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Las violetas del paraíso, una historia montonera
Las violetas del paraíso, una historia montonera
Las violetas del paraíso, una historia montonera
Libro electrónico608 páginas13 horas

Las violetas del paraíso, una historia montonera

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"Yo no me planteo la muerte en términos de desaparición, física sino éticos: prefiero morir lleno de balas a los veinte años en el intento de cambiar esta sociedad injusta, que a los ochenta, comido por la arteriosclerosis, luego de haber vivido al pedo".

La frase, tomada a uno de los personajes de esta novela, resume la decisión y el pensamiento de quienes la historia habría de identificar indistintamente como "la juventud maravillosa" o también como "los perejiles", esos jóvenes que en los años setenta se lanzaran tras el proyecto de fraternidad y justicia más prometedor desde el cristianismo: el del socialismo y su hombre nuevo.

Esta novela reconstituye ese clima de euforia humanista y gran complejidad ideológica, inmiscuyéndose en las contradicciones, inocencias, manipulaciones y grandezas de quienes estimaron que el peronismo revolucionario era el punto de partida para llegar a esa nueva sociedad. A través de las vivencias de los personajes de esta historia -escrita en 1987, con imágenes cinematográficas y ritmo vertiginoso- el autor nos aporta una mirada integral de la época, diferente y, en muchos aspectos, esclarecedora.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 abr 2018
ISBN9780463329818
Las violetas del paraíso, una historia montonera
Autor

Sergio Pollastri

Nací en Buenos Aires en 1952 y me radiqué en París en 1982, donde viví casi 25 años. Allí me gané la vida cantando boleros y haciendo espectáculos de títeres en el metro; fabricando pequeños broches y marionetas de tela que vendía en la calle y ropas baratas en las ferias barriales del conurbano. Fui ocho años taxista en tanto cursaba a la noche en la universidad de Saint Denis donde ‒luego‒ ejercí la docencia como etnometodólogo. Realicé investigaciones en ciencias sociales; soy novelista, ensayista, cantautor, tanguero, coreuta, amante de la música folklórica y curioso de las devociones populares argentinas. Regresé a la Argentina en 2006 y trabajo como acompañante turístico francófono. Estoy en una etapa en la cual la pasión ya no me enceguece. Sigo haciéndome preguntas sobre todo y desconfío de las verdades incólumes. Apoyo sin retaceos lo que me parece que pueda mejorar la condición humana aunque venga de quienes soy crítico y, en ese sentido, ya no acepto bajezas en nombre de la "tolerancia", de la "amistad" o de la "excepción". Me seduce el debate sincero para comentar la vida entera y poner mis propios trapitos al sol pues hace rato que perdí la susceptibilidad. Mi vida sentimental fue como la de cualquier persona de mi generación, con amores intensos y rupturas a veces traumáticas.

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    Las violetas del paraíso, una historia montonera - Sergio Pollastri

    Estimado lector:

    El objetivo de esta novela es la restitución del clima de euforia humanista y agitación social vividos en la Argentina de los años setenta. Por esta razón, a pesar de basarse en hechos y personajes en su mayoría reales, preferí privilegiar la unidad temática y el espíritu novelesco, tomándome la licencia de situar arbitrariamente las diferentes acciones y personajes en la ciudad de La Plata y sus alrededores, lo que convierte a unas y otros en puros elementos de ficción.

    Sergio Pollastri

    ÍNDICE

    Prólogo del autor a la versión digital del año 2018.

    Prólogo de Roberto Baschetti a la versión impresa del año 2003.

    Epígrafe.

    Introducción.

    Primera parte: Aquí están, estos son los soldados de Perón.

    Segunda parte: Qué pasa, qué pasa General.

    Tercera parte: ¡Hasta la victoria, mi General!

    PRÓLOGO A LA EDICIÓN DIGITAL, ENERO DE 2018.

    Cuando me instalé en Francia a fines de 1982, bullía en mi ansiedad la intención de escribir una novela histórica sobre los sangrientos años setenta. Necesitaba dejar un testimonio casi diría generacional de lo acontecido, persuadido de que la gran mayoría de los jóvenes de aquellos años habíamos compartido la misma convicción y actuado en consecuencia. Hoy –con más elementos documentales que en los años ochenta– sé que si bien se trató de un movimiento con una enorme influencia y una participación numéricamente casi nunca vista hasta entonces, no se trató de la gran mayoría de una generación. Sin embargo, la historia nos rotuló como setentistas o la generación del setenta.

    Para fortalecer la sustentabilidad histórica de mi novela, decidí que debía hacer intervenir a la prensa de la época como un personaje más. El problema fue que, en París, conseguir ese tipo de documentación sobre la Argentina no habría de serme sencillo. Cada vez que podía tomaba el tren hasta la biblioteca del Palacio de Versalles, y allí revisaba los ejemplares del diario La Nación y Clarín existentes, y tomaba notas en mi grabador de bolsillo. Por suerte, di con una investigadora argentina que tenía una gran colección de revistas y semanarios militantes de la época que, al ponerlos a mi disposición, me facilitó considerablemente la tarea.

    Tardé siete años en escribir las mil cien páginas de Las violetas del paraíso. Un conocidísimo escritor amigo me sugirió podarle la mitad si pretendía ser publicado algún día. Lo hice. Lo mismo, en aquellos años ochenta y noventa –con la única salvedad de la ya legendaria novela Recuerdo de la muerte, de Miguel Bonasso– las editoriales no se animaban a publicar algo tan preciso sobre un tema aún caliente. Y lo poco que se publicó –de manera bastante discreta– evitó el abordaje literario de los perejiles del peronismo revolucionario, concentrándose en las figuras y hechos más emblemáticos.

