Los hijos de Caissa: Una historia lírica del ajedrez
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El poeta dice más allá de todo legalismo: yo quiero salvar mi testimonio a toda costa y no morir con toda la sangre adentro, glosando a Henry Barbusse, el hoy tristemente olvidado novelista francés. Armando Landa se propone elogiar al ajedrez lleno de belleza en sí mismo y pletórico de una carga inmensa de creación con una respuesta y un paraíso posible.
Puede usted, querido lector, comenzar esta partida esencial. El autor desea jugar su apertura española llevando piezas blancas; por el momento plantea la movida e4…
Armando Landa Vázquez
Armando Landa Vázquez (La Habana, 1972). Miembro de la UNEAC (Unión Nacional Escritores y Artistas de Cuba), poeta, ensayista y novelista. Su obra literaria parte de una concepción existencial muy cerca del sentimiento unamuniano de la vida que, como se sabe, es trágico por esencia, agónico por naturaleza frente al terror metafísico y estoico frente a la adversidad. Este poeta cubano, por necesidad, vocación y convicción, es de una naturaleza emocional extremadamente sensible. Su poesía está más cerca del Rubén Darío de Cantos de vida y esperanza y formalmente se desenvuelve en la atmósfera de los caprichos poéticos en la órbita de la prosa poética de Alusyus Bertrand. Es un poeta de lo total sin falsos histrionismos, básicamente un sobreviviente comprometido con la literatura como acto de salvación futura. Por todo lo antes expuesto, su obra ha sido publicada en revistas nacionales e internacionales y ha sido antologada en México, Brasil, España y Cuba.
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Los hijos de Caissa - Armando Landa Vázquez
sangre.
Ajedrez
En su grave rincón, los jugadores
Rigen las lentas piezas. El Tablero
Los demora hasta el alba en su severo
Ámbito se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
Las formas, torre homérica, ligero
Caballo, armada reina, Rey postrero,
Oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
Cuando el tiempo los haya consumido
Ciertamente no habrá cesado el rito.
En el oriente se encendió esta guerra
Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito,
Jorge Luis Borges
Prólogo
Este libro convoca una totalidad, cosmos, universo cerrado, sometido a sus propias aberrantes leyes, finito pero ilimitado. Su lectura pudiera durar siete días, siete meses, o siete años, como propone Thomas Mann en el introito a La Montaña Mágica. Quizá aludiendo a la tesis en boga de la evolución creadora de Bergson pero situado a la derecha del espacio infernal Darwiniano.
El presente es un libro tedioso, pero a la vez intenso como una cópula, en estos tiempos de homenajear tantos simulacros poéticos, sin lugar a dudas sentará un precedente difícilmente olvidable.
Alude en sus texturas a Tácito, el teatro barroco, y la inutilidad del patíbulo como institución que nos sugiriera Roland Barthes. Su lectura puede ser comentada en el dossier de la nada.
Podría decir como Fischer en 1970 sin ánimo de ofender, porque amanece gracias a un empeño y una fuerza absolutamente descomunal y sobrehumana, que comulga con lo humano dolorosamente. Este expresó a la prensa Bonaerense antes de enfrentar el penúltimo escollo de la pétrea muralla rusa que representaba Tigràn Petrosiàn.
¡Fischer mi-alter-ego!: ―soy el mejor jugador del mundo y he venido a demostrarlo
. Aunque prescinda del agrado y la aprobación general del tenebroso inspector de la unanimidad. Estos textos tienen un trasunto, que subyace bajo la animosidad de criterios tales como si algo en poesía es claro u oscuro, verso malogrado o prosa, polémica insensata que todavía nos asedia, después de la detonación del concepto género y la crítica post-estructuralista.
No deseo la aprobación de nuestro mísero lector, no solamente el lector de cogollitos literarios, sino del lector más ecuménico al que se le rinde un falso culto. Ese que está y estará inevitablemente prisionero entre la lágrima infinita de Gustavo Sánchez Galarraga, y el pasarás y el no pasarás por mi vida de José Ángel Buesa. Desdichadamente su conciencia estética no será llevada más allá de lo obvio, y la pesadumbre del pasado modernista en su más lamentable acepción latinoamericana. Aquí erijo una ciudad, y un templo para adorar a muchos ídolos heréticos.
