De Mis Raíces Mayas: "Venancio Y Otros Relatos"
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Incluye otros relatos como Tina Ox, una hermosa historia de amor platnico que se hace realidad. El silbido, Maria la Tucha, Crisanto Balam, El camarn y el da en que san dieguito llor, son relatos que abordan diferentes facetas de la convivencia humana, desde la religin, los espritus y el destino que a todos nos alcanza.
Margarita Pacheco Cano
Margarita Pacheco Cano Margarita Pacheco Cano de Hernández nace el 10 de junio de 1931 en la ciudad de Méricida, Yucatán. Casada con el profesor Santiago Hernáandez y Lizarraga y madre de ocho hijos: Sergio Enrique, Neddy Roselia, Ivan Alejandro, Fanny del Rosario, Eugenia Margarita, Ileana Gabriela, Santiago y Marco Vinicio. Hizo sus estudios en la Universidad de Yucatán, en la facultad de Derecho, donde obtuvo su pasantía. Su labor periodística se ha destacado en los siguientes aspectos: fue fundadora de la revista “El Paladin” primera revista universitaria; articulista de planta en el diario “Novedades de Yucatán” de 1968 a 1982, colaboradora de “ENFOQUE” con la que inicio su actividad Periodística en Quintana Roo, en 1967 directora de “Avance del Caribe” periódico diario de Quintana Roo, en 1971 directora de la revista “Integración de Sureste” de 1973 a 1982 directora de información de la revista “Agenda Peninsular” y directora de “Agenda Peninsular” de 1982 a 2004. Ha ganado varios premios como son: El primer lugar de certamen nacional “Sor Inés de la Cruz” organizado por la revista “Mujeres” con el cuento “Maria Teresa” en 1972; el primer lugar en el certamen nacional de literatura infantil con el libro de teatro escolar “La Princesa de los Ojos Color de Mar” en 1987; el segundo lugar en el mismo certamen en 1990; considerada dentro de la Antología de autores yucatecos (Cuento), de la profesora Nidia Esther Rosado; considerada en la compilación de poetas quintanarroenses “Recuento de Voces” del Prof. Ivan Suárez Caamal, en 1985. Primer lugar certamen de publicación de libros Domingo Arguello en 2009; premio estatal de periodismo Los libros que ha publicado son: “Quintana Roo, Estado Libre y Soberano” en 1975; “La Jaula” en 1976 “Monografiya de Cordemex” en 1972 “Monografiya de la Universidad de Yucatán” en 1976 “Teatro Escolar” en 1978 “El Mágico Mundo de las Letras” lectura para preescolar en 1979 “Verdad Locura y un poco de buen Humor”, cuentos en 1980 “Quintana Roo en la Ruta del Futuro” en 1980 “La Raza Abuela” lectura para Primaria en 1980; “LA Princesa de los Ojos Color de Mar” teatro escolar en 1987; “El Caracolito que queria ser Flor” en 1982; “Cerca de un Manantial” en 2001 coodinadora en la publicación del “Libro EAS (Empresas de Agua y Sanamiento de Mexico A.C.) En 1992 “La Jaula” en 2009 “Venancio y Otros Relatos” en 2009 “La Pequeña Li” en 2012 “Breve Poemario Sed de Eternidad” en 2012. Su Pensamiento quedo inscrito en la memoria histórica del santuario de la esperanza el 21 de diciembre del 2012.
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De Mis Raíces Mayas - Margarita Pacheco Cano
Copyright © 2016 por Margarita Pacheco Cano.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2015918751
ISBN: Tapa Dura 978-1-5065-0789-7
Tapa Blanda 978-1-5065-0834-4
Libro Electrónico 978-1-5065-0833-7
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 30/12/2015
Palibrio
1663 Liberty Drive
Suite 200
Bloomington, IN 47403
Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847
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Desde otro país al +1.812.671.9757
Fax: 01.812.355.1576
718503
Contents
Prologo
Venancio
I El origen
II La hija del gachupín
III La salvación
IV Basilia
V Calzones mojados
VI El huay-toro
VII La justicia de Venancio
VIII En la otra orilla
Tina Ox
El silbido
María la tucha
Crisanto Balam
El Camarón
El día que lloró San Dieguito
Margarita Pacheco Cano
Prologo
De mis raíces mayas… Venancio y otros relatos, es un libro que describe en forma sencilla y costumbrista, la esencia antropológica de los hombres y mujeres de la península de Yucatán a principios del siglo XX.
