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Inmigrantes Encadenados Por Un Sueño: El Sueño Americano: ¿Realidad O Ilusión?
Inmigrantes Encadenados Por Un Sueño: El Sueño Americano: ¿Realidad O Ilusión?
Inmigrantes Encadenados Por Un Sueño: El Sueño Americano: ¿Realidad O Ilusión?
Libro electrónico396 páginas6 horas

Inmigrantes Encadenados Por Un Sueño: El Sueño Americano: ¿Realidad O Ilusión?

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Lux es mdico gineclogo. Su pas, Carico, le ofrece los estudios mdicos gratuitamente. La invasin de su tierra por fuerzas ajenas lo obliga a huir a los Estados Unidos. Se lo acoge con sus diplomas y licencias dndole el mismo ttulo que los mdicos graduados ah. Sin embargo nada puede Lux hacer con esas calificaciones en el entorno de la medicina. La desesperacin le conduce a empezar los estudios mdicos de nuevo en ese nuevo pas. Pero la frustracin y la depresin que resultan de esa fatigosa realidad lo presionan a retirarse del programa mdico. Lux termine adeudando una considerable suma de dinero que lo manda a la crcel. Su cadena es la razn principal de la prdida de su matrimonio y su familia. En su nueva direccin, Lux se enamora de una mujer guardia de prisin quien le ayuda a pagar su deuda. Se casa con ella el mismo da de su libertad, despus de haber cumplido hasta diez aos tras rejas.

English Translation: Lux is a medical doctor. His country, Carico, allows him to study medicine for free. The invasion of his homeland by foreign troops compels him to flee to the US. There, hes welcome with his diplomas and licenses with the same title as medical students graduated in the US. However, Lux can do nothing in the medical field with his qualifications. Desperation leads him to starts medical school again in his new country. Nonetheless, frustration and depression resulting from that exhausted reality pressure him to withdraw from the medical program. Lux ends up owing a substantial sum of money, which sends him to prison. His chain is the main reason causing him to lose his marriage and family. In his new address, Lux falls in love with a young woman guard of prison, who helps him pay off his debt. He marries her the same day of his freedom, after having fulfilled up to ten years behind bars.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 ago 2015
ISBN9781490764399
Inmigrantes Encadenados Por Un Sueño: El Sueño Americano: ¿Realidad O Ilusión?
Autor

Francin Jean Baptiste

Francin Jean Baptiste es médico y es especialista de padecimientos de los pulmones. Como miles y miles de médicos procedentes del extranjero, se le dificultan los pasos al camino del ambiente de la medicina aquí en los EE.UU. Se gradua de la universidad de West Chester en Pennsylvania con una maestría en francés y español en 2014. El autor vive en la Florida central con su familia y se dedica a la escritura usando los cuatro idiomas que bien maneja bien: francés, inglés, español y criollo. Trabaja como traductor para la junta escolar del condado de Polk en la Florida Central. Su novela “Entre l’amour et le mal” (Entre el Amor y el Mal) es publicada por Edilivre en dos tomos en julio de 2015.

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    Inmigrantes Encadenados Por Un Sueño - Francin Jean Baptiste

    Copyright 2015 Francin Jean Baptiste.

    All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, or otherwise, without the written prior permission of the author.

    ISBN: 978-1-4907-6438-2 (sc)

    ISBN: 978-1-4907-6437-5 (hc)

    ISBN: 978-1-4907-6439-9 (e)

    Library of Congress Control Number: 2015913251

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    Trafford rev. 08/17/2015

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    De Homs a Kabul, la guerra continuaba. La violencia no conocía ninguna tregua desde la caída de esa cabeza de estado. Su pueblo lo amaba y lo reverenciaba como su gran héroe. Tenía siete pies de altura y parecía más alto que todos los demás soldados de su rango y los subalternos. Era flaco al superlativo, barbudo a atemorizar a sus enemigos con unos ojos grandes pero con una sonrisa inocente. Su paso era el de un robot militar: recto con la cabeza alzada y la frente altiva. Era el sinónimo verdadero de un rebelde. El Hombre tímido, como lo llamaba su pueblo, gozaba del amor y de la confianza de todos sus compatriotas. Pero la esperanza de esa gran nación ajena se esfumó como un suspiro a la desaparición súbita de su amado presidente. Era un gran jefe militar quien no le permitía a ninguna fuerza extranjera llevar peligros a las costas de su tierra.

