Obediencia imposible: La trampa de la autoridad
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En nombre del bien y bajo el hermetismo palaciego, se dijo que había trabajos esenciales y otros que no lo eran; se supuso que la cultura era superflua, que la educación podía esperar, que el abrazo compasivo no debía darse y que el pensamiento quedaba anulado por los mandatos de un grupo de expertos.
Pero la existencia no es una cinta que se pueda rebobinar, editar o empalmar. El corazón puede latir bajo un confinamiento que se dice protector, pero que no es más que un cruel e inútil encierro. Si nos rendimos frente al pánico ante gobiernos que intentan desesperadamente mostrar que tienen el control aislando y pintando el espanto, entonces es muy probable que los jóvenes de hoy vivan en el futuro bajo un férreo totalitarismo sanitario cuyo rostro empezamos a conocer.
Este libro nace de una urgencia: la de poner en cuestión a muchas de las categorías, los conceptos y las clasificaciones sociales que nos fueron impuestos con el fin de darle legitimidad a un imposible y lacerante aislamiento social. Es un manifiesto contra la resignación que, frente al COVID-19, nos lleva a considerar al otro como una amenaza y a nosotros como personas temerosas, sin valía alguna, que solo desean perdurar en el tiempo bajo el resguardo de un Mefistófeles al que le entregamos nuestra alma y la de nuestros hijos.
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Obediencia imposible - Eduardo Wolovelsky
Eduardo Wolovelsky
Obediencia imposible
La trampa de la autoridad
Diseño de tapa: Osvaldo Gallese
© 2021. Libros del Zorzal
Buenos Aires, Argentina
Comentarios y sugerencias: info@delzorzal.com.ar
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.
Impreso en Argentina / Printed in Argentina
Hecho el depósito que marca la ley 11723
Índice
Reflexiones para una breve introducción | 6
Aislamiento social o la obediencia imposible | 12
Mandamiento | 22
Trabajos esenciales | 26
ExpertosLa trampa de la autoridad | 34
La caja de Pandora | 41
Los vencedores de la muerte | 48
El precipicio | 53
Santos y salvadores | 60
Un día muy particular | 68
Gehena (Infierno) | 76
Pedagogía viral | 87
La Declaración de Great Barrington | 96
Un nuevo totalitarismo se ha apoderado del mundo, el totalitarismo de la verdad tecnocientífica y tecnoeconómica. Esta religión totalitaria ha relegado la palabra narrada al reino de la especulación y de la falsedad. La realidad, se dice, son los hechos. Y en la sociedad tecnológica, en el lenguaje de la estadística, en el mundo globalizado, los hechos se han convertido en fetiches. ¿Qué nos espera? ¿Con qué nos encontraremos ahora?
Joan-Carles Mèlich, La lección de Auschwitz.
La lengua es un poderoso medio de propaganda. Es el más público y, al mismo tiempo, el más secreto. El efecto de la propaganda no es producido por discursos, artículos y panfletos. Se filtra en la carne y en la sangre de la gente. ¿Sabe que ya no hay pobres? Ahora es gente de bajos ingresos
. Ya no se habla de cuestiones
, por ejemplo de cuestiones sociales
. Ahora son problemas
que los especialistas segmentan en una serie de hechos técnicos. Para cada uno encuentran la solución óptima. Fórmulas eficaces. Pero palabras vacías de todo sentido. Es un colapso de la lengua. Una lengua muerta, neutral, invadida por palabras técnicas. Una lengua que absorbe poco a poco su humanidad.
De la película La cuestión humana.
Reflexiones para una breve introducción
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
G
abriel
C
elaya
, La poesía es un arma cargada de futuro
.
Este libro nace de la urgencia de los tiempos actuales. Ella nos obliga a sentar una posición desde la cual rasgar las certezas impuestas para abrir un debate, ese que jamás es estéril, por mucho que el presidente de la nación pretenda lo contrario, según lo afirmó en una conferencia de prensa.¹ Sin discusiones ni disputas, no es posible ni reorientarse en el camino ni decidir nuevas formas de actuar, más inteligentes, más justas y más eficaces. Sin abordar las inevitables controversias, solo nos queda seguir siempre por el mismo sendero hacia el abismo de la angustia y la desazón.
