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Cuentos, jaques y leyendas: Historias dentro y fuera del tablero
Cuentos, jaques y leyendas: Historias dentro y fuera del tablero
Cuentos, jaques y leyendas: Historias dentro y fuera del tablero
Libro electrónico212 páginas3 horas

Cuentos, jaques y leyendas: Historias dentro y fuera del tablero

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El artista Marcel Duchamp abandonó su afán creativo para dedicarse en cuerpo y alma a las sesenta y cuatro casillas. En Cadaqués, el francés jugó muchas tardes con la escritora Rosa Regàs. La magia del juego-ciencia también atrapó a Humphrey Bogart. Tanto, que su afición compulsiva estuvo a punto de cambiar el final de Casablanca. El cantaor Enrique Morente, Miguel de Unamuno, John Wayne, Stanley Kubrick, Ernesto Che Guevara o Vladímir Nabokov también cayeron bajo un mismo influjo ajedrezado. Dentro del tablero, del juego como competición, la historia del ajedrez se ha escrito gracias a capítulos extraordinarios, como el de Sultan Khan, un sirviente indio que logró ser campeón de un imperio; o el de Sonja Graf, la ajedrecista que jugaba vestida de hombre para vivir en plena libertad. Cuentos, jaques y leyendas nos presenta una recopilación de treinta artículos publicados en Diario Sur por el periodista Manuel Azuaga. En ellos desfilan todo tipo de personajes y relatos en blanco y negro, vidas fantásticas y literarias que le harán acercarse al ajedrez como nunca jamás hubiera imaginado.
IdiomaEspañol
EditorialRenacimiento
Fecha de lanzamiento11 jun 2021
ISBN9788418818073
Cuentos, jaques y leyendas: Historias dentro y fuera del tablero

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    Cuentos, jaques y leyendas - Manuel Azuaga

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    Manuel Azuaga Herrera

    Cuentos, jaques y leyendas

    Historias dentro y fuera del tablero

    Prólogo de Miguel Illescas

    © Manuel Azuaga Herrera

    © Prólogo: Miguel Illescas

    © 2021. Editorial Renacimiento

    www.editorialrenacimiento.com

    polígono nave expo, 17 • 41907 valencina de la concepción (sevilla)

    tel.: (+34) 955998232 • editorial@editorialrenacimiento.com

    Diseño de cubierta: Alfonso Meléndez

    Ilustración de cubierta: Sr. García

    isbn: 978-84-18818-07-3

    INTRODUCCIÓN

    «El ajedrez era para mí una función natural, como la respiración».

    Samuel Reshevsky

    «Juego noche y día sin parar, y nada en el mundo me interesa más que encontrar la jugada perfecta».

    Marcel Duchamp

    «Saca el ajedrez, Jesusico, que vamos a tener ideas».

    Enrique Morente

    Al olor de un café. Así nació el libro que ahora tiene en las manos. Recuerdo el bar, el preciso instante, la conversación. Estoy con mi buen amigo Roberto. Le cuento todo lo que me estaba pasando entonces, aunque, en realidad, no era nada sobrevenido, pues era yo quien había decidido mover pieza y precipitar los acontecimientos. Mi próxima jugada pasaba por dejar el trabajo, abandonar la seguridad del enroque –una seguridad a veces aparente– y recorrer otras zonas del tablero. Quería pisar la casilla de lo social, dedicarme a la docencia del ajedrez, algo que ya venía haciendo desde hacía un tiempo: cambiar de vida. Roberto escuchó mi alegato con un afán sincero de orgullo, dejó su taza humeante sobre la mesa y puso cara de aprobación. «Cuando des el paso, hacemos un programa en la radio –me dijo–. Así le contamos al mundo los secretos del ajedrez». Unas semanas más tarde de aquel encuentro seguía con mi rutina ­kafkiana, pero, en secreto, había redactado una primera escaleta donde figuraba el nombre del programa, las secciones y hasta la sintonía de arranque, Someday , de The Strokes, un tema perfecto para romper con el tópico musical que suele acompañar al juego-ciencia, más cercano a Brahms o a Tchaikovsky. Al poco emitimos nuestro primer episodio piloto. Y hasta la fecha en la que les hablo, El rincón del ajedrez acumula cerca de 160 capítulos y, gracias a las plataformas digitales, tenemos oyentes en más de 80 países. María Jesús Espinosa, referencia global del podcast , escribió sobre el programa en términos muy elogiosos: «Aquellos que nunca se han acercado al ajedrez, es posible que lo hagan después de escuchar este espacio radiofónico». Una de las secciones habituales, mi preferida, responde al título Cuentos, jaques y leyendas .

