lo acredita como maestro mecánico de aviación, el 8 de febrero de 1951 entró en la escuela nacional de aviación, para el día 12 de mayo realizó su primer vuelo solo, en febrero 4 de 1952 recibió licencia de piloto privado y el 20 de mayo de 1959 recibió licencia de piloto comercial número 2096.

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    60 Años Que Pasaron Volando - Cap. Luis Rangel Patiño

    Copyright © 2015 por Cap. Luis Rangel Patiño.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2015917100

    ISBN:                     Tapa Dura                        978-1-5065-0919-8

                                    Tapa Blanda                    978-1-5065-0920-4

                                     Libro Electrónico          978-1-5065-0921-1

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 19/11/2015

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    726594

    Contents

    Biografía Del Autor

    Dedicatoria

    Prólogo

    Presentación De Libro De Laura Rangel Martínez

    Presentación De Libro De Juan Rangel Martínez

    Capítulo 1 Como Realicé Mi Sueño De Ser Piloto Aviador

    Capítulo 2 Explorando Mi Primer Trabajo Como Piloto

    Capítulo 3 Mi Primer Trabajo Formal, Como Piloto Aviador.

    Capítulo 4 Primer Vuelo A Valle Nacional, Oaxaca.

    Capítulo 5 Emergencia Real Y Cambio De Avión

    Capítulo 6 Traslado De Un Jeep, Adiós Tuxtepec Y Comienzo De Una Nueva Etapa

    Capítulo 7 Volando En Putla, Oaxaca.

    Capítulo 8 Acarreando Víveres Y Mercancías

    Capítulo 9 Nuevamente En Libertad

    Capítulo 10 Regreso De La Costa A Huajuapan De León

    Capítulo 11 Progresando

    Capítulo 12 Llegada De Nuestro Cessna 180 Xa-Now A Aerolíneas De Oriente

    Capítulo 13 Inquietud Por Ser Piloto Fumigador

    Capítulo 14 Inicia La 1ª. Temporada De Fumigación Aérea

    Capítulo 15 Buscando Uranio, Con Geoca

    Capítulo 16 2ª. Temporada De Fumigación En Tapachula

    Capítulo 17 3ª. Temporada De Fumigación En Tapachula

    Capítulo 18 4ª. Temporada De Fumigación En Tapachula, Chis.

    Capítulo 19 Transportando Barbasco, Materiales De Construcción En La Sierra Negra De Oaxaca.

    Capítulo 20 5ª. Temporada De Fumigación En Tapachula, Chiapas

    Capítulo 21 6ª. Temporada De Fumigación Rio Bravo, Tamaulipas, Rio Grande, Oaxaca Y Tapachula, Chiapas

    Capítulo 22 Pemex

    Capítulo 23 Volando Para La Comisión Del Río Balsas Y Nueva Líneas Aéreas Mixtecas

    Capítulo 24 Una Nueva Etapa En La Ciudad De Puebla, Puebla, Con Aeropuebla

    Capítulo 25 Volando Con El Douglas Dc-3

    Capítulo 26 Un Vuelo Muy Especial

    Capítulo 27 Lejos De Aeropuebla

    Capítulo 28 La Mejor Etapa De Publicidad Aérea

    Capítulo 29 Publicidad Para Cementos Veracruz Y Apasco

    Capítulo 30 Publicidad Aérea En Atlixco, Puerto Vallarta Y Aventura En La Base Aérea De Sta. Lucía

    Capítulo 31 Publicidad Aérea Con Varios Aviones En Puerto Vallarta, Los Cabos, Loreto B.c. Y Volando Con Mi Hijo Juan Antonio Rangel Martínez.

    BIOGRAFÍA DEL AUTOR

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    L uis Rangel Patiño. Nació el 27 de Junio de 1934 en la población de Tlalpujahua, Michoacán México. Estudió la primaria en la escuela de Dos Estrellas, bachillerato y profesional en la Ciudad de México D.F. en el Instituto Politécnico Nacional, con fecha 22 de septiembre de 1950 obtuvo el diploma que lo acredita como maestro mecánico de aviación, el 8 de febrero de 1951 entró en la escuela nacional de aviación, para el día 12 de mayo realizó su primer vuelo solo, en febrero 4 de 1952 recibió Licencia de Piloto privado y el 20 de mayo de 1959 recibió licencia de Piloto Comercial No. 2096.

    DEDICATORIA

    De 1952, 60 años que pasaron volando al 2012

    C on gusto dedico este libro principalmente a mis padres que siempre me apoyaron para realizar mi sueño de ser Piloto Aviador, a mi Esposa Maricela Martínez Corro de Rangel, a nuestros hijos, Cap. P.A. Laura Alicia Rangel, Lic. Maricela Rangel, Arq. Alba Rangel, a mí querido hijo Cap. P.A. Juan Antonio Rangel Martínez, mis hermanas Martha y Rosa María Rangel y mi hermano Cap. P.A. Juan Gonzalo Rangel Patiño, que ya descansa en Paz al igual que mis padres, lo dedico también a mis familiares y amigos en general, a mis compañeros de esta maravillosa actividad de ser Pilotos Aviadores y mis respetos a los que ya se fueron a volar a otros cielos.

    PRÓLOGO

    T rate de describir en varios capítulos con palabras sencillas, omitiendo tecnicismos de aeronáutica, esta historia que ciertamente es mía pero también de mi familia, todos pasamos satisfacciones y angustias en todos estos años de vida de un Piloto Aviador; como hay tantos en el mundo con vidas similares, tal vez paralelas; pero llenas de satisfacción por haber servido y entregar parte de su vida al servicio de muchas familias mexicanas, que para hacer sus viajes tenían que hacerlo caminado a pie, o en caballos y mulas por la falta de caminos, puentes, energía eléctrica, telefonía y muchas carencias en sus alejadas comunidades en los estados de Oaxaca, Guerrero, Morelos y Puebla. En las que habitan personas como todas; con sus necesidades y con deseos de tener mejores condiciones de salud, escolaridad y cultura, todos con un gran espíritu de sobrevivir junto a sus familiares. Algunas comunidades cuentan con sistema de Telecom.

    El único contacto físico que reciben diariamente es el avión que lleva y trae pasajeros y mercancías, necesarias para la vida cotidiana en estas localidades todos son amigos del piloto que cada mañana sea como sea llega para atender los reclamos de transporte que tanto necesitan estas personas y que nos dan trabajo a los pilotos rurales.

