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Travesía acuática
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Libro electrónico353 páginas5 horas

Travesía acuática

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¿Te imaginas estar viviendo una vida normal y placentera, y en cuestión de horas descubrir que todo lo que crees saber es una mentira? ¿Te imaginas que perteneces a una civilización perdida en el tiempo, y que tú y tus amigos sois los únicos que podéis detener el Apocalipsis?

Pues precisamente eso es lo que les ocurrirá a Frank, Nico y Evelyn, tres adolescentes… ¿normales? Se verán obligados a embarcarse en un viaje que cambiará sus vidas, y deberán enfrentarse a un viejo conocido que ocultaba un oscuro secreto.

Aventura, traición, falsas identidades, criaturas alucinantes, misterio, conflictos ancestrales, acción, intriga… de todo hay y todo puede pasar dentro de estas páginas, una odisea en la que cambiarán las reglas del juego.

¿A qué estás esperando? ¡Únete a la aventura!
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 feb 2021
ISBN9788413862491
Travesía acuática

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    Travesía acuática - Enrique Míguez Mejías

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Enrique Míguez Mejías

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    ISBN: 978-84-1386-249-1

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A mi madre, el pilar de mi vida.

    Capítulo 1:

    ME LLAMO FRANK

    TODO fue muy rápido.

    Empecé siendo una persona normal y acabé metido en el lío más gordo de la historia; fue un cúmulo de casualidades que me hizo convertirme en algo que ni me imaginé que pudiera existir. Acabaría embarcado en un viaje que cambiaría mi vida y mi modo de verla, y no lo haría solo. Mi vida nunca sería la misma después de todo lo que ocurrió, no creo que yo estuviese preparado para aquello. Pero estando capacitado o no, aquel era mi destino, y debía cumplir mi cometido por muy duro y extraño que este fuese.

    Aquí comienza mi historia.

    Mi nombre es Francisco López Ojeda, tengo doce años y vivo en Sevilla. Como todo buen relato protagonizado por un adolescente, el mío empieza, cómo no, en el instituto. El mío es el IES El Alcázar, que me coge un poco lejos de mi casa pero no me importa demasiado. Estábamos a punto de salir al recreo, así que todos los de la clase estábamos de los nervios. A la profesora le estaba costando mantenernos centrados, pero era bastante complicado. Estábamos corrigiendo el análisis de unas frases que fueron la tarea de ayer, y no había nada más aburrido que eso. Observé a mi alrededor: todo el mundo estaba mirando su reloj. Mi mejor amigo, Nico, dijo en voz demasiado alta:

    —¿Cuánto queda? No tengo reloj.

    A la profesora no le dio tiempo a reprenderle, porque el timbre sonó y todos salimos en tromba hacia el recreo, la única media hora que podíamos tomarnos con calma. Los grupos se juntaron rápidamente.

    En mi instituto, igual que en todos, había grupos sociales ya formados desde hacía mucho. Esos grupos eran irrompibles, si entras en uno ya no puedes salir. La gente te cataloga y parece que tienes una etiqueta en vez de cara. Si quieres, luego me extiendo un poco hablando de ellos, pero hoy no es momento. Yo me junté con los míos, Nico y Julián.

    Ellos dos eran mis mejores amigos desde toda la vida, pero Nico me caía mejor. Era bajito, motivo injusto de burla del resto de personas. Tenía el pelo castaño clarito, casi rubio, y algo desgreñado. Su edad era once años, uno menos que yo, y cumplía en febrero. No destacaba mucho en cosas deportivas, era más bien malo, pero aun así no me explico cómo lo suelen elegir tan rápido en los deportes. Nico tenía una personalidad bastante «interesante», por decirlo de alguna manera. En general, algo torpe y a veces mostraba un comportamiento impulsivo. Me gustaba que fuese capaz de ser responsable en ciertas ocasiones, pero era bastante cabezón. Algo miedoso y siempre motivado, esas también son características suyas. Nico era medio huérfano, igual que yo, pero él por parte de padre. Yo era de madre.

    Julián era más fanfarrón. Solía mentir muy a menudo y le gustaba presumir delante de chicas, sobre todo. Cuando está delante de alguien que le gusta, su cerebro se centra en dejar mal a ojos de la chica a todo el mundo. Esas eran sus cualidades malas, por lo demás, era bastante inteligente y gracioso en ocasiones. Con su personalidad descrita, me centro ahora en decir cómo era físicamente. Era de altura media, más o menos como yo. Sus ojos eran igual de negros que su pelo, que siempre lo llevaba engominado. Tenía aparatos en toda la dentadura, aunque no le importaba demasiado, según él. Julián era mejor que yo en deportes, he de reconocer.

