Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Todavía: Obra en prosa
Todavía: Obra en prosa
Todavía: Obra en prosa
Libro electrónico1013 páginas14 horas

Todavía: Obra en prosa

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Todavía es una obra en la que el lector puede acercarse al poeta chileno y conocerlo a través de su prosa. Los textos que conforman esta edición muestran la amplitud de la gama de temas tratados por Gonzalo Rojas, entre ellos, reseñas, discursos de recepción de premios, ensayos sobre varios poetas. La coyuntura social de este escritor queda más clara con los ensayos políticos, los textos de su labor en el ámbito de la enseñanza y sus diarios de viaje. La riqueza temática presente en esta obra propicia la visión en conjunto de uno de los poetas más destacados en lengua española.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 may 2015
ISBN9786071627391
Todavía: Obra en prosa

Lee más de Gonzalo Rojas

Relacionado con Todavía

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Todavía

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Todavía - Gonzalo Rojas

    TIERRA FIRME

    TODAVÍA

    GONZALO ROJAS

    Todavía

    OBRA EN PROSA

    Edición

    FABIENNE BRADU

    Primera edición, 2015

    Primera edición electrónica, 2015

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    Imagen: Melodía-Melodio (1996),

    de Roberto Matta

    D. R. © 2015, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-2739-1 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    No siempre el ensayo es un ensayo sino una ventolera que no se deja escribir.

    GONZALO ROJAS

    Sumario

    Preámbulo: Pero ahora, ay, hablando en prosa, por Fabienne Bradu

         I. La poesía es mi lengua (poemas en prosa)

        II. Perdí mi juventud (cuentos)

       III. Desocupado lector (prólogos)

       IV. Los verdaderos poetas son de repente (ensayos)

        V. Mucha lectura envejece el ojo de la imaginación (reseñas)

      VI. Desafinado en Concepción (enseñanza y diálogos)

     VII. La vuelta al mundo (diarios de viaje)

    VIII. Revelación del pensamiento (poética)

      IX. Caída y fascinación de la historia (historia y política)

       X. Échenle agua a los muertos (elegías)

      XI. De qué más se te acusa Gonzalo Rojas (páginas autobiográficas)

     XII. Música ligera (notas)

    XIII. No al lector: al oyente (preliminares a lecturas públicas)

    XIV. A quien pueda importar (discursos de recepción de premios)

     XV. Arenga en el espejo (autoentrevistas)

    Obra de Gonzalo Rojas

    Breve cronología de Gonzalo Rojas

    Índice general

    PREÁMBULO:

    Pero ahora, ay, hablando en prosa

    En sus últimos años de vida, Gonzalo Rojas manifestó la voluntad de reunir sus escritos en prosa, pero su inquietud nunca logró concretarse por falta de tiempo, de fuerzas y de ayuda oportuna. En los libros de poesía había ido publicando algunos textos en prosa pero, como la sistematicidad no era su fuerte, los que aparecen por ejemplo en Obra selecta (1998), Poesía esencial (2002) o Esquizo (2007) no son sino una ínfima parte de la producción que, por fin, aquí se ofrece en su casi totalidad. Así se completa el ciclo de publicación de la obra de Gonzalo Rojas, en el que Íntegra (2012) constituye el primer movimiento.

    Consciente de las repeticiones que clausuraban la posibilidad de una simple suma de sus escritos prosísticos, Gonzalo Rojas se inclinaba hacia una estricta edición a la manera de los Fragmentos de Novalis, en el linde del aforismo según Christopher Lichtenberg y Antonio Porchia, que eran sus autores favoritos en el género. Su idea se cumplió vicariamente en los Comentarios que incluí al pie de sus poemas en Íntegra, su obra poética completa. Pero, al tiempo que extraía y pulía estos Comentarios como un orfebre talla los diamantes, entreveía la profundidad y la riqueza de la mina que los atesoraba. ¿No nos hizo creer el poeta que el diamante era pariente del carbón? Por lo tanto, era imprescindible explotar la mina entera, explorar todas sus galerías y extraer el mineral que resplandece en el subsole de la creación. Procuré catalogar la mina y bauticé las galerías con títulos de poemas de Gonzalo Rojas, que felizmente dialogan entre sí y riman con el contenido de las secciones. De la misma manera que una clasificación temática de su poesía oblitera el sistema de vasos comunicantes entre los poemas, la prosa así ordenada hubiera cancelado el mismo proceso de fluctuación entre los textos. Por ello, opté por una catalogación más bien genérica. Organizar, sobre todo significó eliminar las partes que se repetían in extenso de un texto a otro. En efecto, mucho antes de la invención de la computadora, el adelantado Gonzalo Rojas ya practicaba el mecanismo de copiar y pegar, que podemos entender de dos maneras. A lo largo de su vida el poeta mantuvo las mismas convicciones poéticas y juicios sobre determinados autores, con la salvedad, claro, de los momentos en que caía en contradicciones o ráfagas de fastidio, y renegaba de lo previamente dicho y escrito. Por otro lado, padeció la atosigante solicitud de invitaciones a conferenciar sobre tal o cual tema, tal o cual autor, que no sabía rechazar. Fatalmente, la frecuencia de sus intervenciones públicas acarreaba la repetición de pasajes de un escrito anterior si había que concurrir con hojas en mano ante nutridos y siempre renovados auditorios.

    Gonzalo Rojas tenía el impulso perezoso para ponerse a escribir prosa, pero su estilo rara vez demerita la precisión y la velocidad de su poesía. Hasta cuando hablaba, por ejemplo en entrevista, le importaba sostener el tono acerado de su pluma. Sin embargo, hay que ir más allá de la forma deslumbrante que siempre se enfatiza como la mayor singularidad del poeta chileno, para también poner atención a su pensamiento. Si bien sostenía con Baudelaire que la poesía sólo se entiende desde la poesía, no es menos cierto que poseía unas ideas muy perentorias sobre la creación artística, la vida, la ética, la historia y el mundo en general. No es éste el lugar de una exégesis de su pensamiento, que el lector descubrirá por sí solo en este volumen, por lo que me limitaré a proponer un rápido recorrido por las distintas galerías de la mina prosística.

    1. La poesía es mi lengua reúne los poemas en prosa que aparecen en casi todos los libros de poesía de Gonzalo Rojas. ¿Por qué escogió la prosa en lugar del verso para expresar lo que cada una de estas páginas contiene? Es difícil decirlo y tal vez la frontera entre versa y prorsa, como las nombra en el poema Guardo en casa con llave, es porosa y a veces vacía de sentido.

    2. Perdí mi juventud incluye los dos cuentos que Gonzalo Rojas escribió en un año atormentado de su vida, precisamente aquel 1939 cuando, a la manera de Apollinaire, solía perder su tiempo en los prostíbulos de Santiago de Chile, entre las filas de la Mandrágora, en soñar con ser un narrador, y andaba en busca de una voz poética y del loco amor. Muy pocos conocen la existencia de estos cuentos publicados en revistas de la época y el poeta nunca los mencionaba como si verdaderamente fuesen pecados de juventud.

    3. Desocupado lector recoge los prólogos que Gonzalo Rojas escribió para acompañar la compilación de sus poemas en libros. En su mayoría, estos preámbulos podrían confundirse con los poemas en prosa que constituyen la primera sección de este libro, y sólo una preocupación de orden genérico me llevó a recopilarlos en otro apartado.

