Pequeñas historias anónimas
Por Manuel Ramos
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Pequeñas historias anónimas - Manuel Ramos
Manuel Ramos
Pequeñas Historias
anónimas
Pequeñas Historias Anónimas
Primera edición: febrero de 2018
Segunda edición: marzo 2020
©De esta edición, Luna Nueva Ediciones. S.L
© Del texto 2018, Manuela Ramos Ramos
©Diseño de portada: Gabriel Solorzano
©Corrección: Kerly Palacios
©Maquetación: Genessis García
Todos los derechos reservados.
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manuelramosramos@yahoo.es
Edicioneslunanueva@outlook.com
Luna Nueva Ediciones.
Guayas, Durán MZ G2 SL.13
ISBN: 978-9942-8665-8-2
Para los soñadores en tierras estériles
Algún día, en cualquier parte, en cualquier lugar, indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y esa, solo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas.
PABLO NERUDA
Imágenes del pasado
Javier saboreaba un café mientras miraba distraído por la ventana. Como de costumbre, se había sentado en el arco que se formaba entre el poyete y el ventanal, dejando la mente en blanco para descansar. Con la espalda apoyada en el yeso, simplemente, dejaba pasar el tiempo mientras observaba el ir y venir de personas que no conocía.
Hacía un día precioso, con un sol radiante que invitaba a pasear y disfrutar de los aromas que la primavera regalaba a los transeúntes de la Ciudad Condal. A lo lejos y desafiando al cielo, las torres de la Sagrada Familia. Javier aún recordaba las sensaciones que experimentó cuando visitó el templo por primera vez y la admiración que sintió por Gaudí, el arquitecto que diseñó aquella deslumbrante obra de arte.
Tomó un sorbo del humeante café y meditó la composición que había diseñado para la sesión de fotos que comenzaría en pocos minutos. Miró hacia la mesa donde estaba su cámara y algunos objetivos, y sonrió. Un hormigueo le recorrió la espalda. Se sentía un hombre privilegiado al poder desempeñar su verdadera vocación y, aún más, poder vivir de su trabajo. Aún recordaba los comienzos; duros, como todos los principios, pero tras su paso por las mejores revistas de moda del país, había conseguido situarse entre la élite de los fotógrafos y sus trabajos se rifaban no solo en España, sino también en el extranjero.
Varias exposiciones con un rotundo éxito y una galería de premios envidiable, donde, a pesar de su edad, cuarenta años recién cumplidos, destacaba el Premio Nacional de Fotografía.
Unos pasos delataron a la modelo que, con albornoz blanco y una sonrisa angelical, salía del cuarto donde acababa de maquillarse lo mínimo
, como le había aconsejado Javier.
Aurora caminaba hacia el centro del estudio con seguridad y se fue despojando de la bata que cayó al suelo tras de sí, lanzándole una mirada desafiante a Javier que no pudo reprimir la sonrisa. Aurora era así: alta, guapa e indomable.
El fotógrafo se acercó hasta la mesa, dejó la taza de porcelana negra encima y cogió su cámara. Eligió un objetivo de lente fija de 85mm y fue encendiendo las ventanas de los flashes, mientras, concentrado, iba componiendo en su mente las fotografías que deseaba realizar para su siguiente exposición. Se llamaría, Naturales, e intentaría captar el alma de sus modelos a través de las lentes de su cámara, sin artificios ni maquillajes extremos.
—Bueno, pequeña, a ver qué me regalas hoy—dijo mientras disparaba los flashes y captaba con su fotómetro la cantidad de luz que entraría en el diafragma, regulando los parámetros de exposición de su cámara.
—Lo que tú quieras—alegó pícara la joven mientras sonreía coqueta.
—Vaya, hombre, ahora que me acabo de casar…
Aurora, con las manos en jarra, no pudo reprimir la risa.
—¡Mentiroso! Si todas sabemos que no hay quien te pille…
Javier sonrió un instante y se concentró en la chica. Subió la cámara hasta la altura de sus ojos y a través del visor, descubrió a una mujer que merecía ser mostrada. Pulsó el disparador e intentó congelar para siempre, la esencia de la belleza representada esta vez, por una joven de apenas veinte años.
