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La Raya
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Libro electrónico312 páginas5 horas

La Raya

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La raya puede ser un rio, un simple alambre, un enorme muro, o solo eso una simple raya, una linea que divide. Si se lograra construir el famoso muro a lo largo de toda la frontera entre Mexico y los Estados Unidos, y se pudiese observar en su totalidad desde algun punto, seguramente que asemejaria solo eso, "una raya". La misma que define a lo largo de la historia, o un sueno o una pesadilla.

La raya es la puerta de entrada y salida a los Estados Unidos de America, y es un libro que en sus paginas nos muestra la forma de vida dentro y fuera de ella, de miles y millones de migrantes a lo largo del tiempo, de todas partes del mundo. Leer sus lineas es vivir dentro y fuera de ella aun sin estar ahi.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 sept 2022
ISBN9781662495274
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    La Raya - Jesus M. Landa

    Derechos de autor © 2022 Jesús M. Landa

    Todos los derechos reservados

    Primera Edición

    PAGE PUBLISHING

    Conneaut Lake, PA

    Primera publicación original de Page Publishing 2022

    ISBN 978-1-66249-524-3 (Versión Impresa)

    ISBN 978-1-66249-527-4 (Versión electrónica)

    Libro impreso en Los Estados Unidos de América

    Dedicado a quienes derraman el sudor, de sol a sol, en tierras extrañas; siempre con un ideal en mente a lo largo del pasar del tiempo.

    La Raya

    La idea principal y de mayor prioridad para muchos, al alejarse de sus hogares, es el salir del medio de pobreza y miseria que los aqueja. El dar a su familia un mejor porvenir y una mejor vida o por lo menos conseguir el pan de cada día, hace a cualquiera abandonar aun sin querer el terruño que te vio nacer. Algunas veces las condiciones de vida te obligan a decir adiós a aquello que tanto quieres y significa para uno, pero que también en ocasiones ya no queda otra alternativa y tienes que guardarte ese sentimiento y comenzar a buscar nuevos horizontes, aires diferentes, otras tierras; así, el pecho se te oprima, y los ojos se te llenen como de agua, el propósito de mejorar o el mismo ego en mirar hacia delante y continuar esa marcha en ocasiones para algunos sin retorno por (χ) equis circunstancia, pero que de cualquier manera duele. Sufres al dejar tu tierra, duele dejar tu gente, le suspiras a tu país, y por muy sofisticado, lleno de lujos y comodidades, derechos y garantías que tenga a dondequiera que vayas, tu terruño nunca lo olvidas. Sales de tu tierra, pero tu tierra jamás sale de ti. Ahí están tus costumbres, ahí están tus creencias, tu cultura misma. ¿Cómo vas a ocultar los colores mismos que acostumbraste y son típicos y te gusta lucir? ¿No; eso te distingue? La música que al escucharla la hiciste tuya y te hace vibrar. Todo esto te hace diferente.

    ¿Y las tradiciones, y las costumbres y los mitos, la cultura?

    Todo esto te hace distinguir a donde bayas. Saliste de tu tierra, pero tu tierra nunca salió de ti, con este sentimiento así, comienzas una nueva vida, tal vez pisando selvas de asbesto, extrañando el olor a la tierra mojada por las primeras gotas de un aguacero de verano en otros tiempos. Aun así el propósito de cambiar cosas, al parecer tan simples; pero tan profundas es bueno por el hecho de querer salir adelante, de mejorar por ti y por los tuyos. Los padres piensan en sus hijos y quieren un futuro mejor para ellos y ay que buscarlo, conseguirlo.

    Los oprimidos piensan en salir de la opresión, y ay que escapar de ella.

    Los pobres piensan en salir de la pobreza y el medio de miseria que los rodea y hay que escapar de esto y luchar y esforzarte, en ocasiones poniendo sudor, corazón y esencia misma. Otros; simplemente arrastrados por su vanidad y ego, en hacerse ver mejor, en tener y poder adquirir un mejor auto, una mejor casa, hasta lujos, placeres y un sinfín de placeres y factores que provocan movimientos migratorios. ¿No en el norte hay todo eso…? El continente americano al parecer cuenta con uno de los puntos magnéticos más fuertes en el mundo que atrae y llama la atención del fenómeno migratorio, no solo de sus países vecinos. Si no de todas las naciones en vías de desarrollo del continente y de diferentes partes del planeta: Estados Unidos de América; el país anglosajón, la primera potencia mundial, EE. UU., o como se le quiera llamar de cualquiera de los nombres ya mencionados, es al parecer la meta de toda esta clase de grupos sociales que de una manera u otra querrán cruzar sus fronteras, ya sea vía aérea, marítima o terrestre; legal o ilegalmente. La meta: Atravesar esa línea, instalarse, vivir lado adentro de ella, y así forjar, el tan ansiado sueño americano.