Modos de comportamiento desarrollados en ambientes de la colonia nos muestra la calidez, timidez y fuerza de la cultura que se amalgama con el carácter de mis raíces mayas. Sus creencias y supersticiones envueltas en el diario trajín de un inevitable destino ante el cuál no se puede hacer nada, culturalmente resignados a aceptar.
"… ésta es nuestra tierra; aquí crecimos, aquí enterramos a nuestra santa madre y a nuestro padre y aquí queremos que nos entierren nuestros hijos.
_Yo no quiero pensar en mi entierro; sólo en mi vida. Quiero vivirla y aquí nos estamos muriendo poco a poco."
Era el bisabuelo de mi madre, mi tatarabuelo, y que bueno que decidió empujar y cambiar su destino y su tierra natal para irse a la capital Yucateca, a la blanca Mérida, para que en mis venas corriera sangre maya y española. Soy mestiza. ¿Y el carácter? ¿Permanece acaso la fuerza de mis raíces mayas? No lo sé con certeza, pero mi madre vibraba de energía, era enérgica, brillante, fuerte, con una mente clara y la virtud de la elocuencia…
De mis raíces mayas… Venancio y otros relatos es un libro ganador del premio Juan Domingo Argüelles y forma parte de la colección Letras del Caribe Mexicano, y fue editado por primera vez por el Gobierno de Quintana Roo y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) México en el 2011.
Lic. Eugenia Margarita Hernández pacheco
Venancio
I
El origen
Había sido un año especialmente duro; primero la sequía y después la langosta; las milpas se perdieron otra vez y el ganado flaco se moría en el monte.
Venancio era hombre de trabajo. Con el vigor de sus treinta y cinco años luchaba contra la naturaleza hosca que parecía querer destruirlo. De su semblante había huido la risa, y la piel de su rostro, reseca y quebradiza, era reflejo de aquella tierra castigada con saña por el sol.
Mientras volvía del pueblo, fatigado y sudoroso, a lomo de la vieja mula que lo llevaba al paso de regreso al rancho, Venancio se perdía en el laberinto gris de sus pensamientos.
Toditita la milpa perdida… todita. Lo que nos dejó la seca se lo comió la langosta… En menos de dos meses no tendré maíz ni para las gallinas… y Jacinta se muere… Ora sí que se me muere… Lo sé… Con todo este sabucán de remedios y la fiebre no se va… Es como si estuviera maldito… Doce años con mujer y ni siquiera un hijo que me enraíce a la vida… ¡Pobre Jacinta! No sé qué la consume más, si la enfermedad, la miseria o la vergüenza por su matriz seca desde siempre… Pero no me engañó… Sólo no lo sabía… Cuántas veces no la vi beber jícaras y más jícaras de tizana amarga que le preparaba Xtina para curarle el pasmo… hasta le traje a la comadrona de Tekit para que la sobe y le dé sus polvos de cola de cascabel… un año… todo un año cada mes iba a buscarla… pero yo estoy maldito. Años queriendo un hijo, años pidiendo un hijo, años exigiendo un hijo… ¡pero estoy maldito!… ¿Por qué sólo ella no puede parir cuando pueden parir todas las hembras?… las puercas, las perras, las cabras… y todas las demás mujeres de todos los ranchos… todas pueden parir… Todas las hembras menos Jacinta… Después la agarró la tisis y hasta la esperanza se perdió como si también la hubiera devorado la langosta… Mi hermano Marcos ya va a leñar con sus hijos varones; su mujer Filomena, de siete sólo le dio dos varones… Y Rodrigo, ése sí que tuvo suerte; de nueve, siete son varones y todos fuertes… barrigones y lombricientos… yo me hubiera conformado con una hembrita…pero está visto que estoy maldito…
El ladrido de los perros anunció la cercanía de su destino. A menos de cien metros se veía el jacal abandonado. Unas cuantas gallinas rascaban el polvo en busca de algún insecto para tragar. Ni hierbabuena ni ruda ni mejorana. Ni una sola maceta que testimonie la presencia de una mujer. Junto al pozo un pequeño bebedero con agua para los animales y sobre el brocal una lata habilitada como cubeta.
