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Una monarquía nada ejemplar
Una monarquía nada ejemplar
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Libro electrónico588 páginas9 horas

Una monarquía nada ejemplar

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A lo largo de su trayectoria política, Iñaki Anasagasti se ha caracterizado por su crítica pública a la institución monárquica. Tras el caso Nóos, Botsuana, Corinna…, en un momento en el que la corona parecía no estar ya al abrigo del espeso manto de silencio que impedía cualquier discurso contrario a ella y en el que algo parecía estar cambiando en el trato que tanto la prensa como la sociedad española le dispensaba, el autor de este libro quiere alertar sobre la intensa y continua campaña de marketing que, según él, se está orquestando para distraer la atención de los turbios asuntos que rodean a la Familia Real. Una campaña de lavado de imagen que empezó tras la abdicación de Juan Carlos y la coronación del nuevo rey Felipe VI, al que se presenta como un joven sensato, moderno, muy bien preparado y, sobre todo, como un símbolo de ejemplaridad. La tarea, explica el autor, consiste en diferenciar al hijo del padre y dotar a la institución, ante la falta de legitimidad democrática, de una ejemplaridad y transparencia que en el pasado han brillado más bien por su ausencia. Con este libro, Iñaki Anasagasti quiere evitar que la anestesia, la amnesia y los mecanismos de censura vuelvan a surtir efecto y para ello recuerda y relata las andanzas personales y políticas de Alfonso XIII, Juan de Borbón y su hijo Juan Carlos hasta llegar a Felipe VI, quien lleva la pesada carga de una historia familiar e institucional muy alejada de la idílica imagen de respetabilidad y ejemplaridad que tanto se empeñan en transmitir. Todo ello porque, según el autor, “nos siguen argumentando que no hay mejor organización institucional que la monarquía parlamentaria. Y la explicación de oro que nos esgrimen es que es útil y va a ser ejemplar”, de ahí que “con este libro solo quiero poner mi granito de arena para aproximarnos a quitar la máscara a una institución que no es útil, no ha sido ejemplar, no es democrática, no es la más barata y encima ni ha arbitrado ni ha moderado nada, ni va a poder arbitrar ni moderar nada. Y solo esperar que la ciudadanía termine de abrir los ojos y, sobre todo, que le dejen abrirlos”.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 mar 2020
ISBN9788490979693
Una monarquía nada ejemplar
Autor

Iñaki Anasagasti

Nacido en Cumaná, Venezuela, en 1947, es licenciado en Comunicación Social por la Universidad Católica de Caracas. Hijo de emigrantes vascos, en 1975 se instala en Bilbao, y en 1977 es elegido miembro de la ejecutiva del PNV en Vizcaya. En 1980 entra a formar parte del Parlamento vasco, hasta que, en 1986, es elegido diputado por Vizcaya en el Congreso, cargo que desempeña durante dieciocho años, en los que, además, ejerce como portavoz del Grupo Vasco. Senador por Vizcaya entre 2004 y 2015 y secretario primero del Senado (2004-2008), es autor de varios libros, entre ellos Extraños en Madrid y jarrones chinos, Llámame Telesforo, Una monarquía nada ejemplar o Agur Aznar.

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    Una monarquía nada ejemplar - Iñaki Anasagasti

    IÑAKI ANASAGASTI

    Nacido en Cumaná (Venezuela) en el exilio de sus padres, estudió el Bachillerato en San Sebastián y Bilbao y se licenció en Comunicación Social en la Universidad Católica de Caracas. En 1977 fue elegido miembro de la ejecutiva del PNV, el Bizkai Buru Batzar, y en 1980, tras aprobarse el Estatuto de Autonomía de Gernika, miembro del recién creado Parlamento Vasco. En 1986 es elegido diputado por Bizkaia en el Congreso y fue el portavoz del Grupo Vasco durante 18 años, época que ha reseñado en sus obras Extraños en Madrid y Jarrones chinos. En el 2004 es elegido senador y posteriormente secretario primero de la Mesa del Senado, portavoz en las Comisiones de Exteriores, Defensa, Interior e Industria y presidente de la Comisión de Asuntos Iberoamericanos y de Internacionalización de la Empresa. Es autor, entre otros libros, de Una Monarquía protegida por la censura.

    Iñaki Anasagasti

    Una monarquía nada ejemplar

    DISEÑO DE CUBIERTA: ESTUDIO PÉREZ-ENCISO

    FOTOGRAFÍA DE CUBIERTA: ©AGENCIA EFE

    © Iñaki Anasagasti, 2014

    © Los libros de la Catarata, 2014

    Fuencarral, 70

    28004 Madrid

    Tel. 91 532 05 04

    Fax. 91 532 43 34

    www.catarata.org

    Una monarquía nada ejemplar

    isbne: 978-84-9097-969-3

    ISBN: 978-84-8319-961-9

    DEPÓSITO LEGAL: M-30.654-2014

    IBIC: JP

    este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.

    ‘Sé todos los cuentos’

    Yo no sé muchas cosas, es verdad.

    Digo tan solo lo que he visto.

    Y he visto

    que la cuna del hombre

    la mecen con cuentos.

    Que los gritos de angustia del hombre

    los ahogan con cuentos.

    Que el llanto del hombre

    lo taponan con cuentos.

    Que los huesos del hombre

    los entierran con cuentos.

    Yo no sé muchas cosas, es verdad,

    pero me han dormido con todos los cuentos

    y sé todos los cuentos...

    León Felipe

    PRÓLOGO

    A nadie en su sano juicio se le hubiese ocurrido entronizar a un descendiente del káiser como jefe del Estado en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Mucho menos si Hitler, en lugar de haber pensado en el almirante Doenitz para sucederle tras su suicidio en el búnker de la Cancillería, hubiera dejado atado y bien atado en su testamento que, desaparecido él, el nieto de Guillermo II ocupara la presidencia del país. Y mucho menos, los aliados hubieran permitido que los restos de Hitler y sus lugartenientes estuvieran enterrados en Núremberg y en el siglo XXI fuera una oferta turística ir a visitar la tumba del Führer.

    Y lo mismo hubiera ocurrido en Italia. Benito Mussolini le permitió al rey Víctor Manuel III ser el jefe del Estado de su tinglado fascista y tampoco a nadie se le pasó por la cabeza enterrar a Mussolini en Castelgandolfo, cerca del lugar de residencia del papa, para recibir el homenaje de sus seguidores y de las futuras generaciones. Es más. En Italia convocaron un plebiscito en 1946 para saber si el pueblo italiano quería o no que la monarquía desapareciera del país y tras aquella consulta los Saboya tuvieron que abandonar Italia y les costó 40 años volver a poner un pie en la tierra de sus mayores. Ni tumba ni monarca. Aquel rey de opereta murió en el exilio y hoy los Saboya solo son noticia por sus escándalos.