    Los vuelos siempre se realizaron entre montañas y barrancas de difícil acceso aterrizando en pistas improvisadas hechas a mano por los pobladores de cada región con rusticas herramientas conforman sus pistas entre las montañas en trechos muy cortos y en ocasiones incómodos, ya fuera en la loma de un cerro, o a la orilla de una barranca, tal vez en la playa de un río. Por lo general las pistas rurales, son muy cortas más o menos entre 250 a 350 metros de largo y de 7 a 10 de ancho, con declive o planas, el piso no siempre es parejo, tiene tramos que son rugosos conformados con tierra, algunas de pasto. En tiempo de aguas, se tiene que luchar contra las inclemencias del tiempo y mucho cuidado con pistas lodosas, en tiempos en los que los pobladores queman los bosques, todos los valles y montañas se encuentran entre humo y la visibilidad se pierde haciendo el vuelo muy peligroso, esto sucede entre los meses de abril, mayo y junio, lo interesante es que el avión pudiera aterrizar y despegar lo más cercano a la comunidad. En estas pistas no existió nunca alguna ayuda de orientación, radio comunicación o torre de control que pudiera dar alguna información del estado meteorológico sobre la pista, así que el piloto tendría que valerse por si sólo, esto sucedió en varios estados de nuestro México, nosotros los pilotos operadores de servicios aéreos rurales, unos con permisos y la mayoría de pirata es decir sin permisos de aeronáutica, siempre luchamos por cumplir con nuestra misión, comunicar y dar el mejor servicio a los pobladores de regiones intrincadas en la selva o en las montañas, con este humilde servicio aéreo, colaboramos con el desarrollo de pequeñas regiones, que al compararlas después de 60 años, vemos admirable su desarrollo y grado de cultura, de alguna forma nos sentimos orgullosos de haber participado en el engrandecimiento de nuestro país, con nuestros servicios aéreos que siempre se adaptaron para transportar pasajeros o usando el avión como carguero, ambulancia y en algunos casos, dimos servicios de transporte funerario. Con vuelos cortos y en poco tiempo, viajan cómodamente entre su comunidad y las ciudades más desarrolladas que ofrecen infinidad de servicios en general y de transportes a las capitales de sus estados.

    Al viajar entre los capítulos de este libro encontraran las aventuras y anécdotas que se presentaron durante 60 años que pasaron volando, al terminar un capitulo tendrán la intención de pasar al siguiente.

    PRESENTACIÓN DE LIBRO DE LAURA RANGEL MARTÍNEZ

    En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente. Khalil Gibran, (poeta, pintor, novelista libanés. 1883-1931)

    I magino a ese niño vivaracho que se sorprende de todo lo que está a su alrededor, viendo y escuchando las aves, el viento y cualquier movimiento en las nubes, siempre observando con ojitos tiernos e inquietos, brillantes de ilusiones cuando volaban sus avioncitos de papel que con todo el cariño le hacia su mamá complaciendo a su chiquito, con una sonrisa alegre, dejaba que el viento se los arrebatára de las manos y disfrutaba cada vuelo: mirando al cielo para buscar un avión que pasaba todos los días por su casa, bastaba el rugido de los motores para que su corazón se emocionara más y su mente dibujara sus propias alas que enmarcaron su objetivo de vida acompañado de tesón, constancia, dedicación, profesionalismo y característico espíritu de servicio, emprendiendo e innovando especialmente en su vida como piloto.

    Ese niño vivaracho con ojitos tiernos e inquietos, observador y cariñoso, extendió su mano para darme vida no solo a mí sino a mis adorados hermanos.

    Lo conocí como gran piloto en las aventuras de la fumigación, mientras que Dios me tejía dentro de mi linda mama, me lleno de mucho amor, confianza y seguridad en mi vida, ilusión por emprender lo que sea, ha sido mi horizonte de alegría, ánimo, buen humor, profesionalismo, me heredo su entusiasmo, su espíritu de servicio que hoy lo llevo en el alma, en la venas con mucho orgullo sublime hasta el ocaso; porque ese niño vivaracho de ojitos tiernos e inquietos brillantes todavía con ilusiones, observador y cariñoso es Mi Padre es Mi Capitán, que en estas líneas estampa toda su emoción de "60 años que se pasaron volando".

    Gracias Papi por todo lo que me dejas como hija mayor, Gracias por lo que nos dejas como familia, Gracias por todo lo que has dejado como abuelo, Gracias por lo que estas dejando como bisabuelo; como mencionó el Papa Francisco en una de sus audiencia de este 2015; Es en la familia donde aprendemos a abrirnos a los demás, a crecer en libertad y en paz.

    Que Dios te siga bendiciendo y hasta siempre…

    Laura Alicia Rangel Martínez, tu hija, tu herencia que te ama hasta la eternidad.

    PRESENTACIÓN DE LIBRO DE JUAN RANGEL MARTÍNEZ

    La victoria pertenece al mas perseverante.

    Napoleón Bonaparte (1769-1821) Emperador francés

    C on toda esa emoción con la que nos platicas cuando hablas de tus anécdotas con los aviones, en lugares inesperados para quienes tenemos el privilegio de escucharte, han sido muchos años de tu vida disfrutando de lo que mas te gusta que es volar, libre como una ave que deja su nido en búsqueda de aventuras, experiencias y que al final de todo cumple su sueño y agradece a Dios por haberlo contado después de cumplir el gran anhelo de volar demostrándonos en este gran libro 60 años que pasaron vol ando.

    Eres la persona que mas admiro y quiero y a la que le agradezco siempre por ese ejemplo incansable de respeto hacia los demás, por enseñarnos a muchos que nos gusta la misma pasión por volar y por tener esa paciencia que te caracteriza para cada uno de nosotros, gracias por ser mi guía mi maestro, por mi primer vuelo solo, eres quien me demuestra esa tenacidad para seguir adelante ahora como piloto, gracias por todo tu amor pero sobretodo gracias por darnos tan gran ejemplo como ser humano.

    Apenas empezaba a tener conciencia de pequeño, cuando ya estaba en los cielos, en las nubes a veces con alguna turbulencia, ese amor, esa adrenalina que nos une desde entonces siempre estará en lo mas profundo de mi Corazón.

    En estas líneas, en estos capítulos hay una vida llena de experiencias, emociones, aventuras, vivencias en las que El Capi nos plática con sencillez su enorme demostración de cooperación hacia los demás, de su gran esfuerzo por siempre salir adelante, por su destreza y por esa muestra que nos dejas orgullosamente como una gran persona y como Piloto Aviador, Cap. P.A. Luis Rangel Patiño.