    Ustedes son responsables de la violencia que acaba con cada pequeña nación de la tierra. Al alimentar estos conflictos, ustedes ocasionan a que los más valiosos elementos de esos pueblos se huyan a buscar su protección. ¡Protección! ¡No, son malos, hombres! Ustedes crean un infierno para esos inmigrantes, en vez de proporcionarles una manera de vivir mejor. ¡Qué astucia, no! Así con este engaño, ustedes parecen como salvadores del mundo. Pero ese tipo de artificio de su parte no va a funcionar en mi región. Tampoco su arte mortal valdrá para los pueblos que me avecinan. Pues aquí no hay racismo. No hay una sangre que sea más pura que otra. El favoritismo es parte de su código genético. Todos son iguales aquí, en esta región. Nuestro pueblo está contento con su gobierno y su país entero. Así que, señor Occidente, déjenos en paz, sino toda la región se levantará contra su enemigo. Y la guerra será fatal para nosotros, pero también para ustedes los enemigos de la vida pacífica de los pueblos del planeta Tierra.

    No hay duda de que la advertencia del jefe militar se estaba dirigiendo contra los países occidentales. Pero su muerte dejó unas tinieblas espesas en la mente de su pueblo, inclusive las naciones que apoyaban a ese presidente. Todos sus discursos se dirigían en contra del sistema occidental que destruye la vida de todos los pueblos débiles del planeta, según sus propios temas.

    Mire, sus fuerzas armadas matan a gente inocente, dijo el jefe militar al presidente de los Estados Unidos. Su amor a dinero transforma los niños en guerreros al venderles armas de guerra en vez de libros, continuó el presidente cuya amargura era feroz en contra de los Estados Unidos. Nosotros no tratamos a nuestros niños así, añadió el hombre barbudo.

    Las noticias sobre todos los estados del país proporcionadas por la cadena "Time to Heal" no faltaron en ese día tan confuso. Pero de acuerdo con el último comunicado difundido por ese medio de comunicación de Nueva York, todo se quedó tranquilo. Pues no había ninguna violencia entre la policía de California o de Nueva York y los Afroamericanos. El racismo, por supuesto, continuaba su camino en el sur. Sin embargo, en ese día específico, las armas se quedaron calladas en los Estados Unidos.

    En muchos parques, la tez de los trajes de los niños que jugaban juntos no importaba por nada del mundo. En las mochilas de los niños, se emparejaba los libros y unos artículos dudosos y peligrosos. No fue la culpa de los padres que sus niños se convertían en pequeños escuadrones de guerra antes de aprender el abecedario. Pues la herramienta militar había sido fijada al acceso y hermanaba con el material escolar de los pequeños. Además, la seña que se colocaba entre los dos artículos claramente indicaba que el costo de las armas se bajaba de la mitad al comprar ambos productos. Esa nueva clase de guerra disimulada dentro de las páginas de un material educativo era demasiado astuta para no sorprender a unos padres decentes que también marchaban en contra de esa carrera maquiavélica al dinero.

    No queremos guerra entre los niños, gritaron los padres. ¡Libros aparte! ¡Armas aparte! vociferaron todos los padres que organizaron esa nueva marcha en contra de la violencia entre los niños y en contra de los niños. Todos estaban en gran furor por el acoplamiento de los materiales escolares y esas peligrosas armas mortales a las cuales llaman juguetes.

    Días antes de la diversión de esos niños en ese gran parque, algunas armas secretas ocasionaron la muerte de ciertos niños inocentes de parte de policías. Esas fuerzas reales no estaban acostumbradas con esa clase de educación militar ilegal que madrugaba el abecedario.

    ¡El abecedario primero, el abecedario después y nada más! tronaron los padres, mientras millones de jóvenes silbaron a voz en cuello: Armas en las mochilas significan violencia y cárcel más tarde!

    Las industrias de proliferación de arsenal de guerra habían perdido la moral al haber escondido pistolas dentro del morral de los alumnos. Esa irregularidad fue la base del singular incidente que por poco maculó el recreo de esos pequeños ángeles en ese día de tregua nacional. La sorprendida máquina de guerra utilizada por un niño alertó unos locales quienes alertaron a la policía.

