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La Cocinera De La Reina Isabel II
La Cocinera De La Reina Isabel II
La Cocinera De La Reina Isabel II
Libro electrónico210 páginas3 horas

La Cocinera De La Reina Isabel II

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Chen Mei es una joven y humilde cocinera que huye de su pueblo para trabajar en Hong Kong durante la hambruna que azotó a la China continental en los años sesenta. En la colonia británica sirve como doméstica para la familia Cooper, la cual se traslada, de forma repentina, a Londres tras la agresión y robo que recibe un miembro de la misma. La cocinera los acompaña en su viaje de regreso por medio mundo y se queda con ellos en su casa londinense hasta que se enamora del hombre de su vida, un apuesto doctor cuyos padres regentan un restaurante en el barrio chino de la capital británica. Su arte culinario es tan sorprendente que la descubre uno de los veinticinco maestros de cocina de Su Majestad y, finalmente, acaba siendo contratada por la Reina Isabel II como responsable de uno de los fogones reales del Palacio de Buckingham. Con el paso de los años, se convierte en la jefa de todos los maestros de cocina y establece una relación de amistad con la Monarca británica a la cual influye en la decisión más importante de la Corona.Chen Mei desarrolla con dedicación la gestión integral de la cocina real y disfruta de la experiencia más inolvidable de su vida junto a la familia real británica en el Palacio de Buckingham y en el castillo de Balmoral, donde realiza con acierto su papel de confidente en las disputas y secretos de la Reina Madre, la Reina Isabel II, el Príncipe Felipe, el Príncipe Carlos y la Princesa Diana de Gales.La cocinera de la Reina Isabel II es la sobrecogedora historia de una joven en busca de la justicia social, la felicidad y la realización personal, unos valores que inculca con éxito a sus dos hijos y a la mismísima Monarca británica.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 abr 2020
La Cocinera De La Reina Isabel II
Autor

Carlos Herrero Carcedo

Autor de dos Libros con tapa: Manual Básico de Farmacología y 200 Ideas para Mejorar la Rentabilidad de tu Farmacia, una publicación en la revista Alimentación, Equipos y Tecnología: La histamina en las distintas etapas de fabricación de conservas de atún y seis Ebooks: Disruptores Endocrinos, La Salud no es un Negocio, Obesidad Infantil. Rista. Respuesta Insuficientemente Adecuada, Vivir sin Cáncer, Ser Mayor sin Edad y Predisposición a Ser Homosexual.Posee tres licenciaturas (Farmacia, Ciencias Químicas, Ciencia y Tecnología de los Alimentos) y experiencia en los departamentos de Calidad, Producción y Ventas.

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    La Cocinera De La Reina Isabel II - Carlos Herrero Carcedo

    1. El final de un principio.

    Chen Mei, presa del pánico, lloraba angustiada mientras era conducida por el largo pasillo de la sala de urgencias del Royal London Hospital. A sus ochenta y dos años, su vida se extinguía como consecuencia de la obstrucción severa de una arteria coronaria. Tras un esfuerzo titánico, los médicos consiguieron mejorar el grave estado de la paciente y atisbar complacidos la felicidad en su rostro, aunque, a la postre, no fueron capaces de evitar el paro cardíaco. Ya fuese por la medicación recibida o, quién sabe, por la indulgente gracia del Todopoderoso, la buena señora, cuyo milenario apellido Chen la acompañó en sus dos matrimonios contraídos en mundos tan dispares, recuperó la entereza al sentir cómo desaparecía la agónica opresión de su pecho, lo cual le permitió lanzarse a tumba abierta por la nebulosa de sus recuerdos, desde su lejano y horrendo pasado en China hasta su vida plena y satisfactoria en el Reino Unido.

    Chen Mei pertenecía a la etnia de los hani, una pequeña tribu concentrada en la provincia de Yunnan al sudoeste de China y uno de los pueblos más pobres del Estado más poblado de la Tierra. Durante la hambruna que asoló su nación en los años sesenta, y gracias a la arriesgada huida que protagonizó con veintitrés años, la joven pudo eludir la muerte y aumentar en más de un tercio la corta esperanza de vida que solía corresponder a su minoría étnica. Antes de su partida, su marido, con el cual no tuvo ni hijos ni felicidad, había tomado una concubina, por lo que, sin nada que la retuviese, decidió unirse a un grupo de doce personas desesperadas cuya intención era realizar un viaje de mil doscientos kilómetros para alcanzar Hong Kong, la por entonces próspera colonia inglesa. Una vez que arribó a la gran urbe, arropada en todo momento por su ángel protector, Chen Mei se puso a trabajar como asistenta del hogar en casa del misericordioso abogado británico. Años más tarde, tras el regreso del letrado, su mujer e hijo pequeño a Londres, la cocinera los acompañó en su nueva y trágica etapa hasta que por fin conoció a su verdadero amor y segundo marido, un apuesto médico del barrio chino londinense.

