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Confesiones del Antimidas (Cuentos 2010 - 2020)
Confesiones del Antimidas (Cuentos 2010 - 2020)
Confesiones del Antimidas (Cuentos 2010 - 2020)
Libro electrónico117 páginas1 hora

Confesiones del Antimidas (Cuentos 2010 - 2020)

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Confesiones del Antimidas (Cuentos 2010-2020) es una recopilación de cuentos publicados en la última década, a la cual se ha añadido relatos nuevos con cierto grado de actualidad. Presentados en orden alfabético, se ha reunido un menú variado para el deleite de todos los paladares: cuentos infantiles, relatos teñidos de historicidad, casos policiales, encuentros sobrenaturales, amores prohibidos y conspiraciones, con el ánimo de herir algunas susceptibilidades, motivar la reflexión y posiblemente hasta causar una que otra sorpresa.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 mar 2021
ISBN9781005939366
Confesiones del Antimidas (Cuentos 2010 - 2020)
Autor

Rolando Armuelles Velarde

Nació en Ciudad de Panamá el 11 de octubre de 1970. Realizó estudios en Canadá, Cuba, Alemania, España y Panamá. Ingeniero electrónico de profesión, ha sido catequista, dirigente estudiantil, observador electoral y directivo en gremios. Está casado y tiene tres hijos. Fue editor de la revista Nosotros de la AEUSMA en 1993 y 1994. Es graduado del Diplomado de Creación Literaria de la Universidad Tecnológica de Panamá en 2009.La revista MAGA N°64 publicó su cuento “Golpe de Suerte”. Ha participado en los libros colectivos de cuentos “Déjame Contarte” (Fuga Libros, 2010) y “Sieteporocho” (9 Signos, 2011). En 2011 obtuvo el Premio Hersilia Ramos de Argote por su libro de cuentos infantiles “El Libro Rojo” (Editorial UTP, 2011) y la Segunda Mención Honorífica en el Premio Diplomado en Creación Literaria 2011 con su obra “Como Sábana al Viento”. Prologó el libro mexicano “Lo Simple es Extraordinario” del Padre J. Refugio Lomelí Crespo en 2019. En 2021 publica su primer poemario “Para llegar a Marte” y edita "La Reina del Golfo y otros relatos" de Argimiro Velarde Álvarez.

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    Confesiones del Antimidas (Cuentos 2010 - 2020) - Rolando Armuelles Velarde

    PROEMIO

    Desde pequeño aprendes a conocer el mundo que te rodea a través del juego, pero también por medio de cuentos de hadas, canciones de cuna y las artes manuales. Con el tiempo, esas manifestaciones culturales van dando paso a conocimientos más útiles, desactivando tu habilidad de reconocer la belleza, la bondad y hasta la verdad. Pero dichoso el que nunca pierde la esperanza, ni la capacidad de sorprenderse.

    Con un golpe de riendas el destino te revela algunos años después que la realidad es un corrida de historias huérfanas de escritor y resulta que, además del capote y la espada, tienes el arma correcta en la mano: la pluma. Algo así sucedió en mi caso: tarde decidí entrar en el ruedo, demasiado cómodo viendo los toros desde la barrera. No es que me faltaran estímulos ni ejemplos en el plano familiar, escolar o profesional pero, como dice el refrán, mejor tarde que nunca.

    Confesiones del Antimidas (Cuentos 2010-2020) es una recopilación de mis cuentos publicados en la última década, a la cual he añadido relatos nuevos con cierto grado de actualidad, que aspiro a que mantengan su capacidad de perdurar en el tiempo. Presentados en orden alfabético, creo haber reunido un menú variado para el deleite de todos los paladares: cuentos infantiles, relatos teñidos de historicidad, casos policiales, encuentros sobrenaturales, amores prohibidos y conspiraciones, con el ánimo de herir algunas suceptibilidades, motivar la reflexión y posiblemente hasta causar una que otra sorpresa.

    Candyman

    Adán Perales era un tipo dulce, literalmente. En la escuela acostumbraba ganar buenas calificaciones y era el preferido de las maestras, quienes siempre premiaban su caballerosidad con caramelos, que el muchacho de dulce sonrisa luego regalaba a sus compañeros. Creció escuchando merengue, jugando béisbol y montando bicicleta por el barrio con sus vecinos. La adolescencia pasó sin grandes traumas, ya que a los trece años desarrolló una dulce y varonil voz de locutor, que más tarde sirvió para atraer a las chicas.

    Una vez su madre quedó horrorizada cuando al abrir un cajón de la cómoda para guardar la ropa interior, encontró los calzoncillos de Adán cubiertos de hormigas. Lo hizo examinarse, pero el médico la tranquilizó con la explicación de que era una tendencia frecuente en su familia, o sea que podía tratarse de un alto nivel de azúcar en la sangre. Los exámenes no indicaron nada extraordinario, pero fue obligado a hacer mucho ejercicio, prestar mucha atención a su higiene y una dieta libre de gaseosas, golosinas y pasteles, lo cual no fue ningún problema para Adán, puesto que él poco probaba esas cosas.

    Su primera experiencia sexual fue en el gimnasio del colegio, tras una de las prácticas de atletismo. La nieta del director era alta, guapa y mayorcita. Pilló a Adán en los camerinos cuando salía de la ducha, lo invitó a entrar en un armario y él, ni corto ni perezoso, se dejó seducir entre pelotas, bates y manillas. Allí comenzó una etapa fabulosa de su vida, especialmente cuando corrió el rumor de que Adán Perales tenía todo dulce. Todo.