    Esa cosa es demasiado grande por no ser una metralleta, dijo el informante quien llamó a la policía por la conducta belicosa del prístino muchacho. ¿Conducta belicosa? Sí, el niño estaba disparando en todas partes del parque, le contó una mujer al policía que llegó en el lugar en un abrir y cierro de los ojos. Pero el pequeño ya estuvo tan cansado disparando a sus compañeros de juego que tuvo que parar por unos minutos. Al llegar en el parque donde se desarrollaba el presunto juego pugnaz, ese veterano policía actuó diferente de sus colegas más jóvenes unos días atrás. Ralentizó sus pulsiones y abrió un diálogo humano con el pequeño. El muchacho escuchó los pleitos del policía y, aunque lo hizo a regañadientes, dejó caer ese largo material negro al suelo. El corazón del niño apretaba ya en el centro del gatillo, listo para empujar esa lengüeta roja. Con las falanges encorvadas de su prístina mano, el muchacho, con su mirada inocente, estaba a punto de disparar a otros compañeros de juego. Se podía escuchar la música que acompañaba ese tipo de actividades lúdicas.

    ¡Tú no puedes dispararme! ¡No eres un francotirador! cantaron los que jugaban a ese tipo de juego mientras otros estaban castigando a una pelota sobre la hierba verde. Desde las cuatro hasta las seis de la tarde, el niño había disparado a muchos de sus compañeros en ese colosal parque de California. De los casi cincuenta niños disparados por ese pequeño, sólo uno lloraba porque, ¿qué? El agua me moja la camiseta que más me gusta, se quejó el niño de unos seis años de edad. No sé si esa clase de armadura fuera su sueño en la vida, pero de una manera u otra ese pequeño poseía lo que le hizo sentir poderoso.

    Refunfuñó el muchacho pero obedeció a la orden del oficial policíaco. El chico no pertenecía al conjunto de esos niños a quienes los franceses justamente llaman niños-reyes. Esas inocentes criaturas se ven privadas de alguna enseñanza hacia la obediencia de las órdenes establecidas. La culpa de ese defecto se debe encontrar en unos padres que eligen de así vivir su sueño americano – libre de todo.

    Este tipo de orgullo mata a los niños, opinaba un sicólogo que estaba contestando preguntas acerca de los niños desobedientes. En ese parque de San Francisco ese día de martes, aquel pequeño se sentía cansado de disparar cuando llegó la policía. Pero la enseñanza que había recibido de su madre permitió que no siguiera el mismo camino como otro niño de doce años. Ese desafortunado pequeño fue disparado por la policía con esa misma clase de juguete en su mano sólo tres días antes de ese incidente con ese nuevo niño. El oficial paró su disparo y el niño de diez años se salvó de las estadísticas negras del sistema. Sí, el sistema de las armas hermanadas con el abecedario. Y los niños deben elegir entre el libro y el arma.

    Pero los fabricantes de armas son personas muy inteligentes. Muchos son gente que estudia el comportamiento de los niños y saben que estos preferirían el artículo que tiene más colores. Entonces, la industria de la guerra pone más colores en la cobertura de esas armas. El engaño reside sólo en la cobertura que contiene esos colores. Por ley, esa clase de juguete debe ser uniforme. Fue así que el arma le ganaba al libro en una partida engañosa al superlativo.

    Si no puedo utilizarla, ¿por qué se la vende? preguntó el niño al oficial policiaco.

    ¡Qué pregunta tan sabia! ¿Cómo te llamas? le preguntó el policía al muchacho.

    Frágil, le contestó el niño.

    ¡Hola, Frágil! "Hola, señor policía.

    ¿Dónde están tus padres? le preguntó el policía.

    Estoy aquí con mi padre. Ahí está sentado en el coche, le contestó el pequeño. ¿Por qué no puedo jugar con mi juguete, señor policía? le preguntó de nuevo el niño al policía.

    Esa cosa se llama arma, chiquito! le dijo el oficial policíaco.

    Sí, señor policía. Pero los fabricantes ganan billones de dólares en hacer esas cosas, le dijo el niño al policía.

    ¿Cómo lo sabes, chiquito? le preguntó el oficial al muchacho.

