Hijos de Ároman
Por Prisma i Hermes
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Prisma i Hermes
Román Abadías es ingeniero y autor de los libros La curiosidad mató al gato deSchrödinger: origen y Aporía, ambos de divulgación científica. Con motivo de lapresentación de su primer libro en la biblioteca de Fundación CAI de Zaragoza duranteel verano de 2018, fue propuesto por la dirección del centro junto a Eva León, su mujer,para crear y participar como monitores de un nuevo club de lectura juvenil. Hijos deÁroman, así se proclamó el club tras los primeros encuentros, cerrando su composicióncon diez jóvenes junto a los dos adultos monitores. A comienzos de la temporada 2019-2020 decidieron emprender una aventura inolvidable. Escribir una novela creada entretodos. La obra plasma las ideas generadas por el grupo, insertando en su interior textos,imágenes y su intrépida trama aportada por todos y cada uno de los miembros del club.La realidad de nuestros encuentros matutinos en la biblioteca, fusionada con la magia dela mecánica cuántica, componen los dos ingredientes básicos de la novela. Con elseudónimo PRISMA I HERMES compuesto por las iniciales de los doce componentesdel club, se firma en la impresión de cada uno de los ejemplares, aportando a su vez undoble sentido al contenido de la obra. La propuesta por vivir un maravilloso sueñoestaba servida, y con este ejemplar entre sus manos está ampliamente cumplida.
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Hijos de Ároman
Serendipia
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© PRISMA I HERMES, 2020
Seudónimo creado a 10.495 metros de altura volando a Hong Kong
© Pablo Martínez Sanz
© Raquel García Montesa
© Ismael Thierry Lahmam Sin
© Sara Martínez Gómez
© Miguel Díaz Borderías
© Ángela Jiménez Sánchez
I
© Hugo Gonzalvo Pastor
© Eduardo de la Peña Ríos
© Román Abadías Pelacho
© Marco Ventura Gonzalo
© Eva León Díaz
© Shaskia Tarantino Sánchez
© de las ilustraciones:
Shaskia
Hugo
Edu
Todos los derechos reservados.
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
www.universodeletras.com
Primera edición: 2020
ISBN: 9788418385636
ISBN eBook: 9788418386398
Cada uno de nosotros hemos escrito un capítulo de este libro, trenzando con todos ellos la historia completa que estáis a punto de descubrir
Todos los protagonistas de la obra son reales, gran parte de los hechos son reales, tanto es así, que ya casi no distinguimos la realidad de la ficción…
Índice
El joven Edu 13
Raquel 23
Ismael 37
Shaskia 47
El joven Pablo 57
Eva 67
Marco 81
Hugo 91
Sara 107
Miguel 129
Román 145
Ángela 175
Toda historia tiene un comienzo, un nudo y un final. Es difícil decretar donde se encuentra el inicio de cada una de las fases:
¿Cuando el protagonista nació?
¿Siglos antes, cuando a sus antepasados les echaron una maldición?
¿Cuando se enfureció porque en la playa se le cayó el helado de pequeño?
Lo más complicado de una historia, sin duda, es empezarla
El joven Edu
Amanecía aquel dos de octubre como cualquier otra mañana en la ciudad, la diferencia era clara, era sábado y el primero del mes. Esta mezcla de definiciones temporales del calendario, hacían de ese día algo más especial que de costumbre, tocaba acudir al club de lectura.
Ya, ya sé que suena un poco rollo esto del club de lectura, pero nadie mejor que nosotros sabía lo que allí se hacía, se vivía y sentía. La lectura era la excusa perfecta para invocar cualquier tipo de conversación inesperada, presentándose siempre emocionante y entretenida, obteniendo con ello de cada mañana un excitante y misterioso encuentro.
Eva y Román eran la pareja de monitores que la Fundación, una especie de organización privada dedicada a la obra social, había captado hábilmente para formar un club de lectura juvenil en su biblioteca pública.
El lugar de encuentro se ubicaba en el mismo centro de la ciudad. Eso hacía que, cada vez que acudíamos a nuestras citas periódicas, viviésemos el sabor característico de un centro repleto de tiendas y gente por todas partes. Simplemente, tintaba con un nuevo color la magia del encuentro.
Cada día que nos veíamos los Hijos de Ároman era una partida completamente nueva. Realmente, no esperábamos qué nos iba a tocar. Era como los típicos kínder sorpresa, nunca sabías lo que íbamos a vivir ese día: o un juego de pistas, o escuchar sonidos de animales exóticos tras leer un libro de Isabel Allende desarrollado en pleno Amazonas, para después intentar adivinar los diferentes bichos y animales exóticos. Otras veces, interactuábamos con experimentos de robótica y electrónica que Román nos mostraba, con el único objetivo de sembrar la curiosidad en cada uno de nosotros por la magia oculta tras la tecnología que llevamos en nuestras manos y que por todas partes nos rodea.
Aquella mañana, cuando asomé la cabeza desde el interior del Chevrolet de mi madre, no fue precisamente una preciosa vista lo que observé, sino más bien algo caótico. El cielo estaba completamente gris, parecía como si se nos fuese a caer encima en cualquier momento. Destacaban demasiado unos cúmulos grisáceos bastante más oscuros que el resto, distribuyéndose por toda la atmósfera de un tono mucho más suavizado.
Recuerdo sentir un escalofrío recorriendo todo mi cuerpo de arriba abajo y tener un mal presentimiento, como si algo me avisase de que no iba a ser precisamente un día normal.