    Cuando ¡al fin! logré publicarla en 2003, el efecto –comprensible– que causó en sus lectores, no fue exactamente el que yo me había propuesto. Yo buscaba ser conceptuado como escritor y que se evaluase mi libro en tanto obra literaria. Sin embargo se lo tomó como una novela reivindicatoria y hasta apologética de la militancia armada. Su estructura formal, el tratamiento de los personajes y los tiempos, no mereció mayores comentarios de los especialistas. La excepción provino de una profesora universitaria que publicó un extenso cuestionamiento ideológico del autor y los personajes, evitando todo tratamiento del aspecto novelístico. Con un lenguaje descifrable sólo por académicos, en él me atribuyó velados propósitos políticos y hasta le dedicó un meticuloso análisis a las intenciones que yo escondía tras el subtítulo «una historia montonera». De haberse comunicado conmigo le hubiese aclarado que –ante mi negativa de cambiar el título por uno más específico a la temática guerrillera– el subtítulo fue una exigencia del editor por cuestiones de visibilidad comercial. Y tenía razón, ya que «Las violetas del paraíso» sonaba a novelón rosa tipo Corín Tellado. Acepté entonces agregarle ese subtítulo con el que fuera finalmente publicada y que hoy mantengo.

    Casi inmediatamente, un director de cine argentino –fallecido en 2017– me solicitó los derechos para realizar una película, pero nunca consiguió los fondos necesarios a pesar de que la temática se puso muy de moda hacia el 2004.

    Y si bien Las violetas del paraíso fue la primera novela que escribí, no fue la primera en ser publicada. En efecto, dos años antes había logrado que un pequeño editor tuluseño se animase a publicarme otra novela sobre el tema, Los divanes del exilio, escrita en francés, que podría considerarse la continuación de Las violetas del paraíso. En ella, los personajes realizan una larga reflexión sobre la derrota de los años setenta.

    Por considerarla como la otra cara de la moneda, decidí publicar Los divanes del exilio en formato digital –en su versión francesa y española– conjuntamente con Las violetas del paraíso.

    PRÓLOGO DEL SOCIÓLOGO ROBERTO BASCHETTI A

    LA VERSIÓN IMPRESA DEL AÑO 2003.

    Una pregunta me asalta desde siempre, desde hace más de tres décadas. Clara, concisa, punzante, vuelve a través de los tiempos para instalarse en mi mente. La ayudan mis oídos y mis ojos, que fueron privilegiados testigos de lo acontecido cuando yo tenía un poco más que veinte años.

    Muchas situaciones que me han ocurrido suelen perderse en los pliegues de mi edad, otras ni merecen recordarse porque no aportan nada sustancial. Pero esta pregunta, debo reconocer, siempre vuelve, porque es parte de algo importante de mi vida o quizá tiene desmesurada importancia, simplemente porque no tiene respuesta concreta y eso me permite alargarla, potenciarla, enriquecerla –o en otras palabras– fantasear hasta el infinito.

    Mi inquietud es la siguiente. ¿Cómo hubiera sido una sociedad; nuestra nación; la anhelada patria justa, libre y soberana, gobernada por aquellos pibes llenos de pureza y decisión revolucionaria que gritaban a todo pulmón ¡Qué lindo, qué lindo que va ser, el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel!?

    Jóvenes de entre 15 y 25 años que salieron a pelear contra las dictaduras de turno y contra la traición. Recuerdo: las dictaduras militares de Onganía, Levingston, Lanusse y Videla. Marco a fuego: la traición de una buena parte del tercer gobierno peronista.

    No es casual, que el único que los reconoció y los reivindicó públicamente fue echado más tarde del Partido Justicialista juntamente con otros dignos.

    Y en los momentos decisivos, una juventud maravillosa supo responder a la violencia con la violencia y oponerse, con la decisión y el coraje de las más vibrantes epopeyas nacionales, a la pasión ciega y enfermiza de una oligarquía delirante. ¡Cómo no ha de pertenecer también a esa juventud este triunfo, si lo dio todo –familia, amigos, hacienda, hasta la vida– por el ideal de una Patria Justicialista! (Héctor J. Cámpora. Mensaje ante la Asamblea legislativa, 25 de mayo de 1973).

    Vuelvo a mi pregunta; sigo sin tener respuesta. Pero al menos ahora tengo entre mis manos esta novela de Sergio Pollastri, joven militante de la época, como para ir desandado el camino y construyendo la historia reciente.

    Rodolfo Walsh, con acierto, le decía en una entrevista a Ricardo Piglia allá por marzo de 1970, que él era reacio a escribir una novela por la simple razón que la denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, no molesta para nada, es decir se sacraliza como arte. Pero aclaraba, explicaba, y dejaba abierto un resquicio: Vos tenés que hablar, tenés que decir [...]. De todos modos no es tarea para un solo tipo, es una tarea para muchos tipos, para una generación, volver a convertir la novela en un vehículo subversivo, si es que alguna vez lo fue. Desde los comienzos de la burguesía, la literatura de ficción desempeñó un importante papel subversivo que hoy no está desempeñando, pero tienen que existir maneras de que vuelva a desempeñarlo. Entonces, en ese caso, habrá una justificación para el novelista en la medida en que se demuestre que sus libros mueven, subvierten.

    Da la sensación que esa generación ha comenzado a andar. He aquí la importancia de la novela de Sergio Pollastri que estoy prologando. Porque ésta sí que mueve y subvierte. Mueve la mente; subvierte el orden caduco e injusto que predomina desde siempre en nuestro país, salvo honrosas excepciones, mínimas en el tiempo.

    Pero además de mover y subvertir entrega un plus, un valor agregado, que se traduce en el climax y la ambientación que logra en el pulido relato que nos presenta.

    Cualquiera que haya vivido esa época encontrará en esta novela el más fiel reflejo de lo ocurrido en aquellos tiempos: volverán a su recuerdo, perfumes, olores, sensaciones, dichos, giros, modismos, premisas, apotegmas, principios de toda una época signada por la entrega y el sacrificio. Quienes no la hayan vivido pero quieren saber cómo fue aquello, tienen aquí una excelente oportunidad para adentrarse en ese mundo de una juventud maravillosa que peleó a muerte por el retorno de su Líder a nuestra Patria; que luego, de la noche a la mañana pasó a ser estúpida e imberbe para aquel que –paradójicamente– se había beneficiado directamente con su lucha, pero aun así y pese a todo (ella/ellos/el conjunto), continuó levantando las banderas revolucionarias del socialismo nacional. Con el golpe del 76 el objetivo fue aniquilarla porque era subversiva y apátrida y resistía a la dictadura militar en pos de banderas de liberación y contra toda dependencia imperialista. Luego de 1983, con la vuelta de la democracia, pagó el precio de los derrotados momentáneamente: y entonces fue desaparecida, negada y olvidada por una caterva de cretinos encabezada por oportunistas, quebrados y arrepentidos.

