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El ascenso de los olvidados.: Colección México Bajo Fuego, #2
El ascenso de los olvidados.: Colección México Bajo Fuego, #2
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Libro electrónico256 páginas4 horas

El ascenso de los olvidados.: Colección México Bajo Fuego, #2

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El Presidente Mario Gómez Cuéllar, ha ganado las elecciones, en el proceso, ha invitado al polémico General Guillermo Marín a ser Secretario de la Defensa Nacional, lo anterior por recomendación del Jefe de la Oficina de la Presidencia, Diego Romero, empresario regiomontano que ha visto en Marín a un aliado y amigo para lograr hacerse del poder en las siguientes elecciones democráticas. Marín, sin embargo, tiene otros planes, ha convencido al Secretario de Relaciones Exteriores Payard de que le permita ir a Washington a lograr el consenso con el gobierno de los Estados Unidos para garantizar la seguridad en la frontera común.

 

Secretamente, Marín ha contratado a un grupo de matones, encabezado por el Doctor Daniel Angostura, médico militar especializado en neurología, que habría servido durante largo tiempo a las órdenes del General Marín, será el conducto para secuestrar al Presidente Gómez Cuéllar y hacerse del poder, en una historia llena de giros inesperados, convirtiéndolo en un thriller con un sentido de realismo y con un final posible.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 ago 2020
ISBN9781393499145
El ascenso de los olvidados.: Colección México Bajo Fuego, #2

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    El ascenso de los olvidados. - A. M. Bengoa

    Capítulo uno: Un juego de niños.

    Era tarde y la lluvia bañaba intensamente las calles de la ciudad, miró la hora en el reloj, volvió la vista a las rodillas del pantalón roto y las botas negras despostilladas, grises de suciedad, miró con letargo sus uñas largas y llenas de mugre, con polvo combinado con su propio sudor; en el fondo le molestó ese aspecto terroso que tenía, un instante después, se llevó la mano derecha a la cara, la barba le había crecido; sin quererlo, reflexionó un instante y se dio cuenta que llevaba días sin afeitarse, prácticamente inmóvil frente a esa mesa de plástico, esperando la jodida llamada telefónica que no llegaba. Estiró la mano y bebió lo poco que quedaba en el vaso rojo de plástico frente a él, miró la mesa y la notó desagradablemente vacía de comida, pero desordenada, escarbó entre las cosas que estaban amontonadas sin ninguna semántica y no pudo encontrar nada.

    Se llevó la lengua a los labios y se los chupó como quien quiere aliviar la sed que produce el fastidio con su propia saliva, giró sobre su propio eje y en el mueble desvencijado que estaba a sus espaldas, recogió un arma, lucía solitaria en medio de aquel basurero al que él llamaba casa, las paredes blancas que tenían escurridas manchas de grasa, costras de mugre, marcas de sangre y quien sabe de cuantas melcochas y otros sebos, que daban cuenta y dejaban mensajes de toda clase del desorden y el paso del tiempo, esas paredes que lucían viejas y polvorientas, con mugre pegada en el piso que era de color gris con machones negros, aunque un día había sido blanco. Escuchó pasos y supo de quienes se trataba, sostuvo entre sus manos el arma, recorrió los bordes con los dedos llenos de tierra y mugre, repitió sistemáticamente el movimiento de la lengua alrededor de sus labios, en un movimiento que le daba un aspecto, ciertamente, repulsivo y algo animal, refrescó los labios con la última porción de saliva rancia que le quedaba en la boca.

    Dos hombres jóvenes se aproximaron y lanzaron un par de bolsas de botanas de harina y queso sintético sobre la mesa de plástico blanco, alrededor de ella había cuatro sillas y se sentaron en ellas.  El color de las frituras siempre le pareció repulsivo, pensó en el adjetivo siempre, pero por un momento corrigió diciéndose a sí mismo que ese siempre, en realidad era desde que había alcanzado la adolescencia, aunque para él ya pensar en esos días era pensar en un desde siempre.

    Uno de los jóvenes puso un mazo de cartas, abruptamente y sin mediar palabra, le indicó que lo cortara sobre la mesa; él suspiró y tomó por la mitad la baraja y repartió una mano de póker.

    -  ¿No vas a comer Zuko? – el hombre que vestía chaleco café y pantalones negros le preguntó – mientras tomaba un puño de frituras y lo llevaba a la boca, para comenzar a masticar con la boca abierta, en una acción que lo hacía parecer un caníbal.

