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En Busca De Mi Padre
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Libro electrónico394 páginas6 horas

En Busca De Mi Padre

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Esta novela de Luis Martn Hinojosa transporta al lector a la poca de finales de la Revolucin Mexicana.

El autor nos lleva de la mano para presenciar cmo Fabin Saldvar, modesto pen de una hacienda, junto con sus hermanos y primos deciden incorporarse a un grupo de revolucionarios villistas.

Al partir, su mujer sufre una cada, a causa de la cual muere, dejando en la orfandad a dos pequeos hijos, el mayor de los cuales era Fabin, un joven adolescente que decide abandonar el rancho para ir en busca de su padre y en el camino se encuentra con una gavilla de bandoleros cuyo jefe de nombre Hilario Carrillo, un acaudalado ranchero.

Hilario se lleva consigo a Fabin y entre ellos surge una espontnea afinidad, un amor padre-hijo, por lo que Hilario promete ayudarlo a encontrar a su padre.

Por su parte, Fabin Saldvar, padre del pequeo Fabin fue capturado por las autoridades y recluido en el principal centro penitenciario de la ciudad de Durango, donde cae en manos de un grupo de funcionarios corruptos, quienes lo obligan a cometer asesinatos de personajes destacados en los mbitos poltico y econmico, para despojarlos de sus propiedades; a cambio de eso, le daran su libertad.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento23 oct 2014
ISBN9781463394035
En Busca De Mi Padre
Autor

Luis Martin Hinojosa

Luis Martn Hinojosa, duranguense de origen, curs estudios de tcnico electromecnico, actividad que ejerci en la ciudad de Durango antes de emigrar a Estados Unidos. Su imaginacin propici que en su mente almacenara varias historias que decide escribir para compartirlas. Amante de su tierra, a ella ha dedicado sus libros, que a la fecha suman cinco, teniendo otro en preparacin. Desde hace varios aos radica en Las Vegas, Nevada, dedicado a la industria de la construccin y a la educacin de sus hijos, en quienes ha fomentado el orgullo de ser duranguenses y mexicanos.

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    En Busca De Mi Padre - Luis Martin Hinojosa

    Copyright © 2014 por Luis Martín Hinojosa.

    Revisión y corrección de estilo:

    Dr. José Luis Candelas Macías

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2014918361

    ISBN:   Tapa Dura                              978-1-4633-9405-9

                  Tapa Blanda                          978-1-4633-9404-2

                  Libro Electrónico                  978-1-4633-9403-5

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 21/10/2014

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    636623

    INDICE

    AGRADECIMIENTOS

    PRÓLOGO

    INTRODUCCIÓN

    DEDICATORIA

    A mis hijos y a mi esposa.

    A mi madre, mis hermanas, hermanos y toda la familia Hinojosa.

    AGRADECIMIENTOS

    A Roberto Caldera, por su aportación y sus comentarios, derivados de su amplio conocimiento de los caballos.

    A los licenciados José de la O Holguín y Gilberto Jiménez Carrillo.

    Un respetuoso reconocimiento a las personas que me inspiraron para escribir este libro: Don Ernesto Nava Villa (+) y a su hijo Raúl Nava Villa.

    PRÓLOGO

    La presente novela En busca de mi padre se viene a sumar a una serie de escritores durangueños de estos últimos tiempos como Salvador de la Rosa Simental con su obra La Voz del Trueno, la novela de Pancho Villa y de Carlos Badillo Soto con sus textos Mátalos en caliente y El señor de la Guerra, entre otros libros inherentes a la vida del legendario Pancho Villa por citar sólo dos novelistas contemporáneos; hoy Luis Martín Hinojosa Flores se suma a este selecto grupo de novelistas de la Revolución Mexicana como lo hiciera en su momento los escritores duranguenses Ladislao López Negrete y Nellie Campobello que se inspiraron en el legendario personaje otrora Jefe de la División del Norte, una vez culminada la gesta armada de 1910.

