Negro: Crimen en Dubái
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En su primera aventura, Francisco Valiente Polillas iniciará su carrera como detective y perseguirá a un despiadado asesino en uno de los lugares más lujosos e inhóspitos del mundo. La Nueva York de oriente medio, Dubái. Se verá obligado a luchar cuando menos se lo espera, se enfrentará al carnicero de fin de semana, tendrá que demostrar su valía en cada momento, hasta que finalmente... ¿conseguirá atrapar al culpable?
Que comience la caza...
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Negro - Alexander Copperwhite
Cuando Alexander me ofreció ser el prologuista de esta novela, no lo dudé ni un instante; por supuesto ya había leído otros trabajos suyos y estaba deseando poder echarle un ojo al texto del que ya me había hablado con anterioridad, algunos meses antes.
He de decir que seguir las peripecias de Francisco en Dubái, mientras investiga el misterioso asesinato que allí ha ocurrido, no me ha defraudado en absoluto. Una lectura ágil, una muy buena historia --a la que no le faltan golpes de humor--, y unos personajes (en especial Francisco) con los que no cuesta ponerse en su piel.
Podría eternizarme hablando de la novela pero, dado que ya la tienes en las manos, y seguramente estarás deseando comenzar con su lectura, tan solo contaré alguna pequeña cosa sobre el autor.
Conocí a Alexander Copperwhite de forma casual, a través de la red de redes. Desde entonces, a pesar de nuestra separación geográfica, he tenido la suerte de coincidir con él en diversos eventos literarios: presentaciones, entrevistas y firmas. Un escritor de raza
, siempre con alguna idea sobre un libro o un relato, y también siempre dispuesto a echar una mano y a aconsejar a cualquiera que quiera —o quizás habría que decir que cometa la insensatez de— dar sus primeros pasos en el duro, aunque gratificante, mundo de la palabra escrita.
Termino ya esta pequeña introducción esperando que, como lo he hecho yo, disfrutéis de Negro.
David J. Skinner
UN PENSAMIENTO HONESTO
PUEDE CONSTRUIR UN MUNDO MEJOR
Esta historia está basada en fantasías reales.
Cualquier parecido con los personajes es culpa vuestra.
La historia se desarrolla en España
y en la ciudad de Dubái.
I — UN COMIENZO A PEDAZOS
Las grandes historias no siempre tienen un gran final. Aunque puede que el personaje más sencillo, aquel que camina entre nosotros, sea quien se enfrente a la adversidad, se supere a sí mismo, y transforme un final mediocre, de una historia cualquiera, en uno digno de ser recordado.
*
Dubái, horas atrás…
Las sábanas de color turquesa, arrugadas y sudadas, ocultaban los zapatos de Antonio Remos. En los bolsillos de su ropa, perfectamente ordenada en el armario, había escondido varios juguetes y detalles que pretendía repartir a sus hijos cuando regresase a casa. Pensaba ir sacándolos uno tras otro, conforme estuviera deshaciendo la maleta, y de ese modo parecería que las sorpresas no tenían fin y los niños se lo pasarían en grande.
El espejo del techo, enmarcado con madera noble rosada, era el indiscutible testigo de lo que había sucedido, pero que jamás hablaría de ello. El sofá rojo, hecho con telas de seda y decorado con piedras preciosas, ahora estaba manchado de sangre. Y las preciosas paredes con sus cuadros blancos desvelaban la atrocidad del crimen cometido. Salpicaduras carmesíes por todas partes.
El cadáver del empresario yacía descuartizado sobre la alfombra persa que iba a juego con las sábanas. El asesino le había sacado los ojos, cortado la lengua y cercenado el pulgar de la mano derecha.
Cuando la empleada de la limpieza entró para arreglar la habitación presintió que algo iba mal. Primero se asqueó del extraño olor, inusual en el hotel. Luego le molestó el desagradable calor. Cuando comprobó que el aire acondicionado no funcionaba no comprendió por qué el cliente no había avisado a recepción y, cuando finalmente pisó el charco de sangre del muerto, su grito alertó a la totalidad de personas que se encontraban en la trigésimo cuarta planta del hotel Burj Al Arab.
