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El Cordobazo: La ciudad de la furia
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El Cordobazo: La ciudad de la furia

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¿Qué fue el Cordobazo? Para algunos, protesta obrera u obrero-estudiantil; para otros, rebelión popular o, incluso, intento de insurrección. ¿Predominaron las motivaciones económico-corporativas? ¿las políticas o las ideológicas? ¿Fue su motor la lucha económico-sindical o la lucha política antidictatorial? ¿Fue una acción espontánea o planificada? ¿Cuál fue el peso relativo del peronismo combativo? y ¿cuál el de la izquierda sindical? ¿Cuál fue el verdadero rol del movimiento estudiantil? ¿Se trató de una coyuntura donde convergieron hechos fortuitos o fue un proceso necesario, producto de las contradicciones sociales de tipo estructural? ¿Fue continuación y remate de las luchas obreras que arrancaban de la resistencia peronista o bien fue el principio de un cambio histórico en las lealtades políticas de las masas obreras al peronismo?
Cualquiera sea la respuesta a las preguntas anteriores no hay dudas de que el Cordobazo abrió las puertas a una utopía.

Permitió no solo mostrar la fuerza para enfrentar el poder militar sino también la pasión para conquistar un sueño. Aquellos obreros, estudiantes y ciudadanos comunes que en mayo del 69 levantaron barricadas humeantes en Córdoba defendían la democracia torturada por una nueva dictadura militar, el salario amenazado, la universidad pública y autónoma. Defendían, en síntesis, los valores del trabajo y del estudio, como metas de ascenso social. Y aunque la izquierda marxista cordobesa intentó apropiarse del Cordobazo para transformarlo en su propio mito legitimador y en un instrumento para disputar ideológicamente con el peronismo las lealtades de la clase obrera, debió aceptar, finalmente, que este movimiento no tenía dueños.

El Cordobazo representó una pasión por la unidad nacional y la alianza virtuosa de los trabajadores y la clase media con sus estudiantes, sus artistas y sus intelectuales. Esto ocurrió porque en Córdoba, sede de una antigua universidad y epicentro de un nuevo desarrollo industrial, se conjugaron y se potenciaron un movimiento estudiantil cuyas tradiciones combativas remitían a la Reforma Universitaria de 1918; una nueva clase trabajadora y una intelectualidad crítica que transitaba desde el comunismo ortodoxo hacia la nueva izquierda. Fue la generación de los años 60, forjada en un vertiginoso proceso de modernización cultural y social, la que emergió rebelándose contra el extrañamiento respecto de los valores y las instituciones en las que se había formado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 mar 2017
ISBN9789569274527
El Cordobazo: La ciudad de la furia

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    El Cordobazo - Jorge Las Heras Bonetto

    político.

    Prólogo

    El autor, médico cordobés, pasó por la Universidad de Córdoba en los tiempos más agitados y controvertidos de la sociedad argentina, allá en las décadas del 60 y 70. Su condición de médico y su afán de trotamundos lo llevó a Chile, durante el Gobierno de Salvador Allende y luego del golpe militar, a Canadá y EE.UU. Sin embargo, a pesar del tiempo y la distancia no pudo olvidar ni echar en saco roto aquello que incorporó en su vida de dirigente universitario, como guía y meta de su pensar y accionar. Así, no hace mucho, leímos de él un muy buen trabajo sobre la Reforma Universitaria y como no podía ser de otra manera, no olvidando sus raíces cordobesas maduradas y fortificadas en su universidad, hoy nos presenta su nuevo trabajo: El Cordobazo. Si en su libro anterior la teorización y la ideología fueron su principal contenido, en este es la memoria, la historia y la reflexión de tiempos turbulentos que marcaron un antes y un después en Córdoba y el resto del país. Este estudio realiza un pormenorizado y bien logrado análisis de las fuerzas sociales que conformaron las luchas en aquellos tiempos; tiempos de dictaduras, de intolerancia y de enfrentamientos contra un proyecto de país inspirado no en los grandes pensadores como Alberdi, Sarmiento, Alem, Yrigoyen y otros, sino en la tosca y cipaya política de un militarismo nacionalista católico ciego. Esta dictadura, que pretendió llamarse Revolución Argentina, por muchos años marcó y orientó a nuestra sociedad bajo un pensamiento arbitrario, cruel y reaccionario; cuyo objetivo prioritario fue destruir varios e importantes logros de la Argentina republicana y particularmente de la Córdoba de ese entonces.