    Siempre he querido contar historias, esa es la verdad, y el ajedrez, juego milenario, no solo me ofrece un manantial cristalino del que beber, sino que lo riega y salpica de fascinantes relatos y personajes extraordinarios, muchos de ellos desconocidos por el gran público, sean o no aficionados. Y es que en el tablero ajedrezado se cruzan narraciones que conectan, como casillas comunicantes, con el arte, la ciencia, las matemáticas, el cine o la literatura. Con los años me di cuenta de que todas estas dimensiones son la misma cosa porque, desde una perspectiva filosófica, nacen de la curiosidad o, si lo prefieren, de la búsqueda de la perfección. Juan Mayorga, Premio Nacional de Teatro (2007) y miembro de la Real Academia Española, es un apasionado del juego del ajedrez. Hace años, me dijo: «El cerebro del ajedrecista es el mayor espectáculo del mundo». Esa frase hiperbólica me persigue desde entonces. Me empuja a contemplar la vida de los ajedrecistas como la de unos seres que han sido encantados por la ponzoña de un juego mágico que los atrapa, un juego que los somete, los hechiza, los pone en jaque y, en ocasiones, los lanza por la gran diagonal de la locura. Es el precio de conocer su belleza. El lector jugador conocerá la sensación que describo. Y aquel que no sepa mover los trebejos o que solo haya jugado en las horas previas al insomnio, corre el riesgo de caer en la celada que supondrá la lectura de este libro.

    A finales de verano de 2019 el proyecto radiofónico dio un salto de caballo, lo que me permitió escribir en la sección «Culturas» de Diario SUR. La apuesta del director del periódico, Manolo Castillo, fue decidida. Los artículos de ajedrez –historias que suceden dentro y fuera del tablero– se publican quincenalmente a doble página con ilustraciones de Sr. García, un artista de reconocido genio y prestigio al que le debo toda mi gratitud. El libro Cuentos, jaques y leyendas reúne y compila treinta de los artículos publicados en el periódico. Así deben leerse. Si es posible, con el café del domingo. Con la excepción del último texto («Gambito de dama», la serie que le hará jugar al ajedrez), la estructura de las historias responde al orden cronológico de publicación en prensa. En cualquier caso, son narraciones que pueden leerse alterando esta cadencia, toda vez que los relatos están interconectados, pero al mismo tiempo funcionan como cápsulas y crónicas independientes. Les recomiendo una lectura pausada, de sorbo lento.