    Chen Mei nació en Azheke, una diminuta aldea perteneciente al condado de Yuanyang, famoso por sus espectaculares arrozales en terrazas. La humilde población, enclavada en la ladera de una montaña de cumbre arbolada y situada entre el río Rojo que circula por el norte y la frontera de Vietnam que serpentea a solo cincuenta kilómetros por el sur, se encontraba formada por un centenar de edificaciones de piedra, adobe y madera, algunas de las cuales presentaban una simple techumbre vegetal. Desde siempre, los hani suelen situar sus casas a media altura de la cima, ya que, según sus ancestros, la humanidad surgió del ombligo de la madre tierra. De esta forma, aprovechan la madera y la protección de los bosques que tienen más arriba y canalizan minuciosamente el agua para que discurra a través de los innumerables bancales de arroz que disponen por debajo de sus viviendas mediante el paciente esfuerzo de modificar y sostener la montaña en terrazas como lo llevan haciendo desde hace mil trescientos años.

    En 1937, Chen Mei afloró en el seno de una modesta familia que se dedicaba al cultivo del arroz y a la cría de patos y peces para uno de los dueños de un gran número de arrozales de su pueblo. Fue durante el fatídico año de la masacre de Nankín, entonces capital de la República China, en plena segunda guerra chino-japonesa. Los militares japoneses habían conquistado Shanghái tras una cruenta resistencia y se dirigían a Nankín con la orden ratificada por Hirohito de no hacer prisioneros. A pesar de la zona de seguridad acordada tras la retirada de las tropas chinas de la ciudad, en diciembre de ese año, y durante seis semanas, el ejército japonés ejecutó a doscientos mil residentes con la excusa de eliminar soldados chinos disfrazados de civiles y perpetró, asimismo, toda clase de violaciones, saqueos, incendios y asesinatos.

    A los pocos meses de venir Chen Mei al mundo, su padre perdió la vida al este de su país en una de las cruentas guerrillas contra los japoneses, pero por desgracia no pudieron enterrarlo entre los arrozales, tal y como era costumbre entre los hani, para que su cuerpo consiguiese regresar con los espíritus de los antepasados en el mismo lugar en el que la naturaleza lo entregó. Su madre, obligada por la necesidad, no tuvo más remedio que cubrir un penoso puesto en los bancales de arroz y dejar el cuidado de sus tres hijas pequeñas a cargo de una pariente de edad avanzada. De este modo, las tres niñas comenzaron muy pronto a trabajar para la misma persona en los diferentes cultivos, por lo que no recibieron ningún tipo de educación y pasaron a engrosar el triste grupo de analfabetos chinos cuya cifra rondaba el ochenta por ciento de la población.

    La guerra chino-japonesa obligó al KMT, el partido político nacionalista chino en el Gobierno, a interrumpir la persecución que realizaba contra el ejército rojo del Partido Comunista de China y a establecer con este un frente común para luchar contra la invasión nipona. Los dos bloques militares chinos enfrentados hasta ese momento decidieron pelear, cada uno por su cuenta, contra los japoneses, llevándose las tropas del Kuomitang la peor parte, mientras que las del PCCh lograron ampliar su territorio.

    En 1945, tras la capitulación japonesa ante los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y China, se produjo la guerra civil china entre el ejército comunista de Mao Zedong, renombrado como Ejército Popular de Liberación y con una extensa área campesina bajo su control, y el ejército del Kuomitang apoyado por el Gobierno norteamericano, el cual gobernaba las zonas costeras, así como las grandes ciudades, y se oponía a la reforma agraria. En 1949, Mao Zedong, el máximo dirigente del Partido Comunista de China, proclamó la República Popular China y el Gobierno Central del pueblo en la Puerta de Tiananmén, y adjudicó al trabajador rural el papel principal en la lucha de clases como motor de la Revolución comunista china.

    Cinco años más tarde, el Partido Comunista de China instauró la reforma agraria, la cual benefició a trescientos millones de campesinos pobres, por lo que la madre de Chen Mei y sus tres hijas recibieron del Estado, en propiedad exclusiva, unos extensos bancales confiscados al dueño de casi todo Azheke, terrenos que sirvieron para mejorar la lamentable situación de pobreza extrema de la familia, ya que no les faltó comida después de entregar buena parte de su cosecha al Gobierno comunista. Con trece años, Chen Mei inició sus primeras clases en la escuela, aunque, poco tiempo después, las tuvo que abandonar debido al enorme sacrificio que suponía el cultivo del arroz de diciembre a septiembre.