    Te agradezco cada cosa que has hecho por mí, por toda mi familia, por tu hermano Juan, por tus hermanas, por tus nietas, por tus amigos y por dejar todo tu amor entregado a nosotros, que Dios te bendiga hoy y siempre y por 60 años que pasaron volando.

    Te quiero con todo mi Corazón.

    Juan Antonio Rangel Martínez.- ¡Tu Hijo, Piloto Aviador, seguidor de tus aventuras!

    CAPÍTULO 1

    Como realicé mi sueño de ser piloto aviador

    C orría el año de 1939, era un niño de apenas cinco años y vivía en Tlalpujahua, Michoacán, lugar de mañanas frías, montañoso y de un bosque cerrado, en donde el cielo se veía con el aire clarísimo, es decir, transparente, algunas veces nublado, pero con claridad. Recuerdo que diariamente en la mañana, más o menos a las nueve, se dejaba escuchar un fuerte ruido entre las montañas.

    Era un ruido que para mí sonaba como sinfonía, trataba de asomarme entre los árboles buscando un clarito para observar el vuelo de un inmenso y majestuoso avión que surcaba el cielo claro de mi tierra, volando relativamente a baja altura. En ese lugar las montañas son altas y lo veíamos pasar muy bien. Todos los chiquillos de la comunidad corríamos en grupo tratando de tener un buen lugar para ver aquel gran aparato que, al alejarse, dejaba el ambiente en tal silencio que se podía escuchar nuevamente el trinar de los pajarillos que nos alegraban con su canto. Ya por la tarde se repetía la visita de este aparato que seguramente regresaba de su viaje, sólo que en ocasiones no se veía, ya que por la hora las nubes cubrían el cielo. El rugir de este avión y su presencia me grabó una imagen imborrable.

    Aunque yo era un chiquillo, sentía la ilusión de viajar en un aparato como ese o, mejor aún, que yo fuera el piloto y pudiera algún día pasar por encima de mi tierra haciendo un gran ruido y despertar a mis paisanos; pero yo sólo tenía un papalote que me hizo mi papá y lo volábamos de cuando en cuando. Mi papá me platicaba que en ocasiones le decía: Papá, porque no me amarras en el papalote y me levantas para que yo pueda volar y ver las montañas desde más alto, tal vez vea el lugar donde viven las mariposas monarca, las que fuimos a ver por el camino de Chincua ya para llegar al Pueblo de Angangueo. A él le daba risa pero muy sabiamente me decía: Algún día, algún día tú podrás volar tan alto como ese avión. Creo que esa fue la semilla que con los años, poco a poco, fue germinando en mí el espíritu de ser un volador. Mi Padre y mi Madre, Juan Rangel Sucedo y Laura Patiño de Rangel, siempre me apoyaron en ese deseo.

    En esa época sufrimos una pena muy fuerte, mi pequeña hermanita Martha, de año y medio de edad, enfermó y la diagnosticaron incurable. Los doctores del hospital de la mina la enviaron de regreso a casa para que ahí terminara; a mi papá le dijeron que se preparara porque la niña podía morir ese día o al siguiente; le recomendaron que fuera a Atlacomulco, Estado de México, para comprar una cajita y ceras para el velorio. Mientras tanto, le avisaron a mi abuelita, ella sabía de medicina herbolaria, curaba niños, personas adultas y señoras parturientas; cuando estuvo cerca de mi hermanita, dijo: ¡que médicos tan hijos de p… esta niña no se muere; y empezó a preparar las hierbas y cosas que trajo de su casa. Para ese tiempo mi papá ya había salido para Atlacomulco, cuando regresó por la tarde con los encargos encontró a la pequeña Martha mejorando de su enfermedad; gracias a Dios, y a los cuidados que le proporcionó mi Abuela Paterna, salió adelante, en poco tiempo se alivió y empezó a desarrollarse muy bien.

    Vivíamos en Tlalpujahua pero en aquellos tiempos dieron inicio una serie de problemas laborales en la mina de Dos Estrellas, Michoacán, donde laboraba mi papá dando mantenimiento a las máquinas de esta. Los años pasaron y la situación laboral cada día era más tensa debido a los sindicatos en pugna tras del poder. El ambiente se hizo muy pesado y había problemas. Por ese motivo, así como por seguridad, progreso y deseando un mejor nivel de vida y educación para sus hijos, mi papá comenzó a buscar trabajo en otro lugar.

    Recuerdo que fuimos varias veces a la ciudad de México porque ahí tenía posibilidades de acomodarse a trabajar; al mismo tiempo continuaba en su puesto en la mina y seguía avanzando en el sistema de escalafón, lo que le llevó a capacitarse en las diferentes ramas de la metalmecánica para el mantenimiento de los equipos; así fue adquiriendo conocimientos de hidráulica, electricidad, mecánica de precisión, fundición y pailería. Años después, con estas capacidades, le fue fácil encontrar un buen trabajo en la ciudad de México.

    Para hacer un viaje a la capital salíamos de la casa en Tlalpujahua muy temprano y con mucho frío, teníamos que caminar hasta encontrar un paraje que le llaman el Atorón, después seguíamos en un camioncito que nos dejaba en la estación del ferrocarril de El Oro, Estado de México. En ese lugar abordábamos el tren para la Ciudad de México, pasábamos por Toluca y una infinidad de estaciones antes de llegar a la estación de Buena Vista del Distrito Federal. El tren al que me refiero eran de aquellos ferrocarriles de los años treinta, para esas fechas eran los más modernos, de vapor, con vía angosta, muy lentos y ruidosos.

    En una ocasión, al regresar de uno de estos viajes, mi papá decidió que nos iríamos a radicar a la Ciudad de México, a fines del año 1943. El traslado no fue fácil pero se llevó a cabo. Cuando llegamos a México fuimos a vivir en una casa situada en la privada de Díaz Mirón, esquina con la calle de Cedro, en la Colonia Santa María La Ribera. En la casa de enfrente vivía el Piloto Aviador Militar Juan Pablo Aldasoro, Coronel de la Fuerza Aérea Mexicana. A él lo conoció mi papá en los talleres de precisión de la mina de Dos Estrellas, en ese tiempo se hicieron compadres porque me apadrinó en mi confirmación. Él fue quien nos consiguió la casa que rentó mi papá, en la cual radicamos una buena temporada.