    Los personajes que transitan por este libro están vinculados de un modo u otro con el ajedrez, sin embargo, el lector no necesita conocer previamente las reglas del juego. Dicho de otra forma: no hay un solo diagrama, cada relato es un cuento y cada cuento una historia universal. Es por eso que no solo he puesto el foco en los grandes campeones de las sesenta y cuatro casillas, también he dedicado algunos textos a perfiles que están –en principio– fuera del tablero, como es el caso de Humphrey Bogart, Marcel Duchamp, Nabokov, John Wayne, Stanley Kubrick, Unamuno o Enrique Morente, todos ellos grandes apasionados del noble juego, con biografías ajedrecísticas realmente asombrosas. Para la glosa de Duchamp conté con la amistosa contribución de Rosa Regás, quien conoció al artista francés hace años en Cadaqués y, curiosamente, jugó muchas partidas con él mientras hablaban de arte o literatura. También hablé con la familia Morente –con Estrella, hija de Enrique; y con Aurora, viuda del cantaor– para armar el artículo El ajedrez jondo de Morente, un pasaje que recomiendo leer con el ronco del Albaicín de fondo. El nieto de Miguel de Unamuno, Ramón, me regaló alguna confidencia desconocida de su abuelo para el escrito La paradoja ajedrezada de Unamuno. Mismo caso ocurrió con Eduard Pomar, hijo de Arturo Pomar, quien colaboró en el proceso de documentación del artículo que le dedico a su padre, Un genio del ajedrez en la lámpara del franquismo.

    Soy, por tanto, deudor de todas aquellas personas que han participado directa o tangencialmente en la elaboración de estos cuentos, jaques y leyendas. El trabajo de autores e investigadores como Edward Winter, Bill Wall, Antonio Gude o Miguel Ángel Nepomuceno han sido siempre, y son, una fuente de inspiración y consulta. La lista de agradecimientos y de gente querida que se ha prestado a jugar en tándem esta partida literaria es del todo inabarcable. Gracias a todos y cada uno de ellos.

    En el artículo La Guerra Fría en el tablero… y dos moscas muertas escribo: «Los prolegómenos de la batalla por el título mundial entre Fischer y Spassky deberían ser leídos como un tratado de geopolítica». En efecto, la historia del ajedrez se puede leer de muchas y distintas formas, mi intención es escribirla como si se tratara de un cuento, de una leyenda que aún sigue viva y se alimenta de nuevas hazañas, de partidas y piezas que aún no están sobre el tablero. Ojalá puedan disfrutar de este libro y formar parte de este relato en blanco y negro. Ojalá el ajedrez se transforme, como dijo Mayorga, en el mayor espectáculo del mundo.

    PRÓLOGO

    El ajedrez está de moda. Este milenario juego viene ganando adeptos desde hace al menos cinco siglos, cuando unos visionarios poetas valencianos decidieron cambiar las reglas del antiguo Shatranj para dotarlo de un dinamismo acorde con la nueva época que les tocaba vivir, el Renacimiento.

    La nueva variante ganó pronto el favor del público, en detrimento del lento ajedrez árabe, pero durante los siguientes 300 años siguió como un simple juego de salón, reservado a la aristocracia y a los estrechos círculos de las cortes europeas, iglesias o monasterios.

    Poco a poco su práctica se extendió. En 1851 se celebró el gran torneo de Londres, hito que marca el inicio de las pruebas de élite, que a su vez contribuirán a aumentar progresivamente la popularidad y prestigio del noble juego. Ese ámbito se consolida y, a finales del siglo XIX, se inaugura con Wilhelm Steinitz la saga de campeones mundiales, que alcanza hasta el actual reinado de Magnus Carlsen.

    La primera mitad del siglo XX vio florecer los torneos, tanto nacionales como internacionales, y la estructuración del ajedrez como actividad de competición regulada. Tras la Segunda Guerra Mundial llegó un largo periodo de dominio soviético –país que hizo del deporte una cuestión de estado– y el ajedrez quedó sumido en una especie de letargo, mientras otros deportes ganaban importancia y visibilidad mediática en Occidente.

    Pero en 1972 llegó Bobby Fischer, un iluminado que hizo temblar los cimientos de la poderosa maquinaria del ajedrez soviético, llevando la corona al otro lado del Atlántico, aunque fue por poco tiempo. Su retirada en 1975 dejó un enorme vacío, pero el ajedrez fue encadenando personajes y eventos que mantuvieron de forma intermitente el interés del público: el disidente Korchnói, el volcánico Kaspárov, ambos enfrentados en luchas épicas al gélido Kárpov.