    De nueva cuenta Luis Martín incursiona en el género de la novela con una seductora narrativa que envuelve al lector en una cautivante trama que se desarrolla con un personaje que experimenta una serie de circunstancias propias del contexto revolucionario donde imperan las pasiones, los idearios y el amor filial del personaje central de la novela de nombre Fabián Saldívar que busca incesantemente a su padre, ignorando una serie de situaciones problemáticas que le acontecen a su padre. Luis Martín no es ningún improvisado en el menester de la novela, cuenta en su haber con la autoría de la novela duranguense La vieja banca donde al igual que la presente obra derrocha su pasión por su terruño y percibe en su interior una experiencia que le fue familiar al escuchar la narración de uno de los hijos varones de Pancho Villa que al igual que el personaje de la novela En busca de mi padre, busca a su progenitor en medio del marasmo revolucionario. Fue don Ernesto Nava hijo natural del Centauro del Norte la fuente de inspiración del autor de esta obra literaria quien un día decidió a motu propio buscar la identidad extraviada de su padre en medio de una lucha armada descubriendo para sí una compleja realidad tanto para él como para su padre. El autor recrea con magistral realismo describiendo sucesos y acontecimientos que van ocurriendo y que al final logran fascinar al lector hasta extraer de su lectura la reflexión obligada que proyectó por el autor de la novela.

    El novelista es un durangueño esforzado que de igual manera extrae de su intuición personal retazos de imaginación fundados en pláticas de ancianos de su tierra de Calixto Contreras, Dgo., derramando ríos de tinta que emergen de un corazón que ensimismado describe y reflexiona el acontecer de personajes ficticios extraídos del movimiento armado de 1910. La narrativa en la obra En busca de mi padre, cautiva y su lenguaje envuelve al más extraviado lector convirtiendo la trama, en una red que atrapa.

    Hist. José de la O Holguín

    INTRODUCCIÓN

    En tiempos de la Revolución Mexicana, el país se encontraba en manos de un hombre que ostentaba todo el poder, un poder con ideas viejas, caducas y torcidas; solamente pensando en el que tiene y olvidándose por completo del necesitado, dejándolo cada día más en la pobreza; por eso fue que todos aquellos que pelearon lo hicieron por una justa y buena razón; tumbando aquella horrible imagen de un gran dictador para reemplazarlo por un presidente con valores humanitarios. Un presidente del pueblo dispuesto a escuchar, a corregir las injusticias y ser capaz de mantener en buen estado en todas las áreas que constituyen a una gran nación: la paz, la tranquilidad, la libertad y principalmente el ramo económico.

    Con los primeros años de pelear por la justicia, por un pedazo de tierra, por un presidente mejor y por todos estos deseos de un pueblo, varios estados de nuestra República Mexicana se encontraban devastados y empobrecidos. Las constantes peleas de federales contra revolucionarios dejaban a su paso destrucción, muerte y todo lo que acarrean esas vanas e injustificables acciones por parte del gobierno, abandonando lo más preciado de un ser humano: sus hijos, sus esposas, en fin, sus familias enteras.

    Pero aún así, en esos terribles tiempos de extrema pobreza había también pueblos prósperos que vivían en paz, trabajando fuertemente día con día para el bienestar de sus familias. Éste fue el caso de una familia trabajadora y muy unida que vivía alejada de la civilización, pero con muy buenos ejemplos y hábitos, adquiridos por herencia. Vamos pues, amable lector, a transportarnos a los tiempos revolucionarios, cuando el grito de: ¡Ahí viene la Revolución!, hacía vibrar a cualquier corazón, por muy duro que éste fuera.

    Vale aclarar que ninguna acción o semejanza del contenido está relacionada con personaje alguno en particular, puesto que esta obra es totalmente ficticia.

    Nuestra historia inicia en un ranchito llamado Los Primos, ubicado en el bello estado de Durango; estado que vio nacer al caudillo más audaz y valiente de la Revolución Mexicana, el Gral. Francisco Villa, llamado por todos en aquel tiempo y hasta la fecha: El Centauro del Norte.

    En dicho lugar se podían apreciar cuatro casitas de adobe blanco y techos de caña y barro; cerca de ellas corría un riachuelo y a lo largo de éste crecían, formando una tupida hilera, altos y frondosos árboles de diferentes especies: cedros, álamos y uno que otro pino, que en el tiempo de verano sus sombras eran formidables para el descanso. Cada casita, según la familia, contaba con dos habitaciones y en este caso un zaguán, en medio y la cocina detrás de uno de los cuartos, haciendo una escuadra; la cocina con una sola puerta de entrada y salida y los cuartos comunicados al zaguán con una puerta en cada uno y el zaguán, con puertas en los lados para entrar y salir; una ventanita pequeña en uno de los dormitorios al lado de donde se mete el sol, era suficiente para iluminación y ventilación durante el día. Ahí felizmente vivían dos hermanos con sus esposas y un primo de éstos, también con su joven esposa.