    -  No, no voy a comer esa porquería, te recuerdo que no como azúcar. – dijo con voz gris y profunda - ¿trajiste mi agua?

    -  No mames Zuko, te vas a morir de hambre cabrón, estás bien pendejo y... bien pinche flaco, tus pinches drogas te van a matar primero que las frituras. – replicó el interlocutor original – y luego con eso de que el patrón no nos manda el pago...

    Él lo miró, con frialdad, como con un dejo de desprecio natural a lo que es inferior, con cierta delicadeza, tomó el arma y la empuñó con la mano derecha, por debajo de la mesa; ocultándola de la mirada de los demás. Mientras que con la izquierda sostenía sus cartas a la altura de los ojos, sin mover un solo músculo de la cara; se preparó y se puso alerta, pero sin dar noticia de ello.

    Cuando el hombre de chaleco café, tomó una de las cartas que sostenía entre las manos, el Zuko, se levantó y arremetió contra él, primero lo golpeó en la barbilla con el arma de fuego, con un golpe con tanta violencia que lo tiró junto a la mesa, fracturándole el pómulo izquierdo y la nariz, lo golpeó casi de forma instantánea en la cabeza continuamente y sin parar, mientras repetía: El azúcar afecta los reflejos, el azúcar afecta el procesamiento neurológico, el azúcar es mala para ti...

    Cuando el hombre estuvo inmóvil en el piso y envuelto en un charco de sangre, se levantó y como si nada hubiera ocurrido, sacó de la bolsa de plástico de la tienda de conveniencia que estaba a unos cuantos metros de la vecindad, una botella de agua de quinientos mililitros, la inspeccionó despectivamente y sin hacer una sola referencia a los acontecimientos que habían tenido lugar, dijo en voz alta:

    - ¿No pudieron haberme comprado una de un litro? - la abrió, la sirvió en el vaso rojo que aún se conservaba en la mesa y la bebió. Luego volvió a chuparse los labios, como para recuperar hasta la última gota del líquido.

    Miró al otro joven, éste vestía un pantalón de mezclilla y una playera de manga corta blanca, con delicadeza, dejó sobre la mesa el vaso en donde se había servido el agua, de nuevo, pasó la lengua sobre los labios en varias ocasiones, mientras miraba fija e inquisitivamente a este hombre, notó que estaba aterrado e incluso temblaba mientras se chupaba los labios, lo miró fijamente, respiró profundo y le mostró los dientes, como sí de un felino se tratara. Respiró hondo de nuevo y se preparó para hablar.

    -  Generalmente -dijo con falsa serenidad - es una buena idea que entiendan qué, cuando alguien muere, otro debe limpiar el desorden, y, siguiendo en esto de las generalidades, el asesino no suele ser el que hace esa tarea; lo hace el individuo qué, de hecho, es potencialmente la próxima víctima. – Sentenció con frialdad llena de maliciosa indecencia.

    -  Y... ¿sí no está muerto, sí solo lo dejaste inconsciente Zuko? – dijo temblorosamente, el hombre de la playera blanca, con lágrimas en los ojos y miedo en la voz - 

    -  Veo que te causa un dilema moral, la posibilidad, aunque remota, de que pueda recuperarse, no te preocupes, ya lo soluciono.

    Zuko, empuñó el arma con fuerza, lo hizo con una sola mano, apuntó al cuerpo inmóvil que yacía en el suelo y disparó entre las cejas del individuo.

    -  ¿Mejor?... – le preguntó a su interlocutor, mientras se acercaba y le daba algunas palmadas cariñosas – a veces pienso y me doy cuenta cuán mal lo que hemos hecho como sociedad, eso de darles esos malditos celulares que les comen el cerebro a los niños, conseguirles drogas de mala calidad, los putos analgésicos y los malditos ansiolíticos – suspiró y se llevó las manos a la cintura, levantó las cejas y luego frunció el entrecejo – y... las redes sociales que les hacen solo pensar en sexo todo el día. Sí su generación pudiera alejarse de esas malditas cosas, no serían tan estúpidos, todo sería mejor... ah, y la maldita azúcar, es un puto cáncer, mata las neuronas y anestesia a tanta gente, es insoportable, me causan asco y repulsión. – El hombre hizo un gesto de frustración y miró fijamente a su interlocutor-