    Frank, Nico y Julián, ese era nuestro grupo. Juntos desde primaria.

    Los tres aprovechamos el recreo para sentarnos y estudiar un poco. En cuanto terminase la media hora, teníamos doble sesión de inglés con el maestro Manolo. Ese profesor era el demonio en persona: un viejo que debería haberse jubilado hace años y que aprovechaba las clases para rezar. No aprendíamos nada en la asignatura, toda la clase tenía clases particulares de inglés. Padres e hijos nos habíamos quejado al director, pero no podíamos hacer nada. El examen por el que estudiábamos lo hacíamos dos veces a la semana, y eran los nombres de los apóstoles en inglés.

    —Frank, ¿con quién quieres hacer el trabajo del titán? —me preguntó Nico.

    Al día siguiente el profesor Ignacio, de historia, nos mandaría hacer un trabajo en tríos sobre un titán de la mitología griega.

    —Ya te lo hemos dicho, lo elige el profesor —le contestó Julián por mí.

    Si quieres, lector, ahora que ya he hablado de Nico y Julián voy a hablar del resto de personas.

    El grupo social de las chicas era el más numeroso. Cualquiera que haya pasado por cualquier tipo de escuela sabe cómo funcionan este tipo de grupos: todas forman una piña, un grupo siempre gobernado por alguien, la más popular. Este puesto está más que descrito en toda la historia moderna de la humanidad, ya sea en películas o en la vida real. Por eso, no voy a hablar mucho de ella y ni siquiera decir su nombre, porque lo considero innecesario. Así que continuemos en el ranking de popularidad.

    Luego, después de ella, estaba Evelyn. Ella era inglesa, venía de Gales, pero la llevamos conociendo desde siempre y habla el español perfectamente. Su piel era blanca y pecosa, y tenía el pelo negro casi siempre recogido en una trenza. Se había ganado una gran reputación en el instituto porque venía todos los días con una nueva variación. Es decir: mechas, piercings, peinados, maquillajes raros… nunca se la veía igual dos días seguidos. Tal vez ella fuese una estratega y lo hiciese a posta para ser popular, o tal fuese solo que no se decidía con el look. Me decanto más por lo primero. A mí no me caía ni mal ni bien, era una persona más, pero lo que la hacía interesante era precisamente eso, que pese a ocupar un segundo puesto era alguien que lo llevaba bien y pese a que lo que debía es abrirle paso a la primera, ella se atrevía a contradecir la norma.

    Destacable en la jerarquía escolar de ese grupo estaban también Raquel y Marta, tenían algo de poder sobre las que estaban por debajo de ellas, pero no eran las dominantes. Luego estaban Blanca, Elsa, Andrea y Verónica, pero ellas eran simples peones más.

    Aquel era el grupo de las chicas, un grupo de amigas que funcionaba como cualquier gobierno mundial. Siguiéndolas en el ránking de popularidad está el de los deportistas; el típico grupo donde se encuentran los que se pasan toda su vida ganándote a todo lo que les retes. Todos eran niños, y el mejor de todos era Manuel, todo un polímata de los deportes; fútbol, pádel, baloncesto, balontiro, balonmano… nada se le resistía. Después estaban Pablo y Gonzalito, los dos eran unos impresionantes cracks también. Ellos tres me caían muy bien, hemos quedado varias veces. En ese grupo también estaba Maikel, que si soy sincero es bastante bruto, pero buena gente. En el grupo también había algunos miembros como Pedro y Sebas, que no estaban en el núcleo duro pero también los considero dentro de él.

    Luego están los que no destacan. Las personas que he nombrado anteriormente destacan en clase por algún motivo: son populares, deportistas, son parte del séquito de las chicas… Los que voy a decir ahora son los típicos cuatro o cinco que no destacan apenas, algunos los llaman lastres. Entre ellos están Lucas Peña, fanático de superhéroes, Lucas Gómez, que es asmático, Leo, nuevo de este año, Álvaro, que solo piensa en comer, Ramiro, que apenas abre la boca y Juan, el olvidadizo.

    A continuación estábamos Julián, Nico y yo, (el tridente) y después solo nos queda una persona. Voy a detenerme especialmente en él, porque es una persona sobre la que es digno hablar.