    Pero, sin embargo, en España, el nieto de aquel rey al que le dijeron en 1931 que se fuera antes de que se pusiera el sol, aquel rey que fue sometido a juicio político por un congreso democrático en noviembre de aquel año y despojado de todos sus bienes, títulos y potestades, aquel rey, sí, aquel rey perjuro fue rehabilitado por un general golpista que recibió ayuda del nazi-fascismo para ganar aquella guerra incivil, producto de su golpe de Estado contra una Constitución democrática. Pues bien, aquel general que mantuvo durante casi 40 años en España un régimen de oprobio, una dictadura cruel y sanguinaria, decidió instaurar una nueva monarquía, la del Movimiento, en la persona del nieto de aquel rey expulsado, y no solo logró que se cumpliera lo que dejó en su testamento, sino que su designado, Juan Carlos de Borbón, decidió que su patrocinador fuera enterrado a 60 kilómetros de Ma­­drid en un panteón funerario propio de un dictador medieval y que sirve además como reclamo turístico. El propio Aznar en sus últimas memorias comentaba que le llamó la atención que Cristina Fernández de Kirchner tuviera interés en ir a visitarlo.

    Pues así son las cosas en esta España de tan poca cultura y tradición democrática, una democracia con muy pocos demócratas, y donde parte de la clase política argumenta que el mejor régimen para España es la monarquía parlamentaria y no una presidencia de la república, ya que, algunos piensan, puede traer una nueva guerra civil. Y quienes lo dicen, incluyendo a los socialistas, argumentan que sin el rey la transición de la dictadura a la democracia o no hubiera llegado o estaría muy demediada. Tienen los que esto afirman muy poco respeto por la dignidad del pueblo soberano y un conocimiento nulo sobre la geoestrategia de una Europa en construcción. El amanecer hubiera llegado aunque los gallos no hubieran cantado.

    Piensan, además, que no puede haber ciudadanos del Estado español bien formados, con carisma suficiente y que sepan leer discursos que, entre otras cosas, pudieran encabezar la jefatura de un Estado tan complejo que mandó en el mundo y en cuyo imperio, decían, que no se ponía el sol, cuando en lugar de la España-Nación de los Borbones existía el reino de las Españas de los Austrias. Piensan que no pueden hacerlo tan bien como lo hacen en otros países con un sistema republicano de base parlamentaria. Si en Italia, que tuvo una monarquía colaboracionista con el fascismo y por eso dio con sus huesos en el exilio, los presidentes de la república han sido profesores universitarios, expertos económicos o líderes morales como el actual presidente Giorgio Napolitano, ¿por qué en España no puede ocurrir otro tanto? Pues enfáticamente te dicen que no. Y tratan de asustar al personal diciendo que Aznar podría ser el presidente de esa república. ¿Y qué? Si lo eligen democráticamente y si tiene un mandato tasado, ¿cuál es el problema convivencial? Pero ¿por qué siempre ponen el ejemplo de Aznar y no de un catedrático emérito, un distinguido médico, un artista con gracia, una tenista con postgrado en Brujas o, incluso, el del padre Ángel? ¿No lo harían mejor y, además, hubieran tenido una conducta personal más ejemplar que la del rey Juan Carlos, designado por Franco, y puede que incluso supieran leer los discursos mejor de lo que lo hizo este o con más salero que el hijo?

    ¿Por qué el socialismo republicano se ha definido como juancarlista y, abdicado el rey, aprobó con entusiasmo la proclamación del bisnieto de aquel expulsado Alfonso XIII pasando el Rubicón del juancarlismo al monarquismo sucesorio? ¿Es que la llama de la transición que ellos dijeron que acabó cuando a la UCD le sucedió el PSOE se les apagó en las manos apostando por una familia privilegiada, y que además le arrebató, sin dar explicaciones, a una mujer su mejor derecho a esa jefatura del Estado? ¿Por qué estos años han sido los de la impunidad de un señor que ha hecho de su capa un sayo protegido por la censura y al que se le ha despedido como al Cristo del Gran Poder? ¿Por qué al rey le dolían tanto los jóvenes parados que hasta se rompió una cadera por ellos mientras cazaba elefantes en un logde de superlujo, acompañado de una tal Corinna que vivía en El Pardo en un pabellón propiedad de Patrimonio Nacional y protegida por el CNI? ¿Por qué en la despedida los efluvios cortesanos de casi toda la prensa se pasaron 50 pueblos en sus impresentables loas al motor del cambio del reino? ¿Por qué no hay ahora intelectuales como Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Fernando de los Ríos o Manuel Azaña para denunciar estos hechos desde la auctoritas? ¿Por qué tantos kilos de baboseo hacia un señor del que casi todos conocían sus limitaciones, encubiertas por la palabra campechanía, y que en su día tuvo el tupé de pedirle a un presidente que se callara? ¿A qué viene que el Partido Socialista se haya creído que existe de verdad la sangre azul y que la nieta de un honorable taxista se crea poseedora de ella producto de una transfusión mediática? ¿Por qué Felipe VI citó en su discurso de proclamación a don Quijote (No es un hombre más que otro si no hace más que otro) cuando el concepto de la monarquía se basa en la desigualdad? ¿Por qué el marketing político es su hoja de ruta?

    Las sobredosis de matraca siempre esconden algo. Y de ese algo trata este libro.

    En mi libro Una monarquía protegida por la censura, publicado en 2007, narré el porqué de mi desafección con el rey, la Casa Real y mi beligerancia con el timo de la institución más valorada, según decían las manipuladas encuestas hechas por el CIS bajo el gobierno socialista y bajo el gobierno del PP. Aquello fue un proceso gradual que tuvo su clímax con la postura del Go­­bierno de Aznar hacia la guerra de Irak y su obsequiosidad con el Gobierno Bush para sacar a España del rincón de la historia.

