Loca pasión
Por Mary Lyons
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Samantha sabía que debería rehusar, pero resultaba muy difícil negarle algo a Matthew. Además, era más madura que en aquella primera ocasión, por lo que podría arriesgarse a tener una relación sin ataduras con aquel atractivo playboy. Sin embargo, Samantha quebrantó dos reglas ímplicitas, pero fundamentales: se enamoró de Matt… y se quedó embarazada.
Mary Lyons
Mary Lyons is the pen name of Mary-Jo Wormell (born 1947)a popular British writer of 45 romance novels for Mills & Boon from 1983 to 2001. Wormell, along with two other prolific Mills & Boon authors, launched Heartline Publishing on 14 February 2001. The publishing house was meant to fill the gap between Mills & Boon and mainstream fiction. The publishing house appears to have closed as the website is now defunct.
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Loca pasión - Mary Lyons
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Mary Lyons
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Loca pasión, n.º 1065 - agosto 2020
Título original: The Playboy’s Baby
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos
de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-856-1
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
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Capítulo 1
BIEN, jovencita, todos estamos deseando escucharla en la presentación de esta tarde –le dijo con una sonrisa el presidente de una de las compañías más importantes de los Estados Unidos a la esbelta rubia que estaba sentada a su lado–. Me parece que tiene la intención de hablarnos sobre el Mercado Europeo.
–Bueno… –respondió Samantha Thomas algo nerviosa, aclarándose la garganta mientras intentaba desesperadamente encontrar algo que decirle a aquel distinguido caballero, que seguramente sabía mucho más del tema que ella misma.
Samantha se preguntó qué demonios estaba haciendo en Nueva York. Las manos le temblaban tanto que tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para que la taza de café y el plato no se le cayeran de las manos. ¿Cómo podía haber accedido a dar la charla principal en aquel seminario financiero? Allí iban a estar reunidos los principales banqueros y economistas, todos los cuales eran obviamente mucho más inteligentes e importantes de lo que ella podría esperar ser.
Sin embargo, el anciano empresario pareció leerle el pensamiento, y le dio un cariñoso golpecito en el hombro.
–Cuando lleve tanto tiempo en este negocio como llevo yo –le dijo–, se dará cuenta de que no hay nadie tan inteligente que no pueda aprender algo nuevo cada día. Así que, no se preocupe. Estoy seguro de que lo hará muy bien –añadió con una sonrisa antes de que un grupo de abogados reclamara su atención desde el otro lado del vestíbulo.
Tras permitir que un camarero le sirviera otra taza de café solo, Samantha hizo un esfuerzo por animarse. Después de todo, nunca se le hubiera pedido que participara en aquella prestigiosa conferencia si los organizadores hubieran pensado que ella iba a hacer el ridículo. Además, ella estaba a cargo de su propio equipo en el departamento de pensiones de Minerva Utilities Management en Londres.
La voz de Candy, una de las ayudantes de los organizadores de la conferencia, llamándola por su nombre le sacó de aquellos pensamientos. La mujer se dirigía a Candy abriéndose paso a través de los asistentes.
–¡Siento mucho haber tenido que ausentarme durante el almuerzo! –explicó Candy con rapidez–. Desgraciadamente ha habido un pequeño problema con el seminario de esta tarde. La persona que se suponía iba a introducir tu discurso se ha puesto enferma repentinamente. Mi jefe se ha pasado toda la mañana al teléfono, intentando encontrar alguien para sustituirle. Pero todo está arreglado. Y todo gracias a ti –añadió la mujer–. ¡Parece que tienes amigos en las altas esferas!
–No entiendo –respondió Samantha, algo aturdida por la rapidez con la que aquella mujer hablaba–. ¿Qué amigos en las altas esferas? Casi no conozco a nadie en Nueva York.
–¿Cómo? Pues no es eso lo que me han contado –respondió Candy con una sonrisa–. Entonces, ¿qué me dices del maravilloso Matthew Warner?
–¿Matthew Warner? –repitió Sam, sin caer en la cuenta, mientras miraba a Candy con la boca abierta–. Bueno, sí… una vez conocí a alguien con ese nombre. Pero eso fue en Inglaterra, hace mucho, mucho tiempo. Lo siento, pero me parece… estoy segura de que te has equivocado.