    En general me costó mucho trabajo adaptarme al ambiente de la ciudad de México en el año 1944, que va de vivir en un ambiente pueblerino y tranquilo. Yo, un bobo chamaco Michoacano, llegué a cursar los años que me faltaban para terminar la primaria y en la escuela encontré chamacos más despiertos; al principio el cambio no me cayó bien, siempre me sentía mal, no me adaptaba al trato que me daban mis compañeros; después ya estuve mejor. Mi hermanita Martha sanó y se encontraba muy bien, ella fue la gran compañera en nuestra niñez, gran hermanita. En fin, nos fuimos adaptando, yo en la escuela y mi papá en su trabajo. Debo aclarar que no fui niño de colegio particular, sino de escuela oficial, tanto en la primaria como en la secundaria.

    Pasaron los años, mis papás trataban de darnos lo mejor y buscaban atractivos y distracciones para los fines de semana. Íbamos a Chapultepec, a visitar a sus hermanas u otros sitios. Un domingo, mi papá nos llevó al puerto aéreo de México, fue toda la familia, para entonces ya estaba mi hermanita Rosa María que nació en noviembre de 1945, también nos acompañaba mi tía Cecilia, hermana de mi papá. Cuando llegamos nos detuvimos junto a la cerca perimetral para ver tanto a los aviones en las pistas como a los que despegaban o aterrizaban.

    A mí me gustó mucho, disfruté viendo a los aviones pasar por encima de nosotros. En ese lugar se estacionaban unos avioncitos que los domingos hacían vuelos de placer; mientras los veíamos salir y regresar le pregunté a mi papá si algún día podría volar en un aparato de esos; como siempre, él me decía: ya pronto, ya pronto.

    En algunas ocasiones íbamos a la base aérea de Balbuena y a los talleres de la Fuerza Aérea Mexicana, en ese lugar tenían una infinidad de aviones de varios tamaños, todos militares. Ahí estaba como comandante el Capitán Eduardo Aldasoro, hermano del Coronel Juan Pablo Aldasoro, amigo y compadre de mi papá; a estos Señores les apodaban El Chiri y El Piri, claro, entre militares.

    La base aérea de Balbuena fue la cuna de varios escuadrones, como el glorioso escuadrón 201. Ahí se encontraba el compadre de mi papá, el Coronel Juan Pablo Aldasoro, era un importante Piloto Aviador y me dejaba subir a los aviones militares. Alguna vez un mecánico me dejó tocar partes de la cabina y el sistema de control; bueno yo ya me sentía aviador; y sí que volé cuando aspiré el olor del gas avión. Para mi ese fue como un perfume o una droga, que me atacó en lo más profundo de mí ser, siempre quería repetir la dosis de ese grato aroma que despide el gas avión.

    A finales de año 1947 festejábamos la llegada de mi hermanito Juan Gonzalo Rangel Patiño. Para estas fechas felizmente terminé la primaria, mi papá me dijo: El próximo domingo, vamos temprano al puerto aéreo. Mi mamá se quedó en la casa con mis hermanos, en el camino fuimos platicando, me felicitó nuevamente por haber terminado la primaria y me daba consejos para ser buen hijo y seguir adelante estudiando.

    Llegamos a la esquina que ahora es avenida Hangares y boulevard Aeropuerto, muy cerca de cabecera de la pista cinco izquierda. Ahí se estacionaban los avioncitos que hacían los vuelos de placer que costaba 20 pesos por vuelta, tenían una duración de 20 minutos, sólo podía ir un pasajero y el piloto. También hacían vuelos para curar la tos ferina, muy propia en los niños. Los médicos consideraban que un cambio brusco de presión barométrica provocaba que se dilataran los bronquios y el enfermo pudiera expulsar las flemas con más facilidad; el precio de estos vuelos era de 40 pesos, duraban más de media hora por tener que elevarse a once mil pies y bajar bruscamente a nueve mil pies sobre el nivel del mar, repitiendo este ascenso y descenso por varias ocasiones para que fuera curativo.

    Ya estando en el puerto aéreo mi papá se adelantó y sin decirme nada fue a hablar con el piloto; a su regreso me dijo: Querido hijo, este es tu premio por haber terminado tu primaria, te vas a volar en ese avioncito, el amarillo. Y me brindó la oportunidad de volar por primera vez. Subí al avión y escuché las indicaciones del piloto, me instaló mi cinturón y cerró la puerta. Un muchacho que le ayudaba tomó la hélice y grito puesto, el piloto contestó de la misma manera, el joven ayudante puso en marcha el motor jalando la hélice y así inició el vuelo.

    El piloto estaba siempre pendiente de la torre de control, desde ahí le daban indicaciones con una pistola de luces: roja, amarilla o verde; él contestaba de enterado moviendo los alerones de un lado para otro, en esos tiempos los aviones pequeños no tenían radio. Nunca supe el nombre del piloto, recuerdo que le decían Capitán Valladito, un hombre ya maduro, chaparrito, gordito y buenísima persona.

    Al iniciar el vuelo quería grabarme lo que me decía el piloto, trataba de mirar todo en el interior para llevarme una imagen del tablero y todos los controles. Estaba maravillado por aquella brillante oportunidad de volar. Por primera vez sentí la emoción que te da despegar, dejar la tierra por debajo de ti y sentir que estás flotando. Ese momento es el principio del espectáculo, primero ves cómo se aleja la pista, después sus alrededores, los objetos, terrenos y construcciones, que se hacen más pequeños a medida que el avión hace altura, dándote un sentimiento de grandeza.

    Aquella semillita que tenía en mí empezó a tomar forma para germinar y crecer de manera irreversible. Con la experiencia de haber volado me sentí muy feliz y me decía: quiero ser piloto, no cabe duda que tengo un papá y una mamá increíbles que me dieron la oportunidad de sentirme volando, los quiero mucho.

    Al terminar la primaria me inscribí en la pre-vocacional número cinco del Instituto Politécnico Nacional. Atendí mis materias y los deportes; me encantaron los talleres, cada semestre cambiábamos de actividad. Llevé taller de herrería, hojalatería, carpintería, modelado, electricidad y dibujo. Todos estos conocimientos iban de la mano con mis inquietudes de estar cerca del ambiente aeronáutico.

    Al mismo tiempo que cursaba el tercer año, fui llevando por las tardes el curso de mecánico de aviación en la Institución Modelo; establecida en la esquina de la avenida Reforma y calle de Artes. En esa escuela dio inicio mi contacto directo con los motores, radiales y opuestos; así como con todo lo relacionado con la estructura de un avión. Aprendí a entelar, pintar y soldadura autógena, también a desarmar un avión, checar sus sistemas y armarlo nuevamente, pero este no volaba era solamente para practicar la mecánica de aviación.

    En septiembre de 1950 recibí el diploma que me acreditaba como Maestro Mecánico de Aviación, así como un documento de laudo por haber tenido el primer lugar en el curso que terminaba.