    Con una calle incendiada, con diversos estamentos de la sociedad en pie de guerra para no ir a la guerra, Aznar, con su mayoría absoluta, se negaba a dar explicaciones en la Cámara. Ante ello, y en vista de que el jefe de las Fuerzas Armadas es el rey y que la Constitución le da un papel en situaciones como esas, quise que cumpliera el artículo 63.3, que dice claramente: Al rey corresponde, previa autorización de las Cortes Generales, declarar la guerra y hacer la paz. Más claro, agua. El rey tenía un papel y ni él ni el Gobierno querían cumplirlo. Se les llenaba la boca hablando de la Constitución, pero, a la hora de la verdad, la incumplían sistemáticamente con una sonrisa en los labios.

    Esgrimiendo este artículo quise que el monarca nos recibiera a todos los portavoces en la Zarzuela. No lo hizo. Solo recibió a un sumiso Zapatero que luego me dijo que el rey estaba muy preocupado con Aznar. No se lo creí. Cuando me tocó bajar a la tribuna del Congreso denuncié toda esa absurda y antidemocrática guerra de sombras. La parte derecha del hemiciclo me abroncó a modo. Era la primera vez que esto se hacía oficialmente y el periodista de El País, Camilo Valdecantos, así lo consignó. Y desde entonces decidí ser crítico y muy desobediente con una institución que no cumplía con su deber, para sorpresa del propio rey que le preguntaba a Bono que opinaría yo de tal cosa y el porqué de mi desafección. Que me hubiera llamado. Todo esto está escrito en ese libro, original que, tras ser enviado a la Zarzuela, se recomendó que no se publicara. Lo hizo el desaparecido Javier Ortiz. Era una crítica hecha por primera vez desde dentro del sistema y con toda la información que había ido acumulando en aquellos años de opacidad absoluta.

    El PP perdió las elecciones generales en 2004. Se había producido el terrible atentado del 11 de marzo. Y a raíz de aquellas elecciones pasé al Senado y fui elegido secretario primero de la Mesa de esta institución. Así las cosas, llegó el año 2007, año que considero crucial. Ahí comenzó una crítica cada vez más pública contra una monarquía que hasta entonces se había reído de sus ciudadanos. Y, sin buscarlo ni quererlo, me convertí en una referencia antimonárquica y republicana, algo que me fue pareciendo cada vez más interesante en aquel desierto cortesano o políticamente demasiado correcto.

    Preguntas parlamentarias, objeciones para aprobar el presupuesto de la Casa Real, comentarios, artículos y, poco a poco, comenzar a ver desde la ace­­ra de enfrente cierta crítica suave que rompió sus compuertas a raíz de la cacería de Botsuana y de todo lo que aquello supuso. Ya el CIS no podía manipular las encuestas tan impunemente, como lo había hecho desde siempre; ya la gente joven que no había votado la Constitución en 1978 comenzaba a pedir cuentas; ya los programas del corazón comenzaron a comentar las vivencias familiares de tan desestructurada familia y ya El Mundo abrió sus ventanas e informó pormenorizadamente sobre la amante del rey, Corinna zu Sayn-Wittgenstein.

    Y es que la abdicación del rey el 2 de junio de 2014 no puede entenderse sin lo ocurrido durante estos últimos años y que tuvo su pico de crisis en las elecciones europeas de mayo de 2014. La irrupción de nuevas fuerzas que cuestionan el sistema, el descenso electoral del PP y del PSOE, la dimisión de la Secretaría General socialista de Alfredo Pérez Rubalcaba, uno de los sostenedores de toda una arquitectura política que, tras casi 40 años, comenzaba a hacer agua, sin olvidar la renuncia del papa y las abdicaciones de la reina de Holanda y del rey de Bélgica que, con la existencia de un heredero en la parrilla de salida suficientemente magnificado y preparado, permitían la continuidad del régimen sin someterlo a referéndum. Y alguien, sabiendo que el binomio PP-PSOE no aguantaría un pulso que cada vez se veía más difícil de ganar no solo en la calle, sino también en la opinión pública y en el propio Partido Socialista, sopló al Espíritu Santo para que el rey abdicara. Y este lo hizo muy a su pesar y a regañadientes.

    Tampoco conviene olvidar un dato institucional que algún día será planteado: Europa. ¿Qué será de la monarquía el día —espero que cercano— que los europeos elijamos un presidente/a por sufragio universal? Curiosa situación la de un rey irresponsable sometido a la obediencia de un presidente electo. ¿Seguirá siendo útil tal invento o se hará lo posible para que ese momento europeo no llegue nunca?

    ABDICACIÓN Y PROCLAMACIÓN

    En este contexto, y de repente, un 2 de junio de 2014 el rey nos dijo que abdicaba. No era eso lo que había dicho en su entrevista con Hermida, ni en el mensaje de Navidad, ni en ese frenético intento viajero para tratar de demostrarnos que a pesar de la operación y del bastón seguía siendo útil y un gran comercial, ni tampoco lo que le había dicho la reina a Pilar Urbano, cuando le comentó que los reyes no abdican, sino que lo dejan cuando se mueren, y cosas así. Pero sucedió. Y se notaron las prisas y las goteras de una decisión que no tenía red. El rey emérito podía ser procesado y había que aforarle de prisa y corriendo. Y sobre todo tratar de evitar que el murmullo de la calle que solicitaba un referéndum sobre el sistema, monarquía o república, no llegara al Parlamento. Y, sin embargo, llegó.

    Y a pesar de que el nuevo rey Felipe VI apareció, 17 días después, en el Congreso subido en uno de los Rolls que había usado el dictador y vestido de capitán general para una ceremonia civil, el Ministerio del Interior tuvo que emplearse a fondo para que no se exhibiera ninguna bandera republicana en los balcones o enarbolada en lugares públicos, ni por el público en la calle. Además de vulnerar las libertades de expresión y de manifestación, el ministerio ponía de relieve los temores del Gobierno a que el ejercicio de los derechos constitucionales desluciera la toma de posesión de un rey que lo es precisamente gracias a esa Constitución.

    Todo esto ha sido posible porque la UCD antes y ahora el PP han contado con el apoyo irrestricto del PSOE, y en concreto de González y Zapatero, y fundamentalmente con el silencio de poderosos medios de comunicación que siempre han mirado para otro lugar y no querían fijarse en un rey que cruzaba el mundo para cazar osos y elefantes en safaris carísimos, una reina humillada desde hacía años por las infidelidades de su marido, un yerno que al ver cómo funcionaba la Casa Real montó un tinglado para enriquecerse, un lujosísimo estilo de vida, hijos ocultos y disputas familiares, una actuación extraordi­­nariamente frívola y ligera hacia el presidente Adolfo Suárez que desencadenó un intento de golpe de Estado que el propio rey propició, opacidad total en sus cuentas y una campechanía que solo ha escondido mucha vulgaridad.

