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Tiempo En El Monte
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Libro electrónico239 páginas3 horas

Tiempo En El Monte

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Para Lorenzo se convierte en una obsesin descubrir la verdad sobre la desaparicin de la mujer, que bautiza como Lucy.
Todo el libro es sobre la informacin que va obteniendo dificultosamente por los aos transcurridos, con la ayuda ocasional, no siempre muy bien dispuesta, de su pareja. Con eso va armando un castillo de naipes que explica en buena medida la trgica historia de Lucy. Incluso tiene un sueo en que una mujer lo mira con cara de splica, que l interpreta como un ruego de la mujer, desde el ms all, para que descubra su verdad.
Cuando casi todo pareca estar aclarado, aparece un personaje con una confesin que hace que se derrumbe el castillo de naipes y se produzca un vuelco total en la historia.
IdiomaEspañol
EditorialXlibris US
Fecha de lanzamiento5 oct 2017
ISBN9781543456165
Tiempo En El Monte
Autor

Jorge Galbiati

Nació en Valparaíso, Chile. Profesor del Instituto de Estadística de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Obtuvo un doctorado en Estadística en la University of Iowa. Ha participado en varios proyectos de investigación en temas de Estadística, que han generado publicaciones en revistas científicas. Ha publicado dos libros técnicos. Como profesor universitario ha generado abundancia de material didáctico. Gran parte de este material se encuentra disponible para uso público en www.jorgegalbiati.cl, gratuito y en español. Fundador y Director de la revista digital "Letra Media", www.letramedia.cl, de entretención y cultura. En 2015 publicó la novela "El sol sale dos veces".

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    Tiempo En El Monte - Jorge Galbiati

    1

    El sendero del monte

    Era la hora décima más treinta minutos cuando la pareja se detuvo a descansar después de haber caminado durante una hora cerro arriba. El sendero serpenteaba entre árboles y arbustos, subiendo suavemente con algunos escasos tramos cortos en que dejaba de subir, proporcionando alivio a los caminantes. En uno de estos tramos se habían detenido. Se sentaron en unas piedras para evitar la tierra húmeda, se despojaron de las pequeñas mochilas que cargaban y las dejaron sobre unos manchones de pasto. Casi todo el camino estaba bajo la sombra de árboles viejos con múltiples troncos cubiertos de musgo. La tierra en que estaban nunca recibía los rayos del sol. El lugar estaba sembrado de matorrales que impedían ver más allá de unos pocos metros. El sendero estaba desgastado por el paso de gente que, durante décadas, lo usaba para subir a la cumbre del monte. Esta se hallaba a unos mil metros de altura, no era una gran altura, no había que escalar, sólo constituía un buen lugar para un día de paseo al aire libre, y una oportunidad para hacer ejercicio. Se habían topado con varios grupos de gente que, como ellos, subían el monte. Como los dos eran de caminar rápido y se encontraban en buen estado físico, subían con mayor velocidad que los demás e invariablemente adelantaban a cada grupo con que se encontraban, mientras les dirigían un breve saludo. Este era el primer descanso, desde que emprendieron el ascenso. Habían dejado el auto estacionado en el punto en que comenzaba el sendero, que los paseantes conocían como el ascensor.

    Es el mes de mayo de 2015.

    Lorenzo, que así se llamaba él, estaba sentado frente a su pareja, Flavia. Permanecieron callados mientras reponían fuerzas. La subida no era muy pronunciada, pero su caminar acelerado los tenía extenuados. Estaban casi a la mitad de camino desde el inicio del sendero y la cumbre. El suelo sembrado de bostas evidenciaba que ese lugar era usado por vacunos que merodeaban por el cerro, para aliviar el intestino. Sus dueños los dejaban sueltos en el monte durante gran parte del año para que pastaran libremente. Sabían que no se alejarían mucho. Cuando deseaban recuperarlos subían en grupos y permanecían algunos días reuniéndolos. Los reconocían por las marcas.

    La técnica que usaban era lanzar unos gritos cortos y agudos. Los animales ya habían sido laceados antes así que asociaban esos gritos con el lazo alrededor del cuello. Esa experiencia desagradable los hacía correr para alejarse. Pero al hacerlo movían los arbustos y de esta manera los hombres podían encontrarlos fácilmente. Piedras colocadas en pequeños círculos, ennegrecidas por el humo, eran testigos de las noches de tertulia, risas y libaciones de estos grupos de hombres curtidos por el trabajo, reuniendo a sus animales. Seguramente olían como las bestias que poseían, fue un pensamiento furtivo que cruzó la mente de Lorenzo. Miró a Flavia y le dirigió una sonrisa, que ella le correspondió alargándole el brazo para que él hiciera los suyo y le tomara la mano. Así estuvieron unos minutos hasta que el cansancio les hizo soltarse. Lorenzo se entretenía haciendo un surco en la tierra húmeda con el taco de uno de sus bototos. Se topó con algo duro, que parecía ser una piedra. Siguió escarbando alrededor.