    Pero vuelven, siempre vuelven. Porque son el pueblo, son la vida, son el ejemplo viviente de la mejor generación de jóvenes, que sin lugar a dudas tuvo nuestra patria. Leyendo esta excelente novela de Sergio Pollastri, actualmente residente en París, tendremos –a no dudar– mayores argumentos para sostener esto.

    Roberto Baschetti

    17 de octubre de 2003

    ...sin embargo no es fácil

    ya verás que no es

    a esos verdugos fétidos obscenos les gusta creer

    que uno mata como ellos con idóneo disfrute

    con crueldad deportiva

    pero matar a un tipo cualquier tipo así sea un

    sádico hijo de puta un degenerado un torturador

    es una pruebita sin fantasías

    es todo lo contrario de una proeza.

    (Mario Benedetti, El cumpleaños de Juan Ángel)

    ...flaco, no te pongas triste

    todo no fue inútil

    no pierdas la fe.

    (Horacio Ferrer, La bicicleta blanca)

    INTRODUCCIÓN

    Al cruento golpe de Estado que en septiembre de 1955 puso fin al gobierno del general Juan Domingo Perón, sucedió una etapa de más de tres lustros de proscripciones y represión.

    Desde el exilio –pactando con la derecha y estimulando a la izquierda–, el general Perón se convirtió en el interlocutor obligado de cualquier maniobra de la oposición. Para ello contó con la movilización y el apoyo incondicional de la Confederación General del Trabajo, lo que le permitió poner en jaque permanente a los distintos gobiernos que lo sucedieron y que fueran a su vez derrocados.

    Decidido a terminar con esta situación, el general Juan Carlos Onganía tomó el poder en 1966 y generalizó la represión en la que incluyó al estudiantado –de fuerte tradición antiperonista– que hasta ese momento se había mantenido al margen de la oposición activa.

    A partir del año 1969, el proceso de resistencia a la dictadura se agudizó con numerosos alzamientos populares y la proliferación de grupos de guerrilla urbana que desafiaron a los militares en su propio terreno. Tres de ellos –Descamisados, FAP y Montoneros– se reclamaron de origen peronista. Estos últimos hicieron su aparición con el secuestro y la ejecución del general Pedro Eugenio Aramburu, figura principal del golpe del ’55 que un año después ordenara el fusilamiento de varios peronistas tras una fallida revuelta.

    Ante estos acontecimientos el general Perón alabó a la juventud maravillosa que había tomado las armas denominándolas formaciones especiales del movimiento peronista; hizo elogios del Che Guevara y dijo que el cuartelazo que lo derrocara le había impedido ser el primer Fidel.

    Estimulada por este aval y por un apoyo popular creciente, la organización Montoneros multiplicó sus golpes, actuando en algunos casos junto a las organizaciones marxistas Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y, sobre todo, con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en tanto la ciudadanía y su clase trabajadora vivían en un estado de virtual insurrección que los generales Levingston y Lanusse –sucesores de Onganía– no consiguieron controlar.

    Arrinconada, la dictadura decidió llamar a elecciones libres a condición de que los candidatos que se presentasen tuviesen residencia en el país. El general Perón entonces designó en su reemplazo a su delegado personal, el Dr. Héctor J. Cámpora, como candidato de un frente de partidos encabezados por el peronismo que ganó las elecciones con más del 49 por ciento de los votos.

    El 25 de Mayo de 1973, el Dr. Cámpora asumió la presidencia de la República Argentina bajo la consigna Cámpora al gobierno, Perón al poder, poniendo fin a dieciocho años de proscripción del movimiento político más importante del país.

    La juventud maravillosa jubila: la lucha no había sido en vano y, con el pueblo movilizado, el peronismo en el gobierno y Perón muy pronto de regreso a su tierra, se consolidaba la esperanza de la patria socialista para una comunidad hastiada de autoritarismo, penurias económicas y represión.

    PRIMERA PARTE

    Aquí están, éstos son los soldados de Perón

    1

    En la Avenida Paseo Colón, a la altura de Belgrano, la voz impersonal, ronca poderosa de la multitud cantaba ¡si éste no es el pueblo / el pueblo dónde está!

    Gustavo Ferrero se apoyó en los hombros del Cabeza Adrián para ponerse en puntas de pie: hasta donde le alcanzaba la vista, la gente se apretaba bajo carteles de la FURN y de Montoneros.

    –¡Si aquí hay semejante cantidad de gente, imaginate lo que debe ser la plaza! –le gritó al Cabeza Adrián que balanceaba su cuerpo morrudo al compás del cántico.

    Por las veredas, otros grupos procuraban avanzar alzando pancartas del Partido Justicialista y la CGT.

    De pronto, una carraspeada melodía comenzó a escucharse desde el fondo de la columna: ¡qué lindo, qué lindo, qué lindo que va a ser / el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel!

    Un cosquilleo difuso le puso a Gustavo Ferrero la piel de gallina:

    –¡Es de no creer!

    –¿Te imaginás si tu viejo se entera de que estás aquí? –lo verdugueó el Cabeza Adrián.

    –Ni pensarlo: ahí nomás me corta los víveres.

    El Gato Armendáriz no sólo no puede estarse quieto en la silla sino que le es imposible expresarse sin un amplio movimiento de sus manos huesudas. Es un tipo más bien alto, de cabello retinto que le cae lacio casi hasta los hombros. Aparenta bastante más edad que sus diecinueve años, y su formación política en una organización cercana a la Iglesia Católica le dio un modito altanero sólo soportado por los nuevos. Se levanta y comienza a caminar por la pieza, seguido por la admirativa atención de los otros:

    –Yo no me planteo la muerte en términos de desaparición física sino éticos: prefiero morir lleno de balas a los veinte años en el intento de cambiar esta sociedad injusta, que a los ochenta, comido por la arteriosclerosis luego de haber vivido al pedo.

    Cuando las gargantas aflojaron el volumen, el Cabeza Adrián infló los pulmones y largó el Lanusse, Lanusse, Lanusse gorilón, y al instante la columna entera lo completó: el pueblo te saluda ¡la puta que te parió!

