Fite - Tu... Un gitano andaluz!
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La vida de un mozo labriego nacido en 1900 en Andalucía, que dejó sus tierras, sus olivares, su casa, para huir apremiado por la dictadura de 1923 que saqueaba las propiedades y la esperanza de los campesinos, sumiéndolos en una hambruna total. La historia de un joven Gitano andaluz, su mujer y su hijita, secando las lágrimas del desarraigo en una mantilla de ilusiones y miedos, en el fondo de un buque que los dejó en el puerto del desamparo. Un romántico melancólico y gruñón que pasó su vida en Argentina, añorando el cielo andaluz, labrando campos ajenos.
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Fite - Tu... Un gitano andaluz! - María Betty Herrera Verdon Molina
igual.
Capítulo I
Suipacha.
Pcia. de Buenos Aires. Argentina, 1967
La luna ya no era la cantaora morisca de las noches saucejas de junio, cuando bravía en resplandor seduciendo amores sobre los tejados bermellón de imponentes cortijos se dormía en el resoplido de la noble raza taurina que esperaba la corrida en la gran Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla.
La vida ya no tenía la tonalidad atardecida del villorrio flamenquín, ya no le extasiaban los sentidos, los aromas de una paletilla de cordero ni pinchos de gambas, ni las croquetas saucejanas de la mamma
y las natillas flotantes, ya su memoria se esforzaba en aquellas, las costumbres serranas misteriosas y seductoras como el camino en madrugada a Navarrona.
Se agazapaban en su mente infinidades de consonancias de músicas gitanas y de claveles enredados en oscuros cabellos trenzados de bailaoras ancestrales, en el horizonte de los reinos antiguos, bajo un cielo andaluz colmado de saetillas de relojes marcando los tiempos furtivos como enjambres genuinos de vida y amores.
Imaginar en un anochecer que aún seguían sus pasos lentos hundiéndose en la frescura húmeda de su huerta y sus olivares, afianzando muy profundo sus raíces en la lejanía pasada de sus sierras.
Una bocanada de humo oscuro y pesado en el aroma del pitillo le envuelve la melancolía, sabe que ya no se detendrá nunca más un mediodía en el cerro de la Cruz, allá en la aldea de la Mezquitilla.
Baja su barbilla ennegrecida por los años y encanecida por las tristezas, entre ilusiones nuevas y tantísimos sueños de simientes idas atropelladamente con los acontecimientos maltrechos que azotaron sus días mientras seguía tras el azadón. Se inclina enjuto apoyando su mano sobre su camisa blanca tratando de calmar su desbordado corazón en cansancio de años, murmura sus remembranzas y maldice no poder saborear unos higos chumbos de la tierra andaluza para calmar el hambre y la sed en su nostalgia otoñal.
Cuán lejos se hallaba Boche Verdón Molina, ese sofocante verano de 1967, sentado en su banqueta hecha de madera y mimbre, la de las tardes luego del riego, la que sostenía su cuerpo y sus huesos agotados de tanto sembrar y esperar. La sillita baja que lo esperaba después de lavarse el torso y la cara con jabón blanco de la ropa en el fuentón de latón apoyado en una mesa en el galponcito de atrás de la casa. Porque al baño de la casa con alpargatas cargadas de barro no podía entrar. Se quitaba la faja negra que sostenía su pantalón y escupía unas hebras de tabaco masticadas por haber armado apurado el cigarro.
El día terminaba como otros y otros días, desde el alba inclinado sobre las verduras, quitando malezas y gramíneas enemigas, oliendo el perfume exquisito de sus melones y alegrándole la mañana la redondez de sus tomatillos que se reflejaban en el brillo aromático de unos morrones opulentos hasta el punto de reventar como miles de abejarucos, pajarillos de múltiples colores que vuelan hacia el sur cruzando el Atlántico hasta la península ibérica en busca de abejas sustanciosas para subsistir.
Se regocijaba en sus hortalizas, que depositaba en su canasta con esmero. Eran tan suyas que le costaba venderlas.
¡¡Era desprenderse de sus propias manos, coño!! Su cansancio y sus cuidados estaban acomodados en la canasta. Cuando un hombre le regateaba el precio de los huevos o las verduras, Boche, con voz dura, el pitillo apretado en su boca y ajustando su faja negra a la cintura, le decía en el más puro andaluz y guapeando en la delgadez de su cuerpo: ¡¡Hefe, arfavo, no sea agarrao!!
(Jefe, por favor, no sea mezquino). La g, esa variante suave de la jota, salía como un quejido de su garganta, como una exhalación pesada de aire.
Lejos ya de los campos de Sevilla, de la historia milenaria que ocultaban las aguas del Guadalquivir, se hallaba el gitano señorón.
Qué tan atrás había quedado el gran buque que los trajo a América del Sur en septiembre de 1924.
Sus espesas cejas enmarcaban el deseo de un trago fresco, del vino oscuro que apaciguaba el enojo de otra noche más que se le venía impiadosa a cubrirle las tristezas y volverlo taciturno y molesto.
—¡María!, ¡ven paca! Tráeme la bota con vino frío, muhe! Toy oyendo cómo vosotras churreteáis allí dentro!" (chismoseáis).
Los rasgos de Boche, al igual que los de María, habían sabido tener la imagen típica e inolvidable de los andaluces, sacando pecho por cualquier situación, las frases alegres y el don de salir ¡¡palante!!, como decía Boche ante las situaciones más adversas, aun