    En aquella época, Mao viajó a Moscú para pedir ayuda a Stalin y estableció la alianza estratégica con la Unión Soviética, acuerdo ratificado mediante el cual el régimen soviético se comprometía a proporcionar armas, fábricas, equipos industriales, maquinaria agrícola y toda clase de asesoramiento técnico a cambio de que China le devolviese la enorme deuda con gran parte de la recolección del campo durante los siguientes años.

    En 1953, Mao Zedong conminó a los campesinos para que uniesen las parcelas de terreno concedidas tres años atrás en grandes cooperativas de hasta cincuenta familias con el objetivo de evitar cualquier posible resurgimiento de pequeños terratenientes, hecho que disgustó sobremanera a la madre de Chen Mei, ya que vio en el nuevo movimiento político comunista el peligro inminente de perder para siempre la tierra que habían labrado con mucho esfuerzo y que tan buenos resultados productivos les había proporcionado en las pasadas cosechas, aunque, como era de esperar, la agrupación agrícola impuesta fue abandonada por su evidente ineficacia.

    Mao Tse Tung regresó de nuevo a Moscú en 1957, pero esta vez encontró en Jrushchov a un rival económico en lugar de a un aliado, por lo que el máximo dirigente del Partido Comunista de China decidió aumentar la producción nacional de acero y reclutar a millones de campesinos para que trabajasen en la épica construcción de carreteras, vías férreas, presas y canales, lo cual no supuso un cambio drástico en la afanosa vida de la familia de Chen Mei.

    Un año más tarde se instauró el denominado Gran Salto Adelante para la completa industrialización del país, así como la gran reforma de la agricultura, un giro radical que permitió la formación de gigantescas comunas gobernadas por cuadros sometidos al partido, en cuyas agrupaciones se abolió la propiedad privada y se organizó la producción a gran escala. En esta ocasión, todos los miembros de la familia de Chen Mei sufrieron de primera mano las nefastas consecuencias de la colectivización y tuvieron conocimiento directo del desgarro que suponía la ferocidad del hambre, ya que el sistema establecido rompió la unidad familiar y se convirtió en un perfecto absurdo que desmotivó por completo a los campesinos, trayendo como resultado los primeros racionamientos de comida.

    En 1959, la cosecha fue un verdadero desastre y el Estado decidió dejar muy poco alimento para el sustento del pueblo chino, puesto que debía seguir pagando la deuda asumida con la Unión Soviética. Ante la espeluznante escasez de víveres, los corruptos cuadros del partido establecieron en los comedores colectivos de las comunas la cruel norma: «El que no trabaja no come», por lo que murieron las personas más débiles y las de mayor edad, y entre ellas la madre de Chen Mei, la cual sí tuvo la fortuna de regresar con los espíritus de sus antepasados. Al año siguiente, los campesinos comenzaron a huir ante la extrema malnutrición general, aunque casi todos los grupos fugados fueron apresados y devueltos a su colectividad. Chen Mei tuvo la suerte de engrosar el reducido grupo de personas que lograron llegar a Hong Kong.

    El Gran Salto Adelante finalizó en 1962 y la hambruna desapareció con el restablecimiento de la propiedad privada y el libre movimiento de personas y bienes. Sin embargo, su implantación provocó un holocausto de decenas de millones de chinos fallecidos por inanición. Mao Zedong murió en 1976 y dejó el país en la ruina. Durante su mandato, el líder comunista cometió errores muy graves con efectos fatales para el pueblo de la República Popular China, pero también consiguió realizar importantes avances en alfabetización, renta per cápita, mortalidad infantil y esperanza de vida.

    2. La boda.

    En el verano de 1955, Chen Mei se casó con Huang Chang, un joven hani de ojos tristes, nariz ancha y descomunales manos embrutecidas por el duro trabajo en los bancales de arroz. La ceremonia de boda de la extraña pareja fue oficiada por una de las tres figuras relevantes de su sistema religioso politeísta en una sencilla y recóndita edificación sagrada a la que solían acercarse los miembros de la etnia Hani para rendir culto a los ancestros y a los dioses naturales, a pesar de que muchos de ellos también conciliaban su religión tradicional con el budismo, el taoísmo o el confucionismo.

    Para el desposorio, Huang Chang se engalanó con una camisa blanca de rayas verticales beis, un chaleco negro con hombreras ribeteadas por borlas de multitud de colores y un viejo gorro oscuro recubierto por una franja gruesa de diversas tonalidades claras donde colgaban llamativos adornos en los costados. A modo de corbata, el novio dispuso una larga ristra de medallones de acero con forma de escudo sujeta entre dos tiras transversales bordadas en la parte superior e inferior de la chaquetilla. Para completar el atuendo, Chang se puso unos pantalones de color marrón deslavazado, bastante largos y holgados, los cuales caían flácidos hasta el suelo por detrás debido a la pésima calidad de la tela confeccionada con algodón.