    –¡Grande Cabeza! –festejó Gustavo Ferrero. No era fácil largar un cántico e imponerlo al resto.

    Después, la columna avanzó casi al trote unos doscientos metros y se detuvo entre la Casa Rosada y el pesado ex Ministerio de Defensa.

    Marcial se abrió paso entre la gente acompañado de la flaca Alcira, que en una vincha ostentaba la leyenda Perón o Muerte:

    –Al Congreso no llegamos ni mamados –se quejó Marcial.

    –Yo me conformo con llegar a la plaza –respondió el Cabeza Adrián.

    El Gato Armendáriz apoya sus palabras deteniéndose en los ojos de cada uno:

    –La dictadura trata de desprestigiar la generosa entrega de los compañeros combatientes tildándolos de delincuentes comunes para evitar que el pueblo tome conciencia de que se le puede disputar el poder por medio de la vía militar.

    –Eso está claro –Interviene la flaca Alcira–. ¿Pero por qué hay tantas organizaciones armadas?

    –Porque tienen diferentes puntos de vista sobre cómo llegar al socialismo. Nuestra agrupación cree que los compañeros de la organización Montoneros ven la cosa con claridad cuando sostienen que en la Argentina la revolución pasa por el peronismo.

    –¿Por eso hablan de socialismo nacional? –pregunta Gustavo Ferrero, mientras la flaca Alcira lo estudiaba diciéndose que esa figura débil y flacuchenta pecaba por exceso de huesos para su gusto.

    –Claro. Un socialismo a partir de nuestra historia y con elementos de nuestra idiosincrasia.

    El Cabeza Adrián alza las cejas y se reacomoda en la silla. Finalmente se anima:

    –¿Y entonces por qué los montos realizan operativos militares con los troskos del ERP?

    –Porque a pesar de las diferencias políticas son compañeros frente a un enemigo común.

    Cuando la columna llegó a la Casa Rosada y dobló hacia el Ministerio de Economía, el griterío que venía de la plaza tapaba la Marcha Peronista difundida por los altavoces.

    El Pelado Prokiuk estimuló por el megáfono el ¡aquí están, estos son / los soldados de Perón! y la cabeza de la columna avanzó hasta Defensa por detrás de la formación de soldados que ocupaba la calle.

    La flaca Alcira saca los Jockeys de la cartera, se sirve uno y deja el paquete sobre la silla vacía del Gato:

    –¿Entonces por qué cuando el delegado de la Juventud Peronista habló de milicias populares Perón lo rajó a la mierda? –pregunta, viendo cómo los otros, sin complejos, le dejan el paquete por la mitad.

    –Porque el Loco Galimberti se pasó de jetón. En pleno período electoral Perón no podía avalar públicamente lo de las milicias populares. Pero el Viejo sabe que los montos son los únicos que tienen con qué garantizarle que el derrocamiento del ’55 no se repita.

    La primera puteada que el flaco Alfieri largó a los milicos se multiplicó en cientos de gargantas: yeguas putas, cipayos, apátridas, gorilas.

    Cuando una escupida que voló desde atrás fue a prenderse en la espalda de un soldado, Marcial trató de parar la mano:

    –¡Cuidado compañeros, los colimbas no tienen nada que ver!

    Pero era difícil apuntar, y las escupidas caían sobre los cascos, las espaldas y los cuellos. Un militante de la FURN sopleteó con aerosol azul la espalda de un soldado:

    –Te puse Viva Perón –le gritó en medio de las risas cuando el otro se dio vuelta.

    –Yo también soy peronista –dijo el soldado con una sonrisa que sonó a súplica, y los salivazos se transformaron en cántico y aplausos: ¡colimba corazón, sos el hombre de Perón!

    El Gato aplasta el pucho contra el parqué y lo levanta con una hoja del diario Clarín:

    –Lo importante es preparar el regreso del General y aprovechar este espacio político que se abre con la asunción del Tío Cámpora al gobierno para aglutinar los sectores en contradicción con el imperialismo. Eso le permitirá al Viejo conducir el Proceso de Recuperación y Reconstrucción Nacional.

    Como los milicos no reaccionaban, el flaco Alfieri se desprendió del grupo y se plantó frente a un teniente tieso como una estatua, al que le resbalaba un gallo verde y espeso por la mejilla:

    –¡Gorila hijo de puta! –le vomitó, y cuando gargajeaba para escupirlo otra vez, Marcial lo sacó a los tirones.

    –¡Dejame, dejame! –forcejeó el flaco–. Si son una mierda.

    –¡Basta, basta che! No provocar ni aceptar provocaciones ordenó Marcial.

    –Los estudiantes vivían en una islita gorilona hasta que Onganía mandó a reprimirlos –resume el Gato–. Ahí tomaron conciencia de quién era su verdadero enemigo y se incorporaron a la lucha contra la dictadura. Pero no por eso hay que pensar que todos están comprometidos con la causa popular. Aquí vinimos a buscar un título que nos salve individualmente en esta sociedad competitiva. Por eso nuestra tarea como agrupación revolucionaria consiste en esclarecer a los estudiantes y poner la Universidad de la Plata al servicio del pueblo.

    –¿Viene de la plaza? –preguntó después la señora Basualdo en el pasillo de la pensión.

    Gustavo tenía las mejillas ardidas y la frente pegoteada de sudor. Hubiera querido contarle algo, pero no podía seleccionar una sola de las imágenes que traía amontonadas.

    –Fue... un día histórico –resumió.

    El Pelado Prokiuk cambió la consigna gritando por el megáfono como si le hubieran robado la billetera: ¡ya van a ver, ya van a ver/ cuando venguemos los muertos de Trelew!

    Gustavo recogió del suelo un volante en el que las Fuerzas Argentinas de Liberación llamaban a la insurrección general: SI NO LES DAMOS DURO AHORA ¿CUÁNDO'?. Analizaba que los militares en retirada debían ser arrinconados en los cuarteles y pasados a degüello.

    –Además de pelotudos, son unos descolgados –sentenció Cabeza, y Marcial se asomó por sobre su hombro para leer:

    –Bah, a esos zurdoides nadie les da pelota.