    Sin embargo, el siguiente gran impulso no llegaría hasta 1997, cuando la máquina Deep Blue derrotó al entonces invencible Gari Kaspárov. Fue el acontecimiento más seguido a nivel mundial desde la llegada del hombre a la luna, y se puede afirmar que ahí comenzó el noviazgo –ahora convertido en sólido matrimonio– del ajedrez con Internet, una alianza que iba a dar a este viejo juego nuevas alas para volar muy alto en el siglo XXI.

    Y así llegamos al año 2020. Con el ajedrez sólidamente asentado en el mundo online, sobrevino la pandemia, lo que nos obligó a recluirnos y a buscar en nuestro propio hogar alternativas de ocio y desarrollo personal, creciendo notablemente el número de jugadores por Internet en todo el planeta.

    A pesar de la importancia de los acontecimientos antes descritos, nada es comparable al efecto que ha tenido sobre nuestro querido juego el éxito en Netflix de la serie Gambito de Dama. Mucho se ha escrito sobre ello, y este libro incluye un capítulo al respecto, pero me limitaré a señalar que los tableros se han agotado en todas partes, algo que no sucedía al menos desde 1972, con el ya referido ascenso del norteamericano Fischer al olimpo de Caissa.

    Pero ¿qué fue lo que cautivó al público en la mencionada serie? Más allá de la historia bien contada, y de la exquisita puesta en escena, yo creo que es el personaje, el indudable atractivo de la protagonista, Beth Harmon, una huérfana de un pequeño pueblo de Kentucky que acaba disputando la hegemonía ajedrecística a los soviéticos, superando una carrera llena de obstáculos. Sin duda, la novela de Walter Tevis se inspira en Fischer, pero el giro en femenino supone toda una revelación, para hacer si cabe aún más atractiva la historia.

    Personajes, eso es al final lo importante, y de personajes trata este libro. Además de los ajedrecistas famosos ya indicados, Manuel Azuaga nos presenta un elenco de ­figuras extraordinarias, más o menos conocidas y con mayor o menor grado de vinculación al ajedrez, pero todas ellas con una historia que contar. Manuel investiga más allá del tópico y logra presentar el lado más personal de cada uno de ellos, logrando una gran empatía con los protagonistas.

    El autor hilvana con gran habilidad las relaciones del ajedrez –a través de esos carismáticos personajes– con múltiples áreas del interés humano: literatura, música, cine, pintura, tecnología, derechos sociales, política, fútbol, espías, misterios y hasta crímenes sin resolver.

    Todo queda envuelto en un halo mágico bajo la pluma de Azuaga, que relata los hechos de forma honesta y sencilla, sin necesidad de exagerar ni entrar en tecnicismos, pero ofreciendo –desde ese respeto a los personajes– una visión objetiva de sus logros y rasgos más relevantes, de sus virtudes y a veces miserias, y desvelando en ocasiones secretos sorprendentes.

    Quien no sepa nada de ajedrez hallará en este libro fascinantes historias que le harán amar el juego. Y quien ya sea aficionado, descubrirá en cada relato algo nuevo, para disfrutar y enriquecer su bagaje.

    Bienvenidos al universo del ajedrez, de sus cuentos, jaques y leyendas.

    Miguel Illescas

    Director de la revista Peón de Rey

    La paradoja ajedrezada de Unamuno

    El escritor y filósofo bilbaíno mantuvo durante toda su vida una relación insondable, misteriosa y obsesiva con el juego del ajedrez

    Miguel de Unamuno es señalado por la historia como uno de los más ilustres enemigos del juego-ciencia, entre otras razones por reconocer que siempre tuvo presente «aquel aforismo de que el ajedrez, para juego es demasiado, y para estudio, demasiado poco». Sin embargo, el sentido último de esta reflexión tan unamuniana en contra del ajedrez es más paradójico y complejo de lo que en principio manifiesta, sobre todo si advertimos la casi enfermiza obsesión del pensador bilbaíno por el juego de las 64 casillas.