    Se podrá preguntar, ante este cúmulo de datos, si el rey ha hecho algo bueno estos años. Y no lo niego. Pero me gustaría poder compararlo con una república y con el comportamiento público y personal de presidentes/as elegidos/as democráticamente. Pero todos sabemos que esta monarquía no resiste tamaña comparación. Fundamentalmente porque si algún electo se hubiera corrompido, el pueblo con su voto hubiera podido elegir a otra persona u otra alternativa. En el sistema monárquico esto es imposible. Después del padre, viene el hijo, que además ha de ser varón. Y ahí está la madre del cordero.

    ¿MONARQUÍA RENOVADA?

    Felipe VI anunció en su proclamación que trabajaría para una monarquía renovada en un tiempo nuevo. Bonitas palabras, sin traducción práctica. Desde luego su sola presencia ya es una renovación desde el primer día, pero solo de fachada. Y no solo de fachada vive el hombre. Hablamos de una institución caduca y fuera ya del tiempo. Una capa de pintura no podrá con la polilla de los años.

    Al poco de la proclamación del nuevo rey, en Francia, Nicolás Sarkozy, ex jefe de Estado, fue detenido y trasladado a una comisaría para ser interrogado por sus presuntos intentos de obstruir la acción de la Justicia. Ya estaba siendo investigado por varios casos de corrupción y financiación ilegal (el affaire Bettencourt entre ellos). Lo llamativo fue que paralelamente en España, el Gobierno de Mariano Rajoy imponía la aprobación a toda velocidad, cual si fuera el problema público más urgente, de un estatuto de aforado para Juan Carlos de Borbón aprovechando un proyecto de ley que pasaba por ahí y le cuelga este sambenito. Entre las acciones judiciales que podría tener que afrontar Juan Carlos figuran, al parecer, asuntos de paternidad poco ejemplar. Su sucesor, Felipe, acepta sin rechistar la condición de inviolable y su consabida irresponsabilidad judicial. Mal comienzo.

    Poco después, Jordi Pujol reconoce a través de un escrito haber mantenido durante 34 años una cuenta en Andorra sin declarar y pide perdón. El debate que se origina por la conmoción que produce es de los de no olvidar. La crítica, empezando por su propio partido, es agudísima. El mito se cae y el símbolo de la catalanidad moderna desaparece. Pierde la presidencia honoraria de CiU, la de Convergència, la de la Generalitat, el tratamiento de Molt Honorable y se queda sin sueldo, sin oficina, sin secretarias y sin coche. Y lo peor para cualquier político: se convierte en un apestado. Esos días el rey Felipe VI anuncia una serie de medidas para remozar la fachada real, entre ellas la que tanto los padres como las hijas solamente podrán desarrollar actividades de naturaleza institucional, es decir, tanto el rey como su esposa, sus dos hijas y los antiguos monarcas no podrán tener ningún tipo de cargo en el sector privado. Otra de las iniciativas propuestas es que sus hermanas no desarrollarán actividades institucionales salvo excepciones. De esta manera, será decisión suya que acudan a actos oficiales o no, mediante un encargo expresamente decidido para ello. A su vez tampoco recibirían una retribución económica por ello. El nuevo código podría prohibir aceptar regalos que no entren dentro de lo considerado cortesía y someter las cuentas a una auditoría externa.

    Las loas a la iniciativa fueron sonrojantes. En el fondo y en la forma eran una enmienda a la totalidad a lo hecho por su padre durante 40 años. Pero ¿y qué va a pasar con el viejo y culpable rey? Pues nada. A diferencia del caso Pujol, Juan Carlos se niega a hacer público su patrimonio personal e impedirá cualquier auditoría sobre su considerable fortuna. Si en el caso de Jordi Pujol, uno de los iconos de la transición, su mundo se vino abajo porque así se funciona en una democracia con criterios republicanos, esto nada tiene que ver con la blindada impunidad del rey en esta falsa monarquía parlamentaria que permite que un señor que se ha enriquecido corruptamente estos años, sea, en cuanto su hijo le designe, el representante de España en las tomas de posesión de los presidentes americanos. Para Pujol todo el estiércol del desprecio por su doble vida y doble moral. Para Juan Carlos, impunidad, loas, reconocimientos, una justicia silente y amañada y alfombra roja. ¿Una monarquía renovada para un tiempo nuevo?

    Y un tercer ejemplo ocurrido solo en el primer mes de reinado. El juez Castro comentó lo desagradable que para él ha sido el desigual trato hiriente con la esposa de Diego Torres, socio de Urdangarin y su esposa, en comparación con el trato recibido por la hermana del rey, Cristina. Todo un escándalo, empezando por la reunión en la Zarzuela en la que Rajoy, Gallardón y el fiscal general Torres Dulce acuerdan con el rey Juan Carlos, y la aquiescencia de Felipe, la Operación Cortafuegos, es decir, que el fuego achicharre solo a Urdangarin, pero que el extintor judicial amañado salve a la hija y hermana; siguiendo con la subsiguiente oposición de la Fiscalía a la primera imputación de la infanta por algo tan patente e indiciario como el tráfico de influencias; siguiendo con la Audiencia de Palma y la prestidigitación de los magistrados Gómez Reino y De La Serna al levantar —caso inaudito— esa primera imputación y abrir el camino salomónico del delito fiscal y el blanqueo; continuando con la manipulación de la Agencia Tributaria hasta desembocar en un informe exculpatorio, basado en considerar deducibles unas facturas acreditadas como falsas, y terminando con las asquerosas campañas desatadas desde las cloacas del Estado contra el juez Castro. Y casi exhaustos por las intolerables manifestaciones de Rajoy no solo declarándose convencido de la inocencia de la infanta, sino convirtiendo a España entera en cómplice de su profecía autoincumplida al augurar que le irá bien con un ponente constitucional como Miquel Roca de abogado defensor y terminando por el nuevo recurso de la Fiscalía, plagado de descalificaciones contra el juez instructor, que permitirá de nuevo a Gómez Reino y De la Serna desimputar a la Intocable.

    ¿De qué monarquía renovada habla Felipe VI? ¿De la nueva imagen de cercanía a su llegada al Congreso para su proclamación en un Rolls-Royce de la época del dictador Franco y encima vestido de capitán general del Ejército para asistir a una ceremonia civil?

    QUIEREN DEJARSE ENGAÑAR

    Y, para finalizar, una reflexión.