    - ¿Vas a querer un sándwich? – preguntó Flavia, en un tono suave, casi maternal.

    - No gracias, mi amor. Dejémoslos para más tarde.

    Lorenzo la miraba con una mirada que delataba el amor que sentía por ella.

    - Lo que sí quiero es un trago de agua – continuó, mientras alcanzaba su mochila -. ¿Y tú?

    - También. Los comestibles los dejaría para la cumbre.

    Lo comestibles consistían en sándwiches, una manzana y un plátano para cada uno, una barra chocolate y unos quequitos dulces.

    Ella se paró, se acercó, se puso en cuclillas y lo abrazó. El estaba ocupado rascando la tierra con una rama que encontró, alrededor del objeto que había encontrado enterrado. Soltó la rama y le tomó la cintura. Así estuvieron un buen rato.

    En eso estaban cuando llegó uno de los grupos que habían adelantado. Eran tres varones y dos muchachas, uno de ellos bastante más joven que los otros cuatro, como un adolescente.

    Se dirigieron algunos hola sin detenerse.

    Flavia se había separado de su pareja cuando sintió que se acercaban. Lorenzo cogió la rama y reanudó su trabajo de tratar de descubrir qué era el objeto enterrado.

    - Mira lo que encontré - exclamó, mientras lo extraía dificultosamente de la tierra. Era un pequeño objeto metálico, totalmente oxidado.

    - ¿Qué encontraste?

    - Esto – respondió mientras lo levantaba en el aire y se lo exhibía a la joven.

    - ¿Y qué es?

    - No tengo idea.

    - Parece la hebilla de un cinturón.

    El objeto era una lámina metálica alargada, de unos cinco centímetros de largo, con ocho lados. Los lados más largos exhibían una ligera curvatura hacia adentro. Los extremos estaban curvados en la forma de semicírculos. Al centro había un pequeño agujero. Estaba totalmente oxidado y tenía unos granitos de arena adheridos en los huecos de las partes curvadas.

    Viendo que Flavia no lo tomaba, Lorenzo se lo acercó y se quedó mirándolo un buen rato. Se preguntaba qué podría haber sido ese trozo de metal oxidado de forma tan extraña. De quién habrá sido que lo dejó olvidado en ese apartado lugar. ¿Cuánto tiempo habrá permanecido allí hasta que uno de sus pies fue a dar con él? ¿Lo habrá echado de menos su dueño o dueña, cuando dejó de estar en su poder para quedar botado a la vera del camino?

    - ¿Lorenzo?

    - ¿Qué?

    - Es que creí que te estabas quedando dormido con los ojos abiertos y la vista fija en ese objeto.

    - Pero es fascinante, ¿no te parece? - respondió Lorenzo, como para sí mismo.

    - Si. Pero, ¿qué le encuentras que sea tan especial?

    - Piensa cuánta historia tiene este sencillo pedazo de metal. Porque se ve que es viejísimo.

    - Se ve que es viejo - respondió Flavia, sorprendida por el interés que demostraba Lorenzo por ese fierro oxidado.

    - ¿De quién habrá sido? ¿Cómo vino a dar aquí? ¿Te has hecho esa pregunta, Flavia?

    - Nunca lo vamos a saber.

    - Eso es lo que me angustia.

    - Pero - siguió Flavia, hizo una pausa como para pensar y prosiguió -, ¿es tan importante?

    Me apena pensar que fue de alguien y que tal vez era algo muy querido para él o ella. Seguramente lo echó de menos cuando lo perdió. ¿Habrá algo del espíritu de esa persona en este objeto? ¿Sería hombre o mujer?

    - Quien sabe - respondió ella con una sonrisa compasiva.

    Lorenzo pareció volver en sí. Se incorporó, sacó una botella con agua de su mochila, la abrió y tomó un trago.

    - Ya es hora que sigamos, o no vamos a llegar a ninguna parte - dijo, mientras se echaba el objeto en el bolsillo trasero, en forma despreocupada.

    Se pusieron sus mochilas a sus espalda y reanudaron el ascenso. Al dar la vuelta por una curva en una parte estrecha del sendero, rodeado de arbustos que tapaban la visión, se encontraron a boca de jarro con una vaca que descendía. Se llevaron un gran susto al verse a pocos metros de la cabeza enorme del animal con sus amenazadores cachos. La vaca, poco acostumbrada al contacto con humanos, también se llevo un susto, y se apartó del sendero, emprendiéndolas por un pequeño espacio entre los arbustos. Todo el matorraje se estremeció mientras la vaca desaparecía en él, entre la bulla de ramas que se quebraban. Parecía como que se desbarrancaba cerro abajo. Una vez recuperados, los dos jóvenes se miraron con cara de sorprendidos y después de unos segundos se echaron a reír.