    Para este logro me entregué por completo a estudiar. Dejé de ir a bailar los jueves al Smyrna Dancing Club (el esmeril), a La Unión, (el overol), el Club Brasil y otros salones en donde un grupo de amigos nos divertíamos en forma sana. En el Smyrna Dancing Club conocí a Florentino Cruz (Tino), el Hay nanita del Club Floresta (la flor), un joven buen bailador y excelente compañero; él me platicaba que estaba estudiando en México y era de Huajuapan de León, una población de Oaxaca, al sur de México, cercana a la capital de ese estado; ¡quién pensaría que muchos años más adelante nos encontraríamos en su tierra natal! Recuerdo a muchos amigos de la bailada, pero por falta de tiempo dejé de ir a los salones. Yo me decía: Ya di el primer paso, ahora vamos al segundo.

    Para iniciar ese segundo paso, traté que me aceptaran como aprendiz en una compañía de aviación llamada Aerovías Reforma, estaba en una plataforma externa al aeropuerto, en unos hangares de la esquina que ahora forman la avenida Hangares y boulevard Aeropuerto, actualmente ese terreno está convertido en nuevas vialidades y pasos a desnivel.

    No me admitieron porque, aun con mi diploma de maestro mecánico de aviación, no era nada, no tenía edad suficiente ni experiencia, así me lo hicieron ver los furibundos capitanes Tilman y Manuel Oro. Necesitaba la licencia de mecánico expedida por la Secretaria de Comunicaciones y Obras Públicas (SCOP), en su dependencia de aviación, que así se llamaba en aquel entonces.

    Pero no perdí el ánimo y retomé mi camino, yo quería terminar la vocacional en el politécnico y soñaba con ser capitán piloto aviador, aunque, las condiciones económicas no eran favorables, ya se sabía que en ese tiempo el curso de piloto no era barato.

    Por las noches ayudaba a mi papá en su trabajo, él atendía unos motores Buda y Caterpillar de mil 200 caballos de potencia, movían unas bombas hidráulicas para dar fuerza a una máquina que prensaba desechos de metal y hacía pacas para reciclarlos; así que mis horarios andaban de cabeza, pero la ilusión no demeritaba.

    Seguí buscando ser aprendiz, en una ocasión me dirigí al puerto aéreo y pasé al hangar de Aerofoto, visité el taller de hélices Corzo y otros hangares por la misa callecita, pero nada, no me aceptaban. Andando por un camino de tierra todo lodoso y con charcos, llegué a una plataforma de varios hangares, ahí estaba el de Aero Servicios. Era curioso, los aviones que iban de las pistas a estos hangares cruzaban el camino que ahora se conoce como avenida Hangares y es la que conduce a la nueva terminal aérea número dos; para que pasaran de un lado al otro simplemente salía un empleado de Aero Servicios, quitaba una cadena con un letrerito que decía cuidado con los aviones y, con una bandera y un silbato paraba el escaso tráfico vehicular, entonces pasaban los aviones impulsados por su motor.

    Entré a ese lugar y traté de hablar con alguna persona para ver si podía trabajar como ayudante de mecánico, inicialmente me dijeron no; en ese momento llegó un señor envuelto en una bonita bata blanca con un logotipo de Beechcraft, muy amable se acercó a mí y me pregunto qué se me ofrecía. Le conté parte de mi historia y mis inquietudes, le comenté que ya estaba inscrito en el politécnico para cursar la vocacional. Me dio oportunidad de enseñarle mi diploma de mecánico, llevaba el original porque en ese tiempo no se conocían las copiadoras, además tendría que reducirlo porque era muy grande.

    Después de platicar un momento me dijo: ¿tienes prisa por irte?, le contesté que no. Entonces apareció para mí la luz que estaba buscando, este Ingeniero Aeronáutico me pidió que le ayudara para una labor en el interior del fuselaje de un Avión Bonanza. Me explicó que él no podía entrar al fuselaje porque para hacerlo tendría que retirar varias cajas del equipo de radio. En ese tiempo, los radios eran de bulbos y sus grandes cajas no permitían el acceso fácil al interior del fuselaje en un avión chico. Yo sí podría hacerlo por estar flaco, así que accedí.

    Me dio las indicaciones necesarias, una llave estriada, una española de 3/8 y un paño para limpiar el fondo del fuselaje, que siempre tiene polvo. Pasé con cuidado y recibí los tornillos que sujetaban una cajita con un cable, después supe que era la antena de un radio receptor de ADF. Le instalé su rondana y tuerca a cada uno, detuve la tuerca con la llave que él me proporcionó hasta que apretaron; para terminar conecté el cable en donde el Ingeniero me indicó. Así, deteniendo con una llave y cuatro tuerquitas, fue como se llevó a cabo mi primera incursión en un avión real.

    Después el Ingeniero me invitó a su oficina, me explicó que en esa empresa no podía darme trabajo por la edad, la licencia y otras cosas, sin embargo, conocía a un Capitán que posiblemente me pudiera acomodar en su hangar, pues le daba trabajo a jóvenes que, como yo, se estaban iniciando. Luego, me invitó un refresco Sidrali, de aquellos de botellita chiquita, que me supo a gloria; me dio las gracias, y dijo: Te espero mañana temprano, no faltes, esta tarde hablaré con la persona que te puede recibir.

    Yo sentí alegría y me fui pensando en cómo le haría con el politécnico, la ayuda a mi papá por las noches y la cita del día siguiente. Tomé la decisión de estar con el Ingeniero. Ya en la casa conté a mis padres y hermana lo sucedido, claro que les dio mucho gusto; pero, como era de esperarse, la reacción de mi papá fue de inquietud por la escuela, el trabajo y muchas otras cosas.

    Al otro día en la mañana ya estaba con el Ingeniero; me indicó que me recomendaría con el señor Francisco López Tejeda, director y dueño de la Escuela Nacional de Aviación; quien tenía nueve aviones y me podía dar entrada como aprendiz de mecánico; el sueldo sería bajo pero me podrían ayudar para tramitar mi licencia de mecánico en motores y planeadores, dándome la responsiva de la escuela y sus mecánicos ante la Secretaría de Comunicaciones.

    Todo dependería de mi entrega al trabajo; ya había hablado de mí con la persona que íbamos a ver, así que salimos de su oficina, cruzamos el camino brincando la cadena y llegamos al hangar del Señor Francisco López Tejeda; un señor chaparrito, trigueño, con cara de buena gente; muy risueño y amable.

