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Detective Extraoficial
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Libro electrónico218 páginas3 horas

Detective Extraoficial

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Durante toda su vida, a Thordric le han dicho que su magia es peligrosa y que nunca debe usarla. En toda Dinia, los medio-magos son tratados de la misma manera y su magia es catalogada como peligrosa e incontrolable.

Cuando el Gran Mago Kalljard muere bajo circunstancias misteriosas, le toca al joven Thordric resolver el caso. ¿El problema? La acción fue llevada a cabo con ayuda de la magia y, aunque Thordric es un medio-mago, nunca ha usado sus poderes.

Para demostrar que tiene razón y encontrar al responsable, Thordric tiene que aprender a controlar sus propios poderes. ¿Podrá aprender lo suficientemente rápido y encontrar al responsable a tiempo?

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento3 jun 2020
ISBN9781071544143
Detective Extraoficial

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    Detective Extraoficial - Kathryn Wells

    Capítulo Uno: Conociendo A Thordric

    —Ya te digo yo, inspector, que es un joven sensato.

    Thordric oyó al inspector Jimmson suspirar. Su madre llevaba más de una hora en la oficina del inspector tratando de negociar con él para conseguirle un trabajo a Thordric en la comisaría.

    —Eso no lo pongo en duda, Maggie, pero no puedo ignorar lo que es —el inspector bajó su tono de voz, por lo que Thordric tuvo que esforzarse por escuchar—. Es medio-mago, por el amor de Spell. Si alguien descubriera que uno de los de su calaña trabaja aquí...

    —¿De su calaña? Inspector, te aseguro que esa parte de él está completamente bajo control —replicó su madre.

    —Maggie, Maggie. Piensa en lo que me estás pidiendo. Sabes que eres la mejor patóloga que uno podría desear, y no quiero hacerte daño, pero la reputación de la comisaría...

    Reinó el silencio durante un momento.

    —No puedo dejar que el chico trabaje aquí.

    Thordric escuchó cómo una de las sillas arañaba el suelo.

    —Entonces no eres el hombre que pensé que eras —espetó su madre.

    Abrió la puerta de la oficina y comenzó a andar, manteniendo la cabeza bien alta y golpeando sus tacones contra el suelo con orgullo.

    —Venga, Thordric, vámonos a casa.

    Thordric se puso en pie, sintiendo una mezcla de alivio y decepción en su estómago. Conforme se disponían a marcharse, la puerta de la oficina se volvió a abrir. El inspector se acercó a ellos y se quedó observando a Thordric mientras movía su tupido bigote. Thordric trató de no tragar bajo la intensa mirada del inspector.

    —Está contratado —espetó el inspector bruscamente—. Empieza a trabajar mañana a las siete y media en punto. No permitas que llegue tarde, Maggie.

    —Gracias, inspector —dijo su madre.

    Thordric creyó haber atisbado una sonrisa aparecer en sus labios.

    Esa misma tarde, su madre lo llevó al sastre para que le tomaran las medidas para el uniforme. Puesto que sólo iba a trabajar como asistente del inspector, no necesitaba el completo uniforme de policía.

    —Mejor así, la verdad —dijo el sastre, llevando la cinta de medir hasta el pecho de Thordric—. No creo que tenga algo tan pequeño. No, va a tener que ser una chaqueta simple y en talla de chico, creo.

    Le tomó las medidas y las anotó en su cuaderno de cuero. Thordric arqueó el cuello para intentar ver qué era lo que había anotado, pero el sastre levantó la mano.

    —Por favor, señorito, no se moleste con los detalles. Déjeme eso a mí —se giró hacia la madre de Thordric y en una voz más suave dijo—: ¿Está segura de que tiene catorce años? Aparenta doce como máximo, si le soy sincero.

    —Tengo catorce y medio —espetó Thordric, indignado.

    El sastre le sonrió y continuó tomándole las medidas.

    Un par de horas más tarde, uniforme en mano, Thordric comenzó a andar hacia su casa.  Sin poder evitarlo, su madre lo agarró del brazo y lo arrastró hasta la barbería.

    —¿Por qué estamos aquí? —preguntó, parado delante de la entrada, observando cómo el poste rojo y blanco que colgaba de la pared daba vueltas.

    —Querrás ir arreglado mañana, ¿no? —dijo amablemente.