    4. Los verdaderos poetas son de repente corresponde a los ensayos más extensos y reiterados sobre las figuras tutelares de Gonzalo Rojas: Rubén Darío, Gabriela Mistral, César Vallejo, Pablo de Rokha, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Octavio Paz. Fueron sus figuras tutelares y, con el paso del tiempo y la conclusión de la obra, se convirtieron en sus coterráneos, sus pares o, como a él le gustaba decir, sus hermanos de horizonte, aunque algunos hayan vivido en otros tiempos y distintas tradiciones poéticas. Es en esta sección donde hubo mayor necesidad de edición de los textos porque Gonzalo Rojas solía volver sobre determinados poetas como quien regresa con regularidad a sus paisajes favoritos y frecuenta a sus amistades más duraderas. La invención de estos conjuntos ensayísticos es mía y respeta el orden cronológico en que fueron escritos y, por supuesto, su fecha de composición y su lugar original de publicación se precisan al final de cada conglomerado, como, por lo demás, sucede a lo largo del volumen. También se conservaron los títulos originales de cada fragmento. Esta sección se antoja medular en el libro y muestra las resonancias de la poesía de Gonzalo Rojas con estos autores, pues, por lo general, el poeta tendía a subrayar en ellos lo que más se aproximaba a lo suyo propio.

    5. Mucha lectura envejece el ojo de la imaginación rescata las reseñas dominicales que escribía Gonzalo Rojas para los periódicos El Sur y La Patria de Concepción, de 1954 a 1958. Junto con Alfredo Lefebvre, Juan Loveluck y a veces Gastón von dem Bussche, Gonzalo Rojas publicó estas reseñas como una tarea más de su cargo académico en la Universidad de Concepción. La variedad de títulos y autores refleja no solamente las lecturas del poeta sino también el ambiente cultural de la época previa a la celebración de los Encuentros de Escritores nacionales e internacionales que organizara Gonzalo Rojas en la ciudad sureña. Su reseña de los Poemas y antipoemas de Nicanor Parra, fechada en 1954, atestigua los reparos que ya tenía Gonzalo Rojas hacia el giro que tomaba la creación de su amigo y que en parte motivaron su distanciamiento. Por lo demás, se advierte el interés del autor de Contra la muerte por sus contemporáneos y los atemporales Baudelaire o Éluard.

    6. Desafinado en Concepción constituye otra sección medular del libro. En su gran mayoría recoge discursos y escritos referentes al oficio lateral del poeta, la enseñanza universitaria, así como a la época que Marcelo Coddou bautizó como la poesía activa, es decir, la época de las Escuelas de Temporada, los talleres de escritura y los históricos Encuentros de Escritores nacionales e internacionales organizados por Gonzalo Rojas bajo el alero de la Universidad de Concepción entre 1958 y 1962. Los recuentos de estas actividades se acompañan de abundantes notas destinadas a precisar quiénes eran los participantes convocados por el poeta. Como se advertirá, para Gonzalo Rojas, la enseñanza no se limitaba al aula: a lo largo de su desempeño académico, siempre procuró difundir el conocimiento fuera de los recintos universitarios, ponerlo al alcance de los públicos mayoritarios y ofrecerlo socráticamente bajo la forma de diálogos en torno a temas álgidos y urgentes en el devenir de América Latina. Muchos se han preguntado acerca del silencio poético de Gonzalo Rojas entre La miseria del hombre (1948) y Contra la muerte (1964). ¿Qué hizo, qué escribió, a qué se dedicó durante ese lapso de casi tres lustros? Aquí está la respuesta.

    7. La vuelta al mundo es un claro título para la sección que recoge los dos diarios de viaje que en su vida llevó Gonzalo Rojas. El primero, Vengo del Este y del Oeste, quizá sea una verdadera vuelta al mundo dada en 1965, que lo llevó hasta China y muchos otros países antes de alcanzar el extremo oriental desconocido para la mayoría de los occidentales. Todo lo deslumbró en la República Popular China y el extenso testimonio no esconde la simpatía de su autor por los logros de la revolución maoísta. En cambio, el segundo, Diario de viaje a Israel, que data de mayo de 2002, es un breve cúmulo de notas más bien destinadas a fijar los recuerdos en la memoria.

    8. Revelación del pensamiento podría verse como una sección alusiva a la poética de Gonzalo Rojas, siempre y cuando se entienda por ello una poética aplicada a temas y episodios concretos. No hay aquí bazofia verbal, ni obtusas teorías de moda, sino libres reflexiones sobre el libro, la imaginación, el alma o Eros y Tánatos en la poesía. Quisiera subrayar un raro documento incluido en esta sección: Poesía en América Latina, una pequeña antología preparada por Gonzalo Rojas cuando fungía como secretario de redacción en la revista Antártica, en 1945. El lector se sorprenderá con la selección y las notas introductorias: junto a nombres ahora olvidados, están visionariamente reunidos Lautréamont, Aimé Césaire, Octavio Paz, José Asunción Silva, Nicolás Guillén y César Vallejo.

    9. Caída y fascinación de la Historia propone un recorrido por la historia de Chile desde la llegada de Alonso de Ercilla, pasando por las estancias de Simón Rodríguez, uno de los más entrañables héroes de Gonzalo Rojas, hasta el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. A raíz del cruel parteaguas y los consecuentes exilios, el discurso se ensancha hacia otros países para atestiguar el fervor del poeta por la Revolución cubana o su desencanto hacia el régimen comunista en un país de la órbita soviética. Quienes vean en estas contrastadas temperaturas una incongruencia ideológica, no comprenderán que, a semejanza de Octavio Paz, Gonzalo Rojas nunca fue el hombre de la adhesión total. No obstante, su prolongada relación con la isla cubana fue más emocional que razonada, y quizá alimentada por la gratitud que sentía por la solidaridad de las autoridades hacia la Unidad Popular de Salvador Allende. También aquí se encuentran los textos más comprometidos del poeta-diplomático, las invitaciones más encendidas a la resistencia contra la Junta militar o su visión de América fundada en lo que podría considerarse el lema de su pensamiento histórico y político: América es la casa.

    10. Échenle agua a los muertos traiciona desde la ironía de su formulación la peculiar concepción de las elegías sustentada por Gonzalo Rojas, quien repetía con Baudelaire: todos los elegiacos son unos canallas. Inaugura esta sección el primer artículo publicado por el poeta en enero de 1936: De profundis Valle Inclán, al que siguen otros nombres famosos como Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Violeta Parra, Roberto Matta o Miguel Serrano; otros menos famosos como Luis Durand, Mariano Latorre y Teófilo Cid, y otros anónimos, sin otra fama que haber sido el cardiólogo o el carpintero del poeta.

    11. De qué más se te acusa Gonzalo Rojas quiso reunir algunas páginas autobiográficas del poeta, aunque, en rigor, se diría que todas las que componen este volumen lo son. Entonces, pongamos que son un poco más marcadamente autobiográficas que otras o, sería más exacto decir, más personales. En numerosas entrevistas y durante un periodo de su vida, Gonzalo Rojas anunciaba que estaba preparando unas memorias y hasta confesaba cuántos cuadernos ya tenía escritos con sus visiones y vivencias. Precisaba que no las publicaría en vida sino que las heredaría a sus hijos para después del después. Todo parece indicar que nunca las escribió o bien las destruyó antes de desaparecer. Por lo tanto, habrá que admitir que su vida quedó cifrada y sellada en su poesía y en estas prosas.

    12. Música ligera reúne un buen número de notas escritas a lo largo del tiempo sobre temas y personajes variopintos. Alfonso Reyes, José Ortega y Gasset, Federico García Lorca, Braulio Arenas son algunos de ellos.

