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Los Cuentos De Mi Tristeza
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Libro electrónico72 páginas59 minutos

Los Cuentos De Mi Tristeza

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Teniendo como escenario los estados del norte de Mxico, Los cuentos de mi tristeza son el recorrido generacional de una misma familia, cuyos caminos, se bifurcan al margen de acontecimientos inesperados llenos de tristeza. La vida de los protagonistas se va hilvanando, conforme van emigrando de sus lugares de origen hacia nuevos horizontes en busca de la felicidad. Alfredo, el personaje de Huellas de guerra, excombatiente de la segunda Guerra Mundial, muestra el verdadero rostro que dej en su vida la guerra; Rumbo a la libertad, es la historia ntima de la joven e inocente Prudencia, una cenicienta moderna que debate su libertad al margen de la infelicidad. Panteones para llorar?, El reencuentro de las Maras, Un asilo para Lola, son historias jocosas que sirven de parteaguas a la tristeza y dolor que envuelve a los personajes; 13 de enero es el relato ms estremecedor de un profundo amor paternal; La casa de mis recuerdos y Sin el recuerdo de su memoria narran el crculo familiar de los personajes sumidos en la desesperanza, la impotencia, pero en medio de una gran ternura.
Injusto olvido es quizs, la ms enternecedora historia de sacrificio, que hace un examen de conciencia sobre el abandono y la soledad. Los cuentos finalizan con La nia de las conchitas, que predice el elemento crucial de los relatos: la tristeza.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento9 nov 2011
ISBN9781463309213
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    Los Cuentos De Mi Tristeza - Carolina Peña

    Índice

    Huellas de guerra

    13 de Enero

    Rumbo a la libertad

    La casa de mis recuerdos

    Sin el recuerdo de

    su memoria

    El reencuentro

    de las Marías

    Un asilo para Lola

    Panteones…

    ¿para llorar?

    Injusto olvido

    La niña de las conchitas

    Huellas de guerra

    Amanecía el siglo XX, casi en la agonía de los años treinta. El México que lo habitaba se desenvolvía en medio de una vorágine de sentimientos de fe y emociones palpitantes que se desgarraban marcando a su gente.

    La mañana calurosa en un pequeño poblado de nombre Villaldama, provincia de Nuevo León, daba la despedida a dos, de sus poco menos de ochenta pobladores.

    Lucía y Dolores, las hermanas mayores de una familia de siete, partían en tren hacia el sur de Texas, lugar donde ellas tenían su trabajo, mismo que conservaron hasta que la llegada de su vejez, se los impidió. Entre los familiares que las despedían, estaba Alfredo, su hermano menor, quien seguía el tren corriendo a su paso para darles su adiós y también la pequeña Elena, sobrina consentida, que gustaba dar las despedidas agitando al viento un papalote blanco, presagiando buena suerte.

    Alfredo, les había insistido ir con ellas a los Estados Unidos, pues deseaba trabajar, ayudar a su familia y continuar sus estudios, que en Villaldama, le estaban limitados. Dolores y Lucía, por su parte, trabajaban arduamente como sirvientas en una casa de gente muy rica. Eran los dueños de una empresa refresquera de fama mundial. Sus patrones, los Roberts, aunque norteamericanos y con poco conocimiento del español, demostraban su sencillez con sus empleados, ocupando en la cocina y en las principales tareas de la enorme residencia, a dos humildes mujeres mexicanas cuya situación ilegal, pronto les resolvieron. El resto de la servidumbre, tenían la misma nacionalidad que los patrones, esto ayudó mucho, para que, en cuestión de meses, Dolores y Lucía aprendieran a dominar el inglés.

    Cada vez que su trabajo se los permitía, iban a ver a su familia. Su ayuda económica, casi sostenía a la familia por completo. Llegaban con dólares, ropa y gran cantidad de víveres, que amortiguaban la pobreza de su casa, mientras Alfredo insistía en quererlas acompañar.

    Un día, finalmente logró su cometido. Partió en el único tren, que se detenía en Villaldama, cuando hacía su recorrido de Monterrey a Nuevo Laredo.

    Cruzó la frontera nadando como un pez. Su habilidad no era de extrañarse, Alfredo acudía continuamente al gran ojo de agua de Lampazos de Naranjo, el poblado más cercano a Villaldama, donde se entrenaba como clavadista. Ese borbotón de agua cristalina que desprende de la montaña y que cae como cabellera, fue el testigo de las proezas de aquel joven lleno de ilusiones y cuya destreza en el nado, un día, le salvaría la vida.

    Llegando a Texas, se instaló en la humilde vivienda del jardinero de la familia Roberts, ubicada al fondo de la enorme mansión, donde sus hermanas, también trabajaban. La sencillez de la habitación con paredes de madera decorada, pisos barnizados, ventanas horizontales y el enorme jardín con bugambilias y rosales, trepadoras y majestuosas palmas, la convertían en un gran palacio, que contrastaba con su casa del pueblo, llena de geranios que colgaban del techo de la gran terraza y el albahaca plantado en macetas, adornando los pisos y perfumando el pasillo, se convirtieron en los recuerdos más sagrados que día a día, evocaba.

    Los días se desprendían rápidamente del calendario, mientras Alfredo, continuaba su educación, compartiéndola con un modesto trabajo y los deseos de aprender idiomas… su sueño más anhelado.

    Con el andar de los días y los meses, en poco tiempo Alfredo, mostrando esa tenacidad y constancia en el estudio, había logrado dominar cinco idiomas: italiano, francés, alemán, inglés y su lengua materna el español. Su asombrosa capacidad de poliglota, lo debían colocar en un buen trabajo. Por esos años, la radio se había convertido en el medio de comunicación más importante y de mayor penetración. Emitía noticias y música. Y dentro de las notas periodísticas mundiales que más atentos lograba tener al auditorio, era el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

    Unas de las páginas más crueles de la historia estaban por escribirse, a causa de esa terrible contienda. Estados Unidos se había mantenido al margen, hasta entonces, de esa guerra racial, que los alemanes habían emprendido en contra de la población judía. Pero, sorpresivamente, Japón, uno de los países involucrados, destruyó con una violencia indescriptible, la base militar estadounidense en la bahía Pearl Harbor.

    La trágica noticia, corrió como reguero de pólvora. Entonces, los norteamericanos, que se habían mantenido neutrales, reaccionaron de inmediato. Decidieron atacar y unirse a los ejércitos aliados de Francia e Inglaterra, cuyos enemigos, Alemania, Japón e Italia, los tenían casi rendidos.

    Estados Unidos empezó a reclutar jóvenes valientes y arrojados para combatir con un enemigo sumamente poderoso. Su mismo Presidente había asumido públicamente que la batalla no sería sencilla, al contrario, le esperaba un enfrentamiento cruel y doloroso al pueblo de Norteamérica.

    La solicitud

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