    Hay gentes a las que les gusta que las engañen. Y de un gramo de anís hacen una montaña. Tienen las manos despellejadas de aplaudir ante los primeros gestos hechos por Felipe VI y su esposa. ¡Qué majos! Y no quieren ver lo que hay detrás del humo que nos han arrojado. Se lo creen todo.

    Por eso no nos deslumbremos con la transparencia y el rigor ofrecidos por la Casa Real. Va con regalo dentro, como los roscones de reyes (y también como llegó la Constitución, con rey incorporado). Un amigo de Bermeo, Julián, llamaba acertadamente la atención en mi blog sobre algo evidente. Con la excusa de la transparencia van a dar carta legal a sus actuaciones en el exterior (actividad ampliamente desarrollada por su padre con gran éxito para él), con la firma de un convenio con la Secretaría de Estado de Comercio del Ministerio de Economía para disponer de una asesoría permanente en los asuntos en los que el rey figure como representante de los intereses económicos de España en el exterior. Y yo me pregunto: las decisiones que tome (por ejemplo, favorecer a la McDonell-Douglas para contratar con el Ministerio de Defensa frente a otros competidores, vender lo producido por CASA u obtener contratos de empresas privadas con los amigos árabes, con todos los compromisos que puede acarrear para el Estado ¿serán objeto de algún control? ¿Quién valora lo que es bueno para el Estado o lo que solo es bueno para el bolsillo de su Majestad, eso sí, con el asesoramiento pagado por todos?

    ¿No está el Gobierno precisamente para hacerse cargo de estas cosas? ¿No excede esta labor la misión que le asigna el artículo 56.1 de la Consti­­tución? Con este convenio se alegará siempre que el Gobierno conoce y que el rey actúa de acuerdo con las instrucciones del Ejecutivo.

    Y también, de paso, firmará un convenio de colaboración con la Abogacía General del Estado que permitirá a la institución contar con un asesoramiento jurídico ordinario y permanente. ¿Por qué tiene que disponer de abogado pagado por todos? ¿No tiene su propia Casa civil?

    Y, ya que presenta tanta ansiedad por la transparencia, ¿por qué no presenta una declaración patrimonial actual con el origen de sus bienes y los de sus padres, debidamente auditada por el Tribunal de Cuentas del Es­­tado? Pasar página y empezar de cero engañará a los que se dejen engañar. Pero los puntos finales ya sabemos para qué sirven. Desde luego no para una monarquía renovada.

    Si a Jordi Pujol le ha caído todo el peso de la opinión pública, de la ley y del Parlamento, ¿por qué a Juan Carlos no? ¿Por qué el hijo tiene que seguir la senda del padre solo con una pátina de aparente transparencia?

    QUE SE PRESENTE A LAS ELECCIONES

    El analista Javier Vizcaíno ponía el dedo en la llaga con una aguda reflexión que es fundamental en este debate. Terminaba su columna en Deia diciendo: No albergo ninguna inquina especial por el ciudadano Felipe de Borbón y Grecia. Pasando por alto que, como dice Luis María Anson, lo más parecido a un Borbón es otro Borbón, no dudo de que este en concreto tenga la preparación del copón y medio que le cantan los juglares. Y seguro que es un tipo sensato, moderno, cabal, menos dado a la jarana y a los caprichos bragueteros que su antecesor, con un círculo de amistades que no desprende tanta caspa, amén de esposo ejemplar y cariñosísimo padre, como hemos podido ver. Y todo eso estaría muy bien si se tratara de tomarse unas cervezas o unos cafés con él o, por qué no, de votarle en unas elecciones en las que se enfrentara de igual a igual a otros candidatos. Pero ya sabemos que ese no es el caso.

    Esa es la clave. Este Felipe VI quizás podría ser el mejor de los presidentes de la Tercera República española, y podrá ser todo lo buena persona que parece ser y todo lo buen chico que dicen que es, y además ser el mejor intencionado de los mortales, pero la cuestión no es esa. La cuestión en una democracia es que todas esas virtudes tienen que pasar por las urnas, y efectivamente este no es el caso. Su reinado se basa en una imposición que encima lleva en la mochila una pesada carga que trato de recordar en este libro. Sin más.

    Como ya he comentado, cuando escribí en 2007 Una monarquía protegida por la censura, que fue una obra de encargo, no dejaron que la editorial que me lo había pedido lo publicara. Lo hizo otra. Eran otros tiempos de silencio y genuflexión. En 2014, Los Libros de la Catarata me ha pedido este libro. Será publicado porque en siete años han pasado muchas cosas. Y lo peor es que, abdicado el viejo rey, el pueblo no ha sido consultado sobre lo que quiere como sistema. Y nos siguen argumentando que no hay mejor organización institucional que la monarquía parlamentaria. Y la explicación de oro que nos esgrimen es que es útil y va a ser ejemplar. Con este libro solo quiero poner mi granito de arena para aproximarnos a quitar la máscara a una institución que no es útil, no ha sido ejemplar, no es democrática, no es la más barata y encima ni ha arbitrado ni ha moderado nada, ni va a poder arbitrar ni moderar nada.

    Y solo esperar que la ciudadanía termine de abrir los ojos y, sobre todo, que le dejen abrirlos. Porque el rey, más que nunca, está desnudo.

    Iñaki Anasagasti

    DIECISÉIS DÍAS

    QUE NO CONMOVIERON AL MUNDO

    Capítulo 1

    SE ACABÓ EL CARRETE

    ¡Qué rápido pasa el tiempo!, me comentaba el portavoz en el senado de CiU, sentado como yo en el tercer banco de uno de los laterales de la catedral de la Almudena en Madrid. ¡Ya lo creo!, replicaba el del PSOE. Estábamos sentados allí como colegiales, pues iba a dar comienzo la misa funeral en recuerdo del décimo aniversario de los atentados de Madrid conocidos como los del 11-M. Una parte del PP atribuyó aquella tragedia a la victoria electoral de Rodríguez Zapatero en 2004. Otros llamaron a Pérez Rubalcaba príncipe de las tinieblas por haber pedido la noche electoral del 13 de marzo que España necesitaba un presidente del Gobierno que no mintiera. Y otros criticaron la falta de reflejos políticos de José María Aznar por no haber convocado en la Moncloa una reunión con todos los líderes políticos y haberles informado de lo que sabía y de lo que había.

    Rubalcaba llegó en ese momento a la catedral y lo sentaron en la segunda fila de bancos, en la fila de al lado de los que iban a ser ocupados por el Gobierno, los expresidentes, los presidentes del Tribunal Supremo y del Constitucional y los presidentes de ambas Cámaras. Era una misa de alto standing, con Rouco al frente.