    -  Sí, Zuko, discúlpame, discúlpame... - el joven tembló incontrolablemente.-

    -  No tiembles, el hombre, deja de ser hombre cuando se muestra incapaz de actuar congruentemente, cuando está fuertemente afectado, tartamudea y actuando fuera de sí totalmente, sus manos no pueden sostener y conducir el pedazo de jerga que tienes allí, eso es muy malo; la única solución que me dejas es matarte también – Dijo Zuko, quien miró el reloj que tenía en la muñeca. - A veces, hay necesidad de sacar fuerza de algún sitio, búscala, es necesaria para recomponerse, en esto del business, vas a ver muchos muertos y para evitar que termines en su bando y tres metros bajo tierra, debes concentrarte. – Apuntó con aplomo y seguridad-.

    -  Yo realmente no quisiera estar aquí – Dijo en voz muy baja, el hombre de algo más de veinte años, mientras se agachaba repetidamente junto al cuerpo con la intención de limpiar los fluidos que de él emanaban, en algún punto miró los ojos vidriosos del cadáver, revolvió la sangre que inundó el piso y sintió que las fuerzas se le acababan. –

    -  Pues ándale, a chingar a su madre, no me lo platiques... vete – Hizo una pausa, mientras miró por apenas un instante el cadáver – la vida es una serie continua de decisiones, buenas o malas, son necesarias para emprender cualquier clase de acciones. – Entretanto Zuko, tomó algunas balas de aquel reguero que era la mesa donde solían comer, con sus manos hábiles, rápidamente reabasteció el cargador del arma de fuego, habilitó la pistola y retiró el seguro, es una acción que ha llevado a cabo miles de ocasiones, lo sabe hacer, al terminar lleva el arma a la cintura y mientras camina unos cuantos pasos, aproximándose al aterrado jovencito.

    Alguien toca a la puerta, el Zuko, se aproxima hasta ella, a través de un vidrio roto mira al exterior por entre la pintura despostillada que cubre los vidrios y la lámina del límite de la puerta, tras ella hay un hombre mayor, podría decirse que tiene entre cuarenta y ocho y cincuenta y dos años, se identifica como el mensajero, no revelará su nombre, se limitará a entregarle algunas instrucciones y, quizás, a ser su compañero.

    -  La puerta está abierta – dice el Zuko – puedes pasar, eres el mensajero, ¿cierto?

    -  Sí, aunque prefiero que me llames Sabines. – Un hombre vestido totalmente de negro, pulcro, enjuto de carnes, no muy alto y, sin embargo, imponente. – Dime Zuko, has estado cómodo en tu estancia.

    Para morirme de la risa – dijo en tono sarcástico – ... parece que hay otros que lo han tomado más literal dijo, mientras señalaba el cadáver que yacía extendido en medio de todo el desorden – La habrá pasado peor en otras ocasiones, Sabines ¿verdad?

    -  Ajá – el hombre vestido de negro recorrió el lugar con la mirada, como intentando encontrar un lugar para sentarse, vio con desprecio el cadáver – Es una lástima que no hayas tenido la mejor experiencia, pero creo que entenderás nuestra postura.

    -  Nadie le está recriminando nada a nadie. –Menciona el Zuko, arrasó con el brazo todo lo que se encontraba sobre un sillón de dos plazas, lo tiró al piso e invitó a sentarse a Sabines – Habría preferido una habitación en el Hilton, pero sé cómo es esto, soy un profesional.

    -  Vengo acompañado – interrumpió Sabines – tengo que presentarte a Mike, será tu acompañante, es un hombre capaz y tendrás el apoyo que necesitas en él.

    -  ¡Vaya! Hasta que tendré el honor de trabajar con alguien... capaz – al terminar la frase se chupó los labios y siguió con cierta naturalidad – y... ¿dónde está él?

    -  En un momento accederá por la puerta, pero antes debo entregarte esto – de la bolsa derecha del pantalón, Sabines obtiene un teléfono celular, negro, de tamaño considerable, en el que hace una llamada telefónica. – Alguien quiere hablar contigo; será breve.

    Durante algunos minutos, Sabines observó desde lejos, la comunicación que tiene lugar entre el Zuko y un interlocutor que jamás ha visto, la gesticulación, los ademanes, la postura de aquel hombre le da de mucha información, sabe que el tipo grisáceo y mugroso está por aceptar una importante misión y que él será el intermediario. Miguel Aguilar, se asoma por la puerta, mientras que el adolescente aterrado que había presenciado la muerte del otro joven a manos de el Zuko, le ruega que le permita irse.