    El Gato Armendáriz ya está medio afónico. Acerca dos sillas, se sienta en una y deja descansar los pies sobre la otra:

    –Y como ningún pueblo del mundo consiguió el poder sin luchar, la guerra es inevitable –dice, recorriendo las caruchas pensativas de los otros tres–. Por supuesto que no va a ser fácil. Por eso los montos hablan de una guerra popular prolongada. Si bien los milicos tienen el poder militar, nosotros contamos con las organizaciones revolucionarias armadas, con el poder político, y tenemos a Perón como conductor. El objetivo consiste en movilizar a la clase trabajadora para crear un verdadero ejército peronista que nos lleve al socialismo nacional.

    La Marcha Peronista de los altavoces fue reemplazada por un silencio ceremonioso: la voz emocionada del locutor oficial indicó que transmitían desde el Congreso de la Nación el acto de entrega del mando al presidente electo.

    Asisten a la ceremonia los excelentísimos señores Presidentes de la República Socialista de Cuba, don Osvaldo Dorticós; de la República de Chile, don Salvador Allende...

    De la Plaza de Mayo se alzó una ovación reforzada por los golpes en los bombos:

    –¡Es de no creer, Cabeza! –exclamó Gustavo–. Los milicos deben estar comiéndose los borceguíes.

    Asiste también el señor Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas en ejercicio del Poder Ejecutivo, general Alejandro Agustín Lanusse...

    La multitud contestó con silbatinas, puteadas, y un cántico que en pocos segundos cubrió la plaza: ¡Lanusse compadre / la concha de tu madre!

    Desde las escalinatas del Ministerio de Economía –y a contracanto del resto– ganó fuerza la consigna megafoneada por el Pelado Prokiuk: Cámpora leal / Socialismo Nacional.

    –A lo que se apunta es a crear el Hombre Nuevo del que hablaba el Che –explica el Gato–. Un ser humano solidario, inmune a las tentaciones superfluas de la sociedad de consumo y preocupado por cosas importantes.

    –¿Pero cómo? ¿El Che no era comunista? –mete púa la flaca Alcira.

    –Claro, porque él se movió en una realidad que no le permitió ver que el peronismo encerraba un germen revolucionario al cual sólo había que estimularlo y darle organización.

    –Además, nuestra situación político-económica no es la misma que la de Cuba ni la de Bolivia –agrega el Cabeza Adrián con repentina autoridad–. Aquí el desarrollo incipiente de la industria ha creado un tipo de proletariado que en Cuba no existía ¿no?

    –Claro, el compañero Adrián nos marca una cosa muy importante –acepta el Gato–. Por eso mismo tampoco podemos aplicar su experiencia militar. Aquí se impone la guerrilla urbana.

    Por sobre las cabezas de la gente, se podía divisar una pancarta que decía FRENTE DE LIBERACIÓN HOMOSEXUAL.

    –¡Es el colmo! –protestó el Pelado Prokiuk–. ¡Habría que sacarlos a patadas de la plaza!

    –¿Por qué? –defendió Marcial–. Los trolos también tienen derecho a expresarse en un gobierno popular.

    –Qué derecho ni un carajo. Hay que cagarlos a palos y meterlos en cana.

    –Habló el comisario Prokiuk –terció la flaca Alcira.

    Gustavo tironeó a Cabeza del codo, hizo una seña de ya volver a Marcial, pasó entre los soldados formados y se detuvo a diez metros del cartel sostenido por dos tipos. Uno era un grandote de espaldas anchas, barba y bigotes espesos. El otro, un flacucho pelilargo de pelusa despareja sobre los labios. A su lado, una cuarentona llena de granos y prolijamente vestida de rojo furioso no sabía qué hacer con las manos.

    Cabeza la desnudó sin piedad:

    –Con lo fea que es no le quedaba otra que ser tortillera.

    El Gato Armendáriz se entusiasma; salta otra vez de la silla y comienza a girar en tomo de los otros:

    –Nuestra tarea en la universidad es la lucha ideológica contra zurdos y radichetas. Hay que pasillear, armar discusiones, esclarecer a la gente. Mostrarles que el camino hacia la liberación pasa por el peronismo. Y si no lo entienden... ¡cagarlos a trompadas!

    Hay risas, reacomodamiento de sillas, encendedores que chispean y cigarrillos que se encienden.

    La muchedumbre entró en el delirio cuando el locutor relató que Lanusse se quitaba la banda presidencial para entregársela a Cámpora.

    Gustavo y Cabeza aprovecharon para acercarse tímidamente al barbudo que, sin disimulo, controló si venían solos.

    –¿No tienen miedo de que los agredan? –preguntó Gustavo.

    El grandote estudió a Cabeza de arriba abajo.

    –Sí, un poco. Pero sabemos defendemos.

    El otro era de labios muy finos, voz aflautada y modales pegajosos. Se hizo reemplazar por la rubia para sostener el cartel y se acercó:

    –Lo que nosotros queremos explicar es que no somos depravados ni nada por el estilo ¿viste?

    Un movimiento extraño en el techo de la Casa Rosada atrajo la vista de Gustavo: un tipo hacía acrobacias para desplegar una bandera argentina con la estrella roja del ERP en el centro.

    –Va a hablar Cámpora –dijo alguien desde atrás.

    –Uhh, seguro que tenemos para dos horas –se quejó el barbudo.

    La gente escuchó el comienzo en silencio, pero a los pocos minutos volvieron el griterío, los cánticos y los bombos.

    Un exceso de saliva brillaba en los labios del flacuchito que al hablar revoleaba los ojos y balanceaba las caderas.

    –Sólo pedimos que nos dejen hacer nuestra vida tranquilos –dijo acariciándose distraídamente el escudito triangular y rosa con las iniciales FLH prendido en la campera–. ¿Qué tiene de malo que caminemos abrazados por la calle? No somos prostitutos ni andamos por ahí tratando de levantar tipos.

    –¿Y la práctica homosexual permite el orgasmo? –preguntó Gustavo en el colmo del atrevimiento.

    –Claro, claro –se apresuró a contestar el flaquito pellizcándose las cutículas–. La homosexualidad no es una enfermedad.

    –Tampoco pretendemos ocupar el rol de una mujer –intervino el barbudo–. Lo que buscamos es el disfrute con una persona de nuestro mismo sexo. Pero nos sentimos hombres.

