dictador y yo, El
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dictador y yo, El - Roberto G Amezcua
EL DICTADOR Y YO
Roberto G. Amezcua
El dictador y yo
Roberto G. Amezcua
Primera edición: 2012
D. R. © 2012
Instituto Politécnico Nacional
Luis Enrique Erro s/n
Unidad Profesional Adolfo López Mateos
Zacatenco, Deleg. Gustavo A. Madero
CP 07738, México, DF
Dirección de Publicaciones Tresguerras 27, Centro Histórico Deleg. Cuauhtémoc
CP 06040, México, DF ISBN: 978-607-414-349-2
Impreso en México / Printed in Mexico
http://www.publicaciones.ipn.mx
ÍNDICE
Capítulo 1
LA VIDA: DE LO COTIDIANO A LO INCREÍBLE
Capítulo 2
EL VIAJE
Capítulo 3
MI ENCUENTRO CON EL DICTADOR
Capítulo 4
JIMENA
Capítulo 5
RICARDO DE LA FUENTE EN 2009
Capítulo 6
LA HISTORIA DE JIMENA
Capítulo 7
EL VIAJE DEL ANTICUARIO
Capítulo 8
LA TRAICIÓN DE VILLÁN
Capítulo 9
VILLÁN MUEVE SUS PIEZAS
Capítulo 10
EL ENCUENTRO CON SU VERDADERO MUNDO
Dedicatoria
Dedicado con todo mi amor y respeto a mi hermano Alejandro, con quien sostengo charlas interminables respecto al tema que se aborda en esta obra, a pesar de que nuestros juicios sean irreconciliables.
Dedicación especial a la memoria de mi gran amigo Carlos Maillard, quien con generosidad me obsequió el bolígrafo con el que empecé a escribir esta novela.
A la memoria de mi gran amigo Víctor Espinosa.
PALABRAS DEL AUTOR
Sin duda, casi todos los países que lucharon por su independencia de alguna u otra nación tuvieron o tienen a un dictador; un personaje histórico que llegó al poder entre aplausos y seguramente salió entre abucheos y balas. Ese hombre lleno de ambición y carisma sin igual que no encuentra salida digna a todo su poder; aquel que en algún momento fue muy importante en las luchas de su país y después se siente indispensable; aquel que de retirarse a tiempo hubiese sido un héroe nacional a prueba del tiempo.
Sin embargo, estará de acuerdo conmigo en que la historia, o mejor dicho, los encargados de escribirla para los niños en edad escolar, cuentan los sucesos según la conveniencia de su gobierno en turno. Hay dictadores que son condenados al juicio lacerante e inapelable, hay otros que por la conveniencia antes dicha son canonizados.
Y antes de que se me acuse de ser dictatorial, permítame explicarme: desde la primaria, justo cuando la capacidad de aprendizaje es mayor, nos encontramos con los libros de historia, que se asemejan más a novelas con buenos y malos, con el héroe de película y el villano siniestro con sed de sangre. ¿Por qué jamás nos explicaron que la historia de los pueblos está realizada por seres humanos?, hombres y mujeres con virtudes y defectos tan cercanos a nosotros mismos, sólo separados por la barrera del tiempo y de la misma historia.
Por supuesto que es incuestionable que los errores cometidos por aquellos dictadores, cuya hambre de poder es interminable, son y seguirán siendo a lo largo de la vida parámetros de enseñanza de lo irrepetible, no sólo para nuestra niñez, sino para la cultura de los países más allá de las edades y creencias de todo tipo.
Ignoro si usted piensa igual que yo, pero si es así, entenderá el porqué de este libro, que a pesar de tener tintes históricos, sí es de ficción, con las cosas fantasiosas y mágicas que esto representa.
La admiración que se pudiera tener por uno de estos personajes llega a ser un verdadero tormento en la sobremesa de la familia, o en las charlas de café con los amigos, cuando uno habla bien del hombre de hierro que existió en su país. La razón es muy sencilla: los errores cometidos y la sangre derramada por quienes ocupan el poder son superiores a los logros alcanzados en cualquier materia. Esto es sin duda incuestionable e irrechazable.
Así pues, antes de caer víctima de mis propias creencias, debo decir que con esta novela ficticia no pretendo reivindicar la memoria de los dictadores. Es una manera de pretender cambiar, mediante la imaginación, el proceder de estos personajes con un afán de crítica directa, cara a cara. Es, si así usted lo prefiere, una buena manera de pasar una tarde lluviosa en casa con una amena (espero) novela de ficción encerrada en la historia de un país imaginario.
Capítulo 1
LA VIDA: DE LO COTIDIANO A LO INCREÍBLE
Hola, mi nombre es Alejandro Aranzábal, son finales de 2009, y a mis casi treinta años debo contarles lo más increíble que a alguien de cualquier edad, en cualquier época le pudiera pasar. Vivo en la República de la Libertad
, nombre curioso para un país que hasta no hace mucho era colonia Europea, para más exactitud vivo en la capital: Ciudad Esperanza
. A mi país, con la liberación de las Américas, llegaron los grandes héroes nacionales de este continente; sin embargo, las intervenciones extranjeras no pararon, los países siguieron luchando, como desde hace dos siglos, por conservar lo que tanto trabajo y sangre les había costado: nuestra soberanía.