    Sabines sabe que no tiene caso tener a alguien aterrado y le dice que se puede ir, pero que él nunca ha visto nada, nunca ha conocido al Zuko y lo más importante, deberá desaparecerse de allí, antes de que el hombre termine la llamada telefónica. El joven sale de la vivienda, corriendo y se dirige al pie de la calle, sus días de maleante probablemente hayan acabado.

    -  En Irak, a los prisioneros, les clavaban bambú entre la carne y las uñas hasta que confesaban, esto de la tortura es un negocio engañoso, nunca sabes sí están confesando por complacerte o porque en verdad lo hicieron. Pero yo soy un hombre convencido que la tortura psicológica es un poco más fiable. - Dice el Zuko.

    Eres un profesional, mi padre siempre confío mucho en ti, ahora necesitamos un trabajo diferente... delicado, todo un reto mi Zuko. – Dijo una voz grave y sincera al otro lado de la línea telefónica.

    -  Sabe que cuenta conmigo. – dijo el Zuko, con tranquilidad. –

    Lo sé, y háblame de tú; como en los viejos tiempos. Me mantendré en contacto contigo, debo dejarte, espera unas cuantas horas más y tendrás el dinero, pero también debes ir a la reunión.

    El Zuko, se limita a canturrear El sueño ha desencadenado la canción y la canción de hoy me sabe a juramento. ... Por eso canto arena, que luego es multitud del agua buena y mientras bailotea y canturrea, tarareando algunos fragmentos, balbuceando otros, avanza en dirección a uno de los sillones desvencijados en el que se tira, en tanto en su mente, se encuentra en la playa de Baradero, junto con Silvio Rodríguez, rodeado de flautistas que visten telas vaporosas de colores naranjas y morados pasando por el aguamarina y el bermellón, hay panderos y un par de guitarras, luego aparecen oboes y fagots, trompetas, un piano y una batería...

    Hoy continúe tomando rumbo a mi región... Hoy continúe dando cuerda a mi reloj y Canto Espuma ...

    -  ¿Sabes qué significa Lösung Chokmah? – Le dijo Zuko a Manuel Aguilar.

    -  No Zuko, no sé – le dijo el hombre que ahora limpiaba la sangre del piso – Lo único que sé es que este pinche piso está más mugroso que tu consciencia, sí es que tienes alguna.

    Decisiones sabias en Yiddish, estoy seguro de que ni siquiera sabes qué es Yiddish. – Se chupó los labios al terminar la frase, miró con los ojos perdidos al frente, se quedó estático, como sí quisiera generar una imagen, una clase de recuerdo, luego, regresó a donde estaba y dijo, con voz firme. – La consciencia es un pequeño reducto en el cerebro humano, un ínfimo espacio entre el hipotálamo y el tálamo, los recuerdos son destellos eléctricos, similares, según sé, a los que produce una pila; pero a veces hacen corto circuito, por diferentes razones, así que terminas inventándote recuerdos que nunca tuvieron lugar, escenarios que no existen y sí eres muy listo, - hizo especial énfasis en esa palabra. - terminas, escribiendo libros sobre lugares fantásticos, sobre enanos o gigantes, pero si no tienes esa increíble capacidad de mentir justificadamente, sencillamente, se te considerará un loco estorboso para la humanidad. - hizo una pausa, miró a los ojos a Mike, que lo veía con una clase de mirada poco comprensible para describirla a la primera. -

    -  Creo que el tema, es que no tenía conexión lo uno con lo otros. - Dijo en voz baja Mike. - No te ofendas Zuko, pero no tiene nada qué ver el Yiddish... - dudó un poco al pronunciar la palabra – y la energía del colesterol que genera la consciencia...

    -  El cerebro produce su propia energía, por lo tanto, es autoconsciente y es sabio, porque decide y lo hace transformando el colesterol que puede producir por sí mismo en uno de los combustibles más eficientes de los que se tenga noticia en el universo. - Miró con desprecio Zuko al otro hombre. - Es como en The Matrix, sí nos conectaran podríamos ser una fuente de energía y de información al mismo tiempo.