    Qué familia, qué individuo, qué hombre, de los países de Centroamérica, Sudamérica, Islas Caribeñas, México y muchas otras partes del mundo, no han pensado siquiera en pasar la línea fronteriza que divide a una superpotencia donde se cree se puede lograr un sueño. Cruzar esa línea para muchos, es idea de progreso, de bienestar. Esta idea es algo controversial, porque a ciencia cierta no sabes si en realidad, lo que vivirás línea dentro a lo largo del tiempo y tus vivencias, sea para ti o un sueño, o una pesadilla.

    Sin embargo, y sin importar que los ojos y las mentes de muchos, ya desde tiempo atrás se habían y siguen puestos en el tan nombrado gran país.

    Desde niño tenía la curiosidad y siempre preguntaba, ¿a dónde se van los señores grandes?

    En casa, mamá o papá siempre contestaban: al norte. En la calle era lo mismo, si preguntabas a donde se fue tu papá, la respuesta era al norte. ¿Y tu hermano mayor? Al norte. El norte ya era una fiebre. Y es que desde el tener uso de razón en los setenta, ya se escuchaba por todos lados la famosa frase que cargaba y jalaba con los papás de amigos, familiares y conocidos.

    A lo largo del poblado nuestro y pueblos alrededor, familias se quedaban sin el amparo paternal principalmente; pues el padre buscaba el sustento familiar en un país que no era el de él, pero que se decía había mucho trabajo y que pagaban muy bien y en dólares. Esto más dinero en casa; pues al llegar los dólares, al cambiarse por pesos se multiplicaban y esto sería y sigue siendo el gran significado. Así pues, la familia de cinco o hasta diez muchachos tendría ya un mejor que comer o como se dijera un mejor pan nuestro de cada día. Aunque para esto tendrían; tanto el protagonista, como la familia entera un sinnúmero de factores, y obstáculos a lo largo de la distancia y el tiempo. Qué sería el pensar de la madre de ese montón de chiquillos que ahora se quedaba sin el amparo y el apoyo del padre que se alejaba caminando por el rústico y polvoriento camino, tal vez con el deseo de voltear y mirar la mujer, las crías que se quedaban con los ojos llenos de lágrimas y reprimiendo el llanto en el pecho mordiéndose los labios. Pero no, era preciso caminar para llegar al poblado donde se tomaría el único y rústico autobús de empolvados y verdes vidrios, algunos ya estrellados, y así junto con los demás compañeros con la misma meta que a lo largo del camino se iban uniendo al grupo para así juntos en el viejo camión de pasajeros, emprender el viaje entre brincos y tumbos, ya por la vieja y única carretera de terracería que los debería llevar a poblados más grandes que los conectarían con mejores medios de transporte y continuar así su largo viaje pasando un sin número de pueblos y grandes ciudades continuando su larga trayectoria hasta llegar a la frontera. En ese tiempo los viajes se tornaban largos, por la escasez de medios de transporte y las condiciones precarias de los caminos y carreteras, hablar de los años setenta, como en este caso, ya es un poco mejor a comparación con los años de las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta que es cuando el movimiento migratorio mexicano tuvo una gran motivación debido al programa Braceros. Convenio en acuerdo entre las dos naciones: Una potencia mundial y un país en vías de desarrollo.

    Lo irónico es el darnos cuenta de cómo los gobiernos y los políticos pintan las cosas y entre sus frases bien dichas, firmas y acuerdos se bañan de dinero con el sudor del que, si trabaja, del que tiene que alejarse de su familia, del que siente que el viaje si cansa, que el viaje lejos de los suyos se torna más largo.