En quince minutos llegamos a casa de Pablo, mi inseparable colega de colegio, ocio, y club. Nuestra relación, era la sólida unión existente entre dos amigos de diez años que han estado prácticamente juntos durante su breve existencia. Además de nuestra amistad, Pablo también tenía lo que podría considerarse una cabeza privilegiada. No recuerdo muy bien desde cuándo, para mí que lo llevaba de serie, pero era un auténtico experto en ajedrez. Dicen que cada persona tiene un talento innato oculto y que con pasión y esfuerzo puede pulirse para que brille con luz propia. Así es como veía yo a Pablo, cada vez que venía de un torneo o competición de ajedrez y me contaba cómo había derrotado a sus adversarios mucho más mayores de edad que él.
Yo, sin ir más lejos, sabía que tenía escondido mi talento en los dibujos a los que mis manos daban forma, transmitiendo con ellos sorprendentes emociones a sus observadores. Y por supuesto, talento también debía de ser lo que usaba para ejecutar cada uno de los toques calculados y precisos que, con mi palo de golf proyectaba sobre la dura pelota blanca, consiguiendo hacer los hoyos más precisos que cualquiera de mis contrincantes. Esta era sin duda, la definición de una afición heredada de mi padre, ya que desde pequeño me había hecho pisar innumerables greens por toda la geografía española.
El protocolo de estos sábados especiales predefinido entre las madres era siempre el mismo. Nosotros recogíamos a Pablo con nuestro coche y mi madre nos trasladaba hasta el club de la Fundación, haciéndose y sintiéndose responsable de ambos. Ocho minutos más tarde ya nos encontrábamos en el aparcamiento que hay junto a la biblioteca,
y en cinco más nos plantábamos frente a las majestuosas puertas naranjas que daban acceso a las instalaciones donde íbamos a pasar un buen rato juntos los Hijos de Ároman. Ese era el nombre que nosotros mismos elegimos hacía más de un año para denominar al club de lectura.
A la entrada de la biblioteca siempre éramos recibidos por Amalia y Lorea, dos de las encargadas de mantener aquellas instalaciones en orden y de que los usuarios estuviesen cubiertos ante cualquier necesidad específica. Como tarjeta de presentación siempre nos dibujaban una sonrisa de bienvenida. Realmente, hacían que la estancia en aquel centro fuese fácil para nosotros, haciéndonos sentir como si estuviésemos en casa. Bea la directora, con cierta asiduidad, venía a saludarnos por las mañanas para ver qué tal nos iba con nuestras lecturas mensuales y puestas en común. No podíamos pedir más.
Tras bajar las escaleras accedí a la sala de lectura infantil donde estaban Eva y Román esperando, como de costumbre, la llegada de los diez miembros que componían el joven grupo. Cuando puse el pie en la estancia vi a Raquel y a Miguel que se acercaron hacia mí para darme el saludo matutino de rigor. Eran dos de los componentes más mayores del grupo, ambos de quince años. Una pareja inseparable que irradiaba sensibilidad y energía solo de contemplar esa mágica unión de complicidad que existía entre ellos. Raquel no podía parar de devorar libros en los que los sentimientos de los personajes se convirtiesen en los auténticos protagonistas de la obra. En nuestros comentarios mensuales sobre la última lectura realizada, Raquel siempre se asociaba e identificaba con aquellos protagonistas profundos y reflexivos que nunca te dejaban indiferente. Miguel, en cambio, con la cabeza en otro lugar, se encontraba explorando el horizonte de sucesos de los agujeros negros que acababan de ser identificados en las últimas crónicas de divulgación astrofísica. Nos sorprendía con reflexivas y profundas respuestas cuando se pronunciaba ante cualquiera de las preguntas lanzadas por Eva o Román. La tercera en saludarme fue Ángela, que contaba con dieciséis años de juventud acumulada. Ella constituía la alegría de las reuniones. Su sonrisa y risa contagiosa hacía que fuese la víctima de cualquier comentario jocoso que saliese esa mañana, y que por cierto, salían durante todo el encuentro.
Como era habitual Eva no tardó en recibirme. Su cariño por todos nosotros era como el de una buena madre que cuida a sus polluelos. La pareja de adultos monitores contaba con un par de hijos adolescentes, que en alguna ocasión esporádica habían hecho acto de presencia en las reuniones. Sus padres no se cansaban de mostrar y repetir lo muy orgullosos que se sentían de ambos. Eso, nos transmitía una seguridad y confianza aplastante, cada vez que nos sentábamos en el dibujado círculo de sillas alrededor de la pantalla de proyección.
El esquema semicircular, formado por los doce tronos o asientos, en el que los Hijos de Ároman celebraban sus concilios, se había convertido en todo un símbolo para el grupo, pues era la imagen que a todos nosotros nos venía a la cabeza al despertar aquellas mañanas en las que nos tocaba club de lectura.
Justo antes de dirigirse a mí, Román mostraba la misma imagen de cada sábado, estaba al fondo de la sala con todos los preparativos técnicos que requería la nueva sorpresa definida para este fin de semana, de la cual nosotros nunca sabíamos nada.
Al acercarse a saludarme, tras sus espaldas, pude ver una especie de sábana blanca que cubría una de las mesas de la biblioteca. Podía apreciar una serie de formas puntiagudas que dejaban plasmada con toda seguridad la incógnita de un nuevo artefacto tecnológico con el que nos iba a sorprender.
En pocos minutos esa máquina marcaría nuestras vidas de por vida
Raquel
Justo en el mismo instante en el que estaba imprimiendo los dos besos de bienvenida al joven Pablo, vi cómo accedía al recinto de la biblioteca infantil Shaskia, nuestra especialista en cualquier tipo de serie manga contemporánea y legendaria. Con tan solo trece años la prudencia era su virtud. Las palabras en sus conversaciones eran escasas pero precisas y certeras. Shaskia tenía un inmenso mundo interior preparado para ser revelado y expuesto en cualquier momento. Sus