La guerra incesante
Mientras los políticos y empresarios de la costa este hacían planes para colonizar el resto del país, los indios se defendieron como pudieron con un puñado de guerreros. En realidad, las tribus nativas no imaginaron que su mundo iba a desintegrarse tan deprisa. A finales de 1849 se produjo la fiebre del oro en California, que atrajo a más de 40,000 personas que entraron en tropel en los territorios indios. La población de California pasó de 14,000 personas (en 1849) a 200,000 (en 1852). Fue el inicio de otra espiral de violencia que provocó, dos décadas después, las llamadas Guerras Indias.
Riadas imparables
La fiebre del oro presionó a las tribus locales, que tuvieron que abandonar sus tierras. Un puñado de guerreros tuvieron que enfrentarse a las miriadas de mineros, colonos y soldados que violaban sus territorios. Pero sus esfuerzos fueron inútiles: las enfermedades que les contagiaron los hombres blancos, la violencia a la que fueron sometidos y la hambruna mermaron la población indígena, que pasó a unos 35,000 individuos que malvivían dispersos por todo el estado.
En 1855, el Tratado de Stevens, impulsado por el gobernador de Oregón, intentó definir las fronteras del territorio de los indios nez-percé (unos 4,000 individuos), que de esta manera renunciaban a una parte de su territorio para mantener la paz. Cinco años después, un minero encontró oro en la zona y el gobierno convenció a varios grupos de la misma tribu nez-percé para que aceptaran un nuevo tratado que reducía todavía más su territorio, aunque algunos líderes se negaron a firmar; entre ellos, el jefe Joseph, quien tomó la decisión de enfrentarse a los estadounidenses.
A los que firmaron el nuevo tratado, el gobierno les prometió amplios terrenos en sus asentamientos ancestrales (en los actuales estados de Idaho, Oregón y Washington), pero en 1863 la reserva había mermado en 2.4 millones de hectáreas,
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