    Cuando me vio, vino a saludarme. Mantenemos una buena relación personal. Es un tipo inteligente que tenía en ese momento a su partido convertido en un gallinero. Que si primarias, que si él repetiría, que si Susana Díaz iba a por todas, que si las elecciones europeas, que si… En el aparte de pasillo me comentó algo que debía ser parte de lo que estaba padeciendo: Cada vez me gusta más trabajar con la gente de mi generación. Los Madina, los Sánchez, los Chacón, los Díaz y los López tenían su puesto de mando convertido en un bebedero de patos. Pues lo tienes claro, Alfredo, hazte del PNV, le dije; y él, con su sonrisa de conejo, y yo, circunspecto, volvimos a nuestros bancos.

    La puntualidad es la cortesía de los reyes, dije en voz alta. El portavoz del PP se volvió y sonrió nerviosamente. Llevábamos más de 15 minutos esperando a su Majestad; comprobamos que estaba a punto de llegar cuando el cardenal Rouco Varela, presuroso y con báculo, fue a recibirle a la puerta de la catedral para, al poco, entrar con Juan Carlos I y su séquito. Solo falta el palio, farfullé. Ya esta vez no sonrieron.

    Rouco hizo una de las suyas en el sermón. Sustituido por monseñor Ricardo Blázquez en la presidencia de la Conferencia Episcopal y ante aquel panorama se dio cuenta de que el tiempo de su magisterio tridentino estaba a punto de acabar y no quería dejar pasar la oportunidad sin anunciarnos el infierno si nos seguíamos portando mal. Logró que la práctica totalidad de las fuerzas de la oposición se indignaran por su alusión como arzobispo de Ma­­drid a actitudes en la política española, en referencia al proceso soberanista catalán, que pueden causar otra guerra civil. La excepción fue el PP, que solo vio en esas palabras el aspecto religioso.

    Terminada la misa, el rey, Rouco y el Gobierno salieron por la puerta en la que estábamos. Y, pasado el primer congestionamiento, había decidido salir por aquel lateral cuando me di cuenta de que en la puerta estaba el rey dando la mano a los asistentes. Esto o parece La casa de la pradera o este señor está en campaña, pensé poco antes de llegar ante él, que ya me había visto con el rabillo del ojo.

    Con su voz borbónica y entre risa y reproche me dijo: A que no te atreves a decirme a la cara lo que dices por ahí. A su lado, la reina carraspeó. No tengo el menor inconveniente y cuando quiera, le dije como sin darme cuenta de que estaba nada menos que ante el rey de España al lado de su palacio. Pues vente a casa y hablamos, me replicó. Ya sabe usted que yo las cosas las digo de frente, le comenté. Me dio un golpecito en el brazo y siguió con aquel extraño estrecha manos cortesanas en el que es un maestro de la campechanía. Quizás sin esto no hubiera durado tanto. También su hijo me dijo en su día que me llamaría para hablar de todo, y hasta hoy. A los Borbones no les gusta la gente que les tutea, como tutean ellos, ni los que hablan claro, pero estoy seguro de que si me hubiera hecho un mínimo de caso, otro gallo le hubiera cantado al padre. Yo no soy Felipe González, que le hablaba de mujeres y le contaba chistes verdes.

    Es la última vez que he estado fugazmente con él y no sé si lo veré más, o en Benidorm con los jubilados, o en Estoril o en Mónaco con su amiga del alma, o como aquellos parados de Los lunes al sol. Y en verdad me gustaría que, fuera de vanidades, me contara por qué fue tan torpe y abusó tanto del cargo.

    Una pena, porque podía haber pasado a la historia por haber regentado un país de forma útil y ejemplar.

    RAJOY, COMO ARIAS NAVARRO

    Aquel domingo 1 de junio de 2014 la noticia era que un magistrado del Tribunal Constitucional había presentado la dimisión al haber sido detenido ese mismo día a las 7.30 tras saltarse un semáforo, andar en moto sin casco y con cuatro veces el índice de alcohol permitido, con fuerte olor a alcohol en el aliento, deambular titubeante, ojos rojos y vidriosos, habla repetitiva, ojos congestionados…. Una pasada. Enrique López había sido un juez y un portavoz del Consejo General del Poder Judicial muy cuestionado por su fidelidad a la derecha más dura del país y a un PP que había lu­­chado como si fuera Perry Mason para que estuviera en un Tribunal tan medular en tantas cosas. Y el dictamen sobre la ley del aborto estaba al caer. Enrique López accedió al TC en junio de 2013 dentro del cupo de los dos magistrados propuestos por el Gobierno del PP. Nosotros, ante aquel atropello, nos ausentamos de la votación. Ahora bien, López jamás le agradecerá lo suficiente al rey su abdicación. La semana que le esperaba quedó en nada. Para algo ha de servir la monarquía a tan fieles monárquicos.

    De repente, aquella noticia que apuntaba a que iba a ser la de la semana se esfumó. No era para menos.

    El lunes 2 de junio puse la SER a las diez de la mañana y escuché la entrevista que le estaban haciendo al lehendakari Urkullu. Cuando terminó, uno de esos sabelotodos de la Villa y Corte, como José Antonio Zarzalejos, dijo en la tertulia que a las diez y media el presidente Rajoy iba a hacer una declaración institucional. El exdirector del ABC, ex para alivio de lectores, con voz engolada y en el secreto de los dioses insistió que no iba a hablar de una remodelación del Gobierno, sino de algo de gran importancia institucional. Dicho por este señor, que es hermano de quien fuera jefe de gabinete de Aznar, me hizo pensar inmediatamente en la abdicación. Zarzalejos le había puesto al señor Borbón pringando en su día a cuenta de la cacería en Botsuana, pero como vimos aquel lunes no quería dejar pasar la ocasión de sentar cátedra de enterado del gran chisme que se iba a producir como noticia de impacto al poco tiempo. Y así fue.

    Sin embargo, fue todo muy extraño, porque quien abdicaba era el rey y no creo que le hiciera falta que un presidente del Gobierno anunciara previamente que se iba a ir. Eso se hace por la tarde, con música clásica y con la familia al lado. Pero es que la reina estaba en Nueva York, en la apertura de la sesión anual de la Junta Ejecutiva de Unicef, en la que estaba previsto que interviniera, y el superhijo, el superpreparado, el superpadre de familia, el superpríncipe de Asturias volvía de la toma de posesión del presidente de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén, un antiguo comandante guerrillero.