    13. No al lector: al oyente recoge los preliminares a algunas de las lecturas públicas de poesía que dio Gonzalo Rojas frente a auditorios muy diversos y en innúmeros rincones del planeta. Por supuesto, sólo constituyen un botón de muestra que, sin embargo, refleja su costumbre de presentarse y de presentar su obra ante públicos más o menos advertidos de su poesía. Muchos de estos preámbulos se han perdido porque el poeta los tiró a la basura o bien porque los iba improvisando, siempre siguiendo un guión previamente elaborado, y no se grabaron en su momento.

    14. A quien pueda importar es una pregunta que, si la aplicamos al tema de los premios literarios, más parece dirigida por el poeta a sí mismo que al resto del mundo. En efecto, Gonzalo Rojas tenía un sentimiento ambiguo hacia los premios: si bien comenzaron por agradarlo, a raíz de la avalancha que le cayó encima a partir de 1992 terminaron por fastidiarlo. Estoy hasta la tusa de los premios, reza una de sus frases finales, porque lo sacaban del estado de gracia que necesitaba para escribir poesía. Además, es cierto que en sus años postreros su nombre solía ser sinónimo de un rosario de galardones, en detrimento de la mención de los títulos de sus libros. He excluido el discurso de recepción del Premio Nacional de Literatura de 1992, que repite en gran medida el pronunciado con motivo del Reina Sofía de Poesía Iberoamericana que le fue otorgado unos meses antes. Otras repeticiones se observarán entre un discurso y otro, también próximos en el tiempo, pero así dan la oportunidad de conocer de cerca la metamorfosis de lo mismo tan característica del pensamiento de Gonzalo Rojas.

    15. Arenga en el espejo finalmente regresa la palabra al poeta porque, en estas autoentrevistas, él es el autor de las preguntas y de las respuestas. Es un juego que él inventó para burlarse de las sempiternas preguntas, entre huecas y livianas, de los entrevistadores, a quienes, por otro lado, era incapaz de negar unas horas de su tiempo.

    Pero ahora, ay, hablando en prosa —un verso entresacado del poema Qedeshím qedeshóth— parece contener una queja en sordina por el paso de la poesía a la prosa, algo así como un lamento ante una momentánea derrota del lenguaje. Gonzalo Rojas fue un insurrecto vitalicio contra la decadencia de la palabra. Por su lado, haciéndole eco anticipadamente, Gabriela Mistral escribía: La poesía es en mí, sencillamente, un rezago, un sedimento de la infancia sumergida, y esta palabra que hago me lava de los polvos del mundo y hasta de no sé qué vileza esencial parecida a lo que llamamos el pecado del origen, pero acaso ese pecado no sea sino nuestra caída en la expresión racional y antirrítmica a la cual bajó el género humano, Gonzalo Rojas llamó a este pecado del origen la miseria del hombre, pero, a la par de Gabriela Mistral, toda su vida luchó contra todas las maneras de corrupción, contra los truculentos que enturbian las aguas para hacerlas creer más profundas, y a favor del gran SÍ de la poesía y de la libertad. Es decir, se jugó la vida en la misma apuesta que a César Vallejo le hizo exclamar: ¡Y si después de tantas palabras no sobrevive la Palabra! Por lo tanto, quiero ver en el lamento: Pero ahora, ay, hablando en prosa otro sentido del que aparentemente expresa. Antes bien, no habría que olvidar que el plañido es un verso de uno de sus poemas más logrados y celebrados, por lo cual habría que tomarlo con la misma ironía que conlleva. Se antoja que Gonzalo Rojas quiso expresar aquí la dificultad mayor de la creación: trasladar a palabras humanas las señales que el poeta percibe en el silencio y los centelleos que el mundo emite fuera o más allá del Logos. La prosa es aquí sinónima de palabra humana y no tanto de la escritura que se opone a la poesía. Por lo demás, el presente volumen desmentiría cualquier intento de descalificar la prosa como si ésta fuera una subpoesía. De relegar la prosa a una segunda categoría de escritura, nos privaríamos de muchas páginas ejemplares.

    Versa y prorsa son las dos serpientes dinásticas que el poeta guarda en casa con llave: bailan, se alimentan de leche y uvas, susurran al oído del poeta, no tienen miedo de morir. Y además, precisa el poeta: Se trata de dos serpientes que bailan simultáneas en la imaginación del poeta, como lo dice ese texto entre fábula y enigma. ¿Quién no sabe que la prosa y el verso se intraalimentan, se nutren con mayor o menor voracidad la una de la otra?

    Una última palabra acerca del título del volumen: Todavía. Los que conocen la poesía de Gonzalo Rojas no necesitan una explicación acerca de este vocablo, y los que no la conocen pueden remitirse al poema Por Vallejo, en el que encontrarán el sentido del inagotable Todavía. Además, ya lo decía Antonio Machado: Hoy es siempre todavía.

    FABIENNE BRADU

    Agosto de 2013

    I

    LA POESÍA ES MI LENGUA

    (Poemas en prosa)

    Ars poética en pobre prosa

    Lo que de veras amas no te será arrebatado.

    VOY corriendo en el viento de mi niñez en ese Lebu¹ tormentoso, y oigo, tan claro, la palabra relámpago. Relámpago, relámpago. Y voy volando en ella, y hasta me enciendo en ella todavía. Las toco, las huelo, las beso a las palabras, las descubro y son mías desde los seis y los siete años; mías como esa veta de carbón que resplandece viva en el patio de mi casa. Es el año 25 y recién aprendo a leer. Tarde, muy tarde. Tres meses veloces en el río del silabario. Pero las palabras arden: se me aparecen con un sonido más allá de todo sentido, con un fulgor y hasta con un peso especialísimo. ¿Me atreveré a pensar que en ese juego se me reveló, ya entonces, lo oscuro y germinante, el largo parentesco entre las cosas?

    Larvario a los 60

    ASÍ NO hay más proyecto que eso: el registro del tres en el uno del pensamiento poético. Pensamiento poético de alguien que oyó el zumbido de la abeja tenaz a cada instante sin ceder casi nunca a la tentación de la vitrina. Y es que, como tantos otros aprendices, no creo gran cosa en la letra pública hasta que no se nos impone como palabra viva y necesaria, y parece exigirnos de veras la participación del oyente para poder seguir respirando, y respirándola.

    Mis lectores —dijo Blake una vez— se hallan en la eternidad. Pero la eternidad es esto mismo.

    Desafinado en Concepción

    ... PORQUE uno escribe en el viento y puede que de golpe y simultáneos tenga sesenta o tenga veinte; o, más atrás, esté acodado ahí todavía en la litera de arriba, la litera de tercera rumbo a Iquique —¿cómo era el nombre de ese barco de la Sudamericana de Vapores?— sacándole chispas al papel en mi Cuaderno Secreto, con Joyce al fondo. Nunca por cierto publicado ese cuaderno mío del aire. O esté cumpliendo ya los 20 ásperos, la Mandrágora en los sesos, los clásicos en mi corazón. O parta, esté partiendo otra vez al norte, siempre al norte cumbre arriba por esos cerros; pampa, desierto, Dios; ida y vuelta a mi Dios en el rehallazgo, como ahora. O en el filo tremendo de Valparaíso a los 28 de mi suerte escriba sin parar, lava más lava, La miseria del hombre, para callar quince años. O aquí mismo, en Concepción, diga Contra la muerte que es casi lo mismo; como es lo mismo y mismo el ardimiento de mi Oscuro en Caracas o de Transtierro en mi Madrid.

    ¡Lo que anduve asiático, europeo, americano de los trópicos, neoyorquino sin madre, pero más y más chileno estos diez años por el mundo!