    El mayor de los hermanos, de nombre Fabián Saldívar, tenía 34 años de edad y su hermano, Asunción, recién había cumplido 32. El primo Alfonso apenas con 25 y su cuñado Jacinto, que hacía poco tiempo que vivía con ellos y que también estaba casado, tenía 27. Cada uno de ellos poseía su casa, que habían logrado fincar con la ayuda de uno de sus patrones, un rico hacendado de esos lugares, llamado Filemón Uribe. Era rico por herencia de sus antepasados españoles y se dedicaba a la ganadería, al cultivo de maíz, frijol, sorgo y otras legumbres. Asimismo, contaba con varias huertas de manzano y otros árboles frutales.

    Las cuatro casas contaban con su respectivo corral, construido con tallos secos de cañas gruesas de maíz y de girasol. Las cuatro familias tenían sus hijos; el mayor por supuesto, era hijo de Fabián, que llevaba su nombre y tenía casi 14 años, muy alto y de ancha complexión, aparentaba tener 18; los demás lo seguían con 11 y 10; los más chicos de seis y cuatro.

    Todos ellos se reunían diariamente en diferentes partes de las pequeñas casas para jugar y realizar actividades para el hogar, como el de cuidar las hortalizas que en cuadros pequeños tenían sembradas junto al río; los animales: tres vacas con becerros, unas cuantas chivas, propiedad de Fabián; un burro, una burra y cuatro borregas que eran propiedad de Chon, a los cuales les daban de comer y de beber todos los días. Se ocupaban también de llevar leña, agua y otros menesteres para los hogares mientras sus papás regresaban de su trabajo. Siempre bien organizados, trabajaban todos para uno y uno para todos.

    Asimismo, tenían también como tarea llenar con agua una pila, que había sido construida con cantera lisa traída de la hacienda en grandes carretas tiradas por fuertes machos propiedad de don Filemón Uribe. El lugar elegido para su construcción fue al centro de las cuatro casas, con el fin de mantenerla siempre llena de agua del río para satisfacer las necesidades de los residentes.

    Todos felices y contentos realizaban sus tareas y además era un pasatiempo para distraerse y jugar durante unas cuantas horas en el río, que se encontraba a unos cien metros del ranchito que habían bautizado con el nombre de Los Primos. Al correr del tiempo todo era felicidad, los hombres trabajaban duro durante la semana y cada quince días cuando llegaba el llamado día de paga, se trasladaban en sus caballos al pueblo grande más cercano a la hacienda, para comprar los alimentos más necesarios, como: azúcar, aceite, harina, café y otras cosas de primera necesidad. En algunas ocasiones, ropa, hule grueso y correas para la elaboración del calzado, que ellos mismos fabricaban para sus familias.

    El pueblo se encontraba aproximadamente a 85 kilómetros de la hacienda, los cuales ya se les había hecho costumbre recorrer cabalgando. La distancia hacía imposible compartir el viaje con sus familias, a menos que fuera de suma urgencia, o para asistir una vez al año a la feria regional, donde se divertían todos.

    Todos los días por la tarde, sus esposas esperaban afuera de las casas a sus esposos, que fatigados por la ardua jornada de trabajo y después de una cabalgata de más de 20 kilómetros, de la hacienda al pueblito, llegaban cansados pero felices de estar nuevamente al lado de sus familias. Al llegar los trabajadores, los 11 niños hacían una gran boruca, corriendo y gritando atrás de los caballos; algunos perros también salían a su encuentro ladrando y moviendo sus colas, felices de ver llegar a sus amos. Las esposas, sonrientes, salían a su encuentro e inmediatamente daban un beso a sus esposos aun arriba del caballo; minutos después desensillaban sus cabalgaduras mientras éstas bebían agua en unas canoas de tronco de roble, cerca de la pila grande, para después llevarlas al corral y darles algo de pastura para la cena.

    Los chiquillos corrían con los morrales donde los hombres guardaban sus comidas, buscando alguna gordita que se les hubiera quedado. Antes de irse cada quien para sus casas, se reunían y conversaban acerca de los acontecimientos del día en el trabajo y en sus hogares, y después de sentirse un poco relajados se despedían entre sí y se marchaban a sus respectivas casas, dispuestos a descansar para reanudar nuevamente sus actividades al día siguiente. Las noches eran hermosas en esa zona del semidesierto duranguense, mayormente las de primavera, verano y otoño, que era cuando las familias se reunían afuera de sus casas a contar historias y relatos duranguenses, mientras los pequeños jugaban hasta el cansancio diferentes juegos propios de la temporada. Los esposos más jóvenes se apartaban un poco de la bola para mirar las estrellas, que cada hora brillaban más.