    Esto no era nada, comparado así con las personas que venían de tierras más al sur de nuestro país; pues en el caso de los personajes que se dan en este texto nos referimos a regiones centrales de nuestro país azteca como lo son: Jalisco, Zacatecas, Michoacán, Guanajuato, etc. Recorrer México e inclusive desde regiones del sur como Chiapas, Oaxaca, Guerrero y otros estados del sur, si era la enorme distancia, más, sin embargo, se creía valía la pena el sacrificio. Los que ya habían estado en la Unión Americana y esto gracias a las contrataciones como ellos les llamaban, contaban de que se ganaba bien y que el trabajo no faltaba, ¿cómo? Si se iba a trabajar en los campos agrícolas, en las minas y hasta en la industria de los trenes. Pero como siempre nada es seguro y no falto alguien que dijera, que en ocasiones las cosechas en los campos se helaban y se perdían así por culpa del frío. Y entonces pues teníamos que arrendarnos, y sin un quinto (qué injusto, pobre gente; no era a la vuelta de esquina a donde tenían que regresar. No les daban ni para el pasaje para regresar) Esto allá por el estado de Texas y de seguro en los otros estados era lo mismo; pues quien sabe hasta donde entrarían, ya que contaban con visas de contratación de acuerdo a como ellos les llamaban y que les permitían trabajar y adentrarse en territorio norteamericano allá por los años cincuenta y sesenta. Cuco aun a esta fecha cuenta algo similar acá por el lado del estado de California, él dice: cuando se acababan las contrataciones o nos sacaba la migra, no teníamos dinero para irnos a la casa y nos subíamos al tren de Cantinflas; por eso nos decían los braceros. Esto según Cuco, ahora con más de ochenta años de edad, porque al subirse a dicho tren tendrían que echarle carbón a la máquina que según era el combustible que con lo caliente se convertiría en brasas y a fuerza de vapor haría caminar la máquina jalando el tren. Y no es que ese tren era de la propiedad de Cantinflas, sino que se decía que el actor al oír el rumor de que muchos de los mexicanos que ya no tenían trabajo en los Estados Unidos no podían regresar a sus casas o con sus familias por no tener ni siquiera para el pasaje de regreso, decidió pagar una cierta cantidad a los trenes para que sus paisanos pudieran regresar. Como anécdota y entre risas todavía Cuco nos decía: "Los que no podíamos pagar nos subíamos mero arriba en la noche, arriba en el capacete del tren y al otro día cuando amanecía todos estábamos carcajeándonos uno de otro, porque al vernos las caras, todos estábamos completamente negros por todo el humo que el tren aventaba, estábamos todos tiznados.

    Después, la gente que ya no contaría con el beneficio de las contrataciones debido al programa bracero, se enfrentaría con otras dificultades, aparte de los pies ya hinchados por la posición que implica el viaje de largas horas sin poder siquiera dar aunque sea unos pasitos o por lo menos unos dos o tres pasos de esos a los que siempre estaban acostumbrados arreando las vacas o detrás del burro cargado de leña o el simplemente ir a encontrar a la mujer y ayudar a cargar el cántaro de barro lleno de agua, que ya venía a medio camino allá del pozo pues. Ahora; ya se empezaban a extrañar todas esas cosas al parecer tan simples, y al mismo tiempo tan profundas.

    ¡Qué suspiros, qué recuerdos!

    Voltear a la ventanilla, mirar la carretera y contemplar el paisaje, que al parecer pasaba muy rápido ante sus ojos, parecía ser la mejor opción para seguir adelante con el plan de llegar al norte, y no bajarse y regresar corriendo, allá donde habían quedado los suyos; abrazarlos, secar con la mano esos ojos llorosos entre risas alegres, abrazos cariñosos muy fuertes y unos jaloncitos de greñas con cariño y ternura. Pero no, ya la distancia y el tiempo había comenzado a imponerse.

    —Ya hombre. —Tal vez le diría un compañero del grupo, mirándolo en el trance en que se encontraba; pues parecía haberse quedado soñando un sueño del que ya no quería despertarse. —Ya viejo, en dos o tres días más vamos a estar allá y ya verás, que esto se te va a pasar, échale ganas y cambia esa cara. Mira aquel otro, también está igual que tú; todo el camino desde que salimos del rancho, ahí nomás está viendo el retrato ese de la novia, el güey, y también se avienta unos suspirotes; pero nomás déjalo que llegue y se encuentre a una güerota y ya ni de la cartita con tantas promesas se va a acordar, mucho menos del retrato ese, blanco y negro.