    Le pondremos Renegado

    CONSTANCIA y claridad. Buena o mala intención, suele incurrirse en el delirio interpretativo. No soy yo —propietario de ese torreón de palo— el Renegado sino alguien mucho más veloz: el río. Río que zumba y suena como cien órganos de Bach y crece torrencial junto a mi casa. Viene de las cumbres y es de veras un arcángel. ¿Qué haría yo sin él? El mito es más hermoso: cuentan los arrieros lo que acaso sucedió. Hubo una vez un fraile, en el siglo XVII, que se robó a una hermosa e intentó pasar con ella a la Argentina por esos altos desfiladeros. Dios lo hizo piedra y de su llanto nació el río. Ése es el Renegado que viene a suicidarse de puro desconsuelo a unos 4 kilómetros más debajo de mi casa tirándose de bruces sobre otro río: el Diguillín.

    Arcángel o demonio, pero arcángel. Pienso que nos esperaba para ser nuestro. Allí, en un ángulo portentoso levantamos la morada permanente de los errantes para conjurar los exilios. El Torreón es de alerce, de mañío y laurel, de castaño y pino fragante. De amor.

    Paul Celan

    SI ME preguntan quién fue Celan debo decir: yo soy Celan. Tanta es la identidad de dos que silabearon el Mundo en dos lenguas tan remotas, el alemán y el español. Judío él, cautivo en Auschwitz donde echaron al horno a sus padres, vivió en el mismísimo plazo de mi respiro. Cuando el 70 se arrojó al Sena pude haberlo hecho yo pero seguí aleteando en mi vuelo. Sólo vine a leerlo el 77, por ignorancia, y sólo entonces pude verme. ¿Zeitgeist, locura? No hay campos de concentración en las estrellas. La noche que llegué a Chile el 80 miré hacia arriba, lo vi en la fosa del amanecer.

    Fax sobre el oficio de silabear el Mundo

    Por satélite cerebral: de Chillán de Chile. A Tarqüinia, Etruria. O a 71, rue de Lille, 75007 París. O donde Matta ande pintando en el planeta.

    QUERIDO usted: este Fax es para usted, espejo de vagamundos, y hoy es jueves 23, con espinas, y hay que escribir por cumplir las cuatro planas completas del castigo de la repetición de la Tierra a escala de niño, por orden de Cecilia, que entiende muy bien la ecuación vejez y reniñez, sin physis ni metaphysis; total la Tierra, en la vibración de su redondez oscura, no fue siempre tan flaca ni tan portentosa. Después vino Platón con eso del Asombro. Pitágoras con su Abeja Grande, Baudelaire con L’inconnu. Del animal que me rodea a medida que voy saliendo ¿qué más voy a escribir sino a hilar y deshilar lo mismo de lo mismo?

    Me atengo al arrebato de mis visiones:

    1) "Del cerebro cae la esperma, cerebro líquido,

    y entra en la valva viva. Et Verbum caro factum est".

    2) "Leopardo duerme en sus amapolas el pensamiento. ¿Quién me llama en la niebla?"

    3) Más claro, Matta, para ventilar el seso. No hay computador

    comparable a la maravilla

    de estar aquí hablando solo en lo instantáneo

    del juego, todo es parto,

    parto en el sentido múltiple de parir y partir. Stop. Transcríbalo

    sin miedo en la tabla de aire. —"Parto soy,

    parto seré, parto, parto".

    4) Filmado de otro modo, a ras de zarpazo olfateante, ¿qué se ama cuando se ama? Encantamiento con desollamiento, ay cuerpo: ¡quién fuera eternamente cuerpo!

    5) Y usted, mirón de las galaxias en las manchas de la pared, ¿también ha visto al relámpago encima del granizo torrencial del zinc?, y era el ta panta de Zeus, "lo

    inmediato

    mío resplandeciente". De entonces

    acá vivo el zumbido.

    6) ¿Y el maquillaje mortuorio del maniquí, no lo asombra a usted con su liturgia empecinada de los claveles y los gladiolos de alambre? ¿No lo asombra a usted el maniquí? Apesta tanto velorio.

    La otra punta de eso fue siempre para mí el vagido

    7) del primogénito a tres mil, sobre la nieve de Chile, en Atacama. Estoy hablando de Rodrigo Tomás Rojas Mckenzie: respiro mío de mí. ¿También usted se oyó de golpe a usted mismo en el primogénito? Yo estoy por el vagido. Que eso, sí, es asombro y varonía de mortal, Matta, que eso sí en cuanto alumbrado ensangrentado que lo vio todo desde el Principio, antes del mediastino malherido, es asombro.

       Arúspice de mí, me arrancara los ojos por aquel vaticinio de los faisanes abiertos despavoridos que dije en un poema por temeridad. Nadie aparte de mí este cáliz.

    8) No hay más asombro cierto que el instante. ¿Sabía usted que ya el 46 me fue mostrado el infortunio cuando todo era encanto?

    "Nadie puede el océano, ¿qué saben los terrestres

    sino nacer desnudos? Pasa el tiempo.

    Pasa el tiempo y no pasa con sus tijeras sordas

    cortando en la raíz de la hermosura."

    Recuerdo haber escrito esas líneas literalmente en el rapto de los posesos.

    Y el aire es una lágrima sobre Valparaíso.

    9) Me gusta ver de día las estrellas y ése es tal vez con usted mi mayor acuerdo: la imaginación. Tan harto como estoy del villorrio del Mundo, donde todo es pudrición: de la televisión al fútbol sin parar, pasando por la disipación y el estruendo del éxito. Cada cual cultiva su SIDA como puede, la peste, la globalización.

    10) Superpoblado y todo, el Hueco, cada día está más hueco. ¿Y qué pasa por último si nos cansamos y nos vamos? Las personas no mueren: quedan encantadas, ya sabe usted.

    11) Otro lado del éxtasis de haber venido: el Desengaño. Ando por esa costa. Tuérzale usted el cisne al Enigma; a mí me estremece.

    Y ya para cerrar, si ve a Cecilia por ahí dígale de una vez en nombre de Apollinaire que la cosa no es tan fácil, que esa A de asombro ciega con su luz al más lúcido, que tal vez es preferible la O de ocio; que ahora que las aguas suben solas que dejemos que hablen, que sibilen solas las serpientes entre el láser y el scanner; que en cuanto a la roca de la identidad no hay identidad, que casi todo es otra cosa: usted, yo, el pez amniótico que es uno de madre a horca: de nacido a desnacido.

    12) Ahora, si alguien —que no es usted, por cierto— quiere discutir conmigo sobre el oficio de las sílabas, que me escriba al Torreón del renegado por adentro del cual pasa volando el río del asombro.

    Para Roberto Matta

    [Nota de Gonzalo Rojas:] Este último ejercicio inédito es una pieza de encargo, escrita el 13 de mayo de 1991, a petición de Cecilia García-Huidobro para la exposición Asombro y Vida cotidiana, auspiciada por la Universidad Católica de Chile y la AFP Unión, en la que participaron diez escritores chilenos con textos ilustrados por diez pintores jóvenes.

    La reniñez

    DICEN que el siglo se va, que el milenio se va, ¿cuál milenio?, ¿cuál siglo?, ¿de la era de qué?

    A lo mejor debiera uno callarse. Pero no. Todavía no. Por lo menos todavía no. Estoy viviendo un reverdecimiento en el mejor sentido, una reniñez, una espontaneidad que casi no me explico. Es como si yo dejara que escribiera el lenguaje por mí. Parece descuido, y es el desvelo mayor. Estoy dejando que las aguas hablen, que suban las aguas, y que ellas mismas hablen.