    Pues mi mamá me lo había explicado todo. Ella quería comprarme un juguete educativo por mi cumpleaños, pero mi papá se lo impidió. Por eso tengo esta cosa en mi mano. Aunque tiene este papelito amarillo, usted no lo puede detectar de lejos. Mi amigo murió de un disparo con esta cosa en su mano, porque la policía pensaba que fuera un arma verdadera. ¿Por qué fabrican esas cosas, señor policía? le preguntó el muchacho al policía.

    Buenos días, señor policía. Soy Cool, el padre de Frágil. ¿Hay algún problema, señor? le preguntó el padre del muchacho al policía.

    No, tranquilo. Sólo yo quería estar seguro que el arma no era un arma, le dijo el policía al padre del muchacho.

    ¿Qué significa el arma no es un arma, señor policía?" le preguntó Cool.

    Quiero decir una verdadera arma, clarificó el policía.

    ¡Oh, cool! dijo el padre del niño. Estas cosas son muy cool de verdad, comentó el padre del niño.

    Correcto, señor, muy cool están, contestó el policía.

    Buenos días, señor policía. Soy Cautela, la madre de Frágil. ¿Mi niño tiene algún problema, señor? le preguntó Cautela al policía.

    No, Frágil está bien, señora. Su arma me parecía a un real material de guerra. Por eso estoy platicando con él para verificar qué clase de arsenal tenía en su mano, contestó el policía. ¡Arsenal de guerra, dijo, señor policía! se espantó la madre del pequeño mientras el padre se estaba riendo de lo que parecía a una broma. ¿Pero por qué las industrias fabrican estas armas para niños, ya que en los ojos de la policía estas cosas representan un peligro? preguntó la madre al policía.

    La industrias le puedan dar una respuesta clara a su pregunta, señora. Pero hay un papelito amarillo que debe estar colocado en el arma en todo tiempo, le explicó el policía a la madre. Pero cualquier delincuente pueda colocar ese mismo papelito amarillo en su verdadero arsenal de guerra y decida castigar a policías. ¿No le parece, señor policía? le preguntó la madre al policía.

    Eso es un punto muy importante que toca, señora, le contestó el policía. No lo he visto en ese ángulo, agregó el oficial.

    ¡Ah, ve, señor! comentó la madre de Frágil. Entonces, tengo una sugerencia, señor policía, dijo la madre.

    Dígame, señora, le contestó el policía.

    ¿Por qué no cierren esas industrias de guerra infantil y salvar la vida de nuestros niños. Pues los libros son los más importantes por los niños? preguntó la madre de Frágil.

    Esa pregunta también se debe hacer a las industrias de armas infantiles, contestó el oficial policiaco.

    Tengo una mejor idea, señor policía, dijo Cool.

    Dígame, señor Cool. ¿Cuál es su mejor idea? le contestó el policía.

    ¿Por qué no cambien el color negro de todas esas armas en amarillo? comentó el padre de Frágil.

    Buena idea, Cool, contestó el policía. Yo también, pienso que sería una buena alternativa, pues las armas negras son muy pero muy peligrosas. Para evitar la confusión, pienso que ese cambio de color es necesario, añadió el policía.

    Yo tengo una idea también, señor policía, dijo el muchacho.

    Dime tu idea, chiquito, contestó el policía.

    ¿Por qué no se callen todas las armas y cambien todas esas industrias de guerra en escuelitas para niños? le preguntó el niño.

    A ver, chiquito. ¿Qué armas quieres que se callen? ¿Las verdaderas o los juguetes? le preguntó la policía.

    Ambas, contestó el muchacho al policía.

    "¡No, chiquito! No podemos hacer esto. Hay mucha gente mala, tú sabes, los ladrones, los terroristas, los…

    ¿Qué es un terrorista, señor policía? interrumpió el niño que parecía no haber oído esa palabra en ningún momento de sus diez años de vida.

    "Es una palabra complicada, pero toda gente que hace algo que cause el terror a otros es prácticamente un terrorista.

    ¿Así? se asombró el muchacho.

    Sí, le contestó el policía.

    "Ahora entiendo. Gracias, señor policía,’ dijo el niño.

    De nada, chiquito, contestó el policía.