Pero mi gran preocupación es similar a la del virtuoso concertista de piano Daniel Baremboind, cuando declaró: "Dudo que estos jóvenes pasen diez horas perfeccionando su técnica frente al piano."
Libro de Acedrex
Porque toda manera de alegría quiso Dios oviesen los omnes en su naturalmientre, porque pudiesen soffrir las cueytas e trabeios quando les viniesen.
LIBRO DE ACEDREX. ALFONSO X EL SABIO.
Génesis
El umbral de lo precario y las luces nos van sosteniendo hacia el umbral del pensamiento lógico. El mundo es un motivo entre 48 y 64 casillas. Soledad del pensamiento y en el centro la nada es todo. Nada en el escorzo del hambre de los juegos de guerra.
Estoy tallado alternativamente en este meandro de un río del extremo del tablero del mundo.
El umbral y el temor me acosan en la prisa. Y mi posición no tiene ningún privilegio, solo el privilegio de ser condenado a ser testigo de mi propia tragedia en progreso. Pero mientras pienso mover la pieza elegida tengo los labios cocidos al desamparo.
Los egipcios juegan ajedrez
En el libro de los
bienaventurados difuntos,
Ramsés tercero juega
con una de sus favoritas,
las piezas están heladas
en las tumbas polvorientas,
los perros de marfil,
le ladran a las sombras
Ramsés tercero juega
con la estatura imponente
de sus ídolos,
bajo su mirada áulica,
los sacerdotes de Osiris,
revisan las vísceras,
de algún animal muerto,
o maduro,
símbolos escaqueados
bajo el cielo de Akhor,
la doncella es una cabra,
pero más allá
de las tapias
negras y amarillas,
del arqueológico friso,
todavía se esperan
con impaciencia,
las crecidas del Nilo,
la paciente voracidad
de sus cocodrilos sagrados.
El chaturanga (India)
A Duncan Forbes.
Era como un pozo
al lado de una
ciudad floreciente,
una de aquellas
arcaicas
que saludaban al Sol,
no como una estrella
que brilla en el ocaso,
sino como un ojo
furioso,
o un Dios,
allí todavía pastan
las vacas sagradas,
que sacrificó a su
hambre,
el temerario Ulises,
el rajá obeso
navegaba en un río
de piedras preciosas,
y marchaba pesadamente
en su elefante,
mientras se
lanzaban los dados,
cuando manos expertas,
intentaban calcular el azar,
en sus comarcas luminosas
y sombrías,
el barco zarpa,
y el rajá ubicuo,
―tautológico―,
ocupa el trono
de los tres príncipes,
he aquí el chaturaji,
la codiciada victoria,
el sueño glorioso
o amargo de los peones,
arribando serenamente
a la llanura
de los muertos.
El juego de los elefantes (China)
Delante de cada ejército,
cabalmente disciplinados,
se escuchan gritos
desde las torres,
donde se agitan
los mandarines,
que esperan temerosamente
la inmortalidad,
con sólo cruzar el río
que los torna invisibles,
hoy gobierna Wen-Ti,
sus decisiones,
se unen a las decisiones
sagradas de los monos
de las montañas,
Pero, quien no lo sabe,
no cree saber,
que más allá de un río
solo gobiernan las sombras,
el sueño es que esas
aguas no nos
arrastren ilimitadamente,
el sueño será siempre vencer
los designios del incienso,
que se eleva
sobre la ciudad sagrada,
finalmente tomada,
y profanada.