    Computación contra maravilla

    SUELE decirse con soltura y cierto descaro que el teclado sigiloso del ordenador es otra escritura más productiva que la de la mano como si el glorioso instrumento no parara de ser un "parvenu". Afírmase con desmesura tecnolátrica que ya en el plazo amniótico los niños descifraron el misterio como por encanto, y la caligrafía es un arcaísmo. Me quedo con los ideogramas de la imaginación y no me importa la impostura del destello instantáneo más o menos mercantil que no va más allá de la usura como dijera Pound. ¿Ahorro de tiempo en aras del célebre consumo? Soy tiempo, escribo tiempo, me demoro en el dibujo de abolengo trepidante —fluye que fluye— que va de lo cerebral a lo arterial, de lo arterial a lo muscular, para bajar a la flexión finísima de los huesecillos: carpo, metacarpo y dedo. Además escribo con todo el cuerpo. Palimpsesto o manuscrito, pinto mi pensamiento como puedo. A la velocidad del zumbido irreal que va más allá de la computación polidactílica, por ejemplo. También Matta pinta riendo lo suyo desde el frenesí de la máquina productora, pero la imaginación es otra cosa y él lo sabe como nadie. Personalmente escribo en el viento y lo que pongo en tela de juicio es la palabra misma como proyecto de inmortalidad. ¿Qué es eso de non omnis moriar (=no me moriré del todo), viejo Horacio? Y, otra cosa, no estoy por la partitura efímera —computárica o no— sino por la oralidad y por la sintaxis del callamiento. De ahí que, cuando escribo mis líneas menesterosas de aprendiz interminable, lo primero que hago es ponerme en pie y leerlas en voz alta. No al lector, al oyente. Escribo y desescribo como todos los poetas y, en cuanto a lo indeleble de la huella, Dios cuide a la huella. Vestigio es huella del pie como dijo Góngora en ¿1619? Lo que me pasa es que soy un inconcluso, y balbuceo. ¿Cómo decía Heráclito esa vez?: Sobre el tamaño del sol: el ancho de un pie humano. Personalmente siempre estaré por la desespacialización y la destemporalización de la memoria. Mnemósyne se apiade.

    Balido del quirófano

    OTROS los han llamado mataderos de lujo, yo no sé. A mí me sacaron un verdadero aerolito instalado en mi riñón derecho, y desde entonces vuelo mucho más liviano. Pedí anestesia parcial para ver de más cerca el espectáculo, cuyo protagonista era yo mismo, atado de pies y manos como preso ya inmóvil de este Mundo. ¿Qué alcancé a descifrar en ese ejercicio mortuorio y sigiloso, entre agujas y mascarillas, de un respiro a otro del oxígeno artificial? Nada, casi nada, pero a la vez casi todo. La trizadura en el espejo de este mísero uno que es nuestro cuerpo alcancé a ver: ¡la miseria mísera miserable!

    Del cuchillo y cómo opera

    NO SOY supersticioso: el supersticioso es el cuchillo, no cualquier cuchillo, ése. No entonces por ejemplo el de Borges el orillero sino ése, el que me ve por dentro con certeza cortante y no más oír mi respiro huye de mí. A veces mismo estoy comiendo y sale volando para escarnio del tenedor, otras me mira receloso desde mi mesa de trabajo. Es el cortapapeles pero a la vez es el puñal: el lagarto venenoso. Lo enfurece verme pensando, parpadeando. Moraleja: no pensar mientras se come; cuando se escribe no pensar. Los cerdos lo saben, ¿qué es lo que saben, Lautréamont? Que los que saben sepan lo que puedan saber y los que estén dormidos sigan aún durmiendo. Versos míos. Pero yo no soy puerco y exijo cuchillo para ser. Eso exijo anfibio; él me aparta. No más verme me aparta sucio como a un pescado viejo que ya no merece mar. Digo el rechazo y eso me duele.

    Insisto: él es el supersticioso, y ojalá para él no nos hubiéramos visto nunca. Tamaño es el hastío. Y es que yo mismo soy el cuchillo en cuanto soy esquizo, ¿quién no lo es? Por eso y al menor descuido ahí anda el perseguidor. Verlo es verme y así estará escrito, como está escrita su figura en mi fea escritura. Más parco: no es tan fácil disociarse de lo que uno es.

    No es el caso del salero derramado, del martes 13, de la escalera perniciosa o —aún más veloz— del gato negro a la vista, peligro de muerte. Eso también funciona como superstición pero está fuera. ¿Qué hago entonces para conjurar el maleficio? ¿O será que efectivamente el pensamiento es un cuchillo sin acero, sin lámina y sin filo y al que le falta el mango? ¿Cómo se hace? La primera vez que lo vi fue en Lebu, en ese basural que deja el mar y yo tenía cinco. Cinco años de extasiarme en el oleaje. Ahí fue donde lo vi, pez del Principio. O del Absoluto, pero no hay Absoluto.

    La vida es un golpe de cuchillo, uno es la herida; eso lo dijo quién. Bran van Velde me parece, uno de esos mudos que van para ciegos. Y que lo dicen todo, casi.

    Alabanza de la sal

    NADA más difícil para mí que decir la sal, decirla, esclarecerla, descifrar su portento que va de lo visible a lo invisible. Vengo de un puerto carbonífero, marítimo y fluvial y pertenezco a la dinastía de los empecinados cabeza de tormenta. Soy cabeza de tormenta y he vivido largo con esta piel pasada a ventolera y a salmuera, traspasada por la sal de la tormenta, pero no sé lo que es el gran prodigio de la sal y en eso ando todavía. Vivo sorbiendo sal para limpiar el respiro, los ojos, las orejas, para ver, para oír, para salinizar la hermosura del Mundo. Ya desde niño me fue dada la visión y el blanquerío de la sal; con el bramido del oleaje que yo no más me sé me fue dado ese frescor, Golfo de Arauco adentro, con todas las gaviotas. Porque ella es eso y se deshace como el Mundo. Ahora mismo estoy yéndome ligeramente malherido, pero no lloro lágrima ni arteria velocísima. También el tiempo es sal lo mismo que la lágrima, lo mismo que la arteria y las dos saben el mismísimo sabor. Si no me creen lloren o sangren, mis oyentes, y ahí verán de una vez.

    No metaforicemos: la sal soy yo, es usted, cloruro y más cloruro, sodio y más sodio, más allá de la química y la alquimia, pues antes de que viniéramos ya estaba ahí la sal. También cuando partamos hacia otra transparencia seguirá intacta como entonces. Todo concurre a la transfiguración por evaporación como ella, o por azar: las fechas, las espléndidas ciudades, las civilizaciones, las torrecillas desafiantes con Manhattan y todo, el fulgor de los cuerpos, las muchachas preciosas, los 28 paridores cada mes, el loco amor, la imaginación, la misma libertad, todo concurre al polvo pariente de la sal, pero la sal perdura: esta sal que me es como nada en el mísero planeta. Parece desmesura pero mi seso me funciona así, con sal, con cloruro clorurísimo. Hay otras sales, ya se sabe, como hay y habrá elementos y elementos: aire, tierra, fuego, agua cardinales. Lo dijeron los jónicos. Los nerviosos son la sal de la tierra, eso lo dijo Marcel Proust.

    Lo primero no insistir en lo muy sabido. Líbreme Zeus de la exactitud, pero ¿y la piedra?, ¿y la ceniza?, ¿y el átomo tremendo? Me acuso entonces de aproximación, no de certeza. Mi juego es la aproximación como el de todos los poetas. No hablo de carbonatos o sulfatos que también acarrean su jerarquía. Digo lo que no alcanzo, por majestad o por misterio. Soy sal y duermo sal y estoy a unos minutos de volver a la sal. Lo escribo y además lo firmo. Hoy miércoles de un mes de una era volante. Hasta aquí lo sombrío del monólogo pero la sal hermosa es materia radiante y alegrémonos.