    ¿Y ahora, qué hago con esta cosa para no causar terror a los demás, señor policía? le preguntó el niño al oficial.

    Pues píntala amarilla, le sugirió el policía.

    "¡Ha! ¡Ha! ¡Ha! Se rieron Cool y el oficial policiaco mientras el niño y su mamá se quedaron callados. En cambio, el pequeño y su madre echaron una mirada extraña a los dos hombres que por cierto estuvieron divirtiéndose en una escena semejante a una broma pero que era un tópico muy pero muy importante para debatir con la cabeza cool.

    No, descártala en la basura, dijo la madre.

    Pero si otro niño la encuentre, tal vez se vaya a causar terror con ella, sugirió el niño que nunca se rió durante toda la conversación.

    Al escuchar al pequeño, de repente se callaron Cool y el policía que se estaban riendo a carcajadas de un asunto complicado. Ese niño es sabio, dijo el policía.

    Sí, pero con su arsenal de guerra, ¡es estupendo! contestó Cool, su padre. Y los dos hombres se pusieron a reír a voz en grito. Pero el niño y su madre guardaron su actitud serena en medio de esa novela lúdica que por cierto representaba un peligro mortal.

    El jefe militar utilizaba todo lo que representaba la debilidad de las grandes naciones para ganar el apoyo y la confianza de su pequeño pueblo. El hombre no estaba loco al colocar unas grandes pantallas en centros públicos de su país para su pueblo. Instaló una pantalla en cada escuela de la nación para exhibirle a su gente los actos de violencia diaria que se ocurrían en los Estados Unidos. La gente veía a policías que mataban a gente indefensos y a niños con armas de guerra. Esos supuestos juguetes eran fabricados por los poderosos de ese país. Las pantallas exhibían la violencia policiaca donde los policías sostenían que había lucha entre ellos y los indefensos. Sin embargo, cámaras escondidas mostraban que esas personas estaban huyendo cuando fueron disparadas por policías racistas.

    Si esto no es terrorismo, ¿pues qué otro nombre le podamos dar? preguntó el jefe militar al presidente americano. Sépalo, mi gente, la violencia se radica en esas grandes ciudades diabólicas y la quieren exportar a nuestra sana nación. Nos quieren exportar no sólo ese veneno sino su indecente civilización. No vamos a aceptar ese paquete mortal. Tenemos que estar firmes en nuestro compromiso a derrotar esa violencia junta con su creador. Para poder triunfar, tenemos que armarnos con toda clase de armas: nuestros cohetes y misiles de larga distancia, nuestra química y, sobre todo, nuestra fe en nuestro Dios. Nuestro pajarito que tiene alergia eterna con tripulantes está por venir, se jactó el presidente del pueblo a una importante multitud que lo estaba viendo en la gran pantalla.

    Por culpa de no sé qué hijo o hija de la nación americana, ese jefe militar tenía a su disposición las estadísticas de la población carcelaria del país. Le exhibió a su pueblo la injusticia americana en cuanto a la tasa elevada de afroamericanos y latinos encadenados. Fue un número que estaba excesivamente elevado en relación con los blancos de este país. Eso fue la clave del repudio por ese pueblo de las propagandas americanas acerca de derechos humanos. Era una táctica inteligente de su parte al exponer delante de su pueblo la cara fea del Occidente. El gigante jefe de estado suplicó a sus adolescentes y a todos los que soñaran emprender ese viaje a los países occidentales que no fueran. Ya no hay sueño ahí, les declaró a los jóvenes hablando de los Estados Unidos. Todo lo que hay en el occidente es trampas, malicias y crímenes, les dijo. Esa parte del discurso se dirigía directamente a los jóvenes locos cuyo sueño era de viajar a los grandes capitales del mundo.

    ¿Aquí quieren irse, jóvenes de mi país? preguntó el jefe a los adolescentes al final de las escenas de violencia. Ellos son los malvados de la tierra. Nos llaman terroristas pero le juro por mi vida que ellos son los verdaderos terroristas. Quieren sembrar disturbios en nuestro país para que ustedes huyan de su querida tierra. Son ellos los instigadores de la violencia en el mundo, explicó el presidente a su pueblo. Una pantalla mayúscula fue colocada en medio de cada uno de los campos militares difundiendo el mismo mensaje, las mismas advertencias con el mismo tono. Y al final de casi cada sentencia vehemente que pronunciaba el líder, la gente gritó Maldito sea el Oeste y Bendito sea el Este.