En cada uno de los capítulos que siguen, late la certeza de que los sucesos ocurridos bien pudieron haber sido distintos, y no como espejismo, sino como voluntad contra aquello que falazmente se nos dice que es inevitable. No nos referimos aquí a la emergencia del covid-19, porque tal hecho no está bajo nuestro designio y porque es evidente el deseo de cualquiera de nosotros de que el virus sars-cov-2 jamás haya abandonado su primigenia madriguera animal. Los sucesos a los que hacemos alusión se vinculan con el conjunto de las duras medidas médico-políticas tomadas en nombre de esta nueva enfermedad.
En estas primeras páginas, hemos de considerar como problema fundamental la perspectiva global de santidad, mandatos y temor que no pudo ser puesta en entredicho ni cuestionada, porque el poder que la anunciaba se figuró a sí mismo como el portador de todo el saber y de todo el bien que son posibles en este mundo. En este contexto, a todo el que intentó una mínima reflexión por fuera de los barandales de lo decidido se lo consideró un individualista, un ser inmoral, un negacionista, que no es otra cosa que una forma degradante de calificación, porque coincide con el modo en el que se conoce a quienes sostienen que el Holocausto (la Shoá) es una invención fantasiosa de la historia. Por mucho que enoje y enfurezca, y por mucho que los propios protagonistas no lo deseen, hubo un sesgo de cruel omnipotencia en el hecho de haber aspirado a ser el portador del buen sentido de lo moral, de asumirse como el defensor de la vida o, como diría más tarde uno de los médicos asesores del Poder Ejecutivo, de ser la antimuerte
. Pensemos por un momento en las palabras de Tzvetan Todorov: La (buena) política aspira a reforzar la justicia, pero cumplir la ley no convierte a nadie en moral. Es más, desconfiaríamos de un juez que aspirara a la santidad mediante el ejercicio de su profesión
.²
Totalitarismo sanitario
Puede que haya llegado el momento de poner en cuestión muchas de las categorías, conceptos y clasificaciones sociales elaboradas en función de darle legitimidad a un imposible y lacerante aislamiento social. ¿Acaso es legítimo suponer que hay trabajos esenciales y otros que no lo son? ¿Cómo han de vivir los trabajadores considerados no esenciales? Quien no tiene automóvil ¿es un ciudadano de segunda clase condenado a solicitar permisos para poder moverse y utilizar el transporte que de ahora en más debería ser llamado semipúblico? ¿Debemos vivir regidos por el temor a cada informe diario sobre el número de muertos y contagios? ¿Tienen estos datos un singular valor como guía para nuestra acción? ¿Es solo el derecho a la información lo que los motiva, o es el modo de promover un miedo paralizante?
Debemos aprender a convivir con el covid-19, y no podremos hacerlo regidos por el temor o aferrados únicamente a promesas vinculadas con las campañas de vacunación que, por otra parte, serán dificultosas y se extenderán en el tiempo. Además, lo más probable es que esta dolencia asuma un carácter endémico. Consideremos, brevemente, las palabras del epidemiólogo Michael Osterholm, porque nos pueden ayudar a imaginar el futuro próximo y, desde allí, ponderar con mayor cuidado lo que hemos de hacer en el presente. Es importante que nos preguntemos por las medidas que se han impuesto, pues parecen desconocer el hecho de que la existencia humana no se puede reducir solo a enfrentar la amenaza de un nuevo virus, aunque sea grave. Incluso, esto vale si pensamos solo en una parte del campo médico donde hay otras dolencias infectocontagiosas que considerar. Según Osterholm:
En 2014, el último año para el que disponíamos de estadísticas de la
oms
, se estima que en todo el mundo había 36,9 millones de personas con
vih
y que 1,2 millones de personas murieron de sida. En 2015, las estadísticas estiman que hubo 9,6 millones de casos de tuberculosis y que se produjeron 1,1 millones de muertes. Ese mismo año hubo 215 millones de casos de malaria y 438.000 muertes. Y aun así, ese magma de miseria y mortalidad humana no copa ni una diminuta fracción de los titulares y de la atención mediática que llenarían 10 casos de viruela en cualquier urbe del mundo.
Una y otra vez volvemos a la misma idea: lo que nos mata, nos hiere y nos asusta no se corresponden. Para aquellos de nosotros que vivimos en el llamado primer mundo
estas tres grandes infecciones letales se han asimilado cómodamente en nuestras matrices de amenaza, junto con otras posibilidades diarias como los accidentes de tráfico y