    De cómo, cómo los bastardos

    HAY QUE ver cómo repercute la Poesía en cada uno de estos bastardos; a unos les sale pelo en el ombligo y eso tapa la cuerda umbilical con la otra madre y ataja toda opción de resurrección, a otros les va mejor: se hechizan con la música de la versaina, otros se enfurecen y exigen inmortalidad (Non omnis moriar dicen con Horacio que no supo lo que decía), otros livianamente se casan y olvidan el juego, otros (los más) dicen que no se entiende, que para qué; otros roncan hasta el amanecer, otros van a putas, a esas putas antiguas que todavía bailan en Venecia, otros lo apuestan todo a una sola carta y son felices, dicen que son felices, otros mean sangre por cualquier motivo, de puro miedo a la muerte mean sangre, otros pagan de una vez todos los vuelos en todos los aviones por si el Nobel; otros no, y mueren. Y eso les pasa por bastardos.

    La quemazón

    POR AHÍ se anda diciendo que estamos en plena quemazón y ya no la para nadie. Déjenlo que se queme el viejo planeta. Para que se haga hombre de una vez. Pero en todo caso cuídenlo, príncipes y magnates del gran villorrio. Que no arda entero a la velocidad del exterminio. Empresarios de todos los países, uníos. Cobardón y todo, que dure otros cien mil. Otros y otros cien mil. Por nuestros niños, por los niños, por los niños de nuestros niños. Total la rotación y la traslación sigue siendo cosa mentale y exige ventilación. ¡Ese Novalis: el agua es una llama mojada!

    No sé si todos los ríos son tan grandes pero mi río Renegado es grande y yo lo quiero y pasa como loco por mi casa antes que se suicide tirándose de bruces encima del Diguillín unos cuarenta metros destartalado y malherido. Lo fugitivo permanece y dura, la otra semana anduvimos por ahí. Casi nos desnucamos barranco abajo.

    A lo mejor debiera uno callarse. Pero no. Todavía no. Por lo menos todavía no. Estoy viviendo un reverdecimiento en el mejor sentido, una reniñez, una espontaneidad que casi no me explico. Es como si dejara que escribiera el lenguaje por mí. Parece descuido, y es el desvelo mayor. Estoy dejando que las aguas hablen, que suban las aguas, y que ellas mismas hablen.

    Sagitario como soy algo habré navegado estos 90 en bote, en bergantín, en trasatlántico, en velero liviano. No hay lluvia ni tormenta que me haya sido ajena, ni costa. Agua y agua; a los 5 a puro llanto, a los 8, a los 17 a puro desenfreno, a los cada tres años por el Mundo, hasta esta reniñez.

    De la asfixia

    ESCRIBO poco y mal. Asmático y tartamudo, soy la metamorfosis de lo mismo y estoy hasta la tusa de los premios. Preferible callar. Pero cómo callar si el oleaje no te deja. Más claro, no soy poeta de papel, ni de papiro hubiera sido. De oreja soy y escribo como hablo. Me cuesta hablar. Me demoro y ése es mi juego, parpadeo con la voz; no todos los fonemas me son propicios y desde hace diez años ahí ando con mi fibrosis pulmonar hasta encima de los aviones. La contraje no sé dónde o no sé cuándo. ¿Se me pegó en el seso cuando el Premio Cervantes allá por la pompa real en Alcalá de Henares? ¿Quién me manda visitar de corrido todos los párrafos del planeta donde vivió Cervantes, de Sevilla a Argel en sólo un mes escaso? La cosa fue así: yo estaba ahí durmiendo en mi catre de hombre solo en Chillán de Chile sobre las dos de la mañana cuando vino la asfixia como un arponazo al corazón y quedé anclado en el no-aire, preso de mí mismo. Claro, me enderecé de un salto como pude, pero el león que fui ya no era aullido, ni león ni nada. Me moría seco, vacío. Ni la lluvia amorosa que aleteaba afuera contra los vidrios se apiadaba de mí. De mí que no hice sino adorar al aire a cada instante desde que me cortaron de mi madre.

    Me moría, adiós vieja fragua; un minuto y soy piedra para siempre, oh voz, única voz. Hasta que vino alguien —tiene que haber sido alguna hermosa— y me dijo: después. Por ahora, mortal mío, respira, respira.

    II

    PERDÍ MI JUVENTUD

    (Cuentos)

    Carta del suicida

    SE TRATA de algo que pasa cada día. ¿Sara, Michelle, Alicia, Carmen, Helena, Myriam, Liliana, Violeta? Así era tu nombre cuando te conocí. Tú vivías en la misma ciudad que yo. Un aire especial hizo que cierto día nos encontráramos respirándolo como algo evidentemente necesario para nuestra salud. Tú solías mirarme, mientras paseábamos, como a un desconocido. Un desconocido con algo de criminal que, a altas horas de la noche, cuando todos duermen en el hogar, penetra por la ventana al cuarto de la señorita que espera a su prometido por el primer avión de la mañana. El desconocido se presenta a la novia sin grandes excusas, el desconocido es un fantasma simpático que acaba de deslizarse por la corriente de aire hasta el centro de la pieza: Vengo por el asunto del collar. Ud. lo sabe. Yo la quiero demasiado. ¿Qué le parece si vamos a bogar por la bahía?

    La bahía es un parque de cristal donde crecen extrañas flores como una cabellera que yo no más conozco. Son flores aptas para la navegación esas olas estupendas que se desarrollan en las miradas de un hombre y una mujer después de cierto relámpago de amor.

    Aquellos días tú empezabas a quererme con alguna extrañeza de tu parte ¿recuerdas? Así empezó el concierto: mucha luz, un exceso de luz alrededor. Éramos los cómodos espectadores que aplauden desde el palco. Las marcas de la orquesta subían y bajaban las gradas del escenario como una variable llamada de luciérnagas y libélulas y, al levantarse los pesados cortinajes, la noche descorría sus encantos. Una hermosa bahía. La música era un precioso espejo navegable. Íbamos de excursión por esas aguas. Su gran capricho era partir en trineo a una velocidad tan libre que muchas veces mi bella cautiva creyó ser víctima del espejismo al advertir la transfiguración de los trineos en camellos debido a que las arenas del desierto son más numerosas que las olas y allí uno puede dormir sin temor a los naufragios.

    Ahora bien, lo más curioso para nosotros era que con ser espectadores hacíamos, además, los protagonistas. Y no hubiéramos podido responsabilizar a los jardines que pintaban los espejos en la bahía iluminada porque, por precaución, nos habíamos atado con cadenas a las butacas de cristal para que un probable temporal en el concierto no pudiera volarnos.