    Yo no tenía idea de qué Este estaba vociferando el pueblo. ¿El Medio Oriente o el Comunismo? Pues me parece que la violencia diaria haya resucitado algunos rasgos de la ideología comunista en varios lugares del mundo. Y la razón para ese rumbo es sencilla: la desconfianza de los pueblos en un sistema capitalista que empobrezca más a la gente. Las fuerzas rebeldes en muchos países están capitalizando en ese fallo de las grandes naciones para atraer a más simpatizantes día tras día.

    La popularidad de ese líder se extendió en todo el oriente. Su meta era de crear un consorcio de naciones opuestas al estilo de vida de los países del otro lado del Océano pacífico del norte. Su uniforme militar negro fue decorado con siete estrellas colocadas en la cabeza de la apófisis de cada uno de su omóplato. La bandera y el escudo de su país hacían una pantalla gigante ante su corazón. Su espada de dos filos se encargaba de los movimientos amenazadores hacia las fuerzas enemigas. Con su pueblo aplaudiendo cada frase de su discurso desafiante, el gigante continuó sus amenazas verbales hacia los a quienes llamaba fuerzas feroces del mundo entero.

    Nuestra nación forma una masa sólida y homogénea. Nuestra gente se acoja a la sombra de nuestras leyes tradicionales que siempre la protegen. Entonces, no le permitimos a nadie de venir desmembrar ese bloque compacto de solidaridad fraternal que forma nuestra nación desde su fundamento. Nadie puede macular nuestro suelo para imponernos sus principios dañinos y mortíferos. Esas leyes no tienen nada saludable para el espíritu y el alma de nuestro pueblo querido. Nuestra nación es pequeña, pero nuestras fuerzas armadas tienen los recursos suficientes para vencer a los adversarios.

    Fue un discurso vibrante ante una importante multitud que pronunció el presidente dos meses antes de su asesinato por el aparato que disparó en un campo militar donde por mala suerte estuvo el líder.

    La violencia siempre incurre la violencia, cantó una espantosa muchedumbre que marchaba en contra de la utilización de aparatos no tripulados que habían quitado la vida al líder del pueblo. Esa cosa que mató a nuestro presidente, vamos a fabricarla también para eliminar a todos nuestros enemigos, vociferaron voces de la multitud. Ustedes bien saben que esos aviones asesinos matan a nuestros niños y a nuestra familia. Ustedes fabrican esas cosas para acabar a nuestra familia, nuestra creencia y nuestra generación. Pero no vamos a rendirnos. Al contrario, todos vamos a hacerles frente a nuestros enemigos hasta que nuestro Dios nos permita derrotarlos, cantaron los organizadores de esa mayúscula marcha. Todos marcharon a un ritmo desafiante como si partiera en guerra. Pero los niños y los bebés, ¿podían también luchar?

    Esa caravana de gente de toda edad que venía del oriente marchaba confiada pero inseguro estuvo su destino. Sin embargo, su actitud de rebeldes, su postura de guerreros y su ademán de confianza en derrotarle al enemigo tuvieron un fundamento sólido. Pues muchos de sus más hábiles técnicos ya estaban estudiando los principios de fabricación de aviones sin tripulación. Encontraron esa oportunidad a partir del vehículo de esa clase que bajaron las fuerzas armadas dos semanas previo a esa monstruosa manifestación.

    Mientras tanto, al oeste del Océano Indiano, la población de ese país africano contenía su respiración. Se intensificaba la marcha de unos grupos rebeldes hacia la capital del país. En Europa del este, las madres hacían de sus camas su cotidiano escondite para proteger a sus niños atemorizados por la violencia de la guerra. Los padres, hambrientos, se entregaban a un contraataque feroz y mortal para rechazar el enemigo. Pues esos hombres valerosos se dedicaban a defender con toda su energía algún sitio de su comarca contra las ofensivas de unos rebeldes que avanzaban con gran crueldad. ¿Pero con qué soñaban los beligerantes? Un primer grupo soñaba con dominar a otros pueblos y mantenerlos cautivos bajo un yugo salvaje. Nadie les había invitado a esos invasores en ese suelo. Pues su poder singular era todo lo que le daba derecho a la conquista de tierras ajenas, en gran perjuicio de las naciones que obraban en busca de la paz.