    –Claro, claro –retomó el otro estimulado por la curiosidad de Gustavo–. Los que se sienten mujeres tienen un problema genético que se soluciona con una operación transexual. Nosotros pensamos que es totalmente sano y legítimo buscar gratificación dentro de la homosexualidad. Si los grandes filósofos griegos lo hacían ¿por qué nosotros no?

    Al rato, Gustavo y el Cabeza Adrián se vieron rodeados de un grupito de homosexuales que se peleaban para explicar lo que esperaban del nuevo gobierno o relatar los ejemplos de agresiones y humillaciones a los que eran sometidos en las comisarías.

    Una hora después, el entusiasmo había decaído y la gente estaba sofocada. Hubo desmayos, apretujamientos y ataques de histeria.

    Desde atrás, la gente de la FURN había comenzado a burlarse de Gustavo formando argollas con los dedos y cantando el flaco se la cooomee, cuando apareció Cámpora en el balcón de la Rosada. El delirio cobró la altura que sólo el clamor de la masa puede otorgarle.

    El discurso de Cámpora, breve y tímido, sonó casi a pedido de disculpas por estar ocupando el lugar que le correspondía al general Perón.

    –¡Volvemos a los micros, compañeros! –gritó el Pelado Prokiuk por el megáfono.

    Las últimas palabras del Pelado fueron distorsionadas por el ¡compañía fir...mes! de la voz ronca hasta la cólera de un oficial. ¡Derecha... dré!

    Tras el sonar desparejo de tacos, la formación quedó de cara al río.

    –¡Yeguas putas, gorilas! –revivió el flaco Alfieri, y los demás renovaron las escupidas.

    El oficial ordenó ¡Compañía... mar!, y causó gracia ese paso redoblado débil e impreciso bajo el aguacero de gallos que se pegaban en los uniformes y de las monedas que rebotaban en los cascos.

    Gustavo corrió detrás de Cabeza que se hacía lugar a los codazos para estar tiro del gargajo.

    –Hubiera querido hablar con la mina –se lamentó, mientras trataba de acomodarse él también–. Nunca estuve con una tortillera.

    –Mejor –lo consoló Cabeza–. Era tan fea que a la noche te ibas a mear en la cama.

    –¿Cómo mierda el barbudo ese puede ser puto con esa facha de macho cojudo? Dios le da pan al que no tiene dientes, carajo.

    –Bah, el tipo se cogería a algunas minas pero cada tanto se comería también alguna poronga –respondió Cabeza soplando con fuerza el primer gargajo.

    Alguien gritó ¡se van, se van y nunca volverán!, y la gente apretó la formación con chiflidos y puteadas liberando un desprecio que los cargaba de esperanza.

    ¡Se van, se van, y nunca volverán!

    Gustavo tuvo la ilusión óptica de que a medida que los milicos avanzaban hacia Paseo Colón, el Río de la Plata abría sus aguas marrones para tragarlos.

    ¡Se van, se van, y nunca volverán!

    Cabeza lo sorprendió enganchándole el brazo y comenzaron a bailar al compás de la consigna.

    ¡Se van, se van, y nunca volverán!

    Y los de la FURN se unieron, y de pronto la plaza entera se convirtió en un gran bailongo de despedida.

    ¡Se van, se van, y nunca volverán!

    –¡El trolo casi te despide con un besito en la boca! –le gritó Cabeza trabado por su propia risa.

    ¡Se van, se van...

    –¡No hablés que el barbudo estaba copado con vos, pelotudo! Ya veía que te mandaba la pija hasta las amígdalas el puto.

    ...y nunca volverán!

    2

    En la puerta del aula magna Gustavo intercepta a Cabeza que sale cargado de los apuntes de Parte General:

    –Perdí una hora discutiendo con los zurdos del PST. Los hijos de puta me chicaneaban: ¿Así que Perón y ustedes son la vanguardia que marcará al pueblo el camino de la liberación?

    Cabeza enciende un Particulares mientras califica las muchachas que pasan hacia la cantina:

    –Bah, no tienen la más puta idea de lo que es el peronismo. Dicen que al Viejo lo traen burgueses y milicos para frenar el avance popular.

    –Después me recagué de risa porque el flaco Alfieri se puso a discutir con un trosko sobre la Segunda Guerra Mundial ¿no?, y se largó a decir que cuando las tropas rusas ocuparon acá y la resistencia checoslovaca allá, y el trosko le dice pará un cachito che, ¿dónde carajo leíste eso?, y el flaco le contestó: en el Intervalo.

    Marcial retenía a los militantes a medida que aparecían en el pasillo de Derecho:

    –El general Perón vuelve el 20 de junio, así que tenemos que movilizar gente para realizar la concentración política más grande de América.

    –Me imagino la que nos espera –se lamentó por adelantado la flaca Alcira–. Pegatinas, volanteadas, mariposas y pintadas.

    –No sólo eso –aceptó Marcial–, sino concientizar a los estudiantes sobre la importancia histórica de este acontecimiento.

    En el barcito de 6 y 47, Cabeza y Gustavo piden sánguches de miga y dos cocas.

    –En el último comunicado, el ERP acusa a Cámpora de mantener las empresas imperialistas al frente de la producción porque está conciliando con el enemigo –dice Gustavo.

    –Ésos son otros descolgados de mierda. En algún momento los vamos a tener que hacer cagar.

    ¿Los vamos?

    –Bueno, los montos. Pero nosotros también seremos montos algún día ¿no?

    –Bah, no debe ser fácil. Ningún monto te va a decir como vos sos un buen compañero venite con nosotros. Más todavía si no sabés manejar los fierros.

    Cabeza se adelanta sobre la mesa y baja la voz:

    –Parece ser que cuando uno se consolida como cuadro político, ellos te dan la preparación militar.

    FAR, FAP y MONTONEROS CON EL PRESIDENTE, dice el diario. El Dr. Héctor J. Cámpora recibió ayer en la Casa de Gobierno a varios dirigentes de esas organizaciones que fueran liberados merced a la ley de Amnistía. Posteriormente, los periodistas abordaron al grupo –en el que se destacaba una mujer joven–, quienes expresaron su adhesión al gobierno del compañero Cámpora. Ante una pregunta sobre cuál sería la actitud de estas organizaciones si el gobierno no cumple con el programa prometido, respondieron en ese caso nuestra posición será de apoyo a Perón.

