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El voto de Eustaquio
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El voto de Eustaquio
Libro electrónico59 páginas51 minutos

El voto de Eustaquio

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¿A cuál de las tres clases sociales votará Eustaquio?
Ficción política que nos muestra la auto-regulación de ciertas comunidades libertarias pequeñas, acéfalas de gobierno, y nos sumerge en la vida de Eustaquio Garcilazo, un personaje de pueblo típico y eterno, de los que pululan humillados y ninguneados en cientos de comunidades a nivel mundial, a pesar de haber construido la historia de su pueblo con sus manos, concediendo desde el humilde anonimato sin hambre de poder los beneficios que todos gozan. Un Don Nadie que ha sufrido por los golpes y pocas oportunidades de la vida, que ante la llegada de la primera elección de jefe comunal en el pequeño pueblo se convierte de pronto en presa ponderada de los tres partidos reinantes en Los Manzanos, un pueblo de tan solo cuatro manzanas, divididas en tres clases sociales por cada manzana y una cuarta manzana... la de la plaza. ¿Cómo y a quién votará Eustaquio? Es todo un tema de análisis. Tal vez visto desde su mirada, la de nuestro querido Eustaquio, la de pueblerino que entiende mejor que nadie qué le conviene a su comunidad, encontremos juntos una respuesta para aplicar a nuestras propias comunidades.

IdiomaEspañol
EditorialG.G Melies
Fecha de lanzamiento17 nov 2020
ISBN9781393988335
El voto de Eustaquio

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    El voto de Eustaquio - G.G Melies

    Capítulos.

    1)  La decisión.

    2)  Partido popular Los Manzanos

    3)  Club Cooperativo Sportivo Atlético La Taba

    4)  El casco de estancia.

    5)  Viejos valores.

    6)  Domingo electoral.

    7)  El recuento.

    1) La decisión.

    Eustaquio Garcilazo no era un trabajador sin igual. Su grupo social era de manera muy particular de los que toman vino en vaso... pero no en cualquier vaso. El suyo, entre el guacherío recién lavado al costado de la pileta de la larga mesada del barcito, sobresalía mostrando su culo limpio, altanero y orgulloso. Al finalizar su jornada solía descansar sus manos sobre una solitaria y pequeña mesa, que lastimadas y agarrotadas apenas sostenían y levantaban lo que fuere que le pidiesen. Ante semejante atroz impedimento, Eustaquio, las limitaba por cariño y compasión, solo a un movimiento ascendente. Él creía, durante las horas que allí pasaba, que al mirarlas el dolor se desvanecería, por lo tanto, mientras más se fijara en ellas, estático y persistente, como sosteniéndole la mirada a un perro para dominarlo, más conquistaría y calmaría ese extraño y doloroso mal que producía que las pobres temblaran, sobre todo al final de una jornada de doce horas. Eustaquio, entendía mejor que nadie el tratamiento homeopático natural que su cuerpo exigía, y su mente, de manera recurrente soltaba en solitario palabra revanchistas... –¡Médicos... psss!

    Eustaquio tenía extraños problemas, en su solitario y repetitivo mundo laboral, jamás había oído que alguien pudiera tener problemas con su esposa. Él solo veía matrimonios ajenos idílicos; aunque seguro él no entendía esta palabra, pero experimentaba la angustia y el anhelo, por sentir en las prácticas cotidianas con su esposa, precisamente... la parte práctica del término. Él soñaba, se veía llegando al cobijo de la huidiza y extinta sonrisa de Clorinda, imaginaba sus abrazos y aprobaciones, consuelos y cuidados, lástima y reconciliación, reconciliación y sexo. Aunque Eustaquio, desconocía que Clorinda, a diferencia suya, si había terminado la escuela con un ocho en matemáticas, lo suficiente como para llegar a entender de propiedades conmutativas.

    Para él, como la persona honesta, decente e intachable que se entendía, el día terminaba con un fondo de transparencia... algo que lo amargaba profundamente hasta desear cerrar los ojos para no ver. Sabía también, que la vida le tendía un largo camino por delante, y como hombre que no arruga, lo transitaría con la frente en alto, marcada por los golpes dados por esta mismísima bipolar; y con una mano de suerte... como guía continua al ras de la pared.

    Lo único a lo que temía de la existencia, era el sufrir hambre. Por eso trabajaba duro y parejo, aunque su jefe se encaprichara, seguro para no reconocerle créditos, de que solo trabaja duro. Él conocía la maldad que ejerce el estómago vacío, ese dolor insoportable, allí detrás en su costado derecho, obligándolo a recostarse y dormir hasta que se pase. Pero esta peste sobre otras personas, era peor. Había visto en muchos ojos el miedo, la muerte, como también cólera, odio. Recordaba con temor la manera en que las manos inquietas de esas pobres víctimas, por ese estertor interno, se afanaban inútilmente en pos de soluciones inexistentes a derechos inalcanzables... y desgraciadamente las había observado con un dolor miedoso, innumerables veces en la dura realidad de su amada Clorinda; desesperada, afanosa, tratando confundida de complacerlo con la vacía y dura sartén de hierro en mano.

    Por eso Eustaquio, esa noche, a diferencia de otras, rescató fuerzas de su interior y con determinación y premura no logró levantarse de la mesita, decidiendo por lo tanto cambiar de cualidades, como paciencia y agallas.

    Tiempo después, ya en pie, frente a la lejana barra del bar, a tan solo un par de metros de distancia, tomó el escaso dinero de su bolsillo, pagó la cuenta mensual, como lo hacía fielmente todas las semanas, y se encaminó a su nuevo destino de grandeza con la firme y férrea convicción de que conseguiría dinero para alimentar a su Clorinda, y no sufriría más escasez, ni ella, ni él.

    –Debería beber menos –le dijo la dueña mientras le cobraba con remordimiento acumulado.

    –El que no fuma ni bebe vino, se lo lleva el diablo por otro camino –A Eustaquio se le solían adherir los refranes.

    Meditó mucho por las calles de su pueblo natal, dio vueltas y vueltas sobre las mismas ideas... y

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