–¿De veras? –le preguntó Candy con una sonrisa–. Pues parece que el señor Warner sí que se acuerda de ti. De hecho, se negó categóricamente a ayudar hasta que mi jefe le envió por fax tu currículum a su despacho. Y entonces, ¡tachán! Su ayudante personal llamó por teléfono para decir que el señor Warner estaría encantado de presidir la reunión… y de volver a ver a una vieja amiga. ¡Mira! –exclamó Candy, mientras la cabeza de Samantha seguía sin entender nada–. Allí está. Si te has olvidado de un hombre tan maravilloso, ¡deberías hacer que te viera un psiquiatra! –añadió Candy, dándole un codazo en las costillas–. No sólo es moreno, alto, guapo e increíblemente rico, sino también, según dicen las malas lenguas, soltero y sin compromiso. ¿Qué más podría pedir una mujer por Navidad?
–Todavía estamos en abril, así que todavía te queda esperar –replicó Samantha, mientras se volvía a mirar donde Candy le indicaba.
–¿Y a quién le importa? –preguntó Candy, con una risita–. ¡Me gustaría tenerlo envuelto en papel de regalo en cualquier época del año!
Sin embargo, Samantha ya no estaba escuchando. Cada poro de su cuerpo estaba pendiente del hombre que estaba en la puerta que, muy relajado, recorría con la mirada todos los grupos de invitados. Cuando sus miradas se cruzaron, él se quedó muy quieto durante un momento antes de hacer un gesto de asentimiento con la cabeza y de empezar a abrirse camino a través de los invitados para dirigirse hacia dónde ella estaba.
El primer pensamiento que se le vino a la cabeza a Samantha era que alguien había cometido algún error. No era posible que aquel fuera el hombre del que ella se había enamorado hacía algunos años.
Por un lado, Warner era un apellido bastante común. Además, el Matthew Warner que ella había conocido era un joven profesor de la Universidad de Oxford, normalmente vestido con unos pantalones vaqueros algo desaliñados y una chaqueta bastante usada. Aquel hombre estaba a años luz del hombre distinguido, de aspecto inmaculado que se dirigía hacia ella.
Sin embargo, había algo en él que le resultaba familiar a Samantha. Ella sintió que el color se le iba del rostro. De repente, sus sentidos respondieron instintivamente al reconocerle, haciendo que el pulso le empezara a latir rápidamente y el cuerpo inevitablemente se le echara a temblar.
–Hola Sam. Cuánto tiempo, ¿verdad?
Samantha se quedó helada por la sorpresa. Le llevó algunos momentos asimilar la presencia de aquel hombre y asegurarse de su identidad. A pesar de que aquel traje tan caro, hecho a medida y la impoluta camisa de seda blanca le habían engañado por un momento, no había posibilidad de equívoco por el tono profundo y ronco de su voz.
Efectivamente era Matthew Warner. La contemplaba con una expresión divertida con aquellos ojos verdes… Él era el último hombre del mundo que ella había esperado o deseado ver, especialmente en Nueva York, cuando estaba a punto de dar el discurso más importante de su vida.
¡Aquella situación no era justa! Se quedó allí, sin decir nada, mientras Candy aprovechaba la oportunidad para presentarse. Si Samantha había esperado volver a encontrarse con el hombre que le había roto el corazón con tanta crueldad, nunca se hubiera podido imaginar una situación más desastrosa.
Siempre le había gustado pensar que Matt se habría visto reducido a mendigo y que viviría delante de la Royal Opera House de Covent Garden y que un día, ella, muy elegantemente vestida, pasaría delante de él del brazo de un millonario. Lo que no había pensado era que, cuando se volvieran a encontrar, ella llevaría puesto aquel traje azul marino tan convencional y se sentiría totalmente atenazada por los nervios. Ciertamente, no había justicia en el mundo.
–¿Cuánto tiempo te vas a quedar en la ciudad?
–Yo… yo –tartamudeó Samantha, intentando recuperarse de la sorpresa–… estoy aquí sólo por unos pocos días.