    Se llama Luis, y es el niño más raro del colegio. Se pasa todo el día, y no exagero, con un libro entre las manos. El libro en cuestión parecía un volumen antiquísimo, enorme de tamaño y muy desgastado. No tiene ninguna palabra en su también desgastada portada marrón, y quien ha conseguido ver su contenido no ha conseguido descifrarlo. Nunca se desprende de su libro, es como si fuera parte de él. Nunca trae los deberes, supongo que pasa las tardes con la cabeza dentro de ya sabes qué. Es reacio a toda compañía humana, solo abre la boca cuando es estrictamente necesario y se pasa los recreos solo. Suspende todas las asignaturas y no parece importarle, es increíble. Es calmado y nunca se enfada, ni siquiera cuando le cantan Creo que mi padre es un elfo debido a sus picudas orejas. Es inquietante la pasividad que tiene cuando los profesores le gritan para que esté atento, a mí me intriga mucho.

    Con Luis descrito, ya te he hablado de los veinticuatro miembros de mi aula, 1ºC (primero de la ESO, que quede claro). Esa era la clase que yo llevaba teniendo toda mi vida, llevábamos muchos años conociéndonos y estrechando lazos todos, y yo era amigo de casi todo el mundo.

    El timbre sonó y comenzaron las malditas dos horas con el maestro Manolo.

    Nos dio dos minutos para hacer el examen de apóstoles, yo por suerte no estaba entre los que el profesor suspendió por que le daba la gana. Solo suspendieron siete, entre los cuales dos se habían olvidado de dos nombres de apóstoles y el resto el profesor los suspendió sin motivo. Fueron otras dos duras horas las que siguieron a aquel momento, hasta que al final sonó el último cambio de clase y en el aula hubo una alegría generalizada. Después de ponernos unos deberes que no tenían ningún sentido, el maestro Manolo se fue. La siguiente clase era Lengua, impartida por nuestra tutora. Se llamaba Anne, y venía de Francia.

    Era la mejor profesora que teníamos, nos hacía las clases mucho más llevaderas. Con ella hacíamos bromas y las clases eran de todo menos aburridas. La broma más popular que hacíamos era que ella se parecía a Chris Morris, un personaje horroroso de una serie de dibujos animados. Esta broma, sin embargo, tiene fundamento científico (si es que se considera fundamento científico que ambos… no, la verdad es que nos lo inventamos sin ningún motivo). En fin, que la última hora de clase fue genial como siempre y tras ellas todos volvimos a nuestros hogares.

    Yo vivía en un tercero de la calle Arfe, bastante cercana a la Catedral, y para llegar hasta allí tenía que pagarme todos los días el billete de autobús. Había unas cuantas paradas entre en la que me subía y en la que me bajaba, pero yo aprovecho ese tiempo para hacer los deberes. Ese día pude adelantar Matemáticas solamente, hay días que lo completo todo. Media hora después de subirme bajé del autobús, y anduve lo que me quedaba hasta mi portal. Llamé por el portero, y mi padre me abrió. Subí por el ascensor y caminé recto hasta entrar en mi casa.

    Mi piso no era gran cosa, pero para mí estaba bien. Allí vivíamos mi padre, mis abuelos y yo. Éramos cuatro, y teníamos cinco habitaciones. Lo primero que se ve al entrar es un recibidor bastante moderno pero decorado con mal gusto por mi padre, he de decir. Inmediatamente después está el salón, y éste tiene mucha de las cosas que se trajeron mis abuelos después de que fueran desahuciados. El aparador de la televisión, los sofás y muchos trastos que allí había eran de su casa. Se podría considerar como un salón amplio, pero yo creo que la sensación de amplitud solo era por las dos grandes ventanas que había en una pared, aunque mi abuela se afanaba en taparlas con cortinas. A partir del salón salía un pasillo en el que estaban las puertas de las otras habitaciones: la cocina, el baño, la habitación de mis abuelos y mi habitación. La cocina era bastante clásica, pero teníamos planes de reforma para el año que viene.

    Si yo hubiera sabido en aquel momento donde estaría yo el año que viene, habría cortado en seco esos planes.

    Después estaba el baño. Mi padre había ahorrado durante dos años para comprarse un váter inteligente, que la verdad es que era una maravilla, lo mejor de la casa. A veces todos hacíamos cola para usarlo, pero merece la pena. Al final del pasillo estaba la habitación donde dormían los abuelos (antes dormían allí mi madre y mi padre), que no tiene más que una cama, una cómoda y un armario.