    La luna llena en su totalidad era como una lámpara gigante que iluminaba a todos aquellos lugares: grandes llanuras, tranquilos arroyos, montañas hermosas pletóricas de pinos grandes y fuertes, que lucen majestuosamente en la sierra y largas y sorprendentes cordilleras que adornan nuestras tierras duranguenses. La luna, inspiración de los enamorados, lucía hermosa, como tratando de alumbrar todos los rincones obscuros con su plateada, brillante y bella luz. En las alegres veladas encendían una fogata para iluminarse un poco más. También a veces, casi por lo regular cada fin de semana, cocían pan ranchero y gorditas de horno en un cocedor de barro que Fabián, con ayuda de su hermano y de su primo, construyó detrás de la cocina, y de esa manera disfrutaban del delicioso pan que sus esposas sabían elaborar.

    En otras ocasiones, simplemente ponían una fogata afuera de una de las casas y después de que los troncos se convertían en brazas, calentaban sus alimentos y ahí todos reunidos cenaban o simplemente tomaban un vaso de café de olla, riquísima bebida y más en las noches del frío invierno, que eran más heladas que el hielo. Así, de esa manera sencilla transcurría la vida de aquellas familias, en aquel encantador pueblito, testigo de los acontecimientos que más delante sucederían.

    Hacía ya algunos meses que la primera etapa del movimiento armado había concluido; sin embargo, ahora parecía que resurgía con mayor violencia a causa del asesinato del Presidente Madero, por lo que existían grupos de revolucionarios dispersos en algunas partes del país, que ocasionaban temor entre la población, y una de esas regiones era precisamente donde se encontraba el rancho Los Primos.

    Y así, en un ambiente en el que todo estaba relativamente en paz y las cosas mejoraban, en aquel ranchito, después de la plática diaria nocturna de los pocos habitantes, todos se dispusieron a descansar: hombres y mujeres se llevaron a sus hijos, los que la mayoría de las veces se rehusaban pero al fin de cuentas terminaron por obedecer. La noche, que estaba tranquila y un poco tibia, invitaba a refrescarse; Fabián y su linda esposa, que se encontraban cenando junto con sus hijos, se hicieron unas señas cuidando que los niños no se dieran cuenta de sus intenciones; sonrieron y parecía que habían entendido el mensaje. Una de las veces que su esposa se arrimó muy de cerca a él para servirle más comida en su plato, Fabián, con la pasión que su hermosa esposa le inspiraba, cuidando que los niños no observaran le metió la mano entre las enaguas y suavemente tocó una parte de su bien formadas piernas; ella las cerró con fuerza, atrapando su mano por algunos segundos; después de tratar de sacarla sin conseguirlo, ambos se echaron a reír; era claro que ellos sabían sus motivos, en cambio los niños ni cuenta se dieron y siguieron cenando como de costumbre, sólo el pequeño Fabián los miraba de reojo. Algunos minutos después de que terminaron la cena, los jóvenes esposos empezaron a convencer a los pequeños para que fueran a la cama, y luego de contarles cuentos e historias, los chamacos se durmieron; después la pareja se reunió en el zaguán y se besaron como agradecimiento por la felicidad que mutuamente se prodigaban.

    Fabián la estrechó con sus fuertes brazos pero delicadamente y le murmuró al oído: -¿Quieres ir conmigo al río? Nadaremos un rato y después nos venimos a dormir. Su esposa pícaramente le contestó: -¿Nomás a nadar? Ambos sonrieron nuevamente muy enamorados. Ella aceptó encantada, recordando los momentos de felicidad que ahí juntos habían pasado muchísimas veces. Salieron cuidando no hacer el menor ruido y tomados de la mano, muy pegaditos salió la pareja de enamorados, sonriendo y hablando muy bajito. Caminaron poco más de cien metros y ahí, hermosa y con su colorido plateado brillaba el agua fresca del río, que seguía su camino que parecía nunca llegar a su destino. La pareja caminó por la orilla alejándose un poco, previniendo lo que varias veces les había pasado, que sin esperarlo tenían compañía de alguna pareja, por lo que pensando en esas ocasiones, preferían estar solos.