    El barbero también le encontró imperfecciones a Thordric. Se quejó de que su pelo se encontraba en tan malas condiciones que no iba a ser capaz de darle ninguno de los cortes típicos de policía (y no por falta de intentarlo). Pasadas tres horas, en las que la frustración del barbero había aumentado considerablemente, declaró que lo único que podía hacer para que Thordric estuviera más presentable era raparlo todo.

    —Anda, deja de quejarte, Thordric —comentó su madre cuando ya estaban fuera de la barbería—. Si el buen barbero pensó que sería lo mejor, pues así es.

    —Pero... está tan corto. Apenas tengo pelo. Todos se van a reír de mí.

    —Tonterías —le reprendió su madre—. Estás muy guapo. Seguro que nadie dirá nada malo.

    Desgraciadamente, su madre no podía haber estado más equivocada.

    A las siete y media se presentó Thordric en la comisaría. Allí estaba él con su ropa nueva y su calva que reflejaba la luz de la mañana. El agente de la recepción lo miró y comenzó a reírse a carcajadas, con tal intensidad que todos los demás agentes salieron de sus oficinas para ver qué pasaba. Algunos se rieron disimuladamente o trataron de reprimir sus carcajadas, pero la mayoría se rio tan intensamente como el agente de la recepción.

    —Miradlo —escuchó a uno de ellos susurrar—. No es más que un espagueti. ¿Qué tuvo que poseer al inspector para que lo contratara?

    Toda la conmoción consiguió que el inspector apareciera de una esquina, su rostro como la nube de tormenta que había caído sobre la ciudad la noche anterior. Los agentes lo vieron, se acobardaron y huyeron hacia sus escritorios, enterrando sus cabezas en el papeleo.

    —Ahí estás, eh... Thorbid —dijo, repasando detalladamente con su mirada las vestiduras y el físico de Thordric—. No tienes nada de agente de policía, pero supongo que bastará. Ven.

    —¿Inspector? —llamó Thordric con una vocecilla—. Es Thordric, no Thorbid.

    —Silencio, Thorbay. Sígueme.

    Thordric lo siguió, resignado. Pasaron por los escritorios de los policías y entraron en la oficina del inspector. Era una habitación ordenada, amueblada con estanterías de madera oscura y un escritorio de madera. No se veía ni una mota de polvo.

    —Ahora bien —dijo el inspector, sentándose en su vasta silla de cuero—. Estoy seguro de que tu madre ya te habrá explicado tus deberes. Aun así, no veo ningún motivo para no recordártelo de nuevo. Tu papel aquí es ser mi asistente. Harás lo que yo te diga, me traerás lo que te pida, mandarás las cartas que haya que mandar y prepararás el té cada vez que sienta la necesidad. Y nunca, repito, NUNCA hablarás con ninguno de los agentes, ni los ayudarás con ninguna tarea policial, queda terminantemente prohibido. Y si alguien descubre que eres... eso, te marcharás de aquí tan rápido como puedas. ¿Entiendes? —dijo, acariciando su grueso y espeso bigote.

    —Sí, señor —respondió Thordric, con voz temblorosa.

    —Inspector —espetó este.

    —¿Qué, señor?

    —Debes decir: Sí, inspector.

    —Ah, por supuesto —murmuró Thordric—. Sí, inspector.

    —Así me gusta —dijo el inspector alegremente—. Ve a prepararme una taza de té y tráeme unas galletas.

    Thordric se pasó el resto de la mañana preparando té para el inspector ("¡No, no, Thorble, dos de azúcar, y menos leche!), llevando mensajes de un lado para otro de la comisaría y pretendiendo no existir cada vez que uno de los agentes de policía pasaba por su lado. Apenas tuvo tiempo de visitar a su madre cuando tuvo un descanso para el almuerzo y, cuando la encontró, se sorprendió de que a ella no le diera ninguna pena.

    —No sé qué te esperabas, Thordric. Ya sabías que trabajar en la comisaría iba a ser difícil.

    —Sí, pero no tan difícil.

    —Ay, Thordric. Ya no eres un bebé, tienes casi quince años.

    —Ya lo sé —dijo él, agachando la cabeza—. Pero, ¿no podría haber ido a la academia como todos mis amigos?

    Su madre respiró profundamente.