    Pero ¿cómo se explica entonces que estuviésemos viviendo en la realidad y en el sueño? Desde la realidad mirábamos hacia el sueño y era así cuando jugábamos a las escondidas en los diversos castillos del amor. Tú preferías uno, más lóbrego que los otros, el castillo ése de sótanos impenetrables. Te gustaba perderte en esos laberintos para que yo bajase gritando a decirte que ya se había puesto el sol, que la ciudad estaba más encantadora que nunca. Dime una cosa: ¿por qué quisiste tanto ese castillo parecido a las cavernas encantadas del abismo submarino? ¿Qué embrujo ejerció sobre ti aquel templo encadenado por las olas? ¿Por qué esa frivolidad de siempre, aquel tu implacable silencio? ¡Ah, tu risa! Era como si me hubiesen flagelado al sol a la vista de muchas mujeres, las bellas muchachas que tanto he amado. Ah, tu sonrisa. Como una cítara poco antes de morir, como la cascada que, de súbito, paraliza su curso para convertirse en un llanto con todos los defectos que trae consigo la tempestad. ¡Ah, tu risa! Como una rosa encima del teclado. En ese piano compuse demasiado delirio para repetírtelo en esta mi última advertencia, advertencia a manera de preludio. No soy un sacrílego del amor. Se trata de algo que pasa cada día. El desconocido suelta su música después de haber dado la vuelta al sol, regala todos sus tesoros, echa a volar el mar, salta por la ventana al mar y se aleja rápido, olas adentro.

    No sabes cuánto te agradezco este ejercicio de amor y desencanto que tanto tiene que ver con la poesía. En aquel tiempo te llamabas mi amor.

    1. LUCES, DE PRONTO EL MAR

    Vamos por la calle, juraría que vamos por la calle, vamos por la calle y el invierno, juraría que vamos por la calle y el invierno está presente en el pavimento. Mar muerto por donde navegan a fantástica rapidez el lujo y la desgracia.

    Prefiero las calles elegantes para amar. Las vitrinas espléndidas, las señoras en traje de panteras, las esbeltas panteras, oh, también participan un poco de este delirio que tanto adoro.

    Ud. va por la calle. Ud. va conmigo, además. Ud. va colgada de mi brazo. Mire la farmacia de enfrente. Debe saber Ud. que antes —Ud. sabe de qué antes le hablo—, debe saber Ud. que antes, cada vez que yo pasaba frente a una farmacia, quería matarme. Quería matarme y pensaba en Ud. ¡claro! Pensaba en Ud., y como Ud. no aparecía por ningún lado del aire, entraba con violencia a uno de estos establecimientos como el de enfrente y pedía un trago de veneno para soñar con Ud. El veneno brillaba en el espejo, en el mar del espejo, eso es, el espejo que me miraba con piedad. Yo, el condenado a muerte, también miraba sus ojos terribles como si fuesen una lágrima viva. Ahora que he pasado frente a una farmacia he llorado y me he reído a gritos bajo la estatua de mi piel, pero Ud. no ha visto ¡no! No podría verlo jamás, estas dos gotas suspensas en lo más alto de mis mejillas y esta dicha que me corona la sien. Pero sus ojos, el vuelo de sus labios, los ojos, los labios de Ud., coronan ya para siempre mi cabeza, mi pelo en desorden, y yo estoy feliz.

    Estoy feliz, esto es una calle, ésta es la misma calle por donde veníamos hablando, luces paralelas. Rápidos automóviles. Me gusta el vestido que luces esta noche. Los árboles son más altos que nosotros. Mi cigarrillo persiste en quemarme los dedos. Tus ojos persisten en perderme. Yo sigo hablando. Tú sigues riendo. Yo me estrello contra tu sombra. Tú me perjudicas esta tarde, lo sé. Pero no olvides esto que iba a decir: te quiero. Los árboles también siguen creciendo. Una calle con árboles a la orilla puede fácilmente llegar a ser un bosque. Esto es un bosque. Pero no es posible que te extravíes en el bosque. Yo sé muy bien la salida, y te quiero.

    La puerta de tu casa. Tu casa. Más allá, la mampara de tu casa. ¿Te gustan las mamparas? ¿Te gusta la sonrisa de tu mampara? Yo escucho la mampara. Yo escucho la sonrisa y toco la melena de la mampara. La mampara sonríe y al fondo de su boca veo el mar. Esto es el mar. Con razón te quiero tanto. Tú vives en un bosque parado medio a medio del mar. ¿Cuál es tu pieza? ¡Tú huyes! Tú huyes de mí, tú te llevas el beso que te di en la mampara, tú corres a guardar mi beso en un cofre de mármol, un cofre de sortijas que, sin duda, has extraído del fondo del océano.

    El Lunes. De pronto, el mar. De pronto yo estoy de pie en la calle solo otra vez. Y otra vez el pavimento copia mi felicidad escrita en invierno.

    2. EL MARTES DESEMBOCA EN UN PARQUE

    Hija del invierno. Lo primero que amé fue tu cabeza, tu pelo, tu pelo que me martiriza como la niebla, como el bosque de mi niñez, como una atmósfera de fuego, como el precipicio más querido para mis sueños. Tengo tu pelo dedicado a mis ojos, tengo tu pelo dedicado a mis labios, y no debo repetirlo. Elegante cabellera la tuya en que toco una música para mí siempre desconocida. Música que quiere volar. Melena que denuncia la tempestad de tu sangre.

    Arriba, los astros laboriosos prosiguen su trabajo de costumbre. Nosotros los miramos y nunca advertimos que es algo horrible pasarse las noches componiendo jardines de fuego para que se diviertan los astrónomos. Astros amables, yo los invito cordialmente, atención, pierdan un minuto el compás. Cierren bien los ojos: díganme si la ven. ¡Yo tengo una mujer más rápida que Uds. en su conquista magnética, más relámpago que Uds., más rápida, más luz, más resplandor! Consulten la hora exacta del paso de esta estrella por el cielo de Uds. A ver, ¿quién me lo cuenta todo? Muy bien. Así... Muy bien. Mañana discutiremos largo sobre un posible intercambio de nuestro respectivo cielo. Amigo Marte, hoy es tu cumpleaños —tú cumples años cada semana—, hoy es tu día y debo regalarte mi secreto. Sé que la hallas preciosa. Por eso te lo confío: ayer le declaré la guerra.

    La mujer que va a mi lado eres tú. Hemos cruzado muchas plazas, interminables avenidas y tú eres la mujer que va a mi lado. Alicia ha crecido tanto que ya ni recuerda su excursión por el país de las maravillas. Nelly está tan feliz desde la muerte de su tutor, pero vive sola y no halla qué hacer con la tienda del viejo y a los que vienen a comprar les grita: ¡no hay! ¡no hay! Jean ha sido muerto a tiros en la calle, pero va a levantarse de su cama de piedra e iremos a recorrer el muelle. Luego vendrá nuestro camarada Michel, el pintor, porque a Michel, el pintor, lo salvaron unos osos blancos en el Báltico y ahora vive con ellos cuidando ciertos arrecifes de coral.

    Eso pensaba yo observando con atención tus dos ojos. Del uno venía saliendo Michelle, quiero decir Nelly, un poco desmelenada y del otro Alicia, Alicia siempre tímida, heroica siempre Alicia.

    ¿Qué será este castillo en que suena la música? ¿Oyes? ¡Banderas a todo viento! Yo no sé qué pueda ocurrir. No hay nadie allí y la música suena sola. Nadie toca la música ¡Dios mío! y ayer no estaba este palacio a la entrada del parque. Y ayer no estaba el parque porque nosotros no lo visitamos. Caen algunas gotas. ¿Sientes? ¡El agua nos persigue! Asalta como una manada de lobos nuestras cabezas. ¿Te gustaría tener lobos domésticos que se comieran las flores? Un gato negro corre alrededor de nosotros. ¡No! Pero no lo tomes en serio. El gato negro es un animal mal educado que mira con excesiva insolencia. ¡Tu mano izquierda tiene muchos años inscritos a cuchillo!