    Llegaron a un lugar el cual habían reservado para ellos únicamente, donde había un árbol muy frondoso cuyas ramas caían en sus aguas y aparte parecía que los cubría de todos los mirones que pudieran estar por ahí. Una vez llegando al silencioso lugar, sin más tiempo que perder se despojaron de sus ropas para después juguetear en las aguas como dos chiquillos. Minutos después dieron rienda suelta a su amor y se desbordó ahí un río de pasión en sus cuerpos, llenando su alma y su corazón de tanto amor: se dijeron cuánto se querían uno al otro y que jamás se dejarían. Después de besarse varias veces, como si fuera la última de entregarse su amor en las frescas aguas de aquel hermoso riachuelo, se dispusieron para ir a descansar. Luego, ya en la casa se abrazaron y durmieron muy felices, ajenos a lo que ocurría a sus alrededores. Como a las tres de la madrugada se empezó a escuchar un ruido muy raro, cada vez más fuerte y más cerca.

    En eso el primo Alfonso se había levantado a hacer de las aguas en el patio, cuando se percató del ruido que más y más cerca se escuchaba; era un ruido tranquilo pero se escuchaba fuerte y muy persistente.

    Mientras tanto su perro, llamado El Negro, gruñía a la obscuridad y corría de un lado para otro nerviosamente, pero también de seguro desconocía el cada vez más cercano zumbido o ruido, que no se podía diferenciar todavía. Alfonso, un poco desconcertado caminó hacía donde el perro gruñía y medio ladraba.

    Al principio pensó en el río, que tal vez venía crecido, pero recordó otras ocasiones y el ruido que ahora escuchaba más cerca era totalmente diferente. Pensó en una posible lluvia fuerte por lo que miró hacía el cielo y éste estaba claro, por lo que también descartó esa sospecha. Se encaminó más a la orilla de las casas y empezó aguzar su oído, al tiempo en que su semblante se fue frunciendo poco a poco, hasta que convencido de lo que escuchaba era más que la realidad y ya no podía echar marcha atrás; su rostro cambió rápidamente a un gesto de preocupación y a la vez de resignación; su corazón empezó a latir más fuerte, recorriendo su sangre caliente todo su cuerpo y en fracción de segundos se congeló completamente. Al principio tuvo dificultad para caminar, tenía los pies pegados al piso, estaban pesados como el hierro; después, sintió que sudaba muy helado, se limpió una y otra vez su frente.

    Había llegado el momento y era necesario empezar a pensar en ello. En unos minutos se recuperó, se cubrió con su chamarra hasta el cuello y carraspeó dos veces; sintió que la vida regresaba a su cuerpo y sin perder un segundo agarró su perro del collar y se lo llevó a su casa, para que ya adentro se sintiera seguro y no fuera a ladrar. Su esposa pareció escuchar los movimientos pero sólo se dio vuelta en su cama y siguió durmiendo. Alfonso, una vez seguro de que su esposa dormía, corrió a la casa de su hermana a despertar a su cuñado Jacinto; tocó la puerta suavemente y él le respondió en seguida. Una vez que se levantó y estando afuera, -¿Por qué tanto escándalo cuña’o? -le preguntó inocentemente a medio despertar y rascándose la cabeza. No había tiempo para explicaciones y casi con un grito, sin titubeos le dijo que fuera lo más pronto posible a casa de su primo Fabián. El cuñado de Poncho no rezongó, supo que era algo grave lo que pasaba allá afuera y se apuró a cambiarse de ropa; salió y se dirigió a donde habían quedado que se verían más tarde. Alfonso caminó a toda prisa a despertar a su primo Asunción, para después dirigirse a donde vivía el hermano mayor.

    Después de unos pocos minutos ya los cuatro hombres responsables de sus familias, casi a orillas del poblado escuchaban mientras adivinaban y confirmaban lo que ya se había sospechado con anticipación: venía la Revolución y pasaría, si no se equivocaban, muy cerca o por el medio de sus casas, lo cual significaba un gran peligro y que ya no se habían salvado de aquellos hombres que arrasaban todo a su paso, y a veces con todo y familias. Tenían qué decidir y rápido: se iban ellos o se iban todos: hombres, mujeres y niños. Los cuatro hombres empezaron a sudar, a pesar de que eran hombres de mucho valor. En las buenas eran buenos y en las malas también sabían responder. Fabián, más centrado y conciente, los empezó a calmar. Después de un suspiro muy hondo habló con voz suave pero firme y sin titubeos: -Yo tengo sangre revolucionaria heredada por mis padres y no pienso correr. Hizo una pausa, recorrió con su mirada a cada uno de ellos y prosiguió: -Nos enlistaremos en las fuerzas y después regresaremos por nuestras familias. ¿Qué dices Chon? -Yo le entro, -le contestó su hermano menor a sangre fría, sin pensarlo dos veces y sin rodeos.