    Me recibió, platicamos y le mostré mi diploma de mecánico. Me dio ánimo y llenó de alegría. La verdad es que me recibió con los brazos abiertos y sentí mucho cariño por ese señor. Luego pasamos al hangar y me dio instrucciones de lo que tendría que hacer como ayudante de mecánico; me enseñó la bodega, el taller y los aviones. Me explicó que tendría que llevar el control de mantenimiento y un inventario de las herramientas; me mostró las aulas para los cursos teóricos de los alumnos, en su mayoría eran colombianos y nicaragüenses becados por los gobiernos de su país; había también uno que otro mexicano que pagaba su curso con mucho esfuerzo.

    Después me presentaron con los jóvenes Francisco Olvera y Alberto Zarate, el primero era ayudante y el segundo, su primo, lo había sido, pero contaba ya con licencia de piloto y fungía como instructor emergente, además continuaba preparándose para piloto comercial. Estaba otro aspirante de apellido Carrión, no recuerdo el nombre, pero escuché que de apodo le decían El Pulques. En ese momento entraron al hangar los capitanes Miguel Anaya y Ricardo Eroza, los principales instructores de vuelo en esa escuela.

    Todos fueron muy amables conmigo, me ofrecieron su apoyo de una u otra forma; el capitán Anaya me tendió la mano y me explicó sobre los cuidados y precauciones que debería tener tanto en el hangar como en plataforma al despachar un avión o al cargar gas avión a los aviones, en fin, muchísimas indicaciones y recomendaciones. Pidió a los compañeros de trabajo que hiciéramos equipo y me recomendó con Beto Zárate para que estuviera pendiente de mí, además, todo lo que yo hiciera de trabajo sería supervisado por los capitanes Anaya y Eroza, también asistía el Capitán Raúl Silva. Por su parte, el dueño de la escuela me dijo que esperaba me portara bien y tratara de progresar junto con mis compañeros.

    Yo estaba atónito, nunca me imaginé tener una oportunidad tan pronto. Esto fue gracias a la bondad del ingeniero Ricardo Herrerías que me recomendó con el Capitán Francisco López, a quien no le gustaba que lo nombraran capitán o señor López, él quería que le dijeran Patrón. Cuando me dijo el sueldo semanal por poco se me salen los zapatos, los pantalones y otras cosas: 50 pesos a la semana, muy poco pero era bueno. Yo estaba muy emocionado y con temor, tenía que continuar con mi proyecto y me quedé desde ese mismo momento, ya saboreaba el estar entre muchos aviones, aviadores y profesores, instructores de vuelo y teoría.

    El ingeniero Ricardo Herrerías me dijo: Mira muchacho, si tienes algún problema mecánico cuenta conmigo, yo siempre le doy asesoría a la escuela; así que siéntete con confianza para solicitar ayuda. Le di las gracias, se despidió y entré al hangar con ánimo de comerme todo. De inmediato platiqué con los compañeros y me pusieron al tanto; así que sentí que entré con el pie derecho. Ese día, lógico, estaba tan emocionado que no intenté ir al Politécnico.

    Así empezó mi primera etapa en el medio, pasaron los días, las semanas, los meses y todo muy bien. Yo me sentía en la gloria conociendo personas y todo el ambiente de aviación. Ya me estaba acomodando y progresando cuando un día recibí una amonestación muy fuerte por parte del Capitán Miguel Anaya. Resulta que él era muy exigente con el mantenimiento y me encomendaron cambiar una hélice a un avión, cuando terminé, el capitán llegó a revisar el trabajo y me pidió la llave estriada de media pulgada para verificar el torque de las tuercas, de repente, Chin!, me dio un llavazo en la cabeza y me dijo cosas; el problema fue que en uno de los tornillos que fijan la hélice instalé una rondana un poco más delgada que las otras cinco, es decir, todas tenían que ser del mismo grueso porque la diferencia de peso podría generar vibración cuando el motor funcionara en alta velocidad; y pues sí, efectivamente así es, pero entonces no creí que una rondana un poquito más delgada que las demás tuviera problema; por buey me tocó llavazo y regañadota de parte de quien yo admiro tanto. Al día siguiente el capitán Anaya me dio una cátedra sobre el efecto nocivo que producen las vibraciones en un avión y como evitarlo. Después de esto me puse más abuzado en todo para evitar problemas.

    Así siguió pasando el tiempo, recuerdo con mucho cariño al maestro mecánico y laministero don Francisco Vargas, más conocido como el maestro Panchiguas, buen señor y gran amigo que me sacó de infinidad de problemas; era mecánico militar de la Fuerza Aérea Mexicana.

    Él y el ingeniero Herrerías eran mi paño de lágrimas, siempre me valía de ellos. El maestro Panchiguas me permitía soldar con autógena la tubería de los fuselajes y algunas partes de los aviones que son de aluminio. Fue uno de los primeros mecánicos que trabajó laministería, es decir, que reparaba aviones de lámina remachados, además, estaba convirtiendo en aviones fumigadores a los Piper J-3 que la escuela había vendido.

    Pasaron los días, ahora en la escuela teníamos una ensalada de aviones: dos Cessna 120, dos Taylor-Craft, un Luscom, un Inter State, un Stinson 108, un biplano Fleet, y un Cessna bimotor T50; también acababa de llegar un Fairchild PT-19; así que el mantenimiento era un surtido rico y los alumnos que ya volaban solos llegaban con unos reportes mecánicos que no se entendían bien. Por otra parte, los pilotos instructores salían con frecuencia a vuelos de entrenamiento en ruta o vuelos especiales. Alberto Zarate era instructor y también estaba volando.

    Con el afán de resolver los problemas más rápido, hablé con el patrón para que me autorizara acompañar a los pilotos en un vuelo de prueba, así podría identificar la falla o desperfecto que reportaban y que en ocasiones no sabían cómo explicar. Pensé que si mi patrón aceptaba la propuesta yo aprovecharía para echar una voladita y aprender algo más. Al patrón le gustó la idea, me autorizó algunos vuelos de prueba que no representaran riesgo ante una falla. Así que las fallas bien definidas se atenderían sin vuelo de prueba.

    Como a mí me interesaba volar, ya había aprendido algo con los alumnos que volaban solos; de modo que después de corregir una falla volábamos para que en presencia del piloto alumno se verificara que el problema estaba resuelto. Así fui aprendiendo a volar, poco a poco.