    —Pos en cuánto tiempo llegamos hasta allá, tú que ya has ido, ¿dos o tres veces?

    —En unos tres o cuatro días, si seguimos a buen paso.

    —¡¿Tres o cuatro días?! Pos, ¿dónde chingados esta eso? Ya llevamos y hemos recorrido mucho camino; llanos enteros, subido y bajado barrancas. Mira, ya hasta los tacos que me hizo mi vieja se me están acabando. Échate uno, si se acaban, ahí Dios dirá.

    Sí, ¡ahí Dios dirá! Todo el tiempo nuestra gente, si de algo ha estado llena, siempre ha sido de fe y ese ahí Dios dirá, significa siempre una sola cosa y todas a la vez, quiere decir, él siempre ir de la mano de Dios, el que te llevaría por los caminos que no conoces, el que te daría el sustento lejos de tu casa, quien sabe de dónde, pero iba a salir de algún lado, el que iba a asesorarte en las decisiones difíciles lejos de tu tierra. Eso y más quiere decir, ahí Dios dirá.

    Y ahora, ya lejos de esa tierra, que de seguro te iba a extrañar en tiempo de lluvias, donde con gusto, y la esperanza en una buena siembra y una buena cosecha se comenzaba a buscar los bueyes para la yunta, unirlos al arado y comenzar a abrir el surco, la tierra pues para sembrar así grano por grano, la semilla del maíz, el frijol, calabazas y hasta trigo y luego regresarte cubriendo ese surco mirando a intervalos el cielo y así esperar el milagro que viene de arriba y con la lluvia; el hermoso milagro de ver nacer y como nacen esos granos que en cuestión de semanas o meses se convertirán en alimento pa la nigua.

    Hermoso es mirar como día tras día crecen las pequeñas milpas, con esa hermosa gota de agua como una perla de cristal que atrapan y presumen al sol por las mañanas y que parece que no quisieran soltarla de entre el verde tierno de sus hojas.

    Pero allá, se te extrañe o no, ahora ese grupo migrante, ya ha pasado y recorrido montañas, bosques, llanuras, barrancas y ese enorme desierto candente que parece no tener fin.

    —Chihuahua es grande y hay que atravesarlo todito y al llegar a Ciudad Juárez ya de allí pos pal otro lado, allí están los dólares, allí están los verdes. Ya me imagino el regreso al rancho con las bolsas llenas de puros verdes, entrando al pueblo echando bala; porque yo me llevo una fusca, así pa que digan ah cabrón, ahí vienen ya los norteños, y traen dinero; ora si va a ver baile.

    Y es que según los que vivieron y compartieron la época de las contrataciones o época de los braceros; los que se habían ido a trabajar, regresaban en ocasiones llevando consigo su buen dinerito para sus familias o en otros casos para gastárselo haciendo parrandas, fiestas y bailes donde se invitaba a todo el pueblo y alrededores y esa era la forma de hacer ver que les había ido bien, esto sin olvidar que algunos con el ego más elevado hasta se llevaban pistolas para dispararlas a poca distancia antes de entrar en el poblado y así llamar aún más la atención y hacer notar que en los Estados Unidos se ganaba mucho dinero. La gente los esperaba pues sabían que el tiempo del contrato para trabajar no era muy largo, y al oír las descargas y los disparos de las armas más la gritería ya sabían que los norteños habían llegado y que al siguiente día de seguro iba a ver baile. Una velada que de acuerdo con los que lo vivieron en su época, este comenzaría con la puesta del sol y que seguramente hasta el día siguiente a eso de las seis o siete de la mañana entre canelas con piquete y coca cola combinada con alcohol de caña, terminaría entre bostezos y aun preguntándose donde sería el siguiente baile. ¿Pero hasta cuándo ocurriría eso? Si estos pobres apenas iban a cruzar el desierto más grande de México, con ese calor insoportable ahí dentro, y esa mecedera que causaba se revolviera la pansa y que a veces tenías que aventar lo que te habías comido, abriendo la ventanilla llena de polvo ya oxidada, pues por donde más. Al anochecer el calor seguía, al amanecer ya el día se contemplaba caliente. ¿Dónde quedaron aquellas mañanas frescas y hermosas?