    Él siempre había apoyado a su hermano en todos los aspectos y más aún cuando se trataba del pellejo. Su padre les había inculcado cuando niños que tenían que apoyarse en cualquier situación y forjados todos unos hombres fuertes, siguieron los consejos del viejo, que era el ejemplo a seguir. El primo Alfonso fue y trajo su carabina 30-30, que había heredado del tío Meño, quien hacía unos años junto con su papá habían muerto en un ataque revolucionario y asegundó a sus primos. Y encomendándose al Todo Poderoso, pidió que tuvieran más suerte que sus padres.

    Su cuñado Jacinto había hecho unas muertes allá por Zacatecas y empezó a temblar; dijo que él se iba a resistir y haría todo lo posible por escapar de la Revolución, que no estaba dispuesto a dejar a su familia ni a los que también ya eran parte de ella. -Soy prófugo de la justicia -dijo con voz quebrantada y la mirada en el suelo pero con los ojos muy abiertos, como si hubiera viajado al pasado. Se clavó en sus recuerdos por unos segundos y siguió con su argumento: -Me he cuidado todo este tiempo y no voy a permitir morir en un posible ataque de los federales o por alguna bala perdida.

    Muy seriamente dijo: -Me gustaría morir por algo que valga la pena o por alguien que me hable de frente. -y con un ademán automático acarició la cacha de su pistola.

    Nuevamente habló Fabián, con palabras más fuertes: -Es tu decisión Jacinto, -sacándolo de sus pensamientos- tú decides qué hacer con tu vida. Se dirigió a su hermano y a su primo y les dijo que ellos actuarían con toda normalidad, sabían de antemano por parte de sus padres y patrones que la Revolución en cualquier momento pasaría por esos lugares y más por estar cerca del río y de las poblaciones grandes, pero como son miles, abarcarían mucho terreno a lo largo y ancho de esos territorios. -Vamos a meternos cada quien a nuestras casas y esperemos a lo que Dios quiera, no vamos a pelear en contra de ellos, nos matarían inmediatamente y sabrá Dios qué pasaría con nuestras familias. Y si nos escondemos se llevarán a nuestras familias, darían con nuestro paradero y nos matarían, ténganlo por seguro, y ya es muy tarde para trasladarnos a la hacienda de don Filemón Uribe. Vámosle entrando y responderemos a lo que nos encomienden.

    -Al cabo, como dijo nuestro padre, somos villistas y como tales seguiremos. Pelearemos por la causa y si Dios nos ayuda y quedamos con vida, regresaremos ahora sí que a trabajar nuestras tierras y hacer crecer este ranchito, Los Primos. Nuestras familias estarán orgullosas de nosotros al ver que seremos dueños de nuestras tierras. Por todo esto no vamos escondernos ni vamos a huir, sería muy peligroso, y además de todo esto es una cobardía. -Hizo una pausa y continuó. -¿Que dices Jacinto?, sólo a ti te esperamos. El asustado Jacinto apenas respondió y Fabián, acostumbrado a mandar, con voz autoritaria le pidió que lo dijera en voz alta. Jacinto, al no ver otra opción, esperó un poco y con la voz más fuerte dijo sólo una palabra: L’entro. Fabián le dio la bienvenida y luego les dijo que a donde se fueran no se escaparían; ellos son muy astutos y si se dan cuenta que andamos huyendo, nos matarán.

    -Ustedes, primo y Jacinto, vayan y alístense porque nos vamos; sé que la revolución por cada hombre que se lleva da algo de dinero para la familia mientras se termina todo esto-. En eso que hablaban no se imaginaban que las esposas estaban escuchando y el hijo mayor de Fabián, que amaba a su padre, al escuchar empezó a llorar, sabía que los revolucionarios eran malos y que mataban a los que no los seguían. Sabía que su papá se iría y los dejaría, pero ¿qué podía hacer para evitarlo?, aunque a la vez sentía un gran orgullo por su padre. Era casi una ley que todos los hombres mayores de edad siguieran la revolución. Había escuchado varias veces la historia de la suerte de sus abuelos y sabía lo peligroso que era si los federales se daban cuenta de alguien que fuera revolucionario, lo fusilaban en donde quiera que lo capturaran, por todo eso era el peligro en la revolución y fuera de ella. Así es que era mejor apoyar el movimiento y si tenía qué morir, que fuera con orgullo de ser villista.