    Mi habitación tampoco es gran cosa; tiene lo básico de una habitación de un niño, unos cuantos pósteres y otras pocas fotos y también un ordenador, pero ahí se quedaba. Lo que más me gustaba era que había un precioso hueco en la ventana en el que podía esconder cosas sin que mi padre se diese cuenta.

    ¿Conoces ya bien mi casa? Perfecto, sigamos pues.

    Dejé mi maleta a un lado y cerré la puerta detrás de mí. Fui a ver qué había preparado mi abuela para comer.

    Mi abuela se llamaba Pilar, y era la persona más dulce y más amable que yo había conocido. Pese a sus setenta años, se mantenía como si fuese una chiquilla. No era bajita para lo que es común a su edad, y tenía un corto pelo gris. Ella siempre me había llevado al colegio cuando todavía tenía su casa: se levantaba a las seis, cogía el coche, venía a mi casa, me despertaba y me preparaba el desayuno y me llevaba al colegio, que estaba a varios kilómetros de mi casa. Eso fue hasta cuarto de primaria, cuando pasó lo que pasó y ella y mi abuelo vinieron a vivir con nosotros.

    —¿Qué tenemos hoy, abuela? —le pregunté, sin recordar que quince minutos atrás me había mandado este mensaje: «guapo oi tiene almondiha pa come».

    Mi abuela más o menos se adaptaba a la tecnología, aunque por ahora solo sabía usar WhatsApp, hacer llamadas y la cámara.

    Tras darle un abrazo y dar buena cuenta de las albóndigas fui a mi habitación a terminar los deberes y así tener la tarde libre. Después, fui a inglés a las cinco y media, volví una hora más tarde y seguí con mis quehaceres diarios.

    Ahora tengo que hablar de mi madre. Mi abuela Pilar y mi abuelo Antonio eran los padres de mi padre, los de mi madre murieron muy jóvenes, cortesía de Franco. Se llamaban Joaquina y Gerardo, y para mí eran unos héroes por atreverse a expresar sus pensamientos en aquella época. Mi madre se llamaba Laura, y de ella solo recuerdo una tibia escena haciéndome reír con pedorretas en la cuna. Ella murió cuando yo apenas tenía unos meses, accidente de tráfico. Yo era pequeño cuando todo pasó, así que me resulta más llevadera la pérdida, pero aun así sigo teniendo el corazón apenado. Le quedaba más de media vida por delante, tanto por vivir, verme crecer… me brotan las lágrimas al pensar en esto, así que si el lector me perdona voy a quedarme aquí, solo quiero añadir que mi padre me ha dicho que he heredado el color castaño de su pelo, sus ojos verdosos y su sonrisa, además de su personalidad fuerte.

    Lector, ya te he dado una breve introducción sobre quién soy yo, mi entorno y cómo es mi vida. Ahora es hora de que conozcas los acontecimientos que me llevaron a lo que me llevaron.

    Capítulo 2:

    ASÍ EMPEZÓ TODO

    ERA 18 de noviembre de 2018, y mi despertador estaba sonando. Lo aporreé tan fuerte que acabó doliéndome la mano, pero aquello me mantendría más despierto. Me quité las sábanas de encima, me bajé de un salto de la cama y me puse los auriculares para empezar el día con ritmo. Con música las tareas se me hacían más llevaderas: era capaz de ducharme, lavarme los dientes, vestirme y hacer mi cama en menos de quince minutos. Aquel día no fue una excepción, así que terminé con todavía media hora para tomarme los cereales y ver un rato la tele. Después de eso, me arreglé un poco y salí con mi mochila a cuestas hacia el Instituto.

    El trayecto se me hizo un poco largo, no sé por qué, pero llegué a las ocho menos cinco, como todos los días. Nico me esperaba en la puerta, como siempre. Él vive más cerca del insti que yo, así que siempre me esperaba en la puerta. Nos dio tiempo a charlar un rato hasta que sonó el timbre y el profesor llegó a clase.

