UN AÑO SABÁTICO
ace aproximadamente año y medio dejé mi glamuroso y bien pagado trabajo como editora de una revista, donde no sólo tenía libertad creativa, sino un amplio presupuesto con el que podía darle vida a mis ideas. Le dije sin un plan en particular, sólo un enorme e instintivo deseo de ser libre y una vaga noción de tal vez convertirme en una tejedora de canastas (sí, leíste bien). Después de apegarme por medio siglo a las pasando de un tormentoso amor a otro, sino una mujer de 53 años que le gusta la jardinería, vive en el centro de Manhattan con su esposo y dos hijos, y ha pasado su vida laboral en la industria editorial. Terminamos en un ambiente muy específico. Pero qué sucede si, cuando llegamos a cierta edad de madurez, podemos volver a tener un mundo de posibilidades. Con los años hemos eliminado opciones metafóricas. Sabemos lo que nos da felicidad y lo que nos molesta. Somos más seguras, menos tontas y tal vez un poco más ricas que en nuestra juventud. El mundo del otro lado es éste: definitivamente puedes comenzar una nueva ruta o conquistar nuevas fronteras. Esto podrá sonar como un misticismo alocado, pero las puertas que se te presentan son aquellas que puedes abrir por tu cuenta. Puedes ser capaz de atravesar cielos o derrumbar paredes, pero si estás envuelta en las nociones convencionales de estatus y éxito (con un deseo de alcanzar la fama o estar en tendencia, o ganar más dinero) un cambio de 180 grados tal vez no sea la mejor idea. Pero si buscas algo más de los beneficios de un año sabático, es tu vida, hazlo. Un cálculo rápido de los costos: las invitaciones a fiestas y reuniones cesaron con una eficiencia descarada. Mi cuenta bancaria llegó a ceros mucho más rápido de lo que pensé (gracias, esposo, y papá, a quienes busqué con estos problemas por primera vez en 20 años). Y ahora trabajo para personas que solían hacerlo para mí. Aunque frecuentemente me pregunto: “¿Qué demonios estoy haciendo?”. Cedo ante mi primera noción de haber dejado las revistas para convertirme en una tejedora de canastas, sembrando y cosechando mis propios sauces y pasando mis días a solas en un establo; durante el año y medio pasado había incursionado en aprender las técnicas de cestería, tapices, tejido, creación de fragancias, escobas y tintes naturales. Ha sido extremadamente revelador (en parte porque mi ignorancia era vasta. En realidad no sabía cómo la lana de oveja se convertía en un suéter). Aunque aprendí mucho, un diletante de muchas habilidades es, por supuesto, un maestro de la nada. También he viajado a pueblos y ciudades en países que nunca había visitado (y a sitios de mi propia nación) y me he sorprendido por la diversidad de vidas y culturas aún admirablemente existentes, y por las personas que se han cruzado en mi camino, artesanos quienes, a través de decisión propia o no, hacen objetos excepcionales día tras día. He logrado apreciar la manera en que estos objetos son inseparables de las comunidades y culturas donde fueron creados, donde se adaptan o desaparecen simultáneamente. Tener la oportunidad de regresar y comenzar de nuevo un recorrido que no había explorado es un reinicio existencial, es un lujo, un trayecto de Primer Mundo-aunque no es uno con pavimento dorado-y sólo está disponible para unos cuantos afortunados. Pero si puedes soportar bolsillos más vacíos, tu inasistencia a cenas y cocteles y el abandono de las personas, porque ya no les eres útil, entonces puedes tomarte tu tiempo. Y en realidad hay una inigualable recompensa.