    Al medio día, el desierto de Chihuahua parecía que temblaba; a lo lejos se miraba como un no sé qué, que al parecer temblaba y temblaba, era el efecto del calor sobre la tierra árida y reseca de seguro repleta de alimañas ponzoñosas escondidas debajo de piedras y arbustos espinosos.

    Ahora si ya podían saber o apenas comenzaban a darse cuenta lo que costaba ganarse los dólares, y eso que todavía no cruzaban la raya; esa línea que dividiría dos países, uno de un lado de esa línea, rico el otro del lado contrario, para muchos, pobre. Y es que, para muchos, México es un país pobre y no queda de otra que alejarse de él, con un nudo en la garganta para así mejorar un poco las condiciones de vida de familias enteras.

    Para la gran mayoría México es un país pobre y así se interpreta, sin embargo, estudiarlo y conocerlo mejor muestra otro ángulo otra perspectiva. México es un país petrolero y eso significa muchísimo, tiene una gran extensión territorial, puertos marítimos, hermosas zonas turísticas, rico en minerales, zonas arqueológicas, hay pesca, enormes zonas forestales y mucho más en otros aspectos que generan enormes ganancias económicas al país. Entonces, ¿por qué ante los ojos del mundo se mira como un país tercermundista? El hecho de que solo algunos acaparen todas las riquezas de este país, valiéndose de artimañas e influencias entre los de arriba que se llenaron aún más sus bolsillos del dinero que a todo un país le corresponde, no quiere decir que este pueblo es pobre. Lo que, si es, es que toda esa riqueza está mal distribuida. La riqueza de México que le pertenece a cada ciudadano de esa nación no llega a la gran mayoría de ellos. Por eso nos alejamos de nuestra patria, para buscar lo que no podemos tener y nos corresponde, por eso es que nos alejamos de nuestras familias para que llegue un sustento que en nuestra tierra es difícil conseguir, aunque esto cueste lágrimas, sudor y en ocasiones la desintegración de ellas mismas. Pero al cruzar ese muro, ese río, esa línea; es otro mundo, otra lengua, otro modo de pensar. Eso era lo que algunos del grupo de braceros todavía no sabía.

    ¿Cómo iban a hablar con los que les iban a dar el trabajo?

    ¿Cómo se comunicarían para saber que sueldo obtendrían por su trabajo?

    Otros iban a hablar por ellos; ahí nuevamente se volvería a notar la ignorancia, por la que, en nuestro propio país, los más vivos se aprovecharían sacando provecho de ello, fregando al más chingado y aún más poniendo obstáculos para no avanzar y adquirir mejores condiciones de vida o un mejor aprendizaje. Por eso es que estamos así, desde tiempos pasados; porque en vez de ayudarnos a levantarnos, nos pisamos para que vayamos todavía más hacia abajo. A esto se le llama egoísmo y esto ya es hora de cambiarlo. El camión se acercaba cada vez más a la frontera entre el ardiente sol, que empapaba de sofocante calor al enorme desierto dorado y árido, que al parecer nunca terminaría, la sed se hacía aún más intensa debido a las altas temperaturas de la zona desértica dentro del rústico medio de transporte de esos tiempos, y nuevamente los recuerdos llegaban con más nostalgia. Como se añoraba, ahí dentro de ese camión, un jarro de agua fresca del pozo; no importaba que este estuviera roto de un lado y que ya estuviera viejo y feo.

    La poca agua que algunos aún conservaban en botellas estaba como caldo y ya sabía mal. Bajarse en la siguiente central camionera no cambiaba mucho la situación, el agua era igual, caliente y mala, el desierto y el calor eran el mismo.

    El cansancio por el largo viaje ya se notaba en los pies ya hinchados y adormidos; de cualquier manera, se sentía la sensación desesperada de salir de aquel cajón con ruedas, abrir la puerta, sentir el aire fresco y correr con los brazos abiertos respirando profundamente, como queriéndose acabar todo el aire.

    Pero no, en cada estación, en cada parada: calor, calor y más calor.

    —¿Y la comida?