    Se reunieron en la casa de la flaca Alcira, a pocas cuadras de la facultad. Marcial, el Gato y el Pelado Prokiuk parecían dispuestos a darles una conferencia. Marcial tomó la palabra estrenando su cargo de Responsable de la FURN en la facultad de Derecho:

    –Ustedes ya vieron que dentro del movimiento peronista existen distintos sectores que pugnan por el poder. Por un lado están los burócratas traidores como Rucci y algunas corrientes nazifascistas como el Comando de Organización o la CNU. Por otro, estamos nosotros, las agrupaciones de la llamada tendencia revolucionaria, que se pretende unificar bajo la conducción de la organización Montoneros.

    Cabeza bebe un trago de coca y hace una sonrisa que le ocupa toda la cara:

    –Estoy haciéndole unos tiros a esa mina de tu curso de Procesal que tiene unas gomas así.

    –Ah, ya sé: Gimena. No se despega de una entrerriana que se escandaliza porque falto a las clases. A veces me pregunto si no se tortillean.

    –¿Y si las invitamos a salir?

    –La entrerriana no está mal pero debe ser media boluda.

    –Con tomar un feca no perdemos nada.

    Marcial aceptó el cigarrillo encendido que le alargó la flaca Alcira:

    –Desde el exilio, el General implementó una política muy hábil para mantener a todas estas corrientes unidas contra los milicos. Pero ni bien regrese al país, es de suponer que la lucha ideológica se hará más evidente.

    –Para nosotros la cuestión se define de la manera siguiente –completó el Pelado Prokiuk–: si dejamos que burócratas y fachos copen el peronismo, la victoria popular del 25 de Mayo se transformará en una derrota.

    –Así que, compañeros –retomó Marcial–, hay que redoblar el esfuerzo militante para mostrarle al General de manera indiscutible la representatividad de nuestra postura dentro del movimiento.

    Gustavo tose ruidosamente para despegarse una cascarita de pan de la garganta:

    –Lustrabotas, villas miserias, pibes mendigando o vendiendo diarios: ¿cómo mierda pudimos ser indiferentes a tantas injusticias? –dice con los ojos llenos de lágrimas por el esfuerzo de toser.

    –Porque fuimos educados para mantener los pocos privilegios que le quedan la clase media.

    Gustavo permanece pensativo, con la mirada dormida en la botella de Coca-Cola:

    –Mi viejo antiperonista perro, y yo gritando viva Perón en las manifestaciones, Cabeza. Imaginate que el día de mañana nuestros hijos nos salgan radichetas.

    –Eso no sería nada. Lo grave sería que nos salgan fachos.

    DECLARACIONES DE QUIETO Y FIRMENICH, dice el diario. Las organizaciones argentinas de guerrilla urbana continuarán su lucha a pesar del retorno del peronismo al gobierno anunciaron en una entrevista clandestina Roberto Quieto y Mario Eduardo Firmenich, mayores responsables, de FAR y Montoneros. Afirmaron que combatirán hasta con las armas a aquellos que conspiren contra el cumplimiento del programa revolucionario.

    Gustavo contiene un eructo. Levanta el sánguche y estudia por dónde va a morderlo:

    –Pensar que elegí esta universidad porque era la más tranquila, y ahora, en vez de estudiar, participo en los despelotes con la FURN.

    –A todos nos pasó lo mismo. Vinimos a buscar un título para casarnos con la noviecita que dejamos en el pueblo, y acá nunca falta el tipo que te abre los ojos y te demuestra que sos un individualista de mierda.

    –Ja. Yo también dejé una noviecita en La Rioja. Bueno, en realidad fui bastante honesto: la largué antes de venirme.

    –¿Por?

    –Es largo de explicar. Además me da un poco de vergüenza.

    –Dale, no seas boludo. Contá.

    Frente a la cantina de Derecho, una veintena de estudiantes rodeaban al Rolo Aritmendi y al Gato que –más que discutir– buscaban hacerse escuchar por los otros.

    –El Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda no desconoce en absoluto la lucha de la masa peronista –juró el Rolo Aritmendi–. ¡Pero el Pacto Social que acaba de lanzar Perón sólo sirve para profundizar la explotación del pueblo trabajador, compañeros!

    El Gato lo cortó imponiendo su voz:

    –Lo que la zurda intelectualoide no entiende, compañeros, es que la actual relación de fuerzas entre los sectores populares y el enemigo no permite medidas drásticas. ¿Quién no quiere meter a todos los milicos contra el paredón? ¿Quién se negaría a la reforma agraria? Pero hay que ser ciegos o traidores para no darse cuenta de que si en esta coyuntura democrática cerramos las puertas a los sectores enfrentados al imperialismo, no les quedará otro remedio que aliarse con el enemigo, compañeros.

    –Se llamaba Carmencita –cuenta Gustavo–. Era una rubia tierna de ojos color miel. Una buena piba, pero los chupacirios de sus viejos le habían llenado la cabeza de mierda.

    –Ja, ya veo –ríe Cabeza–. Vos te la querías coger y la mina no aflojaba.

    –Bah, no era sólo eso, sino que como todo se lo atribuía a Dios, vos terminabas con la sensación de que no valías un carajo. En La Rioja Dios te persigue hasta para cagar.

    –Che, ¿cómo ven la cuestión del Pacto Social de Perón? –largó la flaca Alcira cambiando bruscamente de tema.

    El Gato puso la cara de un profesor de Derecho Constitucional:

    –El Viejo aclaró que en esta etapa de transición se impone un compromiso entre trabajadores y patrones para reconstruir el país.

    –¿Una alianza de clases? –sugirió Gustavo.

    –Una alianza de clases –confirmó Marcial, y todos se quedaron pensativos.

    –Dicho así no suena muy revolucionario que digamos –se apresuró a intervenir el Gato–, pero no olvidemos que es una medida coyuntural y que la garantía de que el pacto no se vuelva contra los laburantes es la presencia del general Perón.