    Ellos en su caso estaban bien, tenían sus trabajos y aunque no les pagaban mucho, tenían para irla pasando; el hacendado era una persona muy generosa y muy socorrida; por medio del capataz, como pocos en esa época, los ayudaba con alimentos en cada cosecha, así es de que ellos estaban felices trabajando, aunque claro, también deseaban tener libertad, un pedazo de tierra y sembrar por su cuenta.

    Ese era el porqué de la revolución: pelear por los derechos de un pedazo de tierra y ser libres de exigir y reclamar una nueva forma de gobierno, en la cual tuvieran libertad de hacer y deshacer en sus terrenos.

    El tiempo pasó tan rápido que casi en una hora ya las familias estaban reunidas afuera esperando lo peor: unos llorando y otros preocupados. Casi la mayoría de las mujeres opinaba que era mejor irse a esconder mientras pasaban los villistas, pero ya era demasiado tarde. Sólo una mujer estaba sería y fuerte, y suspiraba al ver a su esposo, que más valiente se le hacía cada vez que hablaba. Él tenía al pequeño Fabián rodeado con sus brazos y a su mujer a un lado, sosteniendo en sus brazos a Macario, el hijo menor de Fabián. Los ojos le brillaban con la luz de la luna y empezó a despedirse.

    El fuerte ruido se escuchaba cada vez más cerca, las voces y los cantos ya eran claros. Risas y gritos se escuchaban y la mayoría de los gritos eran para aclamar a su líder, el famoso General Francisco Villa, comandante en jefe de la División del Norte. Al mismo tiempo, mezclado con el retumbe de los ecos se dejaba sentir aquella emoción confundida con miedo, aquel coraje de tener qué luchar y matar para que pudieran ser respetados sus derechos. Emoción de ser parte de un movimiento que tiene toda la razón de seguir y el miedo por dejar a quien amas.

    En menos de diez minutos ya estaba un oficial hablando con ellos mientras les leía la cartilla, y además les dio a conocer que ya habían sido vistos por la escolta especial que carga el General Villa y que es la que se encarga de ir buscando personas y víveres delante de toda esta gente. -Para que me entiendan, dijo, desde ayer por la noche ustedes ya estaban reportados y desde ese momento les pusieron guardias y los guardias están de dos en dos cada kilómetros a la redonda, así es de que amigos, bienvenidos y qué bueno que no escaparon antes porque ya serían difuntos casi desde ayer. En eso, los primos y Fabián miraron de reojo a Jacinto, que alumbrado con la antorcha que cargaba el teniente, le notaron una mirada de miedo y al mismo tiempo suspiró ruidosamente con la mirada hacía el suelo; había entendido que habría sido un hombre muerto al intentar escapar.

    Mientras se enlistaban miraban que por todos lados pasaban cientos de personas, niños y mujeres a pie y a caballo; algunos llenaron sus cántaros con agua de la pila mientras otros simplemente reverenciaban con sus sombreros a su paso frente a su superior.

    -Necesitamos todos los animales que tengan, -dijo fríamente el oficial- a sus familias se les respetará-. En seguida lanzó una mirada irrespetuosa al cuerpo de la esposa de Fabián, que cargaba al chamaco dormido en sus brazos, pero al mismo instante sintió la mirada de hierro de su esposo, y sintió instantáneamente como un ligero latigazo que lo hizo retroceder, notablemente nervioso en el habla y titubeando, y disimulando no haber notado la mirada del esposo al ser descubierto, siguió con las órdenes: -Y ustedes los hombres, seguirán al Coronel Briseño-. Después de dar esta orden siguió carraspeando su garganta, sentía que no había sido suficiente el tiempo para recuperarse de aquel miedo interno que le causó aquella mirada del esposo provocado a celos y lo siguiente lo dijo un poco más calmado y echando una falsa mirada al ambiente, para observar el semblante de Fabián, a quien desde ese mismo instante le empezó a tener miedo. -El Coronel Briseño les dará armas y parque, dijo mirando de reojo a Fabián. Desde ese momento se dio cuenta de que el hombre que tenía enfrente no era cualquier manga mocha.