    Había otra peña que se constituía en defensora de su territorio contra los primeros asaltantes. Los guerreros de ese grupo eran todos nacionalistas que se unían para derrotar a las fuerzas ilegales. Todos marchaban al unísono en contra del enemigo. Todos juraban de no retroceder hasta que liberaran todos los terrenos ocupados por las pandillas de ladrones, como las llamaron los nacionalistas.

    Combatimos al enemigo hasta que se agoten nuestra capacidad de movernos la mano, dijo el grupo de hombres rebeldes. Aquí nuestros padres plantaron nuestros ombligos, aquí morimos todos, gritaron los combatientes.

    El tercer conjunto pertenecía a los romeros cuya aspiración quedaba confusa. Pues todos ellos marchaban como quienes se dirigían a ningún lugar. Todos parecían perseguir el aire. Pero si yo hablara con unos elementos huyendo de esas tierras abusadas, me contarían algo que tenía sentido. Me responderían que se huyeran de las guerras impuestas en su país por fuerzas ajenas indisciplinadas. Esos peregrinos me contestarían que se dirigieran hacia esas mismas naciones ocupantes. Se convertían en expatriados forzados. Las fuerzas militares ajenas tomaron el control de sus posesiones en su propio terreno. Entonces, sin hacer más resistencia, se marcharon con destino a la tierra de esos colonos.

    Era uno de los más babélicos sueños que contrastaban con mis simples anhelos de continuar mis tareas en la ciencia de Asclepio*. Lo había hecho todo para encontrar esa dirección, pero por mi gran sorpresa, unas fuerzas tenebrosas me dificultaban el camino. Aunque uno no lo crea, esas tinieblas se hallaban en unas grandes universidades privadas aquí en los Estados Unidos.

    Los peregrinos de la última primavera se encaminaban con destino a unas tierras prometidas. ¿Pero a qué lugar se encontraban esos sueños? Yo estaba confuso con todos esos movimientos. El cielo de mis ojos anubló al momento que vi el tumulto que se encaminaba con destino al vacío.

    Adonde van todos ellos? me pregunté. Fue entonces que escuché una voz que me dijo: Estos son pueblos cuyos países son devastados por fuerzas malvadas. Todos ellos se dirigen a los países conquistadores, me dijo. De repente me desperté de mi ilusión y me puse a marchar con ellos. Pues mi tierra también fue ocupada por esas mismas fuerzas satánicas que decidían acabar con el mundo.

    Mi esposa me culpaba de nuestra desgracia en tierra ajena. Pero la culpa la tenían esas fuerzas atemorizadas que sembraban el caos en mi pacífico mundo. Es su arma secular efectiva. Es parte de su código genético. Si cambiamos nuestra manera de ser, nuestro poder se acabará al instante, dijeron unos miembros influyentes de esas fuerzas indisciplinadas. ¡Qué respuesta fría acerca del afán de unos poderosos a destruir a pueblos pacíficos!

    ________________________

    *Asclepio: dios de la medicina en la Grecia Antigua. Emparentado con Asclepio, Hipócrates era el padre de la medicina,

    La guerra me arrebató de mi raíz. Con la bandera puesta a media asta, la nación decretó la entonación de un canto de luto durante un plazo indeterminado. El vago se debía parar a la retirada de las fuerzas ajenas de mi suelo nacional. Era incierto cuando viniera ese tiempo, ¡pues la armada era tan poderosa! Vencerla era una empresa utópica.

    Decidí seguir los pasos aleatorios de todos esos viajeros que se dirigían hacia las tierras salvajes de los colonos. Escuché las voces de la razón, pero me hice el sordo. No tuve otra alternativa que de ponerme en marcha hacia el hueco. La tormenta ya había desarraigado todas las semillas que sembraba mi pueblo por los días pendientes. Durante muchos años, yo caminaba en densas sombras como si yo fuera un eufemismo de ciego. Yo tropezaba. Me pinchaba los dedos de los pies. Me chocaba contra los frenos de unas fuerzas satánicas desconcertantes. Esos escuadrones militares se ubicaban a niveles curiosamente altos del ambiente de mi destino. Yo no era invidente. Ni siquiera necesitaba lentes para discriminar las letras de ese poema que los peregrinos me encargaban de escribir por la posteridad. La confusión fue verdadera. Mi destierro fue venenoso.