    El maestro Eduardo (que en realidad se llamaba Javier pero le llamábamos así por su increíble parecido a un famoso cómico) cerró la puerta tras de sí y comenzó la clase de Matemáticas. Edu no era mal maestro, pero hay cosas que no le gustan a nadie de sus clases. Por ejemplo, en música (que nos lo da él también)estuvimos viendo las tonás, y por lo visto un tipo eran las trilleras, cantes que hacían nuestros abuelos y bisabuelos al hacer la trilla. La trilla era una antigua labor del campo que separaba los granos de trigo de la paja montando en una especie de trineo tirado por burros. Pues bien, el maestro Eduardo se pasó tres clases enteras hablando de la trilla. Imagínate cómo se aguanta eso estando un martes a última hora.

    Pues bien, después de dar el Mínimo Común Múltiplo hubo un cambio de clase. Entró la maestra Anne, y luego vino lo que todos esperábamos. Una hora después llegó el maestro Ignacio, el de historia. Todos estábamos nerviosos, hoy iba a formar los equipos para hacer el trabajo en grupo sobre el titán. El maestro siempre ponía un trabajo en grupo cada trimestre, y contaba un 50% de la nota total. Ponía a todo el mundo la misma nota, así que quejarse de que un miembro del grupo no trabaje no sirve para nada. Si soy sincero, estos trabajos eran un auténtico aburrimiento, porque el profesor quería que no lo buscáramos en Wikipedia, por lo tanto, pedía un vídeo en el que saliéramos haciendo el trabajo buscando la información en libros. Por lo visto, «tenemos que saber buscar la información en cualquier lugar». El resultado final debería ser un tríptico explicativo del titán griego en cuestión.

    El profesor dejó su iPad sobre la mesa, lo abrió y entró en la aplicación donde lo tenía todo apuntado.

    —Bueno, chicos, como os dije la semana pasada hoy vamos a comenzar el trabajo del titán de la mitología griega. Yo solo voy a hacer los grupos, luego tenéis que organizaros vosotros. Lo que pido ya lo sabéis y que sepáis que tenéis hasta la semana que viene de fecha límite. ¿Todo entendido? Vale, pues los primero son: Álvaro, Pablo y Verónica, y os toca Epimeteo.

    —Jooo…—respondió educadamente la última de los tres.

    —Sebastián, Marta y Maikel; Rea —dijo el profesor.

    —Buffff…—dijo Sebas.

    Entonces llegamos nosotros.

    —Evelyn, Nico y Frank; tenéis a Océano.

    —¿Y ese tío es importante? —preguntó Nico.

    —Oh, sí. Es el predecesor de Poseidón —le contesté.

    —¡Vamoosss…! —A Nico se le escapó y la clase se partió de risa—. Perdón.

    —¡Silencio! —exclamó el profesor, pero a él también se le escaparon risas—. Vamos a seguir con los grupos: Luis, Peña y Juan; el poderoso Crono.

    Lo demás ya no interesa. El maestro Ignacio siguió haciendo grupos de tres. Analicemos el mío: por un lado, el cinco lo tenemos asegurado, porque Nico y yo nos encargaremos de buscar información. Pero eso no basta, porque el maestro valora mucho la presentación, y ahí está la parte que puede hacer Evelyn; ella se encargaría de la presentación (con nuestra supervisión, claro). A la salida del instituto me paré a hablar un momento con Nico y Evelyn.

    —Mañana quedamos en la biblioteca a las cinco de la tarde para buscar información, ¿vale? —pregunté.

    —Vale —respondió Nico.

    —Ok —contestó Evelyn.

    —Será mañana, pues —entonces los tres nos fuimos a nuestras casas.

    Así fue como empezó todo en realidad; con un trabajo que jamás llegaríamos a realizar.

    Ya era 19 de noviembre por la tarde. Era hora de ir a la biblioteca. Llevaba el móvil preparado para grabar el vídeo y hojas de papel para apuntar datos y apuntes.

    —Hasta luego, papá —le dije.

    Mi padre era profesor de Historia en un instituto cercano. En cuanto a personalidad, era más alegre que otra cosa. A veces era divertido, otras lo intentaba con poco éxito. También era muy susceptible, sobre todo cuando está nervioso. Entonces es una bomba con patas, si dices algo te puede pegar una buena torta. No le gusta que estén cerca de él, le gusta tener su espacio. Si está haciendo algo como cocinar, uno no puede estar en la misma habitación que él, es peligroso hacerlo. Pasa mucho tiempo solo haciendo cosas con sus aparatos. Algo cierto sobre él es que parece estar en su propio mundo, a veces tu realidad y la de él pueden ser completamente diferentes. Me acusa a menudo de no decir la verdad, y a mí me entran ganas de estrangularlo. Pero bueno, qué se le va a hacer.