    Ramón de Unamuno, nieto del célebre escritor, me confirma la sospecha. Él también cree probable que su abuelo dejara escrito este juicio tan negativo «mientras observaba en casa, irritado, cómo su hijo Pablo, que era mi padre, y Jose, mi tío Pepe, jugaban al ajedrez sin parar». Mercedes de Unamuno, también nieta, escribió un artículo titulado Don Miguel de Unamuno en mi recuerdo. Docencia y escuela en el que asegura que su abuelo «fue muy aficionado» al ajedrez y jugaba con sus hijos, «muy buenos jugadores», pero no tanto con sus nietos, ya que Unamuno murió cuando el mayor de ellos, Miguel Quiroga, tenía seis años.

    ¿De dónde le vino a Miguel de Unamuno la afición por el noble juego? No lo sabemos. Es posible que se transmitiera por influjo familiar, pero su padre, Félix, falleció cuando Miguel tenía sólo cinco años, por lo que de él solo pudo aprender lo básico. Y de su madre Salomé tampoco tenemos ninguna pista. Según Ramón, el comienzo de su interés por el rey de juegos hay que situarlo en los años de estudiante que pasó en Madrid, de 1880 en adelante. Allí entró en contacto con el krausismo, con la intelectualidad liberal y con la mayoría de los integrantes de la Institución Libre de Enseñanza. Es el caso de la relación de amistad que fraguó con el poeta José Moreno Villa o con el pedagogo Alberto Jiménez Fraud, ambos malagueños. Tampoco conocemos con quién jugaba Unamuno, pero sí que solía hacerlo, durante horas, con un «ancianito que no parecía vivir sino para el ajedrez» y del que jamás, por extraño que parezca, supo nada, ni tan siquiera su nombre.

    Años más tarde, Unamuno confesó haber sido, en su juventud, un «maniático del ajedrez», haber caído «bajo la locura del ajedrecismo», al punto de invertir más de 10 horas al día delante del tablero. «Este juego, en efecto, llegó a constituir para mí un vicio, un verdadero vicio. Pero […] ­conseguí dominarlo. Y hoy no lo juego sino de higos a brevas». Es incuestionable, por tanto, su «ajedrecimanía» y la evidente lucha interna que el filósofo libró a cuenta de su relación con el ajedrez. Un sufrimiento este muy parecido al de otro ilustre contemporáneo, Santiago Ramón y Cajal, cuando dijo aquello de que «en el juego del ajedrez no se pierde dinero, se pierde tiempo y cerebro».

    En 1910, José Pérez Mendoza, presidente del Club Argentino de Ajedrez, envió una carta al director del Colegio Nacional de Buenos Aires, donde solicitaba la introducción del ajedrez en los colegios. La misiva, publicada en una revista especializada, cayó en manos de Unamuno y fue entonces, interesado por este asunto, cuando decidió intervenir escribiendo un artículo titulado Sobre el ajedrez, donde se despachó con un análisis muy duro sobre los posibles beneficios del ajedrez en los niños. Para ello, Unamuno citaba a su admirado Edgar Allan Poe, quien defendía que el «intelecto reflexivo» se ejercitaba más con el «modesto juego de damas» que con el frívolo ajedrez. Unamuno estaba de acuerdo, pero corrigió a Poe y arrugó –cual pajarita de papel– uno de sus pocos argumentos positivos, al afirmar que «el ajedrez desarrolla la atención… para el ajedrez». A partir de este ingenioso proverbio, Unamuno se convirtió en uno de los más celebérrimos detractores del noble juego.

    Sin embargo, para ser justos y no envenenar la historia, debemos tener en cuenta dos elementos fundamentales. Por un lado, la petición de introducir el ajedrez en las aulas, a principios del siglo pasado, era poco menos que un atrevimiento, una ocurrencia disparatada. En la actualidad, son centenares

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