    Los alumnos tenían confianza con el equipo de mecánicos, para entonces ya contaba con mi licencia de mecánico de aviación clase C, bajo la responsiva de la escuela; así que dejé de asistir al Politécnico, pero tenía la firme intención de terminar la vocacional o hacer la preparatoria en alguna escuela, no importaba si fuera con instrucción abierta. Por lo pronto, yo entregaba todo mi tiempo y algo más a los aviones de la escuela, me sentía como enamorado de la escuela y trabajaba muy a gusto, cada día aprendía cosas nuevas; lo único que faltaba era un poco más de ingresos, entre el transporte y la comida gastaba más de 50 pesos a la semana, pero estaba aprendiendo y eso también tenía su precio.

    De pronto me apareció una nueva luz en mi camino, a un lado del hangar de la escuela se estacionaban algunos aviones de particulares; un día el capitán Manuel Buendía me pidió que por la tarde, cuando ya terminara mi trabajo, le hiciera el cambio de aceite y filtro a su avión, así como la limpieza de bujías; yo le propuse un servicio de 25 horas, que incluye más de lo que solicitaba. Quedamos que lo haría después de las seis de la tarde, le pedí que me dejara el motor de su avión caliente y que el aceite nuevo lo dejara en el interior de la cabina, así como que al otro día arrancara su motor para verificar que no hubiera fugas de aceite. Aceptó y a las seis de la tarde Carrión y yo nos fuimos para atender la chambita. El resultado económico pues lo disfrutamos entre los dos; así dio inicio una posibilidad más para seguir adelante y tener una entradita extra de dinero.

    En esos andares conocí a Pedro Infante, tomó su curso de piloto privado en la escuela y llegaba para hacer un vuelito por las tardes; también conocí a un integrante del trío Los Tres Diamantes, un apuesto joven de apellido Lozano que llegaba para volar en el biplano Fleet y en ocasiones me llevó. Así que yo aprovechaba todo, no dejaba pasar nada.

    Entre los alumnos mexicanos llegó Javier Quevedo, un señor gordito, ya mayor que nosotros, simpático y de mucho mundo. Llegaba en un coche Packard muy bonito, otras veces, en un carro largo que decía: Turismos Cuernavaca Grutas de Cacahuamilpa, al parecer fue socio de esa empresa; el asunto es que Quevedo le compró a la escuela el avión Fairchild PT 19 y continuó volando para acumular las horas de su licencia de piloto privado.

    Le llamaban Quevedito, casi siempre estaba en el hangar, sólo cuando tenía viajes en el turismo estaba ausente. Con nosotros se hizo bien cuate, de repente nos invitaba las tortas. Los alumnos colombianos le decían la nalga voladora, por gordito, los cuates también lo llamaban así y no se ofendía; le gustaba el relajo, tenía mucha gracia y memoria para contar cuentos y nos hacía pasarla bien con él. Un día, le cambiamos un magneto a su avión y nos invitó a una tiendita que estaba en lo que ahora es la colonia Federal; era muy conocido por Pachita y Lulú, las muchachas que atendían la tienda. Nos trajeron unas cervezas Saturno, la de moda en ese tiempo, yo me tomé una porque, como dicen ahora, no sé tomar; llevaron unas galletitas con queso y más Saturno; y así paso la tarde.

    Regresé al hangar para cargar gasolina a los aviones que tenían que volar temprano. Nos ayudó un cuate al que por su tartamudeo le apodaban peterete. Comentaban que trabajó en la compañía Mexicana de Aviación como ingeniero de vuelo y navegante, pero tuvo un accidente: un día llegó a la plataforma un avión DC-3, él estaba para dirigir la posición del avión y el piso estaba mojado, entonces, al tocar la manija para abrir la puerta, recibió una fuerte descarga de corriente estática, esto lo hizo perder parte de sus facultades y quedó como loquito y tartamudo, pero muy buena persona. Él se quedaba en el hangar haciéndola como de velador y nos echaba la mano para la chamba; en ocasiones nosotros le invitábamos la torta, aunque no siempre, porque también se iba a otros hangares a pasar el rato. Siempre andaba muy sucio, yo le regalaba algunas ropas para que se cambiara y lo llevábamos a los baños del peñón cuando era apremiante que se aseara.

    Un día llegó Pedro Infante en la moto que usó en la película A todo maquina; nos invitó al teatro Margo, hoy teatro Blanquita, para formar parte del elenco de Tongolele, en escenografía o coreografía. Carrión, un chavo nuevo y yo dijimos que sí por las ganas de ver a la bailarina y actriz. La indicación fue que entráramos por la puerta dos del teatro a las siete de la noche, así que nos apuramos, dejamos todo listo y nos fuimos al Margo. Al llegar vimos una bola de muchachos que estaban esperando entrar a la prueba o casting, pero nosotros dijimos que íbamos de parte de Pedro Infante y pasamos luego. A mí no me gustó el ambiente, pero pasamos a la prueba; preguntaron si éramos buenos pal baile, Carrión dijo: Clarín, claro que si; García y yo seguimos a un mariconcito que nos daba instrucciones, así que en un momento ya estábamos en instrucción de baile; era un ambiente muy extraño, los gritos del instructor: uno, dos, tres, izquierda, uno, dos, tres, derecha, y muchos gritos más.

    Yo quería ser piloto, no bailarín de Tongolele; así que para al tercer día de ensayo ya de plano no fui y me quedé con las ganotas de ver muy cerca a la actriz. Sólo un día nos pasaron a las gradas para ver el espectáculo, pero la salida era muy tarde, el barrio era peligroso, lleno de borrachos y señoras de la vida, dicen, alegre. Muy cerca del teatro está una calle que se llama Dos de abril, atrás de la Santa Veracruz, siempre estaba llena de señoras que al pasar te jalaban para entrar al hotel con ellas; también está muy cerca el Salón México, de modo que era peligroso andar de noche en esos lugares. Además, nosotros teníamos que estar en el aeropuerto muy temprano. Todo quedó en una loca aventura por ver a Tongolele. Después nos disculpamos con Pedro Infante y entendió que nuestro ambiente estaba lejos del teatro.

    Pasó el tiempo, un día el patrón llegó por la tarde, yo estaba terminando el servicio de 100 horas de un avión; sólo estábamos el peterete y yo. Primero entraron al hangar el capitán Miguel Anaya y Alberto Zarate, después llegó el Patrón; yo no sabía que pasaba pero me acerqué a ellos y pregunté si algo se ofrecía, me dio tentación porque ellos nunca llegaban en la tarde; y como teníamos un avión en vuelo de ruta a Guadalajara, pensé: ¿qué pasa? El patrón me dijo: Termina y luego bienes a la oficina, me quedé pensando qué pasaría.

