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Cóctel de Microhistorias terrenales
Cóctel de Microhistorias terrenales
Cóctel de Microhistorias terrenales
Libro electrónico97 páginas1 hora

Cóctel de Microhistorias terrenales

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Moisés Morán Vega nos trae un conjunto de microrrelatos y relatos que ha escrito desde el año 2007 en su página www.elpatiodeloscangrejos.com. Los microrrelatos y relatos son de diversa temática. Un entretenimiento para leer en el metro, en el aeropuerto o en la guagua.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 sept 2014
ISBN9781310009167
Cóctel de Microhistorias terrenales
Autor

Moisés Morán Vega

BiografíaMoisés Morán Vega nació en Las Palmas de Gran Canaria el 20 de junio de 1965, en el barrio de Escaleritas.Cursa parte de la EGB en el Hogar Mario César, más conocido por la Casa del Niño, donde adquirió la destreza de contar historias porque todos los lunes, durante la merienda, sentaba a sus compañeros y les narraba relatos inventados basados en los tráilers de las películas que veía en el desaparecido cine Scala. Culmina sus estudios en el colegio público 24 de Junio.Estudia el bachillerato en el Instituto Alonso Quesada, lugar en el que se interesa por la poesía y los relatos, ganando en 1981 el primer premio de poesía del instituto con un poema dedicado al muelle de Agaete.Ingresa en la Facultad de Educación Física y Deportes, donde se doctora en Educación Física con la tesis Análisis praxiológico de la situación motriz en competición de los botes de vela latina en Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC 2005) y, posteriormente, cursa el Máster en Gestión Deportiva por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.En el año 2007 se vuelve a interesar por la escritura de forma intensiva, escribiendo en su blog poesías, microrrelatos y relatos de diversa temática. Dos años más tarde, en el año 2009 gana el Primer Premio de Narrativa Breve Episodios Insulares convocado por la editorial Cam-PDS con el cuento juvenil, La Sima.En la actualidad es funcionario de la Comunidad Autónoma de Canarias y miembro activo de la Asociación Canaria para la Edición (NACE).BibliografíaNovelaHistorias de un esquizofrénico que no quería serlo, pero que lo era, 2010.Chat, 2013.Conexión Jinámar, 2014.Medio minuto para morir, 2015Alí el Canario, 2015Saduj. Caso I 2016Narrativa infantil y juvenilLa Sima, 2011 (Relato ganador del primer Premio de Narrativa Breve Episodios Insulares convocados por la editorial Cam-Pds en año 2009).Ali Romero. La historia de un corsario berberisco, 2011.Víctor, el caracol con un solo cuerno al Sol, 2012.Rocky y las tres cucarachas, 2012.El alambre mágico, 2013.Salvar al lagarto Tamarán: 2014.K-70: Las aventuras de una tortuga majorera, 2014.Alí el Canario. Un corsario berberisco. 2015Teatro“Gracias por su visita”, 2015“Ganar, ganar”, 2015“El testamento”, 2015"Pepín" 2015Libros de relatosEl primer escalón. Una selección de mis primeros relatos, 2009.Cóctel de microhistorias terrenales, 2013.Obras colectivasAnuario de Filosofía, Psicología y Sociología, “Origen competitivo de los botes de vela latina en Gran Canaria”.Voluntad y palabra, “El coleccionista de puzzles”, 2009.Antología 2011, “Hay que cerrar las puertas”, 2011.Antología 2012, “Mi Facebook después de muerto”, 2012.Antología 2013, “Aleguetiando con Cho Juaá”, 2013.Antologia 2014, “El hombre que amaba la lluvia” 2014.Antología poética 2014 “Viejo Muelle de Agaete” 2014.Escritos a Padrón, “Niño con barco”, 2012.Revistas literariasLiteratura libre, “Un tiro y después otro”, 2009.Literatura libre, “En B”, 2009.Libros de investigaciónEl origen competitivo de los botes de Vela Latina, 2013.Análisis praxiológico de la situación motriz de los Botes de Vela Latina en Las Palmas de Gran Canaria, 2013.Por otra parte, escribe asiduamente en su blog: www. elpatiodeloscangrejos.com en el que tiene escritos más de una cincuentena de relatos y algunas poesías.Tiene la mayoría de su obra publicada en: Amazon, Smashwords, Google Play, Barnes & Noblehttp://www.elpatiodeloscangrejos.com/

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    Cóctel de Microhistorias terrenales - Moisés Morán Vega

    Te perdí

    Te vi, me viste, te sonreí, me sonreíste. Seguiste calle abajo, te volviste, te sonreí, me sonreíste. Te seguí con la mirada hasta que te perdí entre la gente. Sonreí, no sé si me sonreíste.

    Los colores del corazón

    Buscaba en los colores cálidos una escusa para levantarse cada mañana y pintaba cuadros repletos de escarlatas, de rojos, de naranjas, de amarillos y de verdes limón, porque hacía tiempo que de su corazón solo salía frío.

    Payaso

    Siempre quiso ser un payaso, hacer reír a la gente, pero por las noches, mientras dormía, se le escapaban las carcajadas y ya no volvía a recuperarlas.

    Los tres escalones Cuando subí aquellos tres escalones, supe que nunca los volvería a bajar.

    Existes

    Te sigo, te deseo, te hablo, te sonrío, te beso, te abrazo, incluso, en las noches de pasión, recorro tu cuerpo con lascivia, pero solo en mis sueños, porque es en el único lugar donde existes.

    Deprisa, deprisa

    Caminaba, deprisa, deprisa, siempre deprisa, porque no quería llegar tarde a lo que le quedaba de vida.