Los Persas jugaron ajedrez
No puedo olvidar el rostro
de Darío el grande,
llorando ante la belleza
sacrificada de sus guerreros,
hermosos como la hora,
hermosos cómo los Dioses,
que disfrazados de mendigos,
o jóvenes apuestos,
hacían temblar a las doncellas
núbiles,
Frente a nosotros está
el juego de Tamerlán,
Allá el peón león, acá el peón
centinela, y en el orto
el peón del toro,
que embiste
la belleza de la primavera,
¡cuánta especialidad
en los peones
de ese delicado bestiario!;
el visir y el rey
meneaban la cabeza,
con gesto parsimonioso,
sólo cuando el díadeclinaba hacia el ocaso
de su pulcra belleza, no creada por nadie semejante a ninguna cosa,
la distribución era de a ocho,
en la charada,
muerto pequeño,
entre espías y visires,
los peones exploradores,
anuncian la
llegada de Alejandro,
armado de su esplendor,
y sus costumbres bárbaras,
al final del día
sólo habrá un Rey,
sentado en el trono de la
fugacidad, ahíto,
vomitando sombras.
Los griegos juegan al ajedrez
Dicen los griegos
que lo jugaron,
los diez años
que duró el sitio
de Troya,
pero que antes
lo habían jugado
sus Dioses,
especialmente Palas ―la ojizarca―
el tablero de oro
le llamaron Polic,
estaba destinado
a homenajear
el espíritu de la ciudad,
dicen los griegos que a Platón
le disgustaba el continuo
ladrido de sus (canes),
o en otro sitio,
la algarabía del demo,
jugándose ésta
o aquella mañana,
la vida o la muerte,
¿pero quién puede creer
a los griegos?que eran niños en todo
salvo para la mentira,
así lo niegue Coleridge,
esos Griegos ya jugaron
su más acabada partida,
un verso de Arquíloco,
o de Séferis,
parecen tan remotos
como la propia existencia
del mundo,
sin duda Diómedes y Héctor
hubieran preferido las torres;
Pitágoras, Pericles y Fidias,
el claro origen
de las partidas armoniosas….
Los romanos juegan al ajedrez
A la memoria de Don Francisco de Quevedo.
Los romanos,
que dichosos los romanos,
con sus Plautos y sus Ennios
sus doce Césares,
y sus Catones,
retratadas sus costumbres
en aquellas Epístolas
donde Séneca asegura
que le agradaba
sobre manera,
el sabor de las
mieles de tierra,
la leche de loba,
antes de las batallas,
talar algún árbol
para ver si de él
brotaba sangre,
y fundar una ciudad Próspera,
Valerio Máximo
de tiempo de Tiberio asegura,
que la belleza de Marco Antonio
eclipsaba la
belleza de sus perros,
ocupado en las artimañas
del valor y la intriga,
mientras jugaba
todo el resto del santo día,
¡los romanos que dichosos! ,
con sus Escipiones
y sus Catilinas,
también con Cicerón,
respirando una nube densa
de palabras,
con severo apego a sus leyes,
ellos también jugaron,
dieron muerte al rey , mitológico,
o al Sátrapa de mirada insolente,
matar un tirano
no lo consideraban un delito,
sino un bien público,
como ha llovido agua y polvo,
desde que Craso,
salió en busca de
sus vasijas griegas,
o desde que Calpurnio Pisón,
besó osadamente a su amado(a),
al final de una trágica partida,
jugada con amor,
más allá de los límites
del tiempo, de su dicha.
El juego del general schoo (Japón)
Con su corredor de esquinas,
sus carros volantes,
sus estrategos de oro
y plata
también fueron,
el difícil origen,
el caballo dragón vuela,
la mujer se asusta,
la tierra
soporta con candidez
la pesadez de los carros,
hay casillas libres
al centro,
son las casillas del desamparo,
las casillas ceremoniales
del sable de punta aguda,
que corta una cabeza
sobrenatural,
justo a la hora
de la ceremonia del té.
Chit-tha-reem (Birmania)
El rey y los generales van a la batalla siempre,
en fila los carros
de guerra,
los elefantes caldeos
sosteniendo en las
rudas líneas de batalla,
el mismo eje de la
tierra,
de pronto son los
peones,
que asaltan el sólido vacío,
la malicia de los caballos
nubla el horizonte
más lejano,
donde San Jorge
o Jorge el verde
bendice la neblina,
y las cosechas;
juega con el Dragón
como con un perro
de aguas,
enloquecido por el primor
de la perspectiva,
Ucello coloca las piezas,
Ad libitum,
mientras la muerte se