    La suerte lo acompañó durante los estudios universitarios. Tenía la agenda llena de citas con las mujeres más hermosas, muchas mayores que él. Y hubo hasta alguna profesora que hiciera realidad sus fantasías de saborear al caramelo viviente o candyman, como lo apodaban sus compañeros de estudios. Por lo demás, sus resultados no fueron nunca sobresalientes. Logró graduarse y empezó a abrirse camino como profesional. Especializado en técnicas industriales, recorrió en una década fábricas de embutidos, jabones, licores, y finalmente había sido ascendido a ingeniero jefe de la principal manufactura de siropes.

    Atrás quedaron los días de juergas y amoríos. Adán era más bien adicto al trabajo, y aunque ocasiones no le habían faltado para encontrar compañera, prefería satisfacer sus instintos en encuentros ocasionales con prostitutas. Así se acostumbró al anonimato, a jugar al candyman siempre con una mujer distinta. Casualmente fue la última chica, de acento extranjero, que al ponerse violenta le aruñó la espalda y ocasionó una herida que tardó mucho en curarse, dando inicio a las tragedia de Adán Perales.

    Estaba recorriendo la planta de siropes para una inspección rutinaria, cuando uno de sus subalternos le advirtió que tenía una abeja en la espalda, cerca de la mencionada herida. Nada de qué preocuparse. El trabajador la tomó con cuidado y apretó con el guante de cuero. Adán se molestó por el relajamiento de los controles y dio instrucciones para que revisaran el techo y los ductos para evitar la entrada de otros insectos. Sin embargo, al salir de la planta rumbo a la oficina, se vio rodeado de abejas, y tuvo que correr para evitar que lo picaran. Cosa extraña, pensó. No le dio mayor importancia al asunto. Pidió a su secretaria que no pasara las llamadas y se concentró en el informe que tenía que preparar.

    Unos minutos después, escuchó el zumbido de una mosca. Pronto eran dos, y aunque trataba de concentrarse, sintió cosquillas en la espalda. Entró al servicio y se volteó para ver mejor dónde le picaba. Vio una mancha negra sobre la parte de la espalda donde estaba el rasguño, y ésta se movía. Rápidamente se quitó la camisa y la tiró al lavamanos. Varias moscas salieron volando. Abrió el grifo, salió del baño y tiró la puerta. Llamó a su secretaria, quien entró corriendo a la oficina y quedó sorprendida al verlo sin camisa. Le pidió que llamara a mantenimiento y ordenara una fumigación de inmediato. Sacó una camiseta limpia de un cajón de su escritorio y se fue a casa temprano.

    Ha pasado casi un mes desde el incidente con la abeja. Adán ha perdido noción del tiempo en su hermético encierro voluntario. Cansado y confundido, entre estas cuatro paredes de metal siente frío, pero al menos está protegido de los insectos y curiosos que lo siguen a todas partes. A su tío le debe el favor de poder usar este nuevo congelador como dormitorio. ––Necesitas una solución permanente– le había dicho. Pero podría usar el sitio por un tiempo, hasta que hallaran una cura para su enfermedad. En estas semanas estuvo varias veces hospitalizado mientras le hacían exámenes. El hospital había convocado a los médicos más experimentados para que estudiaran su caso, y hasta trajeron especialistas brasileños que aseguraban conocer un solo caso previo. Pero al cabo de unos días tuvieron que rogarle que se fuera. Tal era la cantidad de moscas, hormigas y abejas que atraían sus heridas, que las enfermeras no daban abasto y empezaron a temer por el bien del resto de los pacientes.

    A su apartamento y a la casa de sus padres no podía regresar. La nube de insectos revoloteaba alrededor de la casa día y noche. Por más que trataban de frenar el avance, se colaban por cualquier rendija, por el cielo raso y las ventanas. De noche había cierto descanso, pero cuando sorprendió al perro de su hermana lamiéndole los pies, casi pierde la razón. Había caído en una depresión profunda, y aunque sus amigos lo llamaban para darle ánimo, los reportajes en la televisión no hacían nada para aliviar la angustia. Entrevistaban a sus maestras de primaria, sus compañeros de trabajo y amigos. Todos decían que era un gran tipo, que no sospechaban que tuviera algún problema. El ministro de salud aprovechó para hacer campaña sobre la importancia de lavarse las manos y de fumigar las cosechas ante la amenaza de especies foráneas de insectos. Y ahora estaban las putas, que en un reportaje nocturno se habían reunido para identificar al hombre legendario que había endulzado sus noches. El mismo que ahora corría el riesgo de convertirse en un panal humano.

    Consiguió que le dieran licencia en la planta, pero era claro que jamás podría regresar a trabajar en ese estado. ¿Qué le estaba sucediendo? Su madre llamó a un predicador amigo para que lo exorcisara, pero el pastor llegó hasta el patio delantero, prefirió hacer sus oraciones desde lejos y terminó huyendo, pues le tenía fobia a las cucarachas.

    La situación era desesperante. Los médicos enviaron un paquete para que tomara muestras de sangre y orina, para enviarlas a estudiar a un laboratorio científico, pero terminó perdiéndose, pues ningún mensajero se atrevía a llevar esa carga. Su familia consiguió que el alcalde enviara diariamente a fumigar los alrededores de la casa, pero pronto fue insuficiente y tuvieron que intervenir los bomberos, que rociaron de espuma todos los árboles circundantes. Adán se duchaba varias veces al día y sentía un pasajero alivio, pero había que lavar su ropa por separado y a diario, pues acumulada se llenaba pronto de hormiguitas. El teléfono no paraba de sonar para insultar, para amenazar con quemar la casa o para entrevistas de programas sensacionalistas. Varias veces habló su padre por radio, pidiendo cordura

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