    ¿Dónde estamos, mi amor? Di dónde. Dónde estamos. He hablado tanto que sólo he conseguido extraviarnos sin decirte lo que te iba a decir. Te quiero. ¿Dónde estamos? ¡Niño! Tú que vendes angustia, tú que tienes diez años de miseria inmaculada, precioso mercader de caramelos, dime dónde estoy yo, dónde está la mujer que tenía a mi lado. ¡Es tarde y debo llevarla a su casa! Y ella ríe porque ella sabe el camino y no me abandona porque empieza a llover.

    Niños, árboles, tranvías, avenidas, estrellas, venid. Venid vosotros dos, los extraviados por el amor, venid y ved el parque. El parque. El parque que construyó mi talento.

    3. EL MIÉRCOLES PIERDES LAS JOYAS

    Del sueño que te pertenece tanto como mi respiración, del sueño a que a uno lo someten como si no fuera un placer, del placer disfrazado de muerte, de este placer vengo resucitando con grandes ganas de morirme porque las campanas torturantes me arrancan de las sábanas sin piedad y, para incorporarme al día en definitiva, tengo el deber de helarme bajo un torrente blanco especialmente frío por donde el agua acaricia a puñaladas mi piel. Entonces, de regreso de Siberia, busco mis ojos, busco mis manos, busco de nuevo el aire y me reúno con todos los animales que yo soy. Bajo corriendo las escalas, miro el reloj y emprendo el viaje destino de los quehaceres ineludibles.

    Una hermosa joven acaba de abrir los ojos y está recostada en su cama que puede ser un barco, que puede ser lo que ella quiera. Cada mañana que ella despierta, los objetos de su alrededor, los muebles, por ejemplo, le dicen buenos días, en coro, buenos días, hermosa. ¡Y es tan lúgubre el saludo de los pobrecitos condenados a mayor inmovilidad que la de los propios muertos! Las sillas, niñas al fin, se recrean mirándose en los espejos. Oh, la exquisita vida de los muebles. Cada mañana asisten al nacimiento de su dueña y la envidia no tiene entrada aquí —esta víbora que se come a las estrellas— y aquí todo el mundo es leal a los ojos de la joven y todos lloran su pérdida durante el día. Mi amor, yo escucho los insultos que tus indefensos vigilantes profieren en mi honor, yo examino sus rostros deformes ¡pero tan simpáticos! y admiro, la verdad, admiro su capacidad de sufrimiento.

    Dos pasos antes de recobrar tu contacto, mientras tú estás oyendo la orquesta que, a diario, cae de la llave al patio, la gota que conduce el mar hasta nosotros, mientras tú, inclinada sobre la baranda, te despides sonriente de la tierra, yo rompo el aire que protege tu espalda, la guarnición de tus ángeles desoriento con mis manos y con ellas te aprisiono los párpados. ¿Quién soy? Ya vamos navegando velozmente y el vaivén nos hace bailar sobre cubierta. ¿Quién soy? Tú lloras pensando muchas cosas absurdas. Quién soy, dime quién soy, y te dejo libre para siempre.

    Más tarde, el sol. El sol se levanta tarde a barrer con sus antiguos espejos los paseos públicos. A las doce te saluda el cañón y te presentan armas las fábricas y las iglesias, y nos perdemos entre la multitud.

    Qué esfuerzo debo sostener para seguir viviendo sin tu presencia hasta la noche. Siempre la idéntica llovizna. Siempre las espinas de la lluvia. Siempre los automóviles veloces, siempre los teatros, la salida de los teatros, la muchedumbre siempre, y siempre mis cigarrillos innumerables, los pétalos del humo, y el silencio, tu obstinado silencio que brilla demasiado, mi amor.

    Hoy no te pareces a nadie y por eso me gustan tus ojos, tus cabellos, tu manera de andar, tu manera de decirme hasta mañana.

    Cuando, de improviso aparece en escena, por una de las calles que cruzamos, mi gran amiga predilecta —la que perdió a su novio—, y yo le grito adiós para aproximarla al ámbito de mi dicha, tú sonríes, tú me conoces lo que quiero, tú sonríes seriamente.

    Me dejas otro beso al despedirte y yo acaricio y guardo esta última joya perdida en el baile del Miércoles.

    4. EL JUEVES, LA LLUVIA EN EL CINEMA

    Si yo no fuera conducido por tu sangre resuelta hacia donde voy con este relato interminable, ya muchas veces me habría puesto a llorar de rabia, de rabia y desconsuelo.

    Era la tarde bajo la lluvia feroz, a las puertas de la droguería de tan infaustos recuerdos. El sombrero me hacía a maravilla de techumbre y refugio contra las espadas que esta tarde eran más insistentes que nunca sobre mi cabeza. Tú vendrías a una hora exacta y a esa hora exacta empezamos a resbalar hacia una sala próxima de cinematógrafo. Para salvar una distancia de escasas cuadras, hubimos de exponernos a una muerte instantánea por la ciudad enloquecida. Ingresamos a la noche del cinema felices de habernos vuelto a encontrar. La sala estaba virtualmente vacía. Con un golpe de vista alcancé a divisar diez personas a lo sumo. Parecerá imbécil, pero yo narro las cosas que veo a costa de cualquier sacrificio. Era un film absolutamente cretino. Bueno, yo no puedo decir que haya visto este film sino otro mucho más interesante, al otro lado de tus pupilas. Júpiter, padre de los dioses, abuelo nuestro —los Jueves, mi niña, son propiedad de Júpiter—, Júpiter miraba desde el centro del balcón con uno de sus ojos y al reflejarse sobre el lienzo de enfrente los rayos de este ojo a que me refiero, iba creando una aventura divertida de puro vulgar.

    Por razón de la temperatura estabas algo pálida y el frío hacía más largos tus dedos. Tu melena, en la sombra, se iluminaba a intervalos siempre que cerrabas los ojos.

    Recuerdo con placer el escándalo que provocaba mi conversación en alta voz, mis furias sin control contra la lluvia y la mala calidad de la cinta.

    Yo no me explico cómo es que Júpiter no me retiró su confianza ante tamaño desacato. Porque todos los Jueves me va bien y en los vehículos me dan pasajes numerados así: 342543 o 197211. Todos suman veintiuno y todo cuanto emprendo me resulta mejor de lo que quiero.

    Yo recuerdo tus labios y tus ojos con especial cariño desde esa noche del Jueves del cinema.

    Regresamos a la ciudad de la lluvia, y la lluvia seguía su danza y peinaba sus rizos para mejor bailar. En la calle una mujer nos miró con la misma pertinaz insolencia de aquel gato negro. Era ya insoportable y la maldije, por estúpida. Me volví para observarla: allí se quedó como una loca convertida en estatua de sal. Tanto arreció la lluvia que te lo insinué, si mal no recuerdo. Quiero llevarte al hombro hasta tu casa. ¿Y el paraguas? ¡Ah, el paraguas, se lo regalamos a esa mujer estatua para que no se derrita tan fácilmente!

    No te di. No me diste mi beso. Pero no te lo echo en cara. Inmediatamente después le arrendé a un árbol sus servicios de locomoción y me vine a merced de la lluvia hasta este cuarto oscuro y mío desde donde, para escribir lo que te escribo, debo encender el otro ojo de Júpiter que es muy buena persona.

    5. EL VIERNES TE QUIERO MÁS

    ¿Cuántos astros han volado por encima de nuestras cabezas desde que nos conocemos? Bajo Marte, te declaré la guerra, bajo Venus —es Viernes hoy—, el día que me atormenta hasta la desesperación, voy a decírtelo todo. Yo adoro tu cuerpo y me complace mucho tu manera de ser en lo más íntimo. Ayer te hablé de un paraíso perdido, eso no tiene importancia. Me gustan tus cabellos, animales dormidos a la sombra de tu inteligencia. Qué

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1