    La perseguida

    La perseguía, siempre la perseguía, siguiendo el perfume que dejaba en las esquinas y casi nunca lograba atraparla. Y cuando lo hacía, se zafaba con la dulzura de las ninfas nocturnas y todo volvía a empezar; la perseguía, siempre la perseguía...

    Carnaval

    Se miró al espejo. Había hecho un buen trabajo. El rímel negrísimo en las pestañas, el colorete adecuado en las mejillas, el carmín rojo intenso en los labios, las lentillas azul marino, el traje azabache entallado, las medias negras, los ligueros rojos, la ropa interior a juego y los zapatos de aguja de ocho centímetros de tacón. Por unos días dejaba atrás a esa persona que nunca quiso ser y que guardaba en el armario, para sacar a la mujer que llevaba dentro. Por fin había llegado el carnaval.

    La vecina del décimo noveno

    Me acerqué a sus labios carnosos, los besé con pasión desesperada, mientras mis manos arrancaban su sujetador negro en busca de sus pezones tiernos, bajé hacia ellos y los acaricié. Ella, me miró, cogió mi cabeza y se la llevó a sus pechos. Yo, como un sediento, los mordí, los besé, mientras gemía y me decía cosas en francés. Me arrodillé, levanté su minifalda y ella abrió lentamente sus piernas, invitándome a mojarme en los efluvios del placer. Acerqué mi boca, tanto, que pude sentir el calor del volcán que ardía entre sus piernas. Mis dedos, cual maestros de danza, bailaban al son de los movimientos de su cadera y mi lengua, no pudo resistirse a perderse en el rojo pasión de su entrepierna hasta que gritó de placer justo en el momento en que oímos un sonido inconfundible: habíamos llegado al decimonoveno piso en nuestro ascensor.

    Chat

    Él sabía que tenía que volver a matar. Se duchó, se afeitó, se peinó y se puso gomina. Después se sentó delante de su ordenador, lo encendió y como siempre entró en sus chats preferidos buscando el rastro de una presa fácil a la que cazar. Esa noche la suerte no le acompañaba, así que decidió levantarse para ir a comprar algo al 24 horas de la esquina. Al salir a la calle y dar algunos pasos, una afilada hoja le rompió el corazón en dos, al tiempo que oía: «ya no volverás a matar más, hijoputa».

    Los líos de la corbata

    No sé cuántas veces he intentado aprender a hacer el dichoso nudo de la corbata. Que si el nudo simple, el Windsor, el medio Windsor, el doble simple, el nudo cruzado o el no menos importante, nudo pequeño. Y es que hacer el nudo de la corbata no te lo enseñan en la escuela, y por lo menos, una vez en la vida, generalmente en bodas y funerales, y en esta parte del primer mundo, tienes que llevar una corbata. Yo he recabado la información práctica en Internet, he localizado la web correspondiente a los nudos, y he impreso la documentación adjunta. Me he puesto manos a la obra delante de mi espejo, que en ocasiones es un hijoputa, con el folio encima del lavamanos y con las manos sudadas. Me decido por el nudo Windsor que es un clásico. A la primera no lo logro, me sale un churro; a la segunda voy afinando, las manos me siguen sudando. A la tercera, uff, la voluntad flaquea, me pasa por la cabeza dejarlo para otro día. Cojo el folio, me lo acerco bastante, y me doy cuenta que la presbicia me ha jugado una mala pasada, porque leo: «es bastante complicado de realizar». Reflexiono unos instantes sobre si abandonar u optar por otro nudo. Al final decido seguir en la lucha y después de una hora, logro hacer el puto nudo Windsor de los cojones. Pero estoy contento, podré ir a mi cita como mandan los cánones, pero con el triste convencimiento y también con algo de desesperación, que ese aprendizaje es tan efímero como el agua entre las manos.

    El apuntador

    No había razones para seguir. Todo se había acabado. Detuvo su carrera buscando un poco de resuello. Apoyó las manos en las rodillas y vio cómo se alejaba para siempre, mientras su corazón, intentaba volver al reposo cotidiano. Después, sacó su viejo reloj de bolsillo, que le había regalado su padre, para conocer la hora exacta en la que se había ido. Buscó dentro de su abigarrada mochila y, a tientas, encontró su pequeño bloc de notas, lo sacó, se sentó en el banco de la marquesina y apuntó la hora exacta: esta vez se había adelantado treinta segundos. Observó como la guagua se perdía entre la bruma de la mañana, pensando que las guaguas son unos seres muy impuntuales.

    Un momento de lucidez

    Sentado frente al mar, buscó las últimas palabras que le quedaban por escribir, esas que mil veces había repetido en los momentos en que regresaba del desierto del olvido. Sacó su pequeño bloc de notas de cuadros desgastados por el tiempo, donde escribía los momentos en que la luz de la conciencia volvía. Cogió el pequeño lápiz, aquel de tres colores que casi ni podía coger, de tanto que lo había afilado y escribió:

    «Aquí estoy ante ti, en el momento en que la cordura me da un respiro, antes de que vuelva a oscurecer hasta no sé cuándo y ya no recuerde mi nombre, ni sepa quién soy cuando me mire al espejo. Ahora quiero decirte que te quise, que te quiero y que te querré allá donde me encuentre. Sé que me comprenderás»

    Se levantó, dejando a un lado el pequeño bloc y el lápiz. Buscó el cúter oxidado, se colocó el viejo cinturón de plomo de cuando hacía submarinismo y se fue metiendo despacio en el agua. Sintió como el frío de las aguas del Atlántico le acariciaban su cuerpo. Cuando ya le cubrían hasta el pecho, buscó sus muñecas

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