    -  Creo que voy entendiendo... - mintió con delicadeza Mike. -

    -  El colesterol, es una fuente inagotable de maldad, toda la maldad que puedas imaginar... yo creo que por eso le han hecho tan mala fama, - sentenció Zuko, mientras volvía a lamer su labio superior. - porque es el encargado de hacer que esa energía eléctrica sea producida en una cantidad exacta en el cerebro, una ligera variación de voltaje y... flit. - dijo súbitamente, sonando la boca, ejerciendo presión sobre los labios. - Nada de esto funcionaría. - Se detuvo un instante, torció la boca, respiró profundo como quien siente insatisfacción con algo, luego, siguió con un poco menos de brusquedad. - Las emociones son las que son diferentes, antaño se creía que eran como huellas dactilares – lo dijo tocándose las huellas de los dedos índices y pulgares de ambas manos, en un son aleccionador – pero el tiempo y el estudio de personas muy dedicadas a esto de las ciencias de la mente, han dado con el rumbo correcto, las emociones son expresiones culturales de la asimilación del mundo... ¡vivimos como sentimos! –

    Mientras relataba sus conclusiones en la química cerebral, miró el anillo que usaba en el dedo anular de la mano izquierda, durante un instante se quedó en silencio, quieto y respiró suavemente, con cierta lozanía, como quien recuerda algo inconfesable y guardó silencio, el proceso fue tan abrupto que podría haberse pensado que algo lo había interrumpido de golpe, de nuevo, llevó la lengua al exterior de la boca y se chupó con cierta intensidad y fuerza, el labio superior, quedó empapado en saliva y dijo: – Eso somos, grasa y un estúpido saco de emociones... - volvió a detenerse un instante, levantó las cejas y los ojos al cielo – un puto saco de grasa y emociones – dijo tan despacio y claramente, que parecía que lo hubiera deletreado. - Eso es la humanidad, sí la podemos llamar así. – Miró a los ojos a su pupilo, mientras el jovencito fregaba la sangre del piso enmugrecido, notó que las gotas de sudor escurrían por la cara de ese hombre y prosiguió, sin poner mucho empeño en que su oyente lo entendiera. – Sí, la humanidad, esa mísera raza destructora de la naturaleza y de todo lo que encuentra cerca de ella, digamos, ha desarrollado una larga tradición conformada por un binomio sobre la admiración y la animadversión a la grasa; ha sido porque, resulta evidente que, admiramos las tetas femeninas, que son grasa, pero no todas las tetas tienen el mismo tipo de grasa, su densidad y la contención muscular y epidérmica es diferente, las hay grandes y ciertamente redondas, las hay... cónicas – dudó un poco al hacer uso de ese adjetivo, para sí admitió que odiaba comparar los senos con la geometría. - firmes o flácidas, no es lo mismo la una que la otra, es decir, biológicamente son lo mismo pero no significan simbólicamente algo similar. - Se llevó el dedo índice de la mano derecha a la cabeza, como intentando aumentar su capacidad de discernimiento. -  Y odiamos la forma rolliza de los imperfectos abdómenes de la vida real, que irónicamente, son grasa y suelen tener la misma composición, así que, solemos maldecir y evitar a la grasa como el peor de los males y ,sin embargo, es la base que nos da capacidad para pensar, para transformar nuestras existencias, es la base de nuestro propio ser. – Hizo una pausa de nuevo y se alejó unos cuantos pasos, con una serenidad incomprensible en un asesino, se tumbó en una de las sillas, dejando caer con fuerza el peso de su cuerpo, con cierta ironía y luego se estiró, miró el reloj que tenía en la muñeca izquierda, se percató de que era tarde y finalizó, con una mirada hacia donde había trabajado Mike, éste lo abordó diciéndole:

    -  Sabes Zuko – dijo temeroso Miguel Aguilar – a veces, no logro entender ni una puta palabra que sale de tu boca, te conozco poco, pero el año pasado que trabajamos en el asesinato de ese insurrecto en la Sierra de Guerrero pude aprender mucho de tí, tu disciplina, tus ideas en estrategia son acertadísimos; en aquella ocasión te escuché explicar cómo funciona el desdoblamiento estadístico de los pensamientos, tres días nos tuviste a todos escuchando tu disertación al respecto, no entendí nada en absoluto. Tus palabras son confusas, enredadas, complejas y aunque puede que en algún grado contengan algo de sabiduría, no me puedo explicar lo que dices, yo creo que tu problema es que piensas demasiado. – se detuvo súbitamente, mientras sus ojos temerosos, buscaban de alguna clase de aceptación en la mirada de Zuko. – Se ve que tú eres un hombre inteligente.

    -  "Yo soy un hombre

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