    —Sabes perfectamente que no. Esta es la única manera que tengo de garantizarte un futuro —le dio un sorbo a su café, una mezcla especial desarrollada por el Consejo de Magos que proporcionaba energía y ayudaba a centrar la mente—. Deberías volver ya, el inspector estará preguntando por ti.

    —¡Pero si ni siquiera he comido todavía!

    —Deberías haber pensado en eso antes de venir corriendo hasta aquí. No deberías venir cuando estés trabajando. Yo estoy bien.

    —Sí, madre —dijo Thordric antes de ponerse en camino hacia la comisaría.

    El inspector estaba esperándolo cuando llegó, su bigote casi tocando la punta de su nariz mientras observaba a Thordric.

    —¡Thormble! ¿Dónde estabas? Te he estado buscando por todas partes. Ve y tráeme una copia del periódico local.

    —Sí, inspector —respondió, andando tan rápido como le era posible sin que pareciera que estaba corriendo.

    Estaba lloviendo cuando salió de la comisaría y los nuevos colores del arcoíris que tanta fama tenían entre los adolescentes de su edad brillaban en el cielo. Levantó la mirada y pudo observar cómo unos adolescentes los espolvoreaban hacia la lluvia desde el techo de la biblioteca y, al mezclarse con las gotas de agua, éstas se volvían de un color rojo intenso, luego naranja y, finalmente, rosa.

    Le hubiera encantado unirse a ellos, hacer lo mismo, pero tenía prohibido tocar cualquier cosa que el consejo de magos hubiera producido. Su madre le había dicho que hacerlo sería demasiado peligroso. No sabían qué podría pasar si llegara a mezclarse con su magia de medio-mago. Su madre se había asegurado de que fuera consciente del riesgo, contándole historias de otros como él que habían intentado experimentar y habían terminado perdiendo varias extremidades, convirtiéndose en animales o, en el caso de uno particularmente desafortunado, en una calabaza.

    Las historias lo habían asustado cuando era más joven, pero ahora sólo deseaba poder demostrarles a todos que estaban equivocados al respecto. Quería mostrarles que la magia de un medio-mago no siempre era dañina, que su magia no era dañina; pero su madre nunca lo perdonaría si lo intentara. Ella había querido criarlo como un joven respetable e ignorar su lado mágico, olvidar que estaba allí. Pero Thordric no podía. Poseía sus sueños, le incitaba a probar cosas y, un par de veces, incluso había tomado el control sobre su cuerpo.

    Un día, cuando aún estaba en educación primaria, uno de los chicos más mayores que él se enteró de lo que era y decidió contárselo a todos. A Thordric le molestó tanto aquello que juntó las palmas de sus manos e hizo que todos, incluso sus profesores, se olvidaran de lo ocurrido. Desgraciadamente, el chico que lo había empezado todo fue golpeado directamente por los poderes de Thordric y terminó perdiendo la totalidad de su memoria.

    La escuela lo consideró un extraño accidente, pero la madre de Thordric sabías la verdad. Lo sentó y le preguntó, amablemente, qué es lo que había sucedido en realidad. Thordric se lo contó todo, admitiendo que había estado mal, pero que no había podido controlarlo. Su madre lo consoló, pero le dijo que si algo así volvía a suceder, debería contárselo de inmediato.

    Tristemente, a pesar de sus buenas intenciones, ella había sido la víctima de su siguiente ataque cuando le estaba echando la bronca por haber desordenado su estudio. Involuntariamente, Thordric había golpeado el suelo con el pie, lo que había provocado que su madre cambiara su línea de pensamiento completamente. Pero, como ella no había parecido darse cuenta, pensó que lo mejor sería dejar que continuara hablando y no contarle lo que realmente había pasado.

    Recordando aquellos días en que era más joven, se preguntó con tristeza cómo se habría desarrollado el mismo acontecimiento de haber nacido normal. Una de las gotas de colores cayó sobre su nariz y, con un movimiento de cabeza, recordó que se tenía que ir al quiosco para conseguirle al inspector una copia de la gaceta de Jard Town.

    Aceleró el paso, pero al llegar allí descubrió que ya se había agotado. El vendedor le dijo que podría probar suerte en el puesto que se encontraba al otro lado de la ciudad, por lo que tuvo que correr hasta allí para encontrar un ejemplar. Sin embargo, al segundo vendedor sólo le quedaba un último ejemplar y, al ver la prisa que tenía Thordric, se lo vendió por el doble de lo que valía.