    Los tacos de frijoles ya desde cuando se habían terminado y si por si acaso quedaba alguno, los frijoles ya estaban agrios, duros y acedos, bueno la tortilla más dura que el sololoy; ni modo, si hay que comerlos así, pues ya no había o quedaba más que comer, además del pinole que por suerte también quita el hambre. El pinole aquel alimento hecho también de maíz molido y condimentado con chocolate, cacahuates, cáscaras secas de naranja, azúcar, y otros ingredientes añadidos en combinación como la canela y más, era para el grupo la única opción de saciar el hambre en esa larga y cansada travesía.

    —Ojalá y ya lleguemos a ver que nos dan de comer. No faltó uno de los que ya había estado con anterioridad en la misma experiencia.

    Y respondió:

    —Arroz con gusanos, eso nos dieron la otra vez. Por lo pronto y ahora seguirían comiendo pinole; no quitaba del todo el hambre, pero al menos abría para lo que quedaba del camino, pues duraba más sin echarse a perder, y la verdad ya no había dinero para comprar más víveres en la siguiente parada. Pos de onde, pues. El autobús repleto de gente. En cada parada más gente era la que subía que la que bajaba, ni modo, así se viaja en nuestro México.

    —Ah, qué gentío pos, ¿qué todos irán pa’llá?

    La mayoría de esa gente, jóvenes, muchachos en su mayoría entre los dieciocho y treinta y pico de años, todos buenos para el trabajo y de seguro los mejores en los campos de cultivo; como seleccionados, listos para levantar el trabajo de una nación, listos para hacer que otros se levantaran el cuello a costa del esfuerzo y el sudor del más jodido.

    Bueno todo esto gracias a los acuerdos y las negociaciones entre los dos países y que al parecer beneficiaría a las dos naciones.

    ¿Por qué los camiones iban tan llenos de gente, al parecer con la misma meta?

    ¿De verdad los mexicanos serían o siguen siendo tan buenos para trabajar?

    La franja fronteriza ya estaba cerca: La emoción, la euforia, la curiosidad y la desesperación o la desesperante idea de bajarse al fin del bote con ruedas se notaba en todos; el calor ahí dentro era sofocante y mal oliente y se sentía la desesperación de que se abriera esa puerta y salir para respirar aire limpio y fresco a todo pulmón: Bueno al menos eso era lo que más se anhelaba en todos los que iban ahí amontonados; enfadados y cansados por la enorme travesía de casi medio país.

    El autobús como que comenzó a disminuir su velocidad, los que iban dormidos también lo notaron y abrieron los ojos como queriendo ver donde pararía por fin esa máquina ruidosa y con ruedas que parecía no estar cansada y querer seguir siempre hacia delante; pero no, por fin parecía que ya se detenía y la multitud ya no podía esperar. Los que estaban sentados junto a las ventanas miraban emocionados hacía fuera a través del empolvado vidrio; los que no estaban cerca casi se subían sobre la gente para ver que había afuera, y sí; afuera ya se podía mirar a diferentes tipos de personas que de seguro ahí desempeñaban sus labores entre turistas, viajeros y lugareños. Desde adentro se podía mirar: Puestos que de seguro algunos venderían comida, individuos moviéndose de un lado a otro como si no encontraran su lugar, así es la vida en las grandes ciudades y más en las fronteras, chicos vendiendo periódicos, una y muchas señoras con canastas tal vez vendiendo gorditas o tacos, a lo mejor elotes de esos con chile sal y limón; mucho movimiento, mucho comercio, que ganas de traer dinero y al bajar buscar a la señora del canasto más grande y preguntarle que vende y así comprar esos tacos ya de seguro sudados bajo la servilleta con que iban cubiertos; pero pos con qué, si apenas llegamos.

    El enorme autobús por fin se detuvo, y todos ya de pie amontonados, entre empujones y malayas ya querían salir. La puerta fue abierta y el chófer esta vez respiró profundo estirándose un poco para luego decir con voz medio cansada medio satisfecha señores pasajeros llegamos a la frontera.

    La puerta ya abierta parecía pequeña para que todo aquel grupo viajero saliera. Qué curioso, al abrirse esa puerta no entró ese aire fresco tan esperado por todos, nunca entró:

    —¿Será por el mendigo montón de gente que no deja que entre el aire?

    —Está igual de sofocado.

    Que desilusión; al brincar hacia fuera para recibir ese viento

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