    Las miradas perdidas en las baldosas indicaban una decepción que Marcial logró neutralizar:

    –De todos modos yo creo que es mucho más piola ponerle el hombro a Perón que ponérselo a los milicos ¿no?

    Los recuerdos ponen a Gustavo melancólico.

    –Cuando la conocí, yo tenía un metejón bruto con otra que no me pasaba un tronco de bola: Gracielita. Entonces me le tiré a la Carmencita que andaba haciéndome caruchas.

    –¿A la otra la encaraste y te rebotó?

    –Nunca me animé a tirármele. La mina pertenecía a una familia de cierta prosapia y eso me inhibía. Me contentaba con llorarla en versitos dolorosos.

    DISCURSO DEL MINISTRO DEL INTERIOR, dice el diario. En un discurso leído ante miembros de la Policía Federal, el Sr. Esteban Righi manifestó que se terminó la hora de reprimir al pueblo.

    El lugar de concentración era la calle 7, frente a la universidad, a las cinco de la mañana. El frío hacía castañetear los dientes y un vapor espeso salía de las bocas. Los abrigos deformaban las figuras de los militantes convirtiéndolos en astronautas fervorosos que enrollaban pancartas, repartían cafés, distribuían volantes y cargaban pesados paquetes de mariposas. Se gritaban órdenes, se hacían jodas y costaba mantenerlos en columna al lado de los ómnibus que los llevarían al aeropuerto de Ezeiza.

    Cabeza puso el dedo sobre el sarpullido desparejo de pelos en la cara de Gustavo:

    –¿Te vas a dejar la barba?

    –Por supuesto. Gobierno nuevo, cara nueva.

    –Si aspirás a ser montonero tenés que usar sólo bigotes. ¿Dónde se ha visto un monto con barba?

    –Andá a cagar.

    –Como en la casa de la Carmencita nos tenían bastante controlados, la llevaba a un cine para poder meterle las manos con tranquilidad –cuenta Gustavo–. Nos instalábamos en las butacas contra la pared, le ponía las tetas al aire para chupárselas y le metía las manos bajo la bombacha. No te imaginás cómo me quedaban los güevos, Cabeza.

    La flaca Alcira se acercó a Gustavo para darle un beso en la mejilla. Con boina negra, campera y pantalones de corderoy rojos, parecía un torero envuelto en la capa.

    A Marcial –que corría de aquí para allá– se le sacudían las orejeras de corderito del gorro que calzaba, en tanto el Gato Armendáriz caminaba derechito como una tabla bajo el sobretodo negro: no se me acerquen con cigarrillos que estoy hecho un polvorín.

    Cabeza llevó la mano de Gustavo hasta el cilindro duro que apretaba con el cinturón: tocá, tocá.

    –¿Estás calzado?

    –Un trifásico –dijo mostrándole la punta negra y brillosa de un cable gordo, macizo y flexible–. Facho que se reciba un golpe en el lomo, tiene un mes para sobarse.

    –¿Te pusieron en el grupo de seguridad? –quiso saber Gustavo con bronca adelantada por haber quedado al margen, maldiciendo su físico nada convincente.

    –No, pero me lo traje por si hay piñas.

    –Con el pretexto de estudiar íbamos a la casa de una amiga que nos dejaba solos en la pieza –revive Gustavo con un cosquilleo dulzón en el estómago–. Ahí empezaba la lucha: que cogemos, que no cogemos. Como ella quería conservar su virginidad para poder casarse de vestido blanco, terminábamos mandándonos terribles orgías interruptas, ya que lo único que no le metía era la pija.

    Cabeza largó la carcajada:

    –Me imagino lo que hacías después.

    –Y, sí: vivía a las pajas, qué querés.

    DISOLUCIÓN DEL DIPA, dice el diario. El Ministro del Interior ordenó mediante decreto la disolución del Departamento de Investigaciones Políticas Antidemocráticas, creado por el anterior gobierno militar, y la destrucción de sus archivos.

    El nerviosismo y la seriedad de la gente de la Mesa Directiva de la FURN chocaba con el ambiente de alegre indisciplina con que los otros procuraban vencer al frío. El Ciego Felipe caminaba casi al trote sacudiendo sus ciento diez kilos al lado de Ernesto Alderette, que recorría la columna para anunciar la aparición de El Descamisado: una revista que reflejaba la línea política de toda la tendencia revolucionaria.

    Ernesto Alderette tenía fama de imponerlo todo: su altura, su voz firme, su convicción al marcar políticas coyunturales, y sus piñas cuando las discusiones llegaban a un punto muerto con los zurdos o los ahora casi compañeros del FAEP. Las militantes se le acercaban con mucho respeto y demasiadas ganas. Gustavo y Cabeza con admirativa inhibición.

    El Pelado ordenó por el megáfono tomar lugar en los micros.

    Gustavo aprovechó para estudiarlo de arriba a abajo:

    –Este tipo lo único que sabe hacer es jetonear ¿no?

    Cabeza hizo un gesto de desdén con la mano:

    –Si me llego a enterar de que este pelotudo es monto, ahí nomás me paso al PST.

    Gustavo bebe un trago de coca y se limpia con la servilleta de papel:

    –Un día la puse en bolas y me le tiré arriba ¿no? Esa vez la noté más suelta. Cuando le metí la mano ya no me la apretó con las piernas para frenarme sino que se acomodó para que pudiese tantearla mejor: estaba totalmente entregada. Como yo dudé de seguir, la mina me suspiró en la oreja soy toda tuya, Gusta. Y ahí me agarró el susto porque para mí también iba a ser la primera vez.

    –Cuando debutás siempre pasa lo mismo –dijo Cabeza divertido–: luchás para que se abra de gambas, y llegado el momento te cagás entero.

    –El asunto es que pelé la pija, y mientras la puerteaba para metérsela, descubrí sus ojitos esforzándose hacia un crucifijo colgado en la pared. Supuse que pedía perdón por estar aflojando, y se me vinieron el alma y la pija al piso, Cabeza.

    –¡Qué pelotudo! ¡Te estaba pidiendo a gritos que la cogieras!

    –Quizá, pero de la boca para afuera. Yo pensé: por mucho que ella quiera, si la cojo le arruino la vida. Entonces me borré. Esa misma tarde me dijo ¿sabés por qué no

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