    Las filas de hombres a caballo que esperaban al jefe de la cuadrilla, lo hacían de manera paciente, fieles seguidores de sus jefes y leales a la causa. Eran sorprendentes: unos se miraban con sus ojos tristes y otros alegres, pero todos muy orgullosos de seguir a las fuerzas de Pancho Villa. Además, les aseguro el oficial que sólo quedaban algunos meses de batalla y que si los federales no se resistían al firmar el convenio que se llevaría a cabo en Salinas, Coahuila, ahí concluiría la Revolución Mexicana y eso se llevaría alrededor de tres a seis meses. El oficial que los estaba enlistando les comentó que habían pasado por esos territorios más de 65 mil hombres al mando del Gral. Francisco Villa y que habían abarcado más de cincuenta kilómetros a la redonda, y que por noticias que había recibido a la última hora, ya habían saqueado y matado esa misma tarde a unos hacendados que se resistieron a cooperar, llevándose todo lo que en la hacienda se encontró. Continuó el militar villista y esta vez parecía que su voz se quebraba: -Lo tenemos qué hacer. No somos asesinos pero lo tenemos qué hacer. Fabián aprovechó el momento y miró a su hermano, luego a su primo y a Jacinto, quienes sin querer agacharon la cara; se dieron cuenta que el ataque de seguro fue poquito después que terminara su tarea laboral, y que a decir verdad, habían tenido suerte de estar vivos en esos momentos.

    Luego de registrarse y despedirse de sus familias, lo cual que fue un cuadro muy doloroso, en contra de su voluntad pero con una fuerza interior muy grande, se unieron a las fuerzas villistas. El oficial les entregó unas monedas de oro a cada uno y ellos se las dieron a sus familias; después a cada uno de ellos se les concedió un par de minutos para que se despidieran de sus familiares. La tristeza inundó ese lugar del pueblito escondido entre aquel gran cañón, cuando los cuatro hombres ensillaban sus caballos pero esta vez para ir a un rumbo desconocido.

    El niño Fabián lloró desconsoladamente la partida de su padre. Lo amaba y sentía que su corazón se le desmoronaba en pedazos a cada paso; su rostro de niño grande cambiaba notoriamente de semblante, se le miraba con una tristeza enorme y a veces con orgullo y coraje combinados, pero aun así, las lágrimas corrían sin cesar por su rostro, que poco a poco la luz del alba lo delataba y empezó a resistir aquel horrible sentimiento que lo aniquilaba por dentro. Ya el nuevo día resplandecía en aquella linda tierra duranguense, testigo Mudo de todos aquellos sufrimientos. La silueta recia y de fuertes músculos de su padre se empezó a clarear conforme el sol salía; el chamaco limpió su rostro con sus dos manos, quería que su padre se llevara una buena imagen de él, ya que siempre le había prometido que sería tan fuerte como él. Demostró su primeras valentías resistiendo aquel brutal desenlace y callado, con su corazón ahora comprimido, siguió corriendo atrás de su madre, que pegada a la correa de la montura suplicaba a su amado que regresara; el pequeño con sus gritos y llanto no alcanzó a doblegar el alma de aquel oficial de la revolución, que tenía la mirada negra como la misma noche.

    Casi durante un kilómetro las esposas y los hijos más grandes corrieron detrás de sus amados llorando y gritando amargamente; en su carrera, la mamá de Fabián tropezó cayendo pesadamente de rodillas en una zona pedregosa formada de lajas de cantera, produciéndose una considerablemente cortada en una de las rodillas. Fabián, al darse cuenta de que su mujer se quejaba por el fuerte golpe, de un brinco saltó de su caballo para ayudarla; ella, casi a punto de sufrir un desmayo por el fuerte dolor, se desvaneció entre los brazos de su esposo, quien estando agachado recibió un azotazo en la espalda, dado por uno de los secuaces que servía al Coronel Briseño. No lo hubiera hecho, porque en fracción de segundos recibió un golpe tan fuerte en el mentón que lo derribó del caballo, cayendo pesadamente a unos metros de donde estaba Fabián sosteniendo a su esposa. Inmediatamente se escuchó el inconfundible ruido de corte de cartucho de varias de carabina 30-30, que apuntaban todas a Fabián y a su familia. Llegó el jefe de la cuadrilla en la que debería de ir Fabián, lo insultó y trató de golpearlo con su fuete pero antes de hacerlo lo detuvo bruscamente en el aire; nadie supo por qué, si era una

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