Venancio no hizo movimiento alguno; continuaba ensimismado y la mula, identificada plenamente con el amo, ni siquiera aligeró el paso, indiferente a los ladridos y carreras de los perros. De pronto algo llamó la atención del hombre y contuvo el aliento. En la parte trasera del jacal el fogón estaba apagado. Ni un solo leño estaba cerca, como si en todo el día nadie hubiera encendido el fogón.
Sacudió las piernas sobre los costados de la mula y el animal salió al trote. Desmontó frente al jacal y entró haciendo a un lado a los tres perros que le cerraban el paso. Jacinta no estaba en su hamaca.
La llamó varias veces. A pesar de la tos y la fiebre ella acostumbraba levantarse y hasta cocinar sus alimentos. La buscó por el patio, los gallineros, por todas partes, sin encontrarla.
Dejó el jacal y se dirigió a la casa de su hermano Marcos, a unos cincuenta metros de distancia, Concha, su sobrina de apenas ocho años de edad, le dijo:
_Tía Jacinta se puso muy mala y mi mama la llevó con Xtina… uuh… desde tempranito… Después mi papa fue al pueblo pa´ver si trae al señor cura.
Al señor cura –pensó Venancio-, entonces sí que se muere Jacinta y me quedo solo como un perro en medio de este monte poblado de kizines…
Nada dijo. Miró intensamente a su sobrina, como queriendo cincelar su imagen en su memoria, y se alejó, ligero, en dirección a la choza de la curandera.
_El señor cura no pudo venir –le dijo Marcos saliéndole al encuentro- pero me dio bastante agua bendita. Filomena le está rezando los credos y le pone cruces en la frente, el pecho y las manos.
_Nada puede hacerse –agregó Rodrigo, su otro hermano-.
Hace horas que está en agonía. Tal vez te espera.
Venancio entró y los ojos de la enferma se abrieron. Siete velas alumbraban su lecho y junto a ella Xtina, con el guano bendito, y Filomena, con la botella de agua, la santiguaban rezando.
Venancio se acercó y las mujeres se hicieron a un lado. Temblaron los labios de Jacinta, y una de sus manos, que descansaban en cruz sobre su pecho, se levantó unos centímetros en busca de la caricia de su esposo.
El hombre tomó entre las suyas la mano pálida y muy fría y, como si sólo esperaba este momento, la muerte extendió sus alas cubriendo con su sombra fatal toda la estancia.
_Ya descansó –dijo Xtina-. ¡Dios la tenga en su gloria!
_Amén –respondió Filomena.
Venancio cerró los ojos de Jacinta y salió del jacal.
_Quiero una pala –dijo a sus hermanos.
_Ya cavamos la tumba -contestó Rodrigo.
_Allá detrás de la huerta, cerca de la de nuestros padres –agregó Marcos.
_Entonces voy por Jacinta; quiero ir solo.
_Bueno. Te esperamos en mi casa –dijo Marcos-, y llamó a su mujer para volver, sin dolor y sin prisa, al trajín del rancho.
&&
Era de noche cuando Venancio llegó a la casa de su hermano Marcos. Allá estaba Rodrigo. Filomena le ofreció una taza de frijoles negros hervidos y una tajada de saladura de carne de cerdo asada, mientras se calentaban sobre las brasas las tortillas de maíz para acompañar la vianda.
Venancio comió con buen apetito. Después, sentándose a horcajadas sobre una hamaca, lo dijo.
_Don Jesús nos compra el rancho. Hoy le hablé en el pueblo y está dispuesto.
Los dos hermanos, que permanecían sentados en butaques de piel de venado, fumando silenciosamente, se enderezaron y casi al mismo tiempo respondieron:
_Yo no vendo.
Marcos, el mayor, habló despacio.
_Ya sabes; ésta es nuestra tierra; aquí crecimos, aquí enterramos a nuestra santa madre y a nuestro padre y aquí queremos que nos entierren nuestros hijos.
_Yo no quiero pensar en mi entierro; sólo en mi vida. Quiero vivirla y aquí nos estamos muriendo poco