    —¿Adónde vas? —me preguntó.

    —A la biblioteca, ya te lo he dicho mil veces.

    —Perdona, pero tú no me has dicho nada.—¿Ves lo que te digo?

    Odio esta faceta de mi padre. Parece sordo, porque por lo visto nunca se entera de lo que le digo. Lo más triste es que eso refleja perfectamente a la sociedad moderna. Con todas las movilizaciones y protestas, advertencias y recomendaciones, gritos y reclamos, hay personas importantes como algunos políticos o empresariosque nunca se enteran de lo que pide la humanidad, haciendo lo que más les conviene. Estos «oídos sordos» se están cargando el planeta, y siguen sin enterarse. Qué vergüenza.

    Volviendo a la conversación:

    —Papá, te dije ayer que tenía que ir a la biblioteca con dos compañeros para hacer un trabajo sobre Océano —insistí.

    —Es que eres mentiroso—me reprochó—, anda, vete.

    —Adiós.—Cerré la puerta y me fui.

    Llegué el último a la biblioteca, porque cuando aparecí por la puerta Nico y Evelyn me dijeron que me estaban esperando. Nico ya había sacado unos cuantos libros de mitología griega y Evelyn puso sobre la mesa doscientos botes de purpurina, cada uno de colores diferentes. También había traído cola para pegarla y tres láminas de gomaeva. En fin, Nico se puso a buscar información con Evelyn mientras yo grababa, treinta segundos después paré el vídeo y me puse a buscar información con ellos, pero miré un momento a la enorme estantería.

    —¡Mirad! —dije, señalando la estantería.

    —¡Shhhhhhh, estamos en una biblioteca! —me regañó una trabajadora.

    Entonces me tuve que disculpar.

    —Lo siento, señora.

    —Bueno, ¿qué es lo que decías?—me dijo Nico.

    —¿Veis ese libro tan grande que sobresale?

    —Sí.

    —¿No es el libro de Luis?

    —Veamos.—Evelyn se levantó y fue a coger el libro.

    Ya con el libro en las manos, ella volvió, y sin ninguna duda afirmó que era el libro de Luis.

    —Pero no puede ser, porque Luis nunca se separa de él —pensó Nico.

    —Debe de ser una copia o algo parecido —agregué.

    —Venga, Evelyn, ábrelo y a ver qué pone —le incitó Nico.

    Evelyn abrió el libro, y nos quedamos con la boca abierta; ¡estaba lleno de ideogramas y símbolos! No podía entenderse nada de nada, únicamente había dibujos de lo que parecían caracteres chinos y otras cosas.

    —¡No me lo puedo creer! —gritó Evelyn—. ¡Es esa letra!

    —¿Cómo, cómo, cómo, cómo? —se extrañó Nico.

    —Verás, mi abuelo, desde que yo era pequeña, sabía una especie de idioma. Cuando tenía tiempo libre, traducía manuscritos escritos en esa lengua. Él decía que era un idioma antiguo que se perdió hace miles de años y que él era una de las pocas personas del mundo que sabía traducirlo. Bien, pues esos ideogramas están escritos en ese idioma. Puedo mandarle unas cuantas fotos de las páginas del libro para que las traduzca.

    —Por mí bien, tengo curiosidad.

    —Si Frank quiere… —dijo Nico.

    —Muy bien, pero os recuerdo que estamos haciendo un trabajo sobre Océano —les recordé.

    Seguimos trabajando y grabando hasta las 20:00, y por fin terminamos el trabajo. Al final nos quedó bastante bien, he de reconocerlo, pero no estoy contento del todo.

    En cuanto al libro, tengo un montón de curiosidad sobre el tema que obsesiona a Luis. No me considero un entrometido, pero es que esto… Tenía un presentimiento sobre el tema, y no es nada bueno. Habrá que esperar al abuelo de Evelyn.

    Capítulo 3:

    EL LIBRO

    FUERON tres días de espera. El día 22 de noviembre, Evelyn nos llamó en el colegio a Nico y a mí. Traía una fotocopia en las manos y el libro que encontramos en la biblioteca. Entonces, Luis alzó la mirada. Al ver exactamente el mismo libro que tenía en sus manos, su cara se descompuso por primera vez y salió corriendo. Volviendo con lo del libro:

    —Mi abuelo ha terminado de traducir el primer capítulo del libro. Me ha

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