    —Eh, tú no eres el alevín del inspector que conozco, ¿no?

    —No, señor —respondió Thordric, haciendo amén de ir a salir corriendo.

    —¿Cuándo has empezado? —continuó el vendedor.

    —Pues hoy, la verdad —contestó Thordric, y desapareció antes de que pudiera preguntarle algo más.

    Corrió de vuelta a la comisaría en tiempo récord y, estaba tan orgulloso de sí mismo, que no vio al inspector esperando delante de la puerta de su oficina. El impacto que resultó de aquel accidente hizo eco en todo el edificio y, una vez más, todos los agentes se lanzaron a echar un vistazo. Encontraron al inspector tirado en el suelo con la cabeza metida en la papelera. Thordric había rebotado contra el considerable torso del inspector y había aterrizado junto a la estantería, con una copia del Manual del detective abierto sobre su cabeza. Sus ojos estaban en blanco cuando los agentes pasaron corriendo a su lado para atender al inspector.

    —¿Inspector? —preguntó uno, atreviéndose a sacudirlo suavemente—. Inspector Jimmson, ¿me puede oír?

    El inspector murmuró algo incoherente. El agente de policía se giró hacia Thordric.

    —¡Mira lo que has hecho, alevín! ¿No te ha dicho nadie que no se corre dentro de la comisaría?

    Thordric no podía escucharle. El agente le dio una bofetada.

    —Te estoy hablando, alevín.

    —¿Qu-qué? —tartamudeó Thordric, tratando de enfocar la vista. Divisó al inspector, apenas consciente y sin poder moverse—. Madre mía, ¿qué le ha pasado al inspector? —preguntó.

    El agente de policía lo volvió a abofetear.

    —¡Ay! —se quejó—. ¿Y eso a qué viene?

    —Bah, da igual —respondió el agente, dándose por vencido. Se giró hacia otro de los agentes—. Fred, mira a ver si puedes llevar a este imbécil a su casa. No creo que resulte de utilidad durante el resto del día. Yo me encargaré del inspector.

    El agente Fred agarró a Thordric y lo arrastró desde la comisaría hasta la morgue, donde pensó que era su deber informar a la madre de éste sobre lo ocurrido. Ella no se esperaba nada menos.

    —¡Thordric Manfred Smallchance! ¿Cómo has podido? ¡Y en tu primer día! —se llevó las manos a la cabeza, olvidando por completo que estaban cubiertas con la sangre de la última persona a la que le había realizado una autopsia—. Llévelo a casa, agente, y cierre la puerta con llave para que no pueda causar más problemas.

    Capítulo Dos: La Hermana Del Inspector

    Thordric se levantó cuando su madre golpeó sobre la puerta de su habitación.

    —¡Thordric, Thordric! ¡Es hora de levantarse!

    Frunció el ceño, sin poder abrir aún los ojos.

    —Thordric, levántate —su madre continuó golpeando la puerta—. Debes ir a disculparte con el inspector —suspiró y se dio la vuelta.

    Al principio, no le entró en la cabeza lo que le había dicho, pero, entonces, se acordó. Se había caído sobre el inspector y lo había dejado prácticamente inconsciente. Tragando el nudo que se había formado en su garganta repentinamente, salió de la cama, se vistió y bajó las escaleras corriendo.

    Su madre lo estaba esperando. Estaba más guapa de lo normal. Llevaba el pelo oscuro y ondulado suelto sobre los hombros y llevaba puestos los tacones carmesí. Thordric sabía que, si se lo decía, pensaría que estaba tratando de dorarle la píldora. Y ella odiaba eso.

    —Espero que te des cuenta de la gravedad del daño que causaste ayer —dijo ella con brusquedad—. Cuando el pobre inspector recuperó el juicio, tuve que suplicarle durante horas para que te diera otra oportunidad.

    —Yo... —Thordric no podía encontrar las palabras adecuadas.

    —Espero que no vuelvas a cometer otro error ni a causar más problemas. Si el inspector no fuera tan caballeroso, nos hubiera costado tu trabajo y el mío. Afortunadamente, aprecia mi amista profundamente y ha accedido a obviar lo ocurrido. Pero sólo esta vez.

    —Lo entiendo, madre. No volveré a hacer algo así, lo prometo.

    —Muy bien —dijo—. Vete ya, y no olvides preparar el té como a él le gusta.

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