El general Ricardo de la Fuente llegó a la presidencia de la república en 1870, después de haber sido quien encabezó nuestra gloriosa lucha contra naciones intervensionistas por los años de 1860-1870, diez años de guerra interminable. En fin, fue recibido en la capital de mi país con gran fiesta y verbena popular, sin embargo, el poder realizó una mala labor en la cabeza del general De la Fuente y quería quedarse en la silla presidencial de por vida (más, si fuera posible). Así creció el descontento popular y la revolución lo echó del poder en 1905, tras casi treinta y cinco años en el mandato de la
República de la Libertad.
Como podrán notar, la historia de mi país no es tan diferente a la de los demás, con la diferencia personal que a pesar de ser considerado el general De la Fuente como un traidor a la patria, yo guardo por él un gran respeto y admiración por sus logros en campaña, cuando defendió a nuestro país de las naciones entonces enemigas (digo entonces
, pues con la deuda externa, en la actualidad son casi nuestros dueños).
Claro que no puedo negar el hecho de que en su mandato se cometieron terribles injusticias y crueles asesinatos de obreros y trabajadores que pretendían poner un alto a la vida infrahumana que llevaban en las fábricas y lugares de trabajo; como también sucedía a aquellos que se atrevían a levantar sus voces y sus plumas intelectuales en contra del régimen del dictador.
En mi labor de estudio (soy profesor de Historia en la facultad de mi país) me he dado cuenta que los errores garrafales de su mandato fueron en los últimos cinco años (sin menoscabo de los cometidos antes de este periodo). Las preguntas eran sencillas:
¿Qué sería de la historia de mi país si el general De la Fuente hubiera dejado el poder cinco años antes de la revolución?
¿El desarrollo de mi país hubiera sido otro sin la penosa derrama de sangre en la revolución?
Pero el hubiera no existe, la historia está escrita y no hay más nada que se pueda hacer. De lo único que estoy cierto es que la revolución en mi país no cumplió su cometido de igualdad social; en esos años, después de exiliado Ricardo de la Fuente, la lucha por el poder entre los caudillos revolucionarios fue doblemente sangrienta y voraz.
Pero bien, no pretendo con este relato hacer un análisis de la historia contemporánea y postrevolucionaria de la República de la Libertad, mi intención es contarles lo increíble de mi paso de esta vida al poder viajar en el tiempo.
Por ahora, con el propósito de narrar lo insólito de mi experiencia, no tendré más remedio que poner en estas líneas lo que siempre se pone en el comienzo de las historias ficticias:
Todo empezó así:
El último día de clases en la facultad, mientras todos los alumnos se preparaban para sus fiestas de fin de año y juergas interminables, yo prefería refugiarme en la tienda de antigüedades de mi amigo don José de la Cruz, donde tenían lugar prolongados juegos de ajedrez y charlas acerca de las fotos y los fetiches que tenía en venta de la parte de la historia de mi país denominada Fuentismo.
Al entrar a la tienda, el aroma de las cosas viejas y recuerdos marchitos me evocaron tiempos ya idos. Mi amigo el anticuario se encontraba revisando unos libros que le acababan de llegar:
— Buenas tardes don José, ¿se puede pasar?
Él me recibió con una gran sonrisa:
— Profesor Aranzábal, ¡qué agradable sorpresa! Veo que a pesar del fin de curso sigue usted sin conseguir novia, de otra manera, no estaría usted aquí con este anciano.
Los dos nos reímos con su broma, pues a pesar de hablarnos de usted, la confianza que nos tenemos es demasiada.
— Don José, vine porque me debe usted una revancha, hace dos días que me ganó en ajedrez. Esto es un duelo de honor. Es más, traje café y las donas que tanto le gustan.
Don José, con su liviano andar a pesar de sus casi setenta y cinco años acercó unas sillas a la mesa de juego con una gran sonrisa:
— Pues ni hablar profesor, esas donas y el café humeante son los mejores argumentos para aceptar esa partida.
El desarrollo de nuestros juegos lo favorecía la escasa clientela que don José tenía en su tienda de antigüedades, la verdad era una sola: éramos los únicos amigos que teníamos. Juventud y experiencia envueltas por la gran magia de la amistad.
A espaldas de don José estaba un gran cuadro del general Ricardo de la Fuente, que en incontables ocasiones le había pedido a su dueño me vendiera, con las mismas incontables negativas. Así que un intento más no sería en vano:
— Don José, por qué no se anima a venderme el cuadro del general.
Don José, sin perder la concentración de su jugada y sin perder la vista del tablero de juego, me contestó:
— Por dos sencillas razones profesor: primera, el cuadro es mío, y segunda, el mismo general De la Fuente se lo firmó a mi familia. Es un recuerdo insustituible. Además, no se preocupe, antes de lo que usted supone, lo heredará.
Ante ese comentario respondí con alarma:
— Don José, no me diga usted eso. No hable así.
Don José realizó su jugada, me miró y me sonrió con desmedido paternalismo:
— No se alarme profesor, todos tenemos que dar ese paso, hasta el general De la Fuente lo dio algún día. La muerte es algo inevitable y algunas veces necesario.
Ante esta nueva respuesta quedé mudo, así que don José siguió:
— La vida, profesor, en general, está llena de oportunidades, a veces las tomamos, otras tantas no nos llaman la atención; sin embargo, amigo mío, hay oportunidades únicas que se ponen ante nosotros y esas son las que no debemos desaprovechar... ¡jaque!
Yo realicé mi jugada, pero no salía del asombro de las palabras de mi amigo, mas no sabía qué decir. Él estaba muy atento a mis movimientos en el tablero, yo por mi parte seguía sumamente intrigado por sus palabras:
— Don José, me tiene usted en ascuas.