Javier disparaba su cámara, cambiando de posiciones, de perspectivas, de ángulos… La chica iba girándose poco a poco, alzando el rostro, tocándose el pelo, mostrándose seria o sonriente. De vez en cuando, recibía alguna indicación, pero él necesitaba que fuesen las modelos quienes mostrasen sus cualidades, sus anhelos, sus sueños. Javier conectó el ventilador y los cabellos de la joven volaron formando esculturas etéreas que él intentaba capturar e inmortalizar. Tras la cámara, la seriedad del fotógrafo que realiza su trabajo con una profunda satisfacción.
Entonces, un sonido extraño sacó a Javier de su ensimismamiento y rompió la magia del momento. Sobre la mesa, vibrando y con la misma sintonía desde que lo compró, su móvil silbaba indicándole que una de las pocas personas que conocían su número privado lo estaba llamando.
Javier bajó la cámara y mirando a Aurora, le dijo:
—Lo siento… descansa un poco, por favor.
Javier se acercó hasta la mesa y dejó la cámara sobre la madera arañada por los continuos roces. Cogió el móvil irritado por la interrupción y leyó en la pantalla: Ella.
Aguardó un segundo más y respondió:
—Hola, mamá…
—Por fin escucho tu voz— respondió irónica su madre.
Javier miró hacia Aurora, que bebía de una botella pequeña de agua mineral y, acercándose a la ventana, intentó eliminar la tensión que acababa de apoderarse de sus hombros.
—Sabes que estoy muy ocupado. La agencia ha cerrado un contrato importante con una firma de perfumes y necesito terminar mi próxima exposición.
—Oh, veo que es una auténtica razón de peso para no llamar a tu familia y que una madre no sepa nada de su hijo desde hace meses— de nuevo esa ironía que tanto molestaba a Javier y que intentaba hacerle sentir culpable por cualquier nimiedad.
—Tú también podrías llamar de vez en cuando y… Bueno, mamá, qué quieres, estoy trabajando.
Unos segundos de profundo silencio se apoderó de madre e hijo. Javier, de espaldas a Aurora, esperaba un nuevo ataque de su madre. Siempre había sido así.
—Tu padre ha muerto.
—¿Cómo…? ¿Cuándo?—respondió afectado Javier que no esperaba la noticia.
—Ayer empezó a sentirse muy cansado. Llevaba un mes horrible en el bufete con la defensa de un caso perdido de antemano. Pero ya sabes cómo era tu padre, consiguió darle la vuelta y acabó ganándolo. Por la noche, se quejó de un terrible dolor de cabeza y nos fuimos al hospital, pero ya era tarde. Un derrame cerebral se lo llevó.
De nuevo un silencio entre ambos. Fue Javier quien lo rompió.
—¿Cuándo será el funeral?
—¿Es que piensas venir?
—A pesar de todo era mi padre. ¿O es que no quieres que vaya?—Respondió encolerizado.
—Por supuesto que debes venir, ¿qué pensarían de la familia si faltases al funeral de tu padre? El entierro será mañana a las doce.
—Cogeré el primer vuelo que pueda y llegaré esta tarde.
—Hasta luego entonces.
Y su madre colgó tan rápido que Javier se sorprendió al escuchar los pitidos de la línea telefónica. Se apoyó en la pared junto al ventanal y suspiró profundamente con el rostro marcado por la tensión. Ni una lágrima pobló sus mejillas.
Ya en su apartamento, con la maleta sobre una silla, iba guardando el equipaje con la mirada perdida. Apenas era consciente de las prendas que amontonaba sin orden en el interior y tuvo que hacer acopio de fuerzas para organizar algunas mudas. No sabía cuántos días pasaría en la casa familiar.
Cogió la pequeña mochila donde guardaba una de sus réflex y comprobó que tuviese el equipo mínimo: tarjeta, cargador y batería, un objetivo 24105 mm… No pensaba que le hiciese falta el flash, ¿o sí?
Estaba tan aturdido por la noticia que se enfadó consigo mismo al reflexionar sobre qué objetivo llevar o si incluiría el flash. Se dirigía al entierro de su padre, no a un reportaje de fotos.
Entonces se sentó al borde de la cama y apenas prestó atención a su fotografía preferida, en blanco y negro e impresa a tamaño poster, que justo encima del cabecero plasmaba una playa de Vietnam cubierta por las brumas del amanecer. Se tendió hacia atrás con las manos cubriendo sus ojos y rompió a llorar desconsoladamente.
El despacho de Rubén era enorme. Aquello era algo que siempre le había sorprendido. Su padre había elegido aquella sala de inmensas proporciones no solo para atesorar