    Sorpresivamente el anuncio se hacía por la mañana, un lunes, sin engolamiento especial, sin aquel Cubedo de Franco de voz tan especial, y casi como si tal cosa. El terremoto de las elecciones europeas del 25 de mayo se había llevado por delante toda una época para berrinche de los que se abstuvieron pensando que eso de Europa cae muy lejos y que su voto no servía para nada. ¡Pues si hubiera servido más se hubiera llevado hasta El Escorial!

    Ya nadie se acordó de Enrique López, ni de su moto ni de su borrachera.

    La noticia de la abdicación del rey recorrió el espinazo del mundo. Juan Carlos I había sido monarca 39 años, el tiempo de Franco como dictador. Curiosamente el cómputo se hacía desde el fallecimiento del dictador (20 de noviembre de 1975), no desde que fue rey constitucional en 1978. Y es que entonces se hablaba de la instauración monárquica de la monarquía del Movimiento y no de la reinstauración monárquica de la que tanto hablaba don Juan para haber sido rey y cobrar pluses históricos y haberse dado un buen lingotazo de buen whisky en el palacio donde había vivido hasta que la llegada de la Segunda República los mandó a un confortable exilio.

    Eso sí, se recordaban esos 39 años sin comentar desde cuándo, por si acaso alguien tuviera el mal gusto de recordar el siniestro dato. También Rajoy se empleó a fondo esos días repitiendo un sencillo argumento, ahora hay quien pide un referéndum (entre monarquía y república). Pueden hacerlo, pero tienen que respetar los procedimientos establecidos en la Constitución. Si esta Constitución no les gusta planteen una reforma en las Cortes, tienen pleno derecho a hacerlo. Lo único que no pueden hacer en democracia es saltarse las leyes, porque la democracia es el imperio de la ley. Decía esto mientras dejaba claro que un posible referéndum, que era lo que se reclamaba en las manifestaciones, en las redes sociales y en declaraciones estaba totalmente descartado. Y lo remachó diciendo que la monarquía tenía en España un gran apoyo y recordando que en la Constitución aprobada en 1978 de forma muy mayoritaria se recogía la monarquía. Todo eran medias verdades, pero sirvieron de guión para que desde el PP repitieran los mensajes machaconamente como en un concierto de loros. De todas formas, el viejo rey se dio cuenta ese mismo día de que, sin estar muerto aún, ya estaban buitreando a su alrededor.

    Y eso que Rajoy despidió al monarca con adjetivos propios de una Tailandia con rey convertido en intocable. Juan Carlos lo había hecho bien todo, absolutamente todo, y nunca le pagaríamos suficientemente su entrega al bien de España. Del Españoles, Franco ha muerto del presidente Arias Navarro al Españoles, el rey se nos va y tenemos que llorar mucho de un Rajoy con cara de circunstancia que por lo menos había sabido guardar el secreto. ¿O no había secreto?

    No fue menos llorón Pérez Rubalcaba ese día de plañideras y, tras la reunión del Comité Federal del PSOE, soltó el esperado jaboneo. El secretario general de los socialistas leyó una declaración institucional, sin admitir preguntas, en la que en nombre de los dirigentes socialistas y de quienes ocuparon la presidencia del Gobierno español —González y Rodríguez Zapatero— valoró el hecho de que el rey Juan Carlos I había sido el factor clave de cohesión de los ciudadanos en torno a un esfuerzo colectivo de paz, libertad y bienestar social. Para el PSOE, el monarca español había asegurado la integridad del Estado, ha preservado el funcionamiento de las instituciones y ha sido un factor clave en la cohesión de todos los ciudadanos. Ese día, Indalecio Prieto, Julián Besteiro, Fernando de los Ríos, Rodolfo Llopis y Largo Caballero dieron botes en sus tumbas.

    A los dos días de tanto discurso con sentido de Estado, era noticia que la tía díscola de Letizia Rocasolano, Henar Ortiz, pedía a través de Twitter un referéndum sobre la monarquía, aunque precisaba que no estaba en contra de su sobrina. Doña Henar se había puesto las botas republicanas desde que Juan Carlos anunció su abdicación diciendo que ya era hora de que hablara la ciudadanía. También envió imágenes de las concentraciones en favor de la república. De película de Buñuel.

    Para contrarrestar todo esto hubo una excesiva tabarra por parte de todos los mecanismos del poder sobre la inmejorable salud que disfrutaba la imprescindible monarquía. Se llegó a límites escandalosos y por tierra, mar y aire se dijo que, en virtud de lo hecho por el señor que se iba, España había sido próspera, bienaventurada y feliz gracias a los generosos esfuerzos, a la entrega silenciosa, a la cátedra en democracia y a la incuestionable honradez del cazador de elefantes que fue elevado a los altares de la pureza democrática. ¿Quién podía cuestionar verdad tan transparente o las dimensiones épicas de la Familia Real? Como diría con coña Carlos Boyero, sería un detalle que le permitieran opinar al amado pueblo, aunque no tengo la menor duda de que si se convocara un vano referendo, la realeza tendría un apoyo y un amor aun superiores a los que logró Franco en sus plebiscitos y referendos. Para oprobio de los cuatro zumbados que dudan de la legitimidad divina y terrenal de los reyes.

    Pero, para mí, lo más curioso y significativo de aquel entremés fue un suelto del académico Luis María Anson titulado Félix Sanz, adelante. Decía Anson que el director del CNI había sido un hombre clave en la operación sucesoria. Su información certera, su capacidad para la negociación, su sabiduría en el consejo determinaron a Juan Carlos I a abordar el proceso de abdicación. ¡Caramba! —me dije—. Y nosotros que nos creímos lo que había dicho Juan Carlos, que no quería ver a su hijo haciendo cola como el príncipe Carlos.

    HAY QUE AFORARLE COMO SEA

    Paralelamente a este debate surgió otro, y no de menor importancia. ¿Cómo era posible que nadie se hubiera dado cuenta de que el ciudadano Juan Carlos se quedaba sin red protectora y colgado en el trapecio al abdicar? E inmediatamente salió como otra bala el presidente del Congreso, Jesús Posada, urgiendo aforar al rey por si hay follón. El presidente del Congreso consideraba que era un asunto muy urgente, porque lo contrario sería una anomalía total en un país con miles de aforados y añadió que el monarca era inviolable en todas las actuaciones realizadas durante su mandato y aseguró que no tenía dudas de que ningún tribunal aceptaría una demanda contra él. En cambio no estaba tan seguro de lo que pudiera hacer un juez y por eso creía que el aforamiento era absolutamente necesario. Posada lo decía como en una taberna, ya que tenía miedo a que podría haber quien pudiera buscar ‘follón’ para apuntarse un tanto en lucha por la república. Como se ve, una reflexión elegante y sobre todo un discurso altamente institucional. Al Capone en Chicago no hubiera urgido la cosa de mejor manera.