    - Tan ágil, la vaca.

    Después de una media hora salieron a un claro. Desde ahí hacia arriba había mucho menos vegetación. Sabían que esta sería la etapa más pesada del ascenso, pues además de que estarían expuestos al sol, el sendero entraba a la parte con la pendiente más pronunciada. Les faltaba una hora aún.

    La última mitad fue la peor parte, pues debían trepar grandes rocas. Durante todo este trayecto parecía que el final estaba a unos diez metro más arriba. Pero al llegar, dificultosamente, aparecía otro tramo, otros diez metros que debían subir.

    Finalmente, extenuados pero con gran júbilo, llegaron a la cumbre. Era un espacio semicircular de unos veinte metros de diámetro sembrado de grandes rocas. No había un sólo espacio de tierra, ninguna planta ni arbusto, sólo piedras y más piedras. En la parte interior del semicírculo había un gran barranco, con una caída de más de cien metros.

    Apenas llegaron ambos se dejaron caer al suelo para tratar de recuperar sus fuerzas. Estuvieron así unos quince minutos, sin emitir palabra, hasta que Lorenzo comenzó a incorporarse lentamente. Cogió unas piedrecitas pequeñas y comenzó a lanzárselas a los pies de Flavia, que parecía haberse quedado dormida. Ella abrió los ojos y respondió haciendo lo propio. Lorenzo, para evitar las piedras, se alejó en dirección al punto más alto. Este era una roca enorme, que tenía un descanso y una punta en un lado, donde podía pararse una persona. Era el lugar más alto donde podría estar. Allí se paró Lorenzo y llamó a Flavia. Ella se acercó, trepó la piedra y con ayuda de su pareja subió donde estaba él. Los dos, haciendo equilibrio en el estrecho espacio en que estaban parados, se dieron un abrazo y luego alzaron sus brazos apuntando sus manos hacia el cielo.

    2

    El encuentro

    Dos meses antes de los hechos relatados en el capítulo anterior. Lorenzo se dirigió a casa de su amigo Claudio. Dos semanas atrás lo había invitado a una fiesta que daría con motivo de su cumpleaños. No era muy aficionado a las fiestas. Vienen muy pocas personas le había dicho Claudio. No de muy buen ánimo accedió a ir. Ahora, que llegó el día, estaba un poco arrepentido de haber accedido a la invitación.

    Tocó el timbre y salió Claudio a abrirle la puerta. Al hacerlo, un ruido de música y voces envolvió el ambiente. Había una diez personas de ambos sexos, algunas conocidos de Lorenzo, otros no. Entre estas últimas, una joven de pelo oscuro y ojos grandes llamó su atención.

    La joven inicialmente también pareció fijarse en Lorenzo, aunque luego fingió ignorarlo. ¿Quien será este? pensó. Conocía a Claudio hacía mucho tiempo, pero nunca se había topado con este amigo de él, que se veía simpático y nada de mal parecido.

    Lorenzo era un muchacho cuya edad bordeaba los treinta años. Era de mediana estatura, delgado, abundante pelo trigueño, cutis ligeramente mate. Tenía una nariz bien proporcionada, cejas finas muy arqueadas, ojos café claro. Su boca era un poco grande, tenía los labios relativamente gruesos. Era bastante locuaz, simpático, algo bromista, aunque no gustaba ser el centro de la atención de los asistentes. Muy caballero y atento a prestar ayuda a los demás, tal vez de manera un poco exagerada.

    La joven, por otro lado, tenía aspecto muy fino, de hablar despacio y generalmente a media voz. Su piel era muy blanca, contrastaba con su pelo negro, que llevaba suelto, casual. Sus ojos eran oscuros y grandes, tenía la boca bien proporcionada, los labios carnosos, cuando hablaba dejaba ver unos hermosos dientes entre los que destacaban dos grandes incisivos. Era una hermosa muchacha que no pasaba inadvertida. Usaba ropa colorida, algo suelta, con un toque artesanal que la hacía destacarse más aún en el grupo, cuyos integrantes se veían más tradicionales.

    entre los invitados estaba un joven delgado, de pelo castaño, ojos rasgados, mediana estatura, con ascendencia alemana, de nombre Baldur. Era amigo de Lorenzo y del dueño de casa, Claudio. Se acercó a mano dio unas palmadas en la espalda, sonriéndole en forma socarrona.