    Por su parte, Chen Mei apareció vestida con una chaqueta negruzca repleta de listas multicolores en su antebrazo, una falda a juego hasta los tobillos y un sombrero bruno engalanado con dos tiras de llamativos pompones y varias plumas rojas y amarillas por delante. Como abalorios, la novia se colocó unos pendientes redondos de acero, un colgante de metal con doble cadena y numerosos collares de piedras relucientes que destacaban sobre un alegre bordado blanco en la pechera de su traje típico ceremonial.

    Para la ocasión, Chen Mei decidió recogerse su hermoso pelo negro azabache en un rodete y dejarse el flequillo hasta las cejas. Justo debajo, dos preciosos luceros de color castaño y enormes pupilas, sin el pliegue mongólico ni los párpados poco curvados característicos de los ojos rasgados del resto de los asiáticos, resplandecían temerosos sobre una exótica y prominente nariz, con aletas un poco abiertas y cierto respingo al final, la cual ensombrecía orgullosa a unas orejas tan pequeñas que apenas eran perceptibles tras el abundante cabello que le cubría la cara redonda de niña. Ese día, el atezado cutis de la novia lucía rebosante de juventud hasta el punto de realzar sus rosáceos labios como cálidas dunas a punto de derretir la nieve de sus blancas cimas ocultas mientras su tenue y menudo cuerpo, sostenido por sus estrechos hombros alejados del rostro, se desvanecía frágil fruto de una vida poco benevolente.

    Mei se casó con dieciocho años, aunque parecía más bien una cría asustada a la espera de un futuro mejor, situación que por desgracia no se produjo durante los cinco años que estuvo casada con su marido debido al difícil carácter que gastaba el joven y a los desastrosos planes quinquenales de Mao Zedong.

    —Mei, mi niña. Estás guapísima. ¿Por qué no alegras esa cara? Vas a ser muy feliz con Chang, ya lo verás. No te faltará de nada —dijo la madre mientras vestía a su hija pequeña para la boda.

    —Mamá, hay algo en él que me asusta. Me da mucho miedo. En el pueblo, la gente dice que suele pelearse cuando se emborracha —expuso la joven apenada.

    —Tonterías. Te ha escogido como esposa y eso es lo único que debe importarte. No hagas caso de lo que hablan las viejas y los borrachos. Es un chaval trabajador y en la casa de sus padres siempre hay comida. Lo que tienes que hacer es darle pronto un hijo y todos te respetarán. Venga, ruega a los espíritus de los antepasados. Ellos te ayudarán en tu viaje —sentenció la señora con determinación.

    —Todas las noches lo hago, pero solo les pido por ti, para que no te quedes sola, y por mis sobrinos, para que puedan salir adelante.

    —No te preocupes por mí, cielo. Cada vez somos más viudas en la cooperativa y no creo que los cuadros sean capaces de dejarnos morir de hambre. Además, estoy convencida de que el próximo año tendremos una magnífica cosecha de arroz.

    —Eso espero, mamá. Sin embargo, estoy triste porque no voy a poder ayudarte más. A partir de hoy, toda mi dedicación será para la familia Huang. ¿Y si empeora tu salud?

    —Yo ya he vivido lo suficiente, así que el tiempo que aún siga viva será un regalo. Escucha cariño, no puedo ofrecerte más que unas pocas palabras y un simple consejo: «Lucha por lo que sea más justo hasta el final de tus fuerzas. De esta forma, sabrás que has hecho lo correcto" —formuló la señora a modo de herencia.

    Ataviadas para la ocasión, Chen Mei y su madre salieron de su humilde casa de adobe en Azheke y se dirigieron al recinto religioso de Dawazhecun, población en la que se encontraba la vivienda de los padres de su futuro marido, para acudir a la celebración del enlace. Cuando llegaron a las inmediaciones del templo, ambas se sintieron cohibidas ante la gran cantidad de personas que esperaban su llegada, por lo que cruzaron a paso ligero en medio de la muchedumbre, saludando a los presentes a uno y otro lado con cortas reverencias y amplias sonrisas. Luego, subieron por el puente de piedra del riachuelo y se detuvieron en su parte más alta ante una pérgola cuadrada, una estructura solemne formada por un tejado de teja de color grisáceo con cuatro puntas que se retorcían mirando el cielo, sostenido por diez troncos gruesos de madera, y por un cierre bajo rematado con azulejos blancos y azules sobre el que descansaba una barandilla de madera oscura.

    Huang Chang aguardaba insolente delante de sus padres en el centro de la plataforma cubierta adornada con flores. Al ver a Mei, el joven realizó una pequeña mueca a modo de sonrisa, la cual no cambió ni un ápice la tristeza permanente que albergaban sus ojos. Una vez que la novia se acercó a su lado, este la saludó con una

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