    No opinaban así tres de las principales asociaciones de jueces (Jueces para la Democracia, Francisco de Vitoria y Foro Judicial Independiente) al salir en tromba para denunciar el certificado de defunción de la independencia judicial, instando, entre otras cuestiones, a no acelerar una reforma con el fin de propiciar un aforamiento del rey Juan Carlos tras su abdicación. En un comunicado conjunto, criticaban múltiples aspectos de la reforma judicial impulsada por el ministro Gallardón e instaban a no acelerar cambios para acordar el aforamiento del rey. El Gobierno no les hizo el menor caso y la noticia no tuvo la menor repercusión mediática.

    Y es que era curioso que mientras se decía que el ciclo de la transición había acabado y que, en los últimos 15 días tras las elecciones europeas y la abdicación del rey, se había terminado con el bipartidismo del sistema de 1978 al que se añadía un PSOE derrumbado y un PP tambaleante, el diario El País destacaba una semana después, y a cuatro columnas, en primera página que El Gobierno prepara el completo blindaje legal del rey Juan Carlos, planteando el Ejecutivo de Rajoy que se le concediera al rey una protección jurídica que incluyera su vida privada y que cualquier querella contra él se instruyera en el Supremo, que es como un árbitro casero. Y se recordaba que la justicia había rechazado dos demandas de paternidad contra el monarca. Todo esto dio una pésima imagen de improvisación y de chapuza, sobre todo, porque se trataba de un señor que dos años antes había dicho en su mensaje de Navidad y con todo su rostro que la justicia es igual para todos. ¿Qué temía su Majestad? ¿Que prosperaran las pruebas de paternidad como en Bélgica? ¿Que se investigara su patrimonio millonario? ¿Que se desmontara toda la patraña del 23-F?

    Se ha demostrado estos años que en España la democracia no se puede regalar como si fuera una tableta de chocolate: la democracia hay que conquistarla; para conquistarla, hay que quererla; para quererla, hay que saber qué es, y eso el franquismo no lo enseñó nunca.

    CHICOS, ME VOY, PERO ME QUEDO EN CASA

    En aquel 2 de junio mañanero semejante despedida no tenía el menor glamour. Seis minutos de despedida con los tópicos de siempre, dos mentiras y una omisión. La alusión a su padre, como si hubiera sido su sucesor y no el dedo de un Franco al que ni nombró, como cuando llegó al trono en 1975 o en su mensaje de Navidad de aquel año. Y la alusión a su esposa la reina, que estaba en Nueva York y de la que vive separado, salvo en los actos oficiales. Signo de estos Borbones. La reina Victoria Eugenia le dio a Alfonso XIII una patada en el real trasero nada más exiliarse. Veremos qué hace con el tiempo doña Sofía. El hombre ha hecho méritos para dos patadas. De hecho, no había una foto de su esposa en aquella mesa. Y una omisión: ninguna referencia al pueblo, donde teóricamente reside la soberanía española. Quien le redactó la nota, de democracia sabía poco.

    Y la leyó tras tener que cortar la grabación tres veces. El hombre se emocionaba. No es para menos. Sobre todo cuando él lo que quería era morirse siendo rey y aguantando, como la reina Isabel, hasta los 150 años. Le adornaba la despedida una foto de él con su hijo Felipe y su nieta Leonor, a la que previamente habían llevado a un acto militar, y lo hacía con un tono marrón de un despacho poco luminoso. Y ya se sabe lo que dicen los ingleses: ningún caballero se viste con un traje marrón. Él lo estaba de gris, pero el recuerdo que me ha quedado es el del marrón. Todo, pues, de trámite y tristón. Impropio de una monarquía que necesita del rito, el misterio y el redoble de tambores. Por algo se dice aquello de a rey muerto, rey puesto. No una dimisioncita tipo presidente de comunidad autónoma del artículo 143 de la Constitución. Una birria de transmisión. La faltó grandeza, a tono con lo que habían sido sus años de reinado.

    Lógicamente no dijo nada de las encuestas, unas encuestas del CIS siempre manipuladas y con preguntas para inducir respuestas favorables, hasta que tras el batacazo botsuano le hizo perder imagen a chorros por haber mentido tanto y tan continuamente. El último estudio oficial del CIS, de hacía solo un mes, daba a la corona un suspenso claro: 3,72 sobre 10. Me da que es menos. La nota superaba ligeramente la del anterior realizado en 2013, donde bajó hasta el 3,68 en contraste con las que durante años logró la Casa Real. Por ejemplo, el 7,4 de 1995. También el pasado invierno el barómetro social de la Universidad de Deusto le concedía un mísero 1,19, la peor nota de las 13 instituciones calificadas. Esa sí me la creo. Los de Deusto son gente más seria que los del CIS, y no están condicionados.

    Por todo esto, el día del anuncio de la abdicación y la forma de hacerlo llamaron mucho la atención.

    Una abdicación exprés, tras haberse pasado un mes en plena campaña de imagen, visitando países democráticos y respetuosos de los derechos de las mujeres como los Emiratos Árabes, viajando con ministros a Arabia, yendo al final de la Copa y de la Champions, celebrando en Vitoria-Gasteiz un aniversario de la fábrica Mercedes, recibiendo gentes de aquí y de allá con su bastón y su andar titubeante… todo estaba en la línea de lo que había sido su reinado. Pero de repente algo había pasado cuando tenía un almuerzo en Barcelona y en la sede de Ferraz (PSOE) se aprobaba ese día la fecha para dirimir cómo se elegiría a su próximo secretario general. Por todo ello no tardaron en airearse diversas especulaciones. Aquella abdicación olía a chamusquina. Pero se había producido y el Gobierno tenía que actuar con rapidez. Y es que había un dato elocuente e inquietante. A un año y medio de dar término a la legislatura de Rajoy, el PP y el PSOE aún tenían en las Cámaras el 80 por ciento de las Cortes, pero a tenor de los resultados del inmediato 25 de mayo, la suma de los dos partidos no llegaba al 50 por ciento por primera vez desde 1977, siendo probable

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