    - ¿Cómo estás, Lorenzo, hombre? Tanto tiempo sin verte. ¿En qué has andado, últimamente?

    Mientras decía esto meneaba la cabeza de arriba abajo. Era dado a bromear. Tenía una tendencia a tomarle el pelo a las personas. Nunca se sabía si lo que decía era en serio o estaba bromeando. Agregó:

    - Nada bueno, seguramente - agregó, mientras reanudaba los palmoteos en la espalda de su amigo.

    Lorenzo ignoró sus comentario.

    -¿Quien es la niña que está sentada ahí, en la orilla del sofá? – preguntó en voz baja a Baldur, tratando de parecer como que la pregunta no tenía ninguna importancia.

    -Flavia.

    Lorenzo puso una cara absolutamente neutra, mientras buscaba una estrategia a seguir para acercarse y entablar una conversación con la joven.

    - ¿Quieres conocerla? – se adelantó Claudio.

    Estee..No.

    - ¡Flavia! – exclamó con voz fuerte, que hizo que todos callaran y enfocaran la vista en él -. Te presento a mi amigo Lorenzo.

    Todas las miradas convergieron en el aludido. La joven le ofreció una cálida sonrisa que reveló sus hermosos dientes.

    Lorenzo, confundido e incómodo por la situación, se acercó tímidamente mientras sentía cómo su amigo lo empujado. En el momento siguiente tenía la suave y tibia mano de la joven en la suya. Ella se estiró un poco para recibir el beso que Lorenzo no se atrevió a dar. De a poco todos habían vuelto a lo suyo y desviaron su atención del encuentro.

    Había una silla desocupada al lado de Flavia, que él decidió ocupar después de dudar durante unos instantes. Ella se olvidó de los que estaban a su lado y con los que había estado conversando para centrarse en Lorenzo, quien, ya más relajado, inició una conversación intrascendental.

    - ¿Hace mucho tiempo que conoces a Claudio?

    - No.

    De esta manera se inició una serie de preguntas que ella se limitó a responder con monosílabos, sin dejar de sonreír mientras no apartaba la vista de él.

    - ¿Te traigo algo?

    Ella no contestó. Sólo lo quedó mirando, sonriente.

    - ¿Quieres tomar algo?

    Después de un prolongado silencio respondió:

    - Si.

    -¿Qué te traigo?

    Parecía que lo estaba poniendo a prueba, haciendo todo lo posible para que se sintiera incómodo. En eso estaba teniendo éxito, pues él ya no sabía qué decir para iniciar una conversación que ella se resistía a seguir. Llegado un momento se sintió tan incómodo que comenzó a tartamudear. Que niña más pesada, pensó. En ese momento ella se compadeció de él y comenzó a responder a sus requerimientos de entablar una conversación.

    El tema elegido es lo que hacía cada uno. Ella trabajaba en una empresa importadora, hacía ya cinco años. Entre otras cosas, distribuía pasta de dientes, de una conocida y popular marca. Era la secretaria de gerencia.

    El trabajaba en una industria de alimentos. Estaba en departamento de control de calidad. De algo le habían servido sus estudios universitarios de química, que nunca concluyó.

    De fondo se escuchaba una música muy despacio. Era un coro que cantaba Va Pensiero, de la ópera Nabuco, de Verdi.

    También hablaron de sus gustos. A ella le gustaba la música y la pintura. Cuando más joven había tenido clases de pintura, pero no tuvo la constancia necesaria para seguir. Había expuesto un par de cuadros suyos en una exposición colectiva, en la escuela en que estudió. Se trataba de dos pinturas realizadas en témpera, a partir de unos collages realizados por ella misma.

    - ¡Qué tipo de música te gusta? – preguntó súbitamente ella.

    - ¿A mí? – respondió Lorenzo, como despertando - Toda la música. Me gusta mucho el canto.

    - Seguramente te gusta este coro que canta.

    - Sí.

    El era aficionado al cine. Trataba de ir a todos los estrenos que podía. Sabía bastante de cine, conocía la historia de múltiples actores, directores, productores y otros personajes ligados al cine. Su otra pasión era el foot ball, que seguía apasionadamente. Muchos domingos en la tarde los pasaba en el estadio alentado a su equipo. También jugaba, a veces, integrando uno de los equipos de su empresa. Pero la verdad era que no lo hacía muy bien, como espectador lo hacía mejor.

    A él le había llamado la atención una pareja que estaba en un sillón. El era macizo, de cara redonda. Ella estaba sentada en su falda. No cesaban de acariciarse, especialmente él a ella.

    - ¿Qué miras tanto a es pareja? - preguntó Flavia, mirando a Lorenzo con picardía.

    - No, nada.

    - Vamos, no

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