Matt esbozó una ligera sonrisa al ver la confusión de Samantha y le preguntó dónde se alojaba. Cuando ella le respondió que en el Mark Hotel de la calle sesenta y siete hizo un gesto de aprobación.
–El servicio allí es realmente bueno. Entonces, ¿qué te parece Nueva York?
–Es un lugar sorprendente… tan animado y excitante –murmuró ella distraídamente–. Lo siento Matt –añadió, encogiéndose de hombros–. No me puedo concentrar en nada en este momento. Bueno… es fantástico volver a verte después de todos estos años, pero, desgraciadamente, estoy a punto de dar un discurso delante de unas personas muy importantes y… ¡nunca me he sentido tan nerviosa en toda mi vida! –exclamó, con la taza y el plato del café sonándole en las manos como un par de castañuelas.
En un abrir y cerrar de ojos, Matthew Warner pareció hacerse dueño de la situación. Con una sonrisa cortés se deshizo de Candy y luego acompañó a Samantha hacia el bar, donde procedió a pedirle una copa de coñac.
–¿Estás loco? –le preguntó ella, horrorizada–. ¡Antes de que te des cuenta me habrán arrestado por dar un discurso ebria!
–¡Tonterías! ¡Bébetelo!
–A ti te da igual, claro –protestó ella, avergonzada por ver que estaba haciendo exactamente lo que él le pedía–. Tú no tienes que subir al podio dentro de unos pocos minutos y hacer el ridículo delante de las mejores mentes financieras de Nueva York. ¡Sólo yo sé que va a ser un completo desastre!
–¡Bobadas! –le espetó él con firmeza–. No sólo eras mi mejor y más brillante alumna hace ya algunos años sino que, a juzgar por tu currículum, parece que has conseguido avanzar rápidamente en tu carrera y hacerte un hueco muy importante en tu campo.
–Bueno, sí, supongo que sí –reconoció Samantha, encogiéndose de hombros, avergonzada por haberse mostrado tan vulnerable a los ojos de Matt.
Desgraciadamente, no era sólo que se sintiera vulnerable. La proximidad a aquel hombre, al que no había visto hacía mucho tiempo, parecía estar afectando a su equilibrio y a su estabilidad. Tal vez debería echarle otro vistazo al discurso para lograr calmarle los nervios.
–No quiero volver a oír más que te menosprecias –le estaba diciendo Matt con una sonrisa, mientras ella empezaba a sacar el discurso mecanografiado del bolso–. Créeme, ése es el peor de los errores.
–¿Cómo dices? –le preguntó ella, muy confusa.
–¿Son esas las notas para el discurso de esta tarde?
–Sí. Justamente estaba pensando que… ¡Eh! ¿Qué diablos te crees que estás haciendo? –exclamó ella, mientras él le quitaba los papeles de las manos.
–Me imagino que ya sabes de lo que vas a hablar ¿no? –replicó él, mirando rápidamente las notas.
–¡Claro que lo sé! –le espetó ella muy enojada.
–Bueno, en ese caso, no necesitas las notas –le dijo Matt, ignorando la expresión horrorizada de ella mientras rompía los folios por la mitad–. No hay ninguna razón para que tengas que consultar las notas. Eso sólo conseguirá distraerte.
–¡Genial! Gracias… ¡por nada! –le acusó ella, completamente indignada–. ¿Qué diablos se supone que voy a hacer ahora?
–Lo que vas a hacer, mi querida Sam, es entrar en esa sala y dar el mejor discurso de tu vida –afirmó Matt, cogiéndola por el brazo para llevarla a la sala de conferencias.
–Nunca te perdonaré por esto –le amenazó ella–. ¡Nunca!
–¡Claro que lo harás! –replicó él con una sonrisa burlona–. De hecho, espero que me expreses tu más sincero agradecimiento cuando vayamos a cenar esta noche.
–¡Estarás soñando! –le espetó ella.
–Bueno, sí –murmuró él, mirando la esbelta figura de Samantha, que llevaba la suave melena rubia recogida en lo alto de la cabeza mientras unos delicados mechones le enmarcaban el rostro, ovalado y ligeramente bronceado, en el que destacaban unos enormes ojos azules–. Sí, creo que tienes razón –añadió enigmáticamente–. Sin embargo, mientras tanto todo