    El avión que salió en vuelo de ruta no tenía ningún reporte mecánico, yo lo despaché y salió bien; pero la presencia de los capitanes a esa hora me tenía preocupado. El capitán Anaya entró con el joven Miguel Pérez Soto, su cuñado y estudiante de aviación, pero no me indicó nada. Yo tenía poca amistad con Miguelito que era nuevo en el ambiente de la escuela, además, como era cuñado del Capitán Miguel Anaya, eso lo tenía un poco alzado. Terminé y después de asearme un poco me dirigí a la oficina, la puerta estaba abierta, Alberto me dijo que pasara, el patrón me saludó y, sin más, me abordó, me pregunto: ¿te gusta volar?, yo conteste: ¡sí patrón!, qué bueno, dijo; en seguida abundó: Sólo quiero preguntar por qué cuando te reportan una falla en un avión solicitas un vuelo de prueba y sales a volar con el alumno antes de corregirla. Le expliqué que en ocasiones los estudiantes no sabían reportar una falla y me confundían. Le dije: Yo reviso el avión y no encuentro el problema, entonces, volando unos minutos puedo detectar la falla y le doy arreglo ya sin titubeos. Haber, haber, explícame, dijo el Patrón, dame un caso que me pueda convencer y veremos que hacer. En ese momento me imaginé que ya me iban a correr.

    Le narré un caso que ya me tenía negro por no entender a varios estudiantes que volaban un avión Cessna 120. Ellos me reportaban que el avión vibraba y les daba temor, creían que era la hélice, yo la revisé y no encontré que ese fuera el motivo; salí a volar con el estudiante y después del despegue se sintió una vibración severa, en ese momento detecté el origen de la falla, simplemente hice presión en los pedales de freno y al instante se solucionó el problema, era causado cuando el piloto no frenaba sus ruedas después del despegue. Volamos solo 15 minutos y aterrizamos, ya en el hangar le expliqué al piloto y le recomendé que después de despegar, cuando tuviera altura, frenara sus ruedas, de esta forma podría evitar desgaste en los baleros, así como ruidos y vibraciones malignas que podrían dañar todo el avión; este caso se corrigió, balanceando las ruedas y cambiando los baleros dándoles su apriete normal. El patrón me aceptó lo dicho y dijo: Sé que te gusta volar, tendré que retirarte el sueldo semanal, te lo cambio por el curso de piloto privado, te doy derecho a la teoría y una hora de vuelo en instrucción a la semana, quiero que sigas trabajando con el mismo ánimo, ¿qué te parece?

    Yo, vi nuevamente una luz en mi vida, no lo podía creer, casi frío le dije: ¡Claro patrón!, acepto, sólo quiero avisarle a mi papá para ver si me puede aguantar con algunos gastos. En esos momentos pensaba: Ahora, sin el micro sueldo, ¿qué hare?; ya no podré colaborar con gastos para la casa, pero esta es la oportunidad de mi vida, si la pierdo, no sé dónde ni cuándo encontraré otra. Así que le dije nuevamente a mi patrón: ¡Acepto y le prometo cumplir con el trabajo!; en ese momento habló el capitán Anaya: ¡Felicidades mi Pepe Luís!, pronto serás un piloto más de esta escuela, sólo te pedimos que seas leal a ella y que sigas trabajando como lo has hecho; también Alberto Zarate me felicitó y me comunicó que él sería mi instructor. Beto era también formado piloto con el apoyo del Director y estaba en el equipo de trabajo de la escuela, por eso estuve seguro que me entendería muy bien con él. Además, él sabía que ya tenía horas de vuelo con varios pilotos y que solamente me faltaban algunas maniobras, por ejemplo, despegues y aterrizajes. Así que todo sería más fácil para mí con Alberto Zarate como instructor. Gracias a Dios y a la virgen de Guadalupe, a quien tanto le pedí que me cuidara y que me apoyara, pude conseguir una oportunidad como esta. Miguel Pérez Soto estaba admirado de la bondad del patrón y me felicitó, después de este momento fuimos grandes amigos.

    Yo estaba como tontito por la noticia, pero me desperté cuando el patrón me dio la mano y me dijo: Nos vemos mañana. Al despedirme le di las gracias y nuevamente le prometí lealtad y empeño en mi trabajo, le di un fuerte abrazo y salí de la oficina con ganas de llorar por la emoción, que se me escurría por todas partes. En el hangar sólo estaba el peterete y no entendería si yo le explicara sobre la experiencia que acababa de pasar, el susto que me dio cuando entraron los capitanes a la oficina y lo feliz que me sentía.

    Salí del hangar y crucé la calle para ver al maestro Panchiguas, pero no estaba; tampoco el ingeniero Ricardo Herrerías, había asistido a un curso de la Beechcraft, en Estados Unidos. Así que me llevé la emoción para mi casa y compartí lo ocurrido con mi mamá, hermanas y hermano. Mi papá llegó más tarde y al saber esta noticia se emocionó, le dije que sería becario de la Escuela Nacional de Aviación, me abrazó, me dio sus recomendaciones y buenos consejos. Para festejar nos salimos a comer unos taquitos de buche en una taquería que estaba en la avenida Circunvalación.

    Fue así como se abrió la puerta para llegar a ser piloto, gracias a mi queridísimo patrón, el capitán Francisco López Tejeda. Esto modificó más mis horarios, tendría que estar en el aeropuerto los domingos, día en que se cambiaban de lugar dos aviones de la escuela que usaban para hacer vuelitos de placer o vuelos contra la tos ferina; se pasaban a la esquina de la calle que ahora es boulevard Aeropuerto y el camino que hoy se llama avenida Hangares, dentro de la calle de rodaje, justamente enfrente de Aerovías Reforma y la compañía de aviación LAUSA.

    Los domingos les daban oportunidad de hacer vuelos a los mexicanos que tenían licencia de privado; el tiempo contaba para su bitácora, pero no les pagaban, sólo a Beto Zarate porque era el responsable de las operaciones. Como yo ya estaba como becario y mi hora de vuelo semanal tendría que ser en domingo muy temprano, pues se acabaron las salidas dominicales en familia, tenía que aprovechar. Ese mismo día también le daban su instrucción a Pancho Olvera.

    Mi primer vuelo como alumno, lo hice con mi instructor Alberto Zarate, él despegó el avión, cuando ya tenía altura me dio explicaciones y me dejó libres los controles para que yo sintiera su efecto y tratara de llevar el avión en vuelo recto y nivelado; después la práctica de algunos virajes de poca inclinación y regresar a vuelo recto y nivelado; al terminar la primer clase Beto aterrizó el avión en la pista cinco izquierda del aeropuerto de México.

    Yo me quedé hasta las tres de la tarde en la plataforma para llevar los aviones al hangar; al día siguiente llegué

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