II — DE GANDUL A DETECTIVE
Toledo… en la actualidad…
—¡Ay! ¿Qué voy a hacer contigo, hijo mío?
La mujer de cuarenta años batía los huevos con tanta fuerza y nerviosismo que no se daba cuenta de las gotas de yema que le salpicaban.
—No estudias, no trabajas, no me ayudas, y eso que eres inteligente. Porque si fueras tonto lo comprendería, pero eres más vago que los caramelos de Papá Noel, y eso es lo que más me duele. Ay, qué lástima de veintidós años. Menos mal que tu padre no está aquí para verte. ¡Menos mal!
Con gran maestría retiraba las patatas fritas de la sartén y las mezclaba con los huevos, echaba una pizca de sal y un chorrito de leche, y seguía dándole vueltas.
—No es bueno que estés el día entero enganchado en el ordenador. Se te van a poner los ojos como pelotas y te saldrán almorranas de la gandulería. Ni siquiera me dejas que pase un trapo por ese sillón al que tú llamas trono. ¿Trono de qué?
Un fuerte golpe de muñeca y la tortilla planeó suavemente en el aire hasta que aterrizó de nuevo en la sartén, lista para terminar de hacerse por el otro lado.
—¿Por qué no te sacas el carné y te vas con tu tío en el camión? Se gana un buen dinero y se pasa todo el día sentado. Como a ti te gusta. Y te puedes llevar el portátil, tus pinchos y tus cables para jugar cuando no tengas que conducir.
Con la maestría de las madres castellanas, volcó la tortilla en un plato, partió un tomate en cinco partes y adornó el plato con cuatro rodajas de salchicha.
—Yo sólo quiero lo mejor para ti, hijo mío.
Francisco Valiente Polillas sonrió y se llevó un trozo de tortilla a la boca.
—¡Hhhmmmm! Esto está de muerte, mamá.
La mujer se acercó y le dio un beso en la frente.
—¿Cuándo vas a hacer algo de provecho?
—Ya estoy en ello, mamá —contestó masticando.
—No quiero que me cuentes historias —saltó enfadada— como aquella vez que me dijiste que trabajabas en el diseño de una ciudad para una empresa llamada Simcity y resultó que esa empresa no era más que un videojuego, o cuando me convenciste que ibas a trabajar en el bar de Jorge como pinche, y lo que hacías era pinchar croquetas mientras te bebías las cañas.
—De verdad, mamá, estoy en algo muy gordo.
—¿Gordo? Gordo es tu cerebro, que nada más que se inventa milongas, y gorda es tu abuela que no puede ni con su alma.
—Que me han contratado en una empresa de detectives privados.
—¡Ahora toca jugar a policías y ladrones! —se alteró—. Mira que te doy un guantazo y te echo de casa.
—Te lo digo en serio, mamá. No voy a jugar a los policías, sólo tengo que seguir a cornudos y sacar fotos, después el dueño de la empresa se encargará de todo lo monetario y de los trámites legales —dijo con voz melosa y cogiéndola de la mano.
—¿De verdad, cielo mío?
—De verdad, mamá —aseguró mirándola a los ojos.
—Ay, qué orgullosa estoy de ti. Por fin vas a poder salir adelante. Que yo no voy a estar aquí para siempre…
Antes de terminar la frase, Francisco ya se había marchado. La mujer resopló y se dispuso a recoger la mesa.
—¿Qué es lo que debo hacer? —se preguntó mirando hacia el techo.
Con los platos en las manos, se sentó y se quedó con la vista perdida, buscando algo de ánimo en sus recuerdos.
—Espero que el nuevo trabajo le vaya bien y que le dure —se dijo a sí misma.
En el sótano de la casa, donde antes el padre de Francisco guardaba las herramientas y el vino, el joven había montado lo que él llamaba «su base de operaciones». Dos potentes ordenadores, conectados