    Pero en medio de esa neblina negra y mis compulsos tormentos, aún yo escuchaba el sonido mal tocado de los usurpadores en mi espacio. Abrí los ojos y vi a esas tropas desenfrenadas. Se vistieron de negro con equipo salvavidas dentro de vehículos blindados. La armazón de esas fuerzas ilegales me aterró a tal punto que me desvanecí al instante. Al regresar en mi estado de origen, realicé que me fui trasladado a un lugar hostil a mi cultura inmaculada. Pero nada supe del cómo y el por qué me fui desplazado a otra tierra. El pueblo de aquel lugar se opuso a todo lo que pudieran manifestar mis sentidos. Poco antes de mi síncope, me recuerdo haber cambiado algunas palabras con esas fuerzas dañinas. Hablé con el gran jefe cuyo traje militar era suficiente para hacerme temblar y orinar en mis pantalones. Pues el ruido disonante de los hierros que cubrían su uniforme negro y el pasamontañas que escondía su cara le hicieron parecer más a un ladrón que a un jefe militar. Se quitó la máscara de su rostro para hablarme como si me quisiera ver las largas arrugas que cubrían su piel atezada.

    ¿Qué hacen aquí? les pregunté con autoridad pero también con gran temor. Pues nunca había yo visto tales herramientas hechas de hierro que estaban destruyendo toda una ciudad. Todo estaba tranquilo hasta que esas canallas pisotearon mi suelo. El cielo de mi espacio estaba gozando de su color azul hasta que el polvo negro de los cañones lo transformaron en color de luto. Las aves cantaban entre el follaje hasta que su música fue interrumpido por el estruendo de las metralletas del enemigo. Esos escuadrones sembraban la discordia y el caos en mi vecindario.

    Tenemos una misión específica, me contestó el comandante de las tropas perjudiciales. Me estaba mirando como si su cabeza estuviera a diez pies de la mía. Era fuerte con unos siete pies de altura.

    ¿Cuál es esta misión? le pregunté al gigante guerrero tostado. Me parecía que hubiera trabajado en esas máquinas destructoras desde su adolescencia. Pues lo ejemplificó su tez tostada. Parecía que fuera su ocupación llevar a cabo algunas obras malévolas en unas tierras tropicales. Todo en él indicaba que empezaba esa obra sucia muy temprano en su vida hasta esa era negra de la historia de la humanidad. Una época de disturbios donde los gigantes del planeta habían decido de adueñarse de todas las tierras de las pequeñas naciones. Además, sólo los guerreros que trabajan bajo el sol candente tienen esa tez gratinada.

    Pero ese gigante jefe aún parecía gozar de alguna lozanía de la última primavera. Esa observación se justifica por su rapidez a bajar de su furgoneta para mostrarles a sus soldados sin corazones las áreas a limpiar, según sus propios temas. Me parecía llegar a una larga distancia en los cincuenta años. Limpiar el camino para estas tropas malvadas era quitarles la vida a todas las criaturas que tenían la mala suerte de encontrarse en el camino de esos guerreros ilegales. Mataron todo, incluyendo personas, animales y vegetales. Casi en toda su campaña destructora contra las culturas débiles se hablaban en códigos letales. Lo que más demostraba que los bandidos no tenían nada humano en su naturaleza era la utilización del verbo llover para decir abrir fuego. Utilizaban también el verbo regar para jactarse de los asaltos sexuales cometidos sobre las adolescentes indefensas.

    La frescura del comandante malvado se veía también en su ligereza a subir en su camión blindado después de haber llevado a cabo algunos delitos malévolos. Se atrevió bajar mi bandera y alzar la suya. Ese nuevo pendón fue teñido de alguna amalgama complicada a discriminar. Pero el rojo dominaba la confusa preparación sospechosa de algunas mortíferas virtudes.

    El hombre dorado ordenó a sus discípulos endemoniados de cometer algún sacrilegio que nunca había yo visto en mi tierra. Esos hombres parecían no temer ni a

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