    Uno de ellos, quizás el más próximo al autor, era el de la Universidad Reformista que desde 1958 obtuvo en Córdoba, por primera y casi única vez, dos sucesivos rectorados que llevaron la aplicación en plenitud de los postulados del Grito de Córdoba del 18, logros para nada baladíes y, por el contrario, fundamentales para obtener un ámbito de estudio e investigación en libertad y tolerancia. Pero el Gobierno totalitario de Onganía echó por tierra este tránsito hacia la universidad que el progreso necesitaba y volvió todo atrás, como si nada hubiera ocurrido en cincuenta años, y hasta cometió la torpe ironía de nombrar rector de la universidad al hijo de aquel rector echado por los estudiantes reformistas en el año 18.

    Este libro, meticulosamente elaborado, con una amplia y precisa bibliografía, cementada e interpretada por la experiencia y vivencias del autor, toma en cuenta de manera fundamental el proceso sindical que tuvo a Agustín Tosco como uno de sus principales líderes y así, con mucha precisión y estilo, va mostrando la unión estrecha y dinámica entre los universitarios y gremios cordobeses enfrentados al sindicalismo oficialista. De esta amalgama -más allá de todos los elementos económicos y políticos- surgirá la fuerza incontrastable que enfrentará a la dictadura en las jornadas del Cordobazo.

    Con citas pertinentes, con recuerdos propios y con un entrañable amor por la verdad histórica (y hablamos de amor porque así están inspiradas estas páginas), revivimos aquellas olímpicas jornadas de la mano de este cordobés, que a pesar de haber andado muchos años por el mundo, ha vuelto, maduro y con una larga experiencia en la docencia, a reflexionar sobre el movimiento -al decir de James Brennan, uno de los grandes estudiosos de aquellos acontecimientos- más importante de agitación social y política argentina del siglo XX.

    En síntesis, esta obra de pensamiento y reflexión es un interesante aporte cuando está por cumplirse el casi medio siglo de ocurrido el Cordobazo y su lectura nos recuerda años fundamentales para todos aquellos que los vivimos.

    Lic. Gonzalo Sarría

    Director del Museo Casa de la Reforma Universitaria

    Agradecimientos

    Quiero agradecer, en primer lugar, a mi amigo Gonzalo Sarría, director del Museo Casa de la Reforma, por su esfuerzo en conseguir que este libro se publicara y quien, además, contribuyó generosamente con el prólogo y con la revisión del texto.

    A Guillermo Galindez, por aportar sus fotografías originales y de excelente calidad, incluyendo la que ilustra la tapa.

    A Miguel Bravo Tedin, narrador esencial de la historia del barrio Clínicas, por contribuir a la corrección del texto.

    A mi secretaria, Soraya Flores, por las horas extras que le dedicó al libro.

    A mi familia por las horas robadas y el aliento permanente.

    J.L.H.B.

    Salteadores nocturnos

    El lunes 27 de junio de 1966, los comunicados militares inundaron las radios y los canales de la televisión argentina. En la mañana de ese lunes, comenzó el golpe militar contra el Presidente Arturo Illia.

    Luego de apoderarse de la mayoría de los medios de comunicación, el próximo objetivo de los militares fue la Casa Rosada, histórico edificio donde, desde mediados del siglo XIX, han ejercido sus funciones los sucesivos presidentes argentinos. Las tropas del Ejército avanzaron para ocupar la casa de Gobierno, mientras el general Julio Alzogaray (hermano del ex Ministro de Economía Álvaro Alzogaray y padre de un futuro guerrillero), asumió la responsabilidad de pedirle la renuncia al presidente Illia. El Ministro de Defensa, general Castro Sánchez, le informó al doctor Illia que no contaba con fuerzas leales.

    Dentro de la Casa Rosada, el jefe de la Casa Militar de la Presidencia intentó convencer al Dr. Illia que renunciara y se retirara con sus colaboradores. Le señaló que de todas maneras sería tomada la sede gubernamental, pero con un alto costo de vidas si había resistencia. El presidente Radical solo aceptó que se fuera el personal administrativo, manteniendo la compañía de jóvenes radicales que habían llenado su despacho. En un momento de confusión, Illia se dirigió hacía el privado presidencial. El resto de los presentes coincidió en un pensamiento: ¡Como Leandro Alem, se va a pegar un tiro! y con emoción, comenzaron a cantar el himno nacional. A los pocos minutos, se escucho correr el agua en el baño e Illia se reintegró a la sala.

    Alrededor de las cinco de la madrugada, Alzogaray entró en el despacho presidencial junto a otros altos mandos del Ejército y le exigió la renuncia al presidente¹:

    Gral. Alzogaray: Soy el general Alzogaray y vengo a cumplir órdenes del comandante en jefe.

    Presidente Illia: El comandante en jefe soy yo. Mi autoridad emana de la Constitución que nosotros hemos cumplido y que usted ha jurado cumplir. A lo sumo usted es un general sublevado.

    Gral. Alzogaray: En representación de las Fuerzas Armadas, vengo a pedirle que abandone este despacho.

    Presidente Illia: Usted no representa a las Fuerzas Armadas, solo representa un grupo de insurrectos. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos que, como los bandidos, aparecen de madrugada.

    Gral. Alzogaray: Lo invito a retirarse. No me obligue a usar la violencia.

    Presidente Illia: ¿De qué violencia me habla? La violencia la acaban de desatar ustedes. El país les recriminará siempre esta usurpación. El único Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas soy yo. Ustedes son los insurrectos. ¡Retírese!

    Una hora más tarde, junto a otros oficiales del Ejército, regresó el Coronel Perlinger, elegido por los militares golpistas para dirigir la evacuación de la Casa Rosada.

    Cnel. Perlinger: Doctor Illia, en nombre de las Fuerzas Armadas vengo a decirle que está destituido.

    Presidente Illia: Traiga esas fuerzas.

    Perlinger se retira y regresa a las 7 y 25 con doce integrantes de la Guardia de la Policía Federal, que recibieron órdenes de desalojar, pero sin tocar al Presidente. Luego de que Perlinger conminara, sin éxito, al Presidente Illia a renunciar, se produjo el siguiente diálogo:

    Presidente Illia: Yo sé que su conciencia le va a reprochar lo que está haciendo.

    Cnel. Perlinger: Usaremos la fuerza.

    Presidente Illia: Es lo único que tienen.

    Finalmente, y tras algunos cabildeos, el Presidente Illia, rodeado de un grupo de los jóvenes que se mantenían a su lado, fueron llevados hacia la salida. Al abandonar la Casa Rosada, Illia despreció el coche presidencial y también rechazó un auto oficial. En su lugar, detuvo a un taxi que pasaba. Tanto su conductor como todos los que miraban la escena se quedaron estupefactos. El Presidente Constitucional recién derrocado subió al taxi y desapareció entre las sombras de esa triste madrugada.

    La llegada de Illia al poder

    Luego del golpe de Estado del 16 de Septiembre de 1955, que derrocó al presidente Juan Domingo Perón, se inició un largo período de inestabilidad política en Argentina. Los militares proscribieron al peronismo que, a partir de allí y previo a un pacto con Perón, votó por Frondizi para expresar su rechazo a las elecciones convocadas sin su participación.

    En 1961, el presidente Arturo Frondizi (radical de la facción llamada intransigente, de centro-izquierda) legalizó el peronismo, el que inmediatamente después triunfó en las elecciones de gobernadores efectuadas en diez de las catorce provincias argentinas, incluyendo Buenos Aires. Los resultados de esta elección gatillaron una revuelta militar, la que se venía gestando desde hacía algunas semanas y, once días más tarde, el presidente Frondizi fue derrocado, detenido y reemplazado por el presidente provisional del Senado, José María Guido. Este último, transformado en un títere de los militares, anuló las elecciones de gobernadores, disolvió al Congreso y volvió a proscribir al peronismo.

    En esas condiciones se convocaron las elecciones presidenciales del 7 de Julio de 1963, en las que resultó electo Arturo Illia. La fracción del radicalismo (llamada del pueblo y definida como gorila por su antiperonismo) que representaba Illia había ganado la elección presidencial con solo el 25.1% de los votos. El peronismo proscripto, votó en blanco y obtuvo un caudal electoral de 18.8%. Illia llegó así a la presidencia de la nación en una posición política tan endeble como la que había tenido Frondizi cinco años atrás. Curiosamente, su única garantía provenía del Ejército y en especial de su comandante en jefe, el general Juan Carlos Onganía, quien había prometido no dificultar su Gobierno. Este general legalista había manifestado que quería fuerzas armadas profesionales, no políticas; para eso había peleado como azul (nacionalista) contra las dos facciones liberales que querían gobernar contra los políticos y, especialmente, contra el peronismo (los colorados del Ejército y la Armada).

    A la falta de reconocimiento de la legitimidad del Gobierno de Illia por parte de los ciudadanos peronistas, se sumó el hecho de que el Gobierno radical nacía de un partido que Illia no dominaba totalmente. El presidente representaba a la llamada Línea Córdoba, tendencia provincial que gozaba de una independencia notoria en el ámbito nacional, opuesta al centralismo bonaerense (encabezado por Ricardo Balbín). Su candidatura fue un compromiso entre los diversos sectores regionales del radicalismo, que en realidad, al elegir al cordobés Illia, manifestaban sus recelos ante la conducción nacional representada por el porteño Balbín, quien ya había sido candidato a presidente por los radicales cinco años antes y había resultado perdedor.

    Arturo Illia asumió el 12 de Octubre de 1963. Contra lo esperado por el sector gorila, su primer acto de Gobierno consistió en eliminar las restricciones que pesaban sobre el peronismo, permitiendo su participación en comicios abiertos. Otra de sus medidas iniciales fue revocar la política petrolera de Arturo Frondizi, quien había iniciado durante su Gobierno la privatización de la explotación petrolera, realizando contratos con varias empresas extranjeras. Para los radicales que apoyaban a Illía esos contratos significaban una perdida del patrimonio y de la soberanía nacional y rápidamente presionaron al presidente para que dictara una ley anulándolos por vicios de ilegitimidad y ser dañosos a los derechos e intereses de la nación. Junto con esto, acusaron a Frondizi y a su Ministro de Economía, Rogelio Julio Frigerio, de ser responsables de las transgresiones morales, de las violaciones jurídicas y de los perjuicios económicos ocasionados al país por su política petrolera.

    A poco de conocerse la noticia de la anulación de los contratos, en su mayoría vinculados a empresas norteamericanas, el embajador de ese país visitó a Illia en la residencia presidencial (Olivos) para comunicarle que de aplicarse esa ley, su país suprimiría toda ayuda financiera a la Argentina. El presidente Illía no claudicó en sus propósitos y poco tiempo después volvió a atacar los intereses norteamericanos con motivo de la dictación de la Ley de Medicamentos. Esta nueva ley regulaba aspectos de la producción y comercialización de los medicamentos, como una manera de evitar los excesos que cometían los laboratorios, sobre todos los extranjeros. La sanción de esta ley, que incluía el congelamiento de precios, fue vista por muchos analistas políticos como una de las causas que pavimentó el camino del futuro derrocamiento del presidente Illia.

    El conflicto entre el Gobierno radical y el peronismo tuvo su primera manifestación en el área sindical. Los sindicalistas peronistas, agrupados en la Confederación General del Trabajo (CGT), nunca aceptaron la elección de los radicales y rápidamente propusieron un Plan de Lucha contra las políticas laborales del Gobierno, que incluía desde jornadas de agitación progresiva hasta la toma de las fábricas. Las ocupaciones de plantas comenzaron en mayo de 1964 y se prolongaron, con algunas interrupciones, hasta julio de ese año. Diversos dirigentes sindicales de la CGT fueron procesados por violar la propiedad privada, pero a pesar de eso, la movilización sindical continuó cada vez con mayor intensidad hasta el final del mandato de Illia.

    En el año 1965 el Gobierno convocó a elecciones legislativas, y el peronismo presentó sus propias listas de candidatos. La victoria obtenida por ellos en las urnas resucitó al gorilismo dentro de las fuerzas armadas y motivó una seria agitación de importantes sectores del Ejército, especialmente de los marinos y los liberales organizados bajo el grupo colorado.

    A la inquietud militar provocada por la legalización del peronismo se sumó la aparición de focos guerrilleros rurales en el norte del país.

    En 1963, el Che Guevara envió un grupo de sus seguidores a la provincia de Salta, en el norte argentino. Este grupo estaba liderado por Jorge Massetti, periodista peronista que había dirigido la agencia Prensa Latina en Cuba y que debió renunciar a su cargo debido a un enfrentamiento con el Partido Comunista Cubano (PSP). El grupo de Massetti se instaló en los montes de la provincia salteña, bajo el nombre de Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), con apoyos logísticos en Bolivia, Córdoba y Buenos Aires. Massetti llevaba el grado de Comandante Segundo, porque suponía que el propio Che Guevara asumiría el grado de Comandante Primero. Luego de enviarle una carta al Presidente Illia anunciando su decisión de iniciar la lucha armada y antes de que el propio Che lograra sumarse al grupo, Massetti comenzó a tener complicaciones en el